¿Es Amor un dios? Amores, dioses y demonios Publicado en Redes, 26 (2011), p. 29-48 Alberto Carreras Filósofo, psicólogo y psicoterapeuta familiar. Universidad de Zaragoza Resumen: Frente a la biología del amor de H. Maturana se defiende en este artículo que somos hijos del amor pero también de otras emociones y tendencias biológicas; que hay muchos tipos de amor y que todos ellos son naturales, conociéndose ya bastante de su génesis y neuroquímica; que amor no es siempre prosocial sino que suele ir acompañado -y las genera con frecuencia- de conductas indeseables. Se esboza una patología del amor y se ve que son necesarias fuerzas contrarias a él y otras que lo complementen y equilibren. Palabras claves: amores, biología, sociabilidad, equilibrio. Introducción: Eros y El Banquete Este texto nace del coloquio sobre "Evolución, amor y filosofía: la condición relacional del ser humano" organizado, por la Escuela de Terapia Familiar del Hospital Sant Pau de Barcelona1. Y al hablar del amor en un contexto conversacional, como filósofo no pude menos que recordar aquel libro que escribió Platón hace 25 siglos, conocido como “Simposio” o “Del amor”. En él narró el desarrollo de un banquete en el que los comensales, bien comidos y bebidos, convinieron en loar a Eros cada uno a su turno. Todos coincidieron en admirar el poder de esa admirable fuerza que nos impele a la unión y a la solidaridad; que a veces lleva a la procreación, pero, sobre todo –y en ello parecían convenir todos ellos- al compañerismo entre los hombres de la milicia (recordemos las prácticas homosexuales en la aguerrida Esparta y en las clases pudientes de Atenas). Sólo Aristófanes habló también del amor entre las mujeres, equiparándolo al que une a los hombres, al dar cuenta de un curioso mito. Cuenta que 1 El coloquio tuvo lugar en marzo de 2011 interviniendo conmigo Juan Luis Linares y Javier Ortega, bien conocidos entre los terapeutas, y Pablo Herrero, especialista en primatología, quien nos habló de la cooperación y solidaridad de estos parientes cercanos nuestros. los primeros humanos eran esféricos, con cuatro brazos, cuatro piernas y dos órganos sexuales. Algunos de ellos eran machos, otros eran hembras y otros hermafroditas. Eran fuertes y osados, por lo que llegaron a desafiar a los dioses. Para escarmentarlos, Zeus los partió en dos, de manera que desde entonces, cada mitad busca insaciablemente a su otra mitad y se abraza estrechamente a ella cuando la encuentra. Si el original era varón por las dos partes, cada parte tiende a unirse con otro varón; si era hembra se unen las dos partes de mujer. Y las partes procedentes de andróginos son los actuales heterosexuales. Curioso. Los diversos oradores coinciden al admirar la intensidad de la fuerza erótica cuando se apodera de un corazón, al que da vida y muerte simultáneamente. Y están de acuerdo en distinguir diversos tipos de amor: no solo el homo y el heterosexual, sino que también hay un amor a las almas (algo muy platónico), diferente del amor de los cuerpos. En general, casi todos consideran que el amor heterosexual está muy ligado a los placeres corporales; mientras que el amor a las almas, a la personalidad del amado, era más propio del homosexual entre varones. Pero los comensales difieren entre sí cuando tienen que precisar la naturaleza y el origen del incomparable poder de Eros, así como su función en este mundo, que no es sólo la reproducción. ¿Se trata de un dios? ¿es un daimon? ¿Por qué Eros no tiene altares –comenta Aristófanes- consagrados a él? ¿Es el primero de los dioses y por él son engendrados los demás y todas las cosas? ¿o es hijo de otras divinidades?¿de la bella Afrodita y el guerrero Ares? ¿o de Abundancia y Penuria –como había afirmado Diotima- señalando que la persona amante es rica en amor y, a la vez, necesitada de él? ¿es, incluso, el más joven o el más reciente de todos los dioses? Las discrepancias de los interlocutores son una continuación de la discordancia que había existido entre los antiguos poetas-teólogos (Homero, Hesíodo…). Tras ellos, también los primeros filósofos habían discrepado en cuanto a su origen y función. Empédocles había dicho que todo lo que se crea y sucede en el mundo se explicaba por la acción de dos fuerzas opuestas: Amor y Discordia, atracción y repulsión. Estas controversias mitológicas contrastan con el monoteísmo cristiano que afirma un solo Dios, todopoderoso y omnipresente; un Dios que -en palabras del evangelista Juan- “es Amor”, y que se encuentra allí donde haya amor. Se trata de una teología idílica e idealizada, digna de alabanza social aunque este amor divino -hay que aclararlo- no es un amor a los cuerpos sino más bien a las almas, un amor “espiritual”. Esta teología del Amor ha tenido mucho éxito entre los terapeutas familiares gracias a la versión laica que de ella ha hecho Humberto Maturana y que ha presentado como “biología del amor”. Recordemos una frase emblemática suya que la resume y nos es familiar: "Los seres humanos somos animales amorosos. Y enfermamos cuando se interfiere con esta dinámica relacional, cuando se interfiere con el amor, a cualquier edad.” (Maturana, 1997, p. 36). Algo que nadie negará, pero que considero incompleto o falto de complejidad. Crítica a Maturana y su biología del amor No puedo, pues, avanzar sin deslindarme antes de esa biología del amor de H. Maturana. Aunque el lector que no esté interesado en las teorías de este autor puede saltarse esta parte y continuar con las “cuatro tesis sobre el amor” La biología del amor de Maturana aparece como un complemento de su biología del conocimiento, pues ésta precisaba hacer presente la condición social de los humanos; sacarlos del ensimismamiento al que les habían confinado sus anteriores tesis sobre el determinismo genético y la ausencia de interacción real entre los seres vivos. Todos los terapeutas familiares conocen los conceptos claves de la “cibernética de segundo orden” formulada por Maturana. Bastará mencionarlos para hacer ver que, en su mayoría, vienen a negar las interacciones entre los seres vivos y presentan un ser humano abstracto, independiente de su contexto social. Empezando por la