Untitled - Ante la violencia Actúa

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WILLIAM SHAKESPEARE
Otelo: el moro de Venecia1
LETRAS CONTRA LA VIOLENCIA
EDUCACIÓN PARA CONVIVIR
COORDINADORA DE LA COLECCIÓN:
SILVIA GARZA
Versión libre adaptada y anotada por Beatriz Ángeles Ricaño y Roberto
Domínguez Cáceres.
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PERSONAJES DE LA OBRA
EL DUX DE VENECIA.
BRABANCIO, senador.
OTROS SENADORES.
GRACIANO, hermano de Brabancio.
LUDOVICO, pariente de Brabancio.
OTELO, noble moro, al servicio de la República de Venecia.
CASSIO, teniente suyo.
YAGO, su alférez.
RODRIGO, hidalgo veneciano.
MONTANO, predecesor de Otelo en el gobierno de Chipre.
BUFÓN, criado de Otelo.
DESDÉMONA, hija de Brabancio y esposa de Otelo.
EMILIA, esposa de Yago.
BLANCA, querida de Cassio.
UN MARINERO, ALGUACILES, CABALLEROS,
MENSAJEROS, MÚSICOS, HERALDOS y ACOMPAÑAMIENTO.
ESCENA: En el primer acto, en Venecia; durante el resto
de la obra, en un puerto de mar de la isla de Chipre.
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Acto primero
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Escena primera
Venecia. Una calle.
Entran Rodrigo y Yago.
RODRIGO: ¡Basta! ¡No me hables más! Me duele
en el alma que tú, Yago, que has aprovechado mi
dinero como si fuera tuyo, supieras del asunto…
YAGO: ¡Por la Sangre de Cristo! ¡Escúchame! ¡Si
me hubiera imaginado algo así podrías reclamarme!
RODRIGO: ¡Me dijiste que lo odiabas!
YAGO: ¡Claro que lo odio! Tres nobles de la ciudad
han venido personalmente a pedirle, humildemente,
que me nombrara su teniente; y con toda honestidad
sé lo que valgo, y creo que no merezco menos. Pero él,
ciego de orgullo y terco en sus decisiones, les contesta
con evasivas enredadas de metáforas militares y rechaza
a quienes abogan por mí; les dice: “Ya he elegido a mi
teniente”. ¿Y quién es este teniente? Un gran aritmético, según yo, un tal Miguel Cassio, un florentino,2
un joven que se perdería por cualquier mujer bonita,
Las menciones a las nacionalidades en la obra denotan las percepciones prejuiciadas: un veneciano como Yago detesta a su rival y le llama florentino, luego le
dirán “romano” como una forma de marcar la no pertenencia a un grupo social.
Luego esta actitud se extenderá a los oficios. Los militares como Yago ven con
desprecio todo lo que no sea de su rango, por lo que le llamará “aritmético”,
“tenedor de libros”, “contador”; aun cuando el propio Yago detente un grado
muy menor en la jerarquía militar.
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que nunca ha dirigido escuadrón en un asalto, ni sabe
más de estrategias de batallas que una costurera;3 todo
lo que sabe es teoría de libros, que cualquier abogado4
podría explicar tan bien como él. ¡Su conocimientos
militares son pura charlatanería y nada de práctica! Pero él, mi señor, es el elegido, y yo, que me he probado
en Rodas, en Chipre y otros territorios cristianos o paganos, debo soportar el barco y esperar, todo por culpa
de ese tenedor de libros. Él, en cambio, ese contador,
será su teniente; y yo seré, ¡Dios me bendiga el título!,
el alférez5 de su moruna6 señoría.
RODRIGO: ¡Dios, yo antes sería su verdugo!
YAGO: En fin, ¡qué remedio! Así es este servicio, hoy un ascenso se obtiene por recomendación
o afecto, no como antes que el segundo heredaba la
plaza del primero. Ahora, señor, dime tú, si es justo
que deba querer al moro.
RODRIGO: En ese caso, yo no obedecería sus órdenes.7
YAGO: ¡Oh! No te preocupes, señor. Si le sirvo, es para vengarme. No todos podemos ser amos,
Las labores femeninas siempre son menospreciadas, en el contexto viril de la
guerra, en comparación con la labor supuestamente más importante de ser un
soldado. Es una apreciación constante en la obra.
4
Las labores militares se suponen más importantes que cualquier otra en apariencia menos práctica.
5
Es el grado inferior entre de los oficiales militares en algunos ejércitos.
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Término coloquial que en ocasiones tiene connotaciones peyorativas para
designar sin mucha claridad entre religión, etnia o cultura a los originarios del
oeste de África o el Magreb, la actual Mauritania, Marruecos, Argelia, Túnez
y Libia. También es una forma genérica de llamar a un musulmán independientemente de su origen. Por extensión, se derivan adjetivos que denotan la
procedencia o el color de piel, o la condición de alguien semejante: moreno,
moro, morisco, mora, morado.
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A lo largo de la obra se verán muchos casos como éste, en los que existe un
conflicto entre la opinión y el deber, entre el pensar y el hacer.
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ni todos los amos pueden tener fieles sirvientes. No
seré como uno de esos obedientes bribones sumisos
felices de ser esclavos, trabajan como burros, nada
más por el forraje y se alegran cuando los echan por
viejos. ¡Que azoten a esos honrados lacayos! O como
otros que aparentan obediencia y respeto pero todo
lo hacen para su provecho, pues no son fieles a sus
señores, sólo los utilizan para hacer sus negocios, y
ya que les han sacado todo el provecho, los dejan.
Estos sirvientes tienen cierta inteligencia y confieso
que yo soy de ésos. Porque, señor, te aseguro, si no
soy yo el moro, no quisiera ser Yago. Al servirlo, soy
yo quien me sirvo.8 El cielo es mi testigo; no le tengo
al moro ni respeto ni obediencia; los aparento para
mi provecho. Porque el día que mis actos revelen
mis verdaderas intenciones expondría mi corazón a
la burla de todos y para que lo picoteen las cornejas.9
¡No soy lo que parezco!
RODRIGO: ¡Qué buena suerte tendrá ése de los
labios gruesos10 si consigue sus propósitos!
YAGO: Llamemos al padre. Despertemos a Brabancio para que se ensañe con el moro, vamos a
acabarle la dicha, gritemos su nombre por las calles,
molestemos a los parientes de la novia, que se le apeste la casa. Echémosle a perder su alegría.
RODRIGO: Aquí es la casa de Brabancio. Lo llamaré a gritos.
Esta expresión resume que el sirviente usa su posición sólo para sacar provecho.
Ave de mal agüero en la tradición literaria; se alude al castigo de la injuria
pública.
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Todas las referencias a los rasgos físicos del personaje, su color de piel, la
forma de sus labios, su corpulencia denotan una actitud de rechazo a lo diferente
de quienes así se expresan.
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YAGO: Grita como si anunciaras la muerte, como
si hubiera un incendio en la ciudad.
RODRIGO: ¡Eh! ¡Hey! ¡Brabancio! ¡Señor Brabancio! ¡Eh!
YAGO: ¡Despierte! ¡Eh! ¡Hola! ¡Brabancio! ¡Que
hay ladrones! ¡Ladrones! ¡Cuide su casa, busque a su
hija y guarde sus tesoros! ¡Hay ladrones! ¡Ladrones!
Entra Brabancio, arriba, asomándose a una ventana.
BRABANCIO: ¿Qué hay con esos gritos terribles?
¿Qué sucede?
RODRIGO: Signior,11 ¿está toda su familia en casa?
YAGO: ¿Están cerradas sus puertas?
BRABANCIO: ¿Por qué? ¿Para qué me lo preguntas?
YAGO: ¡Juro por Dios, señor, que lo han robado!
Por pudor, cúbrase. Le partieron el corazón, le robaron la mitad del alma. Ahora mismo, en este instante, mientras le hablo, un lanudo cabro negro está
montando a su oveja blanca.12 ¡Levántese, levántese!
¡Repique la campana para que todos los que roncan,
despierten; que a usted el diablo lo va a hacer abuelo!
¡Levántese, le digo!
BRABANCIO: ¡Cómo! ¿Se han vuelto locos?
RODRIGO: Respetable señor, ¿reconoce mi voz?
BRABANCIO: No. ¿Quién eres?
RODRIGO: Soy Rodrigo.
BRABANCIO: Aquí no eres bienvenido. Ya te advertí que no rondaras más esta casa. Te he dicho
con franqueza que mi hija no será para ti; y ahora,
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Variante de signor, palabra italiana que se antepone al nombre en señal de
respeto, equivalente a “señor”.
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Se imagina un acto sexual violento y forzado. La mujer es vista como un
animal sacrificial y el hombre como el macho cabrío, abusador y lascivo.
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¡vienes enloquecido, atiborrado de comida y borracho! ¿Cómo te atreves a despertarme?
RODRIGO: Señor, señor, señor…
BRABANCIO: Te aseguro que tengo el poder y el
puesto para hacer que te arrepientas de esto.
RODRIGO: Calma, buen señor.
BRABANCIO: ¿Qué gritan sobre un robo? Si estamos en la ciudad de Venecia. No vivo en una granja
en medio del campo.
RODRIGO: Respetabilísimo Brabancio, venimos
con buenas intenciones.
YAGO: ¡Se lo juro por Dios, señor! Usted es un
hombre que no escucharía al Diablo porque sólo le
sirve a Dios. Venimos a hacerle un favor y nos trata
como bandidos; dejará que a su hija se la monte un
caballo berberisco,13 para que le relinchen sus nietos,
pues en vez de parientes tendrá yeguas y corceles
como herederos.
BRABANCIO: ¿Quién eres tú, infame pagano?
YAGO: Soy uno que viene a decirle que su hija y
el moro a esta hora están haciendo la bestia de dos
espaldas.14
BRABANCIO: ¡Eres un desgraciado!
YAGO: Y usted… un senador.
BRABANCIO: Tú me responderás por esto, Rodrigo.
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El moro se describe como una bestia que animalizará la descendencia. Esta
actitud es xenofóbica y además racista al extremo de descalificar las relaciones
entre personas de distintas características.
14
Antigua metáfora para referir el acto sexual. Se le atribuye a François Rabelais
en Gargantúa y Pantagruel, obra de 1532. Es una figura ampliamente usada en
la literatura erótica de larga tradición en Italia, Francia e Inglaterra.
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RODRIGO: Señor, responderé a todo lo que quiera. Pero, por favor, dígame si su bella hija, a altas
horas de la noche, sin más compañía que un vil gondolero, ha ido, con su consentimiento, a arrojarse a
los toscos brazos de un moro lascivo; dígame si usted
lo sabía y si le dio su permiso; si así es, pues entonces
lo hemos insultado y hemos sido insolentes, pero si
no estaba informado de esto, nos ha regañado usted
sin razón. Mi buena cuna no me permitiría ni jugar ni
bromear con un asunto como éste con usted, créame.
Pero su hija, lo repito, si no le dio usted permiso,
ha cometido una gran falta, sacrificando su deber,
su belleza, su ingenio y su fortuna15 a un extranjero,
vagabundo y nómada, sin patria y sin hogar.16 Compruébelo usted. Si está en su habitación o dentro de
casa, entrégueme a la justicia por haberlo engañado.
BRABANCIO: ¡Rápido! ¡Enciendan las velas! ¡Despierten a toda la casa! Esto parece una pesadilla. El
temor de que sea cierto me agobia. ¡Luz, traigan luz!
(Desaparece de la ventana.)
YAGO: Adiós, debo irme. No me conviene que
me lleven ante la justicia a declarar contra el moro.
Pues aunque esto le ocasione un problema, el Estado no se atreverá a quedarse sin sus servicios. Hay
muchas razones por las que la República le confía al
moro sus guerras de Chipre; ni por todo el oro de
sus arcas encontrarían a otro igual para dirigir sus
batallas. Por eso, aunque lo odie más que al infierno,
15
Esta serie de sustantivos muestra los aspectos que se consideran valiosos en
una mujer casadera.
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Esta serie de adjetivos denota la xenofobia del personaje que rechaza todo
lo que es diferente.
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no me queda más que fingir que lo estimo, aunque
no lo quiera. Si quieren encontrarlo, vayan hacia el
Sagitario, que allí estaré con él. Adiós. (Sale.)
Entran, arriba, Brabancio y criados con antorchas.
BRABANCIO: ¡Esto es una desgracia! Ella huyó, y
lo que me quede de vida, será muy amarga. ¡Dime,
Rodrigo! ¿Dónde la viste? ¡Oh, hija miserable! ¿Con
el moro, dices? ¿Quién quisiera ser padre en estos
momentos? ¿Cómo supiste que era ella? ¡Ah, nunca
imaginé que me pudiera engañar así! ¿Qué te dijo?
¡Traigan más luces! ¡Despierten a todos mis parientes! ¿Crees que se casaron?
RODRIGO: Sí, lo creo.
BRABANCIO: ¡Oh, Dios Santo! ¿Cómo pudo salir?
¡Oh, es la traición de mi propia sangre!17 Padres, no
confíen en las almas de sus hijas nada más porque las
vean hacer el bien. ¿No existen hechizos para abusar
de una joven inocente?18 ¿No sabes de estas cosas,
Rodrigo?
RODRIGO: Sí, claro, señor.
BRABANCIO: ¡Despierten a mi hermano Graciano! ¡Oh, por qué no fue una de tus hijas!19 ¡Vayan,
sepárense! ¿Sabes dónde podríamos encontrarlos?
Brabancio considera al moro como el culpable de la conducta de su hija, a
quien asume hechizada por alguna droga o encanto. No le concede voluntad a
la hija, lo cual es otro signo de menosprecio hacia una mujer. El rechazo mayor
es al matrimonio interracial que desde entonces ha sido un prejuicio.
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La imagen de la seducción forzada por sustancias o fórmulas es un recurso
para exagerar la diferencia de gustos que se le supone a una joven como Desdémona y alguien tan distinto a ella como Otelo. El padre nunca pensará que
su hija pudo, por propia voluntad, acceder a los amores con Otelo.
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Además de desear el daño en casa ajena, el padre se queja porque perdió la
oportunidad de un matrimonio conveniente económicamente para su fortuna
y ha quedado sin honra. La hija vale porque supone la honra de la casa, no por
sí misma, en este sistema de apreciaciones que se representa.
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RODRIGO: Creo que sé dónde encontrar al moro;
si gusta, traiga una buena guardia y vengan conmigo.
BRABANCIO: Por favor, llévanos. Si es necesario,
mandaré levantar a todo el mundo. ¡Traigan armas,
ya! Y llamen a los oficiales del servicio de noche.
Vamos, Rodrigo. Yo recompensaré tus molestias.
(Salen.)
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Escena segunda
El mismo lugar. Otra calle.
Entran Otelo, Yago y un séquito con antorchas.
YAGO: Aunque he matado hombres en la guerra,
me pesa en la conciencia asesinar con premeditación.
A veces creo que me falta maldad, que me sería útil.
Nueve o diez veces pensé asestarle aquí mismo, con
mi puñal, una herida debajo de las costillas.
OTELO: Más vale que las cosas sean como las
cuentas.
YAGO: Es cierto, gritaba mucho, con tantos insultos y maldiciones en su contra; y con lo impulsivo
que soy, me costó mucho trabajo contenerme. Pero se
lo ruego, señor, dígame, ¿en verdad se ha casado? Le
aseguro que el senador Brabancio es muy querido y
tiene una voz muy poderosa, dos veces más influyente
que la del dux.20 Lo obligará a divorciarse, poniendo
tantas trabas y obstáculos, con todo el poder que tiene
para torcer la ley, que al final le darán la razón.
OTELO: Que haga lo que quiera. Mis servicios
a Venecia callarán sus quejas. Todavía nadie sabe,
porque soy modesto y no lo digo, que provengo de
hombres de regia estirpe, y mis méritos hablan por
Magistrado supremo y puesto más alto de la jerarquía del gobierno de Venecia. Del veneciano doxe, luego dux, en latín, líder.
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sí mismos, así como la gran fortuna que he logrado.
Para que lo sepas, Yago, si no fuera por el amor que
siento por mi querida Desdémona, no limitaría mi
espíritu viajero ni por todo el oro del mundo. Pero,
¡mira! ¿Qué son esas luces?
Entran Cassio, a distancia, y ciertos oficiales con antorchas.
YAGO: Deben ser del padre, que viene enfurecido, y de su gente. Debería ocultarse, señor.
OTELO: No; que me encuentre aquí. Mi dignidad, mi rango y mi conciencia me mostrarán tal como
soy.21 ¿Son ellos?
YAGO: ¡Por Jano!22 Creo que no son ellos.
OTELO: ¡Son los hombres del dux y mi teniente!
¡Buenas noches, amigos! ¿Qué noticias traen?
CASSIO: El dux le envía sus saludos, mi general,
y requiere de su presencia en este mismo instante.
OTELO: ¿De qué se trata?
CASSIO: Por lo que he podido adivinar, es algo sobre Chipre. Es un asunto urgente. Esta misma noche
las galeras23 han enviado una docena de mensajeros,
uno tras otro; y un buen número de cónsules están
ya levantados y reunidos con el dux. Lo llamaron a
usted con urgencia y como no lo hallaron en casa, el
Senado lo anda buscando por todas partes.
Otelo se refiere a los rasgos que según él son los más visibles para los demás:
méritos, servicios y la dignidad del deber bien cumplido. Se presenta como la
contraparte de la imagen que tienen los demás de él, un extranjero que abusó
de la inocencia de una hija de una familia noble.
22
Una divinidad romana de la dualidad, del pasado y el porvenir. Esta mención
remarca el carácter doble de Yago.
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Navíos de guerra, de pequeño calado, muy veloces.
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OTELO: Qué bien que sea usted quien me haya
encontrado. Avisaré aquí en casa e iré con ustedes (Sale).
CASSIO: ¿Qué hace aquí, alférez?
YAGO: El cazador ya tiene su presa, y si se la
declaran legal, será muy afortunado.
CASSIO: No entiendo.
YAGO: Se ha casado.
CASSIO: ¿Con quién?
Vuelve a entrar Otelo.
YAGO: Se lo juro, se ha casado con… Vamos,
capitán, ¿quiere venir?
OTELO: Voy contigo.
CASSIO: Aquí hay otro grupo que viene a buscarlo.
YAGO: Es Brabancio. General, tenga cuidado.
Viene con malas intenciones.
Entran Brabancio, Rodrigo y oficiales con antorchas
y armas.
OTELO: ¡Hola, deténganse!
RODRIGO: Signior, es el moro.
BRABANCIO: ¡Todos, a él! ¡Al ladrón! (Desenvainan por ambas partes.)
YAGO: ¡A ti, Rodrigo! ¡Vamos, señor, soy de los
tuyos!
OTELO: Guarden su brillantes espadas, que las
empañará el rocío. Buen signior, respetaré mejor sus
años que sus armas.
BRABANCIO: ¡Ah, tú, ladrón odioso! ¿Dónde escondiste a mi hija? Maldito, debiste hechizarla, estoy
seguro de que está engañada por tus trucos; si no,
¿cómo se explica que una joven virgen, bella y feliz,
que ha rechazado a los mejores partidos de la ciudad,
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se haya expuesto al escándalo, escapando de la casa
de su padre para quedarse con alguien tan renegrido
como tú? Está claro que la hechizaste, que la drogaste
aprovechándote de su inocencia. Mandaré investigar
el caso. Te detengo y te acuso aquí mismo, de corruptor de jóvenes y de practicar brujería.24 Atrápenlo, si
se resiste, sométanlo y que se atenga.
OTELO: ¡Deténganse, ustedes, los que están de mi
parte, y ustedes también, los que están de parte de Brabancio, que si quisiera pelear, ya lo habría hecho. ¿A
dónde quiere que vaya para responder a sus acusaciones?
BRABANCIO: A la cárcel, hasta que la ley te llame
a responder.
OTELO: Y si los acompaño, dígame, ¿cómo
podría entonces obedecer las órdenes del dux, cuyos
mensajeros están aquí, a mi lado, para llevarme ante
él, por un urgente asunto de Estado?
OFICIAL: Es cierto, muy digno signior. El dux está
en Consejo y estoy seguro de que también lo estará
buscando a usted.
BRABANCIO: ¡Cómo! ¡El dux llamó a Consejo! ¿Y
a estas horas de la noche? Llévenselo, que mi causa no
es menor. El dux mismo o cualquiera de mis hermanos senadores sentirían mi ultraje como si fuera propio.
Porque si estos delitos pudieran quedar sin castigo, estaríamos gobernados por esclavos y paganos.25 (Salen.)
Es una expresión más de la xenofobia el relacionar lo que no se comprende
con lo mágico, lo diabólico. Esta imagen suele atribuirse a todos los extranjeros
o extraños en sociedades conservadoras.
25
Esta afirmación denota la actitud de prepotencia de Brabancio, que considera
su agravio más urgente e importante que un asunto de Estado; además deja ver
que para él los únicos dignos de gobernar son los miembros de su clase social,
creencia y condición. Los paganos son los que no creen en su misma fe.
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Escena tercera
El mismo lugar. Cámara del Consejo.
El Dux y los Senadores sentados a una mesa; oficiales
en funciones de servicio.
DUX: No podemos dar crédito a estas noticias.
SENADOR PRIMERO: Son muy diferentes, en verdad.
Mis cartas dicen ciento siete galeras.
DUX: Y las mías dicen ciento cuarenta.
SENADOR SEGUNDO: Y las mías, doscientas. Cuando
los informes se hacen al tanteo siempre hay diferencias
en las cifras, pero todas confirman que una flota turca
viene navegando hacia Chipre.
DUX: Bien visto es muy probable. No me fío de
los datos de las reportes, pero sí creo cierta la amenaza.
UN MARINERO (dentro): ¡Hola, eh! ¡Hola, eh!
Entra el marinero.
OFICIAL: Un mensajero de las galeras.
DUX: ¡Habla! ¿Qué ocurre?
MARINERO: La armada turca se dirige a Rodas. El
signior Ángelo me envía a avisarles.
DUX: ¿Qué me dicen de este cambio?
SENADOR PRIMERO: No puede ser, no es lógico. Es
un simulacro. Sabemos que Chipre es más importante
para los turcos que Rodas, además pueden tomarla con
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más facilidad. Chipre no tiene las defensas que posee
Rodas. Bien visto, no es creíble que abandone un proyecto tan importante y tan fácil de conseguir. No se
arriesgaría sólo para despistarnos.
DUX: Cierto, con toda seguridad, que no piensan
en Rodas.
OFICIAL: Aquí llegan más noticias.
Entra un mensajero.
MENSAJERO: Los otomanos, gran dux, navegan hacia Rodas, acompañados de una flota posterior.
SENADOR PRIMERO: Sí, es lo que yo pensaba. ¿Qué
tan grande es la flota?
MENSAJERO: De treinta velas, y están virando hacia
Chipre. El signior Montano, su fiel y valeroso servidor,
le suplica que le crean.
DUX: Entonces van contra Chipre. ¿No está en
esa ciudad Marcos Luccicos?
SENADOR PRIMERO: Está ahora en Florencia.
DUX: Escríbanle para que vuelva de inmediato.
SENADOR PRIMERO: Aquí vienen Brabancio y el
valiente moro, Otelo.
Entran Brabancio, Otelo, Yago, Rodrigo y oficiales.
DUX: Valeroso Otelo, debemos mandarlo inmediatamente contra el otomano, nuestro común enemigo.
(A Brabancio.) No lo había visto, bienvenido sea, noble
signior; necesitamos de su consejo y apoyo esta noche.
BRABANCIO: Y yo de los suyos. Perdóneme, Su
Gracia. No son mis funciones, ni el interés público,
ni todo lo que he oído de los asuntos de Estado lo
que me trae aquí. Vengo por un dolor personal tan
intenso que se traga todas mis demás penas.
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DUX: Pues, ¿qué le ocurre?
BRABANCIO: ¡Mi hija! ¡Oh, mi hija!
DUX Y SENADORES: ¿Está muerta?
BRABANCIO: ¡Sí, para mí, pues ha sido seducida,
me la han robado y la han pervertido con sortilegios
y hechizos, pues ella que no es imbécil, ni ciega ni
loca, sólo puede engañarse tan descabelladamente
por la brujería!
DUX: Quien sea el que ha privado así a su hija
de su razón y a usted de ella sufrirá la aplicación que
dicte el libro de la ley, que usted mismo interpretará
como le convenga; así lo será, aunque el culpable
fuera un hijo nuestro.
BRABANCIO: Lo agradezco humildemente a Su
Gracia. He aquí a ese hombre, este moro, a quien
usted ha mandado llamar por asuntos de Estado.
DUX Y SENADORES: Lo sentimos profundamente.
DUX: (A Otelo.) ¿Qué puede responder a esto en
su defensa?
BRABANCIO: Nada, sino que así es.
OTELO: Respetables señores, nobles y amados
dueños; es cierto que me he casado con la hija de este
anciano, ése es mi crimen. Mis palabras son rudas
y sé poco del lenguaje de la paz,26 pues desde que
tenía siete años, exceptuando los últimos meses, he
vivido en campamentos de guerra. Y fuera de armas
y combates, casi no puedo hablar de nada más. Así
que no podré defenderme mucho. Pero, con su permiso, les relataré brevemente la historia de mi amor.
Otelo, como muchos de sus militares, no tiene la posibilidad de expresarse
en términos de armonía o conciliación, siempre aducen al poder, el mando o
la fuerza.
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Les contaré qué drogas o encantos, qué conjuros o
poderes mágicos he empleado para seducir a la hija
de este noble señor.
BRABANCIO: Una virgen tan apacible y tímida,
que al menor movimiento se sonrojaba y, en contra
de su naturaleza, de sus años, de su país, de su reputación, de todo, ¡se enamoró de quien le deba miedo
hasta mirar! No es lógico que haya ido contra todas
las reglas de la naturaleza;27 este hecho sólo se explica
por las prácticas infernales. Les aseguro que el moro
la envenenó con una poderosa poción.
DUX: Afirmar algo no basta. Necesita testimonios mucho más precisos y más claros, no sólo probabilidades ni apariencias.
SENADOR PRIMERO: Pero hable, Otelo. ¿Ha conquistado a esta joven doncella por medios impropios
o con engaños? ¿O se la ganó por las súplicas y bellas
razones con las que un corazón le habla a otro?
OTELO: Se los suplico, vayan por ella al Sagitario
y que hable de mí delante de su padre. Si me encuentran culpable, no sólo me quiten la confianza o mi
cargo, quítenme también la vida.
DUX: Traigan acá a Desdémona.
OTELO: Alférez, guíelos; usted conoce mejor el
sitio. (Salen Yago y acompañamiento.) Y mientras, les
contaré con franqueza cómo conquisté el amor de
ella y ella el mío.
DUX: Cuéntenos, Otelo.
27
Un rasgo del racismo es considerar las ideas y decisiones como parte de la
naturaleza, cuando en realidad son opiniones que pueden cambiarse. El padre
no concibe la razón de su hija para estar con alguien que él no aprueba, se
confrontan dos imágenes, ambas falsas, la positiva de la hija y la negativa del
moro. Su apreciación se basa en prejuicios y no en la realidad de los hechos.
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OTELO: Su padre me tenía aprecio y me invitaba
a menudo a su casa; siempre me preguntaba sobre
mi historia, quería oírla año por año; quería saber
de las batallas, los asedios y mis aventuras. Yo le contaba de mi infancia, de mis jornadas desastrosas, de
accidentes en mar y tierra; de cómo me libré apenas
de morir cuando el enemigo me atrapó y luego me
vendió como esclavo; de cómo me escapé; de mis
viajes por enormes desiertos, profundas cavernas o
altísimas montañas; todo eso le describía. Le hablaba
de caníbales, de antropófagos, de los hombres que
llevan su cabeza debajo del hombro. Desdémona parecía muy interesada por estas historias, y cuando los
quehaceres de la casa la interrumpían, los terminaba
pronto y volvía para escucharme con atención. Como
yo lo había notado, un día le hice que me pidiera el
relato completo de mis viajes, del que ya había oído
algunos fragmentos. Mi relato le arrancó lágrimas,
por cuánto había sufrido en mi juventud. Al acabar
mi historia, le pareció extraña y triste; y deseaba que
el cielo le mandara un hombre así. Me dio las gracias
y me dijo que si tenía un amigo que la amase y le
contara una historia así, se casaría con él. Animado
con esta insinuación, me le declaré. Ella se enamoró
de mí por los peligros que había corrido y yo la amé
por la piedad que mostró al escucharlos.28 Ésta es la
única brujería que he empleado. Aquí llega ella, que
corrobore lo que digo.
28
Debe notarse que ambos ven una imagen del otro, no la realidad. Ésta es
una clave para entender que su relación está basada en apreciaciones más que
en hechos reales o constatables. Positivas o negativas, estas apreciaciones son
construcciones o sobreentendidos que tendrán consecuencias.
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Entran Desdémona, Yago y acompañamiento.
DUX: Creo que una historia así hubiera convencido también a mi hija. Mi buen Brabancio, tome este
asunto por su mejor lado. Es preferible pelear con las
armas rotas que con las manos desnudas.
BRABANCIO: Escúchela, se lo ruego. ¡Si ella confiesa que estuvo de acuerdo y que hizo su parte, entonces nada tengo que reprocharle a este hombre!
Ven acá, linda señorita. ¿Ves entre todo este noble
grupo a quien debes toda obediencia?
DESDÉMONA: Padre querido, tengo ese deber
dividido. Le debo mi vida y mi educación que me
enseño a respetarlo. Usted es el dueño de mi obediencia, ya que hasta aquí he sido su hija. Pero aquí
también veo a mi esposo; y con la misma obediencia
que le mostró mi madre a usted, prefiriéndolo a su
padre, le digo que yo debo ya toda mi obediencia al
moro, mi marido.
BRABANCIO: ¡Que Dios te acompañe! He terminado. Si le parece a Su Gracia, ocupémonos de los
asuntos del Estado, más me hubiera valido adoptar
un hijo que engendrar esto. Ven acá, moro. Te otorgo
aquí con todo mi corazón lo que te negaría con todo
mi corazón, si no lo tuvieras ya. Gracias a ti, mi alhaja, me alegro con toda mi alma por no haber tenido
más hijos; pues luego de tu huida, sería un tirano con
ellos. He acabado, señor.
DUX: Déjeme darles un consejo a estos enamorados para que recobren su bendición. Cuando ya no
hay remedio y llega lo peor, se acaban los pesares al
irse las esperanzas. Llorar una desgracia consumada e
28
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ida es el medio más seguro de atraerse otra desgracia
nueva. Cuando no puede recuperarse lo que el Sino
se ha llevado, la resignación cura la herida. El hombre robado que sonríe le roba alguna cosa al ladrón;
pero quien se consume en un dolor sin sentido se
roba a sí mismo.
BRABANCIO: Pues que el turco nos arrebate Chipre, entonces; si no perderemos nada si reímos. Qué
fácil sigue el consejo a quien sólo le queda el consuelo;
pero lleva su dolor y la máxima el que para pagar su pena tiene que pedir prestado. Estas máximas agridulces
son equívocas. Las palabras no son más que palabras y
todavía no he escuchado que se pueda penetrar en un
corazón roto a través del oído. Se lo ruego humildemente, ocupémonos de los asuntos del Estado.
