La perfidia del resentido

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LA PERFIDIA DEL RESENTIDO:
AZAÑA EN EL IMAGINARIO DE LA DERECHA∗
Santos Juliá
En sus años de exilio, no recordaba Ángel Ossorio ningún caso igual de furor
y de bestialidad en España como el que las derechas que dominaron durante el bienio
negro (1934-1935) emprendieron contra la personalidad de Manuel Azaña. Se dijo de
él –escribe Ossorio- que era asesino, ladrón y concusionario, se le atribuyeron los
extravíos más degradantes, no se respetó nada. Parte principal en esta agresión la
tomaron las damas distinguidas y católicas de la buena sociedad: “era tal su criminal
barbarie que no se podía ni dialogar con ellas. Había que taparse los oídos”1. Se
refería Ossorio en este párrafo a unos momento particularmente difíciles en la vida de
Manuel Azaña: su detención y emprisionamiento a raíz de la revolución de octubre de
1934 en Barcelona. Pero el furor y la bestialidad de las derechas contra Azaña venían
de antes y perdurarán hasta mucho después de su muerte. De cómo se fue
construyendo esta imagen, de los elementos que la formaron y de los fines a los que
servía tratan las páginas siguientes.
1. EN LA REPÚBLICA.
Cuando se proclamó la República, Manuel Azaña no era un desconocido:
había sido elegido pocos meses antes presidente del Ateneo de Madrid, un cargo en el
Publicado como “La perfidie du rancunier: Azaña dans l’imaginaire de la droite”, traducción al
francés de Jean-François Berdah, en Jean-Pierre Amalric y Geneviève Dreyfus-Armand, Autour de
Manuel Azaña: Nation et mémoire en débat. Actes des Journées Manuel Azaña 2009 et 2010,
Castelsarrasin, Éditions Arkeia, 2011, pp. 75-82.
∗
1
Ángel Ossorio y Gallardo, La España de mi vida, Barcelona, Grijalbo, 1977, pp. 149-150.
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que, entre otros, le habían precedido Gregorio Marañón, el conde de Romanones,
Rafael María de Labra o Segismundo Moret, intelectuales y políticos muy destacados
de la Restauración. Formaba parte Azaña del comité revolucionario que luego se
convirtió en gobierno provisional de la República, había sido director de las revistas
España y La Pluma, en las que sus artículos sobre cuestiones políticas y literarias le
habían deparado cierta notoriedad y muy variadas relaciones; y, en fin, durante cerca
de diez años había dirigido de hecho, como secretario, el mismo Ateneo de Madrid
del que en 1930 fue elegido presidente, institución particularmente activa en los años
de la Gran Guerra, en los que Azaña se significó por su destacada defensa de la causa
de los Aliados. Sus conferencias contra la germanofilia y, más adelante, la
publicación de El jardín de los frailes, sus ensayos sobre Valera y Cervantes o sobre
el 98 y las tres generaciones del Ateneo, y su neta posición contra la dictadura de
Primo de Rivera le habían situado en el centro de vida intelectual madrileña y de la
acción política de oposición a la Dictadura.
Y sin embargo, a los pocos meses de la proclamación de la República, la
sorpresa que produjo su fulgurante ascenso desde el ministerio de la Guerra a la
presidencia del Gobierno lo elevó a la categoría de auténtica revelación, como si
nadie antes lo hubiera tratado o conocido. Primero, desde el mes de abril de 1931, fue
el aplomo y la firmeza con qué llevó adelante su plan de reforma militar; luego, en
octubre, su intervención en el debate constitucional a propósito de la cuestión
religiosa con un discurso que asombró a quienes lo escucharon y que resolvió de un
tajo una crisis política que a punto estuvo de hacer encallar la Constitución y provocar
el naufragio del Gobierno de coalición republicano socialista. Plan de reforma militar
y discurso sobre la cuestión religiosa: nada tiene de extraño que atreviéndose a
afrontar dos de las grandes cuestiones pendientes en la política española, la
desmilitarización del Estado y su secularización, o sea, el papel que las Fuerzas
armadas y la Iglesia habrían de tener en la nueva constitución del Estado español,
todos los focos se centraran en él y de todas partes surgieran las primera preguntas
sobre ese personaje.
