Faustino Zapico - Asturias Emprendedor Social Ashoka 2007

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Faustino Zapico - Asturias
Emprendedor Social Ashoka 2007
Rompiendo la subcultura carcelaria que convierte a estas instituciones
en escuelas de delincuencia.
Faustino está cambiando el modelo de prisiones en España rompiendo la subcultura carcelaria que
convierte a estas instituciones en escuelas de delincuencia. Allí donde la “ley del silencio” y el
enfrentamiento han sido tradicionalmente las actitudes imperantes, ahora la confianza y los valores
positivos son transmitidos a través de la creación de micro-sociedades cogestionadas por los
internos conjuntamente con los trabajadores de las prisiones. Basado en el trato humano, el
modelo de Faustino crea espacios reales de educación formal y no formal, en los que se
transmiten a los internos los valores y las habilidades necesarias para una reinserción exitosa en la
sociedad, reduciendo con ello los niveles de violencia social al conseguir tasas mínimas de
reincidencia.
La nueva idea
Faustino está llevando a cabo una transformación radical de las prisiones en España,
convirtiéndolas en espacios educativos, frente al modelo actual que está generando verdaderas
escuelas de delincuencia, basadas en el consumo de droga, la violencia y la ley del silencio (por la
cual internos y funcionarios mantienen en secreto prácticas abusivas llevadas a cabo por ambas
partes); y lo está haciendo a través de la eliminación de la violenta subcultura carcelaria existente
en el seno de las cárceles, causada por el enfrentamiento entre los dos grandes grupos que
“habitan” la prisión: internos y funcionarios de seguridad.
Mediante un modelo de prisión alternativo que sumerge a los presos en un ambiente educativo
que enseña habilidades, y más importante, valores, Faustino está recreando dentro de la prisión
una sociedad a pequeña escala, para que los internos aprendan a vivir y convivir como lo harían
fuera de las paredes de la cárcel. Un aspecto clave en este nuevo modelo de prisiones es la
redefinición del papel de los dos grupos principales: internos y funcionarios (en especial
reformulando el rol de los funcionarios de seguridad). Cambiando radicalmente la relación
tradicional “guardia-preso”, basada en el conflicto y el enfrentamiento, Faustino ha sido capaz de
convertir módulos enteros de la prisión en espacios cogestionados por los internos y los
funcionarios de seguridad, creando las llamadas UTE (Unidad Terapéutica y Educativa). Al trabajar
juntos estos dos grupos, aumenta la comprensión, la confianza y el respeto mutuo, algo que
contrasta con el ambiente habitual de temor y enfrentamiento.
En las UTE, el papel de los funcionarios de seguridad es clave, ya que adquieren, de acuerdo a su
preparación y nivel educativo, responsabilidad como tutores de grupos de internos; lo que
transforma sustancialmente sus funciones tradicionales, donde se limitaban a mantener el orden y
a hacer recuentos de los internos. La UTE ofrece el escenario ideal para que se dé la transmisión
de valores, actitudes y habilidades imprescindibles para una reinserción satisfactoria en la sociedad.
El Problema
En los últimos siete años la población carcelaria en España ha crecido de manera constante,
emergiendo paralelamente en la sociedad tendencias cada vez más violentas que amenazan el
bienestar y la seguridad de la población en su conjunto. Contribuyendo sin duda a este
incremento, está el hecho de que durante los tres primeros años de libertad, cerca de un 60% de
los delincuentes reinciden y, a menudo, lo hacen cometiendo un delito de mayor grado del que les
llevó a la cárcel la vez anterior. Esta alarmante estadística indica por tanto que las cárceles, en
lugar de ser instituciones correccionales y de reinserción, se han convertido en escuelas de
delincuencia, en las que las personas que pasan por ellas adoptan conductas más violentas y
delictivas.
Desde la década de los ochenta la droga ha sido el eje y motor de la vida en las prisiones. Hoy en
día el consumo de drogas es un modo de vida para más del 80% de la población carcelaria,
dándose la paradoja de que precisamente dentro de la cárcel es donde muchos internos consumen
por primera vez.
La fotografía de la cárcel actual, considerando estos factores, es la de un lugar tenso y violento
donde los internos aprenden comportamientos aún más delictivos que aquellos que les hicieron
llegar allí. El control de estos espacios por parte de las mafias, que distribuyen la droga, disuade a
los internos de informar a las autoridades acerca de cualquier tipo de conflicto o abuso, tanto por
parte de otros internos como por parte de los mismos trabajadores de la prisión. Los
responsables de seguridad de las cárceles permanecen generalmente en espacios protegidos,
interviniendo únicamente en conflictos muy graves pero evitando la confrontación con las
poderosas mafias que dominan la vida de la cárcel.
