Buscando un mito en Ítaca

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Buscando un
mito en Ítaca
ULISES
Un apasionante estudio de ROBERT BITTLESTONE propone una nueva
localización para la isla de Ítaca y la ciudad de Ulises, recurriendo a la
estratigrafía, la geología y la fotografía por satélite, entre otras técnicas.
ADOLFO DOMÍNGUEZ analiza la atractiva hipótesis y las vías que abre
Fotografía por satélite de la islas jónicas meridionales en la actualidad (izda.) A la dcha., la propuesta del autor para la antigua identidad de las islas.
Retícula: 50 km. Interpretación de color: vegetación, verde; agua, negro; zonas urbanas, lavanda; suelo desnudo, magenta (© R. Bittlestone y NASA).
U
na parte importante del atractivo que el mundo antiguo
ejerce sobre nosotros se vincula a la resolución de los misterios (algunos reales, otros inventados)
que las antiguas civilizaciones nos legaron. Entre esos misterios, o a veces tan
sólo incógnitas, siempre ha ocupado un
lugar importante la localización de los lugares exactos en los que transcurrieron
algunos episodios históricos, o al menos,
mencionados por los textos antiguos. Los
Poemas Homéricos, la Iliada y la Odisea,
las manifestaciones literarias más antiguas
de la civilización griega, han sido desde
siempre un filón inagotable de nombres
y situaciones que muchas veces, a lo largo de la historia, no han sido más que
eso, nombres sin posibilidad de tener un
emplazamiento determinado. ¿Dónde estuvo Ogigia, la isla de Calipso?, ¿y la isla
de Eolo?, ¿y la del Cíclope Polifemo?, ¿y la
entrada al mundo sombrío del Hades?, ¿y
el país de los Feacios? Ya los propios antiguos se hicieron esas preguntas y, a veces, fueron capaces de responderlas según unos criterios que se resisten en mu-
Ulises, atado al mástil de su barco para resistir el canto de las sirenas sin correr peligro (crátera del siglo III a.C., Berlín, Staatliche Museen).
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ADOLFO DOMÍNGUEZ MONEDERO es profesor
titular de Historia Antigua, UAM.
chos casos a nuestra lógica y que, por ello
mismo, deben considerarse poco más
que reclamos para turistas, antiguos y modernos.
Troya, el laberinto de Minos, Ítaca
No obstante, y con otros criterios, a veces
no demasiado alejados de los que los propios antiguos aplicaron, Heinrich Schliemann fue capaz de localizar la situación de
la propia Troya e, incluso, aunque Micenas
ya estaba identificada, pudo excavar en ella
una de sus ricas necrópolis clamando haber encontrado la tumba y el rostro del
propio Agamenón; del mismo modo, sir
Arthur Evans, émulo del sabio germano,
pudo hallar y excavar el no menos mítico
“laberinto” del rey Minos en la Cnosos cretense. Junto a esos lugares, parecía para
muchos que la Ítaca de Ulises, la isla a la
que tardó veinte años en regresar, estaba
bien localizada. Quien mire hoy día un mapa de Grecia verá, en efecto, cómo en él
se encuentra a la salida del Golfo de Patras,
ya en pleno mar Jónico, una isla de tal
nombre que forma parte de un pequeño
archipiélago compuesto, además, por las
islas de Cefalonia y Zacinto; así pues, si Ítaca está localizada en los mapas, ¿cuál sería
en este caso el misterio?
Las cosas, sin embargo, no son tan sencillas. La identificación de la Ítaca antigua
con la actual isla del mismo nombre, que
ya desde la Antigüedad casi todo el mundo daba por sentada plantea, no obstante,
algunos problemas si nos atenemos a las
descripciones que nos da la propia Odisea
cuando el propio Ulises (¡y quién mejor!)
nos da razón de sí mismo y de su patria:
“Soy Ulises Laertíada, famoso entre todas
las gentes por mis muchos ardides; mi gloria ha subido hasta el cielo. Mi mansión está en Ítaca, insigne en el mar, pues en ella
alza el Nerito excelso sus bosques de trémulas hojas; muchas islas también habitadas se agrupan en torno, tales Same y
Duliquio, con Zacinto poblada de selvas;
baja es Ítaca, empero, y, repuesta en las
sombras del ocaso, ve a la otras alzarse del
lado del sol y la aurora” (Odisea, IX, 1926). Si volvemos a ese mapa de Grecia que
ya hemos usado antes, veremos cómo la
isla que en la actualidad lleva el nombre
de Ítaca no se ajusta a la descripción de
la Odisea, ni por su posición ni por su topografía. Esta circunstancia fue observada
casi desde siempre y numerosos estudiosos de todos los tiempos han intentado
conciliar los datos geográficos actuales con
los que presenta el poema dando inter75
estudió en su momento Clásicas. El libro
presenta lo que parece haber sido el desarrollo del pensamiento del autor sobre
el tema, con todas sus hipótesis e ideas
iniciales, muchas de las cuales se revelaron fallidas, con el progresivo desarrollo y consolidación de su hipótesis final
así como la incorporación progresiva a la
misma de especialistas de diversas materias, entre los que destacan James Diggle,
profesor de Griego y Latín en la Universidad de Cambridge, y John Underhill,
profesor de Estratigrafía en la Universidad de Edimburgo.
