LÓGICA, PSICOLOGÍA, EDUCACIÓN LÓGICA Y PSICOLOGÍA

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LÓGICA, PSICOLOGÍA, EDUCACIÓN
LÓGICA Y PSICOLOGÍA
Tanto según la escuela formalista como según la no formalista, la idea de quienes sostienen que la lógica forma
parte de la psicología está fundada en una confusión entre los procesos y los productos del pensamiento. La
psicología se ocupa del proceso: pensar; la lógica, del producto: el pensamiento. En otras palabras, las leyes de
la lógica no son generalizaciones sobre pensantes que piensan, sino cánones o pautas para criticar los resultados
de la actividad del que piensa. El psicólogo, entre otras cosas, estudia el acto de inferir; el lógico la validez de la
inferencia, o sea, si la evidencia justifica o no la conclusión. Dado un razonamiento, el psicólogo preguntará:
¿Cuáles son los procesos mentales que atravesó el pensador para llegar a su conclusión? ¿La intuyó, la dedujo o
simplemente la adivinó? ¿Qué imágenes mentales se le ocurrieron? ¿Qué sentimientos experimentó y con qué
medida de agudeza? El lógico, por su lado, preguntará: ¿Cuáles son los fundamentos de esta conclusión? ¿Se
sigue necesariamente de las premisas? ¿Hay algún supuesto que haya quedado tácito? ¿No habrá algunas
proposiciones que son redundantes, y no podría expresarse el mismo razonamiento de manera más rigurosa?
Quizá pueda decirse que esta distinción entre proceso y producto es demasiado estricta. Admitiendo que
nuestros procesos mentales son hechos psicológicos, ¿no son acaso (por lo menos a veces) también de carácter
lógico? ¿No pensamos en algunas ocasiones silogística o deductivamente? El lógico contestará que la expresión
“pensar lógicamente? Es una metáfora justificada solamente por su brevedad. Su significado completo es
“pensar de tal manera que produzcamos pensamientos o generalizaciones que son lógicas”. Estrictamente
hablando, el adjetivo “lógico” se aplica sólo a los productos del pensamiento, y por lo tanto no puede aplicarse
al proceso. Nuestro pensamiento podrá quizá seguir el orden de una deducción o un silogismo; sin embargo, aún
en este caso, todo lo que podemos decir es que la secuencia del pensamiento corresponde al orden de la lógica
y no que el pensamiento en sí de manera literal, sea lógico.
Según los lógicos de la escuela antiformalista, tanto la lógica como la ética no pueden considerarse como parte
de la psicología. El psicólogo estudia la conducta en todos sus aspectos, para explicar por qué se dan los distintos
tipos de conducta. El filósofo ético considera la conducta para establecer qué clases de conducta son buenas y
cuáles son malas. El lógico, por su lado, considera el pensamiento para establecer qué modos de pensamiento
son válidos y dignos de confianza, y por qué es así. No le interesan los hechos psicológicos que constituyen el
pensamiento, sino los métodos que sigue el pensador para pensar de manera válida y digna de confianza. En
otras palabras, mientras que el psicólogo formula leyes que establecen cómo tiene lugar el pensamiento, el
lógico formula las reglas que el pensamiento sigue cuando es correcto.
Establezcamos el contraste entre la materia del psicólogo y la del lógico, tomando como ejemplo el silogismo.
Para el psicólogo el proceso de aprehender el silogismo es un hecho psicológico o una serie de hechos, y en este
sentido lo estudia. El lógico formal considera las relaciones entre las proposiciones que comprende el silogismo
acabado. El lógico informal hace lo mismo, pero señala las limitaciones del silogismo como modo práctico de
razonamiento. El lógico no formal examina el silogismo de la misma manera que lo hacen otros lógicos, pero
también examina los métodos de pensamiento que conducen a aquellas conclusiones que pueden ser
expresadas lógicamente.
Por otro lado, aún cuando la materia de la lógica y la de la psicología son distintas, la habilidad de una persona
para pensar lógicamente y su inclinación a hacerlo así (es decir, de tal manera que produzca razonamientos y
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generalizaciones válidas) está influida, entre otras cosas, pro su constitución psicológica y su experiencia
personal. Estos factores, por supuesto, no afectan la validez de sus razonamientos y generalizaciones. Pero sí
influyen en su capacidad para pensar de manera lógica o no, en la frecuencia con que lo hace y en sus
limitaciones como pensador lógico. Por ejemplo, aún cuando la validez de una inferencia no es afectada por el
estado psicológico de la persona que infiere, la persona debe estar motivada para pensar lógicamente; esto es,
ha de hallarse condicionada psicológicamente para querer hacer inferencias válidas y tiene que saber cómo
hacerlo. Así, por ejemplo, si desde el principio el maestro premia al alumno por pensar lógicamente, este último
tiende a continuar pensando lógicamente para seguir siendo premiado. De manera gradual, sin embargo, el
alumno se da cuenta de que este modo de pensar es satisfactorio no sólo porque cuando piensa lógicamente
recibe premios, sino porque, simplemente, es lógico. En otras palabras, el hábito de pensar lógicamente puede
ser cultivado usando métodos psicológicos, en el caso de nuestro ejemplo, mediante refuerzos positivos y
negativos.
