Un misterio encerrado Árboles enormes con forma de letras me rodeaban, mientras el susurro de las hojas, similar al susurro de las páginas de un libro cuando las pasas, evitaba que todo quedara sumido en un profundo silencio. Caminé por el sendero señalizado por unas pequeñas palabras saltarinas, que esquivaban mis pies para que no las pisara. "¿Dónde estoy?" Susurré, con miedo de romper el ambiente tan acogedor y tranquilo, como el de una vieja librería. Las palabras se arremolinaron a mi alrededor, como si estuvieran compitiendo entre ellas por contestarme. Palabras como sueño, bola o nieve fueron unas de las pocas que pude ver con claridad, sin embargo, tan rápido como se arremolinaron sobre mí volvieron a su puesto del sendero, tal y como si hubieran recibido una orden. Viendo que nada me iba a resolver mi duda y que por mucho que avanzara el paisaje seguía siendo el mismo, decidí coger una palabra del sendero, pero cuando conseguí tocar a cristal, creció y se transformó en un "¡DESPIERTA!" Y me desperté. Nunca había tenido un sueño tan intenso, tan real... Hasta me había despertado cansada, como si no hubiese dormido nada. Mentiría si dijera que me olvidé de ese sueño con rapidez, al igual que se olvidan todos los demás sueños. Estuve horas y horas dándole vueltas, y ni yo misma entendía por qué. Estaba sorprendida, a la vez que frustrada. Yo, una chica de dieciséis años cuyo día a día es siempre igual, me había encontrado con algo que se salía de mi perfecta e impecable rutina. No obstante, era demasiado orgullosa como para permitirme dedicarle tanto tiempo a un estúpido sueño, así que traté de olvidarlo. Tenía cosas más importantes en las que pensar, como por ejemplo en que había roto la bola de cristal que me había regalado mi tía por mi cumpleaños. Por suerte no se había hecho añicos, sino que solo tenía unas pequeñas grietas en la superficie de cristal como consecuencia de haberla tirado al suelo sin querer el día anterior. Había estado ahí toda mi vida, y ayer se me ocurrió intentar agitarla, pero no me esperaba que pesara tanto. Ahora, cuando viniera mi tía a verme y me preguntara por la bola como siempre hacía, ¿qué haría? No quería decepcionarla, ya que ella parecía tenerle un cariño especial, pero tampoco podía mentirle. ¿Entonces? Entre estos y otros pensamientos, finalmente me olvidé del sueño, hasta que llegó la hora de dormir. "Espero no tener más sueños raros", pensé. Pero fue en vano, porque otra vez me vi en el bosque de letras, con las palabras saltarinas y los susurros de las hojas. Avancé y avancé por el sendero, pero parecía estar siempre en el mismo sitio. "¿Dónde estoy?", volví a preguntar, y de nuevo no obtuve respuesta. De pronto, cristal saltó más que las otras palabras y fue directa hacia mí. Intenté esquivarla, pero consiguió darme en la mano. No me esperaba que una palabra estuviera afilada, por lo cual tampoco puse mucho empeño en apartarme, y me hizo un corte en la palma de la mano. A pesar de no ser profundo, empezó a salir sangre. La palabra venda dio unos tímidos saltos hacia mí, enrollándose en mi mano y haciendo el mismo efecto que una venda de verdad. Venda, que era una palabra de color blanco, se tiñó de rojo, y entonces desperté. Estaba sonando la alarma de las siete en punto cuando vi mi mano envuelta en una venda manchada de sangre. Me pellizqué una, dos, hasta tres veces, esperando despertar de aquel sueño tan absurdo, pero no pasaba nada. Seguía teniendo una venda en la mano, un dolor punzante en mi palma y una confusión enorme en mi mente. Ya había comprobado que no era un sueño, pero no tenía lógica alguna que esto fuera real. ¿Y si era sonámbula y me había cortado yo misma la mano? ¿Y si me la había cortado alguien? Eran demasiadas preguntas, así que las dejé a un lado y se convirtió en un misterio. Pero no en un misterio de esos que aceptas sin intentar entenderlos, no. Este era uno de esos misterios que sientes que tienes que resolver sí o sí, uno de esos misterios que se cuela en tu vida, en tu mente, en cada uno de tus pensamientos, y echa raíces en ellos para asegurarse de que nunca te olvides de él. Algunos podrían pensar que al estar siempre presente en mí, me podría agobiar, pero todo lo contrario: las horas que ahora dedicaba a intentar descifrar el misterio, antes