M u j e r e s h e c h i c e r a s 10 A 500 años de la invasión a nuestro continente, por los que presuntamente eran poseedores de la verdad y la nueva fe, encubriendo y destruyendo las ciencias y las artes atesoradas en siglos, nos encontramos mirando al pasado, pues valor encuentran de este modo los pueblos para afrontar el porvenir. Quien crea que con este título se va regodear con disquisiciones sobre el modo o manera de agradar al varón, excitarlo y atraparlo, según métodos y sistemas de semanarios a la moda, ya puede ir archivando el apunte. Aquí vamos a tratar cómo se las arregló la mujer americana para trascender en sus culturas, desde los albores de los tiempos; sobre todo, cómo se comportó ante el misterio de la salud, la vida y la muerte. La gente primitiva que llegó en oleadas migratorias a nuestro continente, asignó a la mujer tribal trabajos y obligaciones muy semejantes a las del hombre: salía a cazar, pescaba y recolectaba con su pareja, con igual destreza. Las guerras también la encontraron defendiendo lo suyo, hasta que la evolución de las culturas le fue condicionando su actividad. Sin embargo al llegar a la vejez (que sobrevenía muy pronto), se replegaba en la cueva, choza o toldo a realizar las tareas que su físico desgastado le permitieran. Hubo comunidades, como la de los actuales esquimales, que ante la escasez de alimentos abandonaban a los ancianos para que se los comiera el oso, modo de reciclar las proteínas, que a su vez ellos iban a comerse del animal. Pero hubo otras que las conservaron como reservorio y reproducción de la memoria colectiva. Las ancianas contadoras de historias de los antepasados o de sus dioses, rezadoras, sacerdotisas, sibilas, recetadoras de remedios, que existieron desde los tiempos más primitivos. No sirviendo ya para la reproducción, ni para saciar el placer sexual de los hombres, ni para modelar la alfarería, ni para la elaboración de prendas de vestir, ni para recolectar frutos o raíces, quedaban al abrigo del fuego cocinando pócimas, mezclando hierbas medicinales, fabricando nauseabundos mejunjes, recibiendo las nuevas vidas y adiestrando de acuerdo con su experiencia a las jóvenes del clan en el duro oficio de sobrevivir en medios hostiles y precarios. Esta era una manera harto efectiva de ser todavía imprescindibles, de tener un predicamento dentro de la reducida sociedad humana. Se dice que por aquellos tiempos, los hombres armaban excursiones para 10 Dillon, Susana, Mujeres que hicieron la América. Biografías transgresoras. Editorial Catari, Buenos Aires, 1992, págs. 26-33. - 56 apoderarse de las mujeres de las tribus vecinas. Cuanto más mujeres tenía la tribu, más importante era. Entonces la mujer fue el primer ser humano caído en la esclavitud. Miles de años le ha llevado sacársela de encima, pero todavía está en eso. El arribo del patriarcado la ubicó en el papel de sometida dentro de la sociedad machista. Las tres grandes civilizaciones que se desarrollaron en nuestro continente, la colocaron en una posición de ventaja sobre las mujeres europeas que fueron sus contemporáneas. Las americanas gozaban de libertad sexual; no estaban atenaceadas por la represión con que se ensañaron las religiones cristianas y mahometanas y las culturas orientales y europeas. Los árabes llegaron a extirpar el clítoris a las púberes, como modo de evitarles el placer. Las indias no consideraban más valiosa a la virgen, sino a la que había demostrado la riqueza de su útero, cuanto más prolífico mejor. El cielo azteca más excelso le era otorgado a la mujer que moría de parto, como a los guerreros en el campo de batalla o la muerte por sacrificio o muerte florida. Las culturas americanas no conocieron la prostitución, salvo las sacerdotisas aztecas que la practicaban ritualmente con los escogidos hombres águila u hombres jaguar, nunca antes de comenzar el combate. Los indios en todas sus culturas tuvieron el culto del agua, Chac y Tlaloc; para