“Obras son amores…”

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“Obras son amores…”
Queridos diocesanos:
El lema del Año Jubilar de la Misericordia lo recoge muy bien la primera parte de uno
de nuestros sabios refranes: “Obras son amores y no buenas razones”. En él se sitúan
las obras en su verdadero origen, en el amor mismo. También el lema jubilar recuerda
que nuestras obras empiezan en un amor que nos transciende, en el amor misericordioso
de Dios Padre. “Misericordiosos como el Padre”. La misericordia del Padre es la que
nos impulsa, la que nos alienta en nuestras actitudes, en nuestros sentimientos y en
nuestras obras a poner la vida en favor de los demás. Ese amor original nos sitúa
siempre en las situaciones más injustas, más dolorosas, más excluyentes que
encontramos en nuestro entorno. Y todo porque en el entorno de Dios esos son los
predilectos, los que conforman la misericordia de su corazón y los que centran sus
preocupaciones más urgentes. Si estamos abiertos a esa corriente de amor, se vive de
Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu, Y a nosotros nos queda actualizar esa
corriente, poniendo mucho amor hacia los otros, porque misericordia es poner en todo
mucho amor, es situar el amor en todas las situaciones de la vida, hasta en lo más
complejo y difícil, como es el perdón.
Es por eso que la tradición de la Iglesia, al ahondar en lo que más identifica a los
cristianos, ha querido ofrecernos, a modo de ejemplo, y siempre abierto a
modificaciones para una mayor radicalidad, las obras de misericordia: las corporales:
dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al
forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las
espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra,
consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas,
rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.
La fuente de esta conducta a la que se nos invita la encontramos en el Evangelio mismo,
en Mt 25, 31-46: se nos dice que se nos va a juzgar por el amor y la misericordia. Es en
este texto evangélico donde se nos indica el camino a seguir para vivir, como Jesucristo,
la misericordia del Padre. Al ahondar en esas palabras del Señor, ya los Santos Padres
las entendían no sólo en su aspecto externo, sino que también las interpretaban de un
modo espiritual. En realidad la misericordia que Dios pone en nuestro corazón sólo se
puede ofrecer mirando a la persona en la integridad de todas sus necesidades. De ahí
que San Agustín proponía las obras que hacen el bien al cuerpo del prójimo y las que
buscan el bien de su alma. Fue justamente en esta visión integral de la misericordia en la
que tomaron cuerpo en la doctrina cristiana las obras de misericordia corporales y
espirituales. Es más, esta visión de la misericordia se convirtió también en el reclamo
para las acciones institucionales en favor de los más débiles y necesitados a lo largo de
la historia de la Iglesia.
De cualquier modo, la misericordia corporal y espiritual, auque está pautada en el
catecismo, tiene que ser, además de concreta, muy espontánea. Como decía el título de
una buena novela de Susana Tamaro, hemos de ir a donde el corazón nos lleve.
Tenemos que dejar que la misericordia fluya en nosotros con naturalidad, con la
naturalidad de la fe, poniendo corazón para todo lo débil, lo injusto, lo despreciado, lo
excluido, lo maltratado, lo marginado. De no hacerlo así, las teorizaciones sobre la
misericordia, además de convertirse en ideologías, corren el peligro de ser, en muchos
casos, ideales inalcanzables.
Por eso haríamos muy bien en no olvidar la segunda parte del sabio refrán que estoy
comentando: “Obras son amores y no buenas razones”. En ocasiones se suele tener un
concepto excesivamente romántico e idealista de la misericordia, si sólo se contempla
desde una estética espiritualista o desde una visión maximalista, que hace de ella la
solución a todos los problemas del mundo. Al final estos dos extremos hacen que
hablemos mucho y hagamos poco.
La misericordia es un modo de ser, de sentir o de vivir, es abrir los ojos, desde los de
Cristo (como muy bien expresa el “logo” del Año Jubilar), para estar en medio del
mundo con espíritu de misericordia, de perdón, de respeto, de justicia, de caridad. Es
verdad que esa actitud de misericordia tiene un horizonte amplio, y siempre ha de
pretender ir hacia cualquier dolor, allí donde se haga presente. Pero no podemos olvidar
que nuestro ámbito ordinario, el más familiar y cercano, es el primer y más concreto
espacio en el que realizar las obras de misericordia. Por lo ordinario es por donde hay
que empezar, por lo que sucede cada día entre los que convivimos. Si no empezamos
por ahí, no alcanzaremos las cotas más ideales.
Como estoy seguro de que nos servirá de estímulo, no quiero olvidar el efecto benéfico
que el actuar con misericordia tiene para nosotros. En realidad, todo lo que hacemos por
el otro sentimos que también nos sucede a nosotros, que nos hace bien. Los necesitados
nos enriquecen. En realidad, “obras son amores para los demás y para nosotros”.
Pongamos entonces mucha atención interior y exterior a lo largo del Año Jubilar en las
obras de misericordia, corporales y espirituales.
Con mi afecto y bendición.
+ Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia
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