Historia de la mili - La Mili en el Sahara

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A mi esposa, entonces novia, Enriqueta
Sin ella, esta historia no hubiera sido la misma
Ella fué el faro que me guió en todo momento. La luz que todo
navegante busca con afán cuando la oscuridad reina en su travesia.
2
Mili: Sinónimo de Servicio Militar.
Para la joven generación actual, y más para las futuras, la lectura de estas líneas esto de “El Servicio
Militar “puede parecerles chino.
Un poco de pedagogía no les irá mal:
El ejército era uno de pilares básicos en los que se fundamentaba el régimen político vigente en los
años en que se desenvuelve esta historia.
Los militares, vencedores en la guerra que denominaban “de Liberación” (años 1936 / 1939) eran los
garantes de unos “valores tradicionales”.
Este ejército se nutría de unos profesionales (los militares de carrera) y de una numerosa tropa que
resultaba mayoritariamente de la recluta de los jóvenes varones de 20 / 21 años.
Según la propaganda del régimen, la juventud cumplía con gozo sus “deberes con la Patria”.
Según los jóvenes, en una inmensa mayoría, el Servicio Militar era considerado una imposición del
régimen y una pérdida de tiempo en una época de la vida en la que eran prioritarios la enseñanza de
rango superior y la formación y promociones laborales.
Existían diversas causas que exoneraban a quienes pudieran justificarlas de cumplir el servicio: Hijos
de viuda sin recursos, incapacidades físicas, o bien las “mitigaban” con prórrogas por estudios,
servicio militar voluntario, Cruz Roja, Ferroviarios y otros….
De todas formas, esto de cumplir el Servicio Militar, “la Mili”, estaba muy arraigado en la sociedad y
visto con “normalidad” a pesar de los inconvenientes y detractores que tenía.
Existía la versión “femenina” del concepto de “servir a la Patria”. Era el “Servicio Social” gestionado por
la “Sección Femenina” y obligaba a las jóvenes a realizar cursillos de formación doméstica y trabajos
de labores. Nada que ver con los jóvenes que debían de abandonar hogar, trabajo o estudios para
incorporarse a los cuarteles, generalmente lejos de su residencia. Las chicas asistían a clases en
horarios compatibles con los horarios laborales o de estudios. Había mucha picaresca y eran muchas
las que se libraban de este servicio.
Servidor, nacido el año 1948, entré en esta rueda el año 1968, al cumplir 20 añitos y sin poder aducir
causa alguna para librarme del Servicio. Este es el relato de los hechos más relevantes.
Lleida, Abril de 2011.
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Corría el año 1969 y se celebraba el sorteo de los reclutas de la quinta de año. Era domingo y me
quedé en cama con fiebre, motivo por el que no estuve presente en el acontecimiento. Tampoco mi
novia acudió ya que se encontraba en las mismas circunstancias.
Le dije a mi padre que se acercara por allí para ver como iba la cosa y volvió muy apesadumbrado
diciéndome que mi número había tocado a África, concretamente a Melilla al “Tabor de Regulares”.
¡Vaya, que jugarreta! No me hizo ninguna gracia un destino como éste.
Entonces, dejé mi cama y ¡a casa de la novia!
-Amor mío me ha tocado el servicio a África, no llores, vidita… todo irá bien… serán cuatro dias… te
quiero mucho… (muá,muá,muá) y nos quedamos medio conformados.
Pasados tres o cuatro días, cuando ya habían colgado las listas definitivas en el Gobierno Militar, me
acerqué hasta allí para conocer más detalles y, ¡oh sorpresa! Allí ponía “Aviación, Zona Aérea de
Canarias, 5º llamamiento Octubre de 1970”. ¡Que cambiazo!
Otra vez a ver la novia: Cariño, no voy a África.Voy a Canarias, a aviación, sí, está un poquito más
lejos, pero estaré mejor… no llores vidita…todo irá bien… serán cuatro dias…. te quiero mucho…
(muá, muá, muá) y volvimos a quedarnos medio conformados.
Lo que sí era un inconveniente era que tenía que marchar casi al final del año 1970. Algunos
compañeros ya estarían a punto de volver cuando yo me incorporaría.
Pasados unos días conocí a los dos compañeros que irían conmigo. El Ramiro Drudes Aldavert,
agricultor de un pueblo vecino, Torres de Segre, y el Joaquín Domínguez Sánchez-Crespo, albañil
afincado como yo en Lleida. ¡Buenos chavales, sí señor! Enseguida congeniamos y nació una
sincera amistad. Había otros cuatro quintos que con el mismo destino, marchaban en otros
llamamientos. Con estos no hubo prácticamente contacto
Aquel año de espera fue un año dulce y triste a la vez para mí y mi parejita. Teníamos la sensación de
que debíamos de recuperar el tiempo que estaríamos separados y esto nos empujaba a querernos
con más intensidad y disfrutar más intensamente de todo lo que estaba a nuestro alcance poniendo en
ello toda nuestra ilusión…
Y pasaron los días, y recibí una citación del ejército invitándome a ir a Valladolid a hacer la instrucción.
El papel que recibí decía así: “Sírvase presentarse sin excusa ni pretexto en el C.R.I.M. número 1 de
El Pinar (Valladolid) a las 7 horas de la mañana del día 20 de Octubre de 1970... ...advirtiéndosele
que de no comparecer personalmente se le exigirán las responsabilidades....” etc,etc,etc..,con una
invitación de esta clase, ¡cualquiera no se presenta!
El 19 de octubre de 1970, a la estación del tren a Lleida, tuve que decir adiós a padre y madre y a
aquella muchachita que dejaba en el andén toda llorosa mientras yo, montando en aquel viejo tren le
decía aquello de…
- Adiós amor mío... te escribiré cada día... no llores...te quiero…. Adiós…adiós…adiós… adiós….....
Y ya me tenéis en Valladolid a las tantas de la madrugada y con un frío que pelaba. A los pocos que a
aquella hora nos personamos en la puerta del cuartel nos permitieron pasar al cuerpo de guardia y allí
reconfortarnos al calor de una buena calefacción. Después los cabr… nos hicieron barrer toda la
sala. –Mal empezamos…. Me dije a mi mismo.
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El denominado C.R.I.M. nº 1 de El Pinar resultó ser el “Centro de Reclutas e Instrucción Militar número 1
de El Pinar de Antequera (Valladolid)” y era un complejo rodeado de pinares a unos pocos quilómetros
de la capital y donde recibiríamos instrucción militar unos 1500 reclutas, la mayoría voluntarios
castellanos y un par de centenares de Cataluña i el País Vasco que éramos de reemplazo (también
denominados “forzosos”.)
El nuevo régimen de vida que tuvimos que llevar, por su novedad, se hizo un poco difícil en principio pero
el hecho es que, en general, pronto nos adaptamos al mismo.
Recuerdo especialmente que al día siguiente de nuestra incorporación se nos facilitó el vestuario tanto de
trabajo como de paseo. Todos vestíamos de gris azulado, todos éramos iguales. Vagábamos por los
patios sin reconocernos. Costó habituarse a diferenciar a cada uno. Otra cuestión fue la ropa que nos
facilitaron: Era hecha a medida (a medida que ibas pasando…) y, creo que ni hecho expresamente,
hubieran tenido tan mal tino. Nos hartamos de cambiarnos piezas unos a otros hasta conseguir, más o
menos, vestirnos “medianamente normalizados”. Recuerdo que, a los que íbamos a Canarias, por su clima
atemperado, no nos hacía falta el gabán y en Valladolid os aseguro que el frío era serio. Al final, tras
“sesudas deliberaciones” nos “prestaron” la pieza de abrigo que deberíamos de retornar cuando
partiésemos a nuestro destino a las “Islas afortunadas”.
¡Y llegó por fin la primera carta de la novia! La leí treinta veces bajo un pino inmenso, al calor del sol del
mediodía, sigue vivo en mí el recuerdo de aquella frase en la que me decía: -“ Y me quedé sola, en el
andén de la estación, como si fuera una joven viuda…”
A aquella carta la siguieron muchas más. Leer y escribir, escribir y leer, era el hito más importante del día.
Y los días iban pasando más rápidamente de lo que era de esperar. Entre la instrucción con las armas, la
instrucción “teórica” desfile viene , desfile va, y mil cosillas más propias del régimen militar, las horas y los
días se sucedían vertiginosamente. Los que sí se hacía más largo eran los fines de semana en que la
mayoría de reclutas marchaba a sus casas y nosotros, alejados en exceso, nos quedábamos
prácticamente solos y soñando con nuestras nenas… Para consolarnos, nos íbamos a Valladolid a hacer
turismo. Aún recuerdo la pensión París, cerca de la estación, o la zona de los vinos y los bocaditos (¿les
llamaban “pepitos’”?) que degustábamos cuando nos lo permitía el presupuesto, y, especialmente, un
pequeño restaurante, “Cervantes”, en el que se comía deliciosamente bien.
Al grupo de tres que salimos de Lleida, se sumó un chaval de Tarragona que no se separó más de
nosotros: El Enrique Flores Musté.
Aquí van unas fotografías típicas de reclutas:
Con la ropa de paseo
Cuando nos asiganaron el fusil (cetme) que nunca funcionó
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Tipica pose de “descanso”
La carta a la novia
¡ Estoy aquí !
La “cuarta” desfilando
¡Qué facha presentábamos!
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Los dias iban pasando y se acercaba el gran acontecimiento: ¡“La Jura de la Bandera”! ¡¡“El gran
compromiso con La Patria”!!. ¡¡¡El dia en que “consagraríamos nuestras vidas a la defensa de la
Nación hasta la muerte si era preciso”!!! No se andaban con chinitas los militares…
Ya teníamos ganas nosotros de “jurar” de una puñetera vez, y por dos cosas:
1a.- Esperábamos volver a casa con unos dias de permiso.
2a.- Dejaríamos de una vez aquel “cacao” y nos iríamos a Canarias a disfrutar del buen tiempo.
Despuès de unos últimos dias de vértigo ensayando como posesos los movimientos para la “Misa de
Campaña”, y de ensayar el “Himno de Aviación” (con letra de Pemán, poeta oficial del régimen y
música de vaya a saber Vd.quién), juramos fidelidad a la Bandera en una ceremonia muy solemne y
muy concurrida por gentes venidas de todo el país. (Jó, esto parece el NO-DO).
Llegado a este punto, he de reconocer que este dia me dejó un poco “tocado”. Había muchas novias
acompañando a sus soldaditos, amén de padres, madres…etc… y yo estaba más solo que la una del
mediodia. Sí que confiaba en que pronto tendría a mi chica, pero... este dia de “la jura” la encontré a
faltar más de lo acostumbrado. (He de suponer que algo del “espíritu castrense” se me habia imbuido)
Jurada la bandera, comida extra, adióses por aquí, adióses por allá, “dame tu dirección que te
escribiré” (y una mierda escribió nadie…), maletas al hombro y ¡a casa una semanita!
¡¡Partimos todos juntos como si llevásemos un cohete en el culo!!
¡Y qué dias más bonitos pasamos juntitos los dos otra vez!
Lástima que fuesen tan cortos. Planeaba sobre nuestras cabezas el fantasma de una nueva
separación, esta vez más prolongada. Pero, si superamos la primera también lo haríamos con la
segunda y con todo lo que nos hechasen.
Agotados estos breves dias, otra vez a Valladolid. No nos dejaron ni pasar las Navidades en casa.
Y otra vez, adiós amor mio… no llores… te quiero mucho… escribiré cada dia… pronto volveré…
adiós…. adiòs…. adiós......
Unos pocos días en Valladolid esperando la marcha que llegó el 17 de diciembre. Devolvímos el
gabán que nos había prestado, nos montaron en autobuses directos a Madrid y a la base de Getafe,
al avión que nos trasladaría a Canarias. Un viaje perfecto. Recuerdo que en Valladolid nos dieron una
bolsa de viaje con la comida para el dia (muy buena por cierto) y en Getafe, al subir al avión, una bolsa
para los vómitos.