DUX: El turco navega rumbo a Chipre bien preparado. Otelo, usted conoce bien lo que resiste esa
plaza, y aunque tengamos allí un capitán experimentado, se la confiamos a usted. Así, debe cambiar su
nueva dicha por esta expedición.
OTELO: La obligación, senadores, trasforma mi
cama en piedra y en acero mi suave almohada. El
peligro y la aventura, lo confieso, me atraen. Me encargaré de la guerra contra los otomanos. Pero les
ruego que hagan que mi esposa reciba un lugar y un
sueldo para vivir como corresponde a su condición
y noble cuna.
DUX: Puede alojarse en casa de su padre, si accede.
BRABANCIO: No lo consiento.
OTELO: Ni yo.
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DESDÉMONA: Ni yo tampoco. Me niego a vivir
allí; quiero evitarle enojos a mi padre. Muy noble
dux, le ruego considere mi petición y que su consentimiento me proteja.
DUX: ¿Qué deseas, Desdémona?
DESDÉMONA: Amo al moro y quiero vivir con él,
así lo dicen mis ansias y mi fortuna. Mi corazón pertenece a mi esposo. He visto al verdadero Otelo en
su alma y le he encomendado mi vida y mi destino a
su honor y cualidades. Por eso, señores, no me dejen
aquí como un capullo que espera, mientras él se va
a la guerra. No quiero aguardar su retorno, quiero
marcharme con él.
OTELO: Que sea su voluntad, señores. Los cielos
son mis testigos de que no lo pido para satisfacer
apetitos o ardores juveniles, que en mí ya murieron,
ni para mi satisfacción propia. Y si caigo en ellos, ¡que
las amas de la casa hagan una cazuela de mi yelmo y
que la adversidad impida mis deseos! No crean que
olvidaré mis obligaciones porque ella esté conmigo.
DUX: Se queda o parte, dígalo pronto; el asunto
reclama urgencia y debe responderle ya.
SENADOR PRIMERO: Es preciso que zarpe esta
noche.
DESDÉMONA: ¿Esta noche, señor?
DUX: Esta noche.
OTELO: Con todo mi corazón.
DUX: Nosotros volveremos a reunirnos acá a
las nueve de la mañana. Otelo, deja aquí algunos
oficiales y ellos te llevarán todas las ordenanzas y
mandos allá.
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OTELO: Si Su Gracia quiere, dejaré a mi alférez;
es un hombre honrado y fiel. Lo dejo para que acompañe a mi esposa y me lleve todo lo necesario.
DUX: Así será. Buenas noches a todos. (A Brabancio.) Noble señor, si es verdad que a la virtud no
le falta el encanto de la belleza, su yerno es más bello
que negro.
SENADOR PRIMERO: ¡Adiós, valiente moro! Trata
bien a Desdémona.
BRABANCIO: Vigílala, moro, si tienes ojos para
ver. Ha engañado a su padre y puede engañarte a ti.29
(Salen el Dux, Senadores, Oficiales, etcétera.)
OTELO: ¡Te dejo mi vida en prenda! Honrado
Yago, debo confiarte a mi Desdémona. ¡Por favor,
pon a tu mujer a su servicio, y llévalas cuando sea
oportuno! Ven, Desdémona. Sólo tengo una hora
para pasarla contigo, que hay muchos asuntos y disposiciones que resolver. (Salen Otelo y Desdémona.)
RODRIGO: ¡Yago!
YAGO: ¿Qué dices, noble amigo?
RODRIGO: ¿Qué piensas que debo hacer?
YAGO: ¡Irte a la cama y dormir!
RODRIGO: Quiero tirarme al agua y ahogarme
inmediatamente.
YAGO: Está bien; si lo haces, no te querré más.
¡Mira que eres estúpido!
RODRIGO: Estúpido es vivir cuando la vida es un
tormento y cuando además, tenemos la receta y la
muerte es nuestro médico.
29
Brabancio advierte que un comportamiento predice otro. Este proceder es
prejuicioso, el padre ya no ve a su hija sino un estereotipo de traición. Esta visión
masculina sobre la honra femenina crecerá a lo largo de la obra.
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YAGO: ¡Qué cobardía! He vivido por veintiocho
años, y desde que pude distinguir entre lo bueno y
lo malo nunca conocí a alguien que supiera quererse.
Antes de ahogarme por el amor de una cualquiera,
me cambiaría por un mono babuino.30
RODRIGO: ¿Qué me queda por hacer? Es una
vergüenza para mí estar tan enamorado y no tener
la virtud para remediarlo.
YAGO: ¿Tu virtud? ¡A mí qué me importa! De
cada quien depende ser de una manera o de otra.
Nuestros cuerpos son jardines y nuestras voluntades
jardineros. Si queremos plantar ortigas o sembrar
lechugas, criar hisopo y escardar tomillo,31 no trabajarlo para hacerlo estéril o fértil a fuerza de trabajos,
todo depende de la voluntad. Si la balanza de nuestras
existencias no tuviese un platillo de razón o calma
y otro de sensualidad, sangre o instintos, las consecuencias serían terribles. La razón templa nuestras
furias, los aguijones carnales, nuestros apetitos sin
freno; por eso deduzco que lo que llamas amor es un
brote o un retoño nomás.
RODRIGO: Puede ser.
YAGO: Es solo incontinencia de la sangre y tolerancia de la voluntad. ¡Vamos, compórtate como
un hombre! ¡Ahogarte! ¡Que se ahoguen los gatos
y los cachorros ciegos! Soy tu amigo sincero. Jamás
30
Los animales referidos en la obra resaltan los rasgos de los personajes, en este
caso se considera al babuino un animal poco inteligente, torpe y promiscuo, y
Yago pretende ser todo lo contrario.
31
El hisopo es una planta de tallo espigado, aromática. El tomillo es una especia
común de la cocina mediterránea. Esta frase se relaciona con cultivar lo simple
y útil, el trabajo paciente y las labores de la tierra. Si las emociones son como
hierbas, el amor es sólo un retoño más.
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te serviré mejor que ahora. Echa dinero en tu bolsa,
síguenos a la guerra, ponte una barba postiza. Echa
dinero en tu bolsa, digo. Desdémona no estará enamorada del moro mucho tiempo, ni él de ella. Tuvo
hoy un mal principio, pronto verás una separación
violenta. Echa dinero en tu bolsa. Estos moros son
inconstantes en sus pasiones, llena tu bolsa de dinero;
el manjar que ahora le sabe tan sabroso, pronto le
sabrá amargo como la hiel. Ella, por su juventud, es
voluble. Cuando se harte de él, descubrirá los errores
de su elección. Tiene que cambiar, tiene que hacerlo.
Por eso, echa dinero en tu bolsa. Si te empeñas en
matarte, elige un medio más delicado que ahogarte.
Junta todo el dinero que puedas a tu bolsa. Si la santurronería y un voto frágil entre un moro errante y
una astuta veneciana no son tan difíciles de vencer
para mi inteligencia y de toda la tribu del infierno,
ella será tuya. Junta dinero. ¡Así que nada de ahogarse! Eso es una locura. Trata más bien de que te
ahorquen después de que hayas conseguido tu deseo,
antes de ahogarte y quedarte sin ella.
RODRIGO: Si voy, ¿no me defraudarás?
YAGO: Confía en mí. Ve, consigue mucho dinero.
Te lo he dicho y te lo vuelvo a repetir: odio al moro, soy firme en mi causa; la tuya también es sólida;
estamos unidos en la venganza contra él. Si puedes
hacerlo cornudo, te dará placer a ti y diversión a mí.
El tiempo está preñado de muchos acontecimientos
que habrá de parir. ¡Adelante! ¡En marcha! Ve, consigue mucho dinero. Hablaremos de esto mañana más
despacio. Adiós.
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RODRIGO: ¿Dónde nos encontraremos?
YAGO: En mi cuarto.
RODRIGO: Te veré temprano.
YAGO: Márchate. ¿Me oyes, Rodrigo?
RODRIGO: ¿Qué dices?
YAGO: ¡Nada de ahogarse! ¿Entendido?
RODRIGO: Ya cambié de opinión. Venderé todas
mis tierras.
YAGO: Márchate ya. ¡Adiós! Echa mucho dinero
en tu bolsa. (Sale Rodrigo.) Así hago que un imbécil
sea mi bolsa. No sería sabio que gastara mi tiempo
con un idiota semejante, si no fuera por mi provecho
y mi diversión. Odio al moro y se dice por ahí que
se ha escurrido entre mis sábanas. No sé si es cierto;
pero yo, por una simple sospecha, haré como si lo
fuera. Tiene una buena opinión de mí; mejor, así mis
maquinaciones surtirán efecto. Cassio es arrogante…
Veamos un poco… Para conseguir su puesto y vengarme por una doble traición… ¿Cómo? ¿Cómo?…
Veamos… La clave es, después de algún tiempo, engañar a Otelo susurrándole que Cassio es demasiado
amistoso con su mujer. Cassio es guapo y sus maneras
sedosas sirven para levantar sospechas de los maridos
y adular a las mujeres. El moro es de carácter franco
y libre, juzga honradas a las gentes que se lo parezcan
y se dejará jalar por la nariz dócil como los asnos…
¡Ya está! ¡Ya lo concebí! ¡Que el inferno y la noche
traigan al mundo esta monstruosa criatura! (Sale.)
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Acto segundo
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Escena primera
Puerto de mar en Chipre. Una explanada cerca del
muelle.
Entran Montano y dos caballeros.
MONTANO: ¿Qué se alcanza a ver en el mar?
CABALLERO PRIMERO: Nada. Las olas están demasiado altas. No logro ver ni una vela entre el cielo y el
océano.
MONTANO: Me parece que el viento ha soplado
muy fuerte en tierra. Jamás había azotado nuestras murallas un huracán tan fuerte. Ha sido tan fuerte sobre
el mar que no creo que muchas naves hayan atravesado
esas murallas de agua.
CABALLERO SEGUNDO: Puede que la flota turca se
dispersara, las olas son tan fuertes y altas como nunca,
jamás había estado el mar tan enfurecido.
MONTANO: Si los de la flota turca no se guarecieron
en alguna ensenada, debieron ahogarse. Es imposible
que hayan podido resistir.
Entra un tercer caballero.
CABALLERO TERCERO: ¡Noticias, compañeros! ¡Terminó la guerra! ¡Esta tempestad azotó tan fuerte la flota
de los turcos que han desistido! Una nave veneciana
atestiguó el naufragio y su desastre.
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MONTANO: ¿Cómo?, ¿es verdad?
CABALLERO TERCERO: La nave atracó aquí, es veronesa. Miguel Cassio, teniente del noble Otelo, el moro,
acaba de desembarcar. El moro todavía está en el mar,
viene con amplios poderes a Chipre.
MONTANO: Me alegro mucho. Es un digno gobernador.
CABALLERO TERCERO: Pero el mismo Cassio, que
avisó del desastre del turco, se nota triste, espera en
Dios que el moro siga sano y salvo, pues la terrible
tempestad los separó.
MONTANO: El cielo quiera que esté salvo, pues yo he
estado bajo sus órdenes y Otelo sabe mandar como un
soldado perfecto. ¡Hey! Vamos a la orilla del mar, para
ver el navío recién llegado y esperar la llegada de Otelo.
CABALLERO TERCERO: Vamos, puede aparecer en
cualquier momento.
Entra Cassio.
CASSIO: Te doy las gracias, soldado de esta isla
guerrera, por hablar así del moro. ¡Que los cielos lo
protejan del peligroso mar!
MONTANO: ¿Viene bien preparado?
CASSIO: Su barco es sólido y su piloto es experto,
espero que todo salga bien.
VOZ: (Dentro.) ¡Una vela, una vela, una vela!
Entra un cuarto caballero.
CASSIO: ¿Qué griterío es ése?
CABALLERO CUARTO: La ciudad está vacía. Toda la
gente está a la orilla del mar y ahora gritan: “¡Una vela!”.
CASSIO: Algo me dice que es el gobernador. (Se
oyen disparos de cañón.)
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CABALLERO SEGUNDO: Disparan salvas de cortesía.
Al menos los que llegan son amigos nuestros.
CASSIO: Por favor, señor, vaya a ver, y regrese a decirnos quién llegó.
CABALLERO SEGUNDO: Voy para allá. (Sale.)
MONTANO: Dígame, teniente, ¿que se ha casado
su general?
CASSIO: Felizmente. Ha conquistado una joven de
gran belleza y mejor reputación. ¡Vamos! ¿Quién ha
entrado en el puerto?
Vuelve a entrar el caballero segundo.
CABALLERO SEGUNDO: Es un tal Yago, alférez del
general.
CASSIO: Hizo la travesía más rápidamente. Parece
que las tempestades se contuvieron para dejar pasar a
la bella Desdémona.
MONTANO: ¿Quién es ella?
CASSIO: De quien te hablaba, la capitana de nuestro
gran capitán, traída por el audaz Yago, llega una semana
antes de lo previsto. ¡Júpiter, protege a Otelo, empuja
sus velas y tráelo a los brazos de Desdémona, para que
nos ayude en Chipre!
Entran Desdémona, Emilia, Yago, Rodrigo y personas
del acompañamiento.
CASSIO: ¡Oh, mira, es Desdémona! ¡Todos de rodillas ante ella! ¡Que la gracia del cielo la cubra, doncella!
DESDÉMONA: Se lo agradezco, Cassio. ¿Qué noticias tienes de mi señor?
CASSIO: Todavía no ha llegado; sólo sé que está
bien y que llegará dentro de poco.
DESDÉMONA: ¡Oh, temo que algo le pase! ¿Por qué
se separaron?
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CASSIO: La gran tormenta nos separó… Pero, ¡escuche! ¡Avisan de una vela!
VOCES (Dentro): ¡Una vela! ¡Una vela! (Se oyen
de pronto disparos de artillería.)
CABALLERO SEGUNDO: Envían sus saludos a la
ciudadela. Los que llegan también son amigos.
CASSIO: ¡Vaya y averigüe! (Sale el Caballero.) Fiel
alférez, eres bienvenido. (A Emilia, la besa.) Bienvenida, señora. Buen Yago, que no te molesten mis
maneras, pues es mi educación y mi cortesía.32 (Besa
a Emilia.)
YAGO: Señor, si sus labios dieran tanto como hablan, sería rico.
DESDÉMONA: ¡Ay! ¡Pero si casi no habla!
YAGO: Según yo, de sobra. Sobre todo cuando
me entran ganas de dormir. Pero estoy seguro de
que delante de usted se calla y sólo murmura con el
pensamiento.
EMILIA: Tienes pocos motivos para hablar así.
YAGO: Vamos, vamos, las mujeres fuera de casa
son retratos mudos, son alegres en sus balcones,
gatos monteses en sus hogueras, santas cuando injurian, son diablos cuando se sienten ofendidas,
haraganas en los quehaceres pero hacendosas en la
cama.33
DESDÉMONA: ¡Oh, qué vergüenza me da! ¡Falso!
Cassio es florentino; Yago, veneciano. Se anuncia una rivalidad entre ellos.
La educación y las costumbres pueden ser elementos para un conflicto si no se
aclaran las intenciones.
33
La lista de adjetivos acerca de la mujer denota que lo único positivo de todo
lo que hace es ofrecer sexo, según Yago. Esta actitud está presente en otros
momentos de la obra: la mujer deber guardar silencio, obedecer y estar dispuesta
para el hombre.
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YAGO: No, es la verdad. O, ¿acaso soy un turco
mentiroso de los que se levantan para descansar y se
acuestan para trabajar?34
EMILIA: No quisiera que tú escribieras mi esquela.
YAGO: No, no me la pidas.
DESDÉMONA: ¿Y qué escribiría en la mía?
YAGO: ¡Oh, encantadora señora! No me pida
semejantes versos, pues no soy más que un regañón
sin talento.
DESDÉMONA: Ande, pruebe. ¿Ha llegado alguien
al puerto?
YAGO: Sí, señora.
DESDÉMONA: Estoy triste aunque no se note.
Veamos, ¿cómo haría mi elogio?
YAGO: No pienso en ello; pero, la verdad, la inspiración se agarra a mi cabeza como el peine a la
lana; sale arrancando flores y cardos.35 Suerte que
mi musa me inspira a decir esto: Si una mujer es rubia
e ingeniosa, belleza e ingenio son, el uno para usarlo, la
otra para gozarla.
DESDÉMONA: ¡Lindo elogio! ¿Y si es morena e
ingeniosa?
YAGO: Si es morena y además tiene ingenio, hallará
un blanco que se acomodará con su piel.
DESDÉMONA: Esto va de mal en peor.
EMILIA: ¿Y si es hermosa y necia?
YAGO: La que es bella no es necia. La belleza y la
necedad tienen descendencia.
El prejuicio es ahora en contra de los turcos, que son los enemigos económicos
y políticos del régimen veneciano, al que Yago parece defender.
Equivale a decir que sus versos pueden ser elogios o insultos, puede que su
imaginación saque lo bueno o lo malo de la persona a la que dedica los versos.
Yago dirá una serie de generalizaciones sobre las mujeres y aquí se cura en salud.
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DESDÉMONA: Ésas son paradojas antiguas para
hacer reír a los tontos en las tabernas. ¿Y qué miserable elogio tienes para la que es fea y necia?
YAGO: Ninguna hay a la vez tan fea y necia que no
haga las mismas travesuras que las bellas ingeniosas.
DESDÉMONA: ¡Oh, cuánta ignorancia! A la peor
es a la que mejor elogias. Pero, ¿qué verso le dirías
a una mujer realmente virtuosa? ¿A una mujer que,
por mérito propio, se atreviera a desafiar lo que diga
hasta la maldad misma?
YAGO: La que siempre fue bella y nunca orgullosa,
que tuvo elocuente y nunca armó barullo; a la que jamás
le faltó oro, y no fue nunca fastuosa; a la que ha contenido
su deseo, para decir fácil: «ahora puedo»; la que en su cólera, cuando tenía a mano la venganza, calló a su injuria
y despidió a su desagrado, aquella cuya prudencia no fue
débil y no la hizo ir de mal en peor; la que pudo pensar,
y nunca descubrió su alma; aquella a la que seguían los
enamorados y nunca los miró; ésta fue una criatura, si
tales han existido…
DESDÉMONA: ¿Para hacer qué?
YAGO: Para dar de mamar a los tontos y contar cosas
frívolas.36
DESDÉMONA: ¡Oh, qué conclusión tan sosa! No le
hagas caso, Emilia, aunque sea tu marido. ¿Qué dices
tú, Cassio? ¿No es un criticón procaz y libertino?37
Todas las descripciones denotan el nulo valor que tiene la imagen de la mujer
para un hombre como Yago. Se les denomina paradojas, pero son en realidad
generalizaciones sin ninguna base. Yago repite viejas sentencias propias de hombres que comparten estos prejuicios en tabernas y sitios en los que las mujeres
no tienen permitido entrar, ni mucho menos defenderse.
37
Ella demuestra que se valora más a sí misma que Emilia, una mujer mucho menos
educada que no tiene la inteligencia de ver más allá de las opiniones de su esposo,
Yago. Más adelante veremos a Desdémona sufrir por otro tipo de prejuicios.
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CASSIO: Así habla él, señora. Te agradaría más
como soldado que como poeta.38
YAGO: (Aparte.) La toma por la palma de la mano… Sí, bien dicho. Cuchichean… Con una tela
de araña tan delgada como ésa, atraparé una mosca
tan grande como Cassio. Sí, anda, sonríele. Yo te
atraparé en tu propia galantería… Dices la verdad;
así es, en efecto… Si estos manejos te hacen perder la compostura, sería mejor que no anduvieras
besando tan a menudo sus tres dedos, pues te das
así aires de galante conquistador. ¡Magnífico! ¡Bien
besado y excelente cortesía! Así es, verdaderamente.
¡Cómo! ¿Otra vez sus dedos a tus labios? ¡Más te
valdría estar besando la tripa de una lavativa! (Suena
una trompeta.) ¡El navío del moro! ¡Conozco esas
trompetas!
CASSIO: Es él, seguramente.
DESDÉMONA: Vamos a recibirlo.
CASSIO: Mira, aquí viene.
Entra Otelo y acompañamiento.
OTELO: ¡Oh, mi linda guerrera!
DESDÉMONA: ¡Mi querido Otelo!
OTELO: Mi asombro es tan grande como mi
alegría porque veo que llegaste aquí antes que yo.
¡Oh, mi dicha! ¡Si a todas las tempestades le siguieran
playas como ésta, que vengan otras más fuertes! ¡Y
que mi barco escale con esfuerzos montañas de agua
altas como el Olimpo y descienda tan bajo hasta el
infierno! ¡Si he de morir, ojalá sea ahora! Porque soy
Desdémona reclama alguna reparación, pero los hombres no ven tan grave
lo que acusa Yago sobre las mujeres.
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tan absolutamente feliz, que temo que nunca volveré
a estar así en mi incierto futuro.39
DESDÉMONA: ¡No quiera el cielo que tu amor y
nuestra felicidad terminen antes que nuestras vidas!
OTELO: ¡Amén, que el cielo te oiga! ¡Esto! ¡Me
ahoga aquí mismo! ¡Es demasiada alegría! Estoy tan
contento que no hablo como quisiera. ¡Que esto y
esto (besando a Desdémona) sean los mayores disgustos
de nuestros corazones!
YAGO: (Aparte.) ¡Oh, ahora sí que están embelesados! ¡Pero juro que yo acabaré con esta amorosa música!
OTELO: Vengan, vayamos al castillo. ¡Traigo
buenas noticias, amigos! Nuestras guerras han terminado. Los turcos perecieron ahogados. ¿Cómo se
encuentran mis viejos conocidos de esta isla? Dulce
amada, serás bien recibida en Chipre. Esta gente es
buena. ¡Oh, amada mía, hablo de más, mi felicidad
me obliga! Por favor, Yago, anda a la bahía y desembarca mis cofres. Conduce al patrón a la ciudadela;
es un valiente y su excelencia merece mucho respeto. Vamos, Desdémona, una vez más, bienvenida a
Chipre. (Salen Otelo, Desdémona y acompañamiento.)
YAGO: Ve a reunirte conmigo inmediatamente
en el puerto. Avanza aquí. Si eres valiente, dicen que
hasta los hombres más viles se ennoblecen cuando
están enamorados, escúchame. El teniente vigila esta
noche en el cuerpo de guardia… Pero antes debo
decirte esto: Desdémona está completamente enamorada de él.
Otelo habla para los demás, para hacer saber cómo se siente pero no demuestra sus sentimientos íntimos, dice para que los demás lo oigan hablar de lo que
siente. Es grandilocuente.
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RODRIGO: ¡De él! ¡Cómo! Eso no es posible.
YAGO: Pon el dedo así (en la boca), y deja que tu
alma aprenda. Fíjate con qué vehemencia se enamoró
del moro al principio, sólo por las fanfarronadas y
por las mentiras que lo contó. ¿Y crees que ella lo
amará siempre nada más que por sus cuentos? No
dejes que tu pequeño corazón piense eso. Sus ojos
jóvenes tienen que alimentarse. ¿Y qué hallará en
ver un moro viejo? Cuando su sangre se encienda,
querrá gozar, querrá saciar su apetito una y otra vez,
necesitará simpatía y el encanto de las formas jóvenes; de todo eso carece el moro. Luego, cuando eche
de menos estos necesarios atractivos, se dará cuenta
que se engañaba, sentirá náuseas, detestará y aborrecerá al moro. La misma naturaleza la guiará hacia
una segunda elección. Ahora, señor, dado esto, que
son premisas concluyentes y naturales, dime, ¿quién
mejor que Cassio para eso? Un bribón voluble, sin
más deseo que fingirse urbano y decente, sólo para
satisfacer sus oscuros vicios ¡Nadie, nadie en el mundo! Es un pillo sutil y resbaloso, un aprovechado, con
una mirada que finge todo, aun cuando la verdadera
oportunidad no se le presente nunca. ¡Un ser diabólico! Además, el maldito es guapo, joven y tiene todo
lo que buscan las cabecitas ligeras de poco seso. Es un
sinvergüenza y esta mujer lo ha mirado ya.40
RODRIGO: No lo puedo creer. Ella es de corazón
noble.
Yago habla de emociones y deseos como elementos negativos, además de que
son suposiciones en la actitud de Desdémona, no ayuda a tener una imagen
positiva de los deseos.
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YAGO: ¡Nobles, sólo los vinos! Que todos vienen
de las nobles uvas; si fuera noble, jamás se habría enamorado del moro. ¡Valiente nobleza! ¿No viste cómo
le acariciaba la palma de la mano? ¿No te fijaste?
RODRIGO: Sí, lo noté; pero era sólo cortesía.
YAGO: ¡Qué va, es liviandad lo de esa mano! ¡Son
el índice y el prólogo a la oscura historia de su lujuria
y sucios pensamientos! ¡Sus labios estaban tan cerca
que sus alientos se cruzaban! ¡Tienen pensamientos innobles, Rodrigo! Cuando estas intimidades
comienzan de a pocas, el resto llega bien pronto!41
¡Psh! Pero, señor, deja que yo te guíe; te traje de Venecia. No duermas esta noche. Ya te diré qué hacer
luego. Cassio no te conoce… Yo estaré cerca de ti.
Busca una manera de hacer enojar a Cassio: grítale
fuerte, sácalo de quicio, haz lo que se te ocurra, más
pronto que tarde será el momento oportuno para
hacerlo.
RODRIGO: Bien.
YAGO: Señor, él es valiente y colérico, y quizá
te golpee; provócalo para que lo haga, que yo aprovecharé esta ocasión para provocar a los chipriotas a
una revuelta, que sólo se aplacará cuando destituyan
a Cassio. Así tus deseos se cumplirán más pronto,
porque una vez descartado ese obstáculo, llegará el
momento que esperas.
RODRIGO: Lo haré, si encuentro la ocasión.
41
Yago pretende hacer creer a Rodrigo de la supuesta atracción de uno por el
otro, al tiempo que retrata la imagen de que las mujeres jóvenes son ligeras al
pensar y siempre dispuestas a lo erótico. Una acción no es neutral para quien la
quiere ver como muestra de un comportamiento indebido. Este es otro ejemplo
de prejuicio: se interpreta una acción en un sentido que no es el intencional de
quien la lleva a cabo. Por ejemplo, el saludo.
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YAGO: La hallarás, te digo. Ven a reunirte conmigo pronto en la ciudadela. Debo desembarcar los
cofres. Adiós.
RODRIGO: Adiós. (Sale.)
YAGO: Creo que Cassio en verdad está enamorado de ella. Que ella ame a Cassio es posible y muy
fácil de creer; el moro, a quien no soporto, es noble,
constante en sus afectos, y me atrevo a pensar que
será para Desdémona un buen esposo. Yo la quiero
también; no por deseo carnal, aunque quizá la envidia que me guía sea un pecado más grande que la
lujuria, la quiero porque ella ayudará a mi venganza.
Sospecho que el lascivo moro se le ha insinuado a mi
mujer, eso me roe las entrañas como un veneno mortal, y nada podrá calmarme hasta que salde cuentas
con él, esposa por esposa; o hasta que haya sembrado
en el moro los más violentos celos que nada podrá
arrancar. Para eso, si ese pobre Rodrigo sigue bien la
pista, atraparé a nuestro Miguel Cassio en desventaja
y pondré al moro en su contra porque también sospecho que Cassio ha usado mi cama. Quiero que el
moro me dé las gracias, me respete y me recompense
por haber hecho de él un asno insigne, por haberle
robado la paz y la tranquilidad hasta volverlo loco.
El plan está aquí dentro en mi cabeza, pero todavía
confuso. ¡El verdadero rostro de la malicia no se revela nunca hasta que consuma su obra!42 (Sale.)
42
Yago sospecha de todas las mujeres, pues según él todas son promiscuas y
siempre inclinadas a la inmoralidad. En su imaginación, no hay duda de que
aunque parezca inocente, una mujer siempre puede hallarse culpable.
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Escena segunda
Una calle.
Entran Otelo, Desdémona, Cassio y acompañamiento.
HERALDO: Manda decir Otelo, nuestro noble y
valiente general, por la noticia de la total y completa
derrota de la flota turca, que todos los habitantes celebren este acontecimiento, con bailes, fogatas, que
todos se diviertan y festejen como deseen, pues además
de estas felices noticias, hoy celebra su reciente boda.
esté hablando con su muje:ados,ambi de la
Fiesta Brava en mrava en MÉsta es su proclama.
Todas las cocinas del castillo están abiertas, y hay
plena libertad para festejar desde este momento, las
cinco, hasta que el toque de la campana haya dado
las once. ¡Que los cielos bendigan la isla de Chipre y
a nuestro noble general Otelo! (Salen.)
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Escena tercera
Sala en el castillo.
Entran Otelo, Desdémona, Cassio y acompañamiento.
OTELO: Querido Miguel, haz la guardia esta noche. Seamos discretos para el festejo.
CASSIO: Yago ya tiene mis órdenes, pero además
vigilaré todo yo mismo.
OTELO: Yago es muy honrado. Buenas noches,
Miguel. Mañana, lo más temprano que puedas, ven
para que hablemos. Vamos, mi amor. (A Desdémona.)
Tú y yo tenemos algo pendiente.43 Buenas noches.
(Salen Otelo, Desdémona y acompañamiento.)
Entra Yago.
CASSIO: Bienvenido, Yago. Hagamos la guardia.
YAGO: No tan temprano, teniente, no han dado
ni las diez. Nuestro general nos ha despedido tan
pronto por amor de su Desdémona, y hace bien; todavía no ha gozado con ella de noche, y ella es un
bocado digno de Júpiter.44
CASSIO: Es una joven exquisita.
En el original, Otelo le insinúa a Desdémona que deben pasar su primera
noche juntos. No hay muestras de que el matrimonio se haya consumado. De
ahí que se pueda prever una tensión sexual entre ellos.
44
Debe notarse que las imágenes del cuerpo femenino lo pintan como fruto
para satisfacer los apetitos del hombre.
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YAGO: Y alguien a la que le gusta el escarceo,45
te lo garantizo.
CASSIO: Es, en verdad, una criatura tierna y deliciosa.
YAGO: ¡Y qué ojos tiene, que invitan y provocan!46
CASSIO: Unos ojos incitantes; pero yo diría que
su mirada es muy recatada.
YAGO: Y cuando habla, ¿no suena su voz a una
llamada amorosa?
CASSIO: Es, en verdad, la perfección misma.
YAGO: Bien, que sean felices entre sus sábanas.
Venga, teniente, tengo media jarra de vino, y ahí fuera aguarda un par de amigos chipriotas, que de buena
gana se beberían un tonel a la salud del negro Otelo.
CASSIO: Esta noche no, buen Yago; no sé beber,
soy débil con el vino. Quisiera que esos hombres
tuvieran otra manera de festejar.
YAGO: ¡Oh! Pero si son amigos nuestros. Una
copa nada más. Yo me la beberé por ti.
