42 LATERCERA Miércoles 12 de octubre de 2016 Sociedad Espectáculos CRITICA DE CONCIERTOS IGGY POP: MÁS SABE EL DIABLO Marcelo Contreras Crítico de música RR La banda argentina Babasónicos está celebrando 25 años juntos. FOTO: PROMOCIONAL Adrián Dárgelos Cantante “Si existe una crisis, es en el panorama mundial del rock” R El vocalista de Babasónicos adelanta su próximo concierto en el Teatro Caupolicán. Carlos Farías “Siento que estamos en un gran momento con Babasónicos. Festejamos los 25 años lanzando un libro con fotos de los últimos 17 años de la banda, viene otro de conversaciones, editaremos nuestros primeros discos en vinilo. Y casualmente la celebración coincidió con el lanzamiento del álbum Impuesto de fe, que es un trabajo fuera de lo común y atípico para la historia de un grupo de rock”. Así define Adrián Dárgelos, vocalista de Babasónicos, el momento actual del conjunto argentino, que celebra un cuarto de siglo de carrera. Impuesto de fe es el último álbum del grupo, grabado en 2015 durante un show que hicieron en México en los Quarry Studios, como parte del proyecto de Sony Music Desde Adentro. Novedosa propuesta, inaugurada por Babasónicos, donde el público forma parte del escenario que rodea a la banda, la que a su vez es invitada a reinventar sus canciones en formato acústico. Dárgelos detalla: “El concepto en Desde Adentro era tratar de desmembrar la canción, desacoplarla y hacer que con su melodía y el mínimo soporte armónico se puedan defender desnudas delante de la audiencia, y a través de la mirada del público”. En efecto, en las 16 canciones que componen el álbum -entre ellas dos inéditas- lanzado en mayo como CD + DVD, se puede escuchar una total reinterpretación de algunos clásicos del grupo, lo que puede sorprender a su fanaticada más purista, aquellos que crecieron con los primeros seis discos del conjunto: desde el rock experimental de Pasto (1992), pasando por el coque- R Por estos días la banda trasandina celebra 25 años de carrera. EN VIVO “Este show nos llevó como 10 meses de ensayos, de selección de canciones, de trabajo en la producción. Cada uno tenía que matizar arreglos, cantar en la forma precisa”. UN CUARTO DE SIGLO “No estamos sentados en ninguna clase de pedestal, ni laurel de comodidad, sino al contrario; tratamos de hacer cosas que nos den vértigo”. teo con el hip hop de Trance zomba (1994), hasta el pop rock de Jessico (2001). “La idea no era presentar este disco y show de la forma ortodoxa en que Babasónicos tocó por 25 años, sino jugando a ser una banda distinta durante el año que duran estos shows”, explica el vocalista. La preparación del espectáculo y posterior disco fue un trabajo arduo para la banda. “Este show nos llevó como 10 meses de ensayos, de selección de canciones, de trabajo en la producción. Está grabado en vivo por lo que cada uno tenía que matizar arreglos, cantar en la forma precisa y ensamblar en forma de orquesta”, detalla el frontman. Una banda madura Es con ese trabajo que el grupo vuelve a Chile, con una presentación en el Teatro Caupolicán este 21 de octubre (entradas por Ticketek) para que la banda tiene preparadas varias sorpresas. El nacido en Lanús comenta: “Chile va a ser el único lugar de la gira donde vamos a estar en el centro del escenario replicando el show original que hicimos en 360°. No sólo tocaremos las 16 versiones del disco, sino que también nueve o más que son de la historia de Babasónicos y algunas otras inéditas que no las hemos tocado nunca allá”. El grupo celebra 25 años, citados por los especialistas y por sus pares como una de las bandas más importantes de la región, sin embargo Dárgelos comenta: “Nuestra función es hacer cosas, y la de los demás es criticar si está bien o mal. No estamos sentados en ninguna clase de pedestal, ni laurel de comodidad, sino al contrario; tratamos siempre de hacer cosas que nos den vértigo y que trabajen en contra del estado de confort”. Dárgelos ha dado también varias opiniones en el extranjero sobre el artículo publicado en La Tercera, “Me verás caer: la crisis del rock argentino”, que planteaba el bajo momento por el que pasa el rock trasandino, sin bandas que llamen la atención del resto del continente como en otras décadas, además de las acusaciones por abuso de menores que enfrentan músicos como Cristian Aldana de El Otro Yo. Sobre el primer punto el cantante comenta: “Si existe una crisis, es en el panorama mundial del rock. Esta es a partir de mediados o fines de los 90 donde no hay novedad y se empieza a hacer metarock, rock influenciado y regurgitado a partir de la copia del rock”. Con el caso de Aldana, Dárgelos se lo deja a la Justicia: “Me informo muy poco por los medios. Me lo han comentado terceros, pero no sé lo que pasó no tengo ni idea. La justicia tiene que determinar esto”.b V eníamos de The Libertines, ese remedo de banda británica donde campean las poses para soslayar la pobreza de ideas, sonido y ejecución, y aparece Iggy Pop guarecido de su banda y cortinaje platinado, para convertir por un par de horas al Movistar Arena en una especie de cabaret sórdido, ensimismado en una estrella de escasa ropa apenas un pantalón a la cadera y el torso eternamente desnudo-, quien montó un espectáculo de la vieja escuela con partes iguales de actitud y decibeles, arrojando una bocanada de rock puro y salvaje. La noche del lunes el público comprendió de inmediato su rol: la energía recibida debía regresar como una demostración sincera de afecto hacia el primer punk rocker de la historia. El músico de 69 años que decidió reivindicar su nombre como artista en el estudio mediante el macizo Pop post depression, publicado este año con la guía de Josh Homme de Queens of the stone age, asume el escenario como una jaula de la que a veces se libera para abalanzarse sobre el público. Jim Osterberg Jr cojea notoriamente por un accidente (un jugador de rugby le pasó por encima destrozando un tobillo a los 14 años), pero Iggy Pop convierte la lesión en parte de su rúbrica. Se balancea y golpea el pecho de pectorales dibujados como si fuera un gorila o un matón con el que preferirías no encontrarte; se apoya y quiebra sus caderas, menea el trasero como striper, y canta con distintas voces que van desde un graznido que hizo escuela en el punk rock, hasta un tono grave y ceremonial, escupiendo las palabras, desde esa suplica enrabiada de I wanna be your dog -la primera de la noche del catálogo junto a The Stooges-, hasta la hipnótica reverberancia de Gardenia, el mejor corte de su último disco. A veces cuesta evocar éxitos de Iggy más allá de Lust for life y Candy (que no interpretó), pero el lunes también sirvió para recordar grandes temas que llevan su nombre y los conocimos por otros: The Passenger por Siouxie and the Banshees, Search and destroy por Red hot chili peppers y No fun por Sex pistols. Cada rendición mandó al carajo los recuerdos no solo por Iggy y su movimiento incesante e impredecible, sino por la tremenda banda detrás. Varias veces Iggy Pop descendió hasta las primera filas para ser abrazado y manoseado por un amasijo de brazos y rostros convertidos en un remolino para tocar al torso más famoso de la historia del rock, ese cuerpo contradictorio que aún parece esculpido y también maltrecho, ese pellejo cubriendo los músculos de un artista singular e irrepetible, una figura de la que solo cabe tomar lecciones. RR El inmortal Iggy Pop, el lunes pasado en Chile. FOTO: REINALDO UBILLA