Un Plan B Para Estrechar Relaciones Económicas en Las Américas Por Marcela Sanchez Especial por washingtonpost.com Friday, June 27, 2008; 12:00 PM Ha sido un comienzo de siglo particularmente decepcionante para aquellos que promueven la integración económica de las Américas. El hemisferio parece hoy más dividido ideológicamente que en cualquier otro momento desde la Guerra Fría, lo que ha disipado cualquier esperanza de revivir la idea de un Área de Libre Comercio de las Américas, extinguida hace dos años y medio en Argentina cuando líderes regionales pasaron más tiempo enfatizando sus diferencias que cualquier cosa que pudieran tener en común. Aquellos que ven el libre comercio como una forma de promover crecimiento, reducir inequidad y aumentar competitividad, se preguntan qué hacer ahora. Específicamente cuestionan qué podrá lograrse en la próxima Cumbre de las Américas a realizarse a comienzos de 2009, cuando se espera que el nuevo presidente estadounidense asista. Tal vez sea el momento del Plan B. Nancy Lee, ex subsecretaria asistente del Departamento del Tesoro para el Hemisferio Occidental , propone que en vez de un ambicioso acuerdo comercial, la región debiera poner más orden en sus fundamentos económicos y perseguir una meta más modesta. En un capítulo del próximo libro publicado por el Center for Global Development de Washington que presentará al próximo presidente de Estados Unidos una guía para el desarrollo global, Lee propone un acuerdo regional para mejorar el clima de inversión del hemisferio. Dicho acuerdo establecería normas para facilitar negocios en las Américas, una región donde muchos países están muy por debajo de las normas mundiales promedio. Buscaría, por ejemplo, reducir barreras a los empresarios simplificando los procesos para abrir un negocio, pagar impuestos, pasar por aduanas y acceder a crédito, entre otras. Un acuerdo hemisférico, asegura Lee, aumentaría la inversión y estimularía el crecimiento. Repartiría beneficios económicos a regiones y poblaciones marginadas especialmente al permitir a "pequeñas empresas atrapadas en el sector informal, pasar al más productivo sector formal". Para lograr un crecimiento alto y sostenido el Banco Mundial estima que la inversión total debe representar un 25 por ciento o más del producto interno bruto. En China, por ejemplo, el nivel de inversión externa es esencialmente el mismo que el de América Latina, un promedio de 3.2 por ciento del PIB desde 2000 comparado con un 3.1 por ciento en América Latina -- pero China deja regada a América Latina en su inversión total con un 39.5 por ciento del PIB en vez del 19 por ciento de América Latina. Parte del problema de América Latina, dijo el profesor de la Universidad de Boston Kevin Gallagher en una entrevista, es que a diferencia de China, los inversionistas extranjeros han eliminado inversionistas nacionales y en consecuencia reducido el total de inversión. Afirma que la inversión extranjera directa debe ser acomodada y complementada por una inversión pública significativa. (El Banco Mundial sugiere que cerca de una tercera parte del total de inversión en un país debiera ser inversión pública en infraestructura, educación y adiestramiento). Gallagher afirma que además de la inversión a largo plazo en capital humano, la industria nacional necesita, a corto plazo, acceso a crédito y tecnología que le ayude, por ejemplo, a convertirse en proveedora confiable para las firmas extranjeras. Gallagher, que codirigió un estudio sobre inversión y desarrollo sostenible en las Américas, advierte que la inversión extranjera directa "no es un fin sino un medio para el desarrollo sostenible" y por lo mismo debe estar al servicio de una estrategia integral de desarrollo. En Asia los gobiernos continúan preseleccionando inversionistas extranjeros según sus metas de desarrollo y requiriendo asociaciones con las empresas para asegurar que utilicen proveedores locales. La mayoría de países latinoamericanos empezaron a eliminar prácticas similares en los 90, anota el informe de Gallagher, como parte de las reformas de apertura económica. Ya sea unilateralmente o por medio de tratados regionales o bilaterales de comercio o inversión, reformas más recientes han permitido incluso que los inversionistas demanden a los estados directamente en casos de disputas de inversión, sin la supervisión del gobierno anfitrión. Este tipo de liberalización de la inversión, combinado con la falta de una estrategia integral de desarrollo, ha llevado a serias consecuencias en la región. Venezuela, Bolivia y Ecuador han incumplido tratados bilaterales de inversión y renegociado contratos con empresas extranjeras, particularmente en el sector energético, tras descubrir que el boom en los precios de combustibles, dejaba pocos o casi ningunos beneficios para el país anfitrión. Ante el actual ambiente político, la propuesta de Lee tiene al menos un punto a su favor ¿ al darle a Estados Unidos un papel secundario y pedirle a los principales reformadores en inversión de la región ¿ México, Perú o Colombia -- que tomen el liderazgo. Más aún, promover la inversión a través de fundamentos económicos mejorados y uniformes podría definir un camino a seguir más realista y menos susceptible a caprichos ideológicos que al ahora contencioso tema del libre comercio.