La experiencia vital del autor
Imagen en infrarojos de la NASA del Canal de Estrabón. A la izquierda, la imagen con el contraste
y el brillo optimizados. A la derecha, el corte que produce la eliminación de las zonas más claras
de la misma imagen muestra por donde podría haber ido el canal (© R. Bittlestone y NASA).
pretaciones que han ido desde lo ingenioso hasta lo absurdo; para otros ha sido
más fácil pasar de puntillas por la cuestión,
achacando a los versos una despreocupación por la geografía real que los afortunados descubrimientos ya mencionados
de Schliemann, entre otros, no permiten
seguir sosteniendo.
El problema, pues, sigue estando ahí;
¿es la Ítaca actual la Ítaca de Ulises? Como parece que la respuesta debe ser negativa, la cuestión inmediata es: ¿Dónde
debemos buscar la patria de Ulises?; ¿aca-
so deberíamos renunciar a encontrarla?
Estas preguntas y sus posibles respuestas se formulan en un libro que apareció a finales de 2005, acompañado de
un gran despliegue mediático y propagandístico y que lleva por título Odysseus
Unbound. The Search for Homer’s Ithaca (algo así como “Odiseo Liberado. La
búsqueda de la Ítaca de Homero”). Su autor, Robert Bittlestone, se presenta como
un “aficionado”, cuyas actividades profesionales se sitúan en el mundo de la economía y la empresa, aun cuando también
Un olivo en el puerto
Hay en Ítaca un puerto, el de Forcis, el viejo marino,
que se abre entre dos promontorios rocosos y abruptos,
mas de blanda pendiente del lado de aquél; por de fuera
le resguardan del fuerte oleaje que mueven los vientos
enemigos y dentro las naves de buena cubierta
sin amarras están cuando vienen allí de arribada.
Vese al fondo del puerto un olivo de gráciles hojas
y a su lado una cueva sombrosa y amena, recinto
de las ninfas del agua que llaman las náyades; dentro
sus crateras están y sus ánforas todas de roca
en que suelen venir a libar las abejas, y hay,
asimismo, muy largos y pétreos telares en donde
unas túnicas tejen las ninfas con brillos marinos
que es hechizo de ver. Allí corren las aguas perennes
y las puertas son dos: una al bóreas abierta a los hombres
y la otra hacia el noto divina; ningún ser humano
tiene entrada por ésta, que es paso no más de inmortales.
Odisea, XIII, 96-112
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Cabeza de Ulises, Gruta de
Tiberio, Sperlonga (fotografía
de R. Bittlestone). Con permiso
del Ministero per i Beni e le
Attività Culturali, Roma.
El haber desarrollado esta mecánica incrementa de forma notable el número de
páginas de libro, lo que desde el punto de
vista del especialista lo hace en ocasiones
tedioso, acostumbrado como está el mundo científico a hacer hincapié por lo general en la hipótesis definitiva y en los argumentos que la sustentan y desechándose, en la exposición de los resultados,
las vías fallidas. Sin embargo, desde unos
objetivos como los que persigue el libro
de Bittlestone, dirigido de forma clara a
un público más amplio y no necesariamente especializado, la manera de presentar la información puede resultar atractiva porque el lector puede ir siguiendo la
línea de pensamiento del autor, con sus
dudas, sus sugerencias, sus vías muertas
y, por fin, la elaboración de la línea principal de investigación. No cabe duda de
que este planteamiento subjetivista hace
mucho más próxima la experiencia vital
del autor a los ojos del lector.