mayas y aztecas eran los más invocados. La lluvia era la divinidad que hacía fecundas las milpas labrantías. Era adorada en los baños que producían placer y salud. Cada familia se daba sus baños de vapor al terminar las tareas diarias: consistía en recalentar piedras en chozas especiales parecidas a hornos, sobre las que se volcaba agua. Era el momento de la reunión de la higiene para luego sentarse a comer. Los incas tenían baños rituales, aún en los fríos ríos de los Andes. También conocían los beneficios de los termales. En Colombia, hasta hoy, se bañan los arhuacos en medio de los ríos; nadan y juegan al fin de la jornada, felices en los dominios de Nyeldúe, el poético dios de los ríos, las canoas, el oro y los peces. Ese gusto por la higiene les preservaba la salud. En las grandes ciudades, como México o Cuzco, había cloacas y agua corriente de manantial. A la llegada de los blancos "civilizados", fueron destruidas las instalaciones como "cosa del demonio"; entonces sobrevino el cólera, las viruelas y las infecciosas hasta ese momento desconocidas. La prédica y la práctica de la nueva religión trajo aparejada la persecución y la condena de los que se bañaban. Para los españoles, cristianos fanáticos, eran herejes los que se bañaban deleitosamente: por este motivo los mandaban a las - 56 hogueras inquisitoriales. Los piadosos practicantes de la fe cristiana debían vivir en olor de santidad, es decir, olor a mugre. Los códices mayas y aztecas, que atesoraban la cultura secular de estos pueblos, fueron quemados como actos de fe, según el criterio de los "civilizadores" por ser cosas de idólatras y herejes. Se incineró pues, todo un tratado de medicina, herboristería y terapias; sólo se rescataron tres libros de códices que se hallaban diseminados en museos europeos. Quedan algunos incompletos en México, para que se maravillen los turistas, científicos y profanos. Los indios fueron gente de buena dentadura, sin embargo, se han encontrado momias de personajes y dignatarios con la dentadura completa realizada en cuarzo en el Perú. En Yucatán aplicaban piedras preciosas a los dientes y también los limaban para embellecerlos. Entre los incas practicaron la trepanación de cráneos y los injertos óseos con notable resultado. Los métodos anticonceptivos eran más eficaces que los actuales. En épocas de desastres naturales: sequías, terremotos o inundaciones, el inca ordenaba no procrear. Las mujeres entonces se hacían colocar un pequeño objeto de cerámica, tal como un dedal, en el útero. Existe en el museo antropológico de Cuzco el instrumental idóneo que nos resulta asombroso, así como el usado en cirugía. Mucho antes que los científicos europeos, habían descubierto la anestesia a través de la coca o por la hipnosis, las hemorragias eran contenidas por este sistema y por las telas de arañas. A este respecto la medicina moderna tiene mucho para decir. Las mujeres aztecas tenían gran experiencia en cuanto a la aplicación del herbolario. Cuando alguien de la familia caía enfermo, eran las mujeres ancianas las que primero acudían, pero si los brebajes y cuidados resultaban ineficaces se llamaba al médico o ticitl, que venía con todos sus accesorios, algo así como la utilería teatral para el caso: tabaco para ahuyentar los malos espíritus, alas de murciélago o de águila, madejas de cabello, polvos de distintas procedencias, conchas, patas de sapo, etc. Masajeaba el enfermo hasta extraerle una supuesta piedra o espina o astilla encantada. La enfermedad no era natural, era un hecho místico. Si todo esto no servía para la cura se le daba una infusión de la corteza de una especie de belladona que le provocaba narcosis: el paciente soñaba y se suponía que relataba el origen del mal. Una vez terminada la cábala, el médico, asistido por las ancianas, utilizaba algunos remedios lógicos, otros disparatados y otros por fin ridículos, pero de gran efecto para los que rodeaban al enfermo. Por torturante