DOCTOR RESTITUTO JOSÉ CABRERA FLORES

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DOCTOR RESTITUTO JOSÉ CABRERA FLORES.
INTERNACIONALISTA EN CUBA Y EN BOLIVIA*
Por
Elsa Blaquier
Pocos conocen la hermosa historia de humanismo y desinteresada
entrega protagonizada en el Hospital Provincial de Santiago de Cuba
por Restituto José Cabrera Flores, el médico peruano quien con el seudónimo de El Negro, integró la guerrilla del “Che” en Bolivia.
El Negro Cabrera, como le llamaban sus compañeros cuando estudiaba medicina en Buenos Aires y colaboraba de forma entusiasta en organizar la lucha armada en su país natal, fue de los primeros en acudir a
la isla mayor del Caribe a entregar sus conocimientos, cuando Estados
Unidos trataba de dejar al país sin profesionales de la salud.
Hasta la Ciudad Héroe llegó el joven nacido en El Callao, el 27 de
junio de 1931. Acompañado de su esposa, una farmacóloga argentina,
Cabrera desplegó iniciativas que aún permanecen en la memoria de quienes compartieron con él los primeros años de la década del 60.
El doctor Alberto Galvizu Borrell ocupaba entonces la subdirección
de asistencia médica del hospital santiaguero y atesora entre sus impresiones la actitud consagrada, honesta, moral, ética y, sobre todo, revolucionaria, mantenida por el especialista en Medicina Interna y Cardiología,
Restituto José Cabrera Flores.
El aporte brindado por el doctor Cabrera al desarrollo de los departamentos donde laboraba, resultó decisivo para el ulterior desarrollo de la instalación hospitalaria, ya que era un médico muy actualizado, estudioso y servicial, cualidades que le hicieron merecedor de formar parte de los Consejos de
Dirección y Científico del centro, además de ser elegido por los trabajadores
para integrar la directiva de la sección sindical.
El doctor Galvizu lo recuerda como una persona medida, parca al hablar,
pero al mismo tiempo muy precisa y con una elevada conciencia revolucionaria. Era un hombre de gran sencillez, modestia y devoción por su trabajo.
Después de concluir su jornada, laboraba como maestro voluntario en las aulas de seguimiento para alcanzar el sexto grado que funcionaban en el hospital.
* Publicado en Periódico Granma, septiembre 3 de 1997.
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Subraya, además, que impartía cursos de actualización para médicos y
técnicos. Fue el impulsor del sistema de consultas ambulatorias voluntarias
nocturnas para atender a los obreros, en un momento en que eran muchas las
necesidades y pocos los especialistas. Formó parte también de la reserva de
médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y como tal participaba en
los entrenamientos que hacían en la entonces División 50 del Ejército Oriental.
“A la altura de los años, lo veo así, no porque esté ahora en la grandeza de
la historia americana, sino porque dejó en todos la grata impresión de su humanismo, de consagración a una causa que tenía bien definida y hacia la que
marchó con seguridad en lo que hacía. Por eso no fue una sorpresa cuando
supimos su heroica caída en Bolivia,” señala.
En Cuba lo vio también por última vez Héctor Cordero Guevara, uno de
los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionario (MIR) de Perú,
quien conoció al Negro Cabrera cuando éste cursaba estudios en Argentina.
Ambos compartieron inquietudes y desvelos a inicios de los años 50, y fue
Héctor quien le consiguió trabajo en una imprenta en Buenos Aires para ayudarlo a sufragar la carrera, ya que los escasos recursos familiares no le permitían continuar costeándoselo.
“Era un magnífico alumno. Alto, fuerte, apasionado futbolista, con gran
simpatía personal y una total entrega a la causa. Había sido simpatizante de la
Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), pero en esos momentos
concentró sus esfuerzos en concluir sus estudios,” explica Héctor. Cuenta que
volvieron a encontrarse en La Habana, durante la celebración de la Conferencia Tricontinental. Entonces supo su decisión de integrarse a la lucha armada
en Perú. Le dijo que se había casado y tenía una hija, pero estaba decidido a
combatir por su país.
Los sueños hechos realidad en Cuba influyeron grandemente en su determinación. El 14 de febrero de 1967 llega al campamento de Ñacahuazú acompañado de El Chino (Juan Pablo Chang-Navarro) y de Eustaquio (Lucio
Edilberto Galván) con el propósito de entrenarse durante un tiempo en el combate y pasar más tarde a un grupo guerrillero que actuaría en la zona peruana
de Ayacucho, bajo el mando de Chang-Navarro.
