LA VISITA ECLESIÁSTICA COMO INSTITUCIÓN EN

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LA VISITA ECLESIÁSTICA COMO INSTITUCIÓN EN INDIAS
For J o s é
Luis Mora
Mérida
Frecuentemente los historiadores americanistas hemos utilizado información y datos procedentes de visitas eclesiásticas, — a veces de otro tipo de
visitas realizadas por eclesiásticos —, pero no conocemos un estudio institucional concreto sobre las mismas. Nuestra intención no es realizarlo en este
momento, pues entre otras cosas no es la ocasión propicia. Sólo sistematizar
los conceptos y apuntar los aspectos fundamentales de este tipo de visita1.
Como es lógico, el término «visita» se aplica de manera análoga al concepto de «visita general» como al de «visita eclesiástica» en virtud del contenido de «inspección» de algún aspecto determinado de la variopinta vida
indiana por el motivo que sea, o simplemente por necesitarlo la buena marcha de las diversas instituciones gubernativas.
Según el esquema general que presenta C é s p e d e s d e l C a s t i l l o
en su artículo, las visitas se pueden dividir en dos grandes grupos: a) Visitas
abiertas; b) Visitas sensu stricto, con sus dos variantes de «Visitas específicas» y «Visitas generales».
En las «Visitas abiertas» las características principales son: se puede apelar contra el dictamen del visitador; son inspecciones amplias, periódicas y
regulares sobre cuestiones concretas, normalmente dentro de la esfera municipal, o sobre instituciones o funcionarios públicos (tendejones, carnicerías,
pulperías, medidas, abastos, etc.). No obstante, hay otro tipo de visitas
abiertas más amplio, como son las conocidas que practicaban los goberna1
) Guillermo C é s p e d e s d e l C a s t i l l o , La visita como institución indiana,
en: Anuario de Estudios Americanos, IlI (Sevilla 1946), pp. 9 8 4 - 1 0 2 5 , hace un estudio suficiente de la visita general, aportando la bibliografía jurídica pertinente. A él nos
remitimos, así como a Juan d e S o l ó r z a n o P e r e i r a , Política Indiana (libro V,
cap, X, nn. 1 3 - 1 4 ) en las citas que hagamos de él. Estudios interesantes sobre algunas
visitas son: Pedro C o r t é s y L a r r a z , Descripción geográfico - moral de la diócesis de Guatemala ( 1 7 6 9 - 1 7 7 0 ) , 2 vols., Guatemala 1958; Manuela Cristina G a r c í a
B e r n a l , La visita de fray Luis de Cifuentes, obispo de Yucatán, en: Anuario de Estudios Americanos, XXIX (1972), pp. 2 2 9 - 2 6 0 ; José A. C a l d e r ó n
Quijano,
Una visita de doctrinas en la diócesis de Puebla de los Angeles, el año 1656, en: Anuario de Estudios Americanos, II (1945), pp. 7 8 5 - 8 0 6 ; Ismael S á n c h e z B e l l a ,
Los visitadores generales de Indias y el gobierno de los virreyes, en: Anuario de Estudios Americanos, XXIX (1972), pp. 7 9 - 1 0 1 ; Pedro P e r e z L a n d e r
Ortañez
y C a s t r o , Práctica de visitas y residencias apropiadas a los reinos del Perú y deducida de lo que en ellos se estila, Nápoles 1696 ; Leopoldo Z u m a l a c a r r e g u i , Visitas y residencias en el siglo XVI. Unos textos para su distinción, en: Revista de Indias,
año VII, núm. 26 (1946), pp. 9 1 7 - 9 2 1 . Por amables referencias sabemos que en la
actualidad algunos historiadores americanistas están realizando estudios sobre visitas
diocesanas en México y Perú.
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Luis Mora Mcrida
dores al territorio de su gobernación o los corregidores a su distrito, al menos una vez a lo largo de su mandato. Estas son un claro precedente de las
que practicarán los intendentes en el siglo XVIII, si bien con marcado matiz
económico, o también las practicadas para visitar cabildos, regidores, alcaldes, etc. a fin de poner remedio en ciertos abusos o injusticias.