Yo personalmente estaba muy excitado. ¡Por fin volaría en un avión! ¡Con la ilusión y las ganas que
tenía! Realmente el viaje resultó perfecto y pude gozar de todas las sensaciones, en esta ocasión
buenas, de un vuelo desde Madrid hasta a Las Palmas, a las Islas Canarias.
Y habiendo aterrrizado en Gran Canaria, en la base de Gando, sólo bajar del avión, allá por la media
tarde, nos hacen formar en fila de a uno en medio de la pista, bajo el ala del DC3, y pasó un teniente
con una vieja gorra de plato en la que habia unas papeletas plegadas y de las que cada uno de
nosotros hubo de coger una. Cuando estuvimos todos “empapelados” y a la voz de “abran las
papeletas, ¡ar!” veo que en la mía había una “A” en la Ramiro y en la del Flores també la “A” en la del
Joaquín no. –“Esto es la escuadrilla a la que nos destinan” pensé yo.
¡Y una mierda pinchada en un palo! (perdón por la expresión, pero es que…) ¡Aquello era la “A” de
ÀFRICA! O sea que ni Canarias ni puñetas. De cabeza a África y más concretamente, a El Aaiún,
(algunos todavía tivieron que ir más lejos, a Villa Cisneros) a comer arena a todas horas. ¡La madre
que los p....! Entonces veo al Joaquín con una sonrisa de oreja a oreja, (el no tenía la “A”) y,
enseñándome la papeleta otra vez, ví en ella la maldita letra “A”. La había cambiado con alguien. No
quería quedarse sólo y alejado de sus amigos.
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Aquella noche intentamos dormir en la Base de Gando y bien temprano por la mañana, después de
despedirnos de los afortunados que se quedaban en Gando, arriba otra vez con destino a la “7ª
Unidad de Tropas y Servicios escuadrilla nº.7, destacada en el Aeródromo Militar de El Aaiún,
Provincia del Sáhara Español, África Occidental Española ”
Corría el día 18 de diciembre de 1970.
En un DC3 como éste nos trasladaron
desde Madrid hasta El Aaiún.
Primera visión después
de sobrevolar la línea de
la costa: Las dunas.
Dunas y arena, no nos
dejarían más hasta que
volviéramos a casa
La llegada a El Aaiún fue de lo más “chungo”. ¡Tendriais que ver la cara que hacíamos todos! No lo
teníamos nada claro. Nos distribuyeron por las escuadrillas, nos facilitaron la ropa de denominaban de
“colonial”, en lugar de azul era de color crema, casi blanca, y fuimos pasando de uno en uno por la
“oficina del destacamento” para completar nuestra filiación. (Allí, entre otras cosas, era donde nos
pagaban los “suculentos” haberes.)
Allí me encontré al Xavier Dolcet hecho todo un señor cabo, y al verme me recomendó que me fuera
de allí todo lo rápido que pudiera. Obviamente tuve que renunciar a su recomendación ya que el resto
del ejército no estaba de acuerdo. El Dolcet lo conocía yo de “toda la vida” a pesar de que no teníamos
un trato frecuente. La última vez que coincidí con él, fue en el Bar Mena, lugar cerca de nuestros
respectivos lugares de trabajo, tomándonos el “carajillo” después del almuerzo. No tenía ni idea de
que él estuviera allí donde estaba. En aquel momento fué una inyección de ánimo encontrar un
conocido que ya llevaba allí unos meses y todavía estaba vivo. También conocí al Néstor Doladé de
Aitona, al otro Dolcet de Alcarràs y reecontré al Díaz, antiguo compañero de colegio. Cada vez que
llegaba un nuevo reemplazo era gratificante buscar y encontrar paisanos. Parecía que todavía
llevaban sobre de si un poco del aire y el espíritu de la propia tierra…
Por la tarde, después de la comida y la siesta, nos reunieron a todos y empezaron a distribuirnos por
las diferentes faenas de acuerdo al oficio o aptitudes de cada uno, aunque su criterio no siempre coincidía con nuestra lógica. Así se podia ver a un estudiante de medicina en la cocina y un camarero de
asistente en el botiquín… yo me dije para “mis adentros” -ésto de la mili no es más que contratar mano
de obra gratis para mantener en pié todo este “tinglado”- y quizás no andaba demasiado
desencaminado… No fui seleccionado para ninguna labor en concreto, así que, junto con el Ramiro
que no paraba de farfullar pestes entre dientes y el Flores, nos “incrustaron” en la sección de obras
donde ya merodeaba, con buen criterio en este caso, el Joaquín como buen albañil que era.
Aquella tarde, cuando se ponía el sol, en medio de la calle en posición de firmes y saludando cara a
poniente, ya que me “pilló” el toque de arriar la bandera, (cosa que sempre procuré evitar
refugiandome allí donde no era necesario quedarse con un “Don Tancredo”), me hice la siguiente
reflexión:
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- Tranquilo Miquel, piensa que, tanto si quieres como si no quieres, te toca pasar en este rincón del
mundo una buena temporada.
- Recuerda las palabras de aquel teniente instructor de Valladolid: – “No seáis nunca ni demasiado
tontos ni demasiado listos. Cumplid con lo ordenado y, aunque lo penséis, no queráis ser más listos
que quién os lo ordena”.
Pensé que era una buena filosofía. Así que, tranquilidad, buenos alimentos, pocas puñetas y a esperar
el momento del reencuentro con mi añorada Enriqueta.
Esta situación haciendo de ayudante de albañil no duró mucho. Pasados pocos dias, recuerdo que
estábamos limpiando los barracones de los dormitorios, denominados también “catenáricos”, supongo
que per la forma del arco, después de sacar a la calle todas las literas rociabámos el suelo con una
mezcla de agua y “Zotal” y apareció un subteniente, de nombre Eliseo, que agarrándome por el
cogote y con tono cordial me dijo: –“Vamos “muxaxo” (intento representar el acento canario) que tú no
estás aquí para fregar suelos “ y así, agarrado por el cogote como si de un gatito se tratara, me llevó
hasta la cochera que, como su nombre indica, era un lugar donde se guardaban los coches, y
sentándome en la silla del despacho me dijo que a partir de aquel momento yo era el “escribiente de la
cochera”
Calle principal del Aeródromo. Donde está el grupito era el lugar donde fui “recogido”
para ser llevado a la cochera
-¡Esto se pone bien! Pensé... – ¡Adiós cemento, ladrillos y similares! Ahora soy el escribiente del
“Departamento de Automóviles” (Sonaba mas rimbombante que aquello de “la cochera”). Así que di
grácias a Dios, me arrellané cómodamente en mi silla y me preparé para poner en práctica los
consejos de aquel teniente que nos decia: “ni demasiado tontos ni demasiado listos…”
La cochera
El escribiente
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Esto de rememorar viejas historias de la “Mili” es algo muy propio de la condición masculina. En todas
las reuniones, juntándose unos cuantos hombres, si alguien apunta cualquier referéncia a la Mili, se
desencadena un rosario de anécdotas. Esto sí, generalmente buenas. El cerebro humano tiene gran
capacidad para filtrar los recuerdos negativos.
I si el primero la cuenta así de gorda, el segundo la aumenta el doble y el tercero ya se “pasa tres
pueblos”. Si la cosa llega a un cuarto, un quinto o más, se puede acabar mal…
Han pasado 40 años desde los hechos relatados hasta la actualidad. Fue una época vivida con
intensidad, con la ilusión y emociones propias de la juventud. Después, el trabajo, los hijos, la lucha
diaria de la vida, nos absorbió y la mili quedó relegada en un escondido rincón del corazón. Hoy, ya
jubilado, sin la ligazón de unos hijos ya emancipados, aunque los nietos toman el relevo, con más
tiempo para pensar, afloran los recuerdos de aquel tiempo, los afanes olvidados, las amistades, las
emociones, y va tomando fuerza el deseo de saber de aquellos con los que se compartió todo y de los
que mayormente, nunca más de supo.
En mi caso, los recuerdos se amontonan en la memoria sin orden ni concierto y no fluyen de una
manera regular (será cosa de la edad)
Pretendía con este relato narrar cronológicamente los hechos más importantes para mí pero me doy
cuenta quer no es la mejor manera de hacerlo.
Me dejaré llevar por el laberinto de una memoria que va y viene por donde quiere, pero fiel a la verdad,
con un leguaje que, aunque pretendo sea informal y cordial, será respetuoso con aquellos a quiénes
cite y rememoraré mis vivencias tal y como broten de este “coco” ya un poco esclerosado.
Foto Pako
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¿Qué era eso de la Província del Sáhara Español ? Breve resumen:
Ya el año 1509 hubo un acuerdo
con Portugal que legitimaba el
derecho a ocupar una franja
costera al Sáhara. El 1885 se
estableció la primera guarnición
militar y el 1886 comenzó la colonización del territorio después del
acuerdo con el sultán que
reconocía la soberania de España
sobre la región.
El 1920 se firmó el Tratado de
París que fijó el límite definitivo del
territorio nombrándolo “Protectorado Español”. En 1957 el Gobierno
de España cambia esta denominación de “Protectorado” por el
de “Província Española del Sáhara” y cambiando el estatus del territorio en contra del parecer de
Marruecos que ya lo reivindicaba como suyo. Comenzó entonces la denominada “Guerra de Ifni” y la
acumulación de tropas como defensa y disuasión. El ingreso de España en la O.N.U. obligaba a
iniciar un proceso de descolonización que se iba demorando en el tiempo. El año 1969 se cede
definitivamente el territorio y la ciudad de Ifni a Marruecos, después de una guerra de la que el
régimen español no quiso hablar y ocultó a la opinión pública todo lo que pudo.
Este interés por conservar el territorio no es gratuito. El subsuelo saharahui es rico en fosfatos que se
comercializan para hacer fertilizante agrícola (Fos Bu-craà) y se habla de otros tipos de minerales.
También el litoral es muy rico en pesca.
El año 1970 que ahora nos ocupa, la “Província del Sáhara” se encuentra pràcticamente ocupada por
el Ejército español ante la presión de Marruecos y la creación de la “Organización Avanzada para la
Liberalización del Sáhara” de carácter independentista y que fué víctima de varios muertos en la
represión de una manifestación por parte de fuerzas españolas. Con el paso del tiempo esta
organización se convirtió en el “Frente Polisario” actual.
La mayoría de los soldaditos que estábamos allí, no teníamos ni la més mínima idea de todas estas
cuestiones y vivíamos ajenos a cualquier inquietud y tan felices.
La mitad de la población en El Aaiún y en Villa Cisneros, las dos poblaciones de importáncia al
Sáhara Español, era española y vivía relacionada y supeditada al Ejército. Una gran parte de la
población nativa también. Recuerdo muy bien en las nomerosas paradas militares, la concurrencia de
nativos luciendo las insignias de oficiales del ejército español y conversando con alguno de ellos,
aflorar lugares tales como Lleida, Balaguer, Camarasa, etc... lugares donde aquellos hombres habían
luchado en el ejército de Franco en la guerra civil de 1936/1939. Eren los tristemente conocidos
soldados “moros” que tan mal recuerdo dejaron entre la población civil víctima d’aquella guerra. La
población autóctona saharaui era mayoritariamente de carácter nómada viviendo en sus “haimas”
(tiendas) en medio del desierto. El resto de poblaciones esparcidas por el territorio eran principalmente
guarniciones del ejército a las que se sumaban en algunos casos la población autóctona en sus
“haimas” con una agricultura de subsisténcia allí donde se dispusiera de suficiente agua y una
ganadería a base de cabras y camellos.
Y nosotros, ¡hala! ¡A guardar la finca como si fuera nuestra y viviendo en el limbo!
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El aeródromo militar de El Aaiún
Pues, éste fué mi hogar durante una buena temporada. Vivíamos en él unos 150 soldados
procedentes de las cuatro províncias catalanas, el País Vasco y algun que otro canario ya que con
anterioridad se proveían de mozos de las islas pero por lo visto aquello no acababa de funcionar y se
decidieron por los “polacos” y “vascuences”.