que fuese la terapia, el paciente la soportaba sin chistar temeroso de arruinar la magia. No hace tanto tiempo pasaba lo mismo con - 56 ventosas, cataplasmas, sinapismos y qué decir de las terribles purgas primaverales, de las cuales quien esto escribe ha sido una inocente víctima. Las enfermedades gástricas entre los aztecas eran frecuentes, dada la alimentación: maíz, frijoles, picantes, escasas proteínas. La parasitosis intestinal era endémica, para ello la herboristería tenía eficaces remedios, pero se reinfectaban de inmediato. La utricularia se utilizaba para enfermedades renales, lo que ellos decían: orines atajados. Cantidades de flores eran recogidas antes que se levantara el viento para ser exprimidas en agua de manantial y guardadas en vasijas nuevas, para varios tratamientos. La diosa Xozipilli, de las flores, el amor y la fecundidad, tenía mucho que ver con esta práctica. Los piojos, las indisposiciones femeninas y el olor a cabra en las axilas, que a muchos los preocupaban, tenían eficaces remedios machacando hierbas, cocinándolas para luego ser aplicadas. A las parturientas las asistían con abnegación, provocando el abundante flujo de leche y cuando, por exceso, salían abscesos en las mamas. Aliviaban también los dolores de parto, mediante hipnosis y hongos soporíferos. Pero lo que nos llama poderosamente la atención era que al igual que a nuestros conspicuos conductores políticos y los no menos importantes conductores de la economía los atacaba el socorrido "stress". Dice el códice de manera textual: "la fatiga de los que gobernaban y desempeñaban cargos públicos" era tratada por una vasta farmacopea y estimulantes alucinógenos. Los mexicanos afirman que los chistes políticos a este respecto fueron precolombinos y que los cuentos de gallegos poco afectos a la higiene los inventaron los aztecas. Durante la realización del matrimonio, si la mujer era virgen, detalle que no los preocupaba mucho, a la desfloración la realizaban suegros y cuñados ya que el mal estaba en todas partes y podía cautivar al novio, el cual esperaba pacientemente su turno, días después que sus parientes habían ahuyentado tal demonio. Mas, esta actitud no debe escandalizarnos: los europeos para el mismo tiempo y durante la Edad Media, sometían a las jóvenes casaderas al "derecho de pernada" practicado por el señor de la comarca o del castillo quien tenía ese privilegio entre sus vasallos y protegidos. La autoridad religiosa cristiana aprobaba estas prácticas. Junto con los conquistadores españoles llegaron religiosos que no siempre fueron el espejo de las virtudes cristianas. Eso se suplía con un fanatismo que no los dejaba ver lo que de valor detentaron las culturas de los pueblos sometidos. Entre ellos el fraile Diego de Landa recorrió Guatemala quemando los códices que contenían la sabiduría de los pueblos de Mesoamérica; el obispo de Sahagún haría otro tanto con los - 56 encontrados en México. Grande fue entonces el daño ocasionado a la protociencia, pero corriendo el tiempo, parece que se arrepintieron de ese exceso de celo y se abocaron a recoger de la tradición oral de estos pueblos la historia y las prácticas científicas. Cuenta de Landa que "las mujeres mayas eran maravillosamente castas, porque volvían las espaldas a los varones con quienes se encontraban en el camino", anhelaban tener muchos hijos y se los pedía a Ixchel, la diosa del embarazo, a la que también pedían las aliviara de los dolores del parto. Los hombres podían repudiar a la mujer si era estéril, como en Europa y Oriente. Si la mujer tenía problemas menstruales se la curaba fácilmente quemando una vieja sandalia de cuero debajo de la nariz de la paciente, o mejor, las plumas de algún pájaro carpintero. En los partos sin complicaciones, actuaba la comadrona llamada Ix-Alanzah; si se complicaba, corrían a buscar al médico-hechicero Al-Ahmen. Lo dice el códice: "Para expulsar al feto muerto de la matriz se recomienda mezclar