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HOMBRES POR LA IGUALDAD
EXCMO. AYUNTAMIENTO DE JEREZ DELEGACION DE SALUD Y
GENERO
ARMAND DE FLUVIA I ESCORSA (Barcelona 1931)
•
Licenciado en Derecho.
•
En 1970 inició el Movimiento Gai en el Estado español.
•
El 1974, en el I International Gay Rights Congress de Edimburgo, leyó
un informe sobre la situación política y legal de los gayos en el Estado
español.
•
Fundador y primer Secretario General (1975) del Front d'Alliberament
Gai de Catalunya.
•
Fundador el 1976 y primer presidente del Institut Lambda. (luego
Casal Lambda).
•
Miembro de la Societat Catalana de Sexologia (1965-1980).
•
El 1977 dió el nombre a la Coordinadora de Frentes de Liberación
Homosexual del Estado Español (COFLHEE).
•
El 1976 impulsó la fundación del Front d'Alliberament Gai de les Illes
(FAGI) y del Front d'Alliberament Homosexual del País Valencià
(FAHPV).
•
El 1980, presidió la asamblea anual de la Asociación Gaya
Internacional (AGI).
•
Presidente (1995-97) de la Federación Estatal de Gais y Lesbianas.
•
Presidente de honor del Casal Lambda desde 1995.
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LOS HOMBRES ANTE LA IGUALDAD DE GENERO
Creo que la mía será una visión peculiar del tema de estas jornadas por el
hecho de ser un gayo asumido, aceptado y fuera del armario; por ello, la
percepción de mi condición masculina (la que percibo yo y la que perciben los
otros) creo que tiene unas características algo distintas de las del resto de mis
congéneres heterosexuales. Con eso no quiero soslayar que también entre los
homosexuales hay machistas y misóginos, e incluso homófobos. Desde mi
perspectiva, el tema “Hombres por la igualdad” lo encuentro muy bien pero,
como parece lógico, yo me referiré acentuadamente a la, hasta el momento,
utópica igualdad entre hombres héteros y hombres homosexuales, porqué es
evidente que los segundos sufrimos en nuestras carnes desigualdad, opresión
y represión procedente de los primeros. Y esta represión/opresión se
fundamente principalmente en el hecho de ser vistos como hombres que han
abdicado de su prepotente condición de machos y, consecuentemente,
considerados como mujeres o afeminados o mediohombres. Todo eso es
consecuencia de un producto puramente cultural, la heterosexualidad, erigida
en norma para oprimir a las mujeres y a los homosexuales.
No diré nada nuevo. Me limitaré a redecir lo que otros, mucho más sabios que
yo, ya han publicado en textos de los que al final daré relación y cuya lectura
recomiendo muy enfáticamente. Pienso que el pensamiento de estos autores,
puede ser interesante para iniciar debates y coloquios de los que,
seguramente, saldremos más ilustrados.
Jonathan Katz dice que la distinción homo/hetero depende de una previa
distinción entre hombre y mujer, macho y hembra y que la heterosexualidad es
una institución social coercitiva, una construcción histórico-social inventada
para organizar los sexos y sus placeres a finales del siglo XIX
Una radical como Monica Wittig afirma que la diferenciación sexual está en la
base de la sociedad (heterosexual). Que la heterosexualidad es una práctica
organizada de poder desigual en la cual los hombres dominan a las mujeres y
los heterosexuales a los homosexuales. Y que el sexo anatómico y los géneros
masculino y femenino son distinciones producidas socialmente con efectos
negativos para las denominadas mujeres. El uso que hacemos de nuestras
particulares características biológicas para señalar unos particulares sexos es
lo que hace que las diferencias entre varones y hembras parezcan naturales e
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inevitables, y ayuda a mantener el desigual poder social de los hombres sobre
las mujeres. Concretamente, continua, la distinción varón/hembra sostiene el
lugar restringido y culturalmente asignado a la hembra humana en la división
del trabajo reproductivo. Las diferencias de sexo se originan en un “orden
político, económico e ideológico”. La distinción homosexual/heterosexual
depende de la previa distinción entre mujeres y hombres, hembras y varones:
la distinción de sexo está en la base de la sociedad (heterosexual).
