LA AFECTIVIDAD COLECTIVA Y SU SEOtETRIA POLITICA

Anuncio
LA AFECTIVIDAD COLECTIVA Y SU GEOMETRIA POLITICA
Pablo Fernández Christlieb
Facultad de Psicología
Universidad Nacional Autónoma de México
Resumen
El presente texto parte de la premisa de que el conjunto de los afectos es una
construcción colectiva y argumenta que todo campo cultural, sea un individuo, un
grupo, una ciudad o una sociedad, presenta tres tipos de afectividad respectivamente
relacionados con la creación, preservación y la destrucción de la cultura. Así, en primer
lugar se plantea la existencia de una afectividad multicolor, compuesta de todos los
sentimientos, pasiones y emociones cuya presencia tiene por objeto la preservación de
una unidad social. En segundo lugar, se plantea la presencia de una afectividad negra, a
la cual pertenecen las melancolías y el poder, cuya actividad es la destrucción de la
sociedad y la cultura. Y en tercer lugar, la presencia de una afectividad blanca, cuya
función es la creación cultural y la fundación de lo social.
1. — Introducción
Este trabajo asume que una enorme parte de la vida humana, individual y social, está
constituida y determinada por lo que puede denominarse una “razón afectiva”, que
interviene fuertemente incluso en los eventos supuestamente racionales; la afectividad
es el pensamiento que está detrás del pensamiento. De este modo, la tarea y el proyecto
principales de la psicología deben ser la teorización de la afectividad (Cfr. Vgr. Harré,
Clarke y De Carlo, 1985). Aquí, por lo demás, se parte de la premisa de que siempre se
trata en última instancia de una afectividad colectiva, esto es, generada, expresada y
sentida por la colectividad más allá de sus individuos.
Esto es lo que asume este trabajo; ahora, lo que intenta es esbozar un esquema de la
función que tiene la afectividad en la vida de una cultura. Para ello, habrá que definir
primero qué se entiende por afectividad y qué se entiende por cultura. El término
“afectividad” comprende toda su aparente sinonimia, como emoción, pasión,
sentimiento, estado de ánimo (Cf r. Vgr. Páez, Echebarría y Villarreal, 1989), que puede
aparecer en la forma de estados corporales, secreciones endocrinas, actividades, gestos,
objetos, artes, imágenes, etc., y que de cualquier manera son la parte sustancial de los
motivos, valores, significados, aspiraciones o desilusiones (Cf r. Vgr. Calhoum y
Solomon, 1924). De ello se puede concluir que, en todo caso, la afectividad es un
evento que no pasa por el discurso, por la conciencia o por la racionalidad, aunque sí
pasa por la vida, de manera que la afectividad puede ser definida como aquella parte de
la realidad que antecede y/o excede al lenguaje. Esta definición es una hipótesis que no
pretende ser desarrollada aquí, y si bien puede parecer a primera vista cuestionable, se
considera necesaria para poder construir alguna vía alternativa para la investigación
sobre la afectividad; si se quita, o se matiza, el acontecimiento de la afectividad se
disuelve; por ello mismo tampoco se matizará aquí la oposición racionalidad—
afectividad. Valga entonces como petición de principio, o más bien, como recurso
metodológico. El lenguaje de la racionalidad, es siempre, con respecto a la afectividad,
una narración posterior al evento o de alguna manera detonadora del evento afectivo.
Mientras que, en términos culturales, la racionalidad lingüística cumple el papel de la
institucionalización, es decir, de legislar, decretar, cronicar, describir, normar, etc., a la
realidad, la afectividad en cambio cumple el papel del movimiento social, es decir,
alterar, transformar, mover, presionar, etc. Mientras que la afectividad constituye el
curso de los acontecimientos, la racionalidad constituye el discurso de los
acontecimientos.