Sin embargo la visita por antonomasia es la que llamamos sensu stricto,
que reúne las siguientes características: forma de inspección; viene motivada
por una anormalidad o irregularidad; carácter secreto; el itinerario queda al
arbitrio personal del propio visitador; no hay apelación posible; el visitador
lleva amplísimos poderes para resolver el problema sobre la marcha. En
cierto sentido podemos decir que se parece más a una inspección o residencia a priori, pues carece de limitaciones cronológicas, no se aplica universalmente, suele tener carácter colectivo (territorios, audiencias, virreinatos,
instituciones, etc.), no es periódica ni regular, el visitador lleva instrucciones
concretas sobre el asunto o anormalidad que ha provocado la visita, etc.
Pueden ser específicas y generales, como dijimos, según afecte a un lugar o
provincia o a un virreinato, aunque su distinción, según afirma C é s p e d e s , será cuantitativa y nunca cualitativa.
La visita diocesana c o m o institución
Como dijimos al principio, la visita eclesiástica sólo se parece a la visita
civil en el nombre, ya que no debemos confundirla con la visita general practicada por un eclesiástico, cosa no infrecuente en Indias, ya que éste actúa
como visitador y no en calidad de eclesiástico. Sus características fundamentales son:
a) No se realiza por razones de anormalidad, sino — como afirma S o 1 ó r ζ a η o — «para que el pastor esté cerca de sus ovejas», o «para visitar,
predicar y reconocer por si mismo a sus ovejas». No es necesario pues una
anormalidad o irregularidad previa para realizarlas.
b) No tienen carácter judicial, aunque de hecho el obispo desempeñe
algunas de sus atribuciones jurídicas anejas al cargo para resolver ciertas situaciones durante la visita (erecciones, conocimiento en causas eclesiásticas,
etc.). Siempre para resolver problemas concretos y pastorales.
c) No tiene por lo general carácter secreto, sino al contrario, pues es el
momento propicio para que el visitador entre en contacto con sus feligreses
y conozca su vida, problemas y preocupaciones. Por ello, normalmente, se le
suele llamar también pastoral.
d) La visita no se deja al arbitrio particular del prelado, sino que tiene
que someterse territorialmente al distrito de su diócesis y, lógicamente, a un
itinerario adecuado para recorrer todo el obispado.
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La visita eclesiástica
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Estas divergencias con la visita civil responden a que la visita eclesiástica
busca fines y modos muy diversos a los de aquella, aunque, como afirma
C é s ρ e d e s, sea un claro antecedente. Lo importante es que coexisten
ambas a lo largo de todo el período colonial.
De tipo, podríamos decir que intermedio entre ambas visitas están las visitas de los caballeros de Ordenes Militares, decretadas por el Consejo de
Ordenes, y las de Hospitales, a cargo normalmente de una persona eclesiástica, aunque a veces acompañada por un seglar.
El origen o idea general, de toda la legislación sobre visitas eclesiásticas
tiene lugar de manera predominante durante el reinado de Felipe II, y al
Concilio de Trento de forma paralela. Esto lo afirmamos porque no hay más
que ver las fechas de las disposiciones y las continuas referencias al tridentino, tanto en las mismas leyes como en S o 1 ó r ζ a η o. Es decir, que la visita como institución eclesiástica es una consecuencia directa de la Contrarreforma católica europea, uno de cuyos paladines, Felipe II, intentó materializarla en su Imperio colonial a través de continuos y casi periódicos decretos y disposiciones. Las normas que se dictaron después, preferentemente
bajo el reinado de Felipe III y algo con Felipe IV, no hacen más que modificar accidentalmente las de su antecesor Felipe II, o bien a veces amplían
algunos aspectos concretos. En este sentido, Felipe II, simboliza la fusión de
la legislación eclesiástica y civil en sus dominios, aunque por vía de excepción los terceros concilios límense y mexicano ampliasen o reiterasen algunos decretos generales al respecto.