Pierre Bourdieu sostiene que la heterosexualidad se ha construido
socialmente y se ha constituido socialmente en patrón universal de cualquier
práctica sexual “normal”, es decir, desgajada de la ignominia de lo “contra
natura”.
Elio Modugno, otro radical, afirma que la sexualidad es la única fuerza innata
que lleva a todos los seres humanos a una verdadera cohesión social. La
heterosexualidad es la sexualidad institucionalizada por el sistema que la eleva
a norma.
Michel Foucault se preguntaba, ¿Qué es la sexualidad? Y afirmaba que existe
todo un psicologismo de la sexualidad y todo un biologismo de la sexualidad,
por consiguiente, toda una posible toma de esta sexualidad por parte de los
médicos, de los psicólogos y por todas las instancias de la normalización. ¿A
caso no debemos hacer valer, se pregunta, contra esta noción médicobiológico-naturalista de la sexualidad, algo que sea diferente, por ejemplo, los
derechos del placer?. Y continua, no hay que liberar solo nuestra sexualidad,
hay que liberarse de esta noción de sexualidad. Sostiene que después de la
Antigüedad, la amistad constituyó una relación social muy importante, dentro
de la cual los amigos disponían de una cierta libertad, de un cierto tipo de
elección (limitado, por supuesto) y que les permitía también vivir relaciones
afectivas muy intensas. La amistad tenia asimismo implicaciones económicas
y sociales: el individuo estaba obligado a ayudar a sus amigos. Esta clase de
amistad, desapareció en los siglos XVI y XVII, al menos en la sociedad
masculina. La homosexualidad, o sea, la existencia de relaciones sexuales
entre los hombres, se convirtió en un problema, con la policía y con el sistema
jurídico, a partir del siglo XVIII. Y cree que se convierte en un problema social
en aquella época porque la amistad había desaparecido. Mientras la amistad
representó algo importante, mientras fue aceptada socialmente, nadie se
percató de que los hombres mantenían entre ellos relaciones sexuales.
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Oscar Guasch, iniciador de los estudios gayos y lésbicos en Cataluña, dice,
corroborando a los autores que estoy mencionando, que las identidades
sexuales son un invento reciente; que hasta el siglo XIX nadie era distinto de
los demás en función de sus gustos sexuales; que las personas amaban en
función de sus gustos y de sus situaciones sociales y que la intervención
medico-psiquiátrica en el ámbito de la sexualidad alteró este estado de cosas.
Desde entonces, afirma, la sociedad pretende que a cada práctica sexual
concreta corresponde una identidad social específica y que hay una sexualidad
central y hegemónica, la masculina, evidentemente. La homofobia se ha
incrustado en la identidad masculina hasta hacerla profundamente machista. La
heterosexualidad hay que entenderla como un proyecto político que las clases
dominantes del siglo XIX pusieron en marcha con el objetivo de uniformizar a la
población y facilitar de este modo su control. En menos de cien años la
medicina se apropió del control social de la sexualidad. La función latente de la
sexología es semejante a la de la religión y a la de la medicina: dar normas a la
sexualidad, ponerle fronteras, delimitar lo correcto y lo incorrecto. La
heterosexualidad es sexista, misógina, homófoba y adultista, defiende el
matrimonio o la pareja estable, es coitocéntrica, genitalista y reproductora,
interpreta la sexualidad femenina en perspectiva masculina y la hace
subalterna, y persigue o ignora a quienes se partan de ella. La
heterosexualidad es un sistema de organización social del deseo. El actual
abismo entre los géneros que caracteriza también a las sociedades
preindustriales se intenta salvar en los últimos cien años gracias al amor
romántico, un tipo de amor en el que el que es condición imprescindible la
subalternidad de la mujer, algo ahora cuestionado y se ha puesto en cuestión la
relación mujer varón. Ahora varones y mujeres se comunican poco porque
hablan de cosas distintas y hablan de modo diferente y los varones, como en
las sociedades más simples, empiezan a buscar la camaradería de otros
varones. A esto hay que añadirle que la reproducción de la especie puede
quedar en manos de la tecnología. Se ha producid también un proceso de
desmasculinización del varón impulsado por las nuevas tecnologías. Esta
desmasculinización no es una cuestión coyuntural, de gusto o de moda, sino de
supervivencia: de adaptación al medio. Se está produciendo el tránsito hacia
una sexualidad abierta y multiforme. La única legitimidad en las sociedades
democráticas es la del libre consentimiento sexual. La sexualidad no ortodoxa
está dejando de serlo porque ya no existe un solo modelo de sexualidad
legítima. El deseo erótico es universal. La atracción erótica entre las personas
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existe en todas las épocas y en todos los lugares y siempre ha estado sometida
a algún tipo de regulación social. La sexualidad es la estrategia social que
permite controlar el deseo erótico. Gracias a la sexualidad la cultura genera el
deseo erótico y lo controla al mismo tiempo. El deseo erótico permite que el
amor sea interétnico, interracial, interclasista e intergenérico. Por esta razón el
deseo es peligroso para el orden social.