Naturalmente, de lo que se trataba en las filas de la emergente derecha católica
era de acarrear materiales para la construcción de una imagen destinada a la
demolición del político que se había atrevido a enfrentarse a los dos grandes poderes
tradicionales. Quién era, de dónde venía, qué fines movían a este sujeto recién llegado
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al primer plano de la atención pública: de las respuestas a esas preguntas fue
surgiendo la imagen de un empleadillo administrativo brotando de la oscuridad
anónima de la covachuela, de la media luz de la tertulia literaria y de la densa
atmósfera del club para subir rápidamente a la presidencia del Consejo; un ser
insignificante que del negociado de últimas voluntades en la Dirección General de los
Registros y del Notario había asaltado la presidencia del Gobierno: así lo presentaba
un publicista católico, Nicolás González Ruiz, en un libro supuestamente dedicado al
análisis de sus ideas2. Manuel Azaña, desde 1910 letrado de aquella Dirección
General –equivalente hoy a abogado del Estado, cuerpo en el que finalmente
quedarían integrados los letrados del Ministerio de Justicia- era reinventado como un
funcionario oscuro, siempre vestido de gris, encerrado en su covachuela. A pesar de
formar parte de un alto cuerpo de la Administración, la prensa católica y monárquica
se deleitaba imaginándolo detrás de una ventanilla, y, para añadir algo de morbo
funerario al dibujo, despachando aburrido los asuntos relativos a últimas voluntades.
Con su vida marcada por la oficina, Manuel Azaña habría abrigado
aspiraciones literarias, finalmente frustradas, acercándose a las tertulias de los
famosos, sentado en una esquina, callado, un fracasado que había alimentado para sus
adentros el rencor que le producía el brillo de los otros. Escritor sin lectores, dicen
que dijo de él Miguel de Unamuno, y lo dijera o no, allí estaban los demás para
propalarlo. Gris funcionario, fracasado en sus empeños literarios, rencoroso, nada
tiene de extraño que empezara a correr la especie de que era un solitario, un alma
robinsónica, como le atribuyó Giménez Caballero3, que además de averiguar que
había desempeñado su covachuelismo en la misma mesa del gran reaccionario y
cavernícola ministro de Fernando VII, Calomarde, lo pintó como un tipo antisocial,
incapaz de ternura, doblemente frustrado por defectos inconfesables y que, a falta de
éxito social, se había convertido en una especie de déspota durante los años en que
desempeñó la secretaría del Ateneo. Los más curiosos indagaron también en su
familia y allí lo encontraron, como niño huérfano, solitario, convertido luego en un
soñador peligroso, buscando la manera de someter y aplastar al prójimo.
2
Nicolás González Ruiz, Azaña. Sus ideas religiosas. Sus ideas políticas. El hombre, Madrid, Gráfica
Universal, 1932, p. 5.
3
Ernesto Giménez Caballero, Manuel Azaña (Profecías españolas) [1932] Madrid, Turner, 1975, p.
111.
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Todo esto, que es la imagen que de él se va creando desde la proclamación de
la República en abril hasta su confirmación como presidente del Consejo de Ministro
en diciembre, servirá para explicar y, al tiempo, atacar algunas de las principales
iniciativas políticas de sus gobiernos en 1932, especialmente las relativas a la reforma
militar, la disolución de la Compañía de Jesús y la presentación de la Ley de
Confesiones y Congregaciones religiosas. La “trituración” del Ejército, el diabólico
empeño en arrancar la religión de los corazones infantiles, su designio de acabar con
la unidad de España procedían, según la prensa católica y monárquica, de ese fondo
de rencor y frustración que había alimentado durante décadas y que ahora, al
emprender la reforma militar y la secularización del Estado, convertían a Manuel
Azaña, presidente del Consejo de Ministros, en la encarnación de la verdadera
antipatria. Hombre incapaz de comprender la religión, principalmente por orgullo
satánico, Azaña es para la opinión católica como una de las plagas que hubieron de
sufrir los egipcios: “castigo y providencia de Dios Nuestro Señor”, lo definió José
María Valiente, dirigente de las Juventudes de Acción Popular. Es la personificación
misma de Anti-España, está al servicio de intereses extranjeros, ha caído prisionero de
los marxistas y de los antros oscuros de la masonería; se ha puesto al servicio de los
que buscan la destrucción de la patria, procediendo previamente a la trituración del
ejército y a la aniquilación de la religión4.
