Fernández de Lizardi, José Joaquín

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Fernández de Lizardi, José Joaquín. El pensador mexicano. México, D. F.:
Universidad Nacional Autónoma de México, 1962. (39-44)
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F R A G M E N T O S D E L T E S T A M E N T O Y DESPEDIDA DEL PENSADOR
MEXICANO
Sentenciado a morir como todo hijo de su madre, se me ha llegado este temible plazo. Ya por la mala
configuración de mi pulmón y pecho, ya por lo mucho que he trabajado con la cabeza y con la pluma, por
todo, lo cierto es que me hallo atacado de una cruel enfermedad, que me maltrata mucho y pronto dará conmigo
en el sepulcro.
A consecuencia de mi terrible mal me he puesto demasiado flaco y descolorido, la máquina desfallecida vacila
sobre mis piernas débiles, y todo yo soy un tomo andando de la más completa osteología.
Esto, ya se ve, que es necesaria consecuencia de mi mal; pero ¿a qué atribuiremos el gusto que tienen algunos
fanáticos de verme en tal estado? No a otra cosa que a sus malos corazones y mucha ignorancia. ¡Insensatos!, ¿esto
es lo que os enseña vuestra santa religión? ¿Cuándo es lícito a un cristiano alegrarse del mal de su prójimo? Nunca.
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Pero vosotros diréis que no os alegráis de mi mal sino de que faltarán mis escritos que calificáis de heréticos,
impíos, etcétera. ¡Qué ignorantes! ¿No advertís que aunque yo muera, jamás faltarán escritores instruidos y
resueltos que continuarán combatiendo los abusos?
Mas en fin, vuestras befas no dejan de ponerme en cuidado, y la verdad, que a estas horas nada valen los
espíritus fuertes, los apetitos de reforma y la moderna filosofía. Ante la vista de la eternidad todo desmaya, y así es
necesario examinar mis impresos por si tuvieran algo que enmendar; pero esto será en el cuerpo de mi
testamento, que como es muy mío y no se versa sobre intereses, no necesito de escribano ni testigos
instrumentales. Comienza, pues, el testamento.
En el nombre de Dios omnipotente, autor y conservador de la naturaleza.
Digo yo, el capitán Joaquín Fernández de Lizardi, escritor constante y desgraciado, conocido por el Pensador
Mexicano, que hallándome gravemente enfermo de la enfermedad que estaba en el orden natural, me acometiera, pero
en mi entera juicio, para que la muerte no me coja desprevenido, he resuelto hacer mi testamento en la forma siguiente
Declaro ser cristiano católico, apostólico y romano, y como tal creo y confieso todo cuanto cree ( y confiesa
nuestra santa madre iglesia, en cuya fe ) creencia protesto que quiero vivir y morir; pero; esta protesta de fe se debe
entender acerca de lo; dogmas católicos de fe, que la iglesia nos manda creer con necesidad de medio; esto sí
creo y confieso de buena gana y jamás ni por palabra, no por escrito, he negado una tilde de ello.
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Mas acerca de aquellas cosas cuya creencia es piadosa o supersticiosa, no doy mi asenso ni en artículo mortis ... 1
Satisfecho en el testimonio de mi conciencia, declaro que cuanto he escrito contra los abusos introducidos a
pretexto de religión, está muy bien escrito: me ratifico en todo y sólo apetezco que algo se remedie.
Dejo mi espíritu en las manos de su Creador, satisfecho en que de tales manos no puede venirle ningún mal.
Dejo mi cuerpo a la tierra, mientras las mejores substancias se exhalan en gases y pasean por toda la naturaleza,
mezclándose con diferentes substancias, ya vegetales, ya animales, y haciendo a su vez parte de una fragante
rosa, o de la hoja de la hediondilla, parte de un filósofo o de una vieja regañona, etcétera.
Dejo a mi Patria independiente de España y de toda testa coronada, menos de Roma.
Dejo esta misma Patria libre de la dominación española; aunque no muy libre de muchas de sus leyes y de las
despóticas rutinas de su gobierno. Hoy que los mexicanos son ciudadanos, se les decretan sus memoriales con
la misma aspereza y arbitrariedad que cuando eran vasallos de España. No ha lugar. Estese a l o m a n d a d o. He aquí los
decretos de cajón que se suelen poner a las instancías más justas y bien probadas. ¿Qué no alcanzan
los gobernantes otras fórmulas menos odiosas y despóticas, o no tiene derecho el ciudadano para que el
magistrado le exponga los motivos porque no ha lugar su solicitud? ¿Todo ha de ser porque sic volo, sic jubeo,
así lo quiero, así lo mando?