autopoiesis, que define a todos los seres vivos como seres que se hacen a sí mismos, produciendo sus propios componentes y conservando su organización, que es heredada genéticamente. Siguiendo con la clausura operacional (el operar de un ser vivo no depende del medio –aquí Maturana confunde “estar determinado por” con “depender de”- sino que es función de su propia organización). Otra noción que se añade es la de acoplamiento (con el medio y entre unos y otros seres vivos), la cual viene a sustituir a la noción de interacción, presentando al ser vivo en unos términos semejantes a aquellos con los que Leibniz, tres siglos antes, describía sus mónadas, esto es, como entidades totalmente independientes unas de otras, pero armonizadas entre sí por Dios desde la eternidad. Sólo para un observador exterior –dirá Maturana- los seres vivos interaccionan con el medio y entre sí; en realidad, lo único que hacen es reaccionar frente a las perturbaciones del medio; estando su reacción determinada por su propia organización. Como colofón, consideremos la noción de multiverso. Según ella, no compartimos con los demás un mismo mundo, ni nos disputamos su reparto; no tenemos objetivos complementarios ni intereses contrarios unos de otros, sencillamente porque no vivimos en el mismo cosmos. Cada uno de nosotros construye su “realidad” y tiene su propio mundo; por lo que no hay un universo sino una multitud de ellos. Tantas burbujas aisladas como humanos y seres vivos existan. Para salir de esta especie de solipsismo, Maturana elabora su biología del amor ligándola al lenguaje. Considera éste como una segunda naturaleza del ser humano, al que otorgará la dimensión social que le faltaba. Pero al precio de mistificar y mitificar el lenguaje mismo, llegando a afirmar, por ejemplo, que “todo acto humano tiene lugar en el lenguaje” y que “lo que no ocurre en el lenguaje no ocurre” (Maturana, 1997). En esta mistificación, Maturana no estuvo solo. Su mentor Heidegger ya había amoldado el ser al lenguaje, considerando a éste la “morada del ser”, pues el ser se manifiesta en el lenguaje. Pero encontró muchos otros compañeros de viaje. Sobre todo, dentro de la corriente postmoderna, que también disfruta sustituyendo la realidad por el lenguaje. “No hay nada fuera del texto” -había dicho Jacques Derrida-, y Anderson y Goolishian (1988, 1992) le dan la razón proclamando que nuestra realidad es construida sólo por el lenguaje. Y lo mismo hicieron muchos terapeutas postmodernos que les siguieron, prohibido hablar de cualquier realidad que no sea el discurso o las narraciones. De nuevo la “biología del amor” de Maturana y la “teología del amor” de san Juan se juntan en su divinización del lenguaje. Pues el mismo autor de la frase “Dios es Amor”, es quien –al comienzo de su evangelio- identifica a ese Dios con la Palabra creadora, con el Logos divino de los estoicos: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por Ella, y sin Ella no se hizo nada de cuanto existe” (Juan, 1, 1-2). La palabra –y también el pensamiento- de Dios es creadora de la realidad. Este poder creador del lenguaje, laicizado, es el principio fundamental que está presente en muchas terapias familiares postmodernas, como el constructivismo, el socioconstructivismo, las terapias narrativas, las dialógicas, etc. Pero ¿por qué el lenguaje permite a Maturana introducir esa dimensión social –y, además, amorosa- al ser humano? ¿por qué Maturana liga el lenguaje con nuestra condición amorosa? El esquema de su razonamiento podría ser el siguiente: A. El lenguaje caracteriza al ser humano. Le da una nueva naturaleza B. El lenguaje es un producto del amor; nace de él; sobre todo del amor maternofilial, que se expande luego a lo largo de nuestra vida. C. Conclusión: El amor nos caracteriza como hombres. Según el mito de Maturana, hace unos 3 millones de años, cuando los homínidos, de pequeña estatura y con un cerebro como la tercera parte del nuestro, vivían en grupos de 7-8 individuos, se dieron dos acontecimientos: 1) extensión de la sexualidad femenina y 2) el aumento de la neotenia (prolongación de la infancia) propia de los mamíferos. De este modo se originó o consolidó la familia. Y en el seno de la familia se desarrolló el lenguaje, como producto de las relaciones amorosas materno-infantiles. El lenguaje es coordinación de coordinaciones de acciones y eso –según Maturana- sólo puede originarse dentro de un ambiente amoroso. Pues es cierto –reconoce- que hay otras fuerzas dentro de nosotros, aparte del amor, pero ellas ni nos caracterizan ni dan lugar al lenguaje que nos define como especie. • "Los seres humanos dependemos del amor y nos enfermamos cuando éste nos es negado en cualquier momento de la vida. No hay duda de que la agresión, el odio, la confrontación y la competencia también se dan en el ámbito humano, pero no pueden haber dado origen a lo humano porque son emociones que separan y no dejan espacio a la coexistencia para que surjan las coordinaciones de acciones que constituyen el lenguaje". Humberto Maturana, prólogo a El cáliz y la espada, de Riane Eisler Las críticas a todo el razonamiento que acabamos de exponer pueden dirigirse tanto a la conclusión del mismo como a cualquiera de sus eslabones argumentales. - El lenguaje no nos proporciona una nueva naturaleza que haga desaparecer u olvidar el resto de nuestras características biológicas. Se superpone a todas ellas, sin anularlas y sin controlarlas enteramente. Aunque sea la última competencia que los humanos hayamos adquirido, no quiere decir que esté por encima de las anteriores; bien podría encontrarse al servicio de tendencias biológicas propias de nuestra herencia evolutiva. O, sencillamente, convivir con ellas. - Podemos también rechazar la afirmación de que el lenguaje “cree” la realidad. Organiza nuestras experiencias de forma colectiva y posibilita nuevas formas de intercambio y colaboración; pero tal organización de la experiencia se superpone a otras anteriores, a unidades de acción y de sentido previas, que subyacen bajo el lenguaje y le dan contenido. Estas formas de organización -pelingüísticas y subsimbólicas- no siempre coinciden con nuestros enunciados