Introducción La naturaleza despierta un inexplicable interés cuando se la observa. Todo está ahí, delante nuestro, con un esplendor sorprendente. A nuestros ojos se presenta un inconcebible panorama, terrible y hermoso, del que formamos parte. Si decidimos contemplarlo, la vista resulta indescriptible. Cuando queremos comprenderlo mediante la razón, nos topamos con la profundidad de lo impenetrable, cuyas verdades permanecen encriptadas bajo claves de inteligencia, una inteligencia que nos supera. No obstante, su estudio contiene una seducción especial. La ciencia va observando y experimentando parcelas de la naturaleza de las que obtendrá respuestas preñadas de sabiduría. Con ellas podrá desvelar algunos de los secretos celosamente guardados, ocultos a nuestro conocimiento. Algo así como la combinación de una gran caja de caudales: sólo al conocer e introducir las cifras en el orden preciso, se abrirá la puerta de sus enigmas. Maravillosas claves que persisten y han permanecido mucho antes de la aparición de la mente humana, más allá de la evolución de los seres y de la formación del planeta; desde el primer día de la existencia del cosmos. En el curso de la humanidad, los pueblos, en su desarrollo cultural, han pretendido explicar cuanto les rodea, elaborando una ciencia conjuntada con creencias y leyendas. La observación de los cielos y de la Tierra produjo motivos de interés y gran curiosidad en nuestros antepasados y, de entre los objetos naturales del escenario terrestre, no escaparon de su indagación unos extraños cuerpos pétreos que hoy conocemos como fósiles. Ante la ignorancia de sus orígenes, los fósiles generaron numerosas interpretaciones y disquisiciones, la mayoría de ellas sin el más mínimo fundamento vistas desde una óptica actual. Semejantes ideas persistieron durante siglos y coadyuvaron a sustentar ciertas convicciones médicas, religiosas y sociales. 15 Una breve revisión de las diferentes concepciones históricas sobre tan fascinantes “petrefactos” es el propósito de este libro, con la pretensión de llamar la atención del lector sobre los intentos y esfuerzos de muchas generaciones en la búsqueda de la verdad con la que explicar la presencia de esas “piedras con figura” y el mundo que nos rodea. Minero. [Dibujo del autor.] 16 CAPÍTULO 1 Un regalo para san Luis Cuando Luis IX, rey de Francia (san Luis) residía en la ciudad de Sayette (hoy Sidón, Líbano) los años 1253-1254, mucho antes de organizar la octava Cruzada a los Santos Lugares, recibió un sorprendente regalo. De la pluma de su estimado caballero y hombre de confianza, el senescal Sire de Joinville (1224-1317), sabemos en qué consistió el presente, pues así dice en su crónica sobre el monarca francés: “Mientras que el Rey estuvo en Sayette, se le trajo una piedra llevada en lajas, la más maravillosa del mundo; puesto que en cuanto se levanta una, se encuentra entre las dos piedras la forma de un pez de mar. De piedra era el pez; pero en nada faltaba a su forma, ni los ojos, ni espinas ni color, ni cualquier cosa que no fuera de la misma manera como si estuviera vivo. El rey me dio una piedra, y encontré una tenca en su interior, de color oscuro, y de tal forma como una tenca debe ser”.1 Se trataba del fósil de un pez, magníficamente preservado y procedente de uno de los prolíficos yacimientos de losas de los Montes del Líbano (¿Sahel Alma?), hoy sobradamente conocidos. El rey Luis debió contemplar con asombro los huesecillos del cráneo, espinas, aletas y quizá también alguna de sus escamas que se exponían en la superficie de la pétrea lámina. Las lajas constituyen lo que fueron los sedimentos de un mar calmo y costero con una antigüedad de unos noventa millones 1. J oinville . Histoire de Saint Louis. Natalis de Wailly. Cap. 117, párrafo 602. Ed. Hachette. París, 1921. El texto en francés dice: “Tandis que li roys estoit à Sayette, il aporta l’on une pierre qui se levoit par escales, la plus