Es claro que esta imagen era parte de una estrategia dirigida a acelerar el fin
de la coalición de republicanos y socialistas para iniciar el camino de lo que se
llamaba rectificación de la República que, en las filas del catolicismo político, incluía
algo más que una mera reforma constitucional: la transformación de la República en
un Estado autoritario y corporativo, con fuerte impregnación católica confesional.
Azaña, como era notorio, comenzó a presidir el gobierno de coalición republicanosocialista precisamente por ser jefe de un partido con un número de diputados que no
superaba la treintena y que en los primeros meses del nuevo régimen hacía de fiel de
la balanza entre el partido radical y el partido socialista. Cuando el partido radical
abandonó la coalición en diciembre, nadie pensaba que el gobierno pudiera
mantenerse más allá de unos meses. Sin embargo, y gracias en buena medida a la
4
“Los antros masónicos” y “La masonería servida”, El Debate, 18 de mayo de 1933. Palabras de José
María Valiente en “Acto de homenaje a los concejales agrarios”, El Debate, 24 de mayo de 1933.
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capacidad política de su presidente, la coalición aguantó en pie sin el partido radical.
La única manera de echarla abajo consistía en dirigir toda la munición a su cabeza:
eso es lo que explica el furor y la bestialidad de estos primeros ataques que
alimentaron este imagen de Azaña como funcionario gris, frustrado y rencoroso, que
salta a la celebridad, y que, ciego de ira y odio, la emprende contra el ejército y la
Iglesia, pilares de la patria: todavía hoy no faltan quienes sigan explicando la política
del primer bienio de República recurriendo a este tipo de argumentos.
Lo que escuchó Ángel Ossorio dos años después de la confección de esta
primera imagen significaba un salto adelante en la misma dirección. Asesino, ladrón y
concusionario, Azaña será además el cobarde que en los días de la revolución de
octubre de 1934 huye “por una alcantarilla, como escurriéndose por la antología de
sus sentimientos”5, como se escribe en un editorial de ABC, el diario de los
monárquicos. Azaña, en su escondite, es para la prensa de la derecha la concreción de
todas las negaciones sucias y repelentes de la antivirilidad. “¡Triste destino el de este
hombre, encarnación de un odio frío de espaldas a toda arrogancia tradicionalmente
española!”, escribe César González Ruano de Manuel Azaña, “cuyos complejos
insobornables le equiparan al monstruo”. Un típico Robespierre en pequeño, un
Robespierre de trapo es en lo que ha venido a resultar aquel “oscuro funcionario
enloquecido de soberbia y amoratado de rencor en su manía persecutoria”6.
De ahí, a la cárcel y a una acusación en toda regla ante el Tribunal Supremo,
que acabó procediendo al sobreseimiento del sumario. Pero el daño estaba hecho:
Azaña, acusado de haber levantado la bandera de revolución, tendrá que dar cuenta de
su conducta ante las Cortes, que se empeñan en someterlo a juicio, con el resultado
que algunos, entre ellos un amigo de años de estudios y juventud, Antonio Royo
Villanova, temían: acabarán por levantarle un pedestal. Y eso fue lo que ocurrió: que
la persecución a aquel oscuro funcionario movido por el odio frío a todo lo español,
aquel cobarde huido por las alcantarillas, se convirtió en aclamación multitudinaria al
orador capaz de convocar a cientos de miles de personas en sus discursos de campo
abierto, plataforma que servirá para la reconstrucción de una coalición republicano
5
Editorial “Cataluña es España”, ABC, 9 de octubre de 1934..