verbales; pueden solaparse con ellos y, con frecuencia, resultan incongruentes con ellos cuando no los contradicen. - Muchos motivos encontraríamos también para rechazar el origen del lenguaje en el amor. Hay teorías que lo hacen provenir de la caza y de la guerra; o de interjecciones que expresan todo tipo de emociones; del trabajo colectivo, del poder, de la práctica de espulgarse, de la imitación de sonidos (onomatopeias) interesantes, etc. Hay muchas hipótesis sobre el origen del lenguaje porque éste cumple muchas funciones. Nos sirve, sí, para trasmitir amor, como el arrullo de los amantes –del que Rousseau hacía provenir las lenguas suaves y cálidas mediterráneas- o como los amores materno/filiales, cuya importancia ha señalado Maturana. Pero también sirve para asustar y amenazar, para agredir insultando, para desafiar y provocar. Y sirve para ponernos de acuerdo y cooperar en los trabajos. Y sirve para consolar en las penas y las desgracias, como caricias que calman. Y para engañar, haciendo creer lo que queremos que el otro crea, etc. Todas estas funciones y otras más han podido contribuir al desarrollo del lenguaje. No hay razones para decir que sea el amor su único o principal origen. Cuatro tesis sobre el amor Frente a la mitología de Maturana, sostendré algunas tesis, algo diferentes sobre el amor. Tesis 1. Somos hijos del amor, pero no solo de él. Nadie duda de que hemos nacido gracias al amor de nuestros predecesores, a que durante milenios ellos hicieron el amor. Eros estaba en sus genes, como en el de todos los mamíferos y muchos otros animales y nos los han transmitido necesariamente. Pero para hacer el amor nuestros antepasados tuvieron que competir con otros pretendientes, elegirse o seleccionarse. También tenían genes que les llevan a la competencia universal y a las preferencias, las cuales arrastran consigo la discordia. No hace falta ser un liberal clásico o un neo-con para admitir que, además de amorosos, somos seres competitivos y que sabemos luchar para sobrevivir. Hay que tener en cuenta, además, que en el mismo acto del amor hay competencia, pues también cuando se hace el amor hay un up y un down en cuestiones de poder: hay quien lleva más iniciativa y hay quien es más complaciente. Se debe decidir cuándo se hace, dónde, cómo, en qué circunstancias… ¿Cómo se toman esas decisiones? ¿Quién? Y aunque los dos amantes salgan beneficiados, pueden serlo de manera muy diferente y desigual. Añadiré que no nacemos (al menos, todavía) por clonación. Nuestra especie, como muchísimas otras, es bisexuada. Para tener descendencia es precisa la cooperación de dos individuos diferentes. Nuestros predecesores tuvieron que ser dos seres diferenciados e independientes, no fusionados ni simbióticos. Para necesitar al otro y para hacer el amor con él, primero hay que ser “otro”. Somos también, pues, hijos de la diferencia. Y debemos preparar a los hijos para que sean independientes. Tipos de amor y sus bases evolutivas y neurológicas La segunda tesis es doble: “Hay muchos tipos de amor”, por lo que debemos ponernos de acuerdo sobre qué estamos hablando cuando hablamos del amor. Y añadiré que “todas las formas de amor son emociones biológicas que impulsan acciones”. Como las demás, las emociones amorosas no tienen nada de sobre-natural, sino que tienen sus bases biológicas y neurológicas. Cada amor es único y tiene matices diferentes. No amamos por igual a dos personas o cosas distintas, ni en distintos momentos. El amor en un instante no es igual al del instante siguiente. Y no hay dos personas que amen de la misma manera. Sin embargo, aquí -como en otros campos- resulta útil agrupar aquello que es semejante, elaborar categorías. Por ejemplo, podemos hablar de 1. Eros o Libido. El amor erótico y sexual. 2. Amor maternal/paternal y amor filial. 3. Amor al prójimo (amistad, solidaridad, altruismo, filantropía, caridad, fraternidad universal). 4. Filía, Addictio y otros amores en sentido metafórico. 1. Eros De entre todos, el amor más antiguo en la evolución y el más universal, el amor por antonomasia y que puede mezclarse con todos los otros, es Eros, que lleva a la unión sexual entre dos seres, a que uno de ellos se introduzca en la intimidad del otro o que el otro lo absorba. Por ello nos entretendremos más con él. Pero todavía debemos precisar más, pues también Eros puede dividirse en tipos distintos. En la literatura científica encontramos varias clasificaciones del amor erótico; una de las más utilizadas actualmente es la de Helen Fisher (1993, 2004, 2011) que distingue tres modalidades: A. La atracción y el deseo sexual, lujuria o libido; que impulsa a la búsqueda de pareja de una manera plural o indiscriminada. Lleva al ligue o flirteo y al acto sexual ocasional. B. El amor romántico o enamoramiento. Su objeto es individual. Es obsesivo e idealiza ciegamente a la persona amada. Es atracción selectiva y conlleva un deseo de permanecer toda la vida con la pareja. Es más escaso que el anterior; se tiene pocas veces en la vida y tiene fecha de caducidad. C. El afecto, cariño o apego entre dos personas tras una convivencia de años. Con cierto humor, la autora dice que permite “soportar” a la pareja durante largo tiempo, incluso toda la vida. Aunque no soy experto ni en bioquímica, ni en neurología ni en evolución, recogeré aquí algunas aportaciones de las investigaciones científicas que -desde las del pionero Alfred Kinsey hasta las de Hellen Fisher o Lucy Brown- han estudiado la sexualidad humana. Me anima la idea de que, en nuestro contexto, importan poco los detalles bioquímicos y neurológicos, que en el futuro se irán completando y modificando. Si me excedo en nombrar algunos de ellos es sólo para atestiguar que se están investigando. a) La libido, el amor erótico por excelencia, es la energía que Freud consideró, durante mucho tiempo, como motor único y universal de la actividad humana en todas las edades. Podemos decir que sus bases biológicas están en las hormonas sexuales, sobre todo la testosterona; y parece que en los primeros momentos juegan un papel importante las feromonas, que se expanden a través del sudor, orina, etc. Cuando se culmina la unión sexual, en