CASSIO: He bebido una sola copa esta noche y
ve cómo me ha puesto. Me molesta esta debilidad, y
no me atrevo a beber más.
YAGO: ¡Bah! Esta noche es de fiesta; así lo quieren nuestros amigos.
CASSIO: ¿Dónde están?
YAGO: Ahí afuera. Por favor, diles que pasen.
CASSIO: Lo haré; pero esto no me gusta. (Sale
Cassio.)
Es el equivalente a la moderna coquetería, que es una actitud de procurarse
la atención del otro.
46
Es la imagen del hombre bueno al que, por ser seducido por la fuerza de
atracción de una mujer, se le exime de cualquier responsabilidad; el hecho recae
siempre en la mujer, según esta visión.
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YAGO: Si puedo convencerlo de que beba una copa más, con lo que ya ha bebido esta noche, se pondrá
bravucón y agresivo como un perro faldero. Por su
parte, mi loco e imbécil Rodrigo, que tiene el seso
comido por el amor, ha bebido esta noche, copa tras
copa, en honor de Desdémona y está en la guardia.
También estos tres amigos de Chipre están bebidos,
ellos son espíritus nobles e hirvientes, cuidadores del
honor, seres de agua, fuego, aire y tierra. Ahora que
entren los tres borrachos, haré que Cassio ofenda a
los de la isla. Pero ya vienen aquí. Si todo sale como
quiero, mi plan avanzará contra viento y marea.
Vuelve a entrar Cassio, seguido de Montano y otros
caballeros, con criados que traen vino.
CASSIO: ¡Válgame Dios, me sirvieron un vaso
lleno!
MONTANO: Bien poco, créeme; ni siquiera una
pinta, como soy soldado.
YAGO: ¡Venga el vino, eh! (Canta.) Y dejadme sonar, sonar el potín;47 y dejadme sonar el potín; el soldado
es un hombre, la vida es sólo un instante; beba, pues, el
soldado hasta el fin.48¡Vino, muchachos!
CASSIO: ¡Cielos, que buena canción!
YAGO: La aprendí en Inglaterra donde están
los más bravos bebedores. El danés, el germano y el
panzudo holandés, ¡a beber, venga!, no valen nada
comparados con el inglés.
CASSIO: ¿Tan experto bebedor es el inglés?
Aleación de bronce y plomo utilizada por los pueblos celtas para elaborar
monedas y recipientes para beber.
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La canción debe hacer referencia al gusto por beber en compañía de amigos,
entre hombres, para demostrar su hombría entre chistes y ofensas.
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YAGO: ¡Claro! Bebe con una facilidad que dejaría al danés pálido como la muerte; no sudaría para
derribar al alemán; y en cuanto al holandés, lo haría
vomitar antes de terminar el segundo vaso.
CASSIO: ¡A la salud de nuestro general!
MONTANO: Se la acepto, teniente, y beberé antes
que usted.
YAGO: ¡Oh, dulce Inglaterra! (Canta.) El rey Esteban
fue un digno par, sus calzas le costaban sólo una corona; las
hallaba muy caras a seis peniques; y así llamaba granuja al
sastre. Era un galán de alto renombre, y tú sólo eres de baja
condición. El orgullo es el que pierde a la nación. Echa, por
tanto, tu capa vieja sobre ti. ¡Venga más vino, eh, ah!
CASSIO: Cielos, esta canción está más buena que
la otra.
YAGO: ¿Quieres oírla otra vez?
CASSIO: No, pues creo que es indigno de su puesto
el que hace estas cosas… Bien… Dios está por encima
de todo; y hay almas que se salvarán y otras que no se
salvarán.
YAGO: Es cierto, mi buen teniente.
CASSIO: Por lo que a mí respecta…, sin ofender
al general ni a ningún hombre de rango…, espero salvarme.
YAGO: Y yo también, teniente.
CASSIO: Sí, pero con su permiso, no primero que
yo… El teniente ha de salvarse antes que el alférez…
Pero no hablemos más de esto. Ocupémonos de nuestros asuntos… ¡Perdonen nuestros pecados! Señores,
atendamos a nuestros asuntos. ¡No crean que estoy bebido, señores! Aquí está mi alférez… Ésta es mi mano
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derecha, y ésta mi izquierda… No estoy borracho aún.
Puedo tenerme muy bien, y hablo bastante bien.
TODOS: ¡Perfectamente bien!
CASSIO: Pues muy bien, entonces. No piensen que
estoy borracho. (Sale.)
MONTANO: ¡A la explanada, vigilantes; vamos,
montemos la guardia!
YAGO: Ya ves, ese camarada que acaba de salir…
Es un soldado digno de servir al lado del César y de
ser jefe. Y, sin embargo, mira, su vicio es exactamente
del tamaño de su virtud. ¡Qué lástima! Espero que la
confianza que le tiene Otelo no le traiga problemas en
esta isla si su debilidad lo traiciona.
MONTANO: Pero, ¿le pasa muy seguido que beba y
se ponga impertinente?
YAGO: Siempre se pone así antes de que lo venza
el sueño. Permanecería sin dormir dos vueltas de reloj
si la borrachera no lo arrullara.
MONTANO: Estaría bien que supiera esto el general. Quizá no vea los defectos del noble Cassio. ¿No
es verdad?
Entra Rodrigo.
YAGO: (Aparte.) ¡Hola, Rodrigo!
RODRIGO: ¡Por favor, corre detrás del teniente; rápido! (Sale Rodrigo.)
MONTANO: No es recomendable que el noble moro
le confíe un puesto tan importante a alguien con un
vicio así. Sería bueno advertirle esto al moro.
YAGO: No seré yo quien lo haga. Estimo a Cassio
y haría cualquier cosa por curarlo de su vicio. Pero,
¡escuchen! ¿Qué ruido es ése?
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VOCES: (Dentro.) ¡Auxilio! ¡Auxilio!
Entra Cassio, persiguiendo a Rodrigo.
CASSIO: ¡Sinvergüenza! ¡Canalla!
MONTANO: ¿Qué ocurre, teniente?
CASSIO: ¡Un bribón!… ¡que se atreve a enseñarme mi deber! ¡Voy a aplastar al maldito hasta meterlo
en una canasta!
RODRIGO: ¡Aplastarme!
CASSIO: ¡Cómo! ¿Cacareas, grulla?49 (Golpeando
a Rodrigo.)
MONTANO: Ya, teniente; se lo ruego, señor, retire
su mano.
CASSIO: ¡Déjame, señor o te abollaré el casco!
MONTANO: ¡Vamos, vamos, estás borracho!
CASSIO: ¡Borracho! (Se pelean.)
YAGO: (Aparte, a Rodrigo.) ¡Pronto, vamos! ¡Corran y griten: “¡Un motín!”! (Sale Rodrigo.) ¡Vamos,
teniente! ¡Ay, caballeros! ¡Auxilio, ayuda! ¡Señor
Montano! ¡Señor! ¡Auxilio, señores! ¡Valiente guardia, ésta! (Toca a rebato una campana.) ¿Quién toca
esa campana? ¡Diablos, eh! ¡Va a despertar a toda la
ciudad! ¡Santo Dios! ¡Deténgase, teniente! ¡Cuídese
o perderá su honra!
Vuelve a entrar Otelo, con personas del séquito.
OTELO: ¿Qué diablos pasa aquí?
MONTANO: ¡Por Dios! ¡Me desangro! ¡Estoy
muy mal herido!
OTELO: ¡Deténganse, por sus vidas!
YAGO: ¡Alto, eh, teniente! ¡Señor Montano! ¡Caballeros! ¿Acaso han olvidado su lugar y sus deberes
Ave de patas largas y pico largo, semejante a una garza. Su graznido es fuerte
y desagradable.
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aquí? ¡Quietos ya! ¡El general les habla! ¡Terminen,
por decencia!
OTELO: ¡Alto! ¡Eh! ¿Cómo es que pasó esto?
¿Qué nos hemos convertido ya en turcos y combatimos a los fieles? ¡Por pudor cristiano, terminen esta
pelea! ¡Quien dé un paso se muere! ¡Se muere al primer movimiento! ¡Callen esa terrible campana que
asusta a todos en la isla! ¿Qué sucede, señores? Yago,
estás pálido del susto, habla. ¿Quién comenzó esta
riña? Te lo ordeno, habla.
YAGO: Lo ignoro… Eran amigos hace un instante en este cuartel y, de repente, de la nada, sacaron
sus espadas y se echaron encima, pecho a pecho, uno
contra otro en una sangrienta lucha. No puedo decir
quién empezó esta pelea y más me valdría no haberlo
visto.
OTELO: ¿Cómo es posible, Miguel, que hayas perdido así la compostura?
CASSIO: Te lo ruego, perdóname; no puedo hablar.
OTELO: Respetable Montano, que siempre has sido
sensato, dime, ¿qué te pasó para que manches así tu
reputación y tu buena fama, como un peleonero cualquiera? Habla.
MONTANO: Otelo, estoy avergonzado. Pero su oficial, Yago, puede decirle lo que sé. No hice más que
defenderme de sus ofensas.
OTELO: ¡Por el cielo!, me hierve la sangre. Si tuviera ahora mejor juicio. ¡Siento ganas de castigarlos!
Díganme cómo empezó esta riña; quién la provocó y
quien sea responsable, así sea mi hermano gemelo, habrá perdido mi confianza para siempre. ¡Cómo! ¡Una
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riña doméstica en una ciudad de guerra, todavía agitada
y atemorizada, en plena noche, y entre miembros del
cuerpo de guardias que deberían vigilarla! ¡Es monstruoso! Yago, ¿quién la empezó?
MONTANO: Recuerda, los soldados no mienten.
YAGO: Qué predicamento. Preferiría arrancarme
esta lengua de la boca antes que ofender a Miguel Cassio. Pero, estoy seguro de que si digo la verdad, no lo
perjudicaré. Esto fue lo que pasó, general: estábamos
Montano y yo charlando, cuando aparece un individuo
gritando: “¡Auxilio!”, mientras Cassio lo perseguía con
la espada en alto y decidido a pegarle. Señor, este caballero se colocó delante de Cassio para rogarle que se
contuviera, yo mismo me lancé tras el individuo que
gritaba, porque temía que con sus gritos despertara a la
ciudad. Pero él se zafó y volví más rápido cuando escuché espadas y a Cassio gritando. Los hallé uno contra
el otro, en guardia y esgrimiendo, exactamente en la
situación en que estaban cuando llegó usted a separarlos. No puedo decir otra cosa de este asunto… Pero los
hombres son hombres; hasta los mejores se olvidan a
veces… Aunque Cassio haya maltratado un poco a este
caballero, pues cuando los hombres están enfurecidos,
hieren a los que aprecian, yo creo que el que corría,
insultó o impacientó de forma ya intolerable a Cassio.
OTELO: Sé, Yago, que por ser amigo honrado,
empequeñeces el hecho, para que pese menos sobre
Cassio. Cassio, te estimo; pero no serás más mi oficial.
Vuelve a entrar Desdémona, con su séquito.
¡Mira, has despertado a mi esposa! (A Cassio.) ¡Te
daré un buen escarmiento!
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DESDÉMONA: ¿Qué pasa?
OTELO: Nada, ya pasó, querida; regresemos a la
habitación. (A Montano.) Señor, yo curaré tus heridas.
Llévenlo. (Se llevan a Montano.) Yago, recorre con cuidado la ciudad y apacigua a los alarmados. Ven, Desdémona; así es la vida del soldado, despertarse de un grato
sueño con los terribles ruidos del combate. (Salen todos,
menos Yago y Cassio.)
YAGO: ¡Cómo! ¿Estás herido, teniente?
CASSIO: Sí, herido de muerte.
YAGO: ¡Que no lo quieran los cielos!
CASSIO: ¡Mi reputación, mi honra, mi fama!… ¡Oh!
¡He perdido mi reputación!… He perdido mi parte inmortal, ya soy sólo una bestia… ¡Mi reputación, Yago,
mi reputación!
YAGO: Juro por mi honradez que yo creí que sí
tenías alguna herida mortal en la carne; éstas son más
graves que las de la reputación. La reputación es un
prejuicio inútil y engañoso, que se adquiere a veces sin
mucho mérito y se pierde sin razón. No has perdido la
reputación, a menos que tú mismo la consideres perdida. ¡Qué, hombre! Hay muchos medios de recobrar
el favor del general. Te despidió ahora en un momento
de ofuscación, con un castigo impuesto más por política que por maldad, como cuando uno riñe a su perro
inofensivo para espantar al del vecino. Pídele perdón
más tarde y será tu amigo otra vez.
CASSIO: Antes muerto que engañarlo; no soy digno
de su confianza, mira que proponerme yo a ser su comandante si no puedo controlar ni una bebida… ¡Emborracharme así! ¡Y parlotear como un loro! ¡Y disputar!
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¡Discutir! ¡Jurar! ¡Y chismear como un pelafustán con
su propia sombra…! ¡Oh maldito vino, es el demonio!
YAGO: ¿Qué te había hecho ése al que perseguías
con tu espada desenvainada?
CASSIO: No lo sé.
YAGO: ¿Lo dices en serio?
CASSIO: Recuerdo algunas cosas, pero nada claramente; una discusión, pero ignoro por qué… ¡Oh!
¡Cómo puede ser que los hombres beban algo que les
roba el seso, los pone alegres, contentos, pero los vuelve
unas bestias!
YAGO: Vamos, ya estás más tranquilo. ¿Cómo te
recuperaste tan pronto?
CASSIO: Así lo manda el diablo. La borrachera deja
paso al demonio de la ira. Una imperfección lleva a otra,
soy despreciable.
YAGO: Vamos, eres un moralista bastante severo.
Considerando la hora, el lugar y lo que ha pasado en
esta isla, hubiera querido que esto no hubiese pasado;
pero, puesto que las cosas han pasado así, sácales el
mejor provecho.
CASSIO: Le pediré de nuevo mi puesto; ¡pero me
responderá que soy un borracho! Y me dejará sin contestación. ¡Ser un hombre razonable y, en un momento,
convertirse primero en un imbécil y luego en una bestia! ¡Oh, qué cosa! Cada copa de más es una maldición
del diablo.
YAGO: Vamos, vamos, que el buen vino es un buen
compañero, si se le trata con respeto. No digas más
contra él. Por cierto, teniente, tú sabes que te estimo.
CASSIO: Bien lo he visto, señor… ¡Borracho, yo!
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YAGO: Tú y todo hombre puede embriagarse en
un momento dado, amigo. Voy a decirte lo que tienes
que hacer. La mujer de tu general es quien lo manda…
Por decirlo así, ya que él ahora la contempla, la admira
y le rinde culto a sus cualidades y gracias… Confiésate
con ella francamente, pídele su ayuda para recobrar el
puesto. Es tan generosa, tan sensible, tan amable que
su virtud considera como un vicio no ayudar a quien
se lo pide. Suplícale que enmiende el lazo entre tú y su
marido, y te apuesto mi fortuna contra cualquier cosa,
que tu amistad con él se hará más fuerte que antes.
CASSIO: Qué buen consejo.
YAGO: Es sincero y honrado.
CASSIO: Te creo, mañana a primera hora le suplicaré a Desdémona que interceda por mí. No sabría qué
hacer si ella se niega.
YAGO: Vas por buen camino. Buenas noches, teniente. Es hora de que atienda la guardia.
CASSIO: Buenas noches, honrado Yago. (Sale.)
YAGO: ¿Y quién se atrevería a decir que represento
el papel del villano? Si el consejo que doy es honrado
y sincero, fácil de lograr, es el único medio, en verdad,
de aplacar al moro. En efecto, será fácil convencer a
Desdémona para que lo ayude, pues es generosa. Y en
cuanto a ganarse al moro es tarea fácil para ella, aunque
tuviera que condenarse, pues él está tan enamorado que
Desdémona puede hacer y deshacer como le plazca a su
capricho y él le concederá todo. ¿Soy pues un malvado
porque aconsejo a Cassio lo que le llevará directamente
a su bien? ¡Divinidad del infierno! Cuando los demonios quieren sugerir los más negros pecados los ofrecen
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como muestras más celestiales, tal como hago yo ahora.
Pues mientras este honrado imbécil le pida apoyo a
Desdémona para reparar su fortuna, y ella abogue apasionadamente en favor suyo ante el moro, insinuaré en
los oídos de Otelo este horror: que ella intercede por
Cassio movida por la lujuria del cuerpo; y cuando más
se esfuerce ella en apoyar a Cassio, tanto más destruirá
su crédito ante el moro. Así, la enredaré en su propia
virtud y su propia generosidad será la red que atrape a
todos en la trampa.
Entra Rodrigo.
YAGO: ¿Qué hay, Rodrigo?
RODRIGO: Sigo en la cacería, no como el sabueso
que levanta la presa, sino como el lebrel que sólo aúlla
en la jauría. Mi dinero está casi agotado; esta noche me
han apaleado de lo lindo, y creo que al final, no sacaré
nada. Y así, sin dinero pero más sabio, me volveré a
Venecia.
YAGO: ¡Qué pobres son los impacientes! ¿Qué
herida se ha curado si no es poco a poco? Sabes que
actuamos por ingenio y no por brujería. Y el ingenio
toma su tiempo. ¿Es que no marchan bien las cosas?
Cassio te ha apaleado, y tú, a cambio de una ligera contusión, le quitaste el puesto. Recuerda, los frutos que
salen primero son también los primeros en madurar.
Ten paciencia… ¡Dioses, si ya está amaneciendo! El
placer y la acción hacen cortas las horas. Retírate. Ve a
tu hostal. Ve, te digo; sabrás más cosas después. ¡Anda,
márchate! (Sale Rodrigo.) Dos cosas hay que hacer, mi
esposa debe poner a Desdémona a favor de Cassio. Voy
a prepararla, y yo, al mismo tiempo, haré que el moro
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los descubra precisamente en el momento en que Cassio esté hablando con su mujer… ¡Sí, ése es el medio!
¡No dejemos que este plan se enfríe y demore! (Sale.)
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Acto tercero
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Escena primera
Delante del castillo.
Entran Cassio y algunos músicos.
CASSIO: Toquen aquí, maestros… Que yo pago…
toquen algo breve, para dar los buenos días al general
(Música.)
Entra el Bufón.
BUFÓN: Qué, maestros, ¿sus flautas son de Nápoles, que hablan por la nariz?
MÚSICO PRIMERO: ¿Cómo, señor, cómo?
BUFÓN: Por favor, ¿son de aire esos instrumentos?
MÚSICO PRIMERO: Sí, claro; lo son, señor.
BUFÓN: ¡Oh! ¿Entonces traen cola?
MÚSICO PRIMERO: ¿Dónde va a estar la cola, señor?
BUFÓN: Pues en muchos instrumentos que conozco. Pero, maestros, aquí tienen algo de dinero. Al general le agrada tanto su música que les suplica, por amor
de Dios, que no hagan más ruido con ella.
MÚSICO PRIMERO: Bien, señor, no lo haremos.
BUFÓN: Si conocen una música que no sea audible,
tóquenla; pero en cuanto a la música que se oye, de
esa, nada.
MÚSICO PRIMERO: No tenemos música de esa clase,
señor.
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BUFÓN: Entonces guarden sus instrumentos, porque se van. Vayan, desaparezcan en el aire; partan ya.
(Salen los músicos.)
CASSIO: ¿Me oyes, mi honrado amigo?
BUFÓN: No, no oigo a tu honrado amigo, pero a ti sí.
CASSIO: Por favor, calla, aquí tienes una triste moneda de oro; si la dama que sirve a la esposa del general
está levantada, dile que un tal Cassio quiere hablarle.
¿Lo harás?
BUFÓN: Acaba de levantarse, si me la topo, le avisaré.
CASSIO: Hazlo, amigo. (Sale el Bufón. Entra Yago).
¡Buenos días, Yago!
YAGO: ¿Es que no te has ido a dormir?
CASSIO: Ya lo creo, amanecía cuando nos separamos. Yago, me he tomado la libertad de llamar a tu
esposa; quiero pedirle que me acerque a Desdémona.
YAGO: Voy a buscarla. Y yo entretendré al moro,
para que puedas conversar libremente con ella.
CASSIO: Te lo agradezco. (Sale Yago.) No he conocido un florentino más amable y honrado que tú.
Entra Emilia.
EMILIA: Buenos días, buen teniente. Siento pena
por su desgracia, pero todo se arreglará pronto, ya verá.
El general y su esposa discuten su caso, y ella aboga por
usted vigorosamente. El moro replica que usted hirió
a alguien de gran autoridad en Chipre, con parientes
poderosos, y que no tuvo más remedio que destituirlo
a usted; pero dice que lo estima y no es necesario que
se lo pida, que pronto lo perdonará.
CASSIO: Sin embargo, se lo suplico, si lo cree oportuno y posible, quiero charlar a solas con Desdémona.
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EMILIA: Entre, se lo ruego, que yo veré el sitio para
que ella lo escuche.
CASSIO: Le estaré siempre agradecido (Salen.)
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Escena segunda
Aposento en el castillo.
Entran Otelo, Yago y Caballeros.
OTELO: Entrega estas cartas al piloto, Yago, y dile
que presente al Senado mis respetos. Yo, mientras, caminaré por las murallas; reúnete allá conmigo.
YAGO: Bien, señor, así lo haré.
OTELO: ¿Vamos a inspeccionar este fuerte, caballeros?
CABALLEROS: A las órdenes de Su Señoría. (Salen.)
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Escena tercera
Jardín del castillo.
Entran Desdémona, Cassio y Emilia.
DESDÉMONA: Ten la seguridad, buen Cassio, de que
usaré todas mis facultades en tu favor.
EMILIA: Hágalo, señora, le garantizo que esta desgracia aflige a mi esposo como si fuera suya.
DESDÉMONA: ¡Oh, es un honrado compañero! No
lo dudes. Cassio, haré que mi esposo y tú sean tan amigos como antes.
CASSIO: Bondadosa dama, pase lo que sea conmigo,
seré siempre su fiel servidor.
DESDÉMONA: Lo sé… Se lo agradezco. Estima a mi
marido, lo conoce desde hace mucho tiempo; le aseguro
que tardará en llamarle sólo lo que le pida la política.
CASSIO: Sí, señora; pero esa política puede demorar
o complicarse tanto que temo que mi general olvidará
mi amistad y mis servicios.
DESDÉMONA: No tema, yo respondo por su empleo, lo digo ante Emilia aquí presente. Cuando yo
hago una promesa de amistad, la cumplo. No dejaré
descansar a mi señor para que oiga de usted, lo mantendré despierto hasta que acceda; lo haré perder la
paciencia; le hablaré a la hora de dormir, de comer,
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como en un confesonario. Por eso, alégrese, Cassio,
pues su defensor moriría antes de abandonar su causa.
EMILIA: Señora, ahí viene mi señor.
CASSIO: Señora, me despido.
DESDÉMONA: No, quédese para que oiga.
CASSIO: Ahora no, señora; estoy inquieto y soy incapaz de ser útil a mi causa.
DESDÉMONA: Bien; como quiera. (Sale Cassio.)
Entran Otelo y Yago.
YAGO: ¡Ah! No me agrada esto.
OTELO: ¿Qué dices?
YAGO: Nada, señor; o si…, no sé qué.
OTELO: ¿No era Cassio el que acaba de separarse
de mi mujer?
YAGO: ¿Cassio, señor? No creo que se escapara así,
sin saludarle, como un culpable, al verle llegar.
OTELO: Creo que era él.
DESDÉMONA: ¡Hola, esposo mío! Acabo de conversar aquí con un hombre afligido por tu enojo.
OTELO: ¿A quién te refieres?
DESDÉMONA: Vaya, pues a tu teniente Cassio. Mi
señor, si tengo alguna gracia o poder para conmoverte,
acepta sus disculpas; él te estima realmente y si pecó a
sabiendas o no, reconoce que es honrado. Te lo suplico,
reintégralo en su puesto.
OTELO: ¿Era él quien salió de aquí hace un instante?
DESDÉMONA: Sí, iba tan humillado que siento su
pesar y sufro por él. Mi querido, llámalo otra vez.
OTELO: Ahora no, dulce Desdémona; otra vez será.
DESDÉMONA: Pero, esta otra vez, ¿será pronto?
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OTELO: Lo antes posible, sólo para complacerte,
querida.
DESDÉMONA: ¿Esta noche, a la hora de cenar?
OTELO: No; esta noche, no.
DESDÉMONA: ¿Mañana, a la hora de comer, entonces?
OTELO: No comeré en casa; me reúno con los capitanes en la ciudadela.
DESDÉMONA: Vaya, entonces mañana por la noche,
o el martes por la mañana; o el martes a mediodía, o por
la noche; o el miércoles por la mañana… Por favor, di
el momento; pero que no exceda de tres días. Créeme,
él está arrepentido y, sin embargo, su falta, sino fuera
por lo militar, sería una de esas faltas que merece sólo
un regaño. ¿Cuándo lo verás? Dímelo, Otelo. Me pregunto qué podrías pedirme tú que yo no te diera. ¡Si se
trata de Miguel Cassio, que te acompañaba cuando me
cortejabas y que siempre estaba de tu lado, cuando yo
hablaba mal de ti! ¡Y que yo ahora necesite de tantos
esfuerzos para llamarlo! Créeme, no sé qué haría…
OTELO: ¡Por favor, basta! ¡Que venga cuando
quiera! ¡No puedo negarte nada!
DESDÉMONA: Vaya, esto no es necesario. Es como
si te rogara que llevaras guantes, que comieras bien,
que no te resfriaras o como si te hicieras un favor. No,
poner a prueba tu amor, será con algo importante y
difícil de conceder.
OTELO: No te negaré nada. Pero ahora, dejarme
un instante solo.
DESDÉMONA: Así lo haré. Adiós, querido.
OTELO: ¡Adiós, Desdémona! Pronto estaré contigo.
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DESDÉMONA: Ven, Emilia. Haré lo que tú desees,
te sigo. (Sale con Emilia.)
OTELO: ¡Amada mía! ¡Que me condene si no te
quiero! ¡Y cuando no te quiera, será de nuevo el caos!
YAGO: Mi señor…
OTELO: ¿Qué dices, Yago?
YAGO: ¿Es que sabía Miguel Cassio de su amor
cuando cortejaba a la señora?
OTELO: Lo supo desde el principio hasta el fin.
¿Por qué me preguntas eso?
YAGO: Sólo por una curiosidad; no por nada.
OTELO: ¿Y cuál curiosidad, Yago?
YAGO: No creí que él la conociera entonces.
OTELO: ¡Oh, sí!, y a menudo nos sirvió de intermediario.
YAGO: ¿De veras?
OTELO: “¿De veras?” Sí, de veras… ¿Sabes algo
más? ¿Qué no crees a Cassio honrado?
YAGO: ¿Honrado, señor?
OTELO: “¿Honrado?” Sí, honrado.
YAGO: Mi señor, sí lo creo.
OTELO: ¿Qué es lo que piensas?
YAGO: ¿Pensar, señor?
OTELO: “¿Pensar, señor?” ¡Por Dios, no seas mi eco,
como si pensaras algo terrible ahí dentro!… Tú quieres
decir algo… Te oí decir ahora… que no te agradaba eso,
cuando Cassio se despidió de mi mujer. ¿Qué te disgusta? Y cuando te dije que sabía de nuestro amor, durante
todo este tiempo has exclamado: “¿De veras?” Y frunces
el ceño, como si quisieras encerrar en tu cerebro alguna
idea horrible. Si me estimas, dime qué piensas.
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YAGO: Señor, usted sabe que lo estimo.
OTELO: Lo creo, y precisamente por eso, si eres
honrado y prudente, es por lo que tu resistencia me
asusta más; pues eso lo espero de un bellaco desleal y
mentiroso, pero viniendo de un hombre justo como tú,
son señas de que ocultas una verdad.
YAGO: Por lo que toca a Miguel Cassio, lo juro,
creo que es un hombre honrado.
OTELO: Y yo también.
YAGO: Los hombres debieran ser lo que parecen;
¡ojalá ninguno de ellos parezca lo que no es!
OTELO: Cierto, los hombres debieran ser lo que
parecen.
YAGO: Por eso, pienso que Cassio es un hombre
honrado.
OTELO: No, en eso hay algo más. Dime qué piensas; dilo claro.
YAGO: No, señor, perdóneme. Aunque le obedezco, sé que hasta los esclavos pueden ocultar algo. ¿Revelar mis pensamientos? Ya, suponga que son viles y
falsos, ¿quién no ha tenido algunas sospechas por muy
justo que sea?
OTELO: Conspira contra su amigo, Yago, si creyendo que lo dañan, no lo defiende.
YAGO: Le suplico, aunque me equivoque, pues yo
siempre pienso mal y mis celos imaginan faltas que no
existen, le pido que no le dé tanta importancia a un
hombre que se equivoca tanto como yo, ni construya
ideas a propósito de mis suposiciones. No le conviene
a su paz ni es prudente que yo le diga lo que pienso.
OTELO: ¿Qué quieres decir?
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YAGO: Mi querido señor, en el hombre y en la
mujer, la honra es la joya que más cerca está del alma.
Quien nos roba dinero, nos roba una porquería, una
insignificancia, una nada; pero si nos roban el buen
nombre, nos arrebatan una cosa que no le enriquece
y que nos dejarían empobrecidos sin ningún remedio.
OTELO: ¡Por Dios!, ¿conoceré qué sospechas esconde tu corazón?
YAGO: No podrá, aunque mi corazón estuviera en
su mano; porque las guardo yo.
OTELO: ¡Ah!…
YAGO: ¡Oh, mi señor, cuidado con los celos! Es
el monstruo de ojos verdes, que se divierte con la
comida que lo alimenta. Vive feliz el cornudo que,
seguro de su destino, detesta a su ofensor; pero, ¡oh,
qué condenados minutos cuenta el que idolatra y, no
obstante, duda; quien sospecha y, sin embargo, ama
profundamente!
OTELO: ¡Oh, qué suplicio!
YAGO: Pobreza y contento es riqueza abundante;
pero las riquezas infinitas son una vil miseria para el
que teme ser pobre… ¡Cielo misericordioso, libra de
los celos a las almas de toda familia!
OTELO: ¡Qué! ¿Qué es eso? ¿Crees que llevaría
una vida de celos, cambiando siempre de sospechas
con cada fase de la luna? No, una vez que se duda, el
estado del alma queda marcado para siempre. Preferiría ser una cabra que entregarme a las sospechas.
No me darán celos porque me digan que mi mujer
es bella, que tiene finos modales o porque le gusta
la compañía de la gente, porque sea desenvuelta al
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hablar, porque canta, toca y baila con primor. Donde
hay virtud, estas cualidades son más virtuosas. No me
encelaré y no temeré ni dudaré de su fidelidad, pues
ella a pesar de que vio todos mis defectos, me eligió.
No, Yago, será necesario que vea, antes de dudar;
cuando dude, tendré pruebas; y cuando las tenga, le
diré adiós al amor y a los celos.50
YAGO: Me alegro de oír eso, pues ahora sabrá
cuánto lo estimo. Por tanto, le aviso que no tengo aún
pruebas. Vigile a su esposa, obsérvela bien cuando
esté con Cassio. Véalos bien…, sin celos ni confianza.