A nuestro alrededor pululaban un par de centenares de suboficiales, un centenar de oficiales, el
comandante 2º jefe y el Teniento Coronel que mandaba más que nadie, Excmo. Sr. Don Enrique
León Villaverde. No se le trataba de “usted” si no de“Usia” porquè era poseedor de la Gran Cruz de
San Hermenegildo. ¡¡Tóma ya!!
Entre toda esta gente manejábamos aquella especie de portaaviones anclado en el desierto. No
éramos un ejército que se distinguiera por sus “dotes bélicas”. Allí cada uno tenía un trabajo más o
menos técnico. Desde los pilotos, pasando por los mecánicos, armeros, metereólogos, bomberos,
xóferes, electrónicos, controladores, administrativos, algún que otro civil y contados “chusqueros” sin
una especialización definida. Cada uno cumplía con su quehacer y nosotros colaborábamos en estos
trabajos aunque en otro nivel más inferior. Por decirlo de otra forma, ellos mandaban lo que tenía que
hacerse y salvo contadas excepciones que precisasen de una especialización más rigurosa, nosotros
lo llevábamos a cabo. Pero a fuer de ser sincero, no había motivos de queja. El trato que recibíamos
era, en general, bueno, con contadas excepciones como en cualquier grupo humano.
Las instalaciones del aeródromo eran relativamente nuevas y estaban más que bién. Lo que podía
considerarse que no estaba a la altura de todo el conjunto, eran los dormitorios. De hecho los estaban
construyendo nuevos pero los de mi llamamiento no los vimos terminados.
La comida que se nos daba era, en líneas generales, buena. El comedor, con mesas de cuatro plazas,
aire acondicionado, máquinas de agua fresca y hilo musical, llamaba la atención de numerosos
compañeros de otros cuerpos cuando venían de visita. La cantina (“el Hogar del soldado”), en la
misma línea que el comedor, contaba con numerosas mesas, una mini-biblioteca y televisión.
La cocina bien equipada, (lo mejor, el lavavajillas, modelo “soldado puteado”). No faltaban los aseos,
con una bateria de lavabos, duchas, retretes… Contábamos con horno para el pan de elaboración
diaria, sala con máquina para lavar la ropa, economato, enfermería asistida por un oficial médico,
capilla, cine, piscina, una pista de tenis, zonas ajardinadas, mini zoológico… todo pequeño pero
adecuado perfectamente al número reducido de soldados que éramos, en relación a otros cuerpos o
armas. ¡¡Que más se podia pedir en esta vida!!
Realmente el trato recibido no era malo y a todos nosotros, con veintiún o veintidós años, todo nos iba
bien. La única cosa que nos faltaba difícilmente nos la darían. Estaba muy lejos, en la península.
(¿Verdad que me entendéis?)
El aeródromo estaba situado a unos tres o cuatro kilómetros de El Aaiún, que quedaba en una
hondonada a la orilla de “la Sahia de El Hamra” (el rio). Cuando tocaba paseo por la tarde o era dia
festivo, generalmente íbamos a pié o con la “guagua” (el autobús que daba servicio a los oficiales y
suboficiales que vivían en el pueblo) También había taxis pero no transporte público colectivo.
Anexo al aeródromo había el aeropuerto civil. Los separaba la calle de acceso de la entrada principal a
la torre de control y los servicios contra incendios.
Estaba formado por unos pabellones metálicos donde se alojaba todo: vestíbulo, sala de espera,
dependéncias policiales y administrativas y el restaurante-cafetería donde se comía francamente bien.
Más de un domingo nos poníamos las botas con unos caracoles o un buen entrecot que nos
preparaba el cocinero que era vasco, bien regado con una botella (o dos) de “Sangre de Toro”.
Y allí, sentados en un sofá, con la copa de brandy en la mano, veíamos con tota toda la envidia del
mundo, las “cositas” que se hacían y se decían alguna parejita, él soldadito y élla la novia que había
venido con los papás de visita desde la península y ahora tocaba volver a casa. Y con una mal
disimulada satisfacción, própia de seres envidiosos, veíamas como aquellos pobres chavales se
quedaban bien fastidiados cuando el avión de Iberia levantaba el vuelo llevándose aquella cosita tant
dulce, tan tierna…
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El Aeródromo en imágenes
Entrada principal
En esta foto, al fondo, la cochera y los servicios de combustibles (Atlas).
En segundo término, almacenes, las escuadrillas, central eléctrica, depósito y la piscina.
En primer plano, electrónica, enfermería y bares de oficiales y suboficiales. La torre cónica
parece ser que era un secadero para paracaidas (¿)
En primer plano,
los servi vicios
de jefatura,
“meteo”, radio…
Al fondo los
nuevos dormitorios que no
llegamos a
estrenar.
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Los hangares. Uno
sin terminar todavía.
En la pista los T6.
(462 escuadrón)
Serían lo menos, de
la época de la guerra
de Corea . Volaban
cada dia y menudo el
ruido que hacían.
La torre de control. Era el único lugar donde habia escaleras y, de vez en cuando, nos
gustaba subir para ejercitar los músculos de las piernas. En la torre “vivía” el Xavier Dolcet.
Además del cabo de la oficina del destacamento, era el encargado de hacer sonar por
megafonía los toques reglamentarios tales como diana, fagina, retreta, etc…
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Fotografía de un día después de la lluvia.
Virgen de Loreto, patrona de
Aviación.
Formaba parte de una fuente
y de un jardincillo
en un rincón muy tranquilo.
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Lavabos
Segunda escuadrilla.
Aquí dormíamos y
soñábamos.
La pista de tenis. En primer término el Sant Pol, a la red, de paisano, el teniente Cobiella
el Ramiro, el Poveda, al fondo, filmando, el cabo de la cantina... del resto ya no recuerdo los nombres.
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“La cantina” a la barra el tinente Cobiella con el “Furri”.
A la mesa, el Ramiro y el que come a dos carrillos, el Bartolo de Badalona. Del resto
ya no puedo recordar sus nombreses.
La paella del
domingo. No
quedó nada.
Comíamos
buen marisco
traído de Villa
Cisneros.
Fijaros con
qué afición nos
dedicábamos
al “condumio”
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Había un mini-zoo. Creo que lo mantenía en pié el comandante. Este animalillo, una
gacela macho, tenía muy mal genio.
Esta mona, se llamaba
Enriqueta (no era por
nada en especial)
Le gustaba la cerveza
y siempre había algún
gracioso que se la facilitaba. Cogía unas
borracheras impresionantes
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El Narciso. No he visto nunca un animal con tanta “mala ostia”.
Nadie podía acercarse a él y menos ponerse al alcance de sus formidables colmillos.
Era i mpresionante ver la irritación que le producía la presencia de cualquiera y especialmente de una mujer. Era un misógino de mucho cuidado…
Otra gacela.
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La cochera
Mi “segunda residencia”. Aquí cortaba yo el bacalao.
Mi trabajo eran todas las labores propias de oficina, cosa que al subteniente al mando o cualquier otro
suboficial o cabo “especialista” les producía alergia. Ficheros, maquinas de escribir, inventarios,
informes, cuadrantes... eran una pesadilla para ellos. Y como el “escribiente” solucionaba cualquier
papeleta, todo funcionaba a la perfección.
La plantilla en la cochera estaba formada por el subteniente, D. Eliseo Cruz, equiparado a oficial,
canario, hombre de apariencia irascible, pero buena persona donde las haya y con quien conecté bien
pronto. El sargento 1º Guerrero, los sargentos Flores, Liébana, De Celis, Petisco, Vera, los cabos 1º
Raigón, Filloy, Cámara, Bohórquez, Molina, Sanz Calvet, JJ García, todos conductores. Había un
soldado,“el mangueras”, que ajudaba en el reparto de aigua dulce a la base y a las casas del personal
en el pueblo y el Ramiro que ascendido a cabo (apodado por el Joaquín como “cabo Rayban” por su
afición a estas gafas,) que iba en la “guagua” que trasladaba al personal. ¡Epa! Me olvidaba del
inefable Sr.Antonio, mecánico civil que era quien llevaba todo el peso del mantenimiento de los
vehículos. Hombre más bien callado, hacia su trabajo y de él no sabías nada más.
Formábamos un buen equipo. No habia conflictos de importancia. Nos llevábamos bien. Cada uno con
sus peculiaridades pero, en general bien.
El mecanismo para acceder a las plazas que ocupaba cada uno era, o bien por haber solicitado la
plaza voluntariamente (cosa improbable para aquellos parajes) o porqué la puntuación obtenida no
permitía optar a un destino mas “cómodo” en la península.
Y aquí había que aplicar aquella filosofia de “ni tonto ni listo....” y me lo pasaba la mar de bien. Había
un sargento en particular que, sin llegar a mayores, tuve algún pequeño conflicto. ¡Sin problemas! ¡A
sus órdenes mi sargento! Y cada uno quedaba en su sitio y todos contentos.
Mi jornada de trabajo: de lunes a viernes, tras el desayuno, a las nueve de la mañana me incorporaba
al despacho, confeccionaba la lista de servicios para el día siguiente, la revisaba el subteniente y la
llevaba a la “Jefatura de Servicio” donde siempre habia un ratito de conversación. Sobre las diez y
media, un alto para el bocata, después cositas tales como control de inventario de repuestos, revisar la
documentación de nuevos vehículos, y algunas cosillas más que al subteniente se le antojaran o
creyera oportunas. A la una parada para comer y por la tarde, después de la siesta de rigor, sobre las
cinco, vuelta al tajo, y a escribir la cartita a la novia, algun trabajillo pendiente etc... hasta la hora de fin
del trabajo. Entonces de paseo al pueblo, o bien lavar ropa, o cualquier otra actividad hasta la hora de
cenar a las nueve. Y a las diez, después de pasar lista, a domir si no había refuerzo de la guardia.
(Esto del refuerzo merece un capítulo aparte)
La cochera llegó a alojar una docena de Land-Rovers, diez camiones Pegaso conocidos como
“egipcios”, cuatro camiones Pegaso Diesel que no se utilizaban prácticamente nunca ya que no
andaban bien por el desierto, camiones diesel Fiat con caja dos, y con cuba dos más, una decena de
tractores Ebro para servecios a las pistas, la “guagua” autobús Pegaso de al menos 60 asientos, dos
turismos Fiat para el servicio del Tte. Coronel o traslados de autoridades y una moto de 250 cc que no
funcionaba y que el Ramiro se empeñó en arreglar y por fin lo consiguió. Los vehículos alojados en el
servicio contra incendios no pasaron nunca por la cochera. Otros vehiculos llegaron desde Las Palmas
y volvieron a su origen sin apenas usarlos.
Mi estancia en este destino fué francamente plácida. No lo pasé nada mal, únicamente que a veces se
hacía pesado por el hecho de pasar tanto tiempo con muchos ratos para pensar y recordar…
20
Las guardias.
No eran guardias. Eran refuerzos a la guardia. Lo explicaré, no a los compañeros saharianos si no
más bien a quien lea este escrito sin haber pasado por la mili, que ahora ya son muchos
Había una sección de soldados, la “policia del aire” (en adelante P.A.) que se encargaba de la
vigilancia del aeródromo pero su número era insuficiente para cubrir todos los puestos y todos los
turnos por lo que cubrían las guardias de día y el resto de la tropa teníamos que cubrir los turnos de
noche. Esto es, “refuerzo de la guardia”.
Los puestos a cubrir eran: Puerta principal, el propio cuerpo de guardia, servicio contra incendios, pista
y hangares, polvorín viejo, polvorín nuevo, en ocasiones centro de emisores, patrulla móvil... se cubría
toda la noche con tres turnos, de 10 a 1 de la noche, de la 1 a les 4 de la madugada y de las 4 a las 7
de la mañana.
