LA COMISARÍA

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LA COMISARÍA
Escrito por Administrator
Sábado 27 de Octubre de 2012 01:08
CUENTO DE FRANCISCO ELOY BUSTAMANTE
Florencio y Frank son dos chicos entre 13 y 14 años que aunque estudian en diferentes
escuelas, se ven por las tardes para hacer sus travesuras en las prolongadas vagancias por
todos los rumbos de la Cananea Vieja, que no tiene mucho que mostrar por esa época de inicio
del pasado siglo.
Es mediados de 1906, y se ciernen alarmantes presagios pues la paz en el pueblo amenaza
con romperse dado a que los minero se muestran ya cansados del estado de cosas
prevalencientes; ven que William Cornell Greene no da su brazo a torcer y antes que
escucharlos y bajarle un par de decibeles a su obstinación de cacique a ultranza, protegido a
todas luces por la autoridades porfirianas, aun más se hace el indiferente con el obrerismo al
que trata con el látigo de la desconsideración y poco respeto a la integridad de sus vidas.
Es despiadado norteamericano tiene a la población dividida en dos o tres castas, los
anglo americanos y europeos arriba en la Mesa Oriental, los obreros mexicanos entre la
Cananea Vieja faldas del poblado, y a los chinos que son los más mal tratados, a los que hace
trabajar por partida doble y con el mismo sueldo, viviendo hacinados en sótanos.
Frank
es hijo de don Casimiro Nerak, francés de origen, que gusta engordar gatos para su personal
alimento, costumbre de su tierra, por lo que le dicen “el come gatos”.
Florencio López en cambio asiste a la primera escuela establecida en el mineral, la
Ignacio Hernández que funciona en un edificio llamado los Tres Pisos en la comisaría El
Ronquillo. (El 13 de Noviembre de 1850 don Rafael Ronquillo, minero y soldado de Ignacio
Pesqueira, descubre una rica mina que le dio su nombre, abarcando hasta cerca de la
Cananea Vieja).
Los adolescentes trabajaban aunque a horas sueltas en el mercado El Ronquillo. Sus
padres saben que algo delicado se fragua, es un secreto a voces la irrupción de fuerzas
americanas en el pueblo que vienen a controlar a los locales en su agitación cada día más
incontenible.
–No te vayas para el lado de la mina, no te acerques a la Comisaría –es el
encargo de sus padres. Pero lo chicos alegan en sus favor que solo ocupan su tiempo en trabajan en el mercado,
aunque la verdad es otra, luego de emplearse un día o dos a la semana, se van a reconocer
los barrios y faldas obsesionados en cazar pájaros o de plano buscar amigos para jugar un
poco al béisbol, deporte tan en boga.
El primero de junio, Frank y Florencio vieron como algunos adultos caminan presurosos a
la Comisaría, así que se van corriendo para allá, es poco después de las una de la tarde y las
carretas y algunos jinetes parecen volar hacia ese rumbo. Se ha corrido la voz de que William
Cornell Greene quiere parar de inmediato la huelga estallada contra su empresa, y cita a las
autoridades municipales en este punto para que calme a los obreros y aprehenda a los líderes.
Los dos amigos se van metiendo a empujones entre aquella aglomeración que por cientos
llena el baldío frente al edificio de madera donde el presidente Larrañaga y el comisarioJuan
Pérez acompañan al coronel Greene quien desaforado lanzando amenazas y anatemas contra
los huelguistas.
–«Les va a ir muy mal a esos revoltosos, no los sigan, mejor quédense tranquilos a que
todo pase y así puedan volver a sus trabajos sin ser sancionados o sufrir represalias por parte
de las autoridades, porque se está violentando la ley y ustedes no son gente que viole la ley
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mexicana».
Así a grito pelado les reconviene el Coronel Greene tratando de que los ánimos tan
caldeados se calmen y no pase a mayores. Pero esto es inevitable, la huelga ya estaba
declarada y no hay marcha atrás, lo que viniera será resistido por el Comité de Huelga, sin
imaginar que la sangre habría de llegar al río pues varios compañeros de labores perecerían en
manos de autoridades y guardias blancas del dueño de las minas que están a su favor con un
buen contingente de Rangers autorizados a cruzar la línea para reguardar los intereses de
William Cornell Greene.