No deje que su carácter franco, noble y generoso se
confunda con otra cosa. Vigílela. Conozco bien las
costumbres de nuestro país: en Venecia las mujeres
dejan ver a todos sus engaños, que no se atreven a
mostrarlos a sus maridos. Toda su conciencia estriba,
no en no hacer, sino en mantenerlo oculto.51
OTELO: ¿Qué me dices?
YAGO: Ella engañó a su padre casándose con usted, cuando parecía que ella más le temía y no podía
ni sostenerle la mirada, ella en realidad lo quería y
lo deseaba.
OTELO: Así fue, en efecto.
YAGO: Saque entonces su conclusión. Si tan joven pudo disimular hasta el punto de engañar a su
padre, que él tomó su enamoramiento por cosa de
magia… Pero no soy quién para decirlo; le ruego que
disculpe mi atrevimiento.
OTELO: Te quedo siempre agradecido.
Es una conclusión válida: sin pruebas no debe celarse.
Nuevamente las generalizaciones sobre las mujeres se usan para construir
una imagen compleja y falseada de la realidad.
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YAGO: Veo que esto lo ha perturbado.
OTELO: No, para nada, en nada.
YAGO: Por Dios, me lo temía; créame. Se lo digo
por afecto, pero veo que se ha molestado; le ruego
que considere que mis palabras son una sospecha
apenas.
OTELO: Eso haré.
YAGO: De otro modo, señor, mis palabras serían
terribles, y no quise eso. Cassio es mi amigo… Mi
señor, veo que está confundido.
OTELO: No, no tan confundido… No creo que
Desdémona sea deshonrada.
YAGO: ¡Que viva así mucho tiempo, y usted más
para creerla así!
OTELO: Y, sin embargo, cuando la naturaleza se
desvía de sí…
YAGO: Sí, ahí está el mal. Así, para hablar claro,
digamos que no haber aceptado tantos partidos como
se le proponían con hombres de su país, de su color,
de su condición, a lo que tiende siempre la naturaleza, ¡hum!, esto denota un gusto retorcido, una
inclinación a la desarmonía, a pensamientos contra
lo natural…52 Pero perdóneme. No es a ella precisamente a quien me refiero; pero temo que con ese
gusto tan especial, lo compare con otros de su país
y se arrepienta.
OTELO: Adiós, adiós. Si ves algo, cuéntame más.
Pide a tu mujer que observe todo. Déjame, Yago.
YAGO: Mi señor; con su permiso. (Yéndose.)
Se alude a los prejuicios de lo diferente asumidos como lo natural, pues al no
cuestionarse sea consideran parte de la realidad. Yago argumenta con falacias,
Otelo sólo nota la lógica de la conversación y se deja llevar.
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OTELO: ¿Por qué me habré casado? ¡Este buen
hombre ve y sabe más, mucho más de lo que me cuenta!
YAGO: (Volviendo.) Mi señor, le suplico que no le dé
más vueltas al asunto. Déjelo al tiempo. Aunque Cassio
deba recobrar su empleo, tal vez convenga pensarlo un
poco más. Dese cuenta de si su esposa insiste con vehemencia que le devuelva el empleo. Con eso, sabremos
más. Mientras tanto, piense que exagero mis temores,
como tengo grandes motivos para creerlo, y le suplico
señor, que la considere libre de toda sospecha.
OTELO: No te preocupes de mi indiscreción.
YAGO: Me despido nuevamente. (Sale.)
OTELO: Este camarada es muy honrado y sabe provocar. Si descubro que ella es como un halcón, la dejaría
libre a merced del viento, para que busque su presa al azar.
Quizá porque soy negro o porque no soy un gran conversador o quizá porque ya no soy tan joven. Me he engañado y mi único consuelo es condenarla. ¡Oh, maldito
casamiento! ¡Que nos digamos dueños de estas criaturas
mimadas pero no de sus deseos! Preferiría ser un sapo y
vivir de la humedad de un calabozo antes que compartir
aquello que amo. Pero es el castigo de los amos; tienen
menos concesiones que sus protegidos. Es un destino inevitable, como la muerte. Esta maldición pesa sobre nosotros desde el instante mismo en que venimos al mundo.
Miren, aquí llega. Si es mentirosa, ¡oh, entonces el cielo
se burla de sí mismo! ¡No puedo creerlo!
Vuelven a entrar Desdémona y Emilia.
DESDÉMONA: ¡Hola, querido Otelo! La comida y
los nobles de la isla, tus invitados, te esperan.
OTELO: Deberían reclamarme.
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DESDÉMONA: ¿Por qué hablas tan bajo? ¿No te
sientes bien?
OTELO: Me duele aquí en la frente.
DESDÉMONA: Es por no dormir, sin duda. Eso se te
pasará. Deja que te vende, y dentro de una hora estarás
bien.
OTELO: Tu pañuelo es demasiado chico. (Aparta el
pañuelo, que cae.) Déjalo. Voy contigo.
DESDÉMONA: Me preocupa que no te sientas bien.
(Salen Otelo y Desdémona).
EMILIA: Me encanta haber encontrado este pañuelo. Es el primer recuerdo que ella recibió del moro. Mi
terco marido me rogó cien veces para que lo robara;
pero ella quiere tanto este pañuelo, porque Otelo le
pidió que lo conservara siempre; ella lo lleva siempre
para besarlo y hablarle. Pediré que saquen copia del
bordado y se la daré a Yago. Sólo el cielo sabe qué
pretende hacer con ella, no yo; yo no sé nada, sino
obedecer sus ocurrencias.
Entra Yago.
YAGO: ¡Hola! ¿Qué haces ahí sola?
EMILIA: No me regañes, que tengo una cosa para ti.
YAGO: ¡Una cosa para mí! Decir “cosa” es vulgar…
EMILIA: ¿Eh?
YAGO: Tener una mujer boba, más.
EMILIA: ¡Oh! ¿Eso es todo? ¿Qué me darías ahora por este pañuelo?
YAGO: ¿Qué pañuelo?
EMILIA: “¿Qué pañuelo?” Vaya, el moquero que
el moro le dio como primer regalo a Desdémona, ése
que tantas veces me pediste que me robara.
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YAGO: ¿Y se lo robaste?
EMILIA: No, te lo aseguro; ella lo dejó caer por
descuido, y como estaba yo ahí, lo levanté. Míralo,
aquí está.
YAGO: Eres una buena chica; dámelo.
EMILIA: ¿Qué vas a hacer con él, que tanto me
insististe que lo consiguiera?
YAGO: (Arrebatándole el pañuelo.) ¡Nada! ¿Qué te
importa?
EMILIA: Si no es para algún asunto de importancia, devuélvemelo. ¡Pobre señora! Va a volverse loca
cuando no lo encuentre.
YAGO: Finge que no sabes nada. Lo necesito.
Vete, déjame. (Sale Emilia.) Esconderé este pañuelo
en la habitación de Cassio para que él lo encuentre.
Estos hilos tan finos como el aire son para los celosos,
pruebas tan poderosas como los versos de la Sagrada Escritura. Esto desatará algo. El moro se alteró
ya con mi ponzoña. Las ideas funestas son venenos
que se sienten poco al principio; pero luego actúan
sobre la sangre, la incendian como minas de azufre…
Cuánta razón tenía. ¡Miren, aquí viene! ¡Ni adormidera, ni mandrágora, ni todas las drogas soporíferas
del mundo te devolverán jamás el dulce sueño que
dormías ayer!
Vuelve a entrar Otelo.
OTELO: ¡Ah! ¡Ah! ¡Me ha traicionado!
YAGO: ¡Vaya! ¿Qué hay, general? ¡No siga con eso!
OTELO: ¡Atrás! ¡Vete! ¡Me atormentas! Juro que
vale más ser engañado mucho que sospechar un poco.
YAGO: ¿De qué habla, señor?
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OTELO: ¿Qué sabía yo de sus escapadas de lujuria? Yo no las veía, no pensaba en ellas, no me hacían
sufrir. Anoche dormí bien, comí bien, estaba alegre y
mi espíritu era libre; no sentía en su boca los besos de
Cassio. Si al que roban ignora el hurto, nada le falta.
YAGO: Qué pena me da oírle decir esto.
OTELO: Habría preferido que se acostara con
todo mi ejército, a sospechar algo. ¡Oh! Ahora, ¡adiós
a mi paz de espíritu y a la felicidad! ¡Adiós a las tropas
y a las guerras que vuelven la ambición en virtud,
al caballo, a la trompeta, al tambor emocionante, al
clarín, a los estandartes y a todo el orgullo, la pompa
y el lujo de las guerras gloriosas! ¡Y a ustedes, cañones
asesinos que truenan como Júpiter, adiós! ¡La carrera
de Otelo se acabó!53
YAGO: ¿Es posible, señor?
OTELO: ¡Hombrecito, ten por seguro que me
probarás que mi amada es una puta; tenlo por seguro,
dame la prueba visible o desearás haber sido perro,
antes que recibir toda la fuerza de mi rabia!54
YAGO: ¿A esto hemos llegado?
OTELO: Muéstrame una prueba, dame una prueba que no se pueda dudar; o, ¡ay de tu vida!
YAGO: Mi noble señor…
OTELO: Si hiciste esto para calumniarla y atormentarme, date por muerto y condenado, no reces
ya, nada te podrá salvar.
En Otelo se mezclan dos discursos de la visión misógina que sin tener pruebas,
insulta y humilla el nombre de la mujer y luego se duele de la traición, al tiempo
que quita el valor a todo lo demás.
54
La sospecha es motivada por el prejuicio, por la imagen construida sin pruebas. Así la prueba se requiere, pero aunque no aparezca, la opinión sobre su
compañera no podrá volver a ser positiva.
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YAGO: ¡Oh, Dios! ¡Oh, Dios, perdóname!… ¿Es
hombre? ¿Tiene alma o sentimiento?… Quede con
Dios; acepte la renuncia de mi cargo… ¡Oh, miserable imbécil que vives para ver tu honradez transformada en vicio!… ¡Oh, mundo monstruoso! ¡Toma
nota, toma nota, oh mundo, de lo peligroso que resulta ser recto y honrado!… Te doy las gracias por
esta provechosa lección; y desde ahora no querré a
ningún amigo si así me ofenden.
OTELO: No, espera… Debes ser honesto conmigo.
YAGO: Debiera ser prudente, pues la honradez
es una tontería inútil.
OTELO: Por el Cielo, creo que mi esposa es honrada y creo que no lo es; pienso que tú eres justo; y
pienso que no lo eres. ¡Quiero una prueba! Su nombre que era tan puro como el rostro de Diana, ahora
está tan sucio y negro como mi propio rostro… Si
existen cuerdas, cuchillos, venenos, fuego o torrentes para ahogarse, no lo soportaré… ¡Quiero quedar
totalmente convencido!55
YAGO: Veo, señor, que le devora la pasión. Me
arrepiento de haberle puesto así. ¿Quiere estar seguro?
OTELO: “¿Que si quiero?” Pues claro que quiero.
YAGO: Y puede. Pero, ¿cómo? ¿Cómo quisiera
que fuese esta prueba, señor? ¿Querrá, usted, verla
y quedarse con la boca abierta mirándola mientras
otro la monta?
OTELO: ¡Estoy muerto y condenado! ¡Oh!
YAGO: Será difícil sorprenderlos así. ¡Malditos
sean los que los vean acostándose! Entonces, ¿qué
Cuando se pierde la confianza y no hay voluntad de escuchar la versión del
otro, cualquier prueba es inútil y toda sospecha es válida, por infundada que sea.
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debo hacer? ¿Qué tengo que decirle? ¿Dónde está la convicción?… Es imposible sorprenderlos en
el acto, aun cuando estuvieran tan excitados como
los animales en celo y fueran tan imprudentes como
los atontados borrachos. Pero le digo, si quiere una
prueba, la tendrá.
OTELO: ¡Dame la prueba palpable de que me ha
engañado!
YAGO: No me gustaría hacerlo, pero ya que este
asunto ha llegado a tanto, le contaré algo. Estaba yo
durmiendo hace poco al lado de Cassio y como tenía
dolor de muelas, no podía dormir. Hay un tipo de
hombres tan indiscretos, que hablan en sueños. Así
es Cassio. Le oí decir: “¡Encantadora Desdémona,
debemos ser prudentes; ocultemos nuestros amores!”
Y entonces, señor, me tomaba y estrujaba la mano,
diciendo: “¡Oh, dulce criatura!” Y luego me besaba con fuerza, como si quisiera arrancar mis labios.
Después pasó su pierna sobre mi muslo, suspiró y
me besó. Y luego, dijo: “¡Maldito sea el destino que
te entregó al moro!”
OTELO: ¡Oh, monstruoso! ¡Monstruoso!
YAGO: ¡Bah!, pero esto no es más que un sueño.56
OTELO: Sí, pero algo avisa; es un indicio grave,
aunque sólo sea un sueño.
YAGO: Y esto puede ayudar a justificar otras
pruebas menores.
OTELO: ¡La desgarraré toda en pedazos!57
Yago se burla aquí la fuerza de la imagen como medio de convencimiento.
La imaginación aumentada por el deseo de creer en algo o de fundamentar un
prejuicio no requiere mayores pruebas que sus creaciones.
57
A partir de aquí, la violencia sobre la mujer irá en aumento en los dichos, las
suposiciones y las acciones.
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YAGO: Bien, pero sea prudente. Aún no tenemos nada definitivo. Puede que sea todavía honrada.
Dígame tan sólo… ¿No ha visto antes en manos de
su mujer un pañuelo con un bordado moteado de
fresas?
OTELO: Yo le obsequié uno semejante; fue mi
primer presente.
YAGO: Lo ignoraba; pero he visto un pañuelo
como ése, estoy seguro de que era de su mujer, en
manos de Cassio, con el que se limpiaba hoy la barba.
OTELO: ¡Si fuera ése!…
YAGO: Si fuera ése o cualquier otro de ella, habla
muy mal de ambos.
OTELO: ¡Oh! ¿Por qué no tiene ese miserable
Cassio cuarenta mil vidas? ¡Una sola no bastará para
vengarme con ella! ¡Ahora veo que es verdad!… Mira
aquí, Yago… ¡Todo mi amor se esfuma hacia el cielo!
¡Voló!… ¡Levántate, negra venganza, del fondo del
infierno! ¡Entrega Amor tu corona y el corazón en
que reinabas a la tiranía del odio! ¡Mi pecho pesa
como piedras y está lleno de serpientes!
YAGO: Señor, le ruego que se calme, sea paciente.
OTELO: ¡Oh, la sangre, mi sangre, sangre!58
YAGO: Paciencia, le digo. Quizá cambie de parecer.
OTELO: ¡Yago, jamás!.. Como las corrientes marinas del Ponto que siempre corren hacia el Norte,
así mis pensamientos sanguinarios suben al odio y
no darán marcha atrás al amor, hasta que no sean
engullidos en una inmensa venganza del tamaño de
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La misma palabra alude primero a la pasión amorosa, luego al parentesco o
antepasado y por último a la violencia, pues es la que se espera derramar en pago.
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la ofensa… ¡Ahora, por este cielo de mármol, (arrodillándose) lo juro por lo más sagrado!59
YAGO: No se levante todavía… (Arrodillándose.)
¡Sean testigos, estrellas que eternamente brillan en
lo alto; y ustedes, mortales, sean testigos de que Yago
pone aquí las armas de su inteligencia, de sus manos
y de su corazón al servicio del agraviado Otelo! ¡Lo
obedeceré en todo lo que pida, por más sangriento
que sea!60 (Se levantan).
OTELO: Lo agradezco y voy a ponerte a prueba. ¡Quiero que en tres días me digas que Cassio ha
muerto!
YAGO: ¡Considere muerto a mi amigo! ¡Así lo
haré! Pero a ella, déjela viva.
OTELO: ¡Que se vaya al infierno esa ramera!
¡Que se pudra! Vamos, quiero encontrar una forma
de muerte rápida para esa belleza endemoniada. Desde ahora, eres mi teniente. (Sale.)
YAGO: Seré siempre fiel.
La imagen de las corrientes marinas que no cambian alude a lo difícil que
es cambiar una opinión cuando se considera alguien el ofendido, pues ya no
razona; se echa mano más de la fuerza que de la prudencia.
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El juramento se extiende a una incondicional obediencia, todo enturbia el
panorama de la violencia y lo hace aparecer como un acto de honor y de lealtad.
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Escena cuarta
Delante del castillo.
Entran Desdémona, Emilia y el bufón.
DESDÉMONA: ¿Sabes, hombrecito, dónde se hospeda Cassio?
BUFÓN: No me atrevo a decir que haya dormido
en alguna parte.
DESDÉMONA: ¿Por qué, amigo?
BUFÓN: Es un soldado y para mí decir que un soldado miente es herirlo mortalmente.
DESDÉMONA: ¡Déjate de rodeos ya! ¿Dónde se hospeda?
BUFÓN: Decírtelo, sería como decirte dónde miente.
DESDÉMONA: ¿Habrá quién entienda lo que dices?
BUFÓN: Ignoro dónde se hospeda; inventarle un
alojamiento y decir que se aloja aquí o allá sería mentir.
DESDÉMONA: ¿Podrías averiguarlo y decirnos?
BUFÓN: Le preguntaré a todo el mundo; digo que
haré preguntas y contestaré según las respuestas.
DESDÉMONA: Anda, búscalo y dile que venga aquí. Dile que ya convencí a mi esposo de recibirlo. Hazlo pronto.
BUFÓN: Obedecerte entra en el círculo de las cosas
que puede abarcar el ingenio de un hombre, y por lo
tanto, lo intentaré. (Sale.)
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DESDÉMONA: ¿Dónde habré dejado ese pañuelo,
Emilia?
EMILIA: Quién sabe, señora.
DESDÉMONA: Créeme, hubiera preferido perder mi
bolsa llena de monedas de oro, porque si mi marido no
fuera noble como es, incapaz de tener celos, esto sería
motivo suficiente para que los tuviera.
EMILIA: ¿No es celoso?
DESDÉMONA: ¿Quién, él? Pienso que su vida lo ha
marcado para no serlo.
EMILIA: ¡Míralo por dónde viene!
DESDÉMONA: No me le despegaré hasta que llame a Cassio.
Entra Otelo.
DESDÉMONA: ¡Hola! ¿Cómo estás, mi señor?
OTELO: Bien, querida mía… (Aparte.) ¡Oh, qué
difícil es disimular! ¿Cómo te encuentras tú, Desdémona?
DESDÉMONA: Bien, esposo mío.
OTELO: Dame tu mano. Esta mano es muy tersa,
señora.
DESDÉMONA: Aún es joven y no ha conocido los
pesares.
OTELO: Esto habla de un espíritu libre y de un
corazón generoso. ¡Cálida, cálida y húmeda! Esta
tierna mano requiere renunciación de la libertad,
ayunos y plegarias, mucha mortificación y ejercicios
devocionales; pues hay en ella un diablillo, fogoso y
muy rebelde. Es una mano tierna, una mano franca.61
La mano se menciona para hablar del carácter que Otelo sospecha en su esposa.
Por eso, la mortificación, el ayuno, las plegarias, todas del mundo de la penitencia
religiosa, se llaman como remedio a la sensualidad o libertad de su espíritu.
61
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DESDÉMONA: Podría ser, en verdad, pues con esta
mano te entregué mi corazón.
OTELO: ¡Una mano desprendida, generosa! En
el escudo de mi familia, se podían ver los corazones
de nuestros ancestros que daban la mano. Ahora,
nuestras manos dan todo, pero sin corazón.
DESDÉMONA: No sé nada de eso. Mejor, háblame
de nuestra promesa.
OTELO: ¿Qué promesa, paloma?
DESDÉMONA: Le mandé decir a Cassio que venga
a hablar contigo.
OTELO: Tengo un catarro terco y molesto. Préstame tu pañuelo.
DESDÉMONA: Aquí está, mi señor.
OTELO: ¿Es el que yo te di?
DESDÉMONA: Ése no lo tengo ahora conmigo.
OTELO: ¿No?
DESDÉMONA: No, casualmente, mi señor.
OTELO: Es una lástima. Ese pañuelo se lo dio a
mi madre una hechicera egipcia, que era una maga
que casi podía leer los pensamientos. Y le dijo que
mientras lo conservara, sería atractiva y conservaría el
amor de mi padre; pero que si lo perdía o si lo entregaba a otro, mi padre la rechazaría y saldría en busca
de otras mujeres. Antes de morir, mi madre me lo dio;
me dijo que cuando me casara, se lo entregara a mi
esposa. Así lo hice; ten cuidado pues, cuídalo como
a las niñas de tus lindos ojos; extraviarlo o perderlo
sería una desgracia.
DESDÉMONA: ¿Es verdad esto?
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OTELO: Es la verdad. Hay magia en su tejido;
una sibila62 casi eterna, bordó en él una profecía; los
gusanos que tejieron la seda eran mágicos, y el tinte
que usó estaba hecho de los corazones de vírgenes
momificadas, que ella misma había sabido conservar
con sus artes y pócimas.
DESDÉMONA: ¿De veras? ¿Es cierto?
OTELO: Sí, así que cuídalo bien.
DESDÉMONA: Entonces, ¡mejor hubiera querido
el cielo que nunca me lo dieras!
OTELO: ¡Ah! ¿Por qué?
DESDÉMONA: ¿Por qué me hablas en ese tono?
OTELO: ¿Es que lo perdiste? ¿Desapareció? Habla. ¿No está en su lugar?
DESDÉMONA: ¡El cielo nos bendiga!
OTELO: ¿Qué dices?
DESDÉMONA: No está perdido; pero, ¿y si lo estuviera?…
OTELO: ¡Cómo!
DESDÉMONA: Digo que no está perdido.
OTELO: Ve a buscarlo, déjame verlo.
DESDÉMONA: Bien, lo haré, señor; pero no ahora;
me pides esto para esquivar mi demanda. Primero, te
lo suplico, llama de nuevo a Cassio.
OTELO: Ve a buscar el pañuelo. Mi curiosidad
lo exige.
DESDÉMONA: Vamos, vamos, a nadie encontrarás
que sea más capaz que Cassio.
OTELO: ¡El pañuelo!
DESDÉMONA: Por favor, hablemos de Cassio.
Mujer adivinadora que decía la suerte, leía el futuro con predicciones buenas
o terribles, siempre ciertas.
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OTELO: ¡El pañuelo!
DESDÉMONA: El hombre siempre ha sido tu amigo,
han compartido peligros…
OTELO: ¡El pañuelo!
DESDÉMONA: Vamos, en verdad, ¡qué actitud tan
terca!
OTELO: ¡Atrás! (Sale.)
EMILIA: ¿No está ese hombre celoso?
DESDÉMONA: Jamás lo había visto tan enojado conmigo. De seguro que hay algo extraordinario en ese
pañuelo. Qué desgracia haberlo perdido de vista.
EMILIA: Una nunca termina de conocer a un hombre, señora; ni en un año ni en dos. Los hombres son
sólo un estómago, y nosotras somos su alimento. Nos
devoran glotonamente, pero cuando están hartos, nos
vomitan. Mira, aquí llega Cassio y mi glotón marido.
Entran Cassio y Yago.
YAGO: No hay más remedio. Ella debe hacerlo.
¡Y mira qué contenta se le ve! ¡Vamos a acabar con su
dicha!
DESDÉMONA: ¡Hola, buen Cassio! ¿Qué noticias
me tienes?
CASSIO: Señora, se lo pido, se lo ruego, intervenga
para que su marido me devuelva su amistad. No quisiera
esperar más. Si mi ofensa es tan grande que ni todos mis
servicios, ni mis penas, ni mis méritos valen para recuperar su amistad, entonces me resignaré a mi desgracia.
DESDÉMONA: ¡Ay, noble Cassio! ¡Mis súplicas no
sirven ahora! Ya no reconozco a mi esposo. Que me
ayuden todas las almas santas, así como les he pedido
que intercedan por ti, para calmarle su disgusto. Le
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prometo que seguiré abogando cuando pueda, pero no
en este momento.
YAGO: ¿Está enojado mi señor?
EMILIA: Acaba de salir de aquí hace un instante, y
ciertamente con una muy extraña inquietud.
YAGO: ¿Que si está enojado? Le he visto en el campo de batalla, furioso como si el demonio mismo le
arrancara de sus brazos a su propio hermano… ¿Que si
está enojado? Debe tratarse de un asunto importante.
Voy a buscarlo. Algo grave acontece, en verdad, si está
tan enojado.
DESDÉMONA: Hazlo, por favor, Yago. (Sale Yago.)
Sin duda, debe ser algún asunto de Estado, alguna noticia de Venecia, o algún complot o algo que lo habrá
desquiciado. Cuando se tiene una preocupación así, la
menor cosa provoca el enojo más terrible. Cuando duele un solo dedo, nos afecta todo el ánimo. Recordemos
que los hombres no son dioses. Dime Emilia, seré yo
quien lo ha hecho enojar, seré yo quien ha tenido la
culpa, lo habré juzgado mal.
EMILIA: Roguemos al cielo que sean negocios de
Estado y que no sean celos.
DESDÉMONA: ¡Ay que terrible! Nunca le he dado
motivo alguno.
EMILIA: Las almas celosas no necesitan motivos.
No son siempre celosas porque tengan motivo; son celosas porque son celosas. Los celos son un monstruo
que se engendra a sí y nace de sí mismo.
DESDÉMONA: ¡El cielo defienda el alma de Otelo
de ese monstruo!
EMILIA: Amén, señora.
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DESDÉMONA: Iré a buscarlo. Cassio, da un paseo
por aquí; si lo hallo de buenas, le hablaré bien de usted
otra vez y trataré de convencerlo para que lo vea.
CASSIO: Doy humildemente las gracias, Señoría.
(Salen Desdémona y Emilia.)
Entra Blanca.
BLANCA: ¡Que Dios te cuide, amigo Cassio!
CASSIO: ¿Qué haces fuera de casa? ¿Cómo estás mi
muy bella Blanca? Iba camino de tu casa.
BLANCA: Y yo iba a buscarte, Cassio. ¡Cómo es
eso de no aparecerte en toda una semana! ¡Siete días y
siete noches! ¡Ciento sesenta y ocho horas! ¡Y cuando
se espera al amado, las horas de ausencia son ciento
sesenta y ocho veces más terribles que las del día! ¡Oh,
más difíciles de contar!
CASSIO: Perdóname, Blanca. He estado abrumado
pero te pagaré el abandono con visitas más frecuentes.
Estimada Blanca, copia para mí este pañuelo, imita su
bordado.
(Entregándole el pañuelo de Desdémona.)
BLANCA: ¡Oh, Cassio! ¿De dónde sacaste esto? Algún
obsequio de una nueva amiga. ¡Ahora comprendo la causa
de tu ausencia! ¿A esto hemos venido a parar? Bien, bien.
CASSIO: ¡Deja de pensar así mujer! Deja de sospechar. Ahora estás celosa por lo que supones es un recuerdo de alguna querida. ¡No, créeme, Blanca, no es así!
BLANCA: Pues, ¿de quién es?, ¿cómo es que lo tienes?
CASSIO: Sé tanto como tú. Lo encontré en mi habitación. Me gustó mucho su dibujo y antes que alguien lo
reclame, como probablemente sucederá, quisiera tener
una copia. Tómalo y hazla, y déjame por un momento.
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BLANCA: ¡Dejarte! ¿Por qué?
CASSIO: Espero aquí al general y no quiero que me
vea en compañía de una mujer.
BLANCA: ¿Por qué, te lo ruego?
CASSIO: No es porque no te quiera…
BLANCA: Es sólo porque no me amas. Por favor,
quédate un poco y dime si te veré esta noche temprano.
CASSIO: Te acompañaré un instante, debo esperar
aquí, pero te veré en seguida.
BLANCA: Muy bien; me acomodaré a las circunstancias. (Salen.)
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Acto cuarto
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Escena primera
Delante del castillo.
Entran Otelo y Yago.
YAGO: ¿Lo cree así?
OTELO: Así lo creo, Yago.
YAGO: ¡Qué! Darse un beso en la intimidad…
OTELO: Un beso ilícito.
YAGO: Estar desnuda en el lecho con su amigo
una hora o más, no supone malicia alguna63.
OTELO: ¿Desnuda en el lecho, Yago, y sin malicia
alguna? ¡Eso es tan hipócrita como el diablo! ¡Los
que tienen buenas intenciones y hacen eso, tientan
al diablo y al cielo!
YAGO: Si nada hacen, es un desliz venial; ahora,
si le doy a mi mujer un pañuelo…
OTELO: Bien, ¿qué?
YAGO: Pues que es de ella, señor; y si es suyo,
pienso que puede darlo a quien ella quiera.
OTELO: También es la guardiana de su honor. ¿Y
puede entregarlo a quien sea?
YAGO: ¡Su honor es una esencia que no se ve!
Lo tiene a veces quien carece de él. Pero en cuanto
al pañuelo…
Yago juega con la imaginación enfermiza de Otelo exagerando los tintes
sexuales de un supuesto romance, el moro sólo puede encolerizarse más dado
que no puede razonar de otra manera. Los celos nublan su entendimiento.
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OTELO: ¡Por Dios! De buena gana lo hubiera olvidado… Pero el recuerdo viene a mi memoria como
un cuervo de mal agüero! Tú me dijiste que Cassio
tenía mi pañuelo.
YAGO: Sí, ¿y qué hay con eso?
OTELO: Nada bueno, pues.
YAGO: Y, ¿qué pasaría si le dijera que lo he visto
burlándose de usted? ¿O que le oí decirlo? Pues hay
bribones que cuando conquistan a alguna dama prohibida, lo cuentan alardeando…
OTELO: ¿Dijo eso?
YAGO: Sí, mi señor; como algo que no podrá
desmentir; está seguro de ello.
OTELO: ¿Qué dijo?
YAGO: Pues que había…. no sé qué había hecho.
OTELO: ¿Qué? ¿Qué?
YAGO: Que se había acostado…
OTELO: ¿Con ella?
YAGO: Con ella, o encima de ella, como quiera…
OTELO: ¡Acostado con ella! ¡Acostado encima de
ella!… ¡Dormido con ella!… ¡Eso es asqueroso!…
¡El pañuelo!… ¡Confesiones!… ¡El pañuelo! ¡Que
confiese y lo ahorquen por lo que hizo!… ¡Que sea
ahorcado primero y que confiese después!… ¡Tiemblo sólo de pensarlo! ¡La naturaleza no me dejaría
invadir por la sospecha de una pasión si no hubiera
algo de cierto! ¡No en vano estas palabras me estremecen! ¡Puf!… ¡Sus narices, sus orejas, sus labios!…
¿Es posible?… ¡Confesión!… ¡El pañuelo!… ¡Oh,
demonio!… (Cae en convulsiones.)
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YAGO: ¡Actúa, veneno64 mío, anda y surte efecto!
¡Que así se atrapa a los tontos crédulos! ¡Y así es como pierden la fama y la honra muchas mujeres castas
y dignas!65 ¿Qué pasa? ¡Eh! ¡Mi señor! ¡Mi señor, que
digo! ¡Otelo!