El conocimiento de la lógica y la capacitación para el razonamiento lógico pueden por sí mismos convertirse en
factores que influyan en la conducta de una persona. Siendo igual a los demás en otros aspectos, la persona que
ha estudiado la lógica tenderá a ser más racional y lúcida intelectualmente respecto de los que no lo han hecho.
Estará menos sujeta a sus emociones y cuestionará, más posiblemente, sus propios prejuicios y
racionalizaciones. Influirán menos sobre él las demandas poco claras de los otros, y será más competente para
señalar las falacias e inconsistencias de éstas.
En el desarrollo de los poderes intelectuales del alumno influyen tanto las consideraciones de orden lógico como
las de orden psicológico. El alumno podrá ser enseñado, mediante procedimientos lógicos como el silogismo, a
pensar lógicamente, más para ello también podrán emplearse métodos psicológicos. Esta habilidad adquirida de
pensar lógicamente influirá, asimismo, en su crecimiento psicológico. Crecerá en la confianza de sí mismo, por
ejemplo, al lograr la capacidad de separar el pensamiento racional del irracional y detecta la fuerza o debilidad
de los razonamientos. Su crecimiento, tanto físico como psicológico, influye en su habilidad para pensar
lógicamente, en el sentido de que a medida que madura va desarrollando la capacidad de efectuar distintas
operaciones lógicas.
EL ORDEN LÓGICO Y EL PSICOLÓGICO
Ahora estamos en condiciones de considerar una pregunta fundamental de la educación: ¿Qué influencia
debieran ejercer, respectivamente, la lógica y la psicología en el orden del aprendizaje. La pregunta se plantea
porque no puede aprenderse todo al mismo tiempo y, en consecuencia, el contenido de la instrucción ha de
ordenarse de alguna manera. Al decidir cuál debe ser este orden habrán de tomarse en cuenta dos tipos de
exigencias, denominadas tradicionalmente por los educadores exigencias “lógicas” y “psicológicas”. Antes de
seguir adelante tenemos que examinar si en este contexto ambos términos conllevan los significados que hasta
aquí les hemos asignado.
Se dice que el orden de aprendizaje es psicológico en la medida en que lo determinan los intereses y
capacidades del alumno. Éste, al ir madurando, desarrolla habilidades intelectuales que no poseía en una edad
más temprana; como, por ejemplo, la habilidad de manejar símbolos o la capacidad de pensar hipotéticamente.
Al mismo tiempo, sus intereses llegan a ser más complejos y sus respuestas emocionales más profundas e
intrincadas. Por eso su habilidad para aprender depende de su desarrollo físico o psicológico, en el sentido de
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que el dominio de cierto tipo de materia demanda disposiciones emocionales e intelectuales que solamente
emergen de manera gradual.
Se dirá, sin embargo, que ningún educador cuerdo tratará de enseñar a un alumno algo que todavía no es capaz
de aprender. En este sentido puramente negativo, cualquier orden correcto de aprendizaje sería psicológico.
Veamos, entonces, el sentido positivo de tal principio. El orden de aprendizaje es positivamente psicológico
cuando el criterio del desarrollo alcanzado por el alumno no se utiliza solo para descartar aquellas cosas que el
alumno no puede aprender, sino para seleccionar, de entre la gama de materiales que están dentro de su
capacidad, precisamente aquello que debiera aprender. En su sentido más pleno, por lo tanto, la expresión
“orden psicológico” hace referencia a una secuencia de instrucción que no solamente está limitada por el estado
psicológico del alumno (como cualquier programa de estudio correcto debe estarlo), sino también determinado
por él. Este es el sentido en el cual los educadores usan comúnmente la expresión.
Se dice que el orden de aprendizaje es lógico cuando está determinado por la organización del conocimiento en
las disciplinas formales; sujeto, por supuesto, a la salvaguardia de que no se enseñe nada que el alumno no esté
en condiciones de aprender, psicológica o fisiológicamente. Dentro de una disciplina, las ideas (conceptos,
principios, teorías) se hallan organizadas de acuerdo con su poder de explicación. El poder de explicación de una
idea es una función de la cantidad y alcance de las unidades de conocimiento cuyo significado abarca.
