NUNCA MÁS

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NUNCA MÁS
CARLO FRABETTI
Estuviste tan cerca...
Te llamé tantas veces...
Y el amor era un niño
con un arma en las manos.
NUNCA
MÁS
«Nunca más, nunca más, nunca más...»
La frase resonaba y se multiplicaba como un eco
en una caverna oscura. O más bien en un abismo
negro en el que caı́a a cámara lenta, como Alicia. Solo
que ella no iba a ningún Paı́s de las Maravillas...
—Lo siento, me temo que me he equivocado de
habitación.
Claudia se despertó sobresaltada. Ante ella vio
a un hombre de unos treinta años, alto y atractivo, con
un ramo de flores en la mano. Muy atractivo. «¿Seguiré soñando?», se preguntó Claudia. Pero no. El dolor en la pierna, sordo e insistente, la convenció de
que estaba despierta.
Solo tenı́a encendida la pequeña lámpara que habı́a en la cabecera de la cama, y la habitación estaba
en penumbra. Claudia lo agradeció. «Debo de tener
un aspecto horrible», pensó mientras se llevaba instintivamente una mano al despeinado cabello.
—Tú no eres mi tı́a Claudia –bromeó él, algo azorado.
—Bueno, has acertado al cincuenta por ciento –rió
ella–. No soy tu tı́a, pero soy Claudia.
—Ahora lo entiendo... Se ve que la chica de re9
cepción no ha entendido bien el apellido y me ha
dado el número de habitación de otra Claudia.
—Qué flores tan bonitas –dijo ella, más que nada
para darle conversación y evitar que se marchara enseguida.
Él miró a su alrededor y vio un jarrón de cristal,
vacı́o, sobre la mesita auxiliar. Desenvolvió el ramo y
lo metió en el jarrón.
—Permı́teme que te las regale. Como compensación por haberte despertado –dijo mientras arreglaba
las flores con una delicadeza casi femenina.
—Pero si son para tu tı́a Claudia... –objetó ella,
encantada.
—Tengo que volver a recepción para enterarme
de lo que han hecho con mi verdadera tı́a, y la tienda de flores está al lado. Le compraré otro ramo igual
y seguro que no nota la diferencia.
—Muchas gracias –dijo ella ruborizándose. Afortunadamente, la habitación estaba en penumbra.
—¿Qué te ha pasado? –preguntó él tras una breve
y embarazosa pausa–. Si no es indiscreción...
—Claro que no. Me he roto una cadera en un
accidente de coche.
—Te pondrás bien, supongo.
—Sı́, claro. En unas semanas volveré a caminar.
«Pero no a correr», añadió para sus adentros.
«Nunca más.»
En ese momento entró Petra. O más bien irrumpió.
Encendió la luz como si entrara en su propia habitación y miró al hombre con sorpresa, sin disimular
su aprobación. Él se puso un tanto nervioso por la mirada insistente y la descarada sonrisa de la jovencita.
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—Bueno, tengo que irme. Que te mejores, Claudia
–farfulló, y se marchó apresuradamente.
—¡Está como un queso! –exclamó Petra sin esperar siquiera a que él hubiera cerrado la puerta.
—Córtate un pelo, que yo lo he visto primero.
—El que se ha cortado es él. No parece muy sensible a los encantos femeninos. Habrá que comprobarlo...
—¡Ni se te ocurra! –rió Claudia mientras Petra se
inclinaba sobre ella para abrazarla con fuerza.
—Prometo no hacer nada mientras estés de baja.
Si es que hay algo que hacer, que no está nada claro...
Pero dime quién es ahora mismo.
—Lamento tener que decirte que no lo sé –contestó Claudia con pesar–. Ha entrado aquı́ por error.
Al parecer tiene una tı́a que se llama igual que yo y
se han equivocado al darle el número de habitación.
No sé ni cómo se llama.
—Si se llama igual que tú, se llamará Claudia.
—No es su tı́a la que me interesa, graciosilla. Me
lo has espantado y no le ha dado tiempo ni a presentarse.
—Voy a buscarlo ahora mismo para reparar mi
falta.
—Ven aquı́, loca –rió Claudia agarrándola de la
muñeca. Si se trataba de localizar a un hombre atractivo, era muy capaz de recorrer todo el hospital en
su busca.
—¿Cómo te encuentras? –preguntó Petra cuando
consiguieron dejar de reı́r.
—Bastante bien. Ya casi no me duele.
—Qué suerte has tenido, tı́a. Viendo cómo ha quedado el coche...
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—Suerte habrı́a sido no tener ningún accidente
–replicó Claudia sin poder evitar un mohı́n de disgusto.
—Claro que sı́, mujer, entiéndeme... Quiero decir
que dentro de la gravedad...
—Ya lo sé. No me hagas caso. Estoy un poco borde.
—Qué menos. Yo, en tu lugar, estarı́a insoportable.
—Anda, pásame los emilios, por favor. Mi madre
los ha impreso y me los ha traı́do esta mañana, pero
no estaba de humor para leerlos. Están en la mesita,
junto al florero.
Petra cogió los folios y los miró uno tras otro con
todo descaro, como si fuera su propia correspondencia.
—Nada interesante –dijo con afectado desdén–.
Todo tı́as...
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