ADIÓS PARA ANTONIO MEJÍA GUTIÉRREZ

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ADIÓS PARA ANTONIO MEJÍA GUTIÉRREZ
“Ninguna tumba debe ser cerrada sin que una palabra sea dicha ante ella”.
Anatole France en el entierro de Emilio Zola.
Hace mucho tiempo, “Cuando las tortugas corrían..” nació esta
hermandad entre nosotros. Desde su llegada compartimos la sal y
el pan, la ilusión y las desazones, mil kilómetros de paisaje en
Chipre y seis años en los pupitres del Universitario.
El Instituto Universitario lo tuvo entre sus alumnos distinguidos y
fue recíproco el cariño entre él y los profesores, de los cuales
retuvo y recontó sus mejores ocurrencias en aquellos tiempos en
que la inteligencia se exaltaba sin el favor de las tecnologías. Nos
vieron los viejos parques de Fundadores y Caldas, amanecer
estudiando para exámenes, cuando la benzedrina era inocente y el
humo acompañaba la fantasía con sus volutas azuladas.
Las calles de Manizales –sin menguar los recuerdos viscerales de
Marsella su patria raizal y Salamina su patria adoptiva- lo vieron en
función de poeta, de abogado de pobres, de docente universitario,
de revolucionario político, es decir en el ejercicio completo de una
ciudadanía culta y comprometida. De un compromiso con lo mejor
del hombre que es su espíritu insurgente, su derecho a pensar y
decir, su entusiasmo al amar, su valor y respeto al discutir, su alma
abierta a la belleza de la flor, de la mujer y del verso. Fueron años
encantados de una bohemia que llenó las noches de serenata con
los grandes amores primarios y las exploraciones literarias y
políticas.
Y después, en una apuesta de compañeros, nos fuimos a Bogotá
hasta cuando llegó la hora de volver al terruño, a las familias y a los
amigos.
Nos fuimos a la capital, donde la Universidad Nacional fue uno de
sus más grandes amores. Ella lo doctoró en Jurisprudencia y
Sociología, y le permitió amistades hoy legendarias como las de
Abel Naranjo Villegas, Camilo Torres, Álvaro Uribe Rueda, Eduardo
Umaña Luna, Diego Montaña Cuéllar, Jaime Arenas… Después, en
Manizales, va a la universidad como a un ambiente propio, y es
Rector de la Universidad de Manizales y Vicerrector de la
Universidad de Caldas. También CRAMSA y la Contraloría
Departamental lo tuvieron en funciones.
No morirás del todo, amigo mío. No morirás del todo pues dijiste
“cuando entierran la sangre asesinada
se desentierran las revoluciones.”
Sus poetas cotidianos, sus asesores de sentimiento y generosidad,
un Carlos Castro Saavedra a través del cual nos llegó el alimento de
Neruda; un Miguel Hernández y un César Vallejo, desangrados a la
par con España bajo las iniquidades de Francisco Franco; y quién
diría que no cabe entre esos poetas Su Excelencia el Libertador,
como Antonio lo llamaba, y cuyo nombre llevó con la unción del
elegido. Su Excelencia el Libertador a quien aprendió a conocer y
querer visceralmente con Fernando González. Discípulo de la
filosofía vital de Fernando Gonzalez, el Brujo de Otraparte, Antonio
fue sencillo, sincero, elemental, especialista en ideas generales,
amador de Colombia, de esa Colombia tan extraña a los patriotas
de la mano al pecho, pero tan ligada a las gentes del pueblo y a los
recuerdos liberales y conservadores que hicieron la nacionalidad.
Todos tienen, seguramente, una anécdota favorita consignada por
el ingenio de Toño en sus recuerdos. Y de no ser por la solemnidad
de esta convocatoria estaríamos rodeando las cenizas del amigo
con las sonrisas de sus amigos. Y qué bello es y será que la imagen
que todos conservamos de Antonio Mejía Gutiérrez sea la de su
buen sentido, su cordialidad, su generosidad de corazón abierto, su
gran humor inteligente y sano, su amor vivo por las cosas simples y
grandes de la vida, un potro que nace, una niña que pasa, un
poema que de pronto surge… La elementalidad de su estilo y la
limpieza de su lenguaje lo hicieron llegar a las gentes que él quería,
y que después de lectores fungieron de electores en sus aventuras
políticas, cuando él los llamaba con su triple adjetivación
grecolatina: Compañeros, amigos y camaradas…
Cuando apenas se empezaba a hablar de ecología, publicó sus
“Palabras al hijo para que no use cauchera”. Para sus compañeritos
estudiantes a quienes lo hermanó siempre su inmenso corazón de
niño, escribió muchos textos, profundos en su sencillez y
elementales y accesibles como que se originaban en la pluma de
quien fue un maestro natural por vocación y por elección. La
academia regional pudo estudiar en La lotería del trabajo, Los
molinos del Derecho, El Derecho Administrativo Colombiano, los
temas que fueron de su afecto, el régimen laboral, la legislación
minera y la administración del Estado.
Qué bueno fuera que sus palabras nos ayudaran a reencontrar lo
humano. A olvidarnos un poco de la competitividad, el
imperialismo económico y la guerra, y convertirnos en El buscador
de Tesoros o en El Policía Brumoso… Reconquistar la fantasía de
los antiguos mitos telúricos, estremecernos con la imagen de María
la Parda, Bermúdez o El Puto Erizo; rescatar el encanto de
creaciones como Canaguay, y descubrir de nuevo que el filón más
rico en oro de eternidades es el corazón de los niños.
“Éramos tres los caballeros. Nadie
comprenderá jamás nuestra tristeza…”(Alberto Ángel Montoya)
Cualquier día de estos estaremos contigo,
“Y tenemos qué hablar de muchas cosas
Compañero del alma, compañero…” (Miguel Hernández)
Máximo Gris
Manizales, 4 de Julio 2009
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