el orgasmo se libera la dopamina, que produce la sensación de plenitud y euforia. Esta hormona es la principal en todos los procesos de aprendizaje porque refuerza todas las conexiones neuronales que tienen lugar cuando es más abundante. También se segregan la oxitocina –de la que hablaremos repetidamente- y la vasopresina. Estas hormonas actúan en el sistema nervioso autónomo, por lo que son casi independientes de la voluntad consciente. En un primer momento, tiene un papel importante el cortex cingulado anterior (un módulo cerebral que se activa igualmente en las situaciones de competición). Luego, en el orgasmo –y según los experimentos de Holstege (2003)- las partes más activas del cerebro podrían estar en el sistema de recompensa (concretamente el área tegmental ventral y el núcleo accumbens) en ambos sexos. También el hipotálamo sería importante, e incluso el cerebelo. Por contra, la amígdala, que es el principal núcleo emocional, se inhibe, y en las mujeres también lo hacen algunas partes del lóbulo frontal encargadas del control reflexivo de la conducta (Stachura, 2010). Ahora bien, al liberarse abundantemente la recompensadora dopamina, puede suceder que un acto sexual de menor trascendencia lleve al deseo de repetición y al enamoramiento romántico. Por su parte, la oxitocina y la vasopresina pueden dar sensación de pareja duradera. Si esto es así, podemos, incluso, decir que el enamoramiento y el cariño duradero son desarrollos de aspectos parciales de Eros, y que –en alguna medida- podrían hacer parte integrante de toda relación sexual. Evolutivamente, las feromonas juegan un papel muy notable ya en los insectos (hormigas, abejas, mariposas…); mientras que la testosterona está presente en los mamíferos, reptiles, aves y otros vertebrados. Podría también ser que en los peces la mesotocina y en los reptiles las vasotocina activaran las conductas sexuales. No es necesario pertenecer a la generación del 68 para saber que hacer el amor es algo muy saludable; mejor que hacer la guerra; y que beneficia a quien lo hace y a quienes dependen de su humor. Y que médicos, psicólogos, sociólogos y políticos deberían recomendar su práctica habitual, en las circunstancias apropiadas. b) El enamoramiento o amor romántico es otra etapa y otro tipo de amor. Conlleva pensamientos obsesivos acerca del ser amado y deseos continuos de estar en contacto con él; estos pensamientos producen éxtasis, disocian al enamorado de su mundo cotidiano e idealizan exageradamente a la persona amada. Provoca palpitaciones, suspiros y subida de la tensión arterial sistólica; también, a veces, ausencia de apetito, insomnio y aun depresiones; liberación de grasas y de azúcares, sudoración y generación de glóbulos rojos. Este amor es posesivo y sexualmente excluyente; en extremo celoso. Puede llevar a la generosidad hasta la muerte por el ser amado, pero cuando el amante es rechazado puede llevar al suicidio o al asesinato. ¿Cómo se producen estos efectos en el organismo de la persona que se enamora? Según las mencionadas investigaciones de Helen Fisher los principales responsables son los altos niveles de dopamina y norepinefrina, unido a una disminución de la serotonina. Un papel importante es jugado también por la adrenalina y la noradrenalina segregadas por las glándulas suprarrenales que son activadas por el hipotálamo. Así como la feniletilamina -que hace aumentar la producción de la conocida dopamina, que lleva a la repetición-, la norepinefrina -que induce euforia- y la oxitocina -que es la hormona del amor por excelencia-. Estas últimas, sobre todo los altos niveles de dopamina, hacen que aumente la producción de la testosterona (hormona masculina pero impulsora también de la sexualidad femenina). Al mismo tiempo disminuye –no se conoce bien por qué- la producción de serotonina, que ayudaba a controlar impulsos, pasiones, emociones y obsesiones en el sistema nervioso central. Las áreas cerebrales más implicadas en el enamoramiento parecen ser: la zona tegmental ventral –productora de dopamina-, una zona que se activa igualmente con la toma de cocaína; así como el núcleo caudado, que también hace parte del “sistema de recompensa” o refuerzo, y que se liga a la excitación sexual, a las sensaciones de placer y a los impulsos para actuar. En personas enamoradas pero que son rechazadas, también se activa el núcleo accumbens, que hace parte igualmente del sistema de recompensa; la corteza insular (asociada al dolor físico) y la corteza orbito-frontal lateral (a la que se atribuye la producción de pensamientos obsesivos). Evolutivamente, el enamoramiento –ese grato “trastorno mental” transitorio que todos padecemos alguna vez en la vida- pudo haber nacido a partir de los rituales de cortejo, típicos de los mamíferos aunque no exclusivo de ellos. Signos del mismo se encuentran en más de 100 especies, desde el ratón al elefante. Es muy funcional porque prolonga la unión de los enamorados durante un periodo que es necesario para la crianza. Pero está limitado en el tiempo, como dijimos. H. Fisher considera que el amor romántico en nuestra especie puede durar 4 años, mientras que otros extienden su duración a 7 años y algunos reducen el promedio a 18 meses. c) El afecto duradero de pareja. Frente a la impetuosidad de la libido y al obsesivo amor romántico, el cariño y afecto duradero lleva a la calma y a la estabilidad de la pareja, ayudando a mantener unidos a los amantes durante toda la vida. Es alimentado por la omnipresente oxitocina, la vasopresina (que los etólogos ligan a la fidelidad y la monogamia) y las endorfinas. Éstas refuerzan el sistema inmune, combaten el estrés y el envejecimiento, alivian el dolor, mejoran la memoria y son fuente de otros beneficios; por lo que resulta también muy favorable para la salud física y mental de las parejas que se mantienen unidas con afecto. En algunas parejas veteranas los niveles de dopamina se hallan próximos a los del enamoramiento; y también aumentan cuando la pareja realiza actividades gratificantes conjuntas (Acevedo y Aron, 2009). La fidelidad afectuosa de por vida se da también en algunos mamíferos, entre ellos los estudiados topillos de la pradera, opuestos en este parámetro a sus congéneres de la montaña. La hipótesis de Carter (2003) es que su monogamia depende de la vasopresina, pues ellos poseen un número de receptores de este neurotransmisor mucho mayor; y también de la oxitocina. Ni que decir tiene que estas tres figuras de Eros -la libido, el enamoramiento y el afecto duradero- no son excluyentes unas de otras, sino que puede haber todo tipo de interferencias entre ellas y entre sus protagonistas. Pero de ello hablaremos más adelante. 