Pero veamos cuál es la hipótesis principal que presenta Bittlestone en este libro. En su opinión, la antigua Ítaca habría
que localizarla en la península de Paliki,
que configura la parte occidental de la actual isla de Cefalonia y que en la Antigüedad, propone Bittlestone, era una isla separada del resto de Cefalonia por un
estrecho. Aun cuando podría parecer a
primera vista que nos hallamos aquí ante una recurrencia a la teoría “catastrofista”, que culpa de los cambios perceptibles entre la realidad geográfica antigua
y la actual a la acción de diversas catástrofes naturales (seísmos, inundaciones,
erupciones, etc.), hay algunos elementos
en este caso que parecen apoyar esta visión. El más relevante viene dado por un
testimonio antiguo, que transmite el geógrafo griego Estrabón, el cual, describiendo el archipiélago e intentando también reconstruir la geografía homérica hace una observación de interés: “En el lugar donde (Cefalonia) es más estrecha, la
isla forma un simple istmo tan bajo que a
menudo se encuentra cubierto por las
aguas del mar de uno y otro lado” (Str. X,
2, 15). El istmo al que se refiere Estrabón
mide, de hecho, tan sólo seis kilómetros
de longitud y esta noticia se convierte en
uno de los principales apoyos de la hipótesis que desarrolla Bittlestone.
Lo más difícil, a primera vista, resulta intentar demostrar que en tiempos antiguos
existió este canal que el autor bautiza como “Canal de Estrabón”; sus primeras sugerencias, a las que dedica una parte importante del libro, dentro de su propósito de ir mostrando su línea de pensamiento, van en la dirección de intentar
averiguar si los frecuentes terremotos que
ha sufrido a lo largo de los tiempos la isla de Cefalonia, como el terrible y devastador de 1953, pudieron ocasionar levantamientos de la isla capaces de justificar la colmatación de ese canal que, en
todo caso, no debió de ser ni muy profundo ni muy ancho. Que la isla ha sufrido estas elevaciones está fuera de duda,
tanto por los estudios de los sismólogos
como por pruebas aún observables en las
zonas costeras, que muestran cómo han
ido aflorando por encima del nivel del
mar antiguos fondos marinos que siglos
atrás habían estado sumergidos. Esta vía,
sin embargo, no resulta productiva y, aunque no se abandona por completo, Bittlestone explora otra posibilidad, para la
que la colaboración del geólogo Underhill
resulta crucial.
Otra de las consecuencias de los terremotos, además de la elevación del terreno, es el deslizamiento de las pendientes,
sobre todo de las más abruptas. El análisis geológico de las laderas que se encuentran a ambos lados del presunto canal demuestra la existencia de importantes corrimientos de tierras en los últimos
dos o tres mil años que, quizá acompañados de un levantamiento general de la
zona debido al empuje sísmico, sí podrían
explicar el cegamiento de ese antiguo canal que atestiguó el geógrafo Estrabón.
Medios técnicos abrumadores
La hipótesis se desarrolla, sin duda, con
gran brillantez y haciendo uso de todas las
posibilidades que las nuevas tecnologías
consienten, desde las más sencillas, como
es la fotografía digital, que permite una
documentación casi exhaustiva y a bajo
coste de todos los paisajes posibles, hasta las más complejas como son las fotos
de satélite de altísima resolución, convenientemente tratadas con programas de
gran eficacia y, en muchos casos, facilitados de forma gratuita por sus fabricantes.
Y éste es otro de los puntos fuertes del libro, la abrumadora documentación gráfi-
En la imagen superior, vista desde el mar de la salida sur del Canal de Estrabón (la bahía de
Agia Sotira se encuentra a la izda.). Sobre estas líneas, reconstrucción de la salida sur del
Canal. La simulación se ha efectuado eliminando material de la imagen superior (© R. Bittlestone).
ca de todo tipo que presenta, siempre al
servicio de que el lector se sitúe en los
puntos que el autor considera claves para la comprensión de su hipótesis.
Según, pues, la reconstrucción de Bittlestone, la isla de Ítaca correspondería
a la actual península de Paliki, que hoy
forma parte de la isla de Cefalonia; la isla de Same mencionada por Homero sería la parte restante de la misma Cefalo-
Como cualquier lector de la Odisea
puede comprobar, el poema aporta numerosas informaciones sobre la isla de
Ulises, puesto que partes de la misma
aparecen descritas con cierta precisión
en varias ocasiones. Una de ella es cuando Telémaco regresa a Ítaca tras su viaje
a Pilos y Esparta, escapando a las asechanzas de los pretendientes de Penélope, que le tienden una emboscada
El análisis geológico de las laderas del
presunto Canal de Estrabón demuestra
la existencia de corrimientos de tierra
nia, mientras que la actual isla de Ítaca correspondería a la Duliquio homérica. Con
esta reconstrucción los problemas que
planteaba la descripción de la Odisea empiezan a resolverse. Una vez que Ítaca ha
sido identificada con Paliki, queda por
comprobar si los datos geográficos que
aporta Homero al describir esta isla encuentran corroboración en la moderna
topografía de esta zona.
