Camino de regreso

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eu­carística, es liberador y sanador, porque cura las llagas y las heridas del
egoísmo y de las «cerrazones» de todo tipo, ya que es el lugar preferido de
mentalidad nueva
la presencia del Señor. La Eucaristía es un verdadero bálsamo del Espíritu
y de comunión fraterna que nos invita a dejar atrás la autosuficiencia y el
orgullo, y nos lleva a entrar en los prados deliciosos del Reino.
Francesc Casanovas acaba su pensamiento con esta reflexión: Para
Dios, el tiempo es relativo. De hecho, san Pedro nos dice: «Queridos hermanos, no debéis ignorar que, delante del Señor, un día es como mil
años y mil años como un día» (2Pe 3,8). Fijémonos, por ejemplo, en la
escena del buen ladrón, que «roba» el cielo en un instante, aprovechando
que Jesús está en la cruz, crucificado (cf. Lc 23,42-43). Jesús le promete
el Paraíso en el último instante de su vida, otros han invertido toda una
vida al servicio del Señor. Una cosa queda bien clara: Dios nos da, en
cada momento de nuestra existencia, la posibilidad de emprender el
camino de regreso hacia Él. La forma de cada experiencia de retorno es
cosa suya. A nosotros nos toca el agradecimiento y la alabanza por su
amor misericordioso.
Francesc Boqueras
Camino
de regreso
Seminario del Pueblo de Dios Ilustración: Maria Cardoso,
C. Girona, 7, 3r 1a - 08010 Barcelona
Baldosas portuguesas I, 2009
Tel. 933 011 416
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Dep. Legal: B-42123-1983
Pensamientos 81 - abril de 2010
Camino de regreso
Cuando se es capaz de reír y llorar como un adulto a
causa de los diversos acontecimientos de la vida, también
se es capaz de reconocer el propio pecado con flexibilidad.
Hace falta rehacer el camino y aceptar el propio error e
ignorancia, con plena confianza en el amor misericordioso
de Dios.
Él nos espera en la puerta del perdón y nos ayuda a volver a casa. ¡Alegrémonos de poder empezar de nuevo!
Para Dios, el tiempo es relativo.
En un grupo o comunidad la dimensión festiva y el buen humor manifiestan una nota familiar indispensable, que ayuda a relativizar aquello que
no es esencial en la vida y a desenmascarar el mundo de las apariencias.
Es muy liberador tratar con sana ironía las debilidades que a menudo nos
atormentan. De hecho, el buen humor, vivido en el seno de la comunidad
de fe, nos ayuda a rehacer el camino y a aceptar el propio error e ignorancia,
con plena confianza en el amor misericordioso de Dios.
Somos pecadores perdonados; por eso convertimos el arrepentimiento en fiesta, la fiesta del perdón misericordioso: «¡Feliz el que ha
si­do absuelto de su pecado y liberado de su falta!» (Sal 32,1). Por esto la
Iglesia se identifica siempre con la actitud de aquel padre de la parábola
que se alegró y se conmovió ante el regreso del hijo pequeño, el cual
fundador del Seminari del Poble de Déu
ha­bía dilapidado la herencia con una mala vida: «Traigan en seguida la
mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los
pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos,
GLOSA
El fruto de un buen arrepentimiento es la alegría del Espíritu Santo. Este
porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue
encontrado» (Lc 15,22-24).
don divino a menudo asume la forma del buen humor, por la capacidad
El Señor siempre nos espera en la puerta del perdón y nos ayuda a volver
de relativizar, a la luz del amor de Dios, las flaquezas humanas, que serían
a casa, según la bonita imagen del padre misericordioso de la parábola.
trágicas en sí mismas, pero que han sido redimidas por Cristo. De este
Él nos regala cada día –y así mientras peregrinamos por la historia– la
modo uno es capaz de reconocer el propio pecado con flexibilidad. No nos
po­sibilidad de empezar de nuevo, haciéndonos entrar en la fiesta de la
podemos tomar demasiado seriamente a nosotros mismos, puesto que
Pascua, que se celebra en el banquete de la Eucaristía. Por eso, empezar
podemos caer en la trampa de un perfeccionismo o rigorismo personal
siempre de nuevo en cada momento presente es volver a casa, donde la
desmesurado. Hay «alguien» más importante que uno mismo: el herma-
acogida fraterna está garantizada. El pecado nos encierra en la soledad
no, que está esperando nuestro gesto de amor y de amistad. Ahora bien,
y en la tristeza. Por el contrario, el perdón y el arrepentimiento, que es
aun así debemos velar por nuestro crecimiento personal, cultivando la
ca­mino de regreso al Padre y a su hijo Jesucristo, nos conduce a la fiesta
fe y nuestras capacidades humanas, pero en el olvido del propio yo, que
de la fraternidad eclesial movida por el Espíritu.
siempre tiende a querer ser el «rey de la casa».
El ambiente pascual de la comunidad cristiana, que es comunidad
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