2. Amor maternal-paternal y amor filial/apego. Además de estas formas de amor entre pareja hemos mencionado muchos otros tipos de sentimientos que promueven la convivencia. Nos detendremos en ellos más brevemente. En principio, estos amores no son “eróticos”, aunque -desde Freud- haya muchas controversias al respecto; y aunque puedan también juntarse con Eros, como lo muestran los numerosos casos de incesto presentes en las diversas culturas y todos los tipos de perversiones y de sublimaciones eróticas. El primero de ellos es el amor materno, que, como el amor sexual, también tiende al contacto de los organismos, aunque de manera diferente a aquél. Lleva al cuidado de la descendencia y a su protección en casos de peligro o estrés (Barudy, 2005), siendo imprescindible para la supervivencia. Además, el contacto corporal de los niños con sus cuidadores es totalmente necesario para el desarrollo de su sistema nervioso relacional. La ausencia o el déficit de tales estímulos durante la infancia suele provocar falta de iniciativa, trastornos emotivos y comportamientos asociales; pues el contacto, las caricias, los juegos y los arrullos son necesarios para todos los mamíferos y reclamados por sus crías. Pero un exceso de amor maternal puede llevar a la hiperprotección, y aun la “simbiosis”, cuando no se respeta la autonomía de los hijos. Una de sus características es la gran empatía que lo anima: la madre proyecta en el niño sus amores y temores y vive como si fueran propias las sensaciones (calor, hambre…), así como las emociones y sentimientos (miedos, deseos, ilusiones…) del hijo. Sus bases biológicas son variadas. Sin duda, las neuronas-espejo facilitan la gran empatía señalada; pero el cariño, la abnegación de las madres y su capacidad de sacrificio por los hijos –tanto en la vida cotidiana como ante los peligros y catástrofesson cualidades añadidas, genéticamente heredadas. Su activación es atribuida a la acción de la ya mencionada oxitocina, una hormona cuyo primer efecto -detectado por el Nobel de medicina Henry Dale- es la estimulación de la secreción de leche materna, pero cuyo poder “amoroso” ha trascendido a todos los ámbitos familiares y sociales, como diré luego. También juega un papel la ya conocida vasopresina y los péptidos opioides endógenos, que hacen parte del sistema de recompensa (Taylor, 2002) Menos conocidas son las bases bioneurológicas del amor paterno. La oxitocina, desde luego, juega también en él un importante papel. Lo mismo que la vasopresina, que lleva a los padres a proteger a hijos e hijas y estimular su actividad; rol que suelen jugar los machos en varias especies de mamíferos, según Barudy (2005) citando a Taylor (2002) pionera de la neurociencia social, y a Cyrulnik (1994). Ambas hormonasneurotrasmisores tienen una estructura muy semejante, por lo que es lógico pensar que descienden la misma molécula. En las aves, el amor materno se manifiesta de forma muy evidente en la anidación, alimentación y defensa de los polluelos y en las conocidas manifestaciones de altruismo de la madre cuando ésta se sacrifica por salvar la descendencia. Se postula la mesotocina como el equivalente, en ellas, a la oxitocina, tanto como estimulante de la oviposición (Takahashi y Kawashima, 2008) como de conductas de protección. También influye en las conductas sociales de sus portadores, como el tamaño de la bandada y el tiempo que están en ella los individuos (Goodson, 2009). Los amores maternal y paternal tienen como complemento los amores filiales, que llevan a las crías a mantenerse cercanos y en contacto con sus progenitores, de los que recibirán una tranquilizadora protección y sentimiento de seguridad. En los años 50, Konrad Lorenz denominó “impronta” a esta tendencia de las crías a estar próximas y seguir al primer organismo que perciben junto a sí, que generalmente es la madre. Aaunque también pueda influir la familiaridad con sonidos que han escuchado dentro del huevo. Bowlby (1958) comenzó a esbozar la teoría del Apego centrada en la especie humana y desarrollada a lo largo de muchos años; teoría completada por la psicóloga Ainsworth (1978, 1991) y que subraya la importancia de las relaciones atención, estimulación, protección, seguridad… de los hijos. Una teoría bien conocida en los medios terapéuticos, por lo que no se detendré a describirla. En la misma dirección y sentido pero centradas en el mundo animal, las investigaciones con primates realizadas por Harry Harlow, a partir de 1958, fueron decisivas para demostrar la importancia biológica de estas relaciones de apego. El aislamiento de los bebés chimpancés con madres artificiales provocó dramáticos efectos en su conducta posterior, tanto más graves –llegando a ser totalmente indiferentes a cualquier interacción social- cuanto más tiempo había durado su aislamiento. También mostraron la tendencia a los contactos corporales y la necesidad de los mismos, pues los bebés podían elegir la madre mecánica con biberón en unos momentos, pero seguidamente mostraban su preferencia por el contacto con madres artificiales cubiertas de tela suave tipo felpa, aunque sin biberón, a las que se agarraban tiernamente. Al ser cambiadas de luegar, las crías se aferraban a la madre de felpa hasta que se sentían seguras; pero si ésta les faltaba comenzaban a chillar y llorar buscándola. El lector podrá ver vídeos históricos de Harry Harlow con estos experimentos en youtube, aunque no sin cierta pena por sus protagonistas. Más recientemente, Michael Meaney (citado por Wolf, 2011) y el mismo con el equipo de Weaver (2004) ha experimentado con ratas, a las que se les alejaba de sus madres para el acicalamiento y limpieza. Cuando