Entra Cassio.
YAGO: ¡Eh, Cassio!
CASSIO: ¿Qué pasa?
YAGO: ¡A mi señor le dio un ataque de epilepsia!
¡Es su segundo ataque! Ayer le dio otro.
CASSIO: ¡Hay que frotarle las sienes!
YAGO: No, déjalo. Dejémosle tranquilo. Si no, va
a echar espuma por la boca y a estallar inmediatamente
en un acceso de locura salvaje. Mira, se mueve. Retírate un momento. Pronto se aliviará y cuando se haya
ido, quiero hablarte de un asunto de gran importancia.
(Sale Cassio.) ¿Cómo se siente general? ¿No se
ha herido en la cabeza?
OTELO: ¿Te burlas de mí?
YAGO: ¡Yo burlarme de usted! ¡No, por Dios!
¡Sólo quiero que soporte su suerte como un hombre!
OTELO: ¡Un hombre cornudo es un monstruo
y una bestia!
YAGO: ¡Entonces hay muchas bestias en una ciudad como Venecia, y bastantes monstruos entre la
civilización!
Se alude a implantar una idea que contamina la mente de quien la sufre. Los
celos son un veneno que intoxica la mente de Otelo. La razón está perdiendo
la batalla contra la emoción.
65
La castidad, la honorabilidad se manejan como lo único valioso para considerar el ser de una mujer. Así aunque hombre y mujer sean víctimas de la injuria,
la más dañada será la mujer. Véase cómo la adjetivación de alguien por otra
persona cunde en su auto concepto, en su prestigio y en la manera como se
construye en relación con los demás.
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OTELO: ¿Ya confesó?
YAGO: Buen señor, compórtese como un hombre; piense que todo camarada que esté casado, puede
correr la misma suerte66. Hay en estas horas millones
de hombres vivos que se acuestan de noche en lechos
compartidos por todo el mundo, y jurarían que son
solamente suyos. Su caso es mejor. ¡Ah, es una burla
del infierno, una treta del diablo! ¡Besar a una libertina en su lecho legítimo pensando que es casta! No.
Más vale saberlo todo, y sabiendo lo que soy, sé lo
que ella será.
OTELO: ¡Mira que eres listo!, es cierto.
YAGO: Quédese quieto un momento y escuche lo
que le digo. Mientras estaba desvanecido por su dolor, estuvo aquí Cassio. Me las ingenié para despedirlo, explicando algo de su padecimiento y le pedí que
volviera dentro de un rato para hablarle, lo que me
prometió. Ocúltese para que pueda ver sus muecas,
pues le haré contar de nuevo su historia, decir dónde,
cómo, cuántas veces, desde cuánto tiempo, cuándo se
ha acostado con ella y si se propone hacerlo de nuevo
con su mujer. Se lo digo, fíjese sólo en sus gestos…
Pero hay que tener paciencia, pues quien no sabe
esperar, no se comporta como un hombre cabal67.
66
Yago insiste en la generalización como medio de comprensión del otro: “Todas las mujeres engañan a sus maridos”. Esto es una falacia que se presenta
como una naturalización del defecto que podrá justificar alguna reacción para
contrarrestarla.
67
Como Otelo no puede ya razonar, Yago lo manipula para que lea en los gestos
de una conversación que no está escuchando, todo lo que él quiere que entienda.
La imagen alude al poder de las apariencias antes que a las realidades como
formas de entender quién es el otro. Los gestos pueden expresar ideas erróneas
si los sacamos del contexto paralingüístico en que son originados.
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OTELO: ¿Me escuchas, Yago? Seré el más prudente, seré paciente; pero también —¿me oyes?—
seré el más sanguinario.
YAGO: Eso no hace falta; pero todo a su debido
tiempo. ¿Quisiera ahora ocultarse? (Otelo se oculta.)
Ahora le preguntaré a Cassio por Blanca; una ama de
casa que vende sus favores para comprarse pan y vestidos. Esta infeliz está loca por Cassio. Es el castigo
de la puta, engañar a mil y ser engañada por uno…
Cuando Cassio oye hablar de ella, no puede aguantar
la risa. Aquí viene. Cuando sonría, Otelo se pondrá
furioso, y sus celos malinterpretarán las sonrisas, los
gestos y la conducta del pobre Cassio.
Vuelve a entrar Cassio.
YAGO: ¿Cómo le va ahora, teniente?
CASSIO: Muy mal y peor si me nombras por el
título que me pesa ya no tener.
YAGO: Ruega a Desdémona que abogue por ti
y lo volverás a tener. (Hablando bajo.) Ahora, si esto
dependiera del favor de Blanca, ¡qué pronto la hubieras conseguido!
CASSIO: ¡Ay, esa pobre infeliz!
OTELO: (Aparte.) ¡Hay que ver cómo se ríe ya!
YAGO: Nunca he visto a una mujer amar tanto
a un hombre.
CASSIO: ¡Ay, pobre buscona! Creo, en verdad,
que me quiere.
OTELO: (Aparte.) Ahora lo niega débilmente, y
esto lo hace estallar de risa.
YAGO: ¿Has oído lo que dice por ahí, Cassio?
OTELO: (Aparte.) Ahora le pide que le cuente todo.
¡Bravo, bien dicho; bien dicho!
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YAGO: Ella anda diciendo por ahí que te casarás
con ella. ¿Es cierto?
CASSIO: ¡Ja, ja, ja!
OTELO: (Aparte.) ¿Triunfas, Cassio? ¡Triunfas así!
CASSIO: ¡Casarme con ella!… ¿Cómo? ¡Con una
mujer tan corrida! Por favor, más respeto a mis talentos.
No me creas tan loco. ¡Ja, ja, ja!
OTELO: (Aparte.) Eso es, eso es, eso es, eso es: los
que ganan ríen.
YAGO: Es cierto, corre el rumor de te vas a casar
con ella.
CASSIO: Por favor, dime la verdad.
YAGO: Si no la digo, soy un canalla.
OTELO: (Aparte.) ¿Me has contado ya los días? Bien.
CASSIO: Es una invención de Blanca. Está convencida de que me casaré con ella por un capricho de su
vanidad y de su amor propio, pero no porque yo se lo
haya prometido.
OTELO: (Aparte.) Yago me hace señas; ahora comienza la historia.
CASSIO: Estuvo aquí hace un momento; me persigue a todas partes. El otro día estaba yo en el muelle
hablando con unos venecianos, cuando se me presenta
esa alocada y me toma del cuello… gritando: “¡Oh, mi
querido Cassio!” Como si lo viera. Es lo que quiso decir
su gesto. Y se cuelga y se recuesta, llora y me atrae y
me rechaza. ¡Ja, ja, ja!
OTELO: (Aparte.) Ahora le cuenta cómo ella lo llevó a mi alcoba. ¡Oh! ¡Veo tu nariz maldito, pero no al
perro al que se la arrojaré!
CASSIO: Bien, será necesario que la deje de ver.
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YAGO: ¡Dios me proteja! Mira dónde viene ella
misma.
CASSIO: ¡Ésta es una loca! ¡Vaya! ¡Y qué perfumada
llega!
Entra Blanca.
CASSIO: ¿Qué quieres persiguiéndome así?
BLANCA: ¡Que el diablo y su mujer te persigan!
¿Qué quieres lograr tú con este pañuelo que me diste hace un instante? ¡Qué tonta he sido con recibirlo!
¿Y quieres que te copie este dibujo? ¿Quién te va a
creer que lo encontraste en tu habitación y que no sabes quién lo dejó allí? Éste es el regalo de una mujer.
¿Y quieres que te copie este dibujo? Toma… Dáselo a
tu juguete. Que venga de donde venga, no lo copiaré.
CASSIO: ¿Qué te sucede, Blanca? ¿Qué te pasa?
¿Qué te pasa?
OTELO: (Aparte.) ¡Por todos los cielos! ¡Ése debe
ser mi pañuelo!
BLANCA: Si quieres venir a cenar conmigo esta noche, ven. Si no quieres, ven cuando estés más dispuesto.
(Sale.)
YAGO: ¡Ve tras ella, corre tras ella!
CASSIO: Creo que es preciso; si no, va a vociferar
por las calles.
YAGO: ¿Cenarás en su casa?
CASSIO: Sí; ésa es mi intención.
YAGO: Bien; quizá vaya a verte, pues tengo que
hablar contigo.
CASSIO: Ve, te lo ruego. ¿Vendrás?
YAGO: Iré; no se diga más. (Sale Cassio.)
OTELO: (Adelantándose.) ¿Cómo lo mataré, Yago?
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YAGO: ¿Ha visto cómo se reía de sus delitos?
OTELO: ¡Oh, Yago!
YAGO: ¿Y vio el pañuelo?
OTELO: ¿Era el mío?
YAGO: ¡Era el suyo, se lo juro! ¡Y vea cómo aprecia
a esa insensata mujer, a su esposa que ella se lo confía
y él se lo regala a su meretriz!
OTELO: ¡Quisiera matarlo nueve veces seguidas!
¡Tan linda mujer! ¡Tan bella mujer! ¡Tan amable mujer!
YAGO: Vamos, es mejor olvidar ya todo eso.
OTELO: ¡Sí, que se pudra! ¡Qué muera y baje al
infierno esta noche! ¡Porque no vivirá! ¡No, mi corazón
se volvió de piedra! ¡Lo golpeo y me lastima la mano!…
¡Oh! ¡No hay otra criatura tan adorable en todo el mundo! ¡Nadie se le puede resistir!
YAGO: Vaya, que ya cambiamos el asunto.
OTELO: ¡Que la ahorquen!… Sólo digo lo que
es… ¡Tan fina con la aguja!… ¡Tan admirable con su
música! ¡Oh! ¡Cuando canta, qué bella voz!… ¡Ella
tan ingeniosa y tan ocurrente!
YAGO: Tanto peor por todas esas cualidades.
OTELO: ¡Oh, mil veces, mil veces peor! Y luego,
¡de un carácter tan blando!
YAGO: Sí, demasiado blando.
OTELO: Sí, es verdad…, pero, ¡qué lástima, Yago!
¡Qué lástima, Yago! ¡Oh, Yago!
YAGO: Si tanto le daña su mentira, dígaselo; pero
si no, a nadie le importa nada.
OTELO: ¡La haré trizas!… ¡Ponerme los cuernos
a mí!
YAGO: ¡Oh! Es vergonzoso de su parte.
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OTELO: ¡Y con mi teniente!
YAGO: ¡Más vergonzoso aún!
OTELO: ¡Consígueme un veneno, Yago! Esta noche… No quiero darle ni pedirle explicaciones a ella,
pero temo que su cuerpo y su hermosura aún puedan
desarmarme68. Tiene que ser esta noche, Yago.
YAGO: No use un veneno. ¡Mejor estrangúlela en
su lecho, ese mismo lecho que ella ha deshonrado!
OTELO: ¡Bien, bien! ¡Es mejor ese castigo! ¡Muy
bien!
YAGO: Y en cuanto a Cassio, déjalo por mi cuenta. Sabrás más a medianoche.
OTELO: ¡Excelentemente bien! (Se oye dentro una
trompeta.) ¿Qué trompeta es ésa?
YAGO: Algún mensaje de Venecia, de seguro. Es
Ludovico, que viene de parte del dux. Y mire, su esposa viene llegando con él.
Entran Ludovico, Desdémona y acompañamiento.
LUDOVICO: ¡Dios lo bendiga, digno general!
OTELO: A usted le deseo lo mismo, de todo corazón, señor.
LUDOVICO: El dux y los senadores de Venecia le
envían sus saludos. (Le entrega un despacho.)
OTELO: Honro el instrumento de sus órdenes.
(Abre el despacho y lee.)
DESDÉMONA: ¿Y qué noticias traes, querido primo
Ludovico?
YAGO: Me alegro mucho de verlo, signior. Bienvenido sea a Chipre.
A pesar de todos los pensamientos violentos para vengarse de lo que Otelo
sospecha ser objeto, se ve a sí mismo como el ofendido y como presa fácil de
los encantos de Desdémona, así, de victimario pasa a ser víctima.
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LUDOVICO: Le doy las gracias. ¿Cómo está el teniente Cassio?
YAGO: Vive, señor.
DESDÉMONA: Primo, entre él y mi esposo ha surgido una desavenencia lamentable; pero tú podrías arreglarlo todo.
OTELO: ¿Estás segura de eso?
DESDÉMONA: Mi señor…
OTELO: (Leyendo.) No dejes de hacerlo, como verás…
LUDOVICO: No me llamaba. Está leyendo el escrito.
¿Es que hay algún problema entre mi señor y Cassio?
DESDÉMONA: Sí, hay una terrible división. Me alegraría mucho reconciliarlos, por el afecto que le tengo
a Cassio.
OTELO: ¡Fuego y azufre!
DESDÉMONA: Mi Señor…
OTELO: ¿Estáis en tu juicio?
DESDÉMONA: ¡Cómo! ¿Está enojado?
LUDOVICO: Puede que le haya molestado algo de la
carta, pues creo que se le llama a Venecia y se le manda
que delegue el gobierno de Chipre en Cassio.
DESDÉMONA: Me alegro de ello, te lo aseguro.
OTELO: ¿De veras?
DESDÉMONA: Mi señor…
OTELO: Celebro ver que te has vuelto loca.
DESDÉMONA: ¿Cómo, amado Otelo?
OTELO: ¡Desgraciada bruja!69 (La golpea.)
DESDÉMONA: No me merezco esto.
69
De la violencia en las opiniones, adjetivos o conjeturas sobre las acciones, se
pasa aquí a la más terrible violencia: la física. La reacción de sorpresa e indignación deben ser el aviso de lo que viene.
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LUDOVICO: Mi señor, nadie creería esto en Venecia, aun cuando yo jurara que lo había visto. Es
demasiado. Consuélala que está llorando.
OTELO: ¡Oh, bruja, bruja! Si la tierra pudiera fecundarse con lágrimas de mujer, cada gota que viertes
se convertiría en un cocodrilo. ¡No te quiero ver más!
DESDÉMONA: Si mi presencia te ofende, me voy.
(Yéndose.)
LUDOVICO: Qué dama tan obediente, en verdad.
Suplico a su señoría que la llame.
OTELO: ¡Señora!…
DESDÉMONA: Mi señor…
OTELO: ¿Qué deseas de ella, caballero?
LUDOVICO: ¿Quién, yo, señor?
OTELO: Sí, tú me hiciste llamarla. Señor, puede
tornar y retornar, y, sin embargo, marchar adelante, y volver todavía; y puede llorar, señor, ¡llorar!; y
sí es obediente, como dices…, ¡obediente!…. ¡muy
obediente!…. Continúa con sus lágrimas… En lo
que respecta a estas órdenes, señor… ¡Oh, una emoción bien fingida!… Recibo la orden de regresar.
Márchate; enviaré por ti en seguida…Señor, obedeceré el mandato y volveré a Venecia… ¡Fuera de
aquí, andando! (Sale Desdémona.) Cassio ocupará mi
puesto. Con esto… señor, le ruego que me acompañe
a cenar esta noche. ¡Sea usted bienvenido a Chipre,
señor! —¡Por todos los demonios! (Sale.)
LUDOVICO: ¿Es éste el noble moro a quien nuestro Senado proclama por voto unánime capaz de
cuanto sea posible? ¿Es ésta la naturaleza de alguien
al que no perturban las pasiones? ¿De alguien cuya
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sólida virtud no podía ser perturbada por ningún accidente u ocasión?70
YAGO: Está muy cambiado.
LUDOVICO: ¿Está en sus cabales? ¿No delira acaso?
YAGO: Es lo que es. Puedo calificarlo. Podría ser,
pero no lo es… ¡Dios quiera que fuese delirio!
LUDOVICO: ¡Cómo! ¡Pegarle así a su mujer!
YAGO: Creo que eso no estuvo bien. Sin embargo, quisiera tener la seguridad de que ese golpe no
será el más violento.
LUDOVICO: ¿Así acostumbra tratarla o es que esas
noticias le encendieron su sangre, y es la primera vez
que lo hace?
YAGO: ¡Ay! No es justo contar lo que he visto y
sé. Ya lo verá, y sus maneras se lo dirán mejor que
mis palabras. Sígale y notará cómo va a continuar.
LUDOVICO: Lamento haberme dejado engañar por
él de esta manera. (Salen.)
Se alude al control de las emociones de Otelo que tiene fama de imperturbable
y ha dado muestras de un carácter explosivo delante de quien no lo consideraba
violento, sino valiente. La violencia irá creciendo hasta llegar a su máxima
expresión de injusticia y daño al otro.
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Escena segunda
Aposento en el castillo
Entran Otelo y Emilia.
OTELO: ¿No viste nada, entonces?
EMILIA: Jamás he escuchado nada, ni nunca he sospechado.
OTELO: Sí, tú los has visto juntos a ella y a Cassio.
EMILIA: Pero en esas ocasiones no vi nada malo,
y he oído cada una de las conversaciones entre ellos.
OTELO: ¿Qué, no cuchichearon nunca?
EMILIA: Jamás, mi señor.
OTELO: ¿Ni ella te ha pedido que los dejes solos?
EMILIA: Nunca.
OTELO: ¿Ni para buscar su abanico, sus guantes,
su velo o algo?
EMILIA: Jamás, mi señor.
OTELO: Es extraño.
EMILIA: Me atrevo a jurar que es honrada. Apostaría mi alma por su virtud. Si pensaba de otra manera, olvide ese pensamiento que engaña su corazón. Si
algún miserable le metió eso en la cabeza, que el cielo
lo castigue; porque, si ella no es honrada, casta ni leal,
entonces ya no quedan casados felices, pues mi señora
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es la más pura de las mujeres, por eso la calumnia es
más despreciable.
OTELO: Pídele que venga aquí. Ve. (Sale Emilia.)
Habla sin parar. Pero, es una simple alcahueta que no
puede decir mucho. Es una ramera astuta, un gabinete
de secretos infames guardados bajo llave; y, a pesar de
ello, se arrodilla y ora. Yo mismo la he visto hacerlo.
Entran Desdémona y Emilia.
DESDÉMONA: Mi señor, ¿para qué me quieres?
OTELO: Por favor, ven acá, palomita.
DESDÉMONA: ¿Qué deseas?
OTELO: Déjame verte a los ojos. Mírame a la cara.
DESDÉMONA: ¿Qué broma cruel es ésta?
OTELO: (A Emilia.) ¡Vete a tus quehaceres, mujer! ¡Déjanos solos y cierra la puerta! ¡Tose o exclama
¡Ejem!, si alguien viene! ¡A lo tuyo, a lo tuyo! ¡Vamos,
sal ya! (Sale Emilia.)
DESDÉMONA: Te lo suplico de rodillas: ¿qué significa todo este discurso? Oigo tus duras palabras pero
no las comprendo.
OTELO: Vamos a ver: ¿quién eres tú?
DESDÉMONA: Soy tu esposa, mi señor; tu sincera
y leal esposa.
OTELO: ¡Vamos, júralo y condénate! Te pareces
tanto a un ángel del cielo que los demonios temerían
apoderarse de ti. ¡Así, condénate doblemente! Jura…
¡que eres honrada!
DESDÉMONA: El cielo lo sabe con toda verdad.
OTELO: ¡“El cielo lo sabe con toda verdad”, que
eres traicionera como el Diablo!
DESDÉMONA: ¿A quién he traicionado, mi señor?
¿A quién le he mentido? ¿Cuándo he sido desleal?
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OTELO: ¡Ah, Desdémona!… ¡Fuera, fuera, fuera!
DESDÉMONA: ¡Ay! ¡Qué terrible día!… ¿Por qué
lloras? ¿Por mí, señor? Si sospechas que fue mi padre
quien te manda llamar, no me culpes. Que ambos hemos perdido su afecto.
OTELO: Aun cuando el cielo quisiera ponerme a
prueba por el dolor; aun cuando me hubiera azotado
con toda clase de males y de vergüenzas; aun cuando me
hubiera sumergido en la miseria hasta los labios, aun así
habría podido encontrar en mi alma una gota de paciencia. Pero, ¡ay!, ¡que me hayas hecho la burla de todos!
¡Oh! Eso lo aguantaría; bien, muy bien. ¡Pero que hayas
destruido mi corazón y mi tranquilidad! ¡Me has arrojado a una sucia cisterna llena de sapos!… ¡Aguarda, tú,
que eres bella como un joven querubín dorado de labios
rosados, cambia ya de forma y de color, muéstrate como
lo que eres, un demonio del infierno!
DESDÉMONA: Espero que sepas sin duda que soy
fiel y casta.
OTELO: ¡Oh, sí! ¡Como las moscas en el calor del
matadero, que, apenas nacen, se reproducen zumbando! ¡Oh, flor, tan bella que nublas los sentidos! ¡Ojalá
nunca hubieras nacido!
DESDÉMONA: ¡Ay! ¿Qué ignorado pecado he cometido?
OTELO: Este delicado lienzo, este libro tan admirable, ¿se hizo para que escribiera encima: “puta”?
“¿Qué has cometido?” “¿Cometido?” ¡Oh, ramera pública! ¡Si te dijera lo que has hecho, se encenderían
tanto mis mejillas que calcinarían todo pudor!… “¿Qué
has cometido?”… ¡El cielo y la Luna se avergüenzan!
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¡Ni el viento lascivo que besa todo lo que encuentra,
quiere escucharte!… “¿Qué has cometido?” ¡Impúdica
prostituta!
DESDÉMONA: ¡Por el cielo, me estás insultando!
OTELO: ¿No eres acaso una prostituta?
DESDÉMONA: ¡No, tan cierto como que soy cristiana! Yo conservo este cuerpo para ti, señor, libre de
todo contacto impuro e ilegítimo. No soy prostituta,
no lo soy.71
OTELO: ¡Cómo! ¿No eres una puta?
DESDÉMONA: ¡No, lo digo como que espero mi
salvación!
OTELO: ¿Es posible?
DESDÉMONA: ¡Oh, Dios mío! ¡Apiádate de nosotros!
OTELO: Pues te pido perdón, en ese caso. Te
tomé por esa astuta cortesana de Venecia que se casó
con Otelo. ¡Y tú, señora, que tienes el oficio contrario a San Pedro y vigilas las puertas del infierno!…
(Vuelve a entrar Emilia) ¡Tú! ¡Tú! ¡Sí, tú! ¡Ya hemos
concluido! Aquí tienes dinero por tu trabajo. ¡Por
favor! Cierra con llave y guárdanos el secreto. (Sale.)
EMILIA: ¡Ay! ¿Qué se imagina este hombre? ¿Cómo
estás, señora mía? ¿Cómo te encuentras, buena señora?
DESDÉMONA: Te juro, estoy muy confundida.
EMILIA: Buena señora, ¿qué ha pasado con mi
señor?
DESDÉMONA: ¿Con quién?
71
En medio de la violencia de las acusaciones, asoma la realidad de que la
mujer se concibe como objeto de uso exclusivo para su pareja, y se valora o se
defiende desde esa visión. No se considera valiosa o independiente más allá
de esa opinión.
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EMILIA: Vaya, con mi señor, señora.
DESDÉMONA: ¿Quién es tu señor?
EMILIA: Tu marido, amable señora.
DESDÉMONA: No tengo ninguno. No me hables,
Emilia. No puedo llorar, ni dar otra respuesta sin
llorar. Te lo suplico, esta noche tiende mi lecho con
las sábanas de mi boda… Recuérdalo… Y dile a tu
marido que venga.
EMILIA: ¡Vaya qué cambio, en verdad! (Sale.)
DESDÉMONA: Era preciso que me tratara así, es
muy justo. ¿Qué habré hecho para que mis actos lo
hagan tener la más mínima sospecha?72
Vuelve a entrar Emilia con Yago.
YAGO: ¿Qué desea la señora? ¿Qué le sucede?
DESDÉMONA: No puedo decirlo. Los que enseñan a los niños lo hacen con juegos dulces y fáciles
tareas. Hubiera podido regañarme así; pues, en buena
fe, soy una niña cuando me regaña.
YAGO: ¿De qué se trata, señora?
EMILIA: ¡Ay, Yago! El señor la ha llamado puta,
la ha regañado con tantos desprecios e insultos, que
un corazón inocente no lo podría soportar.
DESDÉMONA: ¿Merezco yo ese nombre, Yago?
YAGO: ¿Qué nombre, amable señora?
DESDÉMONA: El que dice que me ha llamado mi
señor.
72
La víctima se cree culpable de las acusaciones y duda de su propia integridad,
luego se verá infantilizada a sí misma, en una desvalorización de su persona. El
comportamiento en la obra acorta ese proceso en que luego de ser acusada, la
víctima se convence de las acusaciones, pues no encuentra otra explicación posible más que su propio comportamiento. No cree al victimario capaz de injuriar
sin justificación. Se asume como culpable y con eso se logra una explicación,
aunque falsa, de lo que ha ocurrido.
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EMILIA: La llamó puta. Un mendigo, en su borrachera, no habría dirigido tales insultos a su enojo.
YAGO: ¿Por qué ha hecho eso?
DESDÉMONA: No lo sé. No soy nada parecido.
YAGO: No llore, no llore… ¡Ay, qué horrible día!
EMILIA: ¿Para esto declinó tantas ofertas de matrimonio, abandonó a su padre, a sus amigas, para
que su esposo la llame puta? ¿No es para hacer llorar?
DESDÉMONA: ¡Es mi mala suerte!
YAGO: ¡Maldito sea por ello! ¿Cómo le dio esta
locura?
DESDÉMONA: ¡Sólo Dios sabe!
EMILIA: ¡Que me ahorquen si no fue algún maldito, un mentiroso que sembró esta idea en su cabeza!
¡Que me ahorquen si no es cierto!
YAGO: ¡Calla mujer! No hay un hombre semejante. Es imposible.
DESDÉMONA: ¡Sí que los hay, y que el cielo lo
perdone!
EMILIA: ¡Que lo perdone la horca y que el fuego
del infierno carcoma sus huesos! ¿Por qué había de
llamarla prostituta? ¿Con quién cree que trata? ¿En
qué sitio? ¿En qué tiempo? ¿En qué forma? ¿Qué
pruebas tiene? ¡El moro fue engañado por un bribón
más que infame, vil, por algún despreciable truhán!
¡Oh, Dios! ¡Condena a semejante gentuza, y coloca
un látigo en la diestra de todo hombre honrado, para
que esos canallas sean azotados desnudos en todo el
mundo, desde el Oriente al Occidente¡73
La crueldad del castigo que se espera es tan grande como la injuria del culpable, hay que notar que las emociones no son buenas consejeras en la administración de la justicia.
73
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YAGO: Habla más bajo, me avergüenzo con lo
que dices.
EMILIA: ¡Oh, vergüenza la de ellos! ¡Algún escudero de esa calaña fue el que te volvió del revés el
juicio y te hizo sospechar que yo había tenido que ver
con el moro o con Cassio!
YAGO: ¡Estás hecha una loca! ¡Vete!
DESDÉMONA: ¡Ay, Yago! ¿Qué haré para recuperar la confianza de mi esposo? Buen amigo, ve
a buscarle, juro por el cielo, que no sé cómo lo he
perdido. ¡Me arrodillo, y si alguna vez he pecado
voluntariamente contra su amor en palabra, obras o
pensamiento; si alguna vez mis ojos, mis oídos o mis
demás sentidos han sentido placer con alguien que no
sea él; si no lo amo tiernamente, como siempre le he
amado, como siempre le amaré, aun cuando me arrojara a la miseria por el divorcio,74 que toda esperanza
de consuelo me abandone! El desprecio cala mucho
y su desprecio podrá acabar con mi vida, pero jamás
podrá corromper mi amor. No puedo pronunciar la
palabra “puta” sin que me dé horror. Y no he hecho
nada que justifique ese nombre y nada podrá hacer
que lo haga.75
YAGO: Se lo suplico, tenga paciencia; esto no es
más que un momento de mal humor. Son los negocios del Estado que lo perturban y por eso se enoja
con usted.
74
Los hombres han tenido siempre la posibilidad de repudiar a la mujer por
infidelidad, lo que acarrea la ruina moral y económica, pues aquí en vez de
divorcio habría que entender una forma de relegarla para siempre.
75
La víctima no intenta reparar el daño ni exigir una explicación de las actitudes adversas hacia ella, sino que busca el perdón, cuando debiera exigir una
reparación de daños a su persona y su reputación.
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DESDÉMONA: ¡Y si fuera otra cosa!…
YAGO: Es sólo eso, se lo garantizo. (Trompetas.)
¡Oiga cómo llaman a cenar! Los embajadores de Venecia esperan la comida. Entre y no llore. Todo acabará bien. (Salen Desdémona y Emilia.)
Entra Rodrigo.
YAGO: ¡Hola, Rodrigo!
RODRIGO: No creo que seas honesto conmigo.
YAGO: ¿Qué te hace pensar así?
RODRIGO: Cada día me pones algún pretexto, Yago;
me parece más bien que me cortas todas las posibilidades, antes de darme la menor esperanza. Estoy decidido,
en verdad, a no aguantarlo más. No tengo ya humor
para rumiar lo que he soportado como un tonto.
YAGO: ¿Quieres escucharme, Rodrigo?
RODRIGO: Creo que ya te he oído demasiado,
pues entre tus palabras y tus obras no hay parecido
alguno.
YAGO: Me acusas muy injustamente.
RODRIGO: De nada que no sea verdad. He gastado todo mi dinero. Las joyas que te entregué para
Desdémona y hubieran sobornado a una monja, me
dices que las recibió, y, en cambio, sólo me das palabras de consuelo o una intimidad cercana; pero no
veo que nada de eso suceda.
YAGO: Bien, adelante, muy bien.
RODRIGO: “¡Muy bien! ¡Adelante!” ¡Pues no puedo seguir adelante, amigo! Ni está esto muy bien, por
el contrario, todo va muy mal y comienzo a darme
cuenta que me has engañado.
YAGO: ¡Muy bien!
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RODRIGO: ¡Te repito que no está muy bien! Quiero
yo mismo presentarme a Desdémona. Si quiere devolverme mis alhajas, abandonaré su corte y expresaré
mi arrepentimiento por mis insinuaciones ilícitas. Si
no, debes estar seguro de que te exigiré que me lo
devuelvas todo.
YAGO: ¿Has acabado ya?
RODRIGO: Sí, y nada he dicho que no tenga intención de hacer, te lo juro.
YAGO: Vaya, ahora veo que hay energía en ti, y a
partir de este momento tendré una mejor opinión de
ti. ¡Dame tu mano, Rodrigo! Tienes razón en sospechar de mí; sin embargo, te aseguro que he actuado
con toda honestidad en este asunto.
RODRIGO: Pues no lo parece.
YAGO: Aciertas al decir que no lo parece, y tus sospechas están justificadas. Pero, Rodrigo, si hay en ti
eso que intuyo que posees: resolución, arrojo y valor,
muéstralos esta noche; si a la noche siguiente no gozas
con Desdémona, sácame de este mundo a traición e
inventa calumnias en mi contra.
