ACTIVIDADES PARA EL ALUMNO Testimonios de

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ACTIVIDADES PARA EL ALUMNO
Nombre Ficha Temática: Caída del Muro
Subsector: Historia y Ciencias Sociales
Comprensión lectora
Testimonios de tres ciudadanos alemanes, de un lado y otro del Muro, que
vivieron in situ su caída. Por Ana Alonso Montes
"Mamá, mamá, alégrate. Hoy es un día histórico. Ha caído el Muro". Diez años
después, el eco de los gritos de Christianne y Martin todavía resuena en el recuerdo de
Doris Hensel. La noche anterior, Doris había estado pendiente de la radio y entre
sueños escuchó cómo el locutor hablaba de que se había abierto la frontera y cientos,
miles de personas, en su mayoría jóvenes de uno y otro lado, bailaban encima del
Muro. ¿La gente baila encima del Muro? Doris pensó que era una alucinación fruto del
cansancio de la jornada.
Por la mañana fueron sus hijos quienes la despertaron en un mundo distinto. Pocos
días antes, los Hensel, Doris y Wolfgang, habían participado, como un millón de sus
conciudadanos de la antigua República Democrática Alemana (RDA), en la mayor
manifestación en favor de las libertades jamás conocida en el país socialista. "Entonces
me di cuenta de que algo se estaba moviendo. La fuerza de todos nosotros reunidos en
la Alexanderplatz era imparable. Pero nunca creí que todo iba a pasar tan rápido",
comenta Doris, que apenas contaba 12 años cuando levantaron el llamado Muro de la
Vergüenza en 1961.
En la protesta del 4 de noviembre, los ciudadanos anónimos de la RDA se lanzaron a la
calle sin miedo a exigir su derecho a la libertad, libertad para cruzar la frontera cercana
y otras lejanas, libertad para hablar sin mirar a uno y otro lado por si andaba al acecho
la Stasi (policía política del régimen de la RDA), una libertad por la que no hubiera que
derramar una sola gota de sangre. La escritora germanooriental Christa Wolf destaca
cómo el primer derecho que recuperaron sus conciudadanos fue el de pensar y hablar
sin temor. "Nos sorprendimos a nosotros mismos con el grito de `democracia, ahora o
nunca', con lo que queríamos decir el poder para el pueblo, y nosotros somos el
pueblo".
Fue precisamente el lema Wir sind das Volk (nosotros somos el pueblo) el estribillo
entonado por quienes, como los Hensel, se habían dado cuenta de que el viejo sistema
había caducado. Para los hijos de los Hensel la caída del Muro era una fiesta que había
que celebrar de inmediato con un viaje a la parte oeste de la ciudad. Para Doris y
Wolfgang comenzaban otras preocupaciones. "No podía sentir alegría o entusiasmo,
porque me atenazaba el miedo existencial. ¿Qué pasaría con nosotros? Perdería mi
trabajo, totalmente inútil en un sistema capitalista, los precios subirían. Tendríamos
que aprender a vivir en otras coordenadas", explica Doris, quien todavía reside junto a
la Bernauer Strasse, muy cerca de donde se encontraba uno de los pasos fronterizos.
En este mundo nuevo nació a finales de noviembre de hace diez años Philippe, hijo de
Ángela Hernández. En el último mes de embarazo, ya de baja maternal, Ángela seguía
las noticias con preocupación. Sus padres, residentes en Leipzig, una de las ciudades
más activas en el movimiento popular, participaron en varias manifestaciones para
reclamar la apertura de fronteras y reformas inmediatas, pero ella prefirió mantenerse
al margen. No quería verse envuelta en un tumulto y tener complicaciones en el parto.
Como casi todos, a uno y otro lado del Muro, la noche del 9 de noviembre se vio
sorprendida por la noticia en los informativos. Con la mente puesta en el niño que
vendría al mundo en unos días, Ángela sintió miedo, ese miedo existencial del que
hablaba Doris Hensel. "Con la RDA teníamos techo y formación asegurada, y no podía
imaginar qué había al otro lado, cómo sería la vida cotidiana", afirma Ángela, quien
sigue viviendo, junto a su marido, nacido en Cuba, y sus tres hijos, en el centro de
Berlín. Sus temores no eran infundados. Perdió su trabajo como traductora y conoció
"la decepción del paro". A Doris Hensel, química de profesión, también le costó
encontrar de nuevo su sitio en el mercado laboral occidental. Cuenta Doris cómo, al
día siguiente de la caída del Muro, fue a su oficina y miró todo con mucha atención.