6
César González Ruano, “El de los tristes destinos”, ABC, 11 de octubre de 1934.
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socialista a la que se incorpora el Partido Comunista, convirtiéndola en un Frente
popular.
2. EN LA GUERRA CIVIL Y EN EL EXILIO.
Todo este cúmulo de imágenes volverán a circular durante la guerra civil,
primero, como legitimación del golpe de Estado como razón suprema de un pueblo al
que la tiranía del gobierno de Azaña había situado en riesgo de aniquilamiento7, y
segundo, como un elemento más de la propaganda puesta al servicio de la destrucción
de la legitimidad de la República. Manuel Azaña vuelve a aparecer, en las páginas
que le dedican Joaquín Arrarás y Francisco Casares, como un sujeto hastiado y
aborrecido desde la infancia, que desconoce la risa, la alegría, el amor, el optimismo,
la primavera y que reniega de la fe y de su origen español. Un engendro espurio,
aborto de logias, pervertido, cruel, infame, bolsa de odios y de fracasos, que alimenta
un orgullo satánico en anónimas jornadas de burócrata oscuro y de secretario
insignificante, incapaz de ternura, ajeno a la emoción, que sueña con ser un tirano y
camina solitario, dominado por el resentimiento. Fue, escribe Casares, duro y cruel
con los adversarios vencidos; cultivó a los indeseables de la pluma, disimuló sus
emociones en el afán de aparentar una total ausencia de ellas, pero era en realidad, un
cobarde, escondido en diciembre de 1930, el primer huido de Madrid, todo lo cual
revela una “escasa dosificación varonil”8.
Todo esto suena a déjà vu, a falta de inventiva y originalidad en los fabricantes
de la imagen del presidente de la República en guerra. Hay, sin embargo, en esta
reelaboración de los ataques propios de los primeros años de República, dos nuevos
elementos, llamados a multiplicarse y diversificarse en el futuro. El primero es el
recurso a la zoología, la creciente identificación de Azaña con animales,
especialmente con los que se arrastran por la tierra. Azaña tiene mucho de fiera y
bastante de reptil, escribe el mismo Francisco Casares. Y un tal Juan de Córdoba,
desde las páginas del ABC que seguía editándose en Sevilla, tras el habitual recurso al
odio del hombre oscuro, acostumbrado a vegetar, con los manguitos puestos, en el
7
“Nota explicativa”, Causa General, La dominación roja en España. Avance de la información
instruida por el Ministerio Público, Madrid, Ministerio de Justicia, 1943, pp. 11 y 12.
8
Todo lo que se dice en este párrafo procede de los comentarios de Joaquín Arrarás a los cuadernos de
Azaña robados en Ginebra, publicados en ABC de Sevilla y recogidos en Memorias íntimas de Azaña,
Madrid, 1939, y de Francisco Casares, Azaña y ellos, Editorial y Librería Prieto, Granada, 1938.
La perfidia del resentido - 7
negociado de últimas voluntades, lo dibuja ahora en la figura del sapo, la misma que
evocó Jesús Suevos, director del Instituto de Estudios Políticos, muchos años después
en conversación con Gabriel Jackson: su cara parecía la de un sapo, le dijo, añadiendo
que la República había sido gobernada por invertidos9. Como un monstruo que
liquida, con su huida de reptil acosado, el postrer ciclo de infamias que su negra alma
perpetró contra España, lo verá Galinsoga, director de La Vanguardia, que atribuye a
la perfidia del resentido el odio que había alimentado contra el Ejército. También
Arrarás recurre a la zoología, aunque esta vez no a la imagen del reptil que se arrastra
por los suelos, que es la preferida durante estos años, sino a la de una hiena que
camina solitaria. Azaña es en definitiva “el monstruo”, como titula Wenceslao
Fernández Flórez uno de sus artículos para ABC, con su vientre gelatinoso, sus dientes
separados, las verrugas que salpican su ancha cara, un monstruo único, puesto que no
hay dos como él10.