El 19 de marzo, cuando el “Che” regresa al campamento base, después de
la caminata de exploración y entrenamiento que realizara durante casi dos
meses, es recibido por El Negro. La llegada de los tres peruanos, junto a Tania
(Tamara Bunke), Regis Debray y Ciro Bustos, se produce en el momento en
que han desertado dos hombres.
El Comandante Guevara anota en su diario que El Negro fue testigo presencial del ataque a la finca de Ñacahuazú, descubierta por el ejército, cuyas
fuerzas realizan misiones de exploración en busca de los revolucionarios.
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De inmediato el jefe guerrillero pone al Negro bajo su mando, en el
grupo del Centro. El 10 de abril, es el médico peruano quien avisa al Guerrillero Heroico sobre la presencia de parte de una compañía de 100 soldados
que caen dos veces, durante ese día, en la emboscada tendida por los revolucionarios bajo el mando de Rolando (Eliseo Reyes, “San Luis”).
La noche del 16 de abril el “Che” decide dejar a Serapio y al Negro
responsabilizados con la atención a Tania y Alejandro (Gustavo Machín),
ambos con fiebre alta, ya que por su estado de salud retrasaban la marcha en el
intento de sacar a Regis Debray, Ciro Bustos y al periodista George Andrew
Roth de la zona insurgente.
El 17 de abril quedan los cuatro, más El Chino, también enfermo, y el
grupo de la Retaguardia, comandado por Joaquín (Juan Vitalio Acuña), con la
indicación de mantenerse en la cercanía del caserío de Bella Vista, hacer una
demostración y esperarlos durante tres días.
Nunca más volverían a encontrarse, pero durante los 136 días que el pequeño destacamento combatió en la zona contra efectivos del Ejército de
Bolivia, El Negro constituyó un baluarte en el cuidado de los enfermos y del
orden, en las difíciles condiciones de un grupo aislado y perseguido.
José Castillo Chávez (Paco), integrante de la resaca y sobreviviente de la
emboscada en el vado de Puerto Mauricio, destaca cómo aquel combatiente
de tez morena y alta estatura se mantenía al tanto de la disciplina del grupo,
pues decía que de no cuidarse podía descomponerse la moral de la columna.
Señala igualmente sus cualidades como galeno solícito que velaba todo el
tiempo por la salud de la pequeña tropa.
La tarde del jueves 31 de agosto, cuando la traición de Honorato Rojas
les lleva a caer en la emboscada preparada muy cerca de la confluencia de los
ríos Grande y Masicurí, El Negro ve cuando una ráfaga alcanza el cuerpo de
Tania y de inmediato trata de prestarle ayuda.
Nada desesperadamente en el turbión que forman las caudalosas aguas,
hasta dar alcance a la compañera cuya vida le fuera encargada por el Comandante Guevara. Cuando comprueba su muerte, la acerca a la orilla y se
deja llevar por la corriente hasta llegar al río Palmarito.
Pasados tres días, camina por la orilla para buscar alimento e intentar
encontrar ayuda, pero choca con la compañía Toledo de la Cuarta División,
desplegada desde el trágico 31 de agosto para apoyar a la Octava División.
Sus captores no respetan el estado en que se encuentra y de inmediato disparan sobre el valioso médico.
No llevaba arma alguna. En los bolsillos de su pantalón verde olivo sus
captores sólo encontraron dos cargadores con algunos proyectiles, un encendedor y su cortauñas, junto a cuatro limones y algunas frutas de monte.
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Pero los asesinos no se saciaron con la sangre derramada y entablaron
una disputa entre las dos divisiones, pues mientras que el coronel Zenteno
Anaya atribuía su muerte a la acción del 31 de agosto, el coronel Roque
Terán insistía en que había sido capturado por ellos, por lo tanto, les correspondía la recompensa.
El 4 de septiembre el “Che” anota en su diario: “La radio trae la noticia
de un muerto cerca de donde fue aniquilado el grupo de diez hombres (...)
dieron todas las generales del Negro, muerto en Palmarito y trasladado a
Camiri”.
Hasta hoy se desconoce el lugar exacto donde reposan sus restos, pero el
ejemplo de hombre íntegro, profesional ejemplar y revolucionario intachable será recordado siempre en Cuba donde brindó su desinteresada ayuda y
en toda Latinoamerica, por cuya definitiva liberación entregó la vida.
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