"Sabía que todo aquello, que hasta entonces era mi mundo, llegaba a su fin. Nada
volvería a ser igual", señala Doris, quien tras muchos avatares ha logrado un puesto
como técnico de medio ambiente en una oficina estatal.
Finalmente, Ángela también encontró trabajo como secretaria en una empresa
extranjera. Pero esta joven madre sabe que a los mayores les resultó mucho más
difícil. "Tuvimos suerte porque éramos jóvenes. Para los padres fue muy duro. La
mayoría se quedaron en el paro y quienes encontraron algo perdieron el estatus que
se habían labrado durante toda una vida", incide Ángela.
el viaje hacia berlÍn, una gran fiesta. Desde el oeste, la apertura de la frontera que
separaba las dos Alemanias se vivió como una fiesta tan esperada como incierta.
Philippe Kreutner estudiaba Filología española y se pasó el día 9 buceando en la
biblioteca en Bonn en la obra de Julio Cortázar, sobre quien elaboraba su tesis. Cuando
llegó a casa, le esperaba su pareja, Gloria, que acababa de llegar de su país de origen,
Bolivia, un mes antes. "Gloria había oído poco sobre Europa, pero le emocionó la
noticia de la caída del Muro. Bajamos a la calle y todo el mundo hablaba del Muro.
Intentamos coger un tren, pero hacia Berlín iban todos llenos, así que decidimos hacer
autostop", recuerda Philippe.
Su viaje a Berlín se convirtió en una aventura que duró quince horas. En el trayecto se
vieron inmersos en un gigantesco atasco. En dirección a Berlín iban los coches
occidentales, flamantes a ojos de los orientales, y en el sentido contrario se toparon
con los populares trabis, los vejestorios autos de la RDA. "Nos cruzábamos e
intercambiábamos saludos. El viaje fue una fiesta", añade Philippe.
Cuando los Kreutner llegaron a Berlín se encontraron una ciudad con el rastro de la
fiesta de la noche anterior. Como una casa el día después del último guateque. Para
Philippe, aquel fin de semana fue histórico. De hecho, él siente que el 9 de noviembre
es una fecha que inspira más la celebración que el 3 de octubre, la fiesta oficial de la
unificación. "El día 9 decidió el pueblo, por eso me parece una fecha más señalada
para festejar", señala.
Ni Doris ni Ángela van a hacer nada especial el próximo día 9, cuando se conmemora el
décimo aniversario de la caída del Muro. Con el cambio, sus familias, como tantas
otras, han ganado libertad para viajar, hablar y gastar, pero han perdido la seguridad
laboral y cierta camaradería que ha quedado sepultada por un mayor individualismo.
"Vivo en la misma casa, aunque los productos a los que ahora accedo tienen más
calidad. Además, sabemos que no hay gente en la cárcel por querer escapar, que no
hay víctimas de represalias. También podemos viajar, si tenemos medios, a cualquier
país. Pero el proceso ha sido duro: hemos tenido que aprender de nuevo, sobre todo,
ha cambiado nuestra relación con el dinero, que lo rige todo. Al principio idealizamos
la democracia, ahora la mayoría está decepcionada", explica Doris Hensel.
A Ángela, la traductora, todavía le resulta extraño escuchar el himno de la República
Federal e identificarlo como propio. "Toda mi vida crecí con otra música de fondo, no
es tan fácil cambiar el registro. Se necesitan más años para pensar en otras
dimensiones", concluye Ángela.
Citado en Historia y Ciencias Sociales 4ºEducación Media
http://www.elmundo.es/magazine/m5/textos/muro1.html
Preguntas:
1. ¿En qué términos se expresaron los alemanes orientales el 4 de noviembre?
2. ¿Cuál fue la sensación de Doris Hensel el día de la caída del Muro de Berlin?
3. ¿Cuál fue la consecuencia laboral para los alemanes mayores?
4. ¿Cuáles fueron las ventajas y desventajas de la caída del muro para los alemanes
orientales?
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