merveillouse dou monde; car quant l’ont levoit une escale, l’on trouvoit entre les dous pierres la forme d’un poisson de mer. De pierre estoit li poissons; mais il ne failloit rien en sa fourme, ne yex, ne areste, ne colour, ne autre chose que il ne fust autreteix comme s’il fust vis. Li rois me donna une pierre, et trouvai une tanche dedans, de brune colour, et de tel façon comme tanche doit estre”. (sic) 17 de años, tiempo comprendido en el gran período de la Era Mesozoica, que los geólogos conocen como Cretácico. El color claro de las lajas contrasta con el rojizo-pardo de los restos conservados, brindando una maravillosa visión de los mismos. A pesar de la brevedad del relato de Joinville, la presentación y ofrenda del fósil debió causar gran sorpresa y admiración y no debió de estar El rey Luis y el fósil de pez del Líbano. [Dibujo del autor] exento de valor pues se le entregó al rey como un auténtico y especial obsequio. Y también como objeto de misterio, pues, ¿cuál podría ser la explicación que aquellos cruzados admitirían delante de tan extrañísima forma pétrea? Ninguno de nuestros pensamientos actuales tendría cabida en la mentalidad de aquellos guerreros cristianos pues los recursos para comprender la naturaleza procedían de los escritos sagrados y los entonces apenas conocidos legados griegos y romanos. Fósil de pez de los yacimientos del Líbano: Eurypholis boissieri. (Colección X. Plancheria Bigordá) Unas piedras muy extrañas Cualquiera que haya tenido un fósil en sus manos habrá experimentado una atracción especial; una curiosidad por el misterio que encierra, un misterio procedente de un pasado remoto que bajo forma pétrea ha roto las barreras del tiempo, llegándonos en las más de las veces, mutilado, transformado, gastado, pero con una información —poca o mucha— que con gran atención y dedicación 18 podremos ir desvelando. Fósil y tiempo son conceptos que forman, por así decirlo, una sola “entidad”, pues el primero es un testimonio de lo que fue en vida en un momento determinado del segundo. El fósil, por sí solo, fuera de su contexto geológico se reduce a un elemento llamativo, de adorno según el caso, huérfano de historia, lo cual impide el conocimiento de su tiempo, entorno y relaciones en el conjunto entramado de la evolución de los seres y del planeta. Las capas rocosas, y su secuencia, en donde los fósiles yacen, nos proporcionan muchos datos sobre antiquísimos ambientes, signos de actividades animales y comunidades que se dieron en un determinado lapso temporal de hace millones de años, todo ello tan real entonces como puedan ser los paisajes y la vida del presente. Durante muchos siglos, los hombres han descubierto fósiles por azar, ya fuere cavando cimientos de edificios civiles, castrenses, religiosos o, simplemente, por aflorar en la superficie de los montes, en los fondos de quebradas, en los valles, a simple vista. ¿Qué debieron pensar aquellos humanos ante semejantes despojos? ¿Qué clase de impresión tuvieron al recoger conchas, caracolas, esqueletos de peces o huesos fosilizados? Repasando escritos y crónicas de nuestros antepasados se leen ideas tan fantásticas y asombrosas como irreales que hacen sonreír al hombre del siglo xxi. A lo largo de la historia, cantidad de fósiles fueron recogidos por gentes tanto iletradas como eruditas a las que les debieron resultar unos objetos totalmente desconocidos. No es extraño que a muchas de tan enigmáticas piedras se les atribuyeran toda clase de poderes mágicos y remedios fabulosos para recuperar la salud, el amor, la suerte; valores de los que las sociedades humanas tan ansiosas están. Se confirieron nombres a los insólitos petrefactos de acuerdo con lo que sus formas pudieran suscitar. Podemos encontrar anécdotas como la que en 1782, evocaba G. Bowles (1740-1780), naturalista irlandés, a lo que en España llamaban “palomitas” a las terebrátulas, “por la figura de palomas que muy impropiamente finge la imaginación que tienen estas conchas”. Las indicaciones que Bowles da de las “terebrátulas”, parecen referirse a ciertos conocidos rinconeláceos —grupo de braquiópodos—, en donde la configuración general de la concha resulta parecida a la forma de esas aves y cuyo popular nombre persiste aún.2 No es difícil escuchar hoy de ellos, entre los 2. G. Bowles. Introducción a la Historia Natural y a la Geografia Física de España. 