el camino español

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“EL CAMINO ESPAÑOL”
Los Países Bajos o Flandes, comprendían en el siglo XVI los actuales
Estados de Bélgica, Holanda, Luxemburgo y algunos de los departamentos franceses
del Noroeste. Por su riqueza y situación, eran una de las bases de la potencia
europea de los Austrias españoles. En la década de 1560 y en nombre de Felipe
II, gobernaba allí Margarita de Parma (hija natural de Carlos I) asesorada por el
ministro español Cardenal Granvela. En el año 1566 se informó a Felipe II que la
situación en los Países Bajos era tan grave que sólo admitía dos actitudes políticas:
concesión o represión. Habiendo fracasado abiertamente la primera, parecía muy
clara la segunda alternativa. En el curso de los meses de octubre y noviembre del
mismo año, largas deliberaciones entre el Rey y su consejo español desembocaron
en la decisión de enviar a Flandes tropas españolas al mando del Duque de Alba.
El dilema que
se le presentaba al
Rey era la elección
de itinerarios seguros
para el envío de
tropas. Durante la
década de 1540 y
siguientes, España
había
mandado
hombres y dinero
desde las costas
cantábricas a los
Países
Bajos.
Mientras estuvo en
guerra con Francia,
España
dominaba
el océano y gozaba
de la hospitalidad
de
los
puertos
ingleses,
incluido
el profundo puerto
de Calais, donde
podían refugiarse o
desembarcar. A partir de 1558 se perdieron todas estas importantísimas ventajas,
debido a varias causas, entre ellas la toma por Francia a los ingleses del puerto de
Calais, la amenaza de los hugonotes franceses que colaboraron en la causa de los
protestantes franceses mediante la piratería, y la acción de los llamados “mendigos
del mar”, que organizaron una flota regular al servicio del Príncipe de Orange.
El envío de tropas o dinero desde España
a los Países Bajos por mar, se convirtió de
este modo después de 1568, en un asunto
extremadamente arriesgado. Unido ésto a
que la mayor parte del ejército se encontraba
de guarnición en Italia, motivó que se
tomaran en cuenta las rutas terrestres. El
grueso de las tropas que llegó al ejército
de Flandes, lo hizo por este medio,
viajando principalmente por la famosa
ruta conocida entonces, y aún en nuestros
días, como «EL CAMINO ESPAÑOL".
El Camino Español lo ideó por
primera vez en 1563 el Cardenal Granvela.
Cuando Felipe II pensaba visitar los
Países Bajos, el cardenal apuntó como
más cómoda y segura la ruta que,
partiendo de España vía Génova, les
llevaría a Lombardía. Desde ese punto la
ruta pasaría por Saboya, Franco Condado
y Lorena; tal itinerario poseía una visible
ventaja: se extendía casi enteramente
por territorios propios. En efecto:
-
El Rey de España era a su vez
Duque de Milán y gobernaba en el Franco
Condado como Príncipe Soberano
durante el período de los Habsburgo.
- Para el resto de los territorios,
España concertó pacientemente estrechas
alianzas con sus gobernantes: Desde
1528 España había sido el principal apoyo
del patriciado que gobernaba en Génova.
El Duque de Saboya era viejo aliado, se
suscribió con él el Tratado de Groenendal
en 1559, con lo que se consiguió el
corredor entre Milán y el Franco Condado.
El paso por el Ducado de Lorena se
acordó por la neutralidad entre España
y Francia con tal de que las tropas de
todas las potencias no permanecieran
en el mismo lugar más de dos noches.
- Después de atravesar Lorena,
tropas
penetraban
en
los
las
mismos por el Luxemburgo español.
-
Si bien España gozaba así de una firme amistad con todos los Estados que
constituían los jalones de su camino hacia los Países Bajos, los Estados eran
independientes bajo todos los aspectos y cada vez que las tropas habían de pasar
por ellos, debían ser precedidos de respetuosas proposiciones diplomáticas.
La primera expedición realizada por el Duque de Alba en 1567 pasaba
por Alessandria, Asti, Turín, valle de Aosta, Susa, Chambèry, el FrancoCondado, los montes de Jura, Nancy, Thionville, Luxemburgo y Bruselas.
El tronco más occidental de este haz de rutas que señalan el Camino Español
se iniciaba en Barcelona,
Valencia o Cartagena, donde
embarcaban las levas de
España, o en Palermo, Mesina y
Nápoles, desde donde partían los
Tercios de Italia. El desembarco
se hacía en Génova, Baya,
Savona, Finale, Livorno y otros
puertos cercanos de Liguria.