RODRIGO: Bien. ¿De qué se trata? ¿Es algo posible
y comprensible?
YAGO: Señor, ha venido una comisión especial de
Venecia para colocar a Cassio en el puesto de Otelo.
RODRIGO: ¿Es cierto? ¡Cómo! ¿Es que Otelo y Desdémona regresarán a Venecia?
YAGO: ¡Oh, no! Otelo se va a Mauritania y se la
llevará con él, a menos que algún accidente lo obligue
a prolongar aquí su estancia; para lo cual no hay nada
más seguro que eliminar a Cassio.
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RODRIGO: ¿Qué quieres decir por eliminarle?
YAGO: Pues, hacer imposible que ocupe el puesto
de Otelo; revolverle los sesos.
RODRIGO: ¿Y es eso lo que quieres que haga?
YAGO: Sí, si te atreves a tomar ventaja y a ejercer
un derecho. Cassio cena esta noche con una mujer de
mala vida, y allí iré a buscarle. Aún no sabe nada de su
honorable fortuna. Si quieres espiarle a la salida, que
yo veré que salga entre las doce y la una, podrás hacerle
lo que quieras; yo estaré cerca de ti para ayudarte en
el asalto, y lo atraparemos entre los dos. Vamos, no te
quedes ahí, ven conmigo. Te explicaré tan claramente
por qué es necesaria su muerte, que te creerás obligado a hacerlo. Ha llegado la hora exacta de la cena, y la
noche avanza rápidamente. ¡Manos a la obra!
RODRIGO: Dame algunas razones más.
YAGO: Así lo haré. (Salen.)
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Escena tercera
Otro aposento en el castillo.
Entran Otelo, Ludovico, Desdémona, Emilia y personas
del séquito.
LUDOVICO: Te lo ruego, señor, no te molestes más.
OTELO: ¡Oh, perdóname!, me hará bien dar un
paseo.
LUDOVICO: Buenas noches, señora; le agradezco
a su Señoría.
DESDÉMONA: ¡Sea muy bienvenido, Honorable
Señor!
OTELO: ¿Quieres acompañarme a pasear, señor?
¡Oh, Desdémona!…
DESDÉMONA: ¿Mi señor?…
OTELO: Ve al instante a la recámara. Estaré de
vuelta pronto. Despide a tu doncella. Hazlo.
DESDÉMONA: Lo haré, mi señor. (Salen Otelo, Ludovico y personas del séquito.)
EMILIA: ¿Qué sucede ahora? Parece más amable
que antes.
DESDÉMONA: Dice que volverá enseguida. Me ordenó que me vaya a la recámara y me ha pedido que
me dejes sola.
EMILIA: ¡Dejarte sola!
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DESDÉMONA: Son sus órdenes. Por eso, mi buena
Emilia, dame mis prendas de noche, y adiós. No debemos contrariarlo ahora.
EMILIA: ¡Ojalá no lo hubieses conocido nunca!
DESDÉMONA: No lo quisiera así el cielo. Estoy tan
enamorada, que hasta su mal humor, sus reprensiones
y su ceño fruncido —por favor, desabróchame— me
parecen atractivos.
EMILIA: He puesto en la cama las sábanas que me
pediste colocar.
DESDÉMONA: Da igual… ¡Por Dios! ¡Qué locas son
nuestras mentes! Si muero antes que tú, te suplico que
me amortajes en una de estas mismas sábanas.
EMILIA: Vamos, vamos, no digas tonterías.
DESDÉMONA: Mi madre tenía una doncella llamada
Bárbara. Se había enamorado, y descubrió que el galán
a quien amaba se volvió loco y la abandonó. Sabía cierta canción del “Sauce”; era una antigua canción, pero
expresaba bien su destino y murió cantándola. ¡Esta
noche no puedo quitarme de la cabeza esa canción! Me
da mucha pena no poder inclinar mi cabeza a un lado y
cantarla como la pobre Bárbara. Por favor, date prisa.
EMILIA: ¿Te traigo el camisón?
DESDÉMONA: No. Desabróchame aquí… Ese Ludovico es un hombre muy apuesto.
EMILIA: Es un hombre guapo.
DESDÉMONA: Habla bien.
EMILIA: Sé de una dama de Venecia que hubiera
peregrinado a Palestina por un beso de su boca.
DESDÉMONA: (Cantando.) La pobre alma se sentó suspirando al pie de un sicomoro, cantad todo al sauce verde; la
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mano sobre su seno, la cabeza sobre su rodilla, cantad: sauce,
sauce, sauce; las frases ondas corrían tras ella y murmuraban
sus suspiros, cantad: sauce, sauce, sauce; sus lágrimas amargas
caían y ablandaban las piedras… Quítame esto. (Canta.)
Canta: sauce, sauce, sauce. Por favor, vete; va a venir en
seguida. (Canta.) Canten todos que un sauce verde debe ser
mi guirnalda. Que nadie le reproche; yo apruebo su desdén.
No, no es eso lo que sigue. ¡Escucha! ¿Quién llama?
EMILIA: Es el viento.
DESDÉMONA: (Cantando.) He llamado a mi amor,
amor, perjuro; pero, ¿qué dijo entonces? Canten: sauce,
sauce, sauce, si cortejo a otras mujeres, dormirás con otros
hombres. Ahora, márchate. ¡Buenas noches! Me arden
los ojos. ¿Es un presagio de lágrimas?
EMILIA: Eso no significa nada.
DESDÉMONA: Lo había oído decir. ¡Oh, estos
hombres, estos hombres! ¿Crees realmente, dímelo,
Emilia, que haya mujeres que ofendan a sus maridos
tan terriblemente?
EMILIA: Ya lo creo que las hay, sin duda.
DESDÉMONA: ¿Harías tú algo así a cambio del
mundo entero?
EMILIA: ¿Qué, no lo haría usted?
DESDÉMONA: ¡No, ante la luz del cielo!
EMILIA: Ni yo tampoco ante la luz del cielo; preferiría hacerlo a oscuras.
DESDÉMONA: ¿Cometerías tal acto si a cambio
recibieras el mundo entero?
EMILIA: El mundo es muy grande. Es un gran
precio para tan pequeño vicio.
DESDÉMONA: Pienso, en verdad, que no lo harías.
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EMILIA: En verdad, pienso que lo haría, y que lo
desharía cuando lo hubiese hecho. Vaya, claro que
no lo haría por un anillo, por algunas medias finas,
ni por unas blusas, faldas, ni gorros, ni por cualquier
otra pequeña cosa; pero, ¡por el mundo entero! Vaya;
¿quién no haría cornudo a su marido para ascenderlo
a monarca? Soportaría para ello el purgatorio.
DESDÉMONA: ¡Que me maldigan si cometiera
semejante ofensa por el mundo entero!
EMILIA: ¡Bah!, la falta no es una falta sino para
el mundo, y teniendo al mundo a cambio de haberla
cometido, no sería una falta en tu mundo, pues pronto podrías repararla.
DESDÉMONA: No creo que existan semejantes
mujeres.
EMILIA: Sí, hay docenas, y más hay para aprovisionar el mundo, que les serviría de juego. Pero yo
creo que cuando las mujeres cometen una falta, la
culpa es de sus maridos; pues o no cumplen con sus
deberes y regalan nuestros tesoros a otras mujeres, o
estallan en celos mezquinos imponiéndonos ataduras, o nos pegan y nos limitan por despecho el dinero acostumbrado. Vaya, tenemos hígado, y aunque
poseamos cierta piedad, nos gusta la venganza. Que
sepan los maridos que sus mujeres gozan de sentidos
como ellos; ven, huelen, tienen paladares capaces de
distinguir lo que es dulce de lo que es amargo, como sus esposos. ¿Qué es lo que buscan cuando nos
cambian por otras? ¿Es placer? Yo creo que sí. ¿Es el
afecto lo que les mueve? Creo que sí también. ¿Es la
fragilidad que así los domina? Creo también que es
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esto. ¿Y es que no tenemos nosotras afectos, deseos
de placer y fragilidad como tienen los hombres? Entonces que nos traten bien, o sepan que el mal que
hacemos son ellos quienes nos lo enseñan.76
DESDÉMONA: Buenas noches, buenas noches.
Que el cielo me permita que del mal no saque más
daños, sino que algo bueno salga de este mal. (Salen.)
76
En el estilo del autor este tipo de discursos en boca de un personaje representan el modo de pensar de la época. Esta colección de conceptos, afirmaciones
y sentencias pueden ser un buen asidero para el análisis del contraste entre lo
práctico de Emilia y lo idealista de Desdémona en cuando a la equidad de los
géneros.
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Acto quinto
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Escena primera
Chipre. Una calle.
Entran Yago y Rodrigo.
YAGO: Aquí, ponte detrás de este muro; vendrá enseguida. Lleva lista la espada, y ataca lo que se mueva.
¡Pronto, pronto! No temas nada. Estaré a tu lado. Esto
nos salva o nos pierde; piénsalo bien, y mantén firme
tu resolución.
RODRIGO: Quédate cerca; puedo fallar el golpe.
YAGO: Aquí estoy a tu lado, y ponte en guardia. (Se
retira a corta distancia.)
RODRIGO: No creo que esto salga bien y sin embargo, me da buenas razones. No es más que un hombre
menos. ¡Sal, espada mía! ¡Morirá! (Se pone en guardia.)
YAGO: Le he raspado todo a este joven hasta casi
sacarle sangre y véanlo llenarse de cólera. Ahora, que
mate a Cassio o que Cassio le mate a él o que se maten ambos, por cualquier camino salgo ganando. Si
sobrevive Rodrigo, me pedirá que le devuelva el oro y
las joyas que le he saqué con el pretexto de dárselas a
Desdémona. Esto no debe ser. Si Cassio sale de ésta,
hay en su vida una hermosura cotidiana que afeará la
mía y además, el moro podría desenmascararme ante
él. Corro gran peligro. No, debe morir… Pero silencio,
oigo que viene.
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Entra Cassio.
RODRIGO: Conozco sus pasos, es él. ¡Villano, date
por muerto! (Tira una estocada a Cassio.)
CASSIO: Esta estocada casi me mata, en verdad;
pero mi cota de malla es mejor de lo que tú suponías.
¡Ahora probaré la tuya! (Desenvaina y hiere a Rodrigo.)
RODRIGO: ¡Oh, me muero! (Yago hiere por detrás a
Cassio en una pierna, y sale.)
CASSIO: ¡He quedado lisiado para siempre! ¡Socorro, ayuda! ¡Al asesino! ¡Al asesino! (Cae.)
Entra Otelo a distancia.
OTELO: ¡La voz de Cassio!… ¡Yago ha cumplido
su palabra!
RODRIGO: ¡Oh, qué desgraciado soy!
OTELO: ¡Eso es la verdad!
CASSIO: ¡Oh, auxilio! ¡Ayuda! ¡Luz! ¡Un cirujano!
OTELO: ¡Es él!… ¡Oh, valiente Yago! ¡Hombre
honrado y justo, que reparas el ultraje hecho a tu amigo!
¡Tú me enseñas mi deber!… ¡Pérfida, tu amante yace
muerto y tu hora maldita se acerca! ¡Ya estoy aquí, prostituta! ¡Quedan borrados de mi corazón el hechizo de
tus ojos! ¡El lecho que mancillaste por deseo, quedará
manchado con tu sangre lujuriosa! (Sale.)
Entran Ludovico y Graciano, a distancia.
CASSIO: ¡Eh! ¡Ayuda! ¿Qué no hay ronda nocturna?
¿Ni un transeúnte? ¡Al asesino! ¡Al asesino!
GRACIANO: Es algún accidente desafortunado.
¡Esos gritos son verdaderamente pavorosos!
CASSIO: ¡Oh, socorro!
LUDOVICO: ¡Escuchen!
RODRIGO: ¡Oh, miserable malvado!
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LUDOVICO: Dos o tres son los que gimen… Y la
noche es oscura. Pueden ser lamentos engañosos. No
debemos acercarnos por el sitio donde salen.
RODRIGO: ¿Nadie viene? ¡Me desangraré hasta
morir!
LUDOVICO: ¡Escuchen!
GRACIANO: ¡Aquí llega alguien en camisón, con luz
y armas!
Vuelve a entrar Yago con una luz.
YAGO: ¿Quién anda ahí? ¿Quién arma tanto alboroto gritando: “¡Al asesino!”?
LUDOVICO: No sabemos quién.
YAGO: ¿No han oído los gritos?
CASSIO: ¡Aquí, aquí! ¡En nombre del cielo, ayúdenme!
YAGO: ¿Qué pasa?
GRACIANO: Es el alférez de Otelo, si no me equivoco.
LUDOVICO: El mismo, en verdad; un soldado muy
valiente.
YAGO: ¿Quién eres, que tanto gritas aquí tan lastimosamente?
CASSIO: ¿Yago?… ¡Oh! ¡Estoy aquí inutilizado, herido por unos miserables! Ayúdame, te lo ruego.
YAGO: ¡Ay, mi teniente! ¿Qué viles te han hecho
esto?
CASSIO: Creo que uno de ellos ha caído aquí cerca
y quedó tan mal herido que no puede irse.
YAGO: ¡Ah, malvados traidores!… (A Ludovico y
Graciano.) ¿Quién anda por ahí? Vengan y ayúdenos.
RODRIGO: ¡Oh, por favor, aquí!
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CASSIO: ¡Ése es uno de ellos!
YAGO: ¡Oh, asesino, muere! ¡Oh, miserable! (Apuñala a Rodrigo.)
RODRIGO: ¡Oh, maldito Yago! ¡Oh, perro inhumano!… ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!
YAGO: ¡Matar a los hombres en las tinieblas!…
¿Dónde están esos ladrones sanguinarios?… ¡Qué silencio reina en la ciudad!… ¡Hey! ¡Al asesino! ¡Al asesino!… ¿Quiénes son ustedes? ¿Son gente buena o mala?
LUDOVICO: Júzganos cuando nos hayas puesto a
prueba.
YAGO: ¿El signor Ludovico?
LUDOVICO: Soy yo, señor.
YAGO: Le pido perdón. Cassio yace aquí herido
por villanos.
GRACIANO: ¡Cassio!
YAGO: ¿Qué ha pasado, hermano?
CASSIO: Mi pierna está partida en dos.
YAGO: ¡Pero vamos, que no lo permita el cielo!…
¡Luz, caballeros!… Te vendaré esa herida.
Entra Blanca.
BLANCA: ¿Qué ocurre? ¡Hola! ¿Quién gritaba?
YAGO: “¿Quién gritaba?”
BLANCA: ¡Oh, mi querido Cassio! ¡Oh, Cassio!
¡Querido Cassio! ¡Cassio!
YAGO: ¡Oh, tramposa!… Cassio, ¿sospechas quiénes son los que te hirieron así?
CASSIO: No.
GRACIANO: Me apena hallarte así. Iba a buscarte
YAGO: Préstenme algo para hacer un torniquete…
Así… ¡Oh, si tuviéramos una litera para sacarte rápido
de aquí!
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BLANCA: ¡Ay, se desvanece! ¡Oh, Cassio! ¡Cassio!
¡Cassio!
YAGO: Caballeros, sospecho que esta mujer aquí presente sea cómplice de esta infamia… Resiste un instante,
buen Cassio. Vamos, vamos. Pásenme una luz. ¿Conocemos esta cara, o no? ¡Ay! ¿Mi amigo y querido compatriota Rodrigo?… No. ¡Sí, seguro!… ¡Oh, cielos! ¡Rodrigo!
GRACIANO: ¡Cómo! ¿El de Venecia?
YAGO: El mismo, señor. ¿Lo conocías?
GRACIANO: ¡Que si lo conocía! Sí.
YAGO: ¿Il signor Graciano? Le pido su gentil perdón. ¡Con tal desgracia no lo había reconocido signor!
GRACIANO: Me alegro de verte.
YAGO: ¿Cómo estás, Cassio? ¡Oh! ¡Una litera, una
litera!
GRACIANO: ¡Rodrigo!
YAGO: ¡Él, él mismo! ¡Es él! (Traen una litera) ¡Oh,
bien hecho!… La litera. Que alguno lo saque de aquí
con mucho cuidado. Traeré al cirujano del general. (A
Blanca.) En cuanto a ti, señora, ahórrate tu trabajo. El
que yace aquí asesinado, Cassio, era mi querido amigo.
¿Qué pelea había entre ustedes?
CASSIO: Ninguna en el mundo; ni conocía a ese
hombre.
YAGO: (A Blanca.) —¡Cómo! ¿Palideces ya?— ¡Oh,
sáquenlos al aire! (Cassio y Rodrigo son llevados afuera.)
Esperen, buenos caballeros. —¿Estás pálida, señora?—
¿No advierten el terror de sus ojos? —Vaya, si estás tan
espantada, sabremos más en seguida.— ¡Véanla bien!
Por favor, mírenla. ¿Lo notan, señores? ¡La culpabilidad se le nota en el rostro, aunque su lengua está muda!
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Entra Emilia.
EMILIA: ¡Ay! ¿Qué sucede? ¿Qué sucede, esposo?
YAGO: Cassio acaba de ser asaltado aquí, en la oscuridad, por Rodrigo y otros individuos que se fugaron.
Le han medio matado y Rodrigo está muerto.
EMILIA: ¡Ay, el buen caballero! ¡Ay, el buen Cassio!
YAGO: ¡Ve los frutos de la putería! Por favor,
Emilia, averigua dónde cenó Cassio esta noche. (A
Blanca.) ¡Cómo! ¿Por qué tiemblas?
BLANCA: Ha cenado en mi casa; pero no tiemblo
por eso.
YAGO: ¡Oh! ¿Ha cenado en tu casa? Te lo ordeno,
ven conmigo.
EMILIA: ¡Qué vergüenza, eres una desvergonzada, una puta!77
BLANCA: ¡Yo no soy una puta, soy una mujer de
vida tan honrada como tú, que me insultas así!
EMILIA: ¿Honrada como yo? ¡Largo de aquí!
¡Debería darte vergüenza!
YAGO: Señores, les ruego que vayamos a ver que
se cure el pobre Cassio. —Venga, señora, nos contará
luego otro cuento.— Emilia, corre a la ciudadela y
cuéntale a mi señor y a mi señora todo lo que ha
ocurrido. —¿Quieres adelantarte? (Aparte.) ¡Esta noche cambia mi suerte o me destruyo para siempre!
(Salen.)
La misma actitud de Yago ahora está en su esposa quien sin saber más de lo que
está viendo, ya está juzgando a los demás. Blanca sufre la misma agresión que
Emilia ha sufrido y que Desdémona sigue sufriendo. Esto deja en claro que las
actitudes de violencia no se detienen en el agredido, quien puede continuarlas
en otros. La mujer misma utiliza los insultos que los hombres profieren para
despreciar a la mujer.
77
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Escena segunda
Dormitorio en el castillo. Desdémona duerme en el
lecho. Arde una luz.
Entra Otelo.
OTELO: ¡He ahí la causa! ¡He ahí la causa, alma
mía!… ¡Permítanme que no la nombre ante ustedes,
castas estrellas!… ¡He ahí la causa!… Sin embargo,
no quiero derramar su sangre, ni desgarrar su blanca
piel de alabastro, tan lisa como el mármol del sepulcro. Pero debe morir o engañará a más hombres.78
¡Apaguemos esta luz, y después apaguemos su luz!
Si te apago, flama clara, y me arrepiento enseguida, podré reanimar tu primitiva llama; pero una vez
que tu luz se apague, ¡oh, tú, belleza, ya sólo el fuego de Prometeo volvería a encender tu luz! Cuando haya arrancado tu rosa, no podré darle de nuevo
su vitalidad. Se marchitará. (Besando a Desdémona.)
¡Quiero aspirar esta rosa en su tallo! —¡Oh, aliento
embalsamado que convence a su juez a romper la
espada!— ¡Uno más! ¡Otro aún! ¡Quédate así, cuando estés muerta y te mataré, y acto seguido volveré
a amarte! ¡Otro más! ¡El último!… ¡Nunca un beso
tan dulce fue tan fatal!… ¡Lloro!… Pero son lágrimas
Se debe notar que el victimario se asume como salvador de otras causas, y
encuentra justificación para sus actos en el hecho mismo de hacerlos.
78
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crueles… ¡Este dolor es celestial; hiere allí donde
ama! —Se despierta.
DESDÉMONA: ¿Quién está ahí? ¿Otelo?
OTELO: Sí, Desdémona.
DESDÉMONA: ¿Queréis venir al lecho, mi señor?
OTELO: ¿Has rezado esta noche, Desdémona?
DESDÉMONA: Sí, mi señor.
OTELO: Si recuerdas alguna falta que deba perdonarte el cielo y la gracia divina, pide perdón ya.
DESDÉMONA: ¡Ay, mi señor! ¿Qué quieres decir con
esas palabras?
OTELO: Bien, hazlo, y sé breve. Mientras, espero.
No quiero matar tu espíritu sin que esté preparado. No…
¡No lo permita el cielo!… ¡No quisiera matar tu alma!
DESDÉMONA: ¿Hablas de matar?
OTELO: Sí, dije matar.
DESDÉMONA: ¡Entonces, que el cielo se apiade de mí!
OTELO: ¡Amén, lo digo con todo el corazón!
DESDÉMONA: Aunque hablas de esa manera, espero
que no me mates.
OTELO: ¡Hum!
DESDÉMONA: Y, sin embargo, me das miedo, porque eres letal cuando tus ojos se entrecierran así. No
sé por qué deba temer, lo ignoro, pues no tengo culpa
alguna. Pero, lo siento aquí, tengo miedo.
OTELO: ¡Recuerda tus pecados!
DESDÉMONA: Lo que me llevo son amores.
OTELO: Sí, y por ellos vas a morir.
DESDÉMONA: El que mata porque lo aman, mata
contra la naturaleza. ¡Ay! ¿Por qué te muerdes así el
labio inferior? Alguna pasión sanguinaria hace que se
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agite todo tu ser. Ésos son los presagios. Sin embargo,
espero que sea a mí a quien amenazan.
OTELO: ¡Silencio, y estate quieta!
DESDÉMONA: Así lo haré. Pero, ¿qué es lo que ocurre?
OTELO: ¡Aquel pañuelo que quería yo tanto y que
te regalé, se lo diste a Cassio!
DESDÉMONA: ¡No, por mi vida y por mi alma! Manda a buscar a ese hombre y pregúntale.
OTELO: ¡Dulce alma, ten cuidado, ten cuidado con
las mentiras! ¡Estás en tu lecho de muerte!
DESDÉMONA: Sí, pero no para morir aún.
OTELO: Sí, en seguida; así que confiesa francamente tu crimen, pues aunque lo negaras, nada podrá
disuadirme de acabar con tu vida. ¡Vas a morir!
DESDÉMONA: ¡Entonces que el Señor tenga piedad
de mí!
OTELO: ¡Amén, te digo!
DESDÉMONA: ¡Y ten piedad también tú! Yo no te
he ofendido jamás en mi vida; nunca amé a Cassio,
sino con ese cariño que el cielo nos permite. Nunca le
di algún presente.
OTELO: ¡Por el cielo, vi mi pañuelo en sus manos!
¡Oh, mujer mentirosa! ¡Consigues que mi corazón se
vuelva de piedra, y vas a hacerme cometer un asesinato,
cuando yo me proponía hacer sacrificio! ¡Yo vi el pañuelo!
DESDÉMONA: Se lo habrá encontrado entonces. Yo
nunca se lo di. Haz que venga y que confiese la verdad.
OTELO: Ya ha confesado.
DESDÉMONA: ¿Qué ha confesado, mi señor?
OTELO: Que te ha usado y ha gozado de ti.
DESDÉMONA: ¿Cómo? ¿Ilícitamente?
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OTELO: Sí.
DESDÉMONA: ¡Jamás diría algo semejante!
OTELO: ¡No, su boca está cerrada! ¡Cerrada para
siempre por el honrado Yago!
DESDÉMONA: ¡Oh! ¡Me lo temía!… ¡Cómo! ¿Cassio ha muerto?
OTELO: ¡Aunque hubiera tenido tantas vidas como
cabellos, mi apetito de venganza las habría devorado
todas!
DESDÉMONA: ¡Ay! ¡Lo han traicionado y yo estoy
perdida!
OTELO: ¡Fuera, puta! ¿Lo lloras en mi cara?
DESDÉMONA: ¡Oh, destiérrame, repúdiame, mi señor, pero no me mates!
OTELO: ¡Abajo, ramera!
DESDÉMONA: ¡Mátame mañana! ¡Déjame vivir esta
noche!
OTELO: ¡No, no te resistas!…
DESDÉMONA: ¡Media hora tan sólo!
OTELO: No vacilaré.
DESDÉMONA: ¡Sólo el tiempo para decir una plegaria!
OTELO: ¡Es demasiado tarde ya! (La ahoga.)
DESDÉMONA: ¡Oh, Dios! ¡Dios! ¡Dios!
EMILIA: (Dentro.) ¡Mi señor! ¡Mi señor! ¡Eh! ¡Eh!
¡Mi señor! ¡Mi señor!
OTELO: ¿Qué ruido es ése?… ¿No está muerta?…
¿No está del todo muerta?… ¡Soy cruel, pero compasivo!… ¡No quiero prolongar su agonía! ¡Así, así!
EMILIA: (Dentro.) ¡Eh! ¡Hola! ¡Mi señor! ¡Mi
señor!
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OTELO: ¿Quién está ahí?
EMILIA: (Dentro.) ¡Oh, mi buen señor! ¡Quisiera
decirle una palabra!
OTELO: Sí… Es Emilia. ¡Enseguida voy!… ¡Está
muerta! ¡Quizá venga a hablarme de la muerte de
Cassio! El ruido fue grande. ¡Ah! ¿Ni un movimiento
más? ¡Inmóvil como la tumba! ¿La dejaré entrar?
¿Sería bueno? Creo que todavía se mueve. No. ¿Qué
es preferible? Si entra, seguramente querrá hablarle a
mi mujer. ¡Mi mujer! ¡Mi mujer! ¿Qué mujer?… ¡Yo
ya no tengo mujer! ¡Oh, qué idea tan insoportable!
¡Por qué no hay en este momento un eclipse total de
Sol y Luna para que el mundo se desgaje en el caos!
EMILIA: (Dentro.) ¡Oh, mi buen señor! Se lo suplico, deje que le hable.
OTELO: Te había olvidado. ¡Oh, entra, Emilia!
Shhh. Pronto. Corramos las cortinas. ¿Dónde estás?
(Abre la puerta.)
Entra Emilia.
OTELO: ¿Qué te sucede?
EMILIA: ¡Oh, mi buen señor! Acaba de cometerse
ahí un infame asesinato.
OTELO: ¡Cómo! ¿Ahora?
EMILIA: ¡Ahora mismo, señor!
OTELO: ¡Es el efecto de la desviación total de la
Luna! Se aproxima a la Tierra más que de costumbre,
y vuelve locos a los hombres.79
79
La idea de asociar la luna con la mujer, como la causa de la locura del hombre
enmarca la violencia de este acto en una antigua tradición de victimar a los inocentes sólo por una sospecha. La violencia responde también al enorme temor
que provoca lo desconocido. Las referencias al eclipse, al caos y a la locura abren
la posibilidad de que el cosmos sea testigo del acto de violencia y con eso, se
procure un castigo mayor a la falta. Este es uno de los rasgos de la tragedia.
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EMILIA: Es Cassio, señor, ha matado a un joven
veneciano llamado Rodrigo.
OTELO: ¡Rodrigo muerto! ¡Y Cassio también!
EMILIA: No, Cassio no ha muerto.
OTELO: ¡Si Cassio no ha muerto, entonces la
muerte y la dulce venganza pierden sentido!
DESDÉMONA: ¡Oh, he sido injustamente asesinada!
EMILIA: ¡Ay! ¿Qué grito es ése?
OTELO: “¿Ése?” ¿Cuál?
EMILIA: ¡Horror! ¡Ay! ¡Si era la voz de mi señora!… ¡Auxilio! ¡Auxilio! ¡Ah! ¡Auxilio! ¡Oh, señora!
¡Hábleme otra vez! ¡Dulce Desdémona! ¡Oh, dulce
señora, hábleme!
DESDÉMONA: ¡Que me muero, soy inocente!
EMILIA: ¡Oh! ¿Quién ha cometido este crimen?
DESDÉMONA: Nadie. Yo misma. Adiós. Encomiéndame a mi bondadoso señor. ¡Oh! (Muere.)
OTELO: Pero, ¿cómo pudo haber sido asesinada?
EMILIA: ¡Ay! ¿Quién sabe?
OTELO: La oíste decir a ella misma que no fui yo.80
EMILIA: Así lo ha dicho. Debo atenerme a la verdad.
OTELO: ¡Bajó al infierno como una embustera!
¡Yo fui quien la mató!
EMILIA: ¡Más ángel será ella por eso, y tú serás
más un diablo renegrido!
OTELO: ¡Se había entregado a la indecencia, y
era una infiel!
80
El victimario está convencido de que actuó en bien de los demás y que su
acto no es un crimen, es justicia.
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EMILIA: ¡La calumnias y eres el diablo!
OTELO: ¡Era más traicionera y peligrosa que un
arma!
EMILIA: ¡Y tú eres valiente al calumniarla ahora
que no se puede defender! ¡Oh, a ella que te fue celestialmente fiel!
OTELO: ¡Cassio la había seducido! Pregúntale, si
no, a tu esposo. ¡Oh, infierno, de no haber terminado
con esta traición! Tu marido sabía todo.
EMILIA: ¡Mi marido!
OTELO: Tu marido.
EMILIA: ¿Que había sido ella infiel a su matrimonio?
OTELO: Sí, con Cassio. Pues si hubiera sido fiel,
aun cuando el cielo fabricara para mí otro mundo semejante, de oro puro, no lo cambiaría por éste.
EMILIA: ¿Por mi marido?
OTELO: Sí, él fue quien me lo advirtió primero;
es un hombre honrado, y detesta el fango de todas las
acciones inmundas.
EMILIA: ¡Mi marido!
OTELO: ¿Qué significan esas repeticiones, mujer?
Tu marido he dicho ya.
EMILIA: ¡Oh, mi señora! ¡La vileza burló el amor!
¿Ha dicho mi marido que ella era infiel?
OTELO: Él mismo, mujer. Tu marido, repito. ¿Entiendes la palabra? Mi amigo, tu marido, el fiel, el honrado Yago.
EMILIA: ¡Si ha dicho eso, que se pudra lentamente
su alma maligna! ¡Miente desde lo más negro de su
corazón! ¡Mi señora estaba muy enamorada de ti, su
inmundo esposo!
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OTELO: ¡Ah!
EMILIA: ¡Haz lo peor que se te ocurra! Esto es tan
poco digno del cielo, como tú eres poco digno de ella.
OTELO: ¡Silencio! Te irá mejor.
EMILIA: No tienes la mitad de fuerza para hacerme
un mal que yo para sufrir. ¡Oh, necio! ¡Oh, imbécil!
¡Tan ignorante como el fango! Has cometido una falta
¡No le temo a tu espada! ¡Te denunciaré, así pierda
veinte veces la vida! ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Hola! ¡Socorro! ¡El moro ha matado a mi señora! ¡Al asesino! ¡Al
asesino!