1. Se han seleccionado las cláusulas del testamento que se refieren al carácter y condiciones de la vida mexicana.
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Item: dejo una república con su Artículo 3°, muchos canónigos y muchos frailes y sus corridas de toros en boga. 2
Item: dejo una multitud de iglesias, capillas, ermitas y conventos de religiosos de ambos sexos; pero muy poca
religión. Procesiones, repiques, cohetes, vítores, salvas y fiestas sobran; pero ¿el arreglo de las costumbres, la buena
educación, el buen ejemplo, el temor de Dios y la caridad evangélica, dónde se hallan? Que responda la experiencia.
Item: dejo muchos jueces y tribunales y mucha falta de arreglo en la administración de justicia, lo que es causa de
que unos jueces se exceden de sus atribuciones y otros no llegan a las que les tocan, y esto cede en perjuicio
de los pueblos.
Item: dejo una policía asombrosa. No se ven en las calles de la opulenta México sino enjambres de perros y
encuerados...
Item: dejo a los indios en el mismo estado de civilización, libertad y felicidad a que los redujo la
conquista, siendo lo más sensible la indiferencia con que los han visto los congresos, según se puede calcular por las
pocas y no muy interesantes sesiones en que se ha tratado sobre ellos desde el primer congreso.
Item: dejo una multitud de asesinos que rieguen de cadáveres las calles de México; pero también dejo muchos jueces
piadosos y escribanos benignos que les endulzarán sus causas, se echarán a dormir y compondrán, sí, compondrán,
como componen tantos. De treinta o cuarenta asesinos que encausan, apenas uno o dos se ven ahorcar, y para
eso ¿qué circunstancias se necesitan? O bien un tercero
2. El Pensador era enemigo acérrimo de las corridas de toros; muchos de sus folletos más importantes fueron dedicados al ataque de esta
fiesta.
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que pida, o un juez muy íntegro y un escribano muy honrado. Ello es que vemos asesinatos a pares .. .
Item: dejo al padre Arenas en quieta y tranquila posesión de su vida, en la que Dios lo conserve muchos años
para ejemplo de criminales con fortuna.
Item: dejo al señor Presidente de la República el saludable consejo de que no se sacramente en las recámaras
de Palacio; que se familiarice con el pueblo, que salga a los paseos públicamente, que asista al teatro de cuando en
cuando, y sobre todo, que se dé a conocer y tratar con la tropa, ya visitando los cuarteles, o ya mandando dirigir
o dirigiendo en persona algunas evoluciones militares, haciendo alguna vez dar a la tropa, después de la fatiga, un
refresco. Es increíble cuánto vale en un jefe, por supremo que sea, un genio dulce, popular y tratable. Los
mexicanos se acuerdan bien del virrey don Bernardo de Gálvez, cuya popularidad lo hizo tan amable, que cada
vez que se presentaba al público, era una jura de vivas y aplausos. Si hubiera tenido más valor, pudo haber anticipado la independencia. Qué sé yo cuáles eran sus pensamientos acerca de esto; pero ese Castillo de
Chapultepec, obra suya, algo indica.
El proloquío dice, que santo que no es visto no es adorado; y en efecto, es difícil amar de veras lo que no se conoce. Las
leyes españolas mandaban1 que los virreyes aliesen públicamente por las tardes al paseo.
Pero donde se echa de ver más lo que vale la popularidad, es entre la tropa; cuando ve a sus jefes con cierta
respetuosa confianza, puede decirse que se ha abandonado mucho para la victoria. Napoleón sabía bien este arte, que
no ignoró nuestro Iturbide. Quizá en esta confianza acabamos de
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ver que el Presidente de la República de Guatemala dejó el Ejecutivo en manos del Vicepresidente, tomó el del
ejército y venció a los revoltosos d San Salvador. Quién sabe si pudiera nuestro Presidente hacer otro tanto
con igual fortuna.
Es menester, además, que S. E. el señor Victoria frecuente los ministerios, que se imponga por mismo de los
negocios y del estado actual de 1 República, pues de otro modo se habla mucho mal de S. E.: se dice que
es misántropo, apático inepto; que es un firmón de sus ministros y por eso éstos hacen lo que quieran y
anda todo como anda, etcétera.
Así se habla y quizá peor se escribe, y S. F nada sabe por la estrecha reclusión en que se 1: puesto. Es
verdad que la persona de S. E. es ir violable; pero su conducta está sujeta a la opinión y ésta no está sujeta
a las leyes. Cuando cese s gobierno, desaparecerá la nube de aduladores que lo rodea y entonces oirá y leerá
las execraciones del pueblo, que no pueden por hoy lastimar si orejas. ¡Desdichados de los pueblos cuyos
reyes presidentes se dejan gobernar de sus ministro como los niños de sus ayos!
E
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