La subcultura carcelaria no es un fenómeno reciente. Desde finales del siglo XVIII con el modelo
panóptico de estructura carcelaria diseñado por Jeremías Bentham, el concepto de estas
instituciones ha estado centrado en el castigo a los internos y en una vida de arrepentimiento
punitivo bajo una vigilancia constante del personal de seguridad. Para muchos este modelo era
necesario para poder imponer respeto y autoridad. Sin embargo, esta estructura física y de
organización que se repite en todas las cárceles del mundo, ha dado pie a un sistema de vigilancia
constante en el que los presos viven en un espacio de temor y ambigüedad, con guardias de
seguridad cuya única responsabilidad es la de evitar las fugas e intervenir en situaciones extremas.
En estas circunstancias es inevitable el florecimiento de una cultura de dos grandes colectivos en
enfrentamiento continuo, provocando además que cuando los presos salen a la calle después de
haber cumplido su condena, a menudo tienen un enorme resentimiento hacia el sistema y hacia la
sociedad que les encerró en ese espantoso lugar.
Aunque la sociedad ha evolucionado con el paso de los años, y en la mayor parte del mundo la
idea del castigo físico por los delitos cometidos ha sido reconsiderada, las estructuras carcelarias
se mantienen esencialmente igual. Hay pocos incentivos para aquellas personas que sugieren
cambios en el sistema y las iniciativas llevadas a cabo hasta ahora, como por ejemplo los
alojamientos tutelados, no han provocado transformaciones importantes en el sistema. Aunque
muchas organizaciones e instituciones trabajan eficazmente para dar más oportunidades a las
personas que salen de prisión, muy pocas, por no decir ninguna, se enfoca en transformar las
prisiones desde dentro, fomentando un ambiente de educación en valores y la rehabilitación
personal de los internos necesaria para reintegrarse con éxito en la sociedad. Las escasas
iniciativas que han intentado cambiar esta subcultura carcelaria, atajando el problema de raíz, han
encontrado siempre resistencia del cuerpo de seguridad de las prisiones (el colectivo de
trabajadores más numeroso en las cárceles) escéptico ante cualquier cambio que pueda significar la
cesión de poder o la sensación de pérdida de seguridad.
La estrategia
La estrategia de Faustino es liberar el máximo número posible de módulos de la actual subcultura
carcelaria. El proceso de “liberación” de un módulo de una prisión comienza con la construcción
de una comunidad de funcionarios e internos que quieren vivir en un ambiente más agradable,
gestionado por ellos mismos. Cuando la mayoría accede a participar en dicha comunidad, módulos
enteros son rediseñados para dar cabida a estas micro-sociedades educativas, en fuerte contraste
con el resto de la prisión.
El elemento principal de la estrategia de Faustino es la transformación radical del papel de los dos
grupos principales involucrados en la vida normal de la prisión: los funcionarios de seguridad y los
internos. Se organizan en grupos mixtos (de unos 12 a 15 internos e internas y 2 guardias) que se
basan en unas normas de obligado cumplimiento, pactadas entre todas las partes, y recogidas en
un contrato que deben firmar los internos antes de poder entrar en el módulo “liberado” o UTE.
Estos grupos se reúnen diariamente y confrontan entre ellos todos los temas que consideran
importantes y como mínimo una vez a la semana participan en el grupo otros profesionales de la
prisión, como los educadores o los psicólogos. Los grupos son el espacio donde los internos
toman conciencia de su pasado y cogen las riendas de su futuro, preparándose de manera eficaz
para su regreso a la sociedad como nuevas personas con nuevos valores. Cada interno que entra
nuevo a un grupo comienza su participación presentando y asumiendo los hechos que le han
llevado a la cárcel, y son el resto de internos los que le sirven de apoyo, ya que se trata de un
grupo de iguales, en el que participan personas que han vivido situaciones similares y que, antes de
juzgar, ayudan analizando también de manera conjunta, sin justificar el delito, las razones que
llevaron a esas personas a delinquir.
Además de la planificación y supervisión de la actividad del día a día del módulo, el grupo funciona
también como guardián del cumplimiento de las normas firmadas en el contrato: cualquier
sospecha de quiebra de reglas – como el consumo de drogas o las actitudes violentas – son
confrontadas inmediatamente por los compañeros de un mismo grupo. Este mecanismo de
prevención activa es un medio para que los internos asuman responsabilidad no sólo sobre sus
propias acciones sino también sobre las del grupo al que pertenecen.