Entran Montano, Graciano y Yago.
MONTANO: ¿Qué ocurre? ¡Qué pasa!
EMILIA: ¡Oh! ¿Has venido, Yago? Haz hecho bien,
porque hay quien debe confesar su crimen sobre tus
espaldas.
GRACIANO: ¿Qué sucede?
EMILIA: ¡Desmiente a este malvado, si eres hombre! Dice que le has contado que su esposa era infiel.
Yo sé que tú no lo has contado; tú no eres un villano semejante. Habla, pues mi corazón se me sale del pecho.
YAGO: Le he dicho lo que pensaba, nada que no
haya podido conocer y verificar por sí mismo.
EMILIA: ¿Pero le dijiste alguna vez que ella era desleal?
YAGO: Sí, se lo dije.
EMILIA: Le has dicho una mentira, una odiosa y
condenada mentira. ¡Por mi alma, una mentira, una
mentira criminal! ¡Ella desleal con Cassio! ¿Dijiste que
con Cassio?
YAGO: Con Cassio, señora. Vamos, detén la lengua.
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EMILIA: No retendré mi lengua; estoy obligada a
hablar. ¡Mi señora yace ahí, asesinada en su lecho!…
TODOS: ¡Oh, no lo permita Dios!
EMILIA: ¡Y han sido tus mentiras las que le han
hecho cometer este asesinato!
OTELO: ¡No se asombren, señores! ¡Es la pura verdad!
GRACIANO: ¡Terrible verdad!
MONTANO: ¡Oh, qué acto monstruoso!
EMILIA: ¡Infamia! ¡Infamia! ¡Infamia! ¡No me cabe
duda! ¡La sospecho! ¡La olfateo! ¡Oh, infamia!… ¡La
presumía ya! ¡Me moriré de pena!… ¡Oh, infamia, infamia!
YAGO: ¡Cómo! ¿Estás loca? ¡Te lo ordeno: regresa
a casa!
EMILIA: ¡Buenos caballeros, permítanme que sea
yo quien hable! Es justo que le obedezca a mi marido,
pero no ahora. ¡Quizá, Yago, ya nunca vuelva al hogar!
OTELO: ¡Oh, oh, oh! (Cae sobre el lecho.)
EMILIA: ¡Así! ¡Déjate caer y gime! ¡Pues mataste a
la tierna inocente que no alzó jamás los ojos al cielo!
OTELO: (Levantándose.) ¡Oh! ¡Era impura! (A Graciano.) Apenas le conozco, tío. ¡Ahí yace su sobrina,
cuyo aliento, en verdad, acaban de cortar estas manos!
¡Sé que este acto parece horrible y cruel!
GRACIANO: ¡Pobre Desdémona! ¡Cuánto me alegro
de que no esté aquí tu padre! ¡Tu casamiento fue para él
un golpe mortal, y fue la pena que cortó en dos el viejo
hilo de su vida! Si viviera ahora, este cuadro lo habría
lanzado al abismo. ¡Sí! ¡Maldeciría a su buen ángel, la
arrojaría de su lado y obtendría la reprobación del cielo!
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OTELO: ¡Qué lástima me da! Pero, Yago sabe que
cometió mil veces con Cassio el acto vergonzoso. Cassio mismo lo ha confesado. Y ella recompensó sus amores con un presente que yo le entregué en los primeros
días; yo he visto esa prenda en manos de Cassio; era
un pañuelo, un antiguo obsequio que mi padre había
hecho a mi madre.
EMILIA: ¡Oh, cielo! ¡Oh, poderes del Cielo!
YAGO: (A Emilia.) ¡Por Dios Santo! ¡Que te calles!
EMILIA: ¡Lo diré! ¡Lo diré! ¿Callarme, señor?
¡No, no! ¡Hablaré tan libremente como el viento!
¡El cielo, los hombres, los diablos, todo, todo, todo,
puede avergonzarse de mí, pero hablaré!
YAGO: Sé juiciosa y vete a casa.
EMILIA: ¡No quiero! (Yago intenta herir a Emilia.)
GRACIANO: ¡Quita! ¡Mira que levantas tu espada
contra una mujer!
EMILIA: ¡Oh, moro estúpido! El pañuelo de que
hablas lo encontré yo por casualidad y se lo di a mi
marido; pues a menudo y con mucha insistencia, me
había suplicado que lo robara.
YAGO: ¡Infame traidora!
EMILIA: ¡No se lo entregó ella a Cassio! ¡No, ay!
¡Yo lo encontré y se lo di a mi marido!
YAGO: ¡Mientes, basura!
EMILIA: ¡Por el cielo, que no miento! ¡No miento, caballeros! ¡Oh, imbécil asesino! ¿Por qué había
de hacer semejante cizaña con una esposa tan buena?
OTELO: ¡Maldito villano! (Se precipita sobre Yago.
Yago hiere a Emilia y sale.)
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GRACIANO: ¡Esta mujer se cae! ¡De seguro que
ha matado a su esposa!
EMILIA: ¡Sí, Sí!… ¡Oh! ¡Llévenme al lado de mi
señora!
GRACIANO: Huyó, pero hirió de muerte a su mujer.
MONTANO: ¡Es un malvado infame! Ten esta arma que acabo de quitar al moro; vigila la puerta al
exterior; no lo dejes pasar, antes mátalo. Voy a correr
tras ese bellaco, que es un esclavo maldito. (Salen
Montano y Graciano.)
OTELO: ¡Ya no me queda fuerza, pues cualquier
guiñapo puede arrebatarme la espada! Pero ¿por qué
el honor había de sobrevivir a la honestidad? ¡Que
se vayan juntos!
EMILIA: ¿Qué presagiaba tu canción, señora?
¡Óyeme! ¿Puedes escucharme? ¡Quiero imitar al cisne y morir cantando! (Cantando.) Sauce, sauce, sauce…
¡Moro, ella era casta! ¡Te amaba, moro cruel! ¡Así
posea mi alma la dicha suprema porque digo la verdad! ¡Y diciendo lo que pienso,81 muero!… ¡Muero!
(Muere.)
OTELO: ¡Tengo otra arma en esta habitación! ¡Es
una espada española! ¡Oh, aquí está!… ¡Tío, debo salir!
GRACIANO: (Dentro.) ¡Si lo intentas, te costará
caro! No tienes armas, y a la fuerza habrás de rendirte.
O TELO : ¡Mírame aquí dentro, entonces, y
háblame; o desarmado como estoy, me lanzaré sobre ti!
Vuelve a entrar Graciano.
Emilia recupera al final de su existencia el valor que le permite expresar lo
que sabe y piensa. Muere salvada por decir la verdad. Su palabra de mujer, que
en vida valió tan poco, en la muerte la redime.
81
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GRACIANO: ¿Qué ocurre?
OTELO: ¡Mira! ¡Tengo un arma magnífica! He
visto el día en que, con este débil brazo y esta buena espada, me abría un camino a través de obstáculos
veinte veces más potentes que tu resistencia… Pero,
¡oh, alarde inútil! ¿Quién puede oponerse a su destino? No ocurre así ahora. No temas, aunque me veas
armado. He aquí el fin de mi viaje. ¿Retrocederás de
espanto? No temas. Dirige tan solo un junco contra el
pecho de Otelo y se retirará. ¿Dónde habría de ir Otelo? Veamos, ¿qué aspecto presentas ahora? ¡Oh, mujer
nacida bajo una mala estrella! ¡Pálida como tu camisa!
¡Cuando nos encontremos en el juicio de Dios, tu aspecto bastará para precipitar mi alma fuera del cielo, y
los demonios se apoderarán de ella! ¡Fría, fría, mi bien!
¡Fría, como tu misma castidad! ¡Oh, maldito, maldito esclavo!… ¡Demonios, arrójenme a latigazos de la
vista de esta celestial visión! ¡Arrójenme a rodar en los
vientos sin reposo! ¡Quémenme en azufre! ¡Métanme
en las olas profundas del fuego líquido! ¡Oh, Desdémona! ¡Desdémona! ¡Muerta! ¡Oh, oh, oh!
Entran Ludovico, Montano, Cassio, llevado en una
litera, y oficiales, con Yago preso.
LUDOVICO: ¿Dónde está ese furioso desventurado?
OTELO: ¡Éste es el que fue Otelo! Véanme aquí.
LUDOVICO: ¿Dónde está esa víbora? ¡Que avance
ese malvado!
OTELO: Miro sus pies; pero es una fantasma. ¡Si
eres un diablo, no puedo matarte! (Otelo hiere a Yago.)
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LUDOVICO: ¡Quítenle la espada!
YAGO: Sangro, señor; pero me no me han matado.
OTELO: Tanto mejor; quisiera que vivieras, pues
a mi juicio, morir será una dicha.
LUDOVICO: ¡Oh, tú, Otelo, alguna vez fuiste tan
eminente, has caído en los lazos de un esclavo maldito! ¿Cómo habremos de recordarte, qué diremos
de ti?
OTELO: Pues cualquier cosa: que fui un asesino
honorable, si quieres, pues nada he hecho por odio,
sino todo por amor.82
LUDOVICO: Ese miserable ha confesado en parte
su villanía, ¿convinieron él y tú la muerte de Cassio?
OTELO: Sí.
CASSIO: Nunca he dado motivo, querido general.
OTELO: Lo creo, y te pido perdón. Por favor,
¿quieres preguntar a ese demonio por qué embrujó
así mi alma y mi cuerpo?
YAGO: No me preguntes nada; sabes lo que sabes. A partir de este momento no pronunciaré ni
una palabra.
LUDOVICO: ¡Cómo! ¿Ni para rezar?
GRACIANO: Los tormentos abrirán sus labios.
OTELO: Bien; haces muy bien.
LUDOVICO: Señor, debes saber algo que ha ocurrido y que ignoras aún, creo. Aquí hay dos cartas que
Rodrigo traía entre sus ropas. Ve ésta que revela que
Rodrigo debía matar a Cassio.
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El victimario tiene una visión distorsionada de sus actos, los considera propio
de alguien justo y noble.
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OTELO: ¡Oh, maldito!
CASSIO: ¡Eres un bárbaro estúpido!
LUDOVICO: Ve ahora esta otra, llena de reproches
para Yago, pero parece que Yago vino y se le adelantó.
OTELO: ¡Oh, cuánto daño tan cobarde! ¿Cómo
llegó a tus manos, Cassio, el pañuelo que pertenecía
a mi mujer?
CASSIO: Lo encontré en mi habitación, y Yago ya
confesó hace un instante que él lo dejó ahí para urdir
su trampa.
OTELO: ¡Oh, vil, maldito, necio!
CASSIO: En su carta, Rodrigo le reclama a Yago
por mandarlo a insultarme en el cuerpo de guardia para
hacerme enojar y provocar que perdiera mi empleo;
y hace unos instantes, ya que lo creíamos muerto, ha
confesado que Yago fue quien lo hizo enfurecer; fue
Yago quien le dio de puñaladas.
LUDOVICO: (A Otelo.) Debe abandonar esta habitación y venir con nosotros. Ha sido destituido de su
poder y de su mando; ahora Cassio manda en Chipre.
En cuanto a este miserable, si existe alguna crueldad
refinada que pueda hacerle sufrir mucho y por mucho
tiempo, no escapará a ella. Usted permanecerá preso
aquí hasta que el Estado de Venecia conozca la gravedad
de su falta y nos ordene. Mientras tanto, llévenselo.
OTELO: ¡No tan rápido! Permítame decir una palabra o dos antes irme. He servido al Estado y lo saben
los senadores. Pero no hablaré de eso… Solamente les
suplico que cuando en sus reportes y cartas narren esta
desgracia, hablen de mí tal como soy; no atenúen nada ni añadan nada sobre mi malicia. Pues si lo hacen,
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retratarán a un hombre que no amó con cordura, sino
que amó bien; de un hombre que no fue fácilmente
celoso; pero que una vez mordido por la duda, se dejó
llevar hasta las últimas consecuencias; de un hombre
cuya mano, como la del indio vil, sacrificó la perla más
preciosa de toda su tribu; de un hombre que lloró como los árboles de la Arabia vierten su goma medicinal.
Retrátenme así, cuenten que una vez en Alepo, donde
un turco con turbante golpeaba a un veneciano e insultaba a la República, agarré a ese perro circunciso por la
garganta y lo maté…¡así! (Se da de puñaladas.)
LUDOVICO: ¡Oh, que final sangriento!
GRACIANO: Todo lo que se diga, será poco.
OTELO: ¡Te besé antes de matarte!… ¡No me queda más que matarme para morir con un beso! (Cae sobre
Desdémona y muere.)
CASSIO: Lo temía, por su gran corazón, pero creí
que estaba desarmado.
LUDOVICO: (A Yago.) ¡Tú, perro espartano más
cruel que la angustia, el hambre o la mar! ¡Mira lo que
has logrado! ¡Aquí tienes tu obra que quema los ojos!
Cúbrelos, Graciano, vigila la casa y guárdate lo bienes
del moro, pues los heredaste. A usted, señor gobernador, le corresponde dictar la sentencia de este infernal
malvado. Fije el tiempo, el lugar, el suplicio. ¡Ah, ojalá
sea terrible! Yo ya me voy, con el corazón destrozado, a
llevar a Venecia el relato de todo este doloroso hecho.
(Salen.)
Fin de Otelo, el moro de venecia.
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Guía para el alumno
Ejercicios para la
comprensión de contextos y
situaciones en de
William Shakesperare
POR BEATRIZ ÁNGELES RICAÑO Y
ROBERTO DOMÍNGUEZ CÁCERES
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Otelo, el moro de Venecia de William Shakespeare es una
obra escrita hacia 1604, que nos permitirá introducirnos al tema de la violencia verbal y física, que son derivadas de la incomprensión y el rechazo de lo que es
distinto a uno mismo. Sus situaciones, los rasgos de
los personajes y el conflicto humano hacen que esta
obra sea una excelente manera de promover la reflexión
sobre las emociones, las consecuencias de la violencia,
los peligros de la xenofobia y del racismo, entre otros
temas.
Otelo es un hombre de mediana edad, excelente en
el trabajo para el que lo han contratado, tiene el respeto
de muchos de quienes depende su honor, pero al mismo
tiempo, despierta la desconfianza, el desprecio y la envidia de otros personajes que simplemente lo rechazan
porque es distinto. La palabra moro, como se recordará,
tiene connotaciones peyorativas hacia la pigmentación
de la piel o al lugar de origen. En la actualidad, las palabras derivadas de moro, como morocho, moreno, morenito,
y otras tales como indio, prieto, renegrido o negro, tienen
fuertes connotaciones despectivas cuando se las usa para describir una rasgo físico tan natural como el color
de piel. Pensemos que desde el momento histórico al
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que aluden los eventos de la obra, ya existía una gran
cantidad de prejuicios sobre el otro. Así, aunque el moro es valioso para la sociedad veneciana, no deja de ser
despreciado por su físico.
Como es conocido gracias a los estudios sociológicos
actuales, las personas asimilamos de los demás un concepto con el que nos narramos. Otelo confía en sí mismo,
pero también hace caso de lo que los demás piensan de
él. Por extensión, confía más en la apariencia que en su
propio poder de discernir razonadamente una opinión.
Muy pronto en la obra aparecen palabras para
marcar las diferencias entre la gente de la ciudad y los
“otros”. Por ejemplo, el moro es contratado para defender los intereses comerciales de Venecia contra “el
otomano” o “el turco”, nombrado así como un conjunto homogéneo desde la “normalidad” de la ciudad. Otro
caso sería la manera como se refieren los otomanos a
los venecianos, pero debemos recordar que toda obra
de arte literaria tiene impreso un modo de ver modo
de ver el mundo; es decir, tiene un sesgo ideológico.
Por eso, invitamos aquí a leer con cuidado las expresiones de los diferentes personajes cuando se refieren
a los demás. Por ejemplo, el padre de la novia, Brabancio, se expresa mal de su mal venido yerno, Otelo;
o también, entre congéneres, como cuando Emilia se
expresa despectivamente de Blanca. Y entre géneros,
es notable la cantidad de prejuicios, generalizaciones,
naturalizaciones de conductas despectivas e insultos
de los hombres hacia las mujeres. Aunque Desdémona
sea la que sufre la máxima pena, las otras también son
víctimas del maltrato.
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Por motivos de la apariencia, es decir, lo que se ve
sin que se sepa más allá de eso, Otelo cae en la trampa
que le tiende Yago. A lo largo de la obra hay varios
ejemplos del pernicioso papel de las falacias, las generalizaciones o, simplemente, presenciaremos un drama
trágico que tiene su origen en la envidia. Ésta es una
forma de violencia ya que vuelve culpables a personas
que no han cometido ninguna falta.
El drama de la obra se centra en la provocación
de los celos, cuya explicación psicológica, sociológica
o cultural es muy compleja. Los celos son un fenómeno que debe abordarse desde diferentes dimensiones.
En este ejercicio, haremos una introducción para el
conocimiento de las emociones. Seguramente podrás
recordar cuáles son esas emociones en la obra: la envidia de Yago por no tener el puesto que según él “le
robó” Cassio, la confianza que éste despierta en Otelo
primero y las sospechas que sus mismas amabilidades
provocan. O bien, la desconfianza de Otelo hacia su
mujer, a quien no da nunca oportunidad de exponer sus
motivos, todos son momentos de una gran violencia. Y
sin duda, el asesinato a manos del esposo es un triste recuerdo que estos crímenes se siguen cometiendo. ¿Qué
pudo haber pasado distinto? ¿Qué podemos aprender
de esta obra para evitar que se repita el castigo de una
inocente? Las respuestas descansan en una explicación
de la compleja naturaleza de las emociones y cómo nos
relacionamos con ellas. No podemos dejar de lado que
la obra, como muchas grandes tragedias literarias, tiene
un sentido de representación de la realidad cotidiana.
Así, lejos de promover las conductas agresivas o los
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impulsos destructivos, la obra debe hacernos reflexionar sobre lo que podemos cambiar. Esperamos que
estos ejercicios faciliten tu análisis y promuevan nuevas
ideas para disfrutar de una convivencia más armónica.
Para aproximarnos al texto
Primer paso: ¿puedes reconocer qué situaciones te
plantea el texto, y cuál es el problema de cada personaje? Antes de dar una opinión, identificar es clave
para la comprensión global del texto; implica también
entender el significado de las palabras, el sentido de las
oraciones o diálogos en la obra. Otelo: el moro de Venecia
ha sido adaptado para que sea más fácil la comprensión de algunos contextos sobre la violencia de género,
los prejuicios y las relaciones humanas. Hay muchas
versiones de esta obra. En la que aquí te presentamos
encontrarás un lenguaje más adecuado a la época actual, pero se ha respetado el espíritu de las situaciones
dramáticas.
Segundo paso: pregúntate si el texto te gustó o no. El
gusto es una expresión de nuestra forma de ver el mundo,
por eso es indispensable cultivarlo. No a todos nos gusta
lo mismo, debemos respetar los gustos de los demás. Decir lo que te gusta es ya una apropiación del texto.
Tercer paso: si ya dijiste que el texto te gusta o no
te gusta, ahora lo importante es que sepas decir por qué.
Para ello, debes encontrar en el texto situaciones, personajes y expresiones que puedan confirmar o apoyar
tu valoración. Por ejemplo: “La reacción de Yago ante
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su frustrado ascenso me gustó porque Yago dice cosas
como ‘Sé lo que valgo y creo que no merezco menos’”.
Si expresas tu gusto o disgusto por una parte del texto,
estás fundamentando tu opinión.
Cuarto paso: repite el proceso de buscar partes,
palabras u oraciones en el texto que confirman nuestra
opinión sobre la obra, pero además determina cuáles
de todos esos fragmentos son los más importantes para
fundamentar tu opinión. Aquí podrás ver que no todos
coincidiremos en los mismos fragmentos ni en la misma
opinión; o incluso, tendremos una opinión semejante
pero basada en partes distintas. Esto se debe a que cuando leemos nos fijamos más en aquello que nos interesa,
lo que significa más para cada uno. De alguna forma,
nuestra manera de ver el mundo nos guía para leer un
texto de una u otra forma. Casi todas las lecturas serán
válidas si están debidamente fundamentadas en el texto.
Es muy importante que tu opinión esté basada en el texto, en lo que aparece en él. Puede repetir esta selección
varias veces a lo largo de tu lectura. Por eso decimos que
cada vez que se lee un texto encontramos cosas nuevas,
porque que cada lectura previa nos va ayudando a saber
más para una nueva. Si ya conocías la obra o si habías
oído hablar de Otelo, este conocimiento te permitirá
leer ahora mejor.
Quinto paso: expresa qué has aprendido al leer
esta obra, qué conocimientos sobre las personas, la
forma como se relacionan, lo que desean, sus anhelos, etcétera, se ha integrado a tu conocimiento. En
este paso, nos preguntamos qué es lo que la obra nos
puede enseñar para nuestra vida en sociedad. Esta es
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la parte que más nos interesa, pues el objetivo de esta
adaptación es hacerte reflexionar sobre los contextos
en los que la violencia puede surgir. Los celos nos son
derivados del amor solamente; la envidia, las comparaciones, la intolerancia a lo diferente está en muchos
de los conflictos con los que tenemos que lidiar todos
los días. Creemos que leer Otelo te ayudará a mejorar
tus relaciones interpersonales.
El texto y sus ideas
Una tragedia tan famosa como Otelo, el moro de Venecia
se remonta a un pasado imaginado en el Renacimiento
inglés, pero la maestría de su elaboración nos permite
vivir con gran emoción lo que en ella sucede. Estas
situaciones se pueden dar en cualquier parte del mundo, en cualquier momento de la vida de las sociedades.
Hoy, mientras lees esto, alguien está sintiendo celos
provocados por su imaginación, y si no sabe cotejar
la realidad con las suposiciones que la mente nos deja
hacer, puede cometer actos terribles como los representados en la obra.
Todo texto literario expresa ideas sobre la realidad
y nos permite reflexionar sobre nuestras maneras de
pensar sobre el mundo. Toda obra de ficción nos remite a un sistema de creencias por el cual un grupo de
personas organiza sus comportamientos alrededor de
dicho conjunto. A esto se le llama ideología. La ideología
nos permite valorar los hechos como buenos o malos,
correctos o incorrectos; tiene un carácter compartido,
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colectivo y es histórica. Este sistema de creencias cambia a lo largo de la historia, no es estático. Por ello es muy
importante leer un texto de una época o autor preciso
para saber como “piensa” acerca de la realidad, de los
individuos, de sus anhelos y preocupaciones. Las palabras y las formas como se expresan los personajes en un
texto deben leerse con atención para descubrir las ideas
que implican. En Otelo, el mundo público de los hombres
de Estado y los militares se enfrenta al mundo íntimo y
femenino; o bien los prejuicios de propios contra extranjeros, o entre personas aparentemente amigas que entran
en conflicto por no tener la capacidad para comunicarse
propositivamente. El autor puede tener muchas intenciones al escribir una obra, pero es el lector quien decide
por cuál de esas propuestas hacer su lectura.
El lenguaje y sus marcas
El texto de una obra de teatro se comprende íntegramente cuando se estudian sus diferentes dimensiones:
la escénica, la actoral, la musical, sus efectos o sus diálogos.
En esta serie de ejercicios, nos aproximaremos a
una lectura del texto como representación de las ideas
sobre la realidad que aparecen en la historia del desventurado Otelo, quien se ha casado con un joven a la
que enamoró con sus historias. La ficción nos ayuda
comprender que los seres humanos muchas veces actuamos movidos por la emoción y la pasión. Esto nos
hace vulnerables a las malas decisiones; y alguien se
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puede aprovechar de esta debilidad. Así, Otelo: el moro
de Venecia es un espléndido retrato de las complejas y
fascinantes relaciones humanas.
El diálogo, junto con los ademanes y los trazos,
hacen que el personaje de una obra cobre vida. Intentaremos una lectura del texto desde la perspectiva de
género, de las actitudes tanto femeninas como masculinas que se relacionan con abusos de poder, tratos
desiguales, generalizaciones y prejuicios. Por ejemplo,
los hombres, aunque guapos y galantes, tratan mal a las
mujeres a las que seducen; las mujeres no tienen posibilidad de defenderse porque su educación y la cultura
en la que viven, les impide valorarse como seres plenos
y dignos.
Los celos no están relacionados con el nivel amor,
como ya hemos dicho, sino con la inseguridad que proyectamos en la persona que los propicia. Desdémona es
la representación de un problema desafortunadamente
actual y apremiante: las mujeres son víctimas de ataques o violencia que puede conducir a la muerte. Y
en muchas ocasiones, el agresor es alguien conocido o
cercano a la víctima.
Un discurso nos permite comunicar pensamientos,
ideas precisas, tiempos y emociones. Sobre todo, nos
acerca con una forma de ver el mundo. En el texto
dramático, por ejemplo, las estructuras de narración,
descripción o argumentación se combinan en el diálogo. Pocas palabras deben decir mucho al espectador,
quien al percibirlas junto con otros estímulos, como
la escenografía, la voz del actor, sus desarrollos en la
escena, etc., las comprende mucho más fácilmente que
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si estuvieran aisladas o mudas en un pedazo de papel.
El teatro es acción y así queremos que se entienda; por
eso, más allá de sólo leer las palabras del diálogo, la intención de estos ejercicios es que se represente la obra
en una versión que le dé vida y demuestre la vigencia
de sus contenidos.
El análisis que proponemos consiste en localizar
palabras, expresiones, frases o situaciones en las que se
manifiestan formas de pensar particulares. A esta palabras o expresiones se les conoce como marcas. Algunas
de éstas serán más evidentes como actitudes violentas
o abusivas entre los personajes de la obra.
En la teoría del análisis del discurso, una marca se
define como la huella en el lenguaje que deja una idea
o actitud de sus hablantes. Una marca es una muestra
de una forma de pensar y de representar el mundo.
Todo texto representa y traduce una realidad a través de varias estructuras y un orden temporal y espacial
del lenguaje. El lenguaje es una memoria y un archivo
de marcas con las que el lector identifica conocimientos
previos de su cultura. A partir del reconocimiento de
ciertas marcas, el lector puede hacer una predicción
de los sentidos del texto. Por ejemplo, los hombres repiten adjetivos insultantes para las mujeres a quienes
denominan sin contemplaciones ni conocerlas. La obra
tiene un marcado ambiente masculino que deber ser
analizado en sus señas. ¿Cuáles son los atributos de un
hombre íntegro y cuáles son los atributos de una mujer
íntegra? No deberían verse muy diferentes.
A partir de la lectura de un texto por sus marcas,
podremos establecer dos momentos de la comprensión
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de la realidad representada en él: en un primer momento, una lectura a nivel microcosmos, veremos las
acciones de un alférez que, despechado por no obtener
el puesto de teniente, provoca una serie de muertes
trágicas; en un segundo momento, otro nivel de lectura, que denominamos el nivel macrocosmos, permitirá
leer el drama de Otelo y sus sospechas, y de Desdémona y su ingenuidad, como la representación de toda
una sociedad que, desde siempre, no considera igual a
los mujeres y los hombres, que marca diferencias por
color de piel o la procedencia, por las características
físicas de alguien o simplemente porque se deja llevar
por los consejos interesados de alguien con más poder.
Podremos leer la obra como una crítica de situaciones
de abuso sobre las que debemos reflexionar para luego
cambiarlas. La obra no hace un elogio a la violencia,
sino que nos ofrece una posibilidad de reflexionar para
cambia la violencia por el diálogo.
La lectura con marcas
Lo primero que el lector debe hacer es leer enteramente el texto de la obra de teatro. Debe buscar los
significados de las palabras que desconozca, al menos
en su sentido literal o denotativo, echando mano de
algún diccionario. También debe echar mano de sentido común, de su experiencia previa como usuario del
lenguaje, como miembro de una sociedad en relación
con otros. Es así indispensable que recurra a sus experiencias previas para que incremente su comprensión.
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Luego, debe localizar las marcas de contextos precisos con lo que deseamos que se familiarice. Puede ser
que una expresión, un adjetivo, un empleo o giro de
lenguaje que no sea muy evidente fuera del contexto,
por ello deber analizarse con más cuidado.
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Notas para el análisis de algunos personajes de
de William Shakespeare
Y
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POR BEATRIZ ÁNGELES RICAÑO
ROBERTO DOMÍNGUEZ CÁCERES
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Antes de llevar a cabo el análisis de algunas situaciones violentas en la obra, te aconsejamos saber más de
cada uno de los siguientes personajes. Para ello, lee las
siguientes notas.
Yago es el motor de la obra, su envidia y su venganza se
desatan porque no recibió el ascenso que cree merecer
más que otro, el florentino Miguel Cassio. Yago se mueve por el oscuro deseo de venganza. Es un personaje
que todo lo razona, con una serie de argumentos falsos
y perversos, pero dichos con tal tino y en el momento
preciso, que logran convencer a otros para actuar en su
favor. Yago no estima a nadie, usa a todos para llevar a
cabo su complicada venganza. Piensa que las mujeres
son seres inferiores, inclinadas a la infidelidad, tal como
lo pueden probar todo lo que dice con respecto a los
personajes femeninos de la obra: su mujer, la esposa de
su amo o la amiga de su enemigo, comparten la misma
naturaleza que es moralmente bueno destruir.
Otelo se da valor por lo que los demás piensan y dicen
de él. Su esfuerzo desde niño por ascender el mundo
militar, lo instruye para ser solamente un persona pública. Su ámbito ideal es la batalla o las situaciones de
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peligro, pero no lo íntimo ni lo cotidiano. Se sabe poco
de él, y todo lo que sabemos de él es porque él mismo
lo dice. Su discurso es grandilocuente, lleno de figuras
pesadas e imágenes marciales. No sabe conducirse de
otra manera. Ha sido contratado por sus méritos para
defender a una sociedad en la que es discriminado por
sus características físicas y por ser extranjero. A pesar de
eso, Otelo tiene un gran orgullo con el que se defiende
de tales insultos, pero ese mismo orgullo le impide razonar cuando alguien atenta contra su honorabilidad,
aunque sólo sea por una suposición. Así, cuando Yago
le incuba las ideas sobre la infidelidad de su mujer, Otelo no tiene forma ni capacidad para contrarrestar esas
imágenes con juicios basados en hechos. Defiende la
justicia, el derecho, la autoridad y el deber, pero en lo
personal sólo se maneja porlas emociones, en especial
las destructivas: la sospecha, el temor y los celos. Como
muchos hombres que son agredidos física o verbalmente, Otelo se defiende usando su autoridad y la violencia.