al final fallida; la otra es cuando el propio Ulises pone el pie en ella y, tras visitar al porquero Eumeo, prepara la llegada a su palacio donde, tras sufrir las
burlas y humillaciones de los pretendientes, acaba dándoles muerte para, al
final, recuperar su casa, su esposa y su
trono. Con estos datos, y con la traducción y las observaciones que sobre el texto homérico aporta el otro colaborador
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pio Ulises, aunque también es verdad que
en otra parte del libro reconoce que, por
lo general, los olivos no suelen vivir tres
mil años. A ello se añaden interpretaciones homéricas a claras formaciones naturales o a simples recintos de pastores
modernos, como si los últimos tres mil
años no hubieran afectado al paisaje.
Detrás de estos datos, que es curioso
que se mantengan en el libro a pesar de
las rectificaciones posteriores o del asesoramiento de expertos tanto en arqueología como en geología, hay sin embargo, una interesante lección de topografía homérica. Según la reconstrucción
que hace el autor, la ciudad de Ulises habría de localizarse en la colina de Kasteli, que se encuentra justo al oeste de la
salida meridional del Canal de Estrabón,
en la actual bahía de Argostoli y dominando un antiguo puerto también hoy
día colmatado. Allí, en una de las excursiones realizadas por el autor, acompañado de Anthony Snodgrass, profesor
emérito de Arqueología Clásica de la Universidad de Cambridge, se detectaron en
superficie cerámicas de época micénica,
lo que hace a la zona una estupenda candidata para poder haber sido la ciudad
de Ítaca.
Desembarco de Telémaco en la ensenada de Agni. La flecha muestra como Telémaco logra
burlar el acecho de los pretendientes de Penélope y llega al puerto de Itaca, dando un rodeo
por el Canal de Estrabón, como narra la Odisea (© R. Bittlestone y Freytag-Berndt).
principal de la obra, el profesor Diggle,
Bittlestone reproduce, con la ayuda de
las imágenes de satélite y con su reconocimiento sobre el terreno, tanto el viaje de Telémaco como el de Ulises a través de Ítaca.
En su recorrido por la isla, de la mano
de la Odisea, el autor se deja llevar a veces por un excesivo optimismo y se muestra dispuesto a identificar cualquier elemento sobre el terreno con localizaciones antiguas en una perspectiva que qui-
zá pueda resultar atractiva para el profano pero que, desde el punto de vista del
especialista, puede resultar algo forzada.
Así, para unas estructuras que en otra parte de la obra, es cierto, se les reconoce
una posible fecha medieval, se llegan a
considerar, cuando son mencionadas por
vez primera, como correspondientes a la
época de Ulises. Incluso, llevado por esta emoción llega a sugerir que un viejo
olivo que se encuentra en uno de sus recorridos pudo haber dado sombra al pro-
La colina de Kasteli, que habría albergado la ciudad de Ulises, en una foto tomada desde el
puerto colmatado en dirección suroeste. Si se confirma la teoría de J. Underhill de la subida de
la línea de costa, en tiempos de Ulises el mar llegaría al pie de Kasteli (© R. Bittlestone).
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rramienta la que le permite entrar en
contacto inmediato con cualquier especialista susceptible de responder a sus
preguntas y resolver sus dudas, pero también la que le permite acceder a una imagen de satélite de su zona de estudio o a
la información de cualquier biblioteca o
Departamento universitario.
Quizá como tributo a esta poderosa herramient,a el autor ha colocado en la red
también una página “web” (ver más abajo) en la que se van publicando las reacciones que el libro suscita, así como las novedades que sus propuestas puedan provocar.
Atrapar al lector
Antiguos caminos y ríos del norte de Paliki, con la localización de los escenarios mencionados
en la Odisea, superpuestos a una imagen por satélite de la zona en la actualidad, con color
natural (© Robert Bittlestone y Digital Globe).
Topografía memorizada
De ser cierta la hipótesis y la reconstrucción que plantea Bittlestone, resultaría
que la Odisea habría conservado el recuerdo exacto de una topografía que puede seguirse aún hoy día sobre el terreno.