las pasaba quejándome y pensando en lo desdichada que era. Este misterio, para algunos agotador, a mí me daba la vida, aunque me quitara los sueños. Pero como siempre he dicho, ¿para qué sirve soñar, si los sueños no son más que meras fantasías que nunca alcanzan la realidad? Investigué, e investigué, e investigué. Busqué en Internet, en las enciclopedias, me hice experta en los sueños, pero no podía resolver mi misterio. Pero aunque me costara reconocerlo, era feliz: algo nuevo se había colado en mi vida, un misterio como el de los libros, una aventura. Me sentía como Sherlock Holmes intentando resolver un caso, por fin había algo que ocupara mi mente las veinticuatro horas del día sin agobiarme. Eso no significa que no hiciera todo lo posible por resolverlo cuanto antes; una cosa es que hubiera algo nuevo y emocionante en mi rutina, y otra que la cambiara por completo, desconcertándome y confundiéndome hasta tal punto que incluso mis padres se habían dado cuenta de que algo me pasaba. No comenté este misterio con nadie, no. Era mi misterio, y lo quería descifrar yo sola, costara lo que costara. Pasó el tiempo. Días, semanas, hasta dos meses con el mismo sueño, con el mismo misterio. Cada vez iba siendo menos emocionante, y el sueño iba convirtiéndose en una pesadilla. Todos los días me despertaba con cortes en los mismos lugares que los de mi sueño, y cada vez estaba más cansada. Los días pasaban, y yo comía menos, hablaba menos y me concentraba menos. El misterio me había absorbido de una manera que ni yo misma me había dado cuenta. Cuando quise darme cuenta, ya era demasiado tarde. "Este misterio y yo somos una sola cosa", susurré, sentada en mi cama, pensando en todo y a la vez en nada. De repente, miré hacia mi bola de cristal. Nunca me había fijado en ella detenidamente, ya que nunca había sido muy observadora. La tomé entre mis manos con cuidado, como si se tratara de un bebé, y la observé de cerca, tanto que empañé el cristal con el aire que expulsé al darme cuenta de lo que había dentro: un bosque. Pero no un bosque cualquiera, sino un bosque formado por árboles que parecían letras, y una combinación de diminutas hojas y palabras apenas legibles flotaban cada vez que agitaba la bola. Era el bosque de mi sueño. ¿Casualidad, o demasiada coincidencia? En ese momento todo lo que había defendido siempre (la inutilidad de los sueños, el tener que centrarme en lo que puedo ver y comprobar con hechos científicos, el no perder el tiempo con "tonterías"...) se derrumbó por completo, quedando en mi interior un montón de ruinas y yo. Entonces, decidí dejar atrás todo por lo que siempre me había guiado y me salí de mi reservada y premeditada rutina: una llamada, una dirección, media hora en autobús y ya estaba ante la respuesta. La tienda "Somnus" no era una tienda conocida. Es más, ni yo misma había sabido de su existencia hasta ese mismo día. Pero la tienda tampoco daba la impresión de querer ser conocida; entre las vistosas tiendas de ropa que se encontraban a su alrededor, pasaba completamente desapercibida. Pero yo no estaba allí para observar la tienda desde fuera; yo había ido porque allí estaba la clave para descifrar el misterio, allí y en la bola de cristal que llevaba en la mano. Mi bola. Entré en la tienda, pero más bien sentí como si hubiese entrado en otro mundo. Estrechos pasillos delimitados por estanterías tan altas que llegaban al techo, como si fueran columnas, y en ellas miles y miles de bolas de cristal. Hipnotizada por tanta belleza, me acerqué para verlas de cerca. Había bolas de todas clases, de todos los tamaños y colores, y aún así creaban una armonía perfecta. Había una bola que tenía el universo dentro, otra que mostraba un océano y un barco pirata, hasta había una bola que tenía unos simples engranajes en el interior. Cogí esta última, y cuando la agité salió música de su interior. Y también salió algo más. Se abrió una especie de puertecita en la base de la bola, y al palparla noté algo rugoso que se podía desprender fácilmente. Un sobre amarillento de tamaño mediano cayó ligeramente sobre mi mano, y yo me encargué de que fuera a mi bolsillo. "¿Desea algo, señorita?", preguntó una voz grave a mis espaldas. Del susto, dejé caer la bola al suelo, pero una mano la atrapó en el aire, con unos