Esta metodología de trabajo otorga por un lado responsabilidades a los internos, convirtiéndoles,
en muchos casos por primera vez, en los verdaderos protagonistas de sus propias vidas, y por
otro lado, cambia el papel de los guardias de seguridad, transformándoles en agentes de cambio, al
asignarles responsabilidades como tutores y pasando a formar parte indispensable del equipo
multidisciplinar de la prisión que toma las decisiones en relación con procedimientos, normativa o
situaciones específicas que se puedan plantear. La participación activa del cuerpo de seguridad, que
es el grupo mayoritario en número en el organigrama de las prisiones, es fundamental para el
correcto funcionamiento de estos grupos y para conseguir el éxito de la metodología puesta en
marcha en las UTE. Poco a poco los guardias y los internos rompen la barrera de desconfianza que
había dominado sus relaciones previamente y aprenden a trabajar juntos en una dinámica de
equipo, siendo ahora ambos grupos responsables de la gestión de un espacio donde es posible una
vida saludable, y crean un ambiente en el que se puede dar una verdadera educación en valores y
habilidades.
El conocimiento adquirido por Faustino a través de su larga experiencia de trabajo en prisiones, le
permite usar recursos disponibles en el marco de la legislación penitenciaria que generalmente
equipos de otras prisiones no utilizan. Un ejemplo de ello es la hábil utilización, por parte del
equipo multidisciplinar de Villabona, de los beneficios penitenciarios contemplados en las leyes,
como una herramienta útil para la promoción de una rápida reinserción social de los internos. La
UTE de Villabona ha conseguido una tasa asombrosa de éxito derivando a recursos externos a
más internos que cualquier otra institución penitenciaria de España y aún así consiguiendo una tasa
de reincidencia drásticamente inferior a la del resto de prisiones (del 10% de Villabona al 40% 60% de la media estatal).
Con la meta final de una reinserción social exitosa, Faustino ha promovido en paralelo la creación
de una red de asociaciones, empresas e instituciones alrededor del proyecto que juegan un
importante papel como intermediarios o mediadores sociales, ayudando a crear vínculos entre la
prisión y el mundo exterior. Aunque externa, ésta es una pieza clave de su trabajo, ya que a su vez
está consiguiendo que la sociedad sea más receptiva a la hora de dar una oportunidad a las
personas que han pasado por la cárcel. Esta red social e institucional es fundamental como apoyo
al proyecto en momentos en los que otros intereses pudieran interferir con el desarrollo del
mismo.
De la misma forma que los internos están inmersos en un constante proceso educativo,
recibiendo una segunda oportunidad, la UTE les pide que “devuelvan” algo a la sociedad, prestando
algunos servicios a su alcance. Una de las actividades más valoradas son las visitas de estudiantes,
profesores y padres a la cárcel, en las que los internos comparten sus experiencias y su pasado,
animando a los jóvenes a encontrar soluciones a sus problemas que no incluyan las drogas, el
alcohol o la violencia. Hasta el momento más de 15.000 jóvenes y adolescentes han participado en
este programa, consiguiendo resultados asombrosos en los que se puede observar cómo el paso
estos jóvenes por la prisión consigue transformar la conciencia de muchos acerca de sus patrones
de comportamiento, reflexionando, en muchos casos por primera vez sobre las consecuencias que
algunas de sus acciones pueden llegar a tener (consumo de drogas, peleas, pequeños robos…etc.).
Los internos desarrollan también algunas actividades fuera de la cárcel siempre enfocadas al ámbito
de la prevención, como obras de teatro, talleres de educación para la salud…etc.
Durante los últimos diez años, Faustino y su equipo han estado refinando su modelo de
transformación del sistema penitenciario, siendo cada estrategia evaluada por el equipo
multidisciplinar y por los internos para adaptarla a las nuevas situaciones y circunstancias. De cara
a conseguir una transformación profunda, sin vuelta atrás, y que perdure en el tiempo, Faustino
está promoviendo entre otras cosas, las modificaciones legales necesarias que permitan el cambio
de rol de los funcionarios de seguridad, eliminando el concepto de “guardia” dentro del sistema
penitenciario y transformando el cuerpo de funcionarios de seguridad a efectos de la ley en
educadores.
Para la expansión del modelo, que ya se está implantando en otras siete prisiones en España,
Faustino utiliza los módulos liberados de la prisión de Villabona como modelo visible que
trabajadores de instituciones penitenciarias de otras cárceles y otros países visitan (durante al
menos una semana) para vivir la experiencia y así comprenderla completamente antes de
trasladarla a su prisión. Instituciones Penitenciarias está promoviendo el modelo de Faustino como
una Buena Práctica, brindando un apoyo firme a su expansión. A nivel europeo Villabona está
también coordinando un proyecto denominado Making Spaces for Change (Creando Espacios para
el Cambio) en el que participan otras cárceles europeas compartiendo diferentes modelos de
intervención en prisiones.