crecían, las hijas eran más sensibles al estrés. Los análisis bioquímicos revelaron que el vínculo entre la madre y la cría influye en el ADN de ésta, aunque sin causar mutaciones; concretamente metilizando el gen que produce receptores de las hormonas del estrés2. Otra prueba de que la privación de contacto físico de las crías de los mamíferos con sus madres trae consecuencias nefastas para su futuro. A modo de comentario teológico de los amores mencionados hasta ahora, recordaré que la tradición cristiana rebajó la divinidad de Eros, degradándolo a la categoría negativa de “concupiscente”, frente al amor espiritual; o a la báquica; algo irracional. En contrapartida, el cristianismo elevó a divinidad el amor paterno. Dios Padre es el origen de todo. Un Dios, cuyo Hijo –según Agustín de Hipona y Tomás de Aquino- es la propia idea que el Padre tiene de Sí mismo. Y que también ama a los 2 Observaremos que la metilización de un gen es uno de los actualmente más estudiados mecanismos epigenéticos, que desmienten el dogma del determinismo de los genes, pues ponen de relieve la influencia del ambiente a la hora de ciertos genes lleguen o no a expresarse. hombres, hechos a su imagen y semejanza (aunque imagen imperfecta). El amor materno también fue elevado a rango divino por la iglesia católica en el culto a María, declarada madre de Dios. En correspondencia, también encumbró el amor filial, cuyo paradigma era el amor de Dios Hijo al Padre Eterno y a su santa madre. 3. Amor al prójimo: amistad, solidaridad, altruismo, filantropía, caridad, y otros, son nombres distintos que se han puesto en épocas y culturas diferentes a diversas manifestaciones de amor social, que van más allá del parentesco. Pueden llegar a extenderse a todos los seres como fraternidad universal, sentimientos ecológicos, animistas, panteístas, místicos y religiosos. Desde un punto de vista teológico, hay que señalar también que el espiritualismo cristiano, al extender el amor y el compromiso de Dios hacia todos los hombres y no sólo a un pueblo escogido, reforzó y expandió un nuevo concepto de amor: el amor al prójimo aplicado a toda la humanidad. El “próximo” será cualquier ser humano, por lejano que sea de nuestra estirpe. Es cierto que la iglesia casi siempre consideró este amor sólo como espiritual; que no impedía la desigualdad de clases y géneros, ni las torturas, los genocidios o la esclavitud. Pero ello no quita mérito a su universalización. Matizaremos diciendo que el amor a la humanidad no es privativo de la Caritas o del Agape cristiano. Pues el altruismo, la defensa del grupo o de la comunidad arriesgando la vida propia y, más extensamente, la filantropía, la ciudadanía del mundo, y el sentimiento de fraternidad universal y de comunión con el universo han sido amores reconocidos también por otras culturas. De ellos, el sacrificio por el grupo o la comunidad, es el más primitivo y lo compartimos con bastantes especies animales. Pero la empatía y la solidaridad con todos los miembros de la especie y aun con otras especies, sentimientos que nos impulsan a protegerlos, tampoco son desconocidos en el mundo animal. Todos ellos son pensamientos y sentimientos que podemos considerar literalmente amorosos. Muestran la socialidad del ser humano, que puede prestar la ayuda que otros necesitan. Llevan al agrupamiento y al apoyo mutuo, a la aceptación de normas sociales y búsqueda de liderazgos. Son amistades y conductas que poco tienen que ver con el sexo. Las bases bioquímicas de estos amores han sido menos estudiadas, aparte del efecto empático que generan las neuronas espejo y el de la reiterada oxitocina, conocida como hormona de las relaciones sociales positivas y de la confianza de unos en otros, además de ser hormona del amor, como comentaré luego. 4. Otros tipos de amor En cuanto a otros tipos de atracción o de conductas que tienden reiteradamente hacia algún objeto, como llamadas por un imán, sólo metafóricamente podemos llamarlas “amorosas”. Tales “amores” incluirían todas las filia (amor al dinero, al poder, al conocimiento, a la fama, a la aventura o a la muerte, a la comida, a la bebida, a las colecciones, etc.), que dan lugar a todos los filo (como filómano y filósofo y como pedófilo o necrófilo). Y todas las adictio (al alcohol, el juego, el tabaco, las drogas ilegales, la velocidad, el riesgo, al chocolate o al ordenador). O las simples conductas repetitivas (ritos, hábitos, costumbres que nos llevan a repetir determinadas acciones, haciéndonos dependientes de ellas). La dopamina y sus receptores, fundamentales en el sistema de recompensa o refuerzo, juegan su imprescindible papel. También la adrenalina, que está en la base de la buscada excitación que algunas de estas conductas provocan. Y las anfetaminas naturales. Pero estamos hablando de conductas muy diversas, muchas de ellas muy específicas, y muy estudiadas, con la actuación añadida de moléculas químicos externas algunas de ellas, como la adicción a las drogas; por lo que no estoy en condiciones de hablar de ellas y simplificar más su complejidad. Además -como ya he observado antestodos los amores y atracciones se pueden mezclar, pues ninguno excluye a los otros. De hecho se combinan, confluyen y se infectan unos a otros. Baste lo dicho, pues, para justificar mi segunda tesis: “hay muchos tipos de amor y todos ellos tienen unas bases biológicas”. El hecho de que se investigue y de que se vayan encontrando estas bases neuroquímicas, parece restar poesía y misterio a nuestros arrebatos o a nuestra abnegación y desinterés por los demás. No hay que tener miedo de ello. Quien no esté enamorado quizás lo puede pensar, pero a quien lo esté, poco le cambiará el hecho de conocer algo de la neurología de sus amores; pues seguirá teniendo las mismas emociones y actuando de la misma manera. Tampoco la madre dejará de cuidar o de acariciar a sus hijos por ello. Solo a quien ama la ignorancia le puede asustar la ciencia. O sólo a quienes quieren encontrar en el mundo algo sobrenatural pueden tener miedo a las investigaciones sobre la biología del amor; miedo a que éstas decepcionen sus expectativas de inmortalidad. Los demás podemos seguir