Ahora bien, el término “cultura” tendrá que ser entendido en su acepción más amplia,
aquélla que vuelve sinónimos a términos como sociedad, interacción, comunicación,
política, etc. Para fines de exposición, baste tomar el sentido originario de éste ultimo
término: política, es decir, polis ciudad. La ciudad originaria, la polys griega, constituía
en sí misma una cultura y una sociedad completas, de manera que todo lo que se
refiriera a ellas, era por referencia a la ciudad, donde, entonces, lo político viene a ser
todo aquello que ata a la ciudad, a la sociedad, a la cultura y, en suma, a la vida como
fin en sí mismo; éste sería el sentido que para la psicología colectiva tiene la política.
Sólo de esta manera es como puede el ser humano ser un “animal político”; la acepción
contemporánea en cambio, parece invertir el orden de los términos entrecomillados.
2. — El Circulo de la cultura
Así vistas, la cultura y la política son un espacio delimitado de relaciones simbólicas en
donde se construye el sentido de la vida y las realidades personal y societal. Este
espacio, que es físico como lo puede ser una ciudad, y espiritual como lo puede ser una
cultura, es un campo (Cf r. Lewin, 1947), territorio, universo, mundo, ambiente,
contexto, atmósfera o comoquiera, que tiene forzosamente, por una parte, unos límites,
y por otra, un centro. Físicamente, los límites estaban originalmente dados por las
murallas o contornos de la ciudad, y espiritualmente, por las leyes o normas o
prohibiciones; la trasgresión de los límites, sea física o espiritualmente, implica la salida
o exclusión de la ciudad, la cultura y la comunicación. El centro tiene su sustancia física
en la plaza pública, o foro o ágora, que es el corazón de la cultura, y el lugar donde se
validan, se patentan, toman forma, adquieren existencia civil y ciudadana, social y
cultural, todos los eventos que pueden suceder en una ciudad; las ideas o
acontecimientos que no pasan por o que no llegan al centro, pueden ser considerados, en
el mejor de los casos, como realidades secundarias, periféricas, de poca monta,
inválidas, de modo que, espiritualmente, el centro es precisamente el centro de atención
y de atracción de la cultura. Pareciera, en fin, que el esquema más simple que pudiera
graficarse de un campo cultural seria un círculo: una circunferencia con su centro:
En todos los casos, sean círculos sociales de uno, de dos, de varios, de muchos o de
todos, los afectos cumplen una función cultural, ya sea la de creación, la de desarrollo o
la de destrucción. Los afectos son fuerzas, esto es, realidades más allá de la
comprensión lingüística, que pueden expresarse esquemáticamente como vectores
dentro de la circunferencia, flechas cargadas de impulso y dirigidas hacia alguna parte,
las cuales pueden actuar y afectar a una cultura de tres maneras:
centrípetamente, es decir, cohesionando hacia el centro; centrífugamente, disgregando
hacia afuera, u orbitalmente, deambulando como asteroides por la superficie del campo,
sin concentrarse ni extralimitarse. Puede entonces, clasificarse a la afectividad colectiva,
atendiendo a su función cultural, de tres maneras.
3— La Afectividad Conservadora: Sentimientos de Colores
La mayor parte de los sentimientos, afectos, pasiones y emociones, dentro de este
esquema, cumplirían labores de resguardo y conservación (Cfr. Vgr. Savater, 1988) de
un círculo cultural, fomentando la cohesión, corrigiendo anomalías, evitando
disgregaciones. Así, por ejemplo, la atracción interpersonal, la simpatía, la ternura, la
solicitud, la amistad, etcétera, estarían alentando y premiando la unión de las sociedades
conyugales o familiares o amistosas; la fraternidad, la solidaridad, el tacto, la civilidad,
la tolerancia, la pluralidad, son afectos de la misma índole que cumplen su función en
los círculos mayores. Por otro lado, el rencor, la ira, la furia, la indignación, la rabia,
etc., son afectos cuya función es detectar, denunciar y componer los desarreglos
relacionales que se vayan suscitando, así como hacer valer pactos. El perdón es un
sentimiento mediante el cual se restaña una sociedad que estaba fisurada, a punto de
ruptura. Las envidias, los celos, las desconfianzas, las dudas, los escepticismos, etc., son
pasiones que alertan contra el riesgo de resquebrajadura de una sociedad (Cf r. Vgr.