Así pues, en lo que se refiere a la legislación concreta podemos decir:
I o . La disposición básica en la que se decreta y regula el régimen de visitas eclesiásticas es la de Felipe II, firmada en San Lorenzo el 5 de agosto de
1577, ampliada y matizada por otras posteriores (cinco en total) de Felipe
III y Felipe IV. Está recogida en la Recopilación de 1680 en la ley XXIV,
tit. VII, lib. I, «Sobre arzobispos y obispos». Allí se dice «que los prelados
visiten p e r s o n a l m e n t e sus respetivas diócesis y reconozcan el estado
de sus d o c t r i n a s , la predicación del evangelio, la conversión de almas,
que a d m i n i s t r e n l a C o n f i r m a c i ó n , que se informen de todo
particularmente». También se dispone «quehagan la visita con moderación,
poca familia para no molestar a los naturales y ser ejemplo y edificación» 2 .
2 o . En la misma ley se insiste en un punto, al que S o l ó r z a n o también le dedica especial atención, como es el de los visitadores delegados.
Dice: «y si están legítimamente impedidos (se refiere a los obispos) y necesiten nombrar visitadores, los prelados y cabildos sedes vacantes e l i j a n
p e r s o n a s e c l e s i á s t i c a s y n o s e c u l a r e s » , a los que se les
insta a que «vivan con cuidado y desvelo de no recibir para sus familias cosa
2
) Tanto estos como los siguientes espaciados son nuestros.
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alguna en poca ni en mucha cantidad, y que los naturales se perciban que se
trata del servicio de Dios». Como vemos, lo mismo que se le había reiterado
a los obispos.
Respecto al nombramiento y potestad de estos visitadores eclesiásticos
delegados, las normas emanaron de Felipe III y de Felipe IV, una cada uno,
disponiéndose que en los mismos no intervinieran ruegos ni cualquier otra
intercesión o medio injusto y reprobable decretándose que se enviase al
Consejo una relación firmada de las personas designadas como visitadores,
especificándose el tiempo, lugar, actividad previa, antecedentes personales,
causa de la designación, etc. Es decir, que el Consejo tenía esta visita como
algo muy serio y no quería se le pasase ningún punto.
Por lo que se refiere a la potestad, S o l ó r z a n o la aborda ampliamente, analizando las facultades delegadas del obispo, especificando las prerrogativas jurisdiccionales de un visitador y las del vicario general de la diócesis, ya que el visitador no tenía que ser necesariamente el vicario, aunque a
veces lo fuese, distinguiendo la jurisdicción ordinaria del obispo y la jurisdicción diocesana. La visita eclesiástica entraría en ésta última.
3° Las bases canónicas para tal régimen y reglamento de las visitas eclesiásticas se encuentran, como es lógico, en el propio Concilio de Trento, como dijimos más arriba. Por ello, se reiterará varias veces en las citadas leyes
que «los obispos y arzobispos guarden lo dispuesto por el Concilio de Trento y concilios provinciales». Y el mismo S o l ó r z a n o afirma que «es tan
necesario y sustancial este cargo y cuidado de visitar que el mismo Tridentino encarga mucho a dichos prelados», y más adelante, «como se estableció
santamente en el Concilio Tridentino».
Sin embargo, parece ser que hubo algún que otro antecedente, e incluso
consecuente, de ello. Así, también S o l ó r z a n o , al hablar de los salarios
que se deben pagar a los visitadores dice que esto «estaba y dispuesto de
tiempo antiguo por el Concilio Toledano VII», citando él la Recopilación de
Castilla. Por lo que se refiere a los consecuentes, cita varias disposiciones
concretas del Tercer Concilio de Lima («que se guarde y continue el dicho
Concilio de Lima, siguiendo lo ordenado por el de Trento»), lo que nos confirma en lo rápidamente que tomaron cuerpo en la legislación provincial indiana las normas tridentinas.
4o. Respecto a las atribuciones de los arzobispos, hay un punto importante que recoge S o l ó r z a n o , según una real cédula (Madrid, 5 de diciembre de 1608), que decía: «Silos obispos anduvieren negligentes en esto
(se refiere a las visitas), los metropolitanos entren a cuidar de ello en las diócesis de sus sufragáneos», quedando en manos del juez la pena que se debía
imponer a los negligentes.
5° Otro aspecto de interés, en conexión con la autoridad civil, se recoge
en otra ley de la Recopilación citada sobre audiencias. Se trata de la ley
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La visita eclesiástica
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XXVII, tit. XV, lib. II, en la que se dispone que los virreyes y las audiencias
puedan dar «provision de ruego y encargo» para que los prelados de sus
distritos visiten sus obispados y se hallen en sus concilios. Ello nos hace pensar que el virrey, como vicepatrono, debía autorizar en última instancia la
visita, lo que encaja perfectamente en la estructura piramidal de la autoridad
en Indias.