leche de perra con aguamiel de balche; después que la mujer haya tomado esta bebida, poner un plato humeante con brasas debajo de ella para que el humo pueda llegarle dentro de la matriz". Las hechiceras siempre andaban a la pesca de algún afrodisíaco poderoso ya que los mayas eran libidinosos por naturaleza, los más socorridos eran el corazón de colibrí o los testículos de cocodrilo. En ésas también han andado los jíbaros del Amazonas que cortan en tiras el pene de estos enormes saurios y una vez secado y pulverizado lo mezclan en la cerveza folklórica de mandioca y se lo dan a beber a la dueña de sus ratones ... o la de sus pensamientos. Tanto los mayas como los aztecas tenían una idea muy exacta de la anatomía y fisiología humana, adquirida durante los frecuentes sacrificios a los dioses. Sus conocimientos eran mucho más aventajados que los de los sabios europeos, impedidos por la religión a explorar cadáveres. Sin duda fueron los incas los más avanzados en medicina precolombina. Aún hoy resulta asombroso. Así lo ha expresado el especialista cordobés en traumatología y ortopedia, Carlos De Anquín, quien ha practicado en el Cuzco operaciones con piezas del primitivo instrumental, probando su funcionalidad actual. La coca Se la usó desde tiempos inmemoriales. Se la masticaba en ocasiones muy especiales en tiempos del incario: para que el inca se inspirase en momentos graves para su imperio, para los sabios amautas, ancianos venerados, al predecir y augurar, las mujeres en el momento del parto, los chasquis que debían correr llevando - 56 importantes mensajes por desiertos y montañas, los ancianos para estimularse. La llamaron "planta divina", reglamentando el sistema de cultivo al que sólo accedían los ancianos, quienes también la cosechaban; de esta manera alejaban a los jóvenes de su uso. Los españoles, al invadir, pronto se dieron cuenta de sus virtudes: quitar el cansancio, el hambre, la sed y dar fuerzas suplementarias. Comenzaron a vendérsela a todo el que la quería comprar, constituyendo, con una miserable ración de maíz, todo lo que le daban para alimentarse a los indios reducidos a la esclavitud de la encomienda en el agotador trabajo de las minas de oro y plata, donde el encomendado era exprimido hasta caer para no levantarse más. La coca era más preciada que el oro, la plata o las piedras preciosas. La Iglesia de los conquistadores pronto la adoptó como una de las regalías y privilegios para hacerse de diezmos. Dice el cronista Cieza de León en 1550: "También tenían entradas de importancia que consistían en que la porción más grande de los ingresos del obispo, canónigos y demás clero de la iglesia catedral de Cuzco, procedía de los diezmos correspondientes a las hojas de coca". A partir de entonces se extendió el uso de la coca masticada añadiendo un mordiente calcáreo para mejor asimilarla, el acuyico, especie de bola de hojas que los actuales peruanos y bolivianos mastican y pasan de un carrillo a otro. Su uso indiscriminado ha debilitado la raza y se ha extendido en otros usos más dañinos. La drogadicción comenzó con la llegada y beneficio del blanco. En el Perú incaico, cuando la sabiduría del médico y los arrestos de la hechicera no alcanzaban para salvar la vida del enfermo, era común que los deudos ataran el médico al muerto y a ambos los llevaran al desierto. Ya se puede apreciar que la suerte de uno estaba atada a la del otro y así terminaba su vida si el muerto era de la familia del inca. Por el contrario si salía exitoso, venciendo el mal, era obsequiado con objetos de oro y plata, turquesas y esmeraldas. Los honorarios estaban muy por encima de los modestos plus actuales. Las machis Próximas a nosotros, en espacio y tiempo, las mujeres hechiceras mapuches son un pintoresco e interesante antecedente de nuestras médicas actuales. También ellas debían pasar por un período de aprendizaje y de práctica que se realizaba en las diseminadas tolderías de la pampa