La segunda novedad consiste en incluirlo en la nómina de los “delincuentes
comunes”: Azaña es sencillamente un ladrón, “símbolo de la médula ética de la
República”. Cuando la derrota de la República está a punto de consumarse y su
presidente atraviesa la frontera, será el forajido, el ladrón que ha huido de España para
refugiarse en Francia llevándose un cargamento de 75 kilos de joyas, 30 piedras
preciosas, varios lingotes de oro y un cofre conteniendo varios millones de monedas
extranjeras, muchos collares y otras alhajas. Azaña es el supremo criminal, un
indecoroso rastacuero, lleno de resentimientos y envidias, sórdido burócrata
impotente y resentido, de negra alma, abyecta en perversiones, que encendió la guerra
civil. Huido y cauteloso se ha deslizado por la frontera de Francia, el supremo jerarca,
lo que es decir el supremo criminal de la extinguida República española11. Ha huido,
sí, pero llevándose una gran fortuna y después de asegurarse una renta de medio
millón de francos suizos anuales, que le permiten comprar en Pyla-sur-Mer una villa
por la que ha pagado dos millones de francos y a la que se traslada, desde Collonges-
9
Juan de Córdoba, “Y el milagro se hizo”, ABC, 24 de diciembre de 1937. Gabriel Jackson, Memoria
de un historiador, Madrid, Temas de Hoy, 2001, p. 70.
10
Luis de Galinsoga, “El presidente de la guerra civil” y “Los hombres y los días”, La Vanguardia, 18
de febrero de 1940 y 13 de julio de 1939; Wenceslao Fernández Flórez, “El monstruo”, ABC, 1 de
marzo de 1939.
11
“Azaña huye a Francia con el producto del robo”, “Delincuentes comunes” y “¡Acordaos!”, ABC, 27
y 28 de enero y 1 de marzo de 1939.
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sous-Salève, seguido por una caravana de camiones llenos de muebles y otros
objetos12.
Si con las imágenes de los primeros años de República –elaboradas sobre el
odio a la religión y al ejército de un pobre funcionario reconcomido por el odio- se
pretendía destruir al presidente de un gobierno por su proyecto político de
desmilitarización y secularización del Estado, con estos nuevos materiales lo que se
pretende es destruir la legitimidad de la República, presidida por un monstruo, un
criminal, la oruga repulsiva de la España roja, la de las matanzas y las checas, de las
refinadas crueldades satánicas. Y al destruir la legitimidad, lo que ahora se busca es
cerrar el paso a cualquier atisbo de mediación internacional para poner un fin a la
guerra sin represalias contra los vencidos: “Los verdaderos españoles nunca podremos
tener trato con los hombres que, “presididos” por Azaña han asesinado a tantos
hermanos nuestros, han perseguido a la Iglesia Católica, incendiado todos sus templos
para ver si lograban hacer desaparecer los últimos vestigios de la religiosidad innata
en los españoles”. Es claro que con esos falsos españoles es imposible llegar a ningún
acuerdo como resultado de una mediación de las potencias. El dilema para los
republicanos sigue siendo de meridiana claridad, termina uno de sus alegatos ABC,
después de presentar a su presidente como un cocodrilo que solloza: o rendirse
incondicionalmente a la magnanimidad del Caudillo o sufrir derrota tras derrota13. No
hay otra salida posible a la guerra que la rendición incondicional y Francia y Gran
Bretaña harán bien si mantienen su política de no intervención en los asuntos
españoles.
Azaña se ha convertido, pues, como escribe Fernández Flórez, en el presidente
de una muchedumbre de asesinos y ladrones14. La insistencia en esta nueva imagen
una vez consumada la derrota incondicional de la República no puede tener más que
una finalidad vengativa: ahora se trata de presentar a Azaña y al resto de “jefes rojos”
como delincuentes comunes que merecen la cárcel y la entrega por Francia a las
autoridades del Nuevo Estado para ser sometidos a juicio. Las listas de “jefes rojos”,
12
. La renta es de un informe del Servicio de Información y Policía Militar al Juzgado de
Responsabilidades Políticas, Archivo General de la Administración, Justicia, J 30329. La compra de la
villa, Cónsul de España en Burdeos a Embajador, 6 de noviembre de 1939, Archivo General de la
Administración, Asuntos Exteriores, 11287.