Faustino está convencido de que es posible romper el círculo de la violencia que se genera a raíz
del paso por la prisión y de que los resultados de ese cambio repercutirán positivamente en la
sociedad en su conjunto. Su objetivo es que al menos un módulo en cada prisión asuma este
modelo, y en concreto su escenario ideal sería que los módulos de jóvenes de todas las prisiones
fueran UTE, ya que consiguiendo que todos los jóvenes que ingresen en prisión en vez de vivir la
experiencia de la cárcel tal y como la conocemos hoy en día, participen en este modelo educativo
y de reinserción, volverían a la sociedad como ciudadanos rehabilitados, eliminando el rencor
habitual con el que actualmente los internos salen de la cárcel, y sería una generación
“recuperada” que en su mayoría no volvería a delinquir (atendiendo a las bajas tasas de
reincidencia que se dan en la UTE), disminuyendo así considerablemente los niveles de violencia en
la sociedad.
La Persona
Faustino creció en una familia profundamente comprometida con la situación de los más
necesitados. Desde joven comenzó a mostrar su frustración con las injusticias que sufrían ciertos
sectores de la sociedad y a moverse para cambiar las cosas. Primero fundó una asociación para
ayudar a jóvenes excluidos en su ciudad natal, Avilés, y poco después comenzó a involucrarse en
movimientos cristianos de base llegando al punto de matricularse en Derecho para aprender las
claves que pudieran cambiar las estructuras que provocaban la exclusión de algunas personas. En
los últimos años de la dictadura, Faustino descubrió los movimientos políticos clandestinos que
sentarían las bases de la futura democracia en España. Sintiendo que aquél era el espacio adecuado
para conseguir los cambios necesarios se volcó en la participación política y sindical, dejando sus
estudios universitarios para trabajar en la construcción y así defender el movimiento obrero desde
la base.
Al llegar la Transición, Faustino ocupaba un puesto de alta responsabilidad en el Partido Socialista,
pero al poco tiempo, tras llegar a la conclusión de que la política no era el lugar idóneo para luchar
contra las injusticias sociales, abandonó el partido. En este periodo aprendió que sólo movilizando
a las personas realmente afectadas por un problema y trabajando desde la base, se conseguía
transformar los sistemas, y fue este aprendizaje, y su motivación personal por ayudar a los
sectores de población más excluidos por lo que empezó a trabajar en prisiones, ante la sorpresa
de sus amigos, familiares y ex compañeros de la vida política. En un país que poco a poco iba
adaptándose a la vida en democracia, el sistema penitenciario se mantenía al margen de estos
avances políticos y sociales y de ahí su decisión de sumergirse en el mundo de las prisiones. Los
primeros años los pasa en La Modelo de Barcelona, una de las cárceles más conflictivas de España
en aquél momento, y lo hace denunciando desde el primer momento la violencia de la que era
testigo. A pesar de las amenazas constantes y el acoso por parte de muchos compañeros de
trabajo y de sus superiores, mantuvo firme su lucha por los derechos humanos de los internos y
comenzó a trabajar para provocar un cambio del sistema en su totalidad. Faustino describe sus
primeros años en La Modelo como una de las etapas más difíciles de su vida, pero también como
el periodo en el que aprendió lo que debía y lo que no debía hacerse. Descubrió a través de
diversas experiencias cómo el trato humano y el respeto eran las claves esenciales para crear una
dinámica positiva en el interior de la prisión.
En 1992 Faustino regresó a la prisión de Asturias para trabajar como educador y fue allí donde
formó un equipo con Begoña Longoria, trabajadora social y pieza clave del proyecto de Villabona,
y junto con unos cuantos internos dispuestos a probar, inició un proyecto educativo poniendo en
práctica los principios que había aprendido en los años previos. Sin un modelo como base, el
experimento tenía la libertad para desarrollarse paso a paso según las necesidades y retos que se
fueran encontrando. En 1994, ya con un grupo de 60 internos, el equipo de Faustino pidió
mudarse a un módulo vacío de la recién construida cárcel de Villabona y allí nació la primera UTE.
Actualmente más de la mitad de la prisión de Villabona es “espacio liberado”.
Faustino dedica gran parte de su tiempo a mostrar su modelo a otros funcionarios de prisiones de
España y Europa, compartiendo con ellos los principios metodológicos que configuran la UTE y
dando la formación necesaria a los funcionarios para que puedan implantar el modelo UTE en las
prisiones donde trabajan.
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