disfrutando y sufriendo del amor tanto si conocemos los neurotransmisores que lo activan y sus lugares de activación, como si los ignoramos. Cambiando el sentido de la última estrofa del soneto de Quevedo siempre podremos decir: “serán cenizas, mas tendrán sentido; polvo serán, mas polvo enamorado”. Observación 1. La aparición de nuevas divinidades: la oxitocina. Como hemos visto, Eros está siendo sustituido por nuevas divinidades menos míticas. Se trata de esas hormonas y neurotrasmisores que parecen omnipresentes y que se dejan encapsular, para repartir sus dosis idílicas entre los humanos: las feromonas, la testosterona, la oxitocina y otras. El lector puede comprobarlo escribiendo en Google sus nombres casi mágicos; encontrará inmediatamente páginas donde se ponderan las cualidades de estas moléculas ofreciendo su venta en pastillas, colonias, sprays, lociones, etc. Es el caso de las feronomas, pero sobre todo, el de la oxitocina, que reina entre todas las divinidades amorosas; se aclama su función en el amor, en la generosidad con los otros y la confianza en ellos, en la percepción optimista de las personas y en la reducción del estrés. Si queremos que se nos escuche o que confíen en nosotros, si queremos aumentar nuestras habilidades sociales, o si necesitamos ayuda para combatir la depresión, los trastornos de personalidad, las fobias sociales, etc., el instrumento es la oxitocina, esa hormona del amor materno que también teje las redes sociales. Wilhelm (2010) cita numerosas investigaciones bioquímicas, sociológicas, de marketing… que prueban su eficacia desde que Henry Dale bautizara con el nombre de “parto rápido” a esta hormona que se hallaba en la leche materna y que facilitaba los partos. Es segregada en el hipotálamo –principal fuente de hormonas- y actúa directamente sobre el sistema límbico. Por el contrario, la falta de atención, de estimulación, de caricias en los niños reduce la cantidad de oxitocina segregada, así como el número de sus receptores, con las secuelas posteriores que ello tendrá en su vida social de adultos. Sue Carter (2003) – como ya hemos mencionado, la encontró también en los amorosos ratones de pradera, junto con la vasopresina de la fidelidad. Numeroso grupos de investigación dedican sus esfuerzos a apreciar las cualidades de este neurotransmisor. El equipo de Kosfeld, Heinrich, y Fehr, en Zurich, llevó a cabo experimentos ya muy famosos (Kosfeld, 2005) en los que los voluntarios afectados con oxitocina se mostraban más dispuestos a prestar dinero que los no afectados. Afinando, Baumgartner (2008) dirigió un experimento semejante con ayuda de tomografía de resolución magnética y observando que la oxitocina actuaba sobre la amígdala en el área cerebral que es responsable, en condiciones normales, del miedo, haciendo que éste disminuyese. Y también actuaba sobre el estriado dorsal, atenuando la acción de esta área que parece jugar un papel cuando ponderamos alternativas o dudamos antes de tomar una decisión. El mismo equipo de Kosfeld realizó luego otro experimento, según el cual una caricia, unas palabras suaves, una palmada en la espalda de la pareja basta para que los voluntarios afronten con mayor tranquilidad y optimismo las pruebas. Y también ha investigado los efectos de la oxitocina sobre pacientes borderline. Y en la misma onda, Eric Hollander (2007), ha experimentado con autistas adultos. La hipótesis que sustentan estas investigaciones es que en un caso y en otro mejorarían las competencias sociales y la escasa capacidad de empatía de estos enfermos. En fin, que L’elixir d’amore está aquí, por lo que parece. Aunque más que un elixir, se le empieza a considerar una nueva divinidad que ama a los hombres y los hace mejores y más dichosos. Y está a la venta, como no podía ser menos. Observación 2. Distinguir entre Eros y Reproducción. Eros es un instrumento de la reproducción. Y ésta es, algunas veces, el resultado del amor. Los organismos animados por Eros tienen más posibilidades de reproducirse que otros a los que nada empujase a fusionarse. Esto es, los genes del amor se perpetuán porque confieren éxito reproductivo a quien lo tiene. Pero ello no quiere decir que Eros solo exista “para” la reproducción; y menos, sean asociales -y aun “contra natura”- las relaciones sexuales entre individuos que no lleven a la reproducción, como afirma la doctrina de la jerarquía católica y de otras iglesias en el mundo. Pues el concepto de fitness (como “éxito reproductivo”) es probabilístico. Para que unos genes se perpetúen en el patrimonio genético de una especie animal, como la humana, basta con que proporcionen una tasa reproductiva algo mayor que sus alelos o que su ausencia; es decir, basta con que aumente algo la capacidad reproductiva de los organismos que los poseen. No tienen que ser reproductivamente “eficaces” al 100%, ni siquiera serlo muchas veces; basta con que alguna vez lo sean. La atracción sexual, el enamoramiento y el cariño de pareja se han consolidado genéticamente porque aumentan la probabilidad de tener descendientes que sobrevivan, pero no existen para reproducirnos. En esto como en otras cualidades, la evolución natural es ciega; no es finalística, no obedece a ningún plan o diseño previo. Las respuestas amorosas a estímulos sexuales, naturales o imaginados, son autónomas y pueden ejercer variadas funciones adaptativas, no sólo reproductivas. Por ejemplo, funciones de coherencia social, como las que tienen lugar entre los Bonobos. Estos pequeños chimpancés se han hecho famosos, entre otras cualidades, por la continua práctica de relaciones sexuales con todo tipo de pareja. Sin embargo un gran porcentaje de estas prácticas tienen funciones que no son reproductivas, como estrechar vínculos sociales, establecer coaliciones y resolver conflictos. La corte indeseable del amor. Tercera tesis. El amor no es algo idílico. Esta grata fuerza de atracción y unión es el origen de nuestras vidas, pero su exceso es tan perjudicial como su ausencia o la desigualdad de su reparto, provocando impulsos y emociones antisociales, que necesitarán firmes controles. Por ello, la tercera tesis que sostengo es que “amor suele ir mal acompañado”. Su