Páez, Echebarría y Víllarreal, 1989). De todos modos, lo que se experimenta como
sentimientos personales o interpersonales tiene su correspondiente a niveles de mayor
magnitud en la escala de las sociedades, de forma tal que las protestas civiles, los
acuerdos parlamentarios, las revueltas, la desobediencia popular, los resentimientos
sociales, la amnistía, las reivindicaciones políticas, etc., que no cabe llamar envidias ni
simpatías, ni con ningún otro nombre de sentimiento personal, son no obstante eventos
afectivos de idéntica naturaleza.
Vistos caso por caso, afecto por afecto, dolor por dolor, la cultura, si bien no es nada
más un valle de lágrimas, tampoco es exactamente un paraíso terrenal, y en todo caso,
tiene algo de humor pírrico hablar de conservación de la cultura a costa de las múltiples
mortificaciones privadas, pero vista en conjunto, la cultura en general da aquella
apariencia de estabilidad quieta que se aprecia en las tradiciones o en la memoria
colectiva (Cf r. Halbwachs, 1950). Sin embargo, debe observarse que esta estabilidad a
gran escala está constituida por el movimiento, por el conflicto, por la volatilidad tan
típica de los sentimientos, de suerte que en la conservación de una cultura, ya sea una
pareja o una sociedad en grande, no hay nada inmóvil, sino que se trata de un equilibrio
tenso, intenso, muy frágil y precario, el cual todos hemos visto reventarse más de una
vez. La vida es bella, pero el dolor forma parte de esa belleza.
Esta afectividad conservadora de la cultura abarca todos los sentimientos, menos dos, y
constituye, bien a bien, el tejido sentimental de que está hecha la superficie del círculo
cultural:
Ahora bien, como se sabe, los afectos, al igual que la cultura que constituyen, tienen su
apreciación física y su apreciación espiritual, y por lo común, la dimensión espiritual,
ante la ausencia de lenguaje, es descrita metafóricamente en términos de la dimensión
física, es decir, por ejemplo, por la descripción de los gestos, secreciones, apariencias,
temperaturas, distancias, durezas, que pertenecen a la ciudad pera que son propias a
cada afecto: hay sentimientos cálidos, suaves, y fríos, duros, etc. Así las cosas,
atendiendo a su función en la cultura, el sistema metafórico que permite clasificar a los
sentimientos según su función es el que las nombra por colores, tomando para ello los
colores de la apariencia de la gente, de sustancias corporales como la bilis, de las
imágenes perceptuales o representaciones, o trasponiendo cualidades de los objetos,
donde, por ejemplo, la calidez del sol aparece por su color dorado. Parece ser que en
otros idiomas distintos al español es más habitual la nomenclatura cromática de los
afectos, pero, en todo caso, se sabe, por ejemplo, que la ira o la venganza pertenecen a
los sentimientos rojos (Cf r. Harré, Clarke y De Carlo, 1985), toda vez que la sangre se
sube a la cabeza; asimismo, los celos o las envidias son de un color verde (Cf r. S.S.
Brehm, 1984) nada ecológico, sino más bien del tono de la bilis que los suele
acompañar: se está verde de envidia. Igualmente, en la mitología cromática de los
sentimientos, el verde pasto o esmeralda es tranquilo, el azul marino y profundo es el
color de la tristeza y la reflexión, mientras que la ternura, la inocencia, la candidez, la
maternalidad, están pintadas de los tonos pastel y crema de los amarillos, rosas, etc.; el
naranja es acogedor; el morado serio. En fin, el color que conviene a cada afecto es algo
abierto a la interpretación, pero es admitido el hecho de que en efecto, tienen un color.
