Poema del Sueño Erótico; Francisco de Quevedo y Villegas

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La Floralba de Quevedo.
Amor y goce en un poema del sueño erótico
Amante agradecido a las lisonjas mentirosas de un sueño
¡Ay, Floralba! Soñé que te ... ¿Dirélo?
Sí, pues que sueño fue: que te gozaba.
¿Y quién, sino un amante que soñaba,
juntara tanto infierno a tanto cielo?
Mis llamas con tu nieve y con tu yelo,
cual suele opuestas flechas de su aljaba,
mezclaba Amor, y honesto las mezclaba,
como mi adoración en su desvelo.
Y dije: «Quiera Amor, quiera mi suerte,
que nunca duerma yo, si estoy despierto,
y que si duermo, que jamás despierte».
Mas desperté del dulce desconcierto;
y vi que estuve vivo con la muerte,
y vi que con la vida estaba muerto.
El poema del sueño erótico en el barroco era muy común entre los grandes poetas, aquí encontramos un
poema narrativo, donde se describe, en primera persona, el sueño o las sensaciones del sueño que ha tenido el
yo lírico; esta tradición fue desarrollada por los latinos y después retomada en el barroco. El poema del sueño
erótico es, también, de índole amorosa; está escrito en tiempo pasado y siempre, al leer y analizar el texto,
surge la pregunta de si se sueña o se está despierto.
A diferencia de los poetas italianos o franceses (una de las causas puede ser la presencia de la contrarreforma),
los poetas españoles de los siglos XVI y XVII consiguen el efecto erótico en sus poemas mediante la
supresión directa del goce, la única descripción de los efectos y sólo los efecto del sueño al despertar;
consiguen expresar la intensidad del goce mediante su deseo por prolongarlo y, en algunas ocasiones, el efecto
erótico recae sobre la palabra dulce.
Ahora bien, casi por regla general, el erotismo del poema depende de la reticencia del poeta, que surge a partir
de las tensiones y oposiciones que se entrelazan a lo largo de la descripción erótica o los efectos de ella.
La reticencia es un factor fundamental para la elaboración de los poemas del sueño erótico, en ella
encontramos la variedad de contrastes; la reticencia es aquello que recata al poeta, que lo impide hacer una
descripción explícita y, al mismo tiempo, logra que el poema no se torne burlesco, continuando, así, con la
suspensión erótica, el enigma. La oscilación entre lo explícito e implícito es, muchas veces, el elemento que
moldea, que da forma sensual y forma romántica a los poemas del sueño erótico.
De la reticencia nacen, como ya mencioné, oposiciones: dos oposiciones importantes y elementales para el
desarrollo del tema son el de la vida−muerte, y engaño−desengaño. La vida mediante la visión de la amada
era un tópico concurrido mediante el cual se ponía de manifiesto el deseo de vivir si y sólo si la amada
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correspondía al amor del amado; la muerte no era otra cosa que la soledad, el estar alejado del objeto amado.
Por su parte, la oposición engaño− desengaño nos remite a un estado de alta confusión, es cuando el yo lírico
despierta de su dulce soñar y el deseo de la felicidad lo acosa al punto de no saber si el sueño es la realidad y
la vida es un sueño (hay un cambio de papeles entre realidad y sueño. El ávido deseo de poseer carnal y
espiritualmente a la amada es de tal magnitud que confunde al poeta). Es aquí donde el poeta quiere prolongar
el goce mediante el sueño. Es importante señalar que éstas dos oposiciones que he señalado son equivalentes,
pues el engaño puede ser la vida y el desengaño bien puede ser la muerte.
En Francisco de Quevedo y Villegas encontramos todos los elementos que arriba se mencionaron. Los dibuja
con tal finura y delicadeza que encontramos un poema del sueño erótico muy bien logrado. En !Ay
Floralba¡... podemos observar una gran variedad de contrastes propios del barroco que enriquecen un soneto
llevado no sólo al terreno carnal o sexual, sino también al espiritual; y es ahí donde se encuentra la pureza de
este soneto.