6°. Finalmente, tanto la Recopilación como S o l ó r z a n o están preocupados por un punto de casuística. Se trata de los gastos que pudieran
ocasionar las visitas. En principio ningún feligrés estaba obligado a pagar
nada, mucho menos los indios, y al respecto la legislación citada y los comentarios de S o l ó r z a n o coinciden plenamente: «cuando los prelados
visiten la diócesis no lleven dinero en nada ni mucho a los indios para su comida y la de su familia . . . , que los virreyes amparen a los indios por si violentan lo contrario . . . , que los obispos guarden el Concilio Tridentino y no
lleven derechos en las visitas que hacen a las iglesias». Todas estas disposiciones se basaban a su vez en una general de Felipe II de 8 de mayo de 1568, en
la que avisaba se cumpliesen al respecto las normas de Trento, donde se ordenó claramente que ningún obispo cobrase nada por la visita practicada 3 .
Lógicamente, la mayor fuerza en todas estas disposiciones se hace en lo
que respecta a los indios, pues quien debía dar algo era el cura u obispo. Precisamente por eso también se avisaba a las audiencias que vigilasen para que
los párrocos no echasen cargas sobre los indios ni hicieran repartimiento de
gastos a fin de subsanar la cuantía de la visita, aunque los propios indios los
ofrecieran voluntariamente. Y lo mismo se avisaba a los obispos y a los provinciales de Ordenes religiosas.
Como podemos suponer, en este sentido la casuística es amplísima, pero
todo se centraba en procurar evitar abusos y vicios, ya que se había dado el
caso, como el mismo S o l ó r z a n o cuenta, de que en el Perú, siendo virrey Martín Enriquez, se regularon unos moderados «camaricos»4 aprobados
por el II Concilio Límense. Pero los excesos fueron tales que se tuvieron que
dictar normas en contra, concretamente en el III Concilio Límense, a fin de
remediarlos. Por ello, se dispuso que fueran los obispos quienes señalasen y
pagasen los salarios pertinentes a los visitadores.
3
) Hay también una R. C. de Felipe II anterior, de 12 de junio de 1599, en la que
se avisaba lo mismo.
4
) Lo que pagaban los indios al visitador para su sustento durante el tiempo de la
visita.
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Las visitas de las Ó r d e n e s religiosas
Mención aparte se merece este otro tipo de visita, como dijimos al principio, que, aunque concuerda en el nombre con la diocesana no lo hace en
su tipología jurídica. En primer lugar, porque la visita la realizaba el propio
visitador de la Orden respectiva y no el obispo. Pero las diferencias eran tales
que se tuvo que dar una legislación especial para ello. Así, en las Leyes 42 a
46 del lib. I, tit. XIV, de la Recopilación citada, se disponía todo lo pertinente: la visita era a una provincia religiosa eclesiástica; no se visitaba directamente el territorio en sí, sino la labor que en él realizaban los respectivos
religiöses; las reformas pertinentes en el seno de la Orden; la legislación privada para la Orden; la inspección de los conventos y doctrinas dirigidas por
los religiosos; existía una dependencia directa con el General de la Orden; se
insistía bastante en el aspecto reformista en las costumbres y reglas de la
Orden, etc.
No obstante estas normas, y dentro de las particularidades del Patronato, se dieron otras que concretaron la realización de esta visita. Así tenemos
que, el pase para el visitador de la Orden lo podía autorizar únicamente el
Rey. Para ello, se pedía previamente al virrey o audiencia un informe para
ver si efectivamente tal visita era necesaria. Al mismo tiempo, Felipe IV ordenó en 1636, que las autoridades civiles informasen cada tres años del estada de las Ordenes y Congregaciones y de la necesidad de ser o no visitadas, a
fin de evitar excesivas visitas y pases. Incluso antes, Felipe II, en 1561, había
ordenado que las autoridades civiles colaborasen y prestasen toda la ayuda
necesaria a los visitadores en el ejercicio de sus funciones, a fin de que éstos
recibiesen al llegar toda la información necesaria sobre el estado de su Orden
y los asuntos en que hiciera falta reforma, sin tocar lo que estuviera bien.