En las matemáticas, esta organización es lógica en el sentido formal, puesto que todo conocimiento matemático
está ordenado deductivamente. Esto quiere decir que cuando cualquier idea matemática (fuera de los
postulados) explica a otra, lo hace como una premisa que explica su conclusión. En algunas ciencias naturales,
tales como la física, ciertos conocimientos –principalmente las teorías muy desarrolladas y los sistemas de
teorías- también están organizados deductivamente. Es decir, que los fenómenos explicados por las teorías son
deductibles, lógicamente, de éstas, y muchas de las teorías son lógicamente deductibles de teorías más amplias.
En la mayoría de las disciplinas, sin embargo, la organización del conocimiento no es en todos los casos
estrictamente lógica. Cuando decimos respecto de alguna de estas disciplinas que una idea dada explica una
cantidad de otras ideas, queremos expresar que cualquier explicación completa de esas otras ideas debe incluir
la explicación de la primera. Por ejemplo, en antropología no podemos explicar el significado de “configuración”
sin dar primero el de “cultura”.
Así llegamos a la conclusión paradójica de que la expresión “orden lógico” designa un orden de aprendizaje que
en muchas áreas de la materia de estudio no puede ser lógico. Admitiendo que es posible ordenar los elementos
de ciertas disciplinas, como la física, según sus alcances deductivos, hay que reconocer, sin embargo, que en la
mayoría de las disciplinas, tales como historia o literatura castellana, resultaría casi o totalmente imposible
hacerlo.
¿No es incorrecta, entonces, la expresión “orden lógico”? Estrictamente hablando, sí que lo es. No obstante,
tiene un cierto valor. Los educadores la adoptaron para designar cualquier orden de aprendizaje gobernado por
la naturaleza de la materia antes que por la del alumno. En virtud de su sonido y ortografía similar, los términos
“lógico” y “psicológico” señalan este contraste mejor que cualesquiera otros términos. No habiendo más
expresiones alternativas que se usen corrientemente entre los educadores, este texto seguirá empleando la
expresión “orden lógico”, distinguiendo cuando sea necesario entre un orden estrictamente lógico y otro
seudológico, o lógico solamente por convención.
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La mayoría de los educadores están de acuerdo en que el orden de aprendizaje debe seguir alguna vía media
entre las llamadas “demandas lógicas” de la materia y las demandas psicológicas de la naturaleza del alumno, en
proceso de desarrollo. Parece ser lo suficientemente obvio, por ejemplo, que las matemáticas deban ser
estudiadas antes que las ciencias, porque no solamente aquellas son el lenguaje de estas, sino que ciertas ideas
matemáticas, como la de número, son requisitos previos de las ideas científicas, en el sentido de que éstas no
pueden ser explicadas de manera efectiva sin alguna explicación previa de las primeras. Por otro lado, puesto
que el conocimiento deben adquirirlo seres humanos en proceso de maduración, la educación ha de respetar el
curso del desarrollo humano, por lo menos en la medida en que éste pueda ser determinado. Un niño de 7 años
no desaprovecharía totalmente un curso de trigonometría, pero es obvio que a los 15 años podrá aprender esta
materia más rápidamente y de manera más efectiva. Por lo tanto, el orden del aprendizaje en las escuelas está
gobernado en parte por la pretendida lógica de la materia de estudio, y en parte, por la psicología del que
aprende. Los educadores difieren respecto del equilibrio que conviene establecer entre estos factores.
La mayoría de los educadores progresivistas proponen un orden de aprendizaje preponderantemente
psicológico. Puesto que el alumno aprende mejor resolviendo problemas planteados por sus intereses reales –
sostienen los progresivistas-, y siendo así que estos intereses están condicionados principalmente por su
desarrollo psicológico, el orden de los problemas debiera estar determinado principalmente por su grado de
madurez intelectual y emocional. (Por supuesto, la psicología y, en una medida limitada, también la materia de
estudio, no son las únicas determinantes del orden de aprendizaje. Ciertas necesidades y condiciones de la
sociedad, del medio, también deben ser tenidas en cuenta, pues dan el contexto en el cual surgen los intereses
de la vida real.) Recientemente, sin embargo, la teoría progresivista tiene menos adeptos y el interés ha
comenzado a desplazarse hacia el orden inherente al conocimiento en sí mismo. Cada vez son más los
educadores que sostienen que las demandas de las materias de estudio deben ser recibidas con mayor simpatía
de la que les brindaron los teóricos de tendencia progresivista.
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