2ª edición. Madrid, 1782, pág. 121. Imprenta Real, 2ª edición corregida. Madrid, 1782. 19 pastores de algunos pueblos montanos de Cataluña, vocablos como “cap de xut” (“cabeza de búho”), para reconocer a las bellas rinconelas fósiles que, ciertamente, vistas de forma determinada, resulta indudable su parecido con la cabeza de un búho (por ejemplo, el búho real), las cuales muestran un pico ganchudo —rhynchos—, en una de sus valvas, observación que denota el agudo ingenio de quien tal nombre les puso; o bien “cabretes” (cabritillas) por las “cornamentas” que Conjunto de braquiópodos rinconepresentan las pronunciadas costillas láceos: Ver en el dibujo el parecido que adornan sus conchas y así un con la cabeza de un búho. [Foto del largo epistolario nominal, para éstos autor] y otros fósiles. Los rinconeláceos eran braquiópodos, animales marinos que poseen dos valvas (como ocurre con las almejas, mejillones y ostras) y que se sujetan en los fondos rocosos mediante un pie carnoso que les sale por un orificio en el ápice (el “pico”) de una de sus conchas. Plinio el Viejo (23-79 d.C.) en su monumental obra Historia Naturalis, establece ya una lista de nombres con unas explicaciones extravagantes —por lo alejadas de la realidad—, referentes a fósiles y minerales. No obstante, tal nomenclatura se conservará y se utilizará por mucho tiempo. Así, denominará como Hammonius cornu, Glossopetra, Tecolithus, Hammitis, etc., a numerosos fósiles muy conocidos. En el devenir de los siglos, el misterio irá cediendo y los secretos, poco a poco seran revelados a medida que los progresos de las ciencias vayan aumentando. La palabra impresa juega un decisivo papel en el umbral de Renacimiento, por cuanto las comunicaciones se intercambian y con ellas las diversas y riquísimas informaciones obtenidas en la observación analítica de la Tierra. Llegado el siglo xix es cuando la geología y la paleontología alcanzan el punto de arranque científico que en pocos años, tomarán cuerpo como disciplinas de estudio. Repasando pues algunos escritos, se ha creído oportuno detenerse brevemente en aquellos que exponen puntos de interés histórico, cultural, científico y anecdótico que evocan, por sí solos, los pensamientos y creencias de cada sociedad. 20 CAPÍTULO 2 Los fósiles y la humanidad Como ya se ha dicho, el hombre, a través de su historia, ha conocido la existencia de los fósiles, captando su atención poderosamente. Desde la más remota antigüedad hallamos collares y adornos confeccionados con conchas fosilizadas. En enterramientos humanos de Moravia de hace unos 30.000 años, se descubrieron conchas de braquiópodos (terebrátulas) que se utilizaron para confeccionar collares. Se conocen fósiles de dientes de tiburón a los que, en varios casos, se les practicó una perforación por donde suspenderlos como amuletos. Tales objetos han sido hallados en varios yacimientos de humanos europeos, que pueden datarse entre unos 10.000 a 30.000 años de antigüedad.1 Los antiguos griegos y romanos reconocieron los fósiles de conchas y peces, dándonos noticia de ello en sus escritos. Entre muchos ejemplos citaremos a Jenófanes (570-480 a.C.), quien nos habla de las canteras de Siracusa, en donde, entre las lajas, aparecen espinas de peces; Los griegos y los fósiles. [Dibujo del autor] 1. K. O akley. Decorative and Symbolic Uses of Fossils. Pitt Rivers Museum. University of Oxford, 1975; 1985. 21 menciona también los restos de un pequeño pez descubiertos en la isla de Paros. Herodoto de Halicarnaso (485?