Como era lógico, se insiste especialmente en lo que tocaba a los indios,
como vimos en la visita diocesana.
Especial referencia se hacía a la Orden de la Merced, sin que por ahora
conozcamos los motivos. Se avisaba que esta Orden no enviase a América
vicarios generales, sino sólo visitadores, y éstos por un tiempo limitado y a
zonas concretas, y que no volvieran sin haber dado residencia de lo visitado
y ejecutado.
Problema más complejo y complicado era el de la visita de los obispos a
los doctrineros regulares. Felipe II se preocupó de ello especialmente. En diversas disposiciones recogidas en la Ley 28, lib. I, tit. XV, que engloba una
serie de órdenes emanadas en los años 1585, 1586 y 1587, se dice «que por
ahora queden las doctrinas y se continúen en los religiosos y que no se innove, y que el poner y remover religiosos se haga por nuestros virreyes...,
y disponiendo el Santo Concilio de Trento que los curas religiosos deben ser
visitados en todas sus cosas que son in officio officiando, deben proceder los
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La visita eclesiástica
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obispos en sus visitas castigando, reformando y removiendo lo que parece
justo, guardando el Santo Concilio Tridentino..., castigando severamente
a los que pusieren impedimentos..., es nuestra voluntad que los arzobispos
y obispos puedan visitar a los dichos doctrineros en lo tocante al ministerio
de curas y no en más . . . , y en lo tocante a los excesos personales de vida y
costumbres de los religiosos curas no han de quedar sujetos a los obispos y
arzobispos para que los castiguen, aunque sea a titulo de curas, sino que
teniendo noticias de ellos avisen secretamente a sus prelados regulares para
que lo remedien».
Es decir que, en este último caso que analizamos, se distingue clarísimamente la personalidad jurídica del doctrinero regular, en cuanto cura y en
cuanto religioso. En cuanto cura depende del obispo. En cuanto religioso
depende del superior de su Orden. Por ello, también se avisaba que el obispo
visitase sólo las iglesias de las doctrinas, pero no los conventos.
Sólo nos queda decir dos palabras sobre los visitadores de Ordenes Militares, cuando necesitasen viajar a Indias para conocer el estado de los comendadores y freiles. Unicamente se ordenaba que ninguna comisión de
visita se aceptase sin estar ante aprobada por el Consejo de Indias y tuviera
la licencia real pertinente.
Importancia de estas visitas para el historiador
De un tiempo a esta parte se ha ido valorando la institución de la visita
como elemento de primer orden en el aporte documental al estudio social,
económico y demográfico de la sociedad indiana. Ello por una razón muy
sencilla: el obispo o el visitador designado para practicar la visita estaba
obligado a enviar al Consejo «una relación distinta, clara y especial de los lugares y doctrinas de su diócesis, lo que proveyeron y remediaron» una vez
que la visita estuviera concluida, con objeto de informar a las autoridades
peninsulares. Es decir, era preceptivo enviar esta relación detallada del estado de la diócesis.
Desde luego, la riqueza informativa de tales relaciones dependía de la
meticulosidad del obispo o visitador, de su laboriosidad, detallismo, época
en que se realizó y región que fue visitada. Pues no es lo mismo una visita
realizada a fines del siglo XVI, elaborada por un obispo de la época, en regiones pobres muchas veces, despobladas y controladas eclesiásticamente en
la mayoría de los casos por religiosos, que una visita, por ejemplo de la segunda mitad del siglo XVIII, elaborada por un gran obispo ilustrado, en zonas ya de mayor densidad demográfica, y donde el obispo no sólo consignará el estado espiritual de sus feligreses sino también el material, y en un siglo
en el que las descripciones estadísticas se habían generalizado, hasta el
punto de invadir la documentación eclesiástica.
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A fin de adoptar un modelo documental del que podríamos denominar el
momento de plenitud, es decir en el siglo XVIII, exponemos el esquema que
ofrecen los autos de la visita de las diócesis americanas en los casos en que
éstas fueron realizadas detenidamente, ajustándose a lo dispuesto.