reflejos impresionantes. Me di la vuelta, teniendo la sensación de que el corazón se me iba a salir del pecho. Un hombre alto y muy delgado me miraba con unos ojos saltones que parecían ser capaces de ver tu interior como si de un libro abierto se tratase. Alzó la mano con la que sostenía la bola, y dijo: "Esta bola es una rareza entre las rarezas, es impresionante, y sin embargo, no es suya. Y como no es suya, no debe tocarla." Cohibida porque no sabía si me había visto guardar el sobre en mi bolsillo, me quedé callada, pensando en qué responderle, pero de nuevo, se me adelantó. "Quizás no le han explicado las normas de este lugar. Se mira, pero no se toca. Cuando se decida por alguna y esté segura de que es la indicada, la puede coger, pero antes de eso, como mucho puede imaginar qué hará cuando la agite. Ese es el misterio de esta tienda, el que mantiene viva la llama de la curiosidad de los que se atreven a entrar, y el que les hace comprar un pequeño mundo encerrado en una bola de cristal. ¿Y usted, señorita, tiene algún misterio?" Volví a quedarme en silencio. No sé si fue por esa manera de hablar como si lo supiera todo, o por sus ojos saltones que leían mis pensamientos, pero no le conté mi misterio. Simplemente, no pude. "Sígame, le explicaré el funcionamiento de esta tienda, tal vez se vea más animada a contarme lo que le preocupa si entiende este mundo", dijo, más simpático. Seguramente se había dado cuenta de que me estaba asustando. "Como ve, cada bola tiene una gemela. Todas, sin excepción. Las que ve que se encuentran solas, es porque alguien ha comprado a su gemela. Solo hay dos ejemplares de cada modelo. Cuando se venden las dos, no se vuelven a hacer nuevas. Cada par de bolas de cristal está solo en el mundo, y eso hace que cada bola sea especial y casi imposible de conseguir. Esa que usted tenía en la mano tiene una gemela en Dinamarca, vinieron a comprarla desde allí. Esta tienda, al igual que las bolas de cristal, tiene una gemela en Australia. Dos tiendas únicas, iguales pero separadas por miles de kilómetros. Por si se lo preguntaba, es posible que algunas bolas hayan tenido más de un dueño. Una vez que el dueño muere, si la bola no está dañada, de una forma o de otra llega aquí, esperando a su próximo dueño. La que usted ha cogido pertenecía a una mujer joven que murió por la depresión que le supuso la desaparición de su hermano. Un gran misterio, ¿no cree? ¿Habrá algo más misterioso que una desaparición inexplicable?" No entendía a qué venía toda esta explicación. ¡Ni siquiera le había dicho por qué estaba allí! Miré mi bola de cristal, pensando en su gemela. ¿La habrían comprado también? ¿Qué se sentiría al ser separada de tu gemela? Pero era una bola de cristal, un objeto sin vida y carente de sentimientos. O eso pensaba. El hombre siguió la dirección de mi mirada, y se encontró con mi bola. "¿Me permite?", preguntó, para segundos después cogerla con sus largos y huesudos dedos. "Qué interesante... Justamente vendimos su gemela esta mañana. Un padre desesperado por comprarle un buen regalo a su hijo. Qué ingenuo. ¿Cómo va a apreciar un niño la belleza y elegancia de una bola de cristal? ¿Cómo va a ser capaz de observar su interior, no solo con los ojos, sino con el corazón? ¿Cómo...?", al girar mi bola y ver las grietas sobre la superficie de cristal dejó de hablar, con cara de consternación. Al mirarme, pareció ponerse una máscara de indiferencia, que hubiera conseguido engañarme si yo no tuviera la cara cubierta por la misma. "¿Hace cuánto que está dañada?" "Dos meses." "Demasiado tarde." Y me echó, diciendo que era hora de cerrar, aunque eran las cinco de la tarde. Intenté hablar con él, hice todo lo posible para que no me echara, pero acabé enfrente de una puerta cerrada con la única compañía de un misterio que no había conseguido descifrar y un "buenas tardes". Tras quedarme mirando la puerta durante diez minutos, agarrándome con fuerza a eso que algunos llaman esperanza, me dirigí hacia la parada de autobús, pensativa. Al coger el euro del bolsillo para poder subirme al autobús, recordé la carta que había cogido en la tienda. Me senté al lado de la ventana, al fondo del autobús, donde solo había un chico moviendo la cabeza al son de la música proveniente de sus auriculares, y comencé a