Sin duda, éste es otro de los problemas
que planea sobre toda la obra, puesto que
implica pedirle una exactitud cartográfica a una tradición poética que, antes de
ser puesta por escrito en algún momento entre los siglos VIII y VI a.C., circuló
en forma oral durante unos cuatrocientos o quinientos años, modificada, interpretada y alterada por generaciones de
poetas itinerantes. Y es éste un dilema
que el autor también se plantea y para
el que da una solución que, si bien no resuelve todas las dificultades, sí tiene en
cuenta los datos más recientes que conocemos sobre los mecanismos de transmisión de la tradición épica griega. La solución consistiría en admitir que, en el
momento en el que el mundo micénico
entra en declive e inicia su proceso de
descomposición, a partir del s. XII a.C.,
estas tradiciones orales quedarían en cierto modo “enquistadas” dentro del relato poético y podrían haber llegado así, a
través del tiempo y del espacio, hasta la
época en la que se produjo la elaboración
de los poemas homéricos y su ulterior
puesta por escrito.
Robert Bittlestone, en el centro, autor del estudio, ha supervisado la edición de este artículo.
John Underhill, catedrático de Estratigrafía en Edimburgo (izda.) y James Diggle, catedrático de
Clásicas en Cambridge (dcha.) han colaborado en la preparación de Odysseus Unbound.
Cierto es que son muchos los aspectos
que hay que suplir en esta reconstrucción, pero es cada vez más evidente que
la tradición homérica se asemeja, en cierto modo, a una estratigrafía arqueológica. En ella podemos distinguir diversos
“estratos” o niveles correspondientes a
épocas muy diversas, que han sido amalgamados, por lo general de un modo satisfactorio desde el punto de vista artístico por los diferentes poetas que han ido
creando esa tradición. El punto final de
la misma correspondería a la época de la
composición de la obra que hoy conocemos y que los antiguos atribuyeron al
poeta ciego Homero.
Sea como fuere, el libro se presenta
también, y por ello aún está por ver su futuro, no tanto como una hipótesis cerrada sino, por el contrario, como lo que podría ser el punto de partida de un pro-
yecto de investigación, amplio por fuerza, para ir resolviendo las distintas hipótesis planteadas en la obra y para ir comprobando su viabilidad o, por el contrario, si conducen a callejones sin salida.
¿Qué es lo que aporta el libro a los estudios sobre la Odisea? En sentido estricto, tan sólo una hipótesis, bien construida y argumentada y, quizá incluso, correcta y acertada. En un sentido más amplio, es un estudio que rezuma una pasión desbordante por el mundo homérico, por sus personajes, y por sus paisajes; por último, un relato (a veces algo
excesivo) de las cavilaciones de su autor
y de sus dificultades, que al final se resuelven de forma brillante. Pero es también un canto a las posibilidades que para la realización de cualquier trabajo de
investigación brindan las nuevas tecnologías y, sobre todo, Internet. Es esta he-
Los interesados en los distintos aspectos
del mundo homérico encontrarán sin duda interesante la lectura de este libro; los
especialistas en literatura griega esbozarán a veces una ligera sonrisa por el tratamiento de algunos pasajes, mientras
que los más duchos en las técnicas arqueológicas no podrán por menos que
sorprenderse por la declarada (y demostrada) poca familiaridad del autor
con ese mundo. Los expertos en geología y sismología a veces se sorprenderán
por las fáciles conclusiones a que se atreve el autor a partir de unos cuantos datos no siempre claros y explícitos. El público culto interesado, no familiarizado
de forma profesional con esos campos,
que es el principal destinatario del libro
sentirá una fuerte empatía con el trabajo del autor, porque ha acertado en el
planteamiento de las cuestiones y ha sabido suplir esa real o pretendida ignorancia acudiendo a los lugares y a las personas indicadas. Si estamos aquí ante un
recurso literario o ello responde en verdad a la realidad, es algo que, en definitiva, tiene poca relevancia porque Bittlestone consigue atrapar al lector a lo
largo de su recorrido en busca de la Ítaca de Ulises.
I
PARA SABER MÁS
BITTLESTONE, R., Odysseus Unbound. The
search for Homer’s Ithaca (with James
Diggle and John Underhill), 2005, Cambridge
University Press.
CABRERA, P., OLMOS, R. (eds.), Sobre la Odisea:
visiones desde el mito y la arqueología. Madrid.
Polifemo. 2003.
GARCÍA GONZÁLEZ, F. J., A través de Homero. La
cultura oral de la Grecia Antigua, 1991,
Universidad de Santiago de Compostela.
GRIFFIN, J., Homero, Madrid, Alianza, 1984.
Kirk, G.S. Los poemas de Homero, Barcelona.
Paidós, 1985.
RODRÍGUEZ ADRADOS, F., FERNÁNDEZ-GALIANO, E.,
GIL, L.; y LASSO DE LA VEGA, J. S., Introducción a
Homero, Barcelona, Labor, 1984.
Website del proyecto:
http://www.odysseus-unbound.org/
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