Las tropas para enviar a Flandes desde España por el Camino Español, reclutadas
mayormente en Aragón, Cataluña, Castilla, el reino de Valencia y Murcia, eran
embarcadas en los puertos del litoral levantino, desde el cabo de Gata al de Creus. En
muchos casos podían ser puertos muy pequeños, ya que la tropa embarcaba en galeras,
que eran barcos de poco calado, que podían aproximarse mucho a la costa y permitían
muchas veces el embarque a pie, llevando los soldados las armas y los hatillos con las
pertenencias en alto, y utilizando embarcaciones de transbordo solo para los bagajes.
El uso de este corredor
por el ejército de Flandes estuvo
vigente hasta el año 1622 cuando
el Duque de Saboya firmó un
tratado anti-español con Francia,
en el cual se prohibía el tránsito de
nuestras tropas por su territorio.
España tuvo entonces que buscar otro corredor militar desde Milán, y lo encontró
a través de los valles de la Engadina y la Valtelina, desde los que se accedía por los
Alpes Dolomitas y el paso de Stelvio al Tirol austriaco, y ya desde ahí, cruzando el
Rin por el puente de Breisach, en Alsacia, se alcanzaba Lorena y luego Flandes.
También existió otra ruta del Camino Español mucho menos recorrida
que las dos anteriores, que atravesando los cantones católicos de Suiza, unía
Milán con el sur de Baviera y continuaba luego por los pasos del Simplón y San
Gotardo en los Alpes, y por Schwytz y Zug hasta el citado puente de Breisach.
La ruta de los Dolomitas también quedó cortada cuando los franceses invadieron
la Valtelina y Alsacia, aunque el golpe definitivo fue la ocupación de Lorena por Luis
XIII en 1633. Lorena era la encrucijada donde convergían todas las rutas del Camino
Español antes de pisar Flandes. Cuando se perdió, se hizo imposible el traslado
de tropas desde el norte de Italia, y
el Camino Español dejó de existir.
A la desesperada, España
volvió a intentar seguir llevando sus
picas a Flandes por mar desde los
puertos de Galicia y el Cantábrico,
pero la derrota en 1639 de la flota del
almirante Oquendo en la batalla de las
Dunas ( de mucha más importancia
estratégica que la de Rocroi),
acabó también con esa última baza.
Para el apoyo logístico a
las tropas en su recorrido se utilizaron diferentes procedimientos; entre ellos,
el sistema de “étapes” era sencillo y razonable. Se establecía como centro la
staple o pueblo, al que se llevaban y desde el que se distribuían las provisiones
a las tropas. Si había que darles cama, se recurría a las casas de la étape y
de los pueblos circundantes. Los encargados de la étape emitían unos vales
especiales llamados “billets de logement”, que determinaban el número de
personas y caballos que habían de acomodarse en cada casa. Después de partir
las tropas, los dueños de éstas podían presentar los billets al recaudador local de
contribuciones, y exigir su pago contra obligaciones por impuestos, pasados o futuros.
Cada expedición que utilizaba el “Camino
Español”, era precedida de un comisario
especial enviado desde Bruselas o Milán para
determinar, con los gobiernos de Luxemburgo,
Lorena, Franco Condado y Saboya, el itinerario
de las tropas, los lugares en que habían de
detenerse, la cantidad de víveres que había de
proporcionárseles y su precio. Normalmente
cada gobierno provincial solicitaba ofertas de
aprovisionamiento para una o más étapes (las
ofertas las hacía muy frecuentemente un robin
-letrado- de uno de los tribunales provinciales
de justicia, o un oficial del gobierno local).
Los asentistas o proveedores locales cuya oferta era aceptada, debían firmar
una "capitulación", que fijaba la cantidad de alimentos que habían de proporcionar y
los precios que podían exigir por ellos, así como el modo de pago. Además de víveres,
era frecuente que las étapes tuvieran que proporcionar a las tropas medios para
transportar la impedimenta. En los valles alpinos el transporte se hacía con acémilas;
las mulas pequeñas llevaban entre
200 y 250 libras, y entre 300 y 400
las grandes. A cada compañía le eran
necesarias, para su traslado, entre
20 y 40 mulas en los pasos alpinos,
o bien de 2 a 4 carretas en terreno
llano, según la cantidad de equipaje.
La
preparación
anticipada
de
caminos,
provisiones
y
transporte, aumentaba lógicamente
la rapidez en el traslado de las
tropas al frente. Ésto requería el
envío anticipado de ingenieros
militares, que prepararan el terreno en los puntos de paso difíciles. Además,
el uso de cartografía era muy necesario, suplementada con guías locales.