salvaje. Oficiaban de consultores y curanderas de enfermedades producidas por supuestos influjos y misteriosos males: huevecú para los - 56 mapuches chilenos, hualichu para los argentinos. Lo representaban como un torbellino negro, que suponían ser el espíritu de los muertos, que se introducía en los huesos, en las vísceras o en la cabeza del enfermo. Ritual o machitun Para extraer este maleficio o hualichu, la machi o a veces el shamán, casi siempre homosexual, realizaba una ceremonia con grandes aspavientos para así motivarse, a la vez que impresionaba a los deudos. El enfermo, para éstas, acostado en el suelo, entre mantas, orientada la cabeza hacia el Este, está tratando pasivamente de no interrumpir el exorcismo, por temor a profanarlo. La machi, danza y canta su sonsonete monocorde alrededor del enfermo, percibiendo el mal; luego succiona alguna parte del cuerpo y escupe sobre unas hojas de determinados yuyos que después quema. La danza dura horas persiguiendo o reculando el mal, hasta que en el piso encuentra una pajita, una piedra, un pelo o estaca supuestamente encantada -el mal- que es quemado. El humo es el daño que se ha vencido, el hechizo conjurado. Entonces la machi llama a los espíritus benéficos para que acudan en su ayuda a terminar el tratamiento. Pacta con ellos, que están representados en algunos animales o plantas o seres mitológicos. Los grandes adivinos y profetas realizan este machitun o ceremonia curativa pintando su cuerpo de colores estridentes, colcándose accesorios de gran efecto: plumas, colas, collares, muñequeras, conchas, polvos diversos ... en fin, toda una infraestructura para causar mayor impresión entre enfermo y parientes. El clímax de la ceremonia llega a su mayor potencia cuando el o la curandera logra comunicarse con el espíritu, luego de tantos gestos, danzas, cantos e imprecaciones. Entra violentamente en trance. El son del cultrún, tambor mapuche, los enerva a todos y llega la desencadenante al encontrar el objeto al que se le adjudica el mal: un palito, un inocente sapo o una angustiada lagartija. La ceremonia puede durar días, según la importancia del enfermo, las hambres atrasadas de la especialista, o lo que el cuerpo aguante. Aparte de esta dramática circunstancia la presencia de la Machi era requerida si la suegra asentaba sus reales por el toldo de la pareja. Era imprescindible el consabido exorcismo para extraer todas las hoy llamadas "malas ondas" dejadas por la universal enemiga de la paz hogareña. Gesto muy parecido tienen las cholas cuzqueñas y paceñas cuando ofrecen sus mercaderías en sus tenderetes callejeros. Si una turista blanca se arrima a observar la - 56 mercadería, la toca o se la prueba, sin ningún disimulo, la chola pasa una ramita de ruda varias veces sobre la prenda en cuestión, para contrarrestar la mala onda. El heredado gualicho, especie de maleficio que supuestamente se hace al varón enamorándolo perdidamente con malas artes: ponerle sangre menstrual o yuyos afrodisíacos en el mate, no son otra cosa que mitos trasmitidos por estas sacerdotisas vernáculas a la gente sencilla del campo. Es una manera mágica de ir acomodando instintos y apetitos que brotan en la vida cotidiana de por sí avara en incentivos, y de sobra, monótona. Debemos reflexionar que si nuestros propios gobernantes y aún aquéllos que detentan el gran poder en este mundo andan consultando horóscopos, adivinas y parapsicólogos, ?qué queda para los simples mortales, gente del montón? No hay duda, los brujos mandan todavía, con la misma fuerza que en tiempos de la caverna. Las mujeres hechiceras no pasan de moda, eso sí, ahora adquieren para lucir en sus propios menesteres, otro "look". Bibliografía Felice Belloti. Tierra Maya Víctor Von Hagen. Aztecas-Mayas-Incas Sylvanus Morley. Civilización Maya Louis Baudín. El imperio socialista de los Incas Von Hagen. Los reinos desérticos del Perú Esteban Erize. Diccionario comentado Mapuche-Español - 56