La afectividad conservadora está compuesta de todos los sentimientos de colores, de
modo que el entramado sentimental en general, constituye según lo puede saber
cualquiera por experiencia propia, todo el espectro cromático, el arcoiris afectivo en sus
colores primarios, secundarios y terciarios.
Hasta aquí pareciere que ya se ocuparon todas las posibilidades cromáticas y espaciales
de la cultura: no queda un hueco en el circulo; la superficie esta enteramente poblada de
sentimientos de colores. Quedan, sin embargo, sus limites, tanto los limites de los
lugares como los limites de los colores, tanto en la afectividad como en la sociedad.
4.- La Afectividad Destructiva. Los Sentimientos Negros
Los sentimientos más espantosos son los que se pintan con la ausencia de cualquier
color: el negro. Son el miedo y la angustia, y luego la melancolía o depresión Estos
afectos aparecen cuando los limites en los que estaba enmarcada una cultura o una
ciudad se ven derrumbarse, y mas allá de ellos sólo habita la desolada posibilidad de la
pérdida de todo lazo social, que equivale a la ausencia de vida humanamente vivible, sin
lenguaje, sin proyectos, sin congéneres y representa lo extraño amenazante, lo
desconocido horrible, razón por la cual allende los limites de la cultura, fuera de sus
murallas y sus normas, todo es oscuro y negro, noche opaca. Cuando los vínculos
tejidos por los sentimientos de colores se debiliten o se exceden, el panorama se
ensombrece, se obscurece, se ennegrece y surge el miedo y le angustia, que son el
vislumbramiento de la ruptura de una sociedad, y en si mismos un tipo de afectos que
pueden ir ganando fuerza, acelerando, desencadenándose, tornándose irrefrenables,
irrevocables, hasta que alcanzan momentum y efectivamente rompen los marcos de lo
contenible y lo habitable, resolviéndose en melancolía, depresión, duelo, afectos negros
como morirse (Cf r. Vgr. Jackson, 1986). Melancolía es etimológicamente “bilis negra”,
y sus fuerzas actúan de la siguiente manera en el mapa del círculo cultural:
Este tipo de afectividad equivale estrictamente a la disolución de una sociedad, y de una
cultura, con sus consabidas perdidas de lenguaje, normas, símbolos, prohibiciones,
valores, actos, actitudes, identidad, conciencia, etc.; es pues, culturalmente hablando, y
biológicamente incluso, la muerte en vida, vivir muerto, que puede darse en círculos
sociales de dos, como en el caso de la separación de una pareja o la muerte de alguien
querido, o en circulos de varios, como en la desintegración familiar o la destrucción de
vínculos amistosos, pero igualmente puede darse en las sociedades a gran escala, que es
el caso de las decadencias culturales propiamente dichas, así como de las dictaduras y
autoritarismos, colonizaciones y conquistas, o también en las divisiones internas,
segregaciones raciales o sexuales o cualesquiera, y las emigraciones, los destierros,
exilios, o la mera y simple pérdida de las fronteras geográficas o étnicas.
El poder puede ser analizado desde el punto de vista de la afectividad. Puede
considerarse al poder como un exceso de racionalidad, es decir, como el desatamiento
por medio de los recursos de la instrumentalidad, de fuerzas que quedan fuera del
control y la comprensión de la racionalidad que las convoca, y que son inefables, toda
vez que de ellas sólo se pueden conocer sus efectos, como puede observarse en
cualquier ejemplo, como el de la fuerza de gravedad, de la cual es posible decir cómo y
cuándo sucede, pero no qué sucede ni por qué sucede. Entre la causa y el efecto está el
poder. Así, en tanto fuerza con dirección, sustancialmente inexplicable, sólo
cognoscible a partir de sus resultados, el poder pertenece al universo de los afectos. Y
ciertamente, puede advertirse la pertinencia del poder a los afectos en la medida en que
sus efectos, en si mismos, son un poder que actúa sobre nosotros, independientemente
del raciocinio y de los planes que se tenían. Todo afecto llega por la espalda de los
planes.