En la obra, la imagen que los demás tengan de él es
tan importante como la que él mismo pueda considerar. Yago tiene más credibilidad ante él que su mujer,
posiblemente porque es hombre y militar o porque le
propone resarcir su honor, luego de la supuesta ofensa
de Desdémona. Lo que dirían los demás de lo que le
pasa pesa más que su amor por su esposa. El contraste
entre la ternura con la que ve dormir a Desdémona
justo antes de matarla puede ser un indicio de que no
sabe estar a solas consigo mismo ni con ella. La gloriosa
guerra lo incapacita para lo doméstico; no sólo es un
negro en un mundo de blancos, sino también es un
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solitario que desde muy joven ha conocido solamente
la guerra, sus campamentos, su lenguaje, sus modales,
sus aventuras, en un incesante movimiento de ascenso
como soldado profesional. No tiene amigos íntimos, no
tiene charlas informales con nadie; siempre habla con
grandilocuencia para aplacar una revuelta en su contra,
ordenar a los vigilantes o para mantener su mando y
su autoridad; esto es, incluso, lo que le hace que Desdémona se enamore de él: la narración de sus glorias
guerreras.
Cassio representa todos los atributos y cualidades de
las que carecen tanto Otelo como Yago. Él es antagonista involuntario de ambos, pues está en el sitio equivocado en el momento equivocado. Todos los atributos
que lo definen lo hacen enemigo de los demás: es una
víctima de las frustraciones de Yago, a quien le ganó el
puesto de teniente, y de Otelo, porque es más sutil y
más cercano al estereotipo del hombre atractivo en la
sociedad en la que viven. Sus modales son de seductor,
pero desafortunadamente no sabe beber y esto provoca que sea presa fácil de las maquinaciones de Yago.
Miguel Cassio no es veneciano sino florentino, rasgo
que del que se sirve Yago para justificar su supuesta
inmoralidad.
Desdémona es una joven que proviene de una familia
adinerada y que vive al cuidado de su padre; como muchas jóvenes de entonces y ahora, pasa del cuidado de
una familia, padre o madre, al de un esposo, y nunca
tiene la oportunidad de valerse por sí misma, por lo
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que ocasiona que su autoestima disminuye. Desdémona se enamora de la imagen que Otelo construye de sí
mismo: valiente, osado, sobreviviente, etcétera. No hay
evidencias de que hayan tenido un trato —o noviazgo— más allá de estas conversaciones, no se conocen
como personas en lo cotidiano. Ella es emotiva, bien
educada, tierna y extraordinariamente ingenua, pues no
considera que algo pueda tener consecuencias negativas
o que se pueda malinterpretar. En una escena clave,
ella dice debió respeto a su padre y ahora lo debe a su
esposo; en ese momento, ella pasa de un dueño a otro.
El padre la considera un objeto de intercambio, con el
que se pudo haber negociado un mejor matrimonio,
con alguien de su misma condición o apariencia. Ella
misma se considera valiosa por lo que le puede ofrecer
a su esposo: fidelidad y obediencia irrestricta. Incluso ante las terribles acusaciones de su marido, ella se
siente culpable, no reacciona ni se defiende, solamente
se da por ofendida. No intenta nunca un diálogo. Su
perseverancia linda con la testarudez, pues aunque sabe
que la defensa de Cassio puede acarrearle problemas, o
que sus ruegos son inoportunos, insiste en defenderlo.
Desdémona no es prudente, es emocional y apasionada.
Es la representación más famosa de la injusticia a manos
de los celos. Su belleza, inocencia y el estar educada
solamente para obedecer, apresuran su trágico fin.
Emilia es la representación de lo práctico; su sabiduría
la toma de las experiencias cotidianas, y su condición de
gente al servicio de su ama le permite ser confidente y
mensajera, pero también es una contraparte del espíritu
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de Desdémona, que parece no saber del mundo y sus
criaturas. Habla con figuras muy claras: los hombres
son estómagos que devoran a las mujeres, que son como
el alimento. Emilia confía hasta la muerte en la virtud
y en el honor de su dueña. Es víctima del atrevimiento
a decir la verdad del caso. Muere a manos del marido,
porque éste ve amenazado su secreto. Su discurso está
lleno de sentencias populares, que constituyen el conocimiento de la gente por las costumbres. Su único
acto de valentía es hablar sin el permiso de su esposo;
en este rasgo podemos notar la condición de violencia
psicológica contra la mujer, a quien el esposo usa para
conseguir sus fines. Como Desdémona, es víctima de
los engaños y prejuicios masculinos.
Brabancio es un senador de la República, y como Yago
y Rodrigo, no quiere a Otelo porque pertenece a una
etnia que se asume como inferior en calidad moral, y más
proclive a la lascivia, la bravura y la brutalidad. Todas las
veces que habla de Otelo se refiere a él con desprecio,
por medio de adjetivos peyorativos. El anhelo de todo
padre es casar “bien” a su hija, con alguien que corresponda a la construcción que su clase ha determinado
como la mejor. No puede comprender que su hija se fije
en alguien tan distinto a ellos como Otelo. En ningún
momento se muestra dispuesto a dialogar ni con Desdémona, ni con Otelo. Cuando se entera que fue por
propia voluntad, y no con hechizos, que su hija accedió a
casarse con Otelo, él la da por muerta. Él mismo muere
sin haberse reconciliado con ellos. El orgullo arruina su
vida, la hace desgraciada. La desconfianza y prejuicio
hacia lo diferente marcan el destino de este personaje.
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Algunas situaciones violentas
Antes de abordar estas situaciones, diremos que de todos los grupos sociales representados en la obra, las
mujeres son las que sufren mayor grado de lo que hoy se
considera como ansiedad: se les exige a ellas más que a
los hombres. Dentro de la obra, Desdémona debe ser la
joven perfecta que no cuenta con ningún derecho, una
vez que los ha cedido a su esposo, de tener una amistad legítima con otro hombre. Esto, que actualmente
consideramos absolutamente normal, en la obra nos
debe hacer reflexionar sobre los muchos aspectos que se
exigen a la mujer sólo por serlo. Así como Emilia debe
ser obediente, conseguir todo lo que el esposo quiera
y nunca hablar en público; o bien que Blanca no pueda
tener un amigo con el que se entienda sin ser acusada
de todos los males, mientras nadie repara en que Cassio
tiene también responsabilidad en su hacer, por ejemplo. Hoy en día, los medios masivos de comunicación
construyen y perpetuan estereotipos sociales, de edad,
de género y de ocupación: por ejemplo, a las mujeres
se les exige ser jóvenes, estar en forma, ser exitosas y
no envejecer para aparecer en programas de televisión,
y existe un doble estándar sobre el envejecimiento entre hombres y mujeres; o se plantea que el ser madre
se opone al hecho de tener una carrera o trabajo bien
remunerado, y que la mujer no debe decidir su propio
bienestar sni antes considerar el de los demás, incluso
si con ello pone en peligro su integridad.
De manera semejante, en la obra que estudiamos los
papeles de género, masculino y femenino, lo que cada uno
debe ser, y esto nos permitirá una reflexión más amplia
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sobre cómo evitar las conductas violentas, toda vez que
seamos capaces de rastrear sus posibles causas en el contexto. Por eso ofrecemos aquí algunos pares de personajes
para estudiar sus interacciones y proponer alternativas.
Ejercicios
Una vez que leas cada pareja, piensa cómo podría ser
distinta la relación, y qué acciones concretas podrían
llevar a cabo para que fuera más equitativa.
1. Empieza por reconocer semejanzas entre las parejas de la obra y otras que tú conozcas.
2. Investiga el contexto contemporáneo que puede
ejercer presión para que sean así.
3. Determina qué sería más fácil de cambiar.
4. Piensa qué debió haberse hecho distinto o qué se
debió evitar, y propón una alternativa.
5. Según lo que has leído en la obra, determina
cómo es la relación que llevan, en qué se parecen
y cuáles son sus rasgos de carácter más distintivos.
¿Quieren lo mismo? ¿Quién te parece que actúa
con más ventaja sobre el otro? ¿Por qué?
Algunos elementos para comprender a los personajes y sus interacciones.
Otelo – Desdémona. La pareja amorosa principal de
la obra. Para su comprensión, te recomendamos responder estas preguntas:
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6. ¿Cómo explicarías su relación? ¿Por qué se enamoraron uno del otro?
7. ¿Qué sabe cada uno del otro? ¿Qué se los impide
o permite?
8. ¿Se conocen en todos los aspectos en los que debe
haber un entendimiento?
9. ¿Cómo son sus conversaciones? ¿Cuándo suceden?
10. ¿Qué provoca que uno pierda la confianza en
el otro?
11. ¿En quién confía más cada uno? ¿Por qué?
12. Procura también anotar cuáles son las conductas
que se pueden evitar y hacer posible un desenlace
más feliz.
13. Para saber más de las causas de esta relación, lee
las relaciones siguientes.
Seguramente, a lo largo del análisis podrás agregar elementos al análisis de cada pareja.
Otelo - Yago Es el par más distinto de la obra. Son
las representaciones más artísticas de los aspectos del
espíritu humano. Otelo está educado de una manera
marcial, no demuestra sus sentimientos íntimos y no
dialoga con los demás; ordena, exige y demanda; su
condición de jefe lo obliga a tener ciertas actitudes.
Pero en lo íntimo, su visión de los demás depende de
lo que lo que ve y no de lo que razona. Es más reactivo.
Yago es más calculador y se aprovecha de él. Yago es un
ser extraordinariamente malvado, pues no mira el bien
de nadie que no sea él. No tiene compasión ni empatía.
Todo en él es apariencia.
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Desdémona – Emilia. Esta pareja en la obra aparece
en una primera lectura como de opuestos. Desdémona
es joven, bien educada, bella, gentil y de familia solvente; Emilia, en cambio, aparece como una mujer mayor,
burda en su educación, tosca al hablar porque ha tenido
menos fortuna; no se la describe físicamente. Pero en
una mirada más detenida, veremos que entre sus inquietantes semejanzas figura el que las dos tienen una
desventaja por ser mujeres, así sin más explicación son
tratadas por sus respectivos maridos con apenas algo de
consideración a cambio de una indiscutible obediencia.
Esta diferencia está sustentada en el prejuicio de la inferioridad de las mujeres en cuestiones que no sean las
domésticas, las propias de un servicio o la de una cierta
correspondencia a sus parejas. Es necesario entonces
analizar los rasgos semejantes de las dos mujeres con
aquellas de la situación contemporánea que se puedan
observar. Algunos aspectos pueden ser: la relación de
solidaridad entre las dos, ya que una defiende a la otra;
la común desventaja frente a sus maridos, la obediencia
entendida como ceder y no basada en el entendimiento;
la agresión de que son víctimas por parte de sus esposos.
Blanca. Es la más desvalida de todas las representaciones femeninas de la obra, pues al no tener un medio de
sustento que no sea el de conseguir favores de Cassio,
es tachada de mujer pública y, por lo tanto, indigna de
cualquier buen trato. No se definen más detalles de ella,
ni de sus emociones ni sus deseos, sólo sabemos que
Cassio y ella se entienden bien, y que no está dispuesta
a acceder a copiar el famoso pañuelo si él no le aclara
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cuáles son sus propósitos. Blanca sufre el desprecio de
todos los hombres, incluso el de Miguel y, aún más los
insultos de Emilia, quien aunque podría considerarse
más cercana a la empatía, la acusa de desvergonzada y
de haber atraído todos los males con su actitud amistosa
con Cassio.
En resumen, la obra plantea un complejo sistema
de relaciones emocionales entre las personas. Veamos
ahora algunas precisiones al respecto:
Cuadro para aproximarse a las emociones de la obra:
Personaje
BRABANCIO
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Emociones que
expresa
Fragmento de la obra
Tristeza
¡Esto es una desgracia!
Ella huyó; y lo que me
quede de vida, será
muy amarga.
Acto primero, escena
primera.
Desprecio
¿Cómo se explica que
una joven virgen, bella
y feliz, (…) se haya
expuesto al escándalo,
escapado de la casa de
su padre para quedarse
con alguien tan
renegrido como tú?
Acto primero, escena
primera.
Anticipación
Vigílala, moro, si
tienes ojos para
ver. Ha engañado
a su padre y puede
engañarte a ti. Acto
primero, escena
tercera.
Preguntas y
actividades para
reflexionar
¿Qué crees que fue
lo que realmente
molestó a Brabancio: el matrimonio
de su hija con
Otelo o la manera
como se efectuó el
matrimonio?
¿Estás de acuerdo
con la postura que
tomó Brabancio?
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Orgullo
Confianza
Se los suplico, vayan por ella al Sagitario y
que hable de mí delante de su padre. Si me
encuentran culpable, no sólo me quiten la
confianza o mi cargo, quítenme también la
vida. Acto primero, escena tercera.
Curiosidad
No, en eso hay aún más. Dime qué piensas;
dilo claro.
Acto tercero, escena tercera.
Anticipación
Si descubro que ella es como un halcón, la
dejaría libre a merced del viento, para que
busque su presa al azar. Quizá porque soy
negro o porque no soy un gran conversador;
o quizá porque ya no soy tan joven.
Acto tercero, escena tercera.
Desprecio
¿Cómo crees que se
sienta Otelo ante la
discriminación por
sus características
físicas y su origen?
¿Por qué Otelo valoró
más las palabras de
Yago que las de Desdémona y Emilia?
¿Qué provoca
que Otelo vea
como desventaja
las cualidades de
Desdémona?
Angustia
Por el Cielo, creo que mi esposa es honrada
y creo que no lo es. ¡Quiero una prueba!…
¡Quiero quedar totalmente convencido!
Acto tercero, escena tercera.
Decepción
¡Oh! ¿Por qué no ha de tener el miserable
Cassio cuarenta mil vidas? ¡Una sola no
bastará para vengarme con ella!¡Ahora ve
que es verdad!… Mira aquí, Yago… ¡Todo
mi amor se esfuma así al cielo! ¡Voló!…
Acto tercero, escena tercera.
Enojo
¡Como las corrientes marinas del Ponto
que siempre corren hacia el Norte, así mis
pensamientos sanguinarios suben al odio y
no darán marcha atrás al amor, hasta que no
sean engullidos en una inmensa venganza
del tamaño de la ofensa…!
Acto tercero, escena tercera.
¿Cuál fue el principal
error de Otelo?
Ira
¡Que se vaya al infierno esa ramera! ¡Que se
pudra! Vamos, quiero encontrar una forma
de muerte rápida para esa belleza endemoniada.
Acto tercero, escena tercera.
¿De qué manera no
perjudicial hubiera
podido Otelo expresar
su enojo?
Ira
Ahora le cuenta cómo la llevó a mi alcoba.
¡Oh! ¡Veo tu nariz maldito, pero no el perro
al que se la arrojaré!
Acto cuarto, escena primera.
Ira
¡Consígueme un veneno, Yago! Esta
noche… No quiero darle ni pedirle explicaciones a ella, […] Tiene que ser esta noche,
Yago.
Acto cuarto, escena primera.
Remordimiento
(Refiriéndose a Desdémona ya muerta)¡Oh,
mujer nacida bajo una mala estrella! ¡Pálida
como tu camisa! ¡Cuando nos encontremos
en el juicio de Dios, tu aspecto bastará para
precipitar mi alma fuera del cielo, y los
demonios se apoderarán de ella!
Acto quinto, escena segunda.
OTELO
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Que haga lo que quiera. Mis servicios a
Venecia callarán sus quejas.
Acto primero, escena segunda.
¿Crees que Otelo,
al pensar que
Desdémona lo
engañaba, dejó de
sentir amor por ella?
Identifica el momento
en que Otelo pierde
el control de sus
emociones
¿Crees que sentir
amor puede generar
violencia?
Identifica las emociones que pueden
desencadenar actos
violentos contra otra
persona o hacia ti
mismo
¿Crees que este
tipo de situaciones
pasen en una pareja
actualmente?
¿Qué relación encuentras entre el
oficio de Otelo y el
desenlace de la historia?
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Ira
¡Un bribón!… ¡que se atreve a enseñarme mi
deber! ¡Voy a aplastar al maldito hasta meterlo
en una canasta!
Acto segundo, escena tercera.
¡Ay, esa pobre infeliz!
¡Ay, pobre buscona! Creo, en verdad, que me
quiere.
CASSIO
Desprecio
¡Casarme con ella!… ¿Cómo? ¡Con una mujer
tan corrida! Por favor, más respeto a mis talentos. No me creas tan loco. ¡Ja, ja, ja!
¿Qué fue lo que
logró que Yago
embriagara a
Cassio?
¿El alcohol puede
alterar nuestras
emociones?
¿El menosprecio
de Cassio a Blanca
ayudó a agravar el
conflicto?
Acto cuarto, escena primera.
Desprecio
Envidia
Sus conocimientos militares son pura charlatanería y nada de práctica. Pero él, mi señor,
es el elegido, y yo, debo soportar el barco y
esperar…
Acto primero, escena primera.
Disgusto
En fin, ¡qué remedio! Así es este servicio. Un
ascenso se obtiene por recomendación o afecto,
no como antes que el segundo heredaba la plaza
del primero.
Acto primero, escena primera.
Anticipación
Desdémona no estará enamorada del moro
mucho tiempo, echa dinero en tu bolsa, ni él
de ella.
Acto primero, escena tercera.
Desprecio
No sería sabio si gastara mi tiempo con un idiota tal, si no es para mí provecho y mi diversión.
Acto primero, escena tercera.
Desprecio
El moro es de carácter franco y libre, que juzga
honradas a las gentes que lo parezcan y se
dejará jalar por la nariz dócil como los asnos…
Acto primero, escena tercera.
Recelo
Vamos, vamos, las mujeres fuera de casa son
retratos mudos… haraganas en los quehaceres
de la casa pero hacendosas en la cama.
Acto segundo, escena primera.
YAGO
Dominación
Desprecio
Cinismo
Eres una buena chica; dámelo.
(Arrebatándole el pañuelo.) ¡Nada! ¿Qué te
importa?
Acto tercero escena tercera
Estar desnuda en el lecho con su amigo una
hora o más, no supone malicia alguna.
Acto cuarto, escena primera.
¡Cómo! ¿Estás loca? ¡Te lo ordeno; regresa a
casa!
Enojo
Furia
Dominación
¡Por Dios Santo! ¡Que te calles!
¿Cómo crees que
se sienta Yago ante
el nombramiento
de Cassio como
teniente?
¿Consideras que
Yago expresaba y
manejaba correctamente sus emociones?
¿Qué crees que
lleva a Yago a
tomar medidas
tan extremas
para lograr su
propósito?
¿Cómo podrías
identificar a las
personas como
Yago?
¿Qué debilidad
notó Yago en Otelo
que le permitió
manipularlo?
¿Qué sentimiento
le faltó cultivar a
Yago para evitar su
deseo de venganza?
¿Por qué Yago no
logró su objetivo?
Si tú fueras Yago,
¿cómo resolverías
el problema?
¡Infame traidora!
¡Mientes, basura!
Acto quinto, escena segunda.
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RODRIGO
Disgusto
Disgusto
Pesar
Angustia
Me duele en el alma que tú,
Yago, que te has aprovechado
mi dinero como si fuera tuyo,
supieras del asunto…
Acto primero, escena primera.
Estoy decidido, en verdad, a
no aguantarlo más tiempo. Ni
tengo ya humor para rumiar
lo que he soportado como
un tonto.
Acto cuarto, escena segunda.
¿Por qué Yago pudo
manipular tan fácilmente a
Rodrigo?
¿Qué emoción llevó a Rodrigo a confiar en Yago?
Créeme, hubiera preferido
perder mi bolsa llena de
monedas de oro, porque si mi
marido no fuera noble como
es, incapaz de tener celos,
esto sería motivo suficiente
para que los tuviera.
Acto tercero, escena cuarta.
Asombro
Jamás lo había visto tan
enojado. De seguro que hay
algo extraordinario en ese pañuelo. Qué desgracia haberlo
perdido de vista.
Acto tercero, escena cuarta.
Sumisión
(Hablando con Otelo.) Si mi
presencia te ofende, me voy.
Acto cuarto, escena primera.
¿Por qué, aunque Otelo
insultó y agredió a Desdémona, ella le obedecía?
(Hablando con Otelo.) ¡Ay!
¡Qué terrible día!… ¿Por qué
lloras? ¿Por mí, mi señor?
Acto cuarto, escena segunda.
¿Por qué Desdémona
se siente culpable al ser
ofendida por Otelo?
¿Crees que Desdémona interpretó correctamente los
sentimientos de Otelo?
Tristeza
DESDÉMONA
Angustia
Culpa
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Desesperación
¡Oh Dios mío! ¡Apiádate de
nosotros!
Acto cuarto, escena segunda.
Pesar
(Cantando.) La pobre alma
sentose suspirando al pie de
un sicomoro, cantad todo al
sauce verde; (…) sus lágrimas
amargas caían y ablandaban
las piedras (…) He llamado a
mi amor, amor perjuro; pero
¿qué dijo entonces? Cantad:
sauce, sauce, sauce, si cortejo
a otras mujeres, dormiréis
con otros hombres.
Acto cuarto, escena tercera.
¿Quién podría ayudar a
Desdémona?
¿Para qué canta
Desdémona?
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Sumisión
Desprecio
Disgusto
Enojo
EMILIA
Ira
Indignación
Enojo
Tristeza
Mi terco marido me rogó cien veces para que
lo robara (…) Sólo el cielo sabe qué pretende
hacer con ella, no yo; yo no sé nada, sino
obedecer sus ocurrencias.
Acto tercero, escena tercera.
Los hombres son sólo un estómago, y nosotras
somos su alimento. Nos devoran glotonamente, y cuando están hartos, nos vomitan. Mira,
aquí llega Cassio y mi glotón marido.
Acto tercero, escena cuarta.
¡Que me ahorquen si no fue algún maldito, un
mentiroso que sembró esta idea en su cabeza!
¡Que me ahorquen si no es cierto!
Acto cuarto, escena segunda.
Enojo
BLANCA
Curiosidad
Ira
Desconfianza
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¿Cómo consideras
que es la autoestima
de Emilia?
¡Qué vergüenza, desvergonzada, puta!
Acto quinto, escena primera.
Explica la expresión
“Los hombres son
sólo un estómago,
y nosotras somos su
alimento”
¡Oh, mi señora! ¡La vileza ha burlado el amor!
¿Ha dicho mi marido que ella era infiel? ¡Si
ha dicho eso, que se pudra su alma maligna
lentamente!
¿Cómo afectó la
sumisión de Emilia
al desenlace de la
historia?
¡Miente desde lo más negro de su corazón!
¡Estaba mi señora muy enamorada de su inmundo esposo!
Acto quinto, escena segunda.
Enojo
Desprecio
¿Consideras que
las emociones
pueden afectar la
autoestima?
¡Oh, necio! ¡Oh, imbécil! ¡Tan ignorante como
el fango! Has cometido una falta ¡No le temo
a tu espada! ¡Te denunciaré, así pierda veinte
veces la vida!
Acto quinto, escena segunda.
¡Oh, Cassio! ¿De dónde sacaste esto? Algún
obsequio de una nueva amiga. ¡Ahora
comprendo la causa de tu ausencia! ¿A esto
hemos venido a parar? Bien, bien.
Acto tercero, escena cuarta.
¡Que el diablo y su mujer te persigan! ¿Qué
quieres lograr tú con este pañuelo que me
diste hace un instante? ¡Qué tonta he sido en
recibirlo! Este es el regalo de una moza. ¿Y
quieres que te copie el dibujo? Toma… Dáselo
a tu juguete. Que venga de donde venga, no
lo copiaré.
Acto cuarto, escena primera.
¿En qué te hace
pensar la relación
de Emilia con su
marido?
¿Por qué crees
que al final Emilia
desenmascaró a
Yago?
¿Son justificados
los celos de Blanca?
¿Crees la manera
de actuar de Blanca
afectó el desenlace
de la historia?
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14. Podrás completar esta información si investigas
más sobre las emociones y sus causas. No podemos reducir lo que provoca una emoción a un
solo factor. Recuerda, son procesos complejos;
su reconocimiento y control requieren paciencia.
15. Ponte de acuerdo con otros compañeros, en
parejas o triadas, para detectar más rasgos en los
personajes. Formula más preguntas.
16. Una vez que las tengas, formula con ellas una
alternativa menos violenta para solucionar los
conflictos de la obra —obtener un ascenso en
el trabajo, ganarte el afecto de alguien, etcétera—, y luego, por extensión, aquellos en los que
podríamos vernos implicados por la convivencia
cotidiana.
167. Dale un final distinto a la historia de una pareja que se parezca a la de Otelo y Desdémona.
¿Qué les pedirías que hicieran distinto? ¿Cómo
podrías ayudarlos a tener una mejor relación? Las
relaciones no son cosa de dos, implican muchos
más aspectos.
18. Haz una lista de las emociones que te cuestan
más trabajo controlar y las situaciones que las
desencadenan.
19. De la lista que anteriormente formaste, agrega
la forma en que sueles reaccionar y que sabes que
no es la adecuada.
20. Luego, haz una propuesta de una mejor manera
de reaccionar, esto te ayudará a encontrar otras
maneras de solucionar tus conflictos. Recuerda que el diálogo es la mejor herramienta para
evitar el enfrentamiento y la violencia.
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Para saber un poco más sobre las emociones
¡Cuidado! La felicidad puede generar violencia
Un problema muy común en México es cómo festejan
los aficionados al futbol; a pesar de que es alegría lo que
sienten, la acompañan con insultos y ofensas para el
equipo contrario, lo que provoca violencia en los estadios. ¿Cuál sería la manera adecuada de festejar?
Autocontrol
Tanto las artes como los deportes pueden ayudarnos al
autocontrol emocional; si sientes que tienes un carácter
violento practicar karate, futbol pintar o bailar te ayudarán a mejorar tu carácter.
Consejo
A veces hablar con nuestros padres nos resulta imposible. Cuando discutas con ellos, no permitas que el enojo
te domine, si no puedes controlarte, aléjate; así evitarás
hacer o decir algo que dañe tu relación. Intenta hablar
con ellos cuando estés más tranquilo. Si esto no funciona, escríbeles un mensaje que exprese lo que exactamente quieres decir y cómo te sientes. Lo más importante es
que te comuniques con ellos sin agredirlos.
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¿Qué son las emociones?
Son los estados anímicos que reflejan cómo nos afecta
los acontecimientos y las personas dentro de nuestro
entorno; tales estados varían tanto en intensidad como
en duración.
¿Cuáles emociones son buenas y malas?
Al contrario de lo que muchos puedan pensar no existen
emociones malas, ya que emociones como el miedo,
la desconfianza y la tristeza pueden ayudarnos a evitar
peligros o a conseguir apoyo, no obstante si no sabemos
controlar la intensidad y las acciones que acompañan a
nuestras emociones, podemos lastimarnos y lastimar a
los que nos rodean.
¿Cómo puedo abordar mejor mis emociones y relacionarme adecuadamente con las emociones de
los demás?
UÑ
› ViÑÓÞÈÑ°Å °‹>ÈÑi– V‹ ›iÈ\ÑiÈіÞçы–° ÅÓ>›ÓiÑ
que reconozcas tus propios sentimientos justo en el
momento en que aparecen; esto te ayudará a actuar
prudentemente.
U
›ÓÅ ’>Ñ ÓÞÈÑ i– V‹ ›iÈ\Ñ Ói›iÅÑ ’>Ñ V>°>V‹`>`Ñ `iÑ
dominar nuestros sentimientos y adecuarlos al
momento en que estamos viviendo nos ayudará a
relacionarnos mejor.
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U-jÑi–°?ӋV \ђ>Ñi–°>ӌ>ÑiÈÑi’ÑÅiV › V‹–‹i›Ó Ñ`iÑ
las emociones ajenas. El que tú estés consciente
del estado de ánimo del otro, te servirá para comprender cómo actúan los demás y lo que necesitan.
Observa a tus amigos, maestros y familiares; nota
aquellos gestos y movimientos que hacen cuando
están tristes, enojados o inseguros. Si notas que
su conducta no es normal o parecida a la de otros
días, pregunta cómo se sienten.
UÑ
›ÓÅ ’>ÑÓÞÈÑÅi’>V‹ ›iȵÑÈы–° ÅÓ>›ÓiѺÞiÑÈi°>ÈÑ
cómo relacionar sanamente tus emociones y con
las emociones ajenas. Reflexiona cómo a veces la
mala combinación de las emociones puede perjudicarnos seriamente. Si un amigo tuyo está enojado
porque le ganaste en un juego, y tú también te
enojas, lo más probable es que pierdas su amistad;
pero sí en cambio actúas con amabilidad y le dices
que jugó muy bien y que te diviertes a su lado, su
enojo puede que desaparezca casi de inmediato.
No olvides que lo que los demás sienten también
es importante.
Ejemplo de una propuesta para una mejor manera de
reaccionar
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Empatía
Confianza
Alegría
Tristeza
Miedo
Completa el cuadro
Enojo
Siento
¿En qué momento te sientes así?
Recuerda cómo reaccionas en ese momento
odio y lloro
dejan salir con
mis amigos
Les grito que los
¿Cómo reacciono?
papás no me
Cuando mis
¿Cuándo?
de reaccionar mejor…
Propón algunas maneras
llamaré; estableceré un contrato
verbal con ellos.
les prometeré que les
muchas ganas de ir y
Les diré por qué tengo
¿Cómo debo reaccionar?
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Fuentes consultadas
Alberti R. y Emmons M. (1999). Viviendo con autoestima:
Cómo fortalecer con asertividad lo mejor de tu persona.
México: Editorial Pax.
Arnaut, A. (2002). DSM IV Manual de diagnóstico y estado
de los trastornos mentales. México: Editorial Masson.
Goleman, D. (2007). La Inteligencia Emocional: por qué
es más importante que el cociente intelectual. México:
Editorial Vergara.
R. A Foakes, (2010). “The Descent of Iago: Satire,
Ben Jonson and Shakespeare´s Othello en William
Shakespeare´s Otello edited by Harold Bloom. New York:
Infobase Publishing.
Rivers, Caryl, (2007). Selling Anxiety, How The New Media Scare Women. Hanover and London: University
Press of New England.
Tubert, Silvia (ed.) (2003). Del género al sexo. Los equívocos de un concepto. Madrid: Ediciones Cátedra, Universitat de Valencia, Instituto de la Mujer.
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9/13/13 10:47 AM
Bloom, Harold (ed.) (2010). William Shakespeare´s Otello
edited by Harold Bloom. Infobase Publishing.
Iglesias Cortizas, María José (ed.) (2004). Alejandro
Couce Iglesias, Rafael Bisquerra Alzina y Carlos
Hué Gracía. El reto de la educación emocional en nuestra sociedad. Universidad da Coruña.
Echeburúa, Enrique, Pedro J. Amor y Javier Fernández
Montalvo, (2003). Vivir sin violencia. Aprender un
nuevo estilo de vida. Madrid: Ediciones Pirámide,
Grupo Anaya.
Echeburúa, Enrique y Javier Fernández Montalvo
(2001). Celos en la pareja: una emoción destructiva. Un
enfoque clínico. Barcelona: Editorial Ariel.
Gee, J.P. (1996). La ideología de los discursos. Lingüística social y alfabetizaciones. A Coruña, Madrid:
Fundación Paideia Galiza, Ediciones Morata, S.L.
Sommer von, Peter (1990). Los celos. Conocerlos, comprenderlos, asumirlos. Su influencia en las relaciones amorosas, la familia y la vida cotidiana. México: Editorial
Paidós.
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