leer. No sé qué hacer ya. Pasan los días, y mi hermano se despierta con cortes cada vez más profundos. Tiene unas ojeras tan oscuras que parece que él mismo se las ha pintado para un disfraz de terror, es como si no durmiera nada. Y así es: en ese sueño él no duerme, sino que está en un estado entre el sueño y la realidad sobre el cual no hay datos ni investigaciones. Sé que no es el único al que le pasa esto, ya me lo dijiste, pero, ¿seguro que no hay solución? Temo que pronto pierda la cordura por la falta de sueño y la poca lógica de todo lo que está pasando. ¿Cómo puede ser el mundo de cristal tan fuerte como para absorber a mi hermano cuando duerme, si la bola solo tiene cuatro pequeñas grietas? Ojalá nunca le hubiera comprado la bola de cristal. Me arrepiento tanto... Sigue investigando, por favor. Tiene que haber alguna solución para esto. Tú me engañaste y vendiste la bola, así que me debes este favor. Al menos, se lo debes a mi hermano. Hazlo por él. Elizabeth Llegué a mi casa, dejé la bola de cristal y la carta sobre mi mesilla de noche y bajé a cenar. Como siempre, mi padre estaba quejándose de lo desorganizado que era su jefe y lo mucho que él se merecía su puesto, mientras mi madre se reía, acostumbrada a sus quejas. No se dieron cuenta de lo poco que comí, ni de cómo me temblaban las manos al coger el tenedor, esa era la suerte de tener unos padres que no te prestaran atención. Tras un "buenas noches" respondido con un distraído "que descanses", subí a mi cuarto. Mi mente se había convertido en una máquina que no paraba de pensar. Mi misterio ya había encontrado una respuesta, pero habían surgido mil misterios más. ¿Habría visto el dueño de la tienda la carta? ¿Por qué la tal Elizabeth había dejado la carta allí y no se la mandó como las personas normales? ¿El dueño de la tienda la intentó ayudar o la había rechazado como a mí? Eran demasiados misterios, pero había uno que cada vez iba cobrando más y más fuerza en mi mente. Si con una pequeña grieta el mundo de la bola de cristal era capaz de atraparme mientras dormía, ¿qué pasaría si tiraba la bola al suelo, haciéndola añicos? ¿El mundo de la bola de cristal dejaría de existir o me atraparía para siempre? Solo había una manera de comprobarlo. Sonreí al pensar en que yo siempre había creído que los sueños solo son sueños. Pobre de mí, tan inocente... Pero por fin había despertado de la burbuja en la que vivía, y era el momento de descubrir toda la verdad. Tiré la bola al suelo con todas mis fuerzas, y todo desapareció. Siete meses más tarde... El día que se le cayó la bola de cristal que su padre le había regalado, el pequeño Eric se asustó mucho. A su padre siempre le había gustado mucho esa bola, y de tanto ver a su padre agitarla para ver las hojas moverse, él quiso hacer lo mismo. Pero claro, con sus pequeñas manitas propias de un niño de 6 años, se le resbaló y cayó al suelo. Por suerte no se hizo añicos, sino que solo quedaron como prueba del incidente unas pequeñas grietas sobre la superficie de cristal. Giró la bola para que su padre no se diera cuenta y se fue a dormir, orgulloso de haber sido capaz de solucionar un situación tan difícil él solo. Además, a la mañana siguiente se despertó muy feliz: había tenido un sueño que le había parecido hasta real. Árboles en forma de las letras que hacía poco había aprendido en el colegio, el sonido que hacía su madre con las páginas del libro de cuentos que le leía cada noche lo rodeaba, ¡hasta había palabras que saltaban y se movían por el suelo! Pero Eric se fijó en una que parecía más nueva y nerviosa que las demás. Brillaba mucho, y con cada salto que daba parecía brillar más. Eric la cogió entre sus manitas: "Mis... Te... Rio. ¡Misterio!" Tras haber conseguido leer una palabra tan difícil, la soltó y siguió hacia adelante, saltando entre las palabras, llenando el silencio con sus risas. A pesar de que su cometido era quedarse quietas para señalizar el camino a los posibles viajeros, todas las palabras siguieron a aquel niño tan alegre, excepto una. Misterio se quedó atrás, viendo cómo Eric y sus compañeras se alejaban. Seguramente, si Eric se hubiera fijado mejor en los puntos de las íes, habría visto como dos ojos marrones lo miraban, derramando lágrimas desesperadas. Hecho por CCL, 4º de secundaria B.