Si todo estaba en orden, un contingente podía hacer el viaje desde
Milán a Namur (unas 700 millas) en seis semanas aproximadamente. En
febrero de 1578 una expedición tardó solamente 32 días. En 1582 otra
empleó 34. La duración por término medio de las marchas era de 48 días.
Juan Vicente Elices Mateos
LA VESTIMENTA EN LOS
TERCIOS
Durante el Reinado de la Casa deAustria no se puede decir que existiese una uniformidad
reglamentada, excepto en las Guardias Reales. Así todos los autores coinciden en que
hasta finales del siglo XVII no hubo uniformidad tal y como la concebimos hoy en día.
La vestimenta de los Tercios no sólo dependía de
la moda. A veces, cuando acababan de llegar los
sueldos o cuando se cobraba un botín, soldados
y oficiales gustaban de lucir prendas vistosas y de
ricas telas, adornando sus sombreros con plumas.
Se estimaba que el soldado debía distinguirse
por su atuendo de los demás y cuanto más
brillante fuera, mejor ya que tenían una excelente
opinión de sí mismos y de su superioridad.
Solamente en los últimos años del siglo
XVII, algunos Tercios vieron reglamentada su
vestimenta en lo que se refiere al color de sus
casacas y divisas, aunque siguió habiendo
diferencias en las demás prendas de su vestuario.
Así se nombró a los cinco Tercios Provinciales
Españoles atendiendo al color de sus casacas:
Morados, Verdes, Amarillos, Azules y Encarnados.
Sin embargo, es cierto que desde el principio
de su formación los soldados de los Tercios se
distinguían en el campo de batalla por el empleo
de distintivos o bandas rojas, color que también
utilizaban para forrar las astas de sus picas.
Las compañías de los Tercios estaban formadas básicamente, por piqueros y
arcabuceros o mosqueteros. Los piqueros prescindían de la casaca en el campo de
batalla y defendían sus cuerpos con coseletes formados por el peto y el espaldar y
escarcelas que protegían la parte superior de las piernas. Cubrían su cabeza con
cascos que, a lo largo de dos siglos, sufrieron muchas transformaciones, siendo los
más utilizados en el siglo XVI los morriones y capacetes cuyas formas se fueron
complicando hasta llegar a los conocidos como “langosteras” en el siglo XVII.
Los mosqueteros y arcabuceros llevaban
sobre la casaca una serie de pertrechos con todo
lo necesario para cargar sus armas, conocidos
como “recado”. Consistía en una banda de
cuero de la que pendían unos frascos de madera,
generalmente doce, conocidos como los doce
apóstoles, conteniendo cada uno de ellos la
pólvora necesaria para efectuar un disparo.
Completaba este “recado” una bolsa para las
balas y dos recipientes para las dos clases de
pólvora que se utilizaba: la fina para iniciar el
disparo y la gruesa para cargar el cañón del arma.
LA ENCAMISADA
El término Encamisada está definido en el Diccionario de la Real Academia
de la Lengua como: “En la milicia antigua, acción por sorpresa que se ejecutaba de
noche, cubriéndose los soldados con una camisa blanca para no confundirse con los
enemigos”. Su origen está en las acciones realizadas por el marqués de Pescara y el
marqués del Vasto, para conquistar la fortaleza de Melzo en 1524 al frente de 2.000
soldados. Con una camisa blanca encima de las armaduras y equipo, atravesaron
de noche una zona nevada, cruzaron un rio y accedieron por sorpresa a la fortaleza.
Esta forma peculiar de lucha fue luego
profusamente empleada durante las guerras de
Flandes, y estuvieron presentes en casi todos los
sitios y combates con una cierta estabilidad de
las fuerzas. Se pretendía, por lo general, causar
el mayor número de bajas al enemigo mientras
dormían, inutilizar el armamento, y al retirarse,
incendiar tiendas y edificios. Como equipo, se
intentaba llevar el armamento más ligero. Con estas
acciones, se conseguía que el enemigo estuviera
siempre en continua alerta, su moral se deterioraba
al sentirse vulnerables en sus campamentos.
Un ejemplo de Encamisada lo encontramos
en el Sitio de Mons en 1572. En la noche del 11
al 12 de septiembre el Maestre de Campo Julián
Romero penetró al mando de 600 arcabuceros
en el campamento de Guillermo de Orange,
que había acudido a auxiliar a los sitiados. En
este ataque murieron 600 rebeldes por sólo
60 españoles, fueron heridos de gravedad
cientos de caballos, e incendiada y destruida
gran cantidad de la impedimenta enemiga.
En una visión moderna, esas acciones
se denominan en general golpes de mano,
y existen unidades de operaciones especiales entrenadas en ese tipo de
combate. Cierto es que la técnica actual se basa más en el enmascaramiento,
uso de tecnología de visión nocturna, e información detallada del objetivo.