carro triunfante transporta, a menudo, compañías indeseables. - En primer lugar, porque es utópico el “amor igual para todos”. Tanto en los amores eróticos, como en los parentales o filiales encontramos siempre preferencias, que, en algunos casos, son vividas como desamores por las personas que quedan relegadas. Por lo que la competencia, los celos y la envidia, la rivalidad y la lucha hacen parte frecuente del cortejo del amor. Las predilecciones, los desamores, los rechazos y las exclusiones generan frustraciones, depresiones y venganzas, tan habituales éstas en la mitología como en la vida real y literaria actual. Medea mata a sus hijos por venganza al ser despreciada por Jasón; Clitemnestra mata a su marido el rey Agamenón por su amor a Egisto; Electra incita a su hermano Orestes a matar a Clitemnestra para vengar la muerte del padre. Sin hablar de Edipo, que tiene que matar a su padre para casarse con su madre (bien que, en su tragedia, Sófocles le hace cometer estos actos cuando voluntariamente quiere evitarlos). - Amor tiende a ser absorbente y posesivo. Cuando no se respeta la autonomía de la persona amada puede llevar a un sentimiento de posesión y a tenerla encadenada y agobiada, a impedir su libertad y considerar que el otro tiene obligación de amar porque es amado y que se puede mandar sobre sus sentimientos. “La mujer casada, la pierna quebrada y en casa”, se decía. Los celos son compañeros frecuentes del amante. Y con ellos los secuestros reales o metafóricos y los asesinatos cuando la persona vampirizada dice basta. De este modo, amor llega a convertirse en dominante y con tendencias esclavistas. Amor y libertad se necesitan y se oponen. El amor solo puede ser libre. Nadie puede ser obligado a amar o nadie ama por obligación. Pero el amor encadena a los amantes. Y su fusión se opone a su individuación. - Como hemos dicho ya, amor no es la única energía que nos mueve. Hay otras fuerzas sociales que nos impulsan: la lucha, la competencia, la supremacía… que con frecuencia se mezclan con las que llamamos amorosas y las acompañan mientras que otras veces son su contrapunto. Por ello podemos hablar de unas patologías del amor, considerado como fuerza de atracción y de unión. Amar Ser amado Por defecto Indiferencia, falta de respeto, odio Por exceso Hiperprotección, absorción, simbiosis, control Por conflicto Triángulaciones Ignorado, maltratado, engañado con falsos amores Dependiente, encadenado, inmaduro, caprichoso Triangulado Por infección Por otros intereses individuales y sociales Utilizado, desorientado. Cuadro 1. Patologías del amor Aquí llamo virus a aquellas fuerzas, tendencias, motivaciones… que tienen otros objetivos y funciones pero que se infiltran en los procesos amorosos y los instrumentalizan. Puede ser una adicción o dependencia que se instaura gracias al amor y lo prolonga; puede ser un deseo de riqueza, de fama, de promoción, etc. que confluye con un amor, o que lo suplanta con engaño; pueden ser tipos de amores distintos que confluyen, como el incesto. Amor necesita y genera sus contrarios Yendo algo más lejos, afirmaremos la cuarta tesis diciendo que “Amor necesita sus contrarios y muchas veces los genera”. Los amores tienden a juntar o unir los elementos. Si no tuviesen un contrapeso, en la humanidad y en el universo, estas fuerzas de atracción llevarían a la fusión de todo, esto es, a la desaparición de diferencias o indiferenciación, sinónimo de caos o de negación de la existencia de algo concreto, pues nada de ello existiría. Las tendencias a la unión necesitan sus contrarios para que exista el mundo y nosotros con él; para que no todo esté aglutinado. Junto a las fuerzas de atracción, son necesarias las fuerzas de distanciamiento, de individuación y de autonomía entre los seres; fuerzas centrífugas (como las provocadas por el big bang en nuestro universo); fuerzas de repulsión o de “Discordia”, como las llamó Empédocles. A la misma conclusión llegamos si reflexionamos sobre la vida. Podemos decir con propiedad que amor genera vida. Pero para que unas cosas vivan es necesario que otras mueran, se destruyan y se descompongan. La vida lleva consigo la muerte, como exigencia. En términos freudianos, la libido no basta para explicar la naturaleza humana, Eros necesita Tánatos. Con esta tesis venimos a afirmar que Amor ni es todopoderoso ni es el único creador del mundo, ni siquiera el más fuerte de los dioses, pues otras divinidades menos simpáticas alternan con él y son su complemento, haciendo frente a sus excesos y corrigiendo sus defectos. Entre ellas encontramos a Temis y Diké, aspectos distintos del equilibrio natural y de la justicia divina y humana, basada ésta en la reciprocidad. Si bien resulta imposible obligar a amar, la justicia, por el contrario, sí que puede ser impuesta; porque es factible respetar los derechos fundamentales de todos. También Lex, la ley, es otra fuerza social que puede encauzar y civilizar el amor perjudicial. Y con ella, las jerarquías sociales y las reglas de convivencia, que impiden la lucha de todos contra todos en las sociedades animales y en las humanas. Todo ello no sería necesario si cambiáramos el concepto de “amor”, sustrayéndole sus aspectos salvajes e irracionales. Por ejemplo, no considerando amor verdadero al que no respete a las personas. O -como sostenía Erixímaco en el aludido banquete narrado por Platón- si creemos que Amor es una Armonía. Como buen médico hipocrático consideraba la salud como armonía, como equilibrio entre los distintos humores, y atribuía a Eros el arte de dosificar y de armonizar los componentes naturales y sociales. Pero con ello estaríamos dulcificando a un dios que es anterior a la mente y que conserva siempre su aspecto irracional. Como en otro mito, Psique no puede ver el rostro de Eros, so pena de perderlo para siempre. ¿O acaso tendría razón Apuleyo cuando describió un happy end haciendo posible el matrimonio de Eros con Psique? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Acevedo, B.P. y Aron A. (2009) “Does a long‐term relationship kill romantic love?”, Review of General Psychology 13, pp. 59‐65. 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