La heterosexualidad nace asociada al trabajo asalariado y a la revolución
industrial. La pareja reproductora tiene sentido en la sociedad industrial. Todas
las características que definen la heterosexualidad están en crisis. Todas
menos la homofobia que es el ultimo bastión de la heterosexualidad. Es el
temor profundamente irracional que invade a los varones ante la posibilidad de
amar a otros varones. La heterosexualidad está en crisis, la identidad
masculina también. Y eso gracias al movimiento feminista y al movimiento
gayo. La mayoría de los heterosexuales siguen tolerando mal que las mujeres
llevan la iniciativa económica, política o sexual y perciben todas estas
transformaciones inevitables como una imposición (incluso como un fracaso
personal). La epidemia de violencia masculina en el hogar es un resultado de la
crisis de la heterosexualidad y de la redefinición de la identidad masculina. La
subcultura gaya parece el único espacio social en el que los varones han
conseguido, al menos parcialmente, asumir y defender lo femenino como
propio Si la masculinidad heterosexual es univoca, simplificadora y excluyente,
la gaya es polimorfa y plural; puede integrar y reivindicar lo femenino como
propio. La homofobia es un problema social grave porque principalmente
bloquea la afectividad masculina. El homoerotismo es una solución posible:
define un tipo de interacción afectiva entre varones en el que la expresión
sexual (cuando la hay) no implica una redefinición de la identidad de las
personas. Existe un “homoerotismo femenino” que, a diferencia del masculino,
no está tan sometido a procesos de control social. En la sociedad actual, las
mujeres son menos heterosexuales que los varones, en parte porque han sido
capaces de controlar su propia homofobia: el temor a amar a otras mujeres.
Las mujeres son mas capaces de amarse entre sí que los varones y cuando en
ocasiones expresan tales afectos en términos sexuales no tienden a
reinterpretar de una manera inmediata su identidad social y personal en función
de ello. Algo que sí sucede con los varones. Las mujeres se tocan, se besan,
se acarician. Cualquier mujer puede acariciar, besar y abrazar ancianos, niños,
niñas, mujeres, varones y bebés. Si quien lo hace es un varón los peores
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temores suelen dibujarse en las mentes de los que contemplan la escena: el
control social actúa en el sentido de restringir la expresión afectiva en los
varones. En el futuro las relaciones interpersonales ya no se basarán en el
dominio, en la sumisión, ni en la opresión sino en la seducción entre humanos
que sientan interés por conocerse entre si.
Herrero Brasas, doctor en ética social, ha verificado que dentro del ámbito
heterosexual se toleran, en determinadas circunstancias, conductas que
implican un tipo de contacto físico intenso entre individuos del mismo sexo, y
más especificamente entre hombres. Estas conductas entran dentro de lo que
llamamos la marginalidad de la amistad. Se trata de conductas marginales (al
menos en el mundo occidental) porque, en sus manifestaciones más explícitas
e intensas, tienen lugar sólo en situaciones marginales. Es el caso de los
futbolistas y otros que llevados del entusiasmo se abrazan, se besan incluso, y
ruedan por el suelo echándose unos encima de los otros. También estas
situaciones de intenso contacto físico ocurren en circunstancias trágicas puesto
que, por la espontaneidad, no funcionan los habituales mecanismos represivos.