El color blanco, al contrario que entonces, está desechado por indiscreto.
Juan Vicente Elices Mateos
EL ARMAMENTO
El éxito de los Tercios en los campos de batalla se basó en la combinación
de dos tipos de armas: enastadas y de fuego. Arcabuces y mosquetes herían
a distancia, pero no servían en el cuerpo a cuerpo ya que mientras cargaban,
tanto los arcabuceros como los mosqueteros, eran muy vulnerables, por lo que
la acción de las picas era imprescindible para mantener alejado al enemigo.
PICAS
Los piqueros estaban equipados con peto y
espaldar y armados con la pica, larga lanza de
unos 5 metros de longitud. Era el arma enastada
por excelencia empleada por los Tercios y uno
de sus elementos distintivos y constituían el
centro de la formación en los campos de batalla.
Colocadas en posición inclinada, clavadas en
el suelo y sujetas con el pie, derribaban a la
caballería y cargadas al hombro en posición
horizontal permitían vencer a la infantería
antes de llegar a la lucha cuerpo a cuerpo.
MOSQUETES Y ARCABUCES
Las armas de fuego portátiles utilizadas por los tercios fueron los arcabuces y los
mosquetes. De estructura semejante, su diferencia radicaba en el peso, siendo mayor en
los mosquetes que precisaban de la sujeción de una horquilla en las maniobras del disparo.
Ambos consistían en un tubo de hierro fijado a una pieza de madera. En la parte derecha
de esta pieza se ensamblaba el mecanismo de encendido conocido como llave de mecha.
La parte exterior de la llave tenía una barra de
hierro en forma de “S” en la que se fijaba una
mecha de cáñamo o de algodón para dar fuego al
arma. También era visible al exterior un recipiente
llamado cazoleta que comunicaba con el interior
del tubo a través de un orificio llamado oído.
La cureña, esto es la pieza de madera en la que
se ensamblaba el cañón, adoptó diversas formas
dependiendo del lugar del cuerpo en el que se apoyase
en el momento del disparo. La forma curva era la elegida para apoyar el arma en el pecho,
si se optaba por apoyar en la mejilla se elegía una pieza recta con un saliente en el lado
izquierdo. Pero la forma más empleada, que es la que se sigue utilizando hoy en día fue la
triangular que permite apoyar en el hombro el arma absorbiendo el impacto del retroceso.
Hacía finales del siglo XVI se generalizó el empleo de las llaves de pedernal o silex
DAGAS Y ESPADAS
En cuanto a las armas blancas, espadas de lazo, fuertes montantes,
pequeñas dagas y hachas de armas, constituyeron valiosos elementos
auxiliares para la defensa cuerpo a cuerpo de piqueros y arcabuceros
La defensa personal del soldado se completaba con la espada, con
empuñadura en forma de lazo, de concha o de taza, según la época, y la daga
de mano izquierda. Ambas resultaban más efectivas en las persecuciones
y escaramuzas en las que era inevitable la lucha cuerpo a cuerpo.
La forma de la hoja de la espada dependía de su uso. Las espadas militares
tenían hojas anchas con filo para asestar cortes durante el combate, sin
embargo las espadas de esgrima tenían hojas estrechas y puntas muy afiladas.
La guarnición era la parte de la espada
que permitía sujetarla y a la vez protegía
la mano de su dueño. Solía tener diversas
formas que evolucionaron a lo largo de
los siglos. La de lazo o de ramas, es
característica del siglo XVI y primeras
décadas del XVII, está formada por una
serie de nervios de acero que se entrelazan
y que fueron aumentando en número a lo
largo de los años con el fin de proteger
la mano contra los golpes del adversario.
En la segunda mitad del siglo
XVII,
el
entramado
de
nervios
se
sustituye
por
una
pieza
compacta en forma de taza con un reborde vuelto para enganchar y romper
la punta de la espada del contrario. La taza solía estar calada con motivos
geométricos o vegetales, o cincelada con motivos heráldicos o mitológicos.
A partir de principios del siglo XVI se generalizó la esgrima a dos manos acompañando
a la espada con una daga, destinada, en un principio, a parar los golpes de la
espada del adversario, aunque más adelante también se usó como arma de ataque.
La más popular fue la daga de vela, que recibía su
nombre de la forma triangular del guardamanos.
La hoja era fuerte y rígida pues estaba forjada para
parar los golpes del contrario y herir en distancias muy
cortas. Solía presentar unos pronunciados salientes y
entrantes que servían para partir la hoja del contrario.
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