!Ay, Floralba¡.,. comienza el poeta, evocando. Quevedo utiliza un nombre que claramente puede significar la
flor de la mañana, como si desde ahí se estuviera remitiendo a un sueño a penas terminado, en los albores de
un nuevo día. Y en seguida, Soñé que te, se atreve a sugerir lo que soñó, atenta contra los códigos morales y la
honra de la amada; se detiene un momento y nos deja en un suspenso totalmente interpretativo que contiene
una carga fortísima de expectación, la cual el lector descifra enseguida; hasta que llega a la pregunta ¿Dirélo?;
se detiene un momento para pensar si es factible o no decirlo; sigue con esta suspensión de la frase, de la
descripción a penas empezada al inicio del soneto para soltarse de repente con un Sí, pues que sueño fue: que
te gozaba. Y antes de continuar con el análisis, hay que anotar que la pregunta ¿Dirélo? anuncia una
trasgresión en contra de las normas de cortesía, es una amenaza y es un titubeo que me hace pensar en una
poesía burlesca; esto está reforzado por el verbo que Francisco Ayala llama grosero: gozaba. Yo no lo
llamaría grosero, más bien es un verbo tempestivo, impuesto por un impulso carnal, por un deseo ávido de
expresar el sueño. En el segundo verso encontramos la declaración explícita del goce, acompañada con una
justificación Sí, pues que (un) sueño fue; claramente observamos que es un mero pretexto, ya que al decir que
fue un sueño, se eliminan todas aquellas sugerencias de trasgresión moral, se disipa la inhibición y llega de
golpe y tempestivamente el que te gozaba. Según Christopher Maurer, este verbo tiene toda la fuerza de una
herejía, de este surge buena parte del efecto erótico. Considero de suma importancia este verbo, pues viene a
concluir con dos primeros versos que contiene una fuerza tremenda, que incluso nos hacen dudar si realmente
nos encontramos frente a un poema del sueño erótico o uno burlesco. La facilidad con que Quevedo nos deja
ver su sueño, la suspensión, la pregunta amenazante, la justificación y el gozaba, dibujan un poema que
empieza muy fuerte, para seguir subiendo y detalladamente describir que pasó en ese sueño con Floralba;
además, el verbo que Ayala llama grosero, es importantísimo para cerrar con este ambiente de suspenso y
herejía, pues el énfasis que se le da abre la posibilidad de descripción. Bien, el titubeo y el gozar elevan las
tensiones y contradicciones entre lo explícito y la reticencia. En los siguientes dos versos del primer cuarteto
se da una vuelta fantástica al soneto y es ahí donde debemos de cerciorarnos que estamos frente a un soneto
totalmente amoroso.
Pregunta el poeta ¿y quién, sino un amante que soñaba,/ juntara tanto infierno a tanto cielo? Revés nos da
Quevedo, pues al contrario que en los dos primeros versos comienza con los elementos del amor espiritual.
¿Quién sino un enamorado puede juntar, en un sueño, el cielo y el infierno? El cielo representa el amor, la
culminación del deseo producto de un cariño puro; el infierno es el goce carnal. Aquí Maurer propone que el
infierno es el tiempo que se escurre rápidamente para desembocar en la realidad y el cielo es el sueño mismo,
el goce. Ahora bien, encontramos la primera de las tensiones y contradicciones: cielo e infierno, donde bien
uno puede representar la vida y otro la muerte o engaño y desengaño.
En el segundo cuarteto encontramos, al principio, otra contradicción muy similar a la anterior: Mis llamas con
tu nieve y con tu yelo, que puede traducirse o descifrarse a mi pasión, mi amor ardiente −se interpreta desde la
perspectiva erótica y desde aquella de un amor espiritual muy profundo− contra tu desdén helado (nieve,
yelo). Y algo que no debe pasar sin ser advertido es la contradicción del yelo y las llamas, pero juntas; los
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contrastes son muy fuertes y el sueño es el ámbito donde desaparece la distancia. La introducción del Dios
amor es un tópico aquí reelaborado por Quevedo, donde sólo hace mención del azar con que el dios mezcla,
honestamente, las saetas de oro y plomo, como equivalencia de las llamas y la nieve. En el siguiente verso
expresa: como mi adoración en su desvelo, o sea, el dios amor mezcla con pura honestidad las flechas en su
aljaba, al igual y de la misma forma que el amor del poeta en su desvelo. Aquí, Maurer expone que Quevedo
intenta expresar que realmente no ha tomado a la amada, que su goce emana de una tensión erótica, pues el
cuerpo está en el sueño, pero no se atreve a poseerlo por miedo a la desaparición. Propone, también, que al
decir como mi adoración en su desvelo, el yo lírico se refiere a que ni en sueño ni en estado de conciencia se
atreve a imaginarse el acto sexual, pues sólo se dedica honestamente a adorarla. Yo me separo un poco de la
interpretación de Maurer, pues creo que su hipótesis no está bien fundamentada en el soneto. Más bien, creo
que la palabra honesto, al igual que la palabra gozaba en el primer cuarteto, son clave; si bien no tiene la
fuerza ni el impacto que la del primer cuarteto, sí tiene un elemento esencial en el soneto: la honestidad del
amor del poeta. Aquí, en contraste y relación con gozaba, honesto se relaciona pues rompe por completo la
creencia de que el yo lírico sólo quería gozar a la amada, o sólo la gozó, sí, la gozó, pero la gozó
honestamente. Es decir, se relaciona por el hecho de haberla gozado y se separa por haberla gozado
amorosamente. Es cuando el lector cae en la cuenta de que el soneto trata de hacer una balanza entre el amor
carnal, el deseo y el amor meramente espiritual, el amor humano.
Ahora, en el primer terceto encontramos el deseo de prolongación, un elemento esencial en el poema del
sueño erótico. Y dije: Quiera Amor, quiera mi suerte, / que nunca duerma yo, si estoy despierto, / y que si
duermo que jamás despierte. También encontramos otras dos términos encontrados: dormir, despertar.