IY para esto hacia falta mucho personal y para nosotros, que éramos pocos, suponía tener refuerzo
noche sí y noche no cuando no era noche sí y noche también. Era francamente muy pesado ya que
aquellas horas de vela sentaban fatal al cuerpo. No fue fácil habituarse a este régimen. Suerte
teníamos de las siestas…
Yo, personalmente, era partidario de hacer la guardia en el polvorín, viejo o nuevo, que eran los
lugares más alejados del aeródromo y, si podía, el primer o el último turno. Llevábamos perros que
nos acompañaban y bien tapados con el capote y unas mantas, las noches eran muy frias, nos
refugiabamos en un rincón del puesto asignado y pasabamos las horas como buenamente podíamos,
con el auricular del transistor en una oreja e incluso haciendo alguna cabezadita. Los perros nos
avisaban si había algún movimiento. En medio de la oscuridad y del silencio, era extraordinaria la
capacidad que se desarrollaba para oir el más leve ruido. Si se acercaba el coche de la patrulla, con el
sagento o el oficial de guardia, aún no enfilaba la pista, a un par de quilómetros, ya se le oia
claramente por lo que teníamos triempo de sobra para “montar el dispositivo”de una guardia tal y como
debe de ser.
En estas guardias tuve ocasión de contemplar como en una noche de luna nueva, las estrellas
brillaban por millones en un cielo tan nítido. Daba la sensación que entre ellas y nosotros no quedaba
espacio y que de un momento a otro quedaríamos aplastados por ellas… Nunca más he visto otro
cielo igual. Y no hablemos si llovia. Oías a los lejos la lluvia que se acercaba golpeando el suelo
primero con un suave rumor, y una leve brisa golpeando la cara, transformándose luego en fuerte
estruendo que se convertia otra vez en suave rumor a medida que se alejaba. A plena luz del dia no
escuchabas esto de ninguna de las maneras.
Al hagar, la pista o la puerta principal no me gustaba estar. Había más “riesgo” de que te “pillasen” si
en un mal momento te dormias, o cualquier otra incidencia. Recuerdo a aquel canario al que
sorprendieron en su turno de guardia durmiendo a pierna suelta en la cabina de un T6 y al relevarlo
del puesto, se lió a patadas con el perro diciéndole: -¡Hijo de puta! ¿Así haces la guardia? La risotada
fue general pero el arresto no se lo quitó nadie.
Pasar la noche en el cuerpo de guardia podía ser muy pesado. El suboficial o el oficial de guardia
andando por allí, y a veces era preciso controlar a los compañeros, no era nada cómodo.
Es de suponer que si hubiera sabido en aquellos dias de las actividades de la población saharahui y
de las facciones indepentistas, no hubiera estado tan confiado en medio de la arena y hubiera
intentado encontrar el refugio del aeródromo.
La cosa ja no era tan tranquilizadora cuando los últimos dos meses de nuestra estancia nos daban
emisoras portatiles para la guardia y teníamos que dar la novedad regularmente. Se oían a veces los
timbres que alertaban al “tercio”, distante unos seis quilómetros y se podían escuchar los camiones
que salían de su cuartel “para hacer maniobras” y algun que otro disparo. Alguna mañana, temprano,
evacuaban en aviòn algun legionario herido, (oficialmente enfermo). Alguna cosa pasaba pero de
hecho vivíamos totalmente ajenos al gran problema que se gestaba en aquel desierto.
21
Los aviones
Cuando era jovencito, desde la terraza de mi casa, con la ayuda de unos viejos binoculares veia
despegar y aterrizar avionetas en el cercano aeródromo de Alfés, distante unos diez kilómetros. Mas
que verlos, los intuía y pensaba, ¡qué bonito es eso de los aviones! Quién me iba a decir que unos
años después ver despegar y aterrizar aviones sería lo más habitual durante todo el día.
Al aeródromo operaban, obviamente, aviones militares y puntualmente cada dia el Focker de Iberia
que cubría el servicio con las Islas. Era la sede del destacamento en Africa del 462 escuadrón de caza
con los conocidos T6 o Texan, aviones que nos recordaban a las películas bélicas americanas. Había
también los Junkers 52, trimotores que ya volaban en la guerra europea del 1941. Y anteriormente en
la guerra civil del 1936. ¡No tenían poca historia! Recuerdo el dia en que los pilotos de un transporte
francés, creo que era un Caribou, viendo aterrizar el Junker de la estafeta procedente de Las Palmas o
de Sevilla, dijeron que,- “si su general ordenara que volasen este aparato, se negarían a ello aunque
les formasen un consejo de guerra”. Es de suponer que exageraban un pelín, o quizás nuestros pilotos
realmente eran unos temerarios o los franceses unos timoratos… También había otra reliquia: El
Heinkel bombardero también de la misma época de los junkers y del que se decia hacia uso el coronel
Carbó. (No supe nunca quién era tal coronel o si era una “leyenda”). Luego estaban las avionetas
Dornier conocidas con el sobrenombre “Cuervos” (lucían este bicho en su insignia) y que servían para
el transporte ligero enlazando El Aaiún con el resto del territorio. Nos visitaban muy a menudo los
Saetas, reactores con base en Gando, y los DC3 de transporte, así como el Azor también de
transporte pero configurado para pasaje mas que para carga. Los “paracas” para sus saltos se servían
de los Junkers y de los DC3 y, cada tres o cuatro meses, tocaba el traslado desde la península del
contingente de reclutas del ejército de tierra con destino al BIR. Aterrizaban de vez en cuando
aviones italianos, franceses, americanos... (Éstor últimos repartían latas de cerveza y revistas del
PlayBoy y lo hacían como si diesen cacahuetes a los micos de un zoo. Por cierto, la cerveza era San
Miguel, hecha en Lleida.
Se daba servicio también a aviación civil. Además del Focker de Iberia, aterrizaban los aviones de
pasaje con destino Madrid, los“charter”con turistas que habitualmente operaba una compañía llamada
Spantax y volaba aviones Douglas con motores de hélice así como numerosos aviones privados, la
mayoria con directivos de Fos-Bucraa y otros turistas o deportivos.
Era un aeródromo con mucho movimiento.
TEXAN T6
Estos aviones eran originarios de norteamérica.
Corría la leyenda (cierta o no, no lo sé) que los
americanos no permitían su uso por el litigio
España-Marruecos, pendiente del plebiscito con
la población saharahui. Solución: Los T6 se
compraron a Francia. (¿Serían de ocasión?)
22
Foto: Manuel Viaño 1968-1970
Junkers 59
Íban o venian de Las
Palmas o Sevilla con si
nada.
El Heinkel (CASA
2111)también
conocido como
“Pedro”
Foto del autor
El Azor, para carga
y pasaje, avión
“genuinamente
español”
Foto del autor
23
Las avionetas Dornier,
conicidas como “Cuervo”
eran ligeras y rapidas.
Enlazaban perfectamente
con las guarniciones en todo
el territorio.
Foto del autor
Saeta HA 200
Foto de la Web
DC3
Focker 27 y DC de Spantax
Fotos del autor
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Los amigos
¿Què es el que lo que el servicio militar aportó a nuestra vida?
Hay quien opina que nos hacía más maduros, o bien que nos preparaba para afrontar con más
responsabilidad deberes y obligaciones, que nos liberaba en muchos casos del exceso de protección
de padres y, sobretodo, de madres… En una palabra, que “nos hacíamos más hombres”.
Otros, más negativos, decían que podíamos adquirir vicios, o potenciarlos si ya éramos proclives a
ellos, tales como el ocio, el tabaco, la bebida sin contar el “parón” laboral o de formación… ¡y no
hablemos de las mujeres!
Bueno… de todo podía haber, según el carácter de cada uno pero..
A mi parecer, el servicio militar, “la mili” en aquellos parajes en que no desenvolvimos, nos regaló, por
encima de todas las cuestiones relacionadas una cosa impagable: la amistad.
El amigo, aquella persona con la que, muchas veces sin saber porqué, compartías alegrías, penas,
emociones, aquel a quén le confiabas tus sueños, aquél que compartía tus afanes, gtus
confidencias….
Después había los compañeros con los que también convivías y eran partícipes de muchas pero, no
eran el amigo.
¿Mi amigo? Bueno, eran tres: El Ramiro, el Joaquin, el Enric…
¿Mis compañeros? muchos: Dolcet, Hijazo, “Sant Pol”, “Cardat”, Bartolo, Néstor, Vazco, y muchos
más que veo sus caras en mis recuerdos pero sus nombres se han borrado ya víctimas del tiempo.
Pero, el Ramiro, el Joaquin, el Enric...estos eran ¡y son! Los amigos.
Iba al pueblo, ¡nunca solo! Simepre con uno u otro o todos juntos.
Desayuno, comida, cena, nos buscábamos... tocaba colada, a hacerla juntos. Vagábamos ociosos,
¿dónde están?... Correo de casa, faltaba tiempo para contarnos las novedades…
Y de las novias, ¡Ah las novias…no hacia falta contar nada! Nuestras caras lo decían todo sin
palabras.
Y hay que tener en cuenta que éramos tan distintos en carácter y hasta en gustos o aficiones. Pero
encajábamos perfectamente y superàbamos nuestra diversidad sin problemas.
Todos teníamos nouestros momentos malos, de los que difícilmente podíamos librarnos.Y estabas
solo, preocupado, triste… y al momento oías una voz que decía “Al hangá, al hangá, tacotá” era
nuestro grito de guerra, ya lo explicaré) y aparecía la cara del amigo invitándote a salir de tu estado y
con otro “Al hangá” te sacudías de encima cualquier pesadumbre y te enganchabas nuevamente a la
vida.
Pasados los años, después de vivir cada uno su propia vida, a pesar del alejamiento aparente que
ésta conlleva, cada vez que nos encontramos, sin hablarlo, casi sin notarlo, de una forma instintiva,
retrocedemos una pila de años y volvemos a ser aquellos jóvenes en esencia despreocupados y
alegres y por un rato parece que no ha pasado el tiempo.
Pero, desengañémonos que sí ha pasado. ¡Y más velozmente de lo que nos parece a todos!
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Joaquin Domínguez Sánchez-Crespo
Ramiro Drudes Aldavert
Enric Flores Musté
26
Javier Marin Sevilla, compañero de trabajo y sin embargo, amigo
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“Al hangá, tacotá, tacotá, al hangá.”
El Joaquin, excelente albañil, pronto medró a sus anchas en la sección de obras. Se pasó la mili
colocando ladrillos. Llegó a ser la “joya más preciada” y, en ocasiones, la pesadilla del suboficial que
reinaba en la sección de obras, el nunca suficientemente bien ponderado brigada Berrocal.
Decía el brigada: -Joaquin, hay que levantar una pared en el economato. (Es un suponer)
Al dia siguiente la pared estaba levantada. – ¡A sus òrdenes mi brigada! La pared ya está hecha.
Y el brigada dedicaba a su “albañilito” una mirada en la que se mezclaba un sentimiento de
admiración, por la diligencia, complacencia, por la obra bien hecha y de angustia en la que se le leia
el pensamiento -¡”Y ahora que le mando yo a este tío….joder, podría descansar…”! ¡No estaba
acostumbrado a tanta diligencia!
A menudo, era preciso descargar aviones en la pista. Por lo visto, era responsabilidad de la sección de
obras esta labor y nuestro buen brigada daba las órdenes oportunas a los cabos para que reclutasen
personal extra si era preciso para la descarga. ( una vez me engancharon a mí y cuando iba por la
cuarta o quinta caja de botellas de “Agua de Firgas”, me desmonté como un mecano) Diagnóstico:
distensión lumbar, según el médico. Escaqueo puro y duro según el cabo. (Juro qué fue lo primero))
La orden era –“¡Al Hangar, al hangar”! y lo decía el brigada con su acento peculiar lo que dio pié a
que el Joaquin, parodiándole, poniéndose el dedo bajo la nariz como si fuese el bigote, repitiera una
y cien veces -“Al hangá, al hangá…” Nos faltó tiempo a nosotros para seguir su retahilla y que poco
a poco fuimos adornando con ruidos incongruentes como “tacotá…tacotá…”
Era de locos vernos por la calle farfullando “al hangá, al hangá, tacotá, tacotá, al hangá” una y otra
vez. Esta actitud rayaba el límite de la cordura pero ¿Y lo bien que nos lo pasábamos? Aún lo
hacemos ahora cuando nos encontramos.
.
Foto extraida de la Web “La mili en el Sàhara”
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Las manías.
Éramos muchos los que téniamos verdaderas manías.