-425 a.C.), en sus viajes por Egipto, declaró haber visto conchas marinas lejos de la costa, 2 deduciendo acertadamente que aquellas tierras fueron en su día invadidas por el mar. Teofrastro (372-287 a.C.), reseñado por Plinio el Viejo, alude al hallazgo de marfil (ebur fossile) de color banco y negro sepultado en la tierra, substancia muy apreciada. Opinaba que la tierra produce huesos y piedras óseas y que en la Hispania, en donde César venció a Pompeyo, en un lugar llamado Munda se encuentran losas con la impresión de hojas de palmas.3 Erastótenes (275-194 a.C.) deja nota de que vio numerosas ostras surgidas muy lejos de las costas marinas y Estrabón (63 a.C.-19 d.C.) en su Geographia apunta sobre la presencia de conchas y ostras en: “mari intra mediterraneam frequentibus in locis concharum et ostreorum et cheramidum magna cernatur multitudo et salsi lacus; sicut circa templum Ammonis, et viam qua itur ad illud trium milium stadium esse dicunt. Per multam enim ostreorum effusionem extare.” (“El mar entre medio de las tierras, en muchos lugares se ve una multitud de conchas y ostras y escamas y lagos salados; igual que alrededor del templo de Ammón, y el camino por el que se va a él, que dicen que es de tres mil estadios. Sobresale por muchísima abundancia de ostras.”)4 En su relato sobre las pirámides de Egipto observó, en los montones de cascotes de piedra acumulados a los pies de dichos monumentos, que contenían infinitas “lentejas” (lentis.) incrustadas en su interior, habiendo oído que podían ser las sobras de la comida de los obreros que trabajaron en su construcción. Estrabón objeta que eso no es posible pues también Numulites, organismos unicelulares marinos con caparazón que vivieron hace unos 55 millones de años. [Foto del autor] 1494. 2. 3. 4. Herodoto. Historia. Libro I, XII. Plinio. Historia Naturalis. Libro 36. Cap. 29. 134. E strabón . Geographia. Libro I. xiii. Venetiis, Johannes Varcellensis edit. Venecia, 22 por sus tierras existen colinas llenas de esos restos. 5 En realidad, e s a s “ l e nte jas” no eran otra cosa que los fósiles de foraminíferos (protozoos u n i ce l u l a re s ) de la especie Nummulithes gizehensis, cuya forma recuerda a dicha legumbre. Fósil del molde interior de un gasterópodo marino. [Foto del autor] Estos animales, durante su vida, segregan una concha calcárea enrrollada y circular que asemeja a un pequeño botón o lenteja, aunque existen ejemplares de varios centímetros de diámetro. Los numulites fueron muy comunes en los mares que cubrieron ciertas tierras africanas, como también muchas otras partes del planeta, durante la época eocena (hace unos 55 millones de años). En sus aguas vivieron miles de millones de estas diminutas criaturas, depositándose sus esqueletos en los fondos calcáreos. En el transcurso de esos millones de años, los diferentes procesos geológicos litificaron los sedimentos y se fosilizaron los caparazones de los numulites así como los de otros tantos organismos. Muchísimo después, los egipcios aprovecharon aquellos suelos marinos constituidos ya en roca dura, para tallar en bloques la piedra caliza y edificar con ellos las pirámides. El nombre de nummulithes proviene del latín, nummulus —monedita—, por el parecido que con ellas tenía. No fue sino hasta el siglo xix cuando se identificó a los numulites como seres unicelulares con caparazón calcáreo. Lamarck les dio el 5. E strabón . Geographia. L.XVII, fol. CXLIv-CXLIIr. Venetiis, Johannes Varcellensis edit. Venecia, 1494. 