El hechicero y El invencible Esta historia probablemente haya ocurrido en la ciudad de Noba, durante la primera mitad del siglo XII de la llamada era Cristiana. Svergenebber fue un poco conocido hechicero, del que realmente se sabe muy poco, por varias razones. En primer lugar, su negativa reputación que lo llevó a vivir acompañado sólo por su soledad. Claro que esta, fue en parte también una de las razones que le dieron la popularidad suficiente como para que hoy este breve relato llegue a nosotros. Por otro lado, sus creencias por fuera del campo del conocimiento comprobable le habían valido su caída en el descrédito total por parte de sus contemporáneos, ya que en plena alta edad media manifestó públicamente su alejamiento de la iglesia de la cual fue separado luego de algún que otro escándalo protagonizado por su impertinencia con el costo de pasar de ser un próspero sacerdote a recibir el mote de hechicero, aunque en realidad no haya pruebas fehacientes hasta el día de hoy, que conociera algún conjuro o que poseyera algún poder sobrenatural. Uno de los mayores problemas de Svergenebber era su desconexión con el mundo que lo rodeaba, un mundo que no estaba dispuesto a tolerar la falta de una imagen, la ausencia de una fachada que ocultara su verdadera esencia y anhelos. Un lugar y un momento en el que escaseaba el sentido del humor, en el que para reír, había que hacerlo siguiendo algunas recetas ya elaboradas, y la espontaneidad era frecuentemente una mala palabra. Rauder Kultur sí que era un próspero mercader de esta amurallada ciudad que se hallaba sobre el río Welph. Se hizo famoso por las fiestas que organizaba anualmente después de las temporadas de cosecha, que por supuesto lo habían llevado a enriquecerse considerablemente. Era un hombre sociable, astuto y prepotente. Con una bajísima capacidad de convencer que equilibraba con sus excesivas dadivas a las clases más necesitadas, que por otra parte empleaba para trabajar en sus empresas. No era sorpresa que al casarse una joven pareja, recibiera algún generoso presente de parte de Kultur. Sería una obviedad decir que ambos personajes jamás se llevarían bien en el remoto caso de tener que compartir algún momento. Pero el azar está condicionado por una lógica tan dramáticamente rigurosa, que hizo que estos dos señores fuesen vecinos. El Señor Kultur consiguió a un bajísimo precio un gran terreno que envolvió literalmente la pequeñísima finca de Svergenebber. El bajo precio fue gracias a la influencia de Kultur en la actividad de la usura, actividad que realizó de manera tan eficiente, que la gente de la región llegó a tener grandísimos actos de generosidad hacia él. Especialmente en todo lo que tenga que ver con la actividad inmobiliaria. El pueblo amaba a Kultur, y debido a sus dotes expansivas y contundentes, llegó a ser apodado “El Invencible”, ya que sólo se le conocían victorias. Nada parecía detenerlo, nada ni nadie. Kultur fue un gran amigo del Arzobispo de esas tierras, y sus aportes a la iglesia eran los suficientes como para entrar al paraíso con amigos. Svergenebber poco sabía de Rauder Kultur, y este último no tenía idea de la existencia de él. Se cruzaron las primeras veces durante la construcción del gigantesco palacio de verano aledaño a la humilde construcción en la que Svergenebber había pasado tres cuartos de su vida. Kultur lo saludaba amablemente con la clásica intención de cualquier nuevo vecino por agradar, pero la verdadera razón era lograr un acercamiento para apoderarse amablemente de ese ínfimo tapiz de tierra que impedía una superficie rectangular del gigantesco terreno propio. Y todos sabemos la importancia que tiene poder cuadricular nuestras vidas, permitiéndonos relacionarnos de manera mucho más eficaz con los demás. Svergenebber pasaba horas estudiando, nadie sabe bien hasta que hora de la noche leía, ni que leía, pero sin dudas era un eremita. Probablemente sus estudios tuviesen un espectro que fuese desde textos religiosos, documentos históricos sobre distintos tópicos, filosofía y política antigua, y según algunos rumores, también poseía poderes otorgados por la magia negra, la cual habría estudiado desde que fue apartado de la iglesia, tentado por un demonio. Kultur había escuchado algunos de estos comentarios al averiguar por el tema de la posesión del terreno que tanto anhelaba, y a pesar de ser un hombre supersticioso, confió en su simpatía e influencia como para convencer en algún momento a su ermitaño vecino, ofreciéndole una considerable suma de dinero por dicha finca. Llegó la temporada de la cosecha, que ese año había sido poco más que excelente, beneficiando primero que nadie a Rauder. Debido a esto, el coreado “Invencible”, cuando la muchedumbre lo dejó hablar, dijo desde el pedestal de la plaza principal de la ciudadela: “Estimados amigos de Noba, como ustedes saben bien, esta provechosa cosecha significa que todos están invitados pasado mañana por la noche a mi nueva morada en las afueras de la ciudadela para festejar. Lugar apropiado dado que el viejo salón del teatro ya estaba quedando pequeño”. Tres cuartos de la ciudad volvieron a corear su apodo “Inven-cible, In-ven-cible”. Kultur era un pésimo orador, sus discursos eran tan vacíos que a nadie molestaban. Así, en el pueblo era considerado un excelente disertante, y en sus fiestas, aparte de la banda musical, él pasaba casi toda la noche animándolas, presentando a los músicos, regalando bebidas y mujeres que obsequiaba sólo por unas horas a sus invitados especiales, por supuesto. Quienes no tuviesen una invitación especial, ingresaba sin cargo a la fiesta, y disfrutaba de ciertos agasajos. Quien fuese por iniciativa propia, como invitado común, debía pagar una accesible entrada que le permitiría disfrutar de la música, bebida y comida, sin poder ingresar a la mansión, por supuesto. Esta mansión había sido construída sobre una suave lomada propia de la geografía del lugar, ubicada sobre una esquina de este gran terreno. En la esquina inversa, se encontraba el recorte que destruía la rectangulariedad que producía el miserable hogar de Svergenebber. Es importantísimo destacar que esta morada se encontraba sobre otra suave elevación de la tierra, razón por la cual casi el total de las tierras de Kultur se encontraban formando un apacible bajo que recordaba en pequeña escala a esos viejos valles ideales para hacer pastar a los rebaños. Sin notar esto, Kultur decidió ubicar justamente en ese lugar el sector de la fiesta. Alquiló a un circo que se encontraba en el poblado por aquellos días, estrados donde ubicar a los músicos, y pequeñas carpitas para el expendio de bebidas de todo tipo. Preparó un sector donde ubicar montones de leña para crear grandes fogones, dispuestos de manera geométrica, formando los puntos para dibujar un pentágono regular visto desde el cielo. Svergenebber notó el movimiento atípico que produjo este evento, sin saber bien de que se trataba hasta el momento en que todo estuvo listo para recibir a los invitados. El sol se retiró de la escena, dando lugar a una noche estrellada sin una nube, con una leve brisa que otorgaba un sincronizado movimiento a los recién encendidos fogones. El 60% de la población asistiría a esta fiesta, que paulatinamente fue arribando y buscando bebidas alcohólicas desesperadamente en las pequeñas carpas destinadas a su expendio. Kultur se había vestido con unos ropajes coloridos, brillosos y rimbombantes, similares a los de un arzobispo, pero sin cubrir su semi calva cabeza. Es que claro, esta era su noche, la noche en que él era quien hablaría a todo su público. Una muchedumbre sedienta del placer otorgado por las bebidas, y también de aunque sea una pequeña porción de su éxito. Su envidiado y aclamado éxito. Por supuesto, la presencia del gran anfitrión debía ser una entrada triunfal. Cuando todos estuviesen reunidos, la gran aparición. Y así fue. Se esperó el momento ideal, el punto exacto en que el alcohol provoca esa sensación de entusiasmo máximo en el espíritu, justo antes de la caída que provocan los quejidos del organismo. A esa hora, en ese fino lapso, una de las carpas se encendió fuego, ante el asombro de todos. Repentinamente, afloró en ese lugar una especie de estrado dorado, donde se encontraba “El Invencible”, levantando sus brazos, uno con puño cerrado, el otro con un extraño recipiente, saludando a la multitud con emoción, mientras la banda musical comenzó a tocar una música alegre y pegadiza, en un volumen estridente. La masa comenzó a bailar alocadamente, rodeando esa curiosa especie de atalaya dorada, coreando el apodo de Kultur al son de la hipnótica melodía. El gesto emotivo de Kultur, reflejaba una necesidad personal de ser reconocido, pero a la vez un imperativo hacia los invitados. Pues claro, ese era el verdadero precio de la invitación. La estridente música dejó en un segundo plano a la noche, la humana necesidad de llenar los espacios vacíos y los silencios, tapó la bella noche. Como si en el cielo hubiese tantas estrellas, que lo único que pudiésemos ver fuese una intensa luz enceguecedora. El único vacío era Svergenebber, claro. Su morada dejaba entrever una tenue luz en una de sus únicas tres ventanas, habitación destinada por él para leer e investigar. Aquella vela detrás de una pequeña ventanita, era un dorado prendedor abrochado en medio de un manto de oscuros azules que descubrían los millones de