Por lo visto, el Siroco, se nos infiltrava hasta el cerebro y nos lo llenaba de arena por lo que nos
comportábamos en ocasiones como unos perfectos “sonados”.
Recuerdo aquel compañero que llevaba el bolsillo lleno de piedrecillas y cuando pasaba justo delante
de una papelera que estaba frente a la enfermería, tiraba una de ellas, como si fuera una mini-pelota
de baloncesto. ¡Sólo lo hacia en aquella papelera! ¡Era igual si en el aeródromo había treinta
papeleras. ¡Sólo aquella era la destinataria de su tiro! Era igual fuera de dia o de noche, fuera solo o
acompañado, hiciera viento, sol o lluvia.
Otro no pisaba nunca la acera al entrar al comedor. Si iba solo, ningún problema, pero en ocasiones
entrábamos a comer en formación y el saltito que daba lo ponía en evidencia y algún oficial
quisquilloso no aceptaba de buen grado su costumbre y aún conminándolo a mantener el paso, él
“pasaba” y ya la teníamos liada.
¿Y aquel vasco al que apodamos “mataburros”? Estando de refuerzo en la pista veia burros por todas
partes y en una ocasión se lió a tiros contra los hipotéticos animales. (Sí que es cierto que los drenajes
a la orilla de la pistas de rodadura o de despegue se llenaban de agua debido a la humedad que se
condensaba por la noche, fruto de la proximidad del mar y que allí proliferaban plantas, una verdadera
tentación para cabras y burros de los nativos si andaban sueltos por las proximidades.
La nochevieja de 1971, después de las celebraciones que podríamos denominar “clásicas y formales”,
y con la oficialidad haciendo la vista gorda, el poco personal libre de servicio entre el que me contaba
yo, montó un sarao de tal magnitud que todas las literas amanecieron en la calle después de haber
agotado todo lo que se podía beber de la cantina.
Eso de ”darle a la botella” era bastante habitual. No se nos podía considerar unos borrachines pero en
más de una ocasión las “trompas” eran de antología. Y pocos eran los que no habían pasado por este
trance.
¡Jó! Aquella noche en que, después de construir el clásico artilugio para calentar agua con una tabla y
dos clavos conectados a la red eléctrica, estando ya el Flores de ayudante en la enfermería, nos
juntamos con el Joaquin y el Ramiro y nos dedicamos a hacernos carajillos de café soluble y whiski.
Aquello acabó con una borrachera de órdago.
Era proverbial la afición del Ramiro para intentar arreglar (aunque funcionara) cualquier aparato que
cayera en sus manos. Tenía un pequeño destornillador y, trasto que se comprase, fuese un aparato de
radio, un “cassette” o una simple linterna, pronto le ”sacaba las tripas” con su pequeña herramienta y
quedaba hecho un desastre.
Yo por fin adquirí mi cámara fotográfica reflex y parecía el tonto del aeródromo fotografiando a troche y
moche todo lo que se movía y todo lo que estaba quieto.
Supongo yo que el hecho de vivir todos juntos lejos de nuestro “hábitat natural” y en un régimen de
vida al que calificaría de “plano”, siempre se hacía lo mismo con una regularidad y monotonía que al
final se volvía exasperante, nos iba cargando y para liberarnos de la tensión acumulada nos
comportábamos de una forma totalmente anómala.
Y así íbamos pasando los dias, riendo, enfadàndonos y volviendo a reirnos, esperando aquel dia aún
lejano que nos permitiría volver a nuestro hogar.
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EL Aaiún
Capital de la “Provincia del Sáhara Español”.
En aquellas fechas vivían en El Aaiún, según el censo oficial de 1970, 12.290 españoles y 12.229
nativos (El total en toda la província era de 41.807 habitantes)
Allí íbamos de paseo, a comprar, al cine, a comer,... No era una ciudad demasiado extensa. De hecho,
pronto estaba todo visto. Y tenía su encanto. Sobre todo los zocos y los vendedores ambulantes de
artesanía.
Era, cómo lo diria… una amalgama de construcciones que iban desde una discreta ampulosidad de
los edificios oficiales y algunos cuarteles hasta el barraquismo puro y duro. Algunos barrios como
“Colominas”, la zona de la ” Plaza de España”, la “Avenida del Ejército” o el acceso por el Parador
Nacional, estaban construidos dentro de una planificación urbanística “a la europea”. El resto de la
población era un monumento a la precariedad y en muchas zonas, a la pobreza.
Pasear por sus calles era como participar en un desfile militar pero sin marcar el paso. Rondábamos
por allí soldados de Aviación, Infantería, Artillería, Ingenieros, Paracadistas, Legionarios, Marineros,
Tropas Nómadas, Policía Territorial, Transmisiones, Automóviles, Sanidat, Intendencia, Helicópteros...
seguro que me dejo en el tintero más de un cuerpo. Y entre esta multitud de militares surgía refulgente
la figura de una mujer luciendo en su ropa los colores a nosotros vetados, amén de, con todo el
respeto, otros atributos propios de su condición femenina. Capítulo aparte era la vestimenta de los
saharahuis, normalmente lucían en sus ropas el color azul y sus féminas el negro en sus velos.
La mayoria de las casas de la población tenian un aspecto de vejez y deterioro evidentes pero viendo
fotografías datadas no hace muchos años, se puede deducir que la mayoría de la población fue
construida en un margen de 20 a 30 años y hasta hoy.
Se dice que vale más una imagen que mil palabras. Aquí van algunas fotos, algunas de mi cosecha y
otras de compañeros recopiladas de la web “La mili en el Sàhara”.
Foto extraida de una postal (de la web “La Mili en el Sáhara”)
Este es el acceso a El Aaiún por la carretera de la playa. En primer término el Parador Nacional de
Turismo (1968), al fondo el Tercio. En medio, la población y la sahia de El Hamra, el rio.
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Foto de una postal recopilada de la Web “La Mili en el Sáhara”
Plaza de África. Al fondo la iglésia, a la derecha, el hospital.
Foto del autor
Edificio nuevo del gobierno.
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La Iglesia (también denominada Misión Católica)
Foto del autor.
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Foto del autor
Gobierno General del Sàhara y Biblioteca
Foto del autor.
Avenida del Generalísimo Franco.
Como era preceptivo, en aquella época no había ninguna población que no dedicase la mejor
calle al Jefe del Estado.
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El “Zoco nuevo”.
Se vendía principalmente,
especias, ropa y toda clase
de herramientas y objetos de
uso cotidiano para el
consumo de los nativos
También era punto de
reunión para los hombres.
Fotos del autor
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Fotos del autor
El “Zoco Viejo”, más pequeño y acogedor, ofrecía tota clase de aparatos de sonido, foto,
relojes, tapices y artesanía.
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Fotos del autor
El Cine Las Dunas. Era el único cine que había. La platea estaba en la parte de arriba y el
“gallinero” en la parte baja. Al revés que en los cines de nuestra tierra. Era una buena opción
para pasar la tarde y siempre estaba lleno.
Un de muchas calles de El Aaiún. Su peculiaridad està en que se denomina “Segre”,
el rio de Lleida.
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Calle que daba acceso a la Sahia.
Foto del autor
Foto del autor
La Sahia El Hamra, normalmente llevaba muy poca agua y únicamente podía extraerse de
algunos pozos.Se acumulaba mucha suciedad y aguas negras.
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Foto del autor
Una vista de la Sahia con agua. Estaba estancada y no era apta para su consum. Al fondo, el tercio.
El Aaiún desde la otra orilla de la Sahia. (Foto extraida de una vieja postal Web “La mili en el Sáhara)
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“El otro Aaiún”
El Aaiún era la capital de “la provincia del Sàhara Español” y, como tal, se reflejaba en sus
fortografías la “cara amable” de la población. Pero lejos de esta visión de postal había otro
Aaiún donde la pobreza y la precariedad reinaban sobre todo.
Foto Jordi Llistar 1971/1972
ff
Foto Jordi Llistar 1971/1972
De la Web “La mili en el Sàhara”
39
Foto Jordi Llistar 1971/1972
Jordi Llistar 1971 – 1972
De la Web “La mili en el Sáhara”
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El “Pozo Farachi”
O “la aventura del agua dulce”
El agua en aquellos parajes, procedia de pozos y era salobre. Prácticamente no se podia beber. Por
este motivo se contaba con dos camiones cuba y su función no era otra que recoger agua dulce de un
pozo distante unos treinta kms, conocido como “pozo Farachi”.y su posterior reparto en cocinas del
aeródromo y viviendas de oficiales y suboficiales que vivían en el pueblo. Para nosotros era un lujo
disponer de esta agua dulce en las máquinas dispensadoras en comedor y cantina. Óbviamente, los
servicios de aseos y limpieza utilizaban el agua salobre..
De vez en cuando, acompañaba al xófer a buscar agua aunque el motivo principal era el poder
“mangar” al moro, amo y señor del pozo, algunos de los rabanitos que cultivaba en su exuberante
huerta y que devorábamos ávidamente, fresquitos, recién arrancados de la tierra. ¡Los encontrábamos
deliciosos!
Era impresionante tanto verdor en medio de la aridez de las dunas
Fotos del autor.
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¡Me pongo enfermo!!
Fue a primeros de junio 1971 que, sin molestia física alguna, oriné con sangre. Consultado con el
oficial médico y tras un exámen radiológico efectuado en el Hospital, se observa una mancha del
tamaño de un garbanzo y que sugiere la posibilidad de un cálculo renal.
El tinente médico me deriva a la “sala avanzada” que el ejército tenía en el Aaiún.
Aquello de la “Sala avanzada” resultó ser un “catenárico” muy grande, como cuatro o cinco veces el
tamaño de nuestros dormitorios, con una sala común y unas camas muy deterioradas, unas mesas en
el centro para comer los que pudieran levantarse y donde nos alojábamos enfermos de toda clase. Allí
estábamos los nefríticos, cirróticos, bronquíticos… y todos los “íticos” que quisieras en unas
condiciones de confort y me atrevería a decir que higiénicas muy deficitarias. Debo decir que desde
que empecé a trabajar a los catorce años hasta mi incorporación a filas habia trabajado en una clínica
privada en Lleida por lo que mi percepción de la citada sala no era muy favorable. La atención que
recibíamos del personal sanitario suavizaba el rigor de la mencionada sala pero,… Estuve un par de
días.En cuanto vino de visita una patrulla de la P.A. les di recado para el teniente médico el cual,
aduciendo desconocer el tema de la sala, derivó mi tratamiento hacia el Hospital Militar de Las
Palmas. ¡Aquello era otra cosa! El hospital estaba alojado en un edificio de estilo colonial, con unas
salas espaciosas, diáfanas, con unos jardines preciosos y con aquel clima tan suave…
Me dí cuenta entonces del valor de nuestro servicio en el Sáhara. Los soldados que allí servían lo
hacían en unas condiciones muy precarias y que quedaban superadas por el sacrificio, involuntario o
voluntario de todos los efectivos.
Yo no tenía ninguna molestia de importancia aunque después de un estudio radiológico más
profundo, se confirmó la presencia de varios cálculos en el riñón derecho y que solo se resolovería por
la vía quirurgica. Le comenté al comandante médico que me trataba que si era prudente pospondría la
intervención hasta mi licencia en que la realizaría en “mi” clínica. No puso ningún impedimento en ello
y con una “convalecencia” de 30 dias me devolvió a mi destino en el Aeródromo.
¡Durante mi estancia en el hospital hablé por teléfono con mi chica! ¡Bendito càlculo renal!
(Por si a alguien le parece que esto sea una cosa extraordinaria, conviene recordar que en aquella
época las llamadas a la península eran difíciles y caras. No existían los móviles como ahora, señoritos
de los tiempos modernos…)
Y ya de vuelta al desierto, con la “baja” firmada por el médico, me faltó tiempo para solicitar pasar
aquel periodo en casa pero los permisos en aquellos parajes eran tan y tanto limitados, que la
respuesta fue un categórico “NO” por parte del teniente coronel que tenía fama de ser el oficial más
rígido del ejército del aire. -“Rebajado de todo servicio pero sin abandonar la unidad”. Pero estábamos
en verano y el St. Tte.Coronel sí que se fué de permiso (ellos le decían de “colonial”) y volví a la carga
a llorarle al comandante y aquel santo varón firmó treinta dias de convalecencia en casa. Aquello fué
un regalo del Cielo. ¡La envidia de todo el mundo!