El plan teórico y general era el siguiente:
1°. De cada curato se debían consignar los siguientes puntos: itinerario,
distancias a la capital, o al curato immediato,o a la sede de la diócesis.
2°. Padrones del curato: almas bautizadas. Lista de los confirmados. Indices de la población total incluidos los niños. A veces se indican también el
número de familias y el de matrimonios, bautizos y entierros del año de la
visita. Como es natural, frecuentemente en estos casos se declaran el estado
de los libros de bautismo, errores en los sistemas de registro, descuidos de
los curas, otros datos de importancia, etc. Es decir, que este apartado nos
brinda multitud de referencias para el estudio demográfico de las regiones o
curatos descritos, bien ofreciendo los datos directamente, bien dándonos la
clave para interpretar los libros-registro, llegando a veces a tratar la más minúscula casuística con la que se puede enfrentar el investigador.
3 o . Estado material de curato, y por deducción final también de la diócesis. Se describen las iglesias, su fábrica, desperfectos, aspectos artísticos,
reparaciones, cuentas de la fábrica, ingresos por este concepto, estado de
miseria o prosperidad del curato, y por consiguiente de la diócesis, etc. Una
serie de datos que nos ayudan a conocer el aspecto externo que presentaban
las parroquias, el gusto estético de la región, preferencias de los feligreses,
etc.
4 o . Descripción de las instituciones eclesiásticas en cada curato o parroquia. Descripción que es importantísima para conocer la economía local de
las comunidades indias de cada curato y la situación de los españoles, pues
ofrecen datos sobre obras pías, cómo se hizo la fundación del curato, etc.
Mención especial merecen en este apartado las cofradías, con descripción, a
veces, de sus fondos, bienes raíces, capitales, sistemas de administración,
recaudación, el servicio de refugio que prestan cuando algunas comunidades
indias ven que las cajas de comunidad no cumplen sus objetivos porque las
fiscaliza en cierta forma el Estado, etc. Una institución, en suma, que sólo
se puede estudiar de forma sistemática a través de las relaciones de visita, ya
que nos permite compararlas entre sí.
Otro punto importante es el de las hermandades, tanto de indios como de
españoles, con sus fines píos, asistenciales, entierros, etc., que se parecen
tanto a las cofradías que fácilmente son confundidas con ellas.
Como podemos ver, con este tipo de documentación se logra tomarle el
pulso a la vida diocesana indiana, compleja vida pero humana. Es la historia
de todos los días, la más vulgar si se quiere, pero no por ello la menos importante sobre todo por lo que se refiere a los indios. Además, aparecen multiUnauthenticated
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La visita eclesiástica
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tud de datos sobre capellanías, con sus patrones y fundadores, bienes sobre
los que se imponen, donantes etc. Lo mismo digamos sobre las informaciones de rentas eclesiásticas, herencias, testamentos, su administración y uso.
Analizando despacio las relaciones de visitas eclesiásticas se puede recomponer el cuadro casi completo de las propiedades eclesiásticas, el sistema de
legados, donaciones, sistema de administración, el complicadísimo régimen
de hipotecas que tanto gravaba a las propiedades coloniales, etc. Y, a través
de todo ello, conocer el papel tan importante y transcendental que jugó la
Iglesia a nivel local y regional como institución económica y su influencia en
las pequeñas comunidades. No todo debe ser el estudio de las grandes propiedades de los obispados o de las Ordenes religiosas y el análisis de su estado. Esta pequeHa Iglesia, a través de su estudio, nos puede dar la pauta para
reconstruir la compleja malla de relaciones económicas con su medio circundante y la pequeña sociedad indiana.
Desde luego no es fácil el trabajo con este tipo de documentación, pues
exige una pausada elaboración y estudio, pero ofrece la ventaja de dar datos
generalmente homogéneos dentro de cada visita, porque se ajustan a un mismo patrón informativo, y es un campo de investigación que, infelizmente,
no ha sido muy utilizado hasta la fecha. Con los datos que ofrecen las visitas, complementados con los ofrecidos por la administración civil, tenemos
en nuestras manos los elementos para un análisis regional y comarcal que, en
muchos casos podrá llegar a ser exhaustivo, sin que olvidemos el fin primordial de las visitas que era captar en un momento dado el nivel y estado de la
Iglesia.
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