Por horas los padres de Frank y Florencio no supieron de ellos, los buscan por separado
en el mercado, se meten por entre los callejones prenguntándo a la gente, y nadie sabe nada.
Alguien les dice que los vio entre los huelguistas, pero no es así, están entre los mineros y sus
familias en La Comisaría que no hallan si sumarse al paro de labores y de plano quedarse
estáticos ante las amenazas de William Cornell Greene que afuera de la Comisaría del
Ronquillo dura más de dos horas arengando a los cientos de obreros y a su familias que se
acercan para estar enterados.
Florencio fue capturado por un policía que los traslada a la cárcel de Cananea, pero al
pasar por el mercado es interceptado por su padre quien al no poder convencer al oficial de
que sólo es un niño y para nada le haría bien entrar a una celda a tan temprana edad, saca un
Peso Oro Nacional convenciendo al empistolado de que son chiquilladas y que nada malo
estaba haciendo su hijo, solo husmeaba como cualquiera de su edad.
El policía se baja del caballo y desata a Lencho de ambas manos al cual jalaba como si
fuera una bestia.
Don Ruperto le pregunta a su hijo sobre el paradero del otro muchacho,
pero éste dice no saber nada, sólo a él lo han detenido por ser mexicano y como Frank es
güero, allá se quedó.
Aquel movimiento de personas en su mayoría obreros, no escuchan más a William Cornell
Greene y se suman a la gran marcha de huelguuistas, a la cual pretenden disolver los
empleados de la Maderería que la resguardan.
Los gringos Melfcaf profieren insultos y maguerazos, y luego vienen las pedradas, palos y
balazos quedando en el suelo varios muertos, entre ellos un niño. Desgracidamente es
Frank que se había sumado a aquel contingente de mineros enardecidos contra la empresa. La
Maderería arde hasta quedar en cenizas.
Una vez apaciguados los ánimos empiezan a levantar los cadáveres y, entre ellos, el pequeño
Frank quien por su inclinación a la vagancia no se percató de que este tumulto de gente está
decidida a todo, incluso a enfentar las balas y si es preciso a ofrendar la vida.
–¿Por qué no cuidaste de tu amigo? le reconviene don Ruperto –; si siempre andan juntos
¿por qué no te escapaste del policía y juntos huyeron de la Comisaría para no ser
aprehendidos?
–Porque no medio chanza apá, estabamos mirando a Mr. Grenne muy colorado y enojado
gritando muy fuerte, cuando de repente me agarró el policía del brazo y me jaló fuera de la
bola: –¿Y nadie trató de impedirle? –No nadie, porque vieron que llevaba la pistola
desenfundada.
–Pues menos mal, poque de
haberlo agredido para separarte de él, seguramente se hubiera armando la gresca y a la mejor
hasta al propio Mr. Greene quién sabe como le hubiera ido –refunfuñó don Ruperto.
Don Casimiro Nerak depositó los restos de su hijo en el panteón. Se pregunta por qué no está
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en una loma como en Francia su patria, pero se conforma con ver la cruz sobre la tumba en
aquella ladera verde porque las lluvais hicieron germinar todo tipo de zacates. El pequeño Florencio no le dice nada a su papá, quiere ir solo a ver la tumba de su amigo;
aunque está bajo castigo, se escapa y toma por rumbo del arroyo de la Monarca para llegar al
camposanto. Hubiese sido todavía mucho privilegio seguir deambulando por el pueblo,
pero ve ahora parado ante aquél montículo con una pequeña cruz de madera en que se lee
lacónicamente el nombre Frank Nerak, y piensa que eso de la vagancia con su amigo ya no va
a ser posible. El periódico local The Cananea Herlad que cuida la buena imagen de la empresa, en la
parte baja de la primera plana publica un obituario donde a grandes rasgos da a saber que el
niño Frank Nerak es hijo de Casimiro Nerak “el come gatos” y que el pequeño de 14 años de
edad, murió por imprudente contigencia en los disturbios de los revelotosos contra la empresa
CCCC de Mr. William C. Greene, el 1 de junio de 1906.
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