Así que hice la maleta, abordé el primer avión a Las Palmas, allí transbordo a otro hasta Getafe, en
Madrid y en taxi compartido con dos afortunados compañeros que iban a Tarragona i Barcelona con
un permiso de quince dias, me planté en Lleida sobre las seis de la tarde.
Recuerdo que, ya sin un duro en el bolsillo, desde el Hotel Condes, al pié de la carretera, llamé por
teléfono a mi nena y me decia: -¡Qué bien que se oye! ¡Parece que estás aquí mismo! ¿Cómo es que
llamas? - Para que me felicites (era 30 de julio, dia de mi cumpleaños) – Felicidades amor mio. ¡Que
bién si pudieras estar aquí conmigo! Entonces, me dije que ya estaba bien de tonterias y exclamé:
-¡Venga coge un taxi y ven a recogerme al “Condes” que estoy aquí!
¡Qué bonito fue aquel reecuentro después de casi ocho meses de ausencia!
I qué dias mas maravillosos pasamos. ¡Ni riñones ni puñetas! Besos…besos…besos…..
42
Pasados los dias, faltando pocos para retornar a mi destino, volví a sangrar otra vez e ingresé en el
Hospital Militar en Lleida, justo al lado de la clínica donde yo trabajaba con mi novia. Cada dia me
hacia la visitita a pesar que éstas no estaban permitidas. La monja encargada de la sala hacia la vista
gorda. ¡Viva la hermana María y la madre que la parió!
Per cierto, la notificación de mi ingreso en el Hospital Militar en Lleida no llegó a El Aaiún y por lo visto
me declararon desertor. Afortunadamente todo se aclaró ràpidamente y volví a ser un soldado
ejemplar.
El comandante médico en Lleida no quiso dejar pasar más tiempo y me derivó a Barcelona para que
me extirparan aquel “bendito” cálculo que me permitió volver antes de hora.
Todo el mundo decía que aquello no tenía ninguna importancia, que la intervención era leve, así que
ingresado en el Hospital Militar de Barcelona, llegado en momento de la intervención y ante las
manifestaciones del cirujano que “aquello no sería nada”, no avisé a nadie de la intervención y cuando
al dia siguiente mi chica me llamó por teléfono, me encontro hecho una piltrafa y con un tajo de no te
menees. Vinieron a Barcelona madre, padre, novia,…. El médico cabreado, un vecino de casa, policia
nacional, ingresado por una afección en la columna, auxiliándome cuando no habia el enfermero,
vamos un buen cacao.
I la cosa siguió su curso, pasé unos dias fastidiado y cuando me recuperé, en unos quince dias, otra
vez la maleta y al Africa otra vez. Esto fue en octubre.
Y volvemos a separarnos, te vuelves a quedar solita cariño. Y yo también vuelvo a quedarme solo.
Ahora volvemos como al principio pero con el consuelo de que el tiempo pasado pasado está y ya falta
menos para acabar con todo esto.
El viaje de vuelta a mi destino fue glorioso. En el Sector Aereo de Barcelona me facilitaron el
salvoconducto. A Madrid en tren y en la base de Getafe, abordé el avión, un Azor, juntamente con
numerosos oficiales y sus familiares. Al sobrevolar Sevilla, nos advierte el brigada mecánico que
“aquello se movería un poco ya que nos acercábamos a un frente de tormentas”.
Yo, lucía un color entre amarillento y ceniza y una buena mujer, la esposa de un oficial, interesándose
por mi salud, cada vez que el avión subía o bajaba, según el capricho de la turbulencia de turno,
preguntaba angustiada si me mareaba. Tanto insistió la buena mujer que le dije que sí y blandiendo
una botellita de colonia Avon, empezó a refrescarme para evitarme el mareo. Entre el movimiento del
avión y el pefume de la colonia de marras, pensé que no llegaría vivo a la base de Gando.
Saqué hasta los garbanzos con chorizo del primer dia en Valladolid y la buena mujer, dále que te pego
con la colonia suspirando angustiada: -“¡Pobrecico mio!”
Y lo pasé fatal. Bajando del aviòn, ya recuperado, en Gando, le di las gracias por sus atenciones y
dándome dos maternales besos en las mejillas, insistía en que me llevara la bendita botellita de
colonia por si la necesitaba otra vez.
Pude dormir en Las Palmas, en el cuartel del Paseo Chil, ¡Jo, aquello sí que era un señor cuartel! Y el
trato de los compañeros cuando veian en el uniforme el distintivo del Sáhara, era exquisito.
La llegada al Aeródromo fue sonada. Coincidí en Gando con un contingente de reclutas que se
incorporaban, tal y como hice yo 10 meses antes, y me encomendaron su custodia hasta el
aeródromo. La expectación por la llegada de gente nueva siempre era grande y ya tenéis al Miguelito,
al frente de la reclutada, en formación en la pista, dando la novedad al oficial. El cachondeo de los
compañeros duró varios dias.
Y este dia volví a gozar una vez más del valor de la amistat!
Reencontrame con el Joaquin, el Ramiro, el Enrique, fue el bálsamo que acabó con la pena de una
nueva separación.
Hacerlos partícipes de las visicitudes vividas, transmitirles el amor de sus novias y de sus familias fué
muy gratificante para ellos pero puedo asegurar que lo fue más para mí.
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La llegada al Hospital de Las Palmas
El pijama, ¡la coña!
La “peña” del Hospital Militar de Lleida
¿Que os parece la parejita?. Ya estaba en casa, después de
conseguir los “30 dies de convalecencia”. Foto hecha “entre hospitales”
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¡Fijaros qué
cositas más
dulces nos
hicieron dejar
en casa!
La Enriqueta,
la Mª Angels
y la Mª.
Teresa
No sabéis el desasosiego que llevábamos dentro.
Ellas solitas por Lleida i Torres de Segre y nosotros
cuidando la finca en aquel rincón del mundo
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El teniente Pedro
“Radio macuto” anunció un relevo en el mando de la cochera. Se hablaba de sustituir al subteniente
Eliseo por un oficial procedente la “península”.
Y “Radio macuto” generalmente no fallaba.
A los pocos días, se despidió el subteniente y su lugar fué ocupado por un teniente.
La sorpresa fue que el nuevo oficial resultó ser un antiguo conocido. El teniente Pedro, que así se
llamaba, era oficial instructor en el CRIM de El Pinar en Valladolid. ¡Cuantos buenos ratos habíamos
pasado escuchando sus explicaciones! Era un hombre afable y bien considerado con la “tropa”.
Fue para mí una excelente persona y, al igual que con el subteniente, pronto congeniamos y si con
uno estuve cómodo, con el otro lo estuve más, si cabe.
Teníamos nuestros buenos ratos de conversación y no únicamente de cosas relacionadas con el
servicio. Era agradable su charla. Me confió que el hecho de servir en el Sáhara suponia un extra en el
cómputo del tiempo de servicio y a él ya no le quedaba muchos años para licencia. (Creo que los
profesionales tenían también su extra económico por servir en aquellas latitudes)
¡Nosotros también! Si no falla la memoria, nos pagaban 3,90 pesetas (0,02 €) por dia, a cobrar a mes
vencido. El tiempo de servicio no computaba ningún extra. La diferencia entre los profesionales y los
soldados de quintas era evidente…
El teniente tenía una idea fija respecto a mi futuro. Insistía frecuentemente diciéndome que mi futuro
estaba en el ejército y que no dejase pasar la oportunidad de ingresar en la “Academia General del
Aire “de donde saldría con el empleo de sargento y en pocos años podria ascender a oficial. Y como
para confirmar sus aseveraciones, esgrimía el “escalafón” un libro donde se relacionaba todo el
personal del ejército del aire con expresión de la fecha de ingreso, escala, especialidad, títulos
obtenidos y fecha de acceso al último empleo. Por el número de orden, de menor a mayor, calculaban
no sé con que baremo, pero lo hacían, el tiempo que faltaba para su próximo ascenso. Aquel libro era
como la Blíbia para todos ellos, desde los cabos de primera clase, hasta los coronels. (El ascenso al
generalato es “a dedo)
Hay que ver la de veces que me lo dijo y yo, que no mi teniente, que muchas gracias pero que aquella
no era mi vida. Que yo lo que quería era volver a mi casa con los mios. El dia de la licéncia todavía
insistió en el mismo tema. Me fui de allí y nunca más supe de él. Me arrepiento de ello. Era una
excelente persona.
Que viene el Xavier Marín! (También el José Luís González)
¿Que quién es el Xavier Marín? Es el Xavier de toda la vida, el compañero de la oficina que trabajaba
conmigo en la Clínica y que casualidades de la vida, también le tocó cuidar la finca en el Sàhara.
El en el ejército de tierra. Recuerdo su llegada a bordo de los DC3 donde los transportaban en clase
1ª, perdonadme esta “gracieta” que evidentemente no lo es, aviones de carga, habilitados con los
asientos laterales de red, con un olor a vómitos que tumbaba de espaldas, y lo libré de limpiar la
cabina antes de que abordaran los camiones que los llevarían al BIR nº 1 (Esto es, Batallón de
Instrucción de Reclutas número 1) que se ubicaba en la Playa de El Aaiún y donde recibirían
instrucción para su destino a diferentes cuerpos y/o armas. Si cuando yo llegué aquella fría
madrugada a Valladolid estaba “jodido” mi buen amigo Xavier estaba “jodido y acojonado”. Nos
veíamos regularmente y después del periodo de instrucción lo destinaron a Automóviles donde fue
pasando hasta que también le tocó volver a casa.
Un domingo, junto con el Ramiro, el Joaquin i el Flores, (no podia ser de otra forma) nos fuimos al BIR
a visitar al Xavier y a mi, personalmente, me cayó el alma a los pies. No es mi intención explicar a los
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compañeros que lean estas líneas como era el BIR puesto que todos pasaron por el mismo. Yo no
estuve allí. Sólo fuí de visita en contadas ocasiones.
Intento reflejar las impresiones que dejó en mí, para comprensión de aquellos que no han pasado por
nuestras experiencias
El Bir se ubicaba cerca del mar próximo a la zona de “Cabeza de Playa” donde había las instalaciones
de carga de Fos Bucraa, terminal de la cinta y pantalán, la Compañía del Mar, (Marina), Cabrerizas
(Infantería y batallón disciplinario) y Policia Territorial.
Las instalaciones del B.I.R. eran un mundo aparte. Allí vivían en condiciones, para mí, muy duras
todos aquellos reclutas. Para nosotros, que éramos “cuatro y el cabo” se nos antojaba que aquello era
un “macro campamento”. Y oí las hisrtorias de cuando el aseo diario se hacía en la playa, que el
“campo de margaritas” no era una leyenda, y que todo el dia se iba a golpe de pito y a gorrazo limpio.
Numerosos reclutas tenían afecciones de piel, y un régimen de entrenamiento muy duro. La vida allí,
vista la que vivíamos nosotros, era muy dura.
Había la costumbre, los domingos, de poder invitar a comer a compañeros de otros cuerpos y el
Xavier en alguna ocasión vino a Aviación. Daba gusto verlo comer, siempre tuvo un buen saque, y
creo que llevaba mas hambre atrasada que “el Carpanta”, el personaje de “El Pulgarcito”!
Menú de la primera vez, un domingo,
que el Xavier vino a aviación siendo
aún un reclutilla:
Ensalada variada
Paella con marisco de Villa Cisneros
Pollo con patatas
Helado
Pan vino y agua
Café, copa i un puro.
(A la vista del último apartado del menú,
casi le saltan las làgrimas)
El Xavier Marin Sevilla, todo un señor.