Elementos que sirven al poeta como palabras que dan a entender al lector el deseo ávido que sintió el yo lírico
al momento justo de despertarse. Aquí, la confusión es máxima, si en las estrofas pasadas vimos una serie de
términos y exclamaciones que sugerían el goce y la felicidad, aquí nos encontramos en el punto donde el
engaño y el desengaño se encuentran, donde el poeta no sabe si duerme o no duerme. Aunque es claro que al
yo lírico no le es muy importante cual sea su estado, para él la felicidad se encuentra en donde la amada no
desdeñosa se encuentre; claro que este deseo por encontrar la plenitud amatoria no omite la confusión que en
seguida, en el último terceto termina con una bella frase: Mas desperté del dulce desconcierto, dice el poeta al
inicio de la última estrofa. Dulce en este caso está matizado con el goce del sueño, no es sólo lo dulce del
amor y el sentimiento hacia la amada, es, también, el acto amoroso. Pero antes, expresa Mas desperté , se
termina el estado de confusión y se vuelve a la realidad, con dos palabras Mas desperté , y más aún, para
hacerlo más bello: del dulce desconcierto. Al fin, el poeta se da cuenta que fue una confusión, un dulce
desconcierto irreal que ha terminado. Aquí, puede pensarse que el poeta se entristece por volver a la realidad
donde no es feliz, pero creo que sino tiene un sentimiento de dicha plena, al menos no es un infeliz desdeñado,
pues en sueños ha gozado del amor, por eso el dulce desconcierto.
Y por último, tenemos dos versos doblemente paradójicos que introducen otra contradicción y aumentan la
tensión, ya no de la reticencia y lo explícito, pero sí de la dicha y la desdicha. y vi que estuve vivo con la
muerte, / y vi que con la vida estaba muerto. Estuvo vivo con la muerte: en el barroco el sueño y el acto sexual
eran asociados con la muerte como un estado de plenitud, por eso Quevedo expone que estuvo vivo con la
muerte. La vida está, sin duda, en el segundo verso del segundo terceto, dentro del sueño; el goce es donde se
realiza la dicha, la felicidad, la plenitud; la muerte, en el mismo verso, es el sueño mismo, si tomamos en
cuenta que en el barroco la muerte equivalía al sueño; o también podemos interpretarlo como el
descubrimiento del engaño al despertar y ser consciente de su realidad. Por su parte, en el tercer verso del
último terceto, la vida y la muerte son la realidad, las dos en una sola realidad del sujeto. El poeta dice que
estaba vivo con la muerte, pues al despertar y conocer, regresar al mundo donde la amada lo desdeña, se siente
irrealizado, sin plenitud, muerto.
Durante todo el soneto encontramos términos que se contraponen, paradojas y antípodas y es ahí donde recae
la riqueza y fineza del soneto. Pues si lo analizamos de manera correcta, encontraremos que morir, dormir,
soñar, gozar son términos equivalentes e intercambiables, los cuales, todos, le proporcionan plenitud y
felicidad al poeta. También hay que comprender que la felicidad y plenitud en este poema no se da sólo, como
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ya mencioné, por el goce sexual, sino por la dicha sexual y espiritual que conjugadas dan como resultado el
amor humano. Si no fuera así, sería un soneto burlesco y referente al coito como acto de mera reproducción o
placer, sin sentido alguno, perdería su fineza, su éxito; y al contrario, si hablara del amor espiritual solamente
tendríamos una creación mística o por lo menos ascética.
Francisco de Quevedo a lo largo de su obra poética nos ha demostrado una visión totalmente fatalista del
mundo: mejor vida es morir, que vivir muerto, no nacimos, morimos, frases que expresan este tipo de visión
del mundo y de la vida y aunque en este soneto se separa un poco de eso, el sentido de la vida es el mismo. Yo
lo interpreto de la siguiente manera: cada ser humano es ser humano en cuanto a que nace, crece, se reproduce
y muere, al mismo tiempo que vive en una sociedad fundamentada en normas, leyes, valores, costumbres,
tradiciones, ideas y cultura; ese sería el ser humano visto desde un punto alto, desde lo general. Pero aquí,
Quevedo nos expone otro ser humano; aquel que tiene que conocer la vida, el mundo, el amor para llegar a la
plenitud y la dicha, a la felicidad. Supongo que uno de los conceptos más manejados en el poema que hemos
visto es el de la felicidad, la palabra en sí no aparece en ningún verso, pero está latente durante todo el soneto.
Desde que el poeta con una sonrisa en los labios exclama ¡Ay, Floralba¡, hasta que termina diciendo que vio
que estaba muerto en la vida. Claro que en cada caso se maneja distinto, pues en la primer parte del soneto,
que es donde la confusión se ausente y la felicidad corre como río, los versos apuntan a la prolongación y
goce, no sólo de la felicidad sexual, sino de la espiritual; en cambio en cuanto la confusión aparece, el deseo
de prolongación con el sueño o la realidad se enfatiza, pues la avidez de felicidad lo obliga. Y al último,
cuando se obtiene la conciencia, se recuerda la felicidad, reprochando a la vida por quitársela, y dándolo,
paradójicamente, muerte donde no hay felicidad. Al final el poema y los estados físicos del poeta son
equivalentes, mediante ellos se crea la realización humana del yo lírico: morir, dormir, tal vez soñar...
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