En la medida en que el contacto físico es menos intenso, este tipo de conducta
se permite en una gama más amplia de situaciones menos marginales (dos
hombres caminando del brazo o con el brazo de uno sobre el hombro del otro
sin que ello tenga connotaciones homosexuales a los ojos de la sociedad; por
lo menos hasta hace poco no las tenía. Ahora también se empiezan a besar en
la mejilla. La marginalidad de la amistad difiere según las culturas. En los
países árabes y musulmanes es habitual que dos hombres caminen por la calle
agarrados de la mano o por un dedo. Casos extremos de marginalidad amplia
se dan entre los indios de la zona norte del amazonas en Colombia y Brasil: la
masturbación entre los hombres y el acariciarse los genitales mutuamente es
parte acostumbrada de la relación entre amigos, tanto casados como solteros.
Es habitual, entre ellos, ver a dos amigos tumbados en una hamaca
acariciándose los genitales mientras charlan tranquilamente de sus conquistas
femeninas. El intenso desarrollo del sistema capitalista, principalmente en
EEUU, a partir de mediados del siglo XIX, hizo que se impusiera un nuevo
concepto de masculinidad, no colaborativa, sino extremadamente competitiva,
que se tradujo en un distanciamiento físico y emocional entre los hombres. En
las sociedades mediterráneas, por ser la marginalidad de la amistad más
amplia que en la sociedad germánico-anglosajona eso se produjo más
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lentamente y todavía en la primera mitad del siglo XX en pueblos de Italia y
Grecia, por lo menos, los hombres, a falta de mujeres, bailaban entre ellos.
El filósofo francés, Eribon, manifiesta que los gayos, como las mujeres,
también hemos sufrido, y todavía sufrimos, violencias y discriminaciones, sobre
todo a nivel social y legal. La “dominación masculina”, de que habla Bourdieu,
también la sufrimos los gayos. Es la dominación del “principio masculino” sobre
el “principio femenino” y, por lo tanto, del hombre heterosexual (¡es decir, el
hombre!) sobre el homosexual (al que no se le considera hombre) en la medida
en que la homosexualidad está situada, en el inconsciente de nuestras
sociedades, en el lado de lo “femenino”. El hombre homosexual es alguien que
renuncia a su virilidad. La homosexualidad entre hombres implica el deseo por
un hombre y, por tanto, una psicología necesariamente femenina que conlleva
un rol pasivo y, por tanto degradante. ¿Por qué será, según ha comprobado
Mendes-Leité y yo mismo, que muy frecuentemente un hombre bisexual
busque preferentemente el rol pasivo en sus prácticas homosexuales, como
ocurre así mismo en los heterosexuales que buscan una experiencia
homosexual? ¿Un desafío a las tradicionales suposiciones o supuestos o
presunciones acerca de la heterosexualidad o a cuestionar la legitimidad de
sus emociones heterosexuales?. La historia de la construcción social de la
heterosexualidad es percibida por muchos heterosexuales como una
pretensión de desenmascarar o destruir a la heterosexualidad. Este miedo
nace del hecho de que los biólogos deterministas nos han convencido a
muchos de que el sentimiento “real” de un individuo es fisiológico e inmutable,
o sea “natural”, “normal” y, por lo tanto, “bueno”.
(Ponència llegida a les I Jornadas Estatales sobre la Condición Masculina: Los
hombres ante el reto de la igualdad”, Sevilla, 9.11.2001)
Bibliografia:
•
Pierre Bourdieu: La dominación masculina (Anagrama) 2000.
•
George Chauncey: Gay New York, 1994.
•
Didier Eribon: Refexiones sobre la cuestión gay (Anagrama) 2001.
•
Oscar Guasch: La crisis de la heterosexualidad (Laertes) 2000.
•
Juan a. Herrero Brasas: La sociedad gay. Una invisible minoría (Foca),
2001.
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•
Jonathan Katz: The invention of heterosexuality, 1995.
•
Rommel Mendes-Leité: Bisexualité, le dernier tabou 1996.
•
Elio Modugno: La mistificazione eterosessuale. La eterosessualità
isituzionale come falsificazione dell’eros e dell’uomo 1991.
•
Monica Wittig: The straight mind and other essays, 1992.
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