El Xavier Marín no fue el único conocido que apareció por aquellas latitudes. Un buen dia me avisan
del cuerpo de guardia que tenía visita. ¡Ostras, mi novia! Me ilusioné…pero no, no era ella. Me
encuentro con un recluta, desgarbado, y al que no reconocí hasta que estuve frente a él. Era el José
Luis González, buen amigo desde jovencitos y que presentaba un aspecto lamentable, quemado por el
sol y con afecciones de piel. Pero el José Luis era hombre de recursos y pronto se buscó la vida
haciendo amistades que le sacaron de apuros y aquí acabó la mili para él.
Todos íbamos
uniformados
Però el José Luis
pasaba de estos
pequeños
detalles.
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“Tirador selecto”
Los jueves por la tarde, en lugar de trabajar, tocaba instrucción, ya fuese teórica, de armas o de tiro.
Cabe decir que una de las cosas que no nos dejaban pasar por alto, era tener cuidado del fusil.
Obviamente, cada soldado tenía asignado su fusil (CETME) y nos lo conocíamos perfectamente.
Desmontarlo y montarlo con los ojos cerrados era prácica habitual, así como limpiarlo de cualquier
rastro de aceite, después de cualquier ejercicio de tiro para evitar que se enganchase la arena. (que
voy a contarles a los saharianos que ya no sepan en este sentido…)
Un jueves, en el campo de tiro, le pidieron al furriel que controlara las puntuaciones en las dianas para
poder formar un equipo con los que tirasen mejor. Y el tío, ni corto ni perezoso, se va hacia las dianas
y con algo punzante horadó lo que le pasó por la punta de…la nariz. Y, casualidades de la vida,
enganchó la diana a la que habia tirado yo. En consecuencia, a la vista de la “puntuación obtenida”, fui
nombrado junto a otros “hachas”como yo, tirador selecto y muchos jueves me pasé las tardes pegando
tiros a diestro y siniestro, tanto con el cetme como con un subfusil zeta o una pistola Astra de 9 mm.
Lo bueno del caso es que al final le cogí gustito a la cosa y hasta aprendí a tirar y no lo hacia mal del
todo. Pero de esto a ser un “tirador selecto” había un abismo.
Los desfiles y el “paso ligero”
Es cosa bien sabida que a los militares les encanta todo esto de los desfiles y “las banderas al viento”.
Es obvio que los militares del Sáhara no eran una excepción.
Cada dia había el “mini desfile” cuando mañana y tarde se rendían honores a la Bandera en el
Gobierno General por parte del piquete correspondiente.
Pero con eso no era suficiente y la visita al territorio por parte de alguna personalidad relevante era
una excelente ocasión para montar un desfile.
Pero el desfile, desfile, era el del “Dia de la Victoria”, el dia 1 de abril en que se conmemoraba aquello
de “En el dia de hoy, cautivo y desarmado el ejército rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus
últimos objetivos ...” ¡Y esto pasó el 1 de abril de 1939! Todavía se celebraba con bombo y platillos!
Aviación no participaba en el desfile con tropas a pié. Se enviaban unos aviones que hacian un par de
pasadas en vuelo rasante y ya estaba.
Pero...el año 1971, aterrizó un teniente que, recien venido de Madrid, quiso, o recibió la orden, de
preparar una sección de tropa para participar en el desfile y ya nos ves un jueves a la tarde, con el
cetme al hombro, desfilando calle arriba y calle abajo, acordándonos de la madre que lo parió.
(Perdón). El hombre quedó alucinado al ver que prácticamente, no recordábamos con la marcialidad
que se supone debíamos de tener, los movimientos con las armas y que desfilando parecía que
tuviéramos (sic) “los huevos de plomo”. Y delegó en el brigada la labor de entrenarnos. El brigada
hizo algún comentario despectivo al respecto que llegó al oido del teniente y el teniente, para tocarle al
brigada “aquello que no suena” ordenó un paso ligero, si no recuerdo mal dijo “con el arma
suspendida” (esto era, en lugar de montar el cetme al hombro, llevarlo suspendido por la bocacha a
pocos centímetros del suelo, cosa muy pesada y molesta) y ya tienes a todo el personal
uno,dos,uno,dos,arriba y abajo. El brigada el primero, luego los cabos y el resto de la tropa. El
teniente nos veia pasar bien relajado, apoyado en el quicio de la puerta trasera de la carpintería ( ¿o
era el horno?) Y la cosa duró una eternidad hasta que el brigada, tripita cervecera, quedó agotado y
todavía busca ahora el aliento que perdió trotando. Pero no fue el único en agotarse. Todos acabamos
derrengados.
Se presentó entonces el Tte. Coronel, nos miró, a mi entender, quizás me equivoco pero creo que no,
como si fuéramos una pandilla de escarabajos y decretó escuetamente que no había desfile. No era
momento para aplaudir su decisión pero nos quedamos con las ganas
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Te toca cocina” (Cuento basado en la “cruel realidad”)
El cabo de la cocina planeaba sobre todos nosotros mientras comíamos, igual que un buitre
escudriñando entre nuestros cogotes con una mirada que quería ser fría y severa. Armado de lápiz y
papel, era la personificación de la autoridat en el comedor. Él tenía la potestad de decidir quién
pasaría la siesta tumbado en su litera y quién la pasaría entre platos perolas y cubieros sucios.
El ritual era:
Al “reclutilla”, también denominado “gusano”:
- Fulano, te toca cocina!. Respuesta del pobre “recluta”: - Mi cabo, ya me tocó ayer... El cabo: - Que te
toca cocina i punto. Y cuando acabes con las perolas me friegas todo el comedor. ¡Y te callas que
cuando seas padre comerás huevos .!
Al veterano de seis meses. También denominado “padre”
- Fulano hoy tendrás que pasar por la cocina. Tienes un arresto del sargento... y tal y cual....
Respuesta del “padre”: - ¡Joder con el sargento! ¿No lo puedes apañar? ¡Ya estuve fregando hace
diez dias! El cabo: - Va fulano, no compliques las cosas que soy un mandao. Cuando se vaya el
sargento sacaré la caja de pastas y la botella coñac.
Al veterano, veterano de verdad, también denominado “abuelo”
- Fulano, cocina.
Respuesta del “abuelo”: ¡Vete a tomar pol...c! El cabo se crece con la adversidad: - No me toques los
huevos y tira para la pila de los cubiertos, joder¡ Y el abuelo se enciende: ¡- A los cubiertos irá tu
madre! Pero quién te crees que eres cabo mierda.! El cabo arría velas, y se retira discretamente a la
caza y captura de otro reclutilla….
¡Y no es broma! En general, esto funcionaba así: Uno meses fastidiado, otros cumpliendo pero con
compensaciones y al final bula general, si no había algún correctivo que no podías soslayar.
No se por què, pero los cabos de cocina tenían muy “mala prensa”
La revista del sábado. ( Y la del domingo)
Esto era…. Una tocada de……narices.
Los sábados, tempranito tocaba (al que no podia escaquearse a tiempo) limpieza general de la
escuadrilla también denominada “zafarrancho”. Se removían todas las literas y se limpiaba “a fondo” el
piso, (esto de “a fondo” era regar el piso con agua y “Zotal” y barrer la arena que se colaba del
exterior) Dejábamos el barracón limpio como los “chorros del oro” o como se decía técnicamente, “en
perfecto estado de policÍa”.
Los domingos o festivos nos levantábamos al toque de diana una hora más tarde.
Los que estaban libres de servicio y tenían ganas y “pelas”, después de vestirse de bonito, limpitos y
bien peinados y de acudir al “Oficio de la Santa Misa”, se preparaba para ir al pueblo pero antes tenía
que pasar la “revista de vestuario”. Y poníamos sobre la litera todo el equipo de ropa que se nos había
entregado desde el primer día y no debía de faltar ni una pieza. Y si faltaba había de justificarse de
una manera convincente o ya la tenía liada. Habia oficiales para los cuales esta revista era un simple
trámite y no se molestaban ni a mirar el equipo. Pero había algunos que lo revisaban todo y contaban
camisas, calzoncillos o calcetines como si fuesen suyos. Entre la ropa de faena gris, la de “colonial”
blanca, camisas, traje de mudar, jerseys, gorras de visera i la de paseo, botas de cuero y de tela,
sandalias, calcetines, calzoncillos, corbatas... aquello parecía un mercadillo ambulante. Y lo peor, ¡se
perdia un tiempo precioso!
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La comida y el comer.
Recuerdo una recomendación de mi madre antes de incorporarme a filas: - “come hijo mio que de los
que comen, alguno se salva”. (La buena mujer se pasaba un poco. ¡Amor de madre!)
De todas formas, tenía su puntito de razón. En aquella época, a consecuencia de mi carácter, o
digamos más bien de mi “inmadurez”, cualquier cuestión que alterase mi ánimo se reflejaba en un
estado de ansiedad llegándo a provocarme episodios de vómito. El pensar que en el cuartel pudiera
producirse esta circunstancia, era motivo de preocupación hasta el extremo que me fui a Valladolid
con unas bolsas de plástico en el bolsillo para “recoger lo que pudiera expulsar”.
Y el primer “rancho” de aquel 20 de octubre, recuerdo que fue un plato de garbanzos con chorizo, me
supo a gloria y hubo reenganche. No fué necesario el uso de la bolsa de marras, ni aquel dia ni nunca
más.
La comida era para todos nosotros una obsesión. No se por què. Y devorábamos todo lo que
podíamos. En Valladolid, íbamos bien servidos desde el desayuno hasta la cena y todavía nos
encastetábamos entre pecho y espalda los bocatas de la cantina, o las tortillas de patatas y bistecs en
los chiringuitos de los alrededorers del CRIM. Recuerdo que después de una buena cena pedíamos un
”ponche” (café con brandy, o ron, y una yema de huevo crudo) ¡sabía a gloria¡ No era de la misma
opinión la muchacha que nos servía ya que la pobre, a la vista del huevo crudo precisaba de las
bolsas que yo ya había abandonado definitivamente.
Llegados a El Aaiún, la obsesión por la comida no desapareció.Tengo que decir que comíamos bien.
Realmente no comíamos bien. Comiamos ¡muy bién!
Comenzando la jornada, después del aseo, no faltaba el típico café con leche y unos panecillos recién
salidos del horno, calentitos todavía, que acompañábamos com mantequillas, mermeladas y cacaos
de toda clase. Recuerdo la mermelada, que era inglesa, y la marca era “Plumrose”, ¡buenísima la de
fresas y superior la de naranja!
A media mañana, descanso y bocata, el típico de filete de caballa en aceite, embutido o “choped” o
queso y que acompañábamos con una cervecita o un vinito.
La comida, generalmente buena. Comíamos en mesas de a cuatro y servían los auxiliares de la
cocina. No había límite para el pan ni para el agua. De vino, una botella por mesa. A alguien ajeno al
territorio puede parecerle extraño un límite para el agua. Pues esta agua dulce era un “lujo”
procedente del ”pozo Farachi”, Distante unos 30 Kms. del aeródromo y no era de recibo su derroche.
El menú constaba de ensalada (casi siempre) dos platos y postre. Los dias festivos, café, copita y
puro para los fumadores. No faltaban en nuestra dieta los garbanzos, lentejas, sopas de sobre,
especialmente buenas las cremas de espárragos, verduras (pocas), paella los domingos, guisados con
patatas o carne, pescado, bistecs con salsas o empanados o simplemente fritos con patatas, pollo
(eran de la marca “Milsa”, un matadero de aves ubicado en mi ciudad, o sea, “pollo de casa”).
Recuerdo con especial agrado unos “huevos al nido”, huevos fritos dentro de unos pequeños
panecillos recien hechos que eran una delicia. De postre, helado o fruta (los postres flojitos…)
La cena sí que era poquita cosa y no era extraño que así fuera. Prácticamente sólo cenaban los que
tenían algún servicio o los que ya no les quedaba un duro en el bolsillo para irse al pueblo. Sopa,
salchichas con tomate, huevos y poca cosa más…
Cada mediodía se veía pasar todo elegante al cabo de la cocina, acompañado de un auxiliar que
llevaban la muestra del “menú del dia” al teniente coronel, o al oficial de dia, para su visto bueno. Hay
que decir que el teniente coronel era hombre muy riguroso en todos sus actos y la comida de la tropa
no era una excepción. Veiamos lo que había para comer y entrabámos en el comedor con el ánimo
más o menos predispuesto. A veces te sentías cansado de comer más o menos lo mismo.