estrellas. Nubes grises se divisaban desde la leve colina de Svergenebber, como el frente de un ejército que avanza de manera lenta pero fatal. Sólo las pudo avistar, de los integrantes de la fiesta, un noble de un reino cercano que se hallaba pasando una noche de sexo grupal en una de las habitaciones del casi palacio de Svergenebber. Claro que este hombre no se preocupó en absoluto del tema, aún que hubiese visto lo que ocurrió unos minutos después. Svergenebber se encontraba bastante molesto por el barullo que causaba la fiesta, ya que no le permitía leer ni dormir. Por lo tanto, tomó la difícil decisión de salir de su auto encierro, y ponerse su única y desgastada túnica para dirigirse a curiosear al festejo de su vecino. Caminó unos pocos metros, y ya había llegado al límite de su miserable parcela, así que saltó con gran torpeza el cerco de madera dura, enganchando su túnica y desgarrándola. Situación que lo hizo enfurecer consigo mismo, y caminar colina abajo hacia la muchedumbre que se encontraba a unos doscientos metros, de manera rápida, debido a su mencionada torpeza, su mencionado enojo y la mencionada pendiente. En ese momento, Kultur acababa de beber un fuerte trago, cerrado los ojos por unos segundos para poder pasarlo sintiéndolo lo menos posible, y así disfrutar luego de haber atravesado esos segundos de auto castigo a su garganta. Al abrir los ojos, que necesitaban de unos segundos mirando hacia la nada para volver a focalizar, pudo ver aquella tragicómica figura harapienta caminando casi como poseída hacia la multitud. Kultur alzó su mano y gritó enérgicamente, “Svergenebber !!!, bienvenido a mi fiesta” y gran parte del público se dio vuelta. El desaliñado vecino levantó su mano, y un viento repentino lo tomó de frente, una violenta tormenta eléctrica comenzó en ese instante, igual que el momento en que una orquesta arranca con todas sus fuerzas luego de un prolongado silencio. La lluvia comenzó a caer de manera apocalíptica, y un rayo cayó de manera espiralada, trazando vectores que imitaban grotescamente la suavidad de una curva, como si estuviese utilizando las estacas de agua como andamio para no caer de manera lineal. Dividiéndose en varias partes antes de tocar tierra, justo sobre la multitud, eliminando, haciendo cenizas a 50 invitados. Todos hombres, primogénitos. Ni más ni menos. Luego, silencio. Varios minutos de silencio. Más silencio… De repente, Kultur sintió todo muy claro, y una voz desde el fondo de su alma afloró con la fuerza de un dragón enfurecido: “SVERGENEBBEEEEEERRR !!! NO TE TENGO MIEDOOO !!!” “POR CADA RAYO QUE ARROJÉIS SOBRE MIS TIERRAS, SACRIFICARÉ MIL CABRAS PREÑADAS, LAS ENVOLVERÉ EN SEDA TRAÍDA DESDE ORIENTE, LAS BORDARÉ CONFORMANDO UNA GIGANTESCA CADENA DE SANGRE Y LA UTILIZARÉ COMO LÁTIGO PARA DESTRUIRTE A TI AUNQUE TE ESCONDAS EN TU MADRIGUERA, RATA COBARDE Y MISERABLE !!!” Svergenebber, más conocido como “el hechicero”, corrió de manera aún más torpe y apresurada hacia su parcela, mientras la temerosa pero alborotada multitud comenzó a corear al “invencible” otra vez. Una guerra había comenzado, inocentes murieron y muchos más lo harían, no sólo humanos. Como siempre, se sacrifica a inocentes. La historia de la humanidad se condensaba otra vez, como un remanso de caos y violencia, todo estaba claramente ordenado. Todo cobraba un nuevo significado, el de siempre. Otros nombres, los mismos personajes. Como la misma obra de teatro interpretada por nuevos actores, el héroe de los hombres dotado de sus armas terrenales, debía destruir ahora a las fuerzas sobrenaturales del mal. El “súper hombre” que protege la verdad, el bien y la justicia versus el “otro” “súper hombre”, aquel que pretende trascender esta barrera, más allá del bien y del mal. Poseer un sistema, una verdad, es tener de adversarios a todos quienes estén desprovistos de ellos. Estar desprovisto de ellos tiene un caro precio, pero para ellos, por suerte el sistema les ha hecho un lugar, queridos hechiceros, locos, artistas y hedonistas de la incertidumbre. Ustedes habitan dentro de un océano de contradicciones, pero tranquilos. Jamás serán destruídos, pues no son inocentes. Ustedes no cumplen la ya nombrada condición para ser mártires. Ustedes deben vivir con su tormento, alejados, encerrados, separados, disgregados, olvidados. Pero consultados. Siempre hay hechos inexplicables, y ustedes tendrán que explicárselos a ellos, a cambio de algunas comodidades. Comodidades que se odian y se necesitan a la vez. ¡ Qué importan las pruebas a ustedes ! ¡ Qué importan los culpables, si ya no existe tribunal que los juzgue ! ¡ Qué claro está todo ! ¡ Qué claro es el caos, que orden magistral ! Tanto que pareciera no existir…