1 PRIVATIZACIÓN DEL AGUA: ¿AUSTERIDAD O SABOTAJE

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 PRIVATIZACIÓN DEL AGUA: ¿AUSTERIDAD O SABOTAJE SOCIAL?
Pedro Arrojo Agudo
Universidad de Zaragoza
Fundación Nueva Cultura del Agua
Caracterizar las políticas de degradación social como políticas de austeridad sitúa el
debate en el terreno que le interesa al poder financiero. Quienes defendemos la visión del
decrecimiento sostenible reivindicamos la austeridad frente al consumismo, el derroche y
la ineficiencia. Pero las políticas que se vienen imponiendo frente a la crisis no son
propiamente de austeridad, en el sentido virtuoso del término, sino de degradación social
e imposición de una dictadura del sistema financiero. Por ello, debemos impugnar el
término “políticas de austeridad” y seleccionar cuidadosamente el que nos permita
caracterizar de forma concisa y clara las políticas antidemocráticas y de degradación
social en marcha.
Resulta tan paradójico como dramático que sea el sistema financiero, responsable de la
crisis, quien dirija la estrategia frente a dicha crisis. Una vez evitado el colapso en los
momentos más críticos, el omnipresente y todopoderoso sistema financiero consiguió
colocar como prioridad de las políticas públicas su propia salvación, como clave para
salvar al conjunto del sistema capitalista. Ello llevó desde el primer momento a desechar
las estrategias de corte keynesiano, para asumir con determinación la salvaguarda de los
intereses del capital financiero. Para ello se empezó volcando toda la capacidad financiera
pública de estados e instituciones internacionales en sanear, aunque sólo fuera en parte, el
descomunal agujero financiero del sistema en su conjunto.
Exhaustas y saqueadas las arcas públicas, la siguiente prioridad pasó a ser garantizar el
negocio privado de los mercados de deuda soberana de los estados. En este frente, las
políticas en curso no sólo buscan garantizar, con el apoyo del Banco Central Europeo
(BCE), el cobro de esa deuda (de forma directa o indirecta), sino el descomunal negocio
que supone para los grandes bancos, obtener liquidez del BCE al 1% (financiación que el
mismo Banco niega a los Estados en apuros) para colocarla en forma de deuda de los
Estados de la propia UE al 5 o al 6%. Dicho en otras palabras, se trata de preservar, por
encima de todo, la lógica del mercado en su versión más descaradamente especulativa.
En un tercer plano, y cerrando una verdadera jugada maestra del neoliberalismo imperante,
emergen las llamadas “políticas de austeridad”, que más bien son de “sabotaje social”.
Bajo un argumento formalmente virtuoso, se elude en todo momento cuestionar los
excesos y perversiones de la sociedad de consumo y de la libertad especulativa de los
mercados, para acabar dirigiendo esas políticas al capítulo de gastos sociales esenciales. De
esta forma, en plena crisis moral del neoliberalismo, asistimos a la puesta en escena del “
no hay mejor defensa que un buen ataque”. El objetivo de ampliar espacios al mercado,
sobre la base de privatizar los servicios públicos (sanidad, educación, agua y saneamiento,
energía, comunicaciones, …), que en las últimas décadas ha presidido las políticas de
“liberalización “ y “desregulación”, acaba encontrando en esta coyuntura una ventana de
oportunidad en medio del caos. Bajo el objetivo de sanear la maltrecha y saqueada
hacienda pública, se nos argumenta la necesidad de privatizar patrimonios y servicios
públicos.
1 En materia de servicios de agua y saneamiento, se perfila así una arquitectura argumental
de un cinismo sin precedentes: los grandes operadores privados ofrecen su auxilio
financiero a ayuntamientos y gobiernos con el dinero público que previamente el BCE y
los propios gobiernos han inyectado en el sistema financiero que controla esos operadores.
El poder financiero está transformando así su propia crisis en una ventana de oportunidad
para sus intereses, apoyándose para ello en esas políticas públicas de falsa “austeridad”.
En la medida que los servicios de agua y saneamiento son un “monopolio natural”, el
pretendido argumento de la eficiencia del libre mercado pierde su vigencia. Pero, en la
medida que se trata de un servicio que todos tenemos que usar, ni siquiera el argumento
financiero se sostiene, ya que, en nombre de mejorar las finanzas de la colectividad, se
acaban aumentan las cargas globales a cubrir por la ciudadanía.
Aún en casos en los que la empresa pública a privatizar esté lastrada de deuda pública, el
pago que se derivará de la privatización añadirá a los costes de amortización de esa deuda,
los beneficios que imponga el operador privado. En realidad, privatizar este tipo de
servicios, para la comunidad, equivale a vender el piso en el que tenemos que vivir. A
renglón seguido, tendremos que alquilárselo a quien nos lo compró, pagando la
amortización de la compra, más los beneficios que nos impongan. Con el agravante de que,
en estas condiciones, venderemos barato y alquilaremos caro, al precio que nos marquen…
Nada que ver por tanto con la estrategia de “austeridad” que supondría vender la segunda
residencia para sanear la economía cotidiana de lo imprescindible…
A falta de un debate serio, en medio de la confusión y contando con el dominio de la
derecha en todas las instituciones, la opción privatizadora puede ganar espacio social y
político, si no somos capaces de explicar las cosas con claridad y levantar el movimiento
de indignación que estas políticas merecen.
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