23 nombre científico (1801) tal y como lo conocemos hoy, aunque los clasificó como nautiloides. Difícil era identificar como tales dichos foraminíferos, pues algunas publicaciones hablan de Ova piscium (huevos de peces), Ovarium, petra frumentale (granos de trigo) o bien como folium salicis (por su parecido a una hoja de sauce muy diminuta, una vez roto longitudinalmente el caparazón y mostrar sus capas), lentes lapideae striatae, etc. Incluso el insigne padre Torrubia, aludiendo quizá a ellos, los denomina lapi sessamalis: “Repútala por un conjunto de huevos petrificados de pescado…que parecen a los granos de trigo, o de lentejas”.6 Plinio el Viejo observa estos foraminíferos cuando evoca las pirámides de Egipto rodeadas de arena: “arena late pura circa, lentis similitude (parecidas a lentejas), qualis in maiore parte Africae” 7 y en su nomenclatura apuntaba: “hammitis ovis piscium similis est...” “hammites, similar a los huevos de los peces” para referirse, posiblemente, a dichos fósiles.8 Ovidio (43 a.C.-17 d.C.) en Las Metamorfosis, canta en el bien sabido verso 264: “lejos de alta mar yacían conchas marinas”, las cuales llamaron su atención y de cómo podían hallarse tan lejos del mar, tierra adentro, resolviendo que “He visto yo lo que en otro tiempo fue solidísima tierra ser estrecho mar… he visto tierras hechas del mar…”.9 El hispano-romano Pomponio Mela, geógrafo (siglo i d.C.), nacido en España, autor de De Chorographia (escrita hacia el año 40), describe brevemente numerosos países del orbe destacando que en Numidia —antiguas tierras situadas al Este de Argelia—, “mas adentro, i bien lexos de la plaia —si esto merece crédito—, dicen hay una cosa en summo grado admirable: que se hallan huessos i espinas de peces, i pedazos de conchas de los Murices o Purpuras, i de ostiones; peñas tambien (como suelen estar) gastadas de las olas, sin que hagan diferencia, a las que se hallan en la marina; i anchoras aferradas a las rocas; i otros semejantes indicios, i señales, de haber en otro tiempo estendidose el Mar hasta aquel districto, en los campos por su esterilidad inútiles” (sic).10 6. José Torrubia. Aparato para la Historia Natural Española. Lám. XII, 46. Madrid, 1754. 7. Plinio. Historia Naturalis. Libro 36. P. 81. 8. Plinio. Historia Naturalis. Libro 37. P. 167. 9. O vidio. Las Metamorfosis. Libro XV. 260-270. Cita en latín: “Vidi ego, quod fuerat quondam solidissima tellus, esse fretum, vide factas ex aequore terras; et procul a pelago conchae iacuere marinae, et vetus inventa est in montibus ancora summis…” (260-270). 10. Pomponio Mela. Compendio Geographico i Historico de el Orbe Antiguo i Descripción 24 Pausanias (s. ii d.C.) en la descripción de Grecia nos habla sobre las losas de la tumba de Car, hijo de Phoroneus, en Megara, la cual “está adornada con piedra con conchas. Los megarios son los únicos en Grecia que poseen esta piedra y en la ciudad hay también muchas cosas hechas con ella. Es muy blanca y más blanda que otras; su interior es de conchas marinas. Tal es la naturaleza de la piedra.”11 Tertuliano (Cartago 155?-230?) en su obra De Pallio nombra que “Incluso se ven en los montes conchas y caracolas del mar, deseando probar a Platón que también en las altas cimas sobrenadaron”.12 Así pues, muchos viajeros, naturalistas o historiadores de la Antigüedad observaron los fósiles con gran curiosidad sin llegar a comprender su significado. Ciertamente para algunos de ellos, las capas conchíferas no eran sino testimonios de que las aguas marinas habían invadido esas tierras, pero la mentalidad de aquellas gentes, jamás podría haber imaginado el complejo proceso geológico ocurrido. Lógicamente, los fósiles como conchas, ostras o peces eran sencillos de identificar al relacionarlos con los comunes y conocidos de siempre, pero si el resto pétreo carecía de homólogos vivientes o resultaba desconocido para los observadores, las explicaciones que se dieron fueron de lo más sorprendente e inverosímil, tal y como sucedió con los ovus anguinum, glossopetras, cornu hammonius, belemnites y otros muchos. De estos cuatro grupos, expondremos a continuación las visiones y creencias que de ellos se tuvieron en tiempos pasados. de el sitio de la Tierra. Traducción publicada de Jose Antonio González de Salas. Madrid, 1780. 11. Pausanias. Itinerario de Grecia. Libro I, Attica. 12. Tertuliano. De Pallio. I, 3. 25