Cromáticamente hablando, el poder es la sombra de la cultura. Cuando la frágil danza
entre los variopintos sentimientos de colores trastabillea, merced a la exageración o
poquedad de algún sentimiento, el centro del círculo social se borra, y los sentimientos
empiezan a teñirse de la penumbra del poder, que es precisamente sombrío porque
tiende a romper los lazos que se mantienen por la acción de los otros sentimientos. La
acción del poder dentro de la cultura tiene como tendencia la disolución de los vínculos
culturales y, en última instancia, la ruptura de una sociedad. Es probable que el poder
sea inevitable, e incluso necesario a la tensión equilibrada de la sociedad, pero un poder
sin control, desatado, termina por romper esa sociedad. En efecto, como se dice, cuando
entre dos o más personas las relaciones sentimentales empiezan a convertirse en
relaciones de poder y de dominio, entonces la relación está rota, aun cuando la
coexistencia empírica se mantenga. De hecho puede argumentarse que la melancolía y
demás afectividades negras consisten en la derrota de los sentimientos policromados
ante la fuerza del poder. La depresión es una tristeza que no supo resistir al poder.
Puede verse entonces que las sociedades basadas en el uso del poder son en rigor
agregados de individuos que habitan una cultura empobrecida. Actualmente, lo difícil
no es encontrar un ejemplo, sino una excepción. Conclusión: aunque deslumbre, el
poder es negro.
6. — La Afectividad creadora: Los Sentimientos Blancos
Así como la sociedad tiene sus límites exteriores, hacia afuera, así también tiene su
límite interior, hacia adentro: el centro. Y así como la sociedad se acaba por sus
contornos, en cambio comienza por su centro, en una metáfora por demás solar.. De
alguna manera, el arcoiris de sentimientos que ocupan la superficie cultural es la
irradiación del centro, como fácilmente se advierte en el significado del centro de las
ciudades. El centro se presenta entonces como el foco, germen, génesis, de todos los
colores, siendo el color que es todos los colores; el blanco, color de la luz, y por la
misma razón, lugar de aparición de todas las relaciones con que se construye la Cultura.
Los actos que allí ocurren son por definición actos de fundación de lo social y lo
colectivo, y son, obviamente, siempre actos nuevos, inéditos. Así, los sentimientos que
apuntan hacia el centro son de la naturaleza de la creación, el descubrimiento, el
conocimiento y la invención.
El afecto de la creación no debe entenderse coma la alegría que acontece al interior del
autor ante su obra, ya que ella estaría separado de la creado; más bien, la afectividad
aquí consiste en la obra misma, sea ésta una pintura, una sonrisa, una percepción o un
libro, porque estos objetos contienen, en su forma y en su estructura, una organización,
como, por ejemplo, la composición pictórica o la sintaxis literaria, es decir, una serie de
vínculos y relaciones que son, estrictamente, la sustancia de que esta hecha la sociedad.
Toda creación o descubrimiento es la aparición de una organización de relaciones y esto
es la afectividad creadora. La organización psíquica del autor en ese momento tiene la
misma estructura y por lo tanto participa inmanentemente de la obra; en el momento de
la afectividad, creador y creatura constituyen una misma entidad con una misma forma
y estructura. Ello permite apuntar que los vínculos y relaciones con que se funda una
cultura, se localizan, no sólo en las relaciones sociales o interpersonales, sino en la
composición o estructura de los objetos e imágenes, como pueden ser el trazado de una
ciudad, el concepto de justicia, o la armonía de una pintura.