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Quizás íbamos demasiado bien servidos. Tendríamos que haber valorado los comentarios de
compañeros de otros cuerpos cuando comían en nuestra mesa invitados. Les extrañaba que nos
quejásemos.
A parte de la manduca que nos daban, contábamos con el “economato” donde se nos facilitaba la
opción de comprar lo que nos apeteciera. Allí “mandaba” el “Sant Pol” compañero de mi reemplazo y
que se cabreaba si le preguntabas la hora. (Por aquello de “ Sant Pol, quina hora es ?” se dice que en
su pueblo había un reloj de sol y para evitar su deterioro lo tapaban con una manta). Enric, si lees este
relato, confío que no te enfades conmigo.
¿Y los paquetes que venían de casa, especialmente por Navidad? ¡Aquello era gloria bendita!
Aquellos turrones, aquellos embutidos, el chocolate “Valor”…También podríamos adquirirlos en el
economato pero no llevarían el amor de madre ni los besos de la chica más dulce del mundo!
Capítulo aparte eran las comidas en el restaurante del aeropuerto civil.
Nos reuníamos de vez en cuando una buena pandilla y allí se comía en plan “restaurante de lujo”. No
faltaba el buen vino (“sangre de toro” para catalanes y “Txacolí o rioja para los vascos) y entre copa y
copa, buenos entrecots.
Trabajar, lo que se dice trabajar, no trabajábamos mucho. Pero comer... “joer”, ¡Íbamos a saco!
El “radio cassette” y otras cosas.
El Aaiún era como Andorra pero en pequeñito. Los bazares del Zoco viejo estaban llenos de aparatos
electrónicos, relojes, cámaras fotográficas y de filmar, encendedores, tabacos, licores, y toda clase de
objetos a unos precios realmente baratos. También abundaba ’”artesania” en forma de tapices, juegos
de té, calzado de fantasía, figuritas y un largo etcètera. Y pongo artesanía entre comillas porque aún
que todo aquello se supone que eran objetos propios de su cultura, la manufactura era de cualquier
parte del mundo menos de allí, exceptuando algunas tallas en madera y algunas sandalias.
Mandé a la península unos cuantos tapices por encargos de familiares o amigos y realmente eran
vistosos y algunos eran verdaderamente bonitos.
Su compra era bien simple. Acudías al bazar, comprabas la pieza previo regateo, (por unas doscientas
pesetas) y lo dejabas en manos del vendedor con una etiqueta con la dirección de envío. Él se
preocupaba de la remesa. ¡No falló nunca. Podías confiar plenamente!
Allí podías revolver, escoger casi de todo pero.... la estrella indiscutible, el líder en ventas y en los
anhelos de prácticamente todos los soldados era el “radio cassette”.
¡Los habia de todas clases!
Los Sanyo, compactos, y los Aiwa con líneas más espectaculares, eren las estrellas pero los que
entendían un poco del tema compraban Phillips, Grunding, Telefunken...
Cada vez que un compañero se compraba el aparato era fiesta grande y se celebraba con un par de
botellas de whisky y una discusión eterna sobre cual era mejor “si tu Aiwa de mierda o mi Sanyo de
tres pares de cojones” (Perdón por el lenguaje pero he de ser fiel a la memoria).
Yo me compré el Sanyo, negro y compacto. Por supuesto, era el mejor de todos. ¡Faltaria más!
Otros objetos muy apreciados eran el radio reloj, los relojes de pulsera, las estrellas eran los Seiko,
Cassio y Citizen, las máquinas fotográficas, predominaban las japonesas sobre las europeas, las
gafas RayBan, los pañuelos y zapatillas de fantasía para las novias, etc...
Mi radio reloj, ¡Una maravilla de la técnica! (a pesar de que no tenía marca) Este aparato propició que
el Joaquín ampliase su grito de guerra, el ya conocido “Al hangá tacotá” añadiendo “quaqüiclok” .
(Grito de guerra completo, “Al hangá, tacotá, tacotá, quaqüiclok, quaqüiclok, al hangá, al hangá...)
¡Eso era de locos!
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Y la cámara fotográfica a la que quería casi tanto como a la novia. Era una Miranda, reflex y japonesa
con objetivo 50 mm, f 1.1 y un duplicador de focal. ¡Me costó 6.800 pesetas (40,87€)!
El tabaco, tirado de precio y los licores tan baratos como el agua mineral (o casi casi…tampoco
exageremos…)
La oferta gastronómica era mínima, si exceptuamos el “Parador”, el aeropuerto civil, y una
marisquería cerca de la Iglesia. Aún así había un lugar, no lo ubico ahora donde, que servian unas
tortillas rellenas con sesos, entre otros platos tales como bistecs con patatas, y que eran la debilidad
del Ramiro. Los helados de “Heladeria Bethencourt” y los batidos de cacao (leche con Cola-Cao) en
un local cerca del Cine Las Dunas…
Numerosos bares, “baretos” y “baruchos” ofrecían una amplia gama de “señoritas” de todos los
colores, tamaños y edades con tarifas muy asequibles y de dudosa garantía higiénica. ¡No les faltaban
clientes! ¡Aunque después tuvieran que pasar por la enfermería!
Con estas facilidades, quien tuviera cuatro duros se lo podía pasar la mar de bien.
Por convenio laboral, la empresa en que trabajaba cuando “era civil” me abonaba mensualmente
2.500 pesetas (ahora serían unos 15 €) y que mi chica giraba puntualmente cada mes. ¡Todo un
capital con el que podía vivir como un marqués!
Los Bingos malditos.
De tanto en cuanto, en la cantina o en el cine se montaban sesiones de Bingo patrocinadas por
nuestros mandos y con la finalidad, decían, de recaudar fondos que revertían en el “hogar del soldado”
o sea, la cantina.
Bueno, no estaba mal la idea.
Lo que sí estaba mal era que el premio del bingo, (no había línea) era un permiso de quince dies.
¡Joder, esto no se hace! Tendríais que ver con qué ansiedad nos jugábamos nuestros dineros con la
esperanza de conseguir el ansiado premio. Tendríais que ver como tios hechos y derechos se hundían
al no poder cantar bingo a falta de un número porqué lo cantaba otro compañero. Todavía hoy ,
después de tantos años siento la angustia de aquellas sesiones de ansiedad colectiva..
Y es que aunque el trato recibido era más que aceptable, aunque el trabajo no matara, a pesar de
todas las sensaciones y todas las cosas buenas que podíamos tener con veintidós o veintitrés años,
nos faltaba la cosa más elemental: el amor y el contacto con las personas queridas y que estaban
lejos de nosotros.
...ooO
OOOOOO00....
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¡Nos vamos!
Hay muchas cosas más que podríamos rememorar pero ya está bien por hoy.
Sólo nos queda el día que nos dijeron ¡a casa!
Quince dias antes del hecho empezó una tortura de tira y afloja. Creo que se lo pasaban la mar de
bién haciéndonos sufrir. Que si la próxima semana…, que no, que mañana…, pues será cuando llegue
el próximo reemplazo…, (cuentan la crónicas que se dió el caso de apear del avión a un grupo de
licenciados y retenerlos un par de días más). El buenazo de teniente Pedro: “piénsatelo mejor que el
futuro está en el ejército y tú vales mucho...” Iros todos a cagar, ¡coño!
Y cuando menos lo esperábamos, en menos de una hora, estábamos sentados en el avión camino de
casa. Prácticamente no hubo tiempo ni para despedirnos de los que quedaban en nuestros puestos.
Buenos compañeros, ausentes en aquel momento, de servicio y alejados del aeródromo,
desparecieron de nuestras vidas y no tuvimos la ocasión de una despedida como era debido.
¡Y así quedó la cosa! De esta manera acabó una etapa de nuestra vida que creo, dejó una huella muy
profunda en todos nosotros.
¡Nos vamos! No estamos todos. ¿Dónde puñetas están el Bartolo, el Flores el “Sant Pol…”?
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Fotos del autor
15 de marzo de 1972. Última visión del Aeródromo y de El Aaiún
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EPÍLOGO.
Nos llevaron a la Base de Gando. De allí a Getafe, Madrid.
En Madrid teníamos que pasar una aduana. Veníamos cargados a tope de tabaco, whisky, el radio
cassette, regalos, etc... Había un brigada que nos dijo: - “Venga cabritos, que váis cargados de
contrabando.! Pasar “pa fuera” y que no os vea más”.
En medio de una eufória general salimos todos a la calle donde empezó, una vez más, el ritual de las
despedidas.
Y llegué a mi casa de madrugada y con un bigote que me costó tres meses de bromitas de los
compañeros. Por la mañana, corriendo a casa de la novia, a darle la sorpresa pero, llevaba el reloj con
una hora de retraso (ya se sabe aquello de “una hora menos en Canarias”) y llegué una hora tarde.
Nos encontramos en el puesto de trabajo pero hubiera preferido reencontrarme con ella con un poco
más de intimidad… Fui provisto de la máquina de afeitar y el bigote, mi incipiente bigote, cayó a las
primeras de cambio después del beso más dulce del mundo.
¡¡Ahora sí!! Ahora ya se había acabado. ¡Ya estaba en casa! Ahora tocaba prepararnos para afrontar
nuestro futuro que veíamos cercano.
Ahora ya quedaba sin efecto aquello de “cuando acabe la mili”…
Juntos, la Enriqueta y yo, por fín, continuaríamos el camíno que interrumpimos el mes de octubre de
1970.
El 15 marzo de 1972 marcó un hito. Fue el disparo de salida de una carrera que nos llevaría allí donde
el amor quisiera y nosotros queríamos hacer este viaje con él.
Marzo de 2011.
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RECOPILACIÓN DE FOTOGRAFÍAS.
Leed si quereis. Con una “invitación” como ésta, ¡cualquiera no se presenta!
Aquí están
marcados todos los
dias de mili.
Ësta era la última
labor del día, antes
de acostarse
La “A” africana. Todavía la guardo..
56
Otra de reclutilla (Valladolid)
Haciendo el burro con el Joaquin. ¡Estábamos como cabras!
57
El Flores de guardia en la pista
Con el Dolcet, un domingo
Cerca de la frontera en una “excursión”
Fuimos a soltar unas palomas de una sociedad colombofila.
Llegaron antes ellas a Las Palmas que nosotros al aeródromo.
Que ricas eran las copas de la “Heladeria Bethencourt”
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Haciendo la colada
Paseando por el Zoco (Díaz, Duaigües, Dominguez i Drudis)
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Después de una comida en el Aeropuerto Civil
Con la panza llena.apetecía hacer tonterías
Un avión entero
Un avión roto.
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Cuando el sol iniciaba su ocaso. Era la hora que invitaba a la nostalgia
A bordo del DC3, camino de casa con el mes de convalecencia en el bolsillo.
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La podríamos titular “melancolía”. ¿En quién estaria pensando?
Soldado con camello y “guayete” (Dia de desfile en El’Aaiún)
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Nos visita una escuadrilla de Fiat Match I de las FF.AA. Italianas
Aeropuerto civil. Vuelo de Iberia a Las Palmas y Madrid. El sueño de muchos…
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Helicópteros del Ejército. Tenían su
base junto a Aviación.
Los conocíamos por “molinetes”!
Todo el dia “tacatacataca…”
Guayetes. Cada día venían con su pollino a
recoger pan. Los pobres, se llevaban además
alguna “galleta”
Partido de basquet en el hangar.
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Dunas
Distintivos de aviación y i del Sàhara
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RETRO
Any 1958. Foto Joan Bordas de la web “La mili en el sáhara”
Anys 1961 – 1962. Aeródromo. Foto de M. García Pérez (De la Web “La mili en el S´`ahara)
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RETRO
En estas magníficas fotos de Joan Bordas puede apreciarse el cambio que se
produjo en El Aaiún en el transcurso de dos décadas.
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MDA. MARZO DE 2011.
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