En el conocimiento como afecto se da una especie de paradoja, a saber, que el lenguaje
y la razón son en sí mismos una creación, un descubrimiento, y por ende, resultan ser
entidades afectivas; y muy ciertamente: ello se advierte en la literatura, donde el
lenguaje aparece como afecto, es decir, con la forma de las experiencias y los
sentimientos, debido a su estructura, ritmo, e imágenes que contiene. Puede decirse que
el lenguaje de la razón, sea poético, científico o cotidiano, es un lenguaje afectivo, tanto
como la música, y por ello ambos son modos del arte. Se convierte, en cambio, en
lenguaje de la racionalidad cuando el conjunto de su forma se desorganiza y ya no
muestra vinculación, y las palabras que lo componen ya no hacen referencia al lenguaje
mismo, sino que se comportan como órdenes u operaciones dadas sobre una realidad
que les es ajena y exterior. El conocimiento siempre es afectivo, sea lingüístico o de otra
índole, porque consiste en la aparición de lo inusitado, en la visión de lo nunca visto, y
es algo muy distinto de las meras fórmulas de extracción de información que sólo
verifican lo existente, pero nunca lo inventan.
Estos afectos son tradicionalmente blancos porque hacen referencia siempre a la luz:
“sacar a la luz”, “echar luz sobre...”, “iluminar”, “Iluminismo”, “ilustrar”, “Ilustración”,
“esclarecimiento”, “aclaración”, etc. (Cfr. Vgr. Gadamer, 1960). Pues bien, por
exactamente las mismas razones que el conocimiento, el enamoramiento es un
sentimiento blanco, es decir, porque constituye el movimiento de creación de una
sociedad de dos (Cfr. Alberoni, 1982), idéntico, en esencia a otros movimientos
colectivos, como los de multitudes, que no por casualidad siempre se encaminan hacia
el centro de las ciudades, y que pueden catalogarse coma sentimientos blancos, como
enamoramientos de muchos.
Y sumados todos los esquemitas dibujados en el texto, la afectividad colectiva
presentaría una geometría política así:
Quizá valga la pena terminar el presente texto con el recordatorio de que el terco color
de la esperanza es blanco, como el día después de los insomnios y el punto de luz que se
ubica al final de cada túnel, lo cual quiere decir que hasta en la peor destrucción de una
sociedad, la máxima posibilidad de una vida nueva está ahí junto esperando. En la
lógica de los sentimientos, lo que se va se coloca en otra cercanía: la esperanza, está en
la misma caja que las calamidades, para cuando la abra Pandora.
Referencias
Alberoni, F. (1982) Enamoramiento y Amor. Madrid: Gedisa.
Brehm, Sharon S. (1984) Relaciones intimas en: S. Moscovici (Ed.) Psicología Social.
Barcelona: Paidós, Vol. 1. 1985. Trad. D. Rosenbaum.
Calhoun, Chesire y Solomon, R C. (1984) ¿Que es una Emoción? Lecturas Clásicas en
Psicología Filosófica. México: Fondo de Cultura Económica. 1989. Trad,
Mariluz Caso.
Echebarria , A. y Páez D. (1989) Emociones, Perspectivas Psicosociales. Madrid:
Fundamentos.
Gadamer H. G. (1960) Verdad y Método. Salamanca: Sígueme, 1984.
Halbwachs. M. (l950) La Memoire Collective. Paris: Presses Universitries de France.
Harré, R. Clarke D., De carlo N. (1985) Motivos y Mecanismos. Introducción a la
Psicología de la Acción. Barcelona: Paidós. 1989. Trad,: Catalina Ginard.
Jackson S, W. (1986) Historia de la Melancolía y la. Depresión. Madrid: Turner. 1989.
Trad.: Consuelo Vázquez de Parga.
Lewin, K. (1947) La Teoría del Campo en Ciencia Social. Buenos Aires: Paidós. 1978.
Trad.: Martha Laffite, J. Juncal.
Savater F. (1988) Ética como Amor propio. México: Grijalbo. 1991,
Documentos relacionados
Descargar