13
“Un cocodrilo que ‘solloza’”, ABC, 7 de enero de 1939.
14
“El Estado fantasma”, ABC, 15 de febrero de 1939.
La perfidia del resentido - 9
encabezadas por Manuel Azaña, Juan Negrín e Indalecio Prieto, que el Ministerio de
Asuntos Exteriores y la embajada de España, tras el reconocimiento del régimen de
Franco por Francia en febrero de 1939, presentan ante las autoridades francesas tienen
el explícito objetivo de presionar para que impidan su salida hacia América y
obligarlas a su entrega a España. Los delitos que se les atribuye son invariablemente
los de asesinato y latrocinio por los que habrán de ser juzgados en España si las
autoridades francesas se avienen a conceder las demandas de extradición
reiteradamente presentas por las españolas15.
La imagen del oscuro funcionario, salido de los antros marxistas y de las
logias masónicas, enemigo de la religión y de la patria, cobarde, asesino y jefe de una
banda de criminales, esto es, la totalidad del imaginario construido desde la derecha
católica, perseguirá a Manuel Azaña más allá de su muerte. En el informe que el cura
párroco de Nuestra Señora de la Concepción, de Madrid, envía al juez instructor de la
causa abierta contra el ex presidente de la República por el tribunal de
responsabilidades políticas se resume todo lo que en años precedentes se había
fabricado para su destrucción. Azaña, según el párroco de la Concepción, fue en todo
tiempo persona afiliada a partidos de extrema izquierda, trabajó en Ateneos y centros
culturales sembrando en las incultas masas ideas disolventes y de rebeldía, siendo uno
de los principales agentes y propulsores que con sus oscuras actuaciones consiguieron
el cambio de régimen con todos sus horrores. En el poder, es del dominio público que
su actuación fue funestísima y demoledora para España, transformando todos los
principios de orden, moral y justicia, vertiendo en las multitudes el germen de
disolución y anarquía que dieron por fruto las abominaciones de sangre, robo y
destrucción que todos lamentamos. Unido al marxismo, a elementos extraños, e
inspirado en tenebrosos antros, creó tal estado social de crímenes, que Dios en su
infinita misericordia inspiró a nuestro ínclito Caudillo la Santa Misión de salvar a
España16.
15
Sobre la persecución de Azaña en el exilio, su condena al pago de una multa de cien millones de
pesetas por el Tribunal de Responsabilidades Políticas y las demandas de extradición de refugiados
españoles puede verse el último capítulo de mi Vida y tiempo de Manuel Azaña, 1880-1940, Madrid,
Taurus, 2008, pp. 443-467.
16
El informe del cura párroco de la Concepción se encuentra en el Expediente núm. 213 del Juzgado
Instructor Provincial de Responsabilidades Políticas de Madrid. Archivo General de la Administración,
Justicia, J 30329.
La perfidia del resentido - 10
En resumen, la imagen del funcionario gris y escritor fracasado que viene de
una oscura covachuela y alcanza el poder por maquinaciones en logias y antros y se
comporta como un pérfido resentido que, movido por su odio, destruye o tritura el
ejército, la religión y la patria, construida en los primeros años de República, a la que
se añade la del cobarde e invertido que huye por las alcantarillas en los días de
revolución, se ampliará en los días de la guerra civil con las del reptil, el ladrón y el
delincuente que preside una República manchada de sangre, con su secuela de
abominaciones de sangre, robo y destrucción. Si la primera imagen de Azaña se puso
al servicio del combate contra la legislación reformista del gobierno de la República,
la segunda se construyó para negar a la República legitimidad, cargar a su cuenta el
origen o causa de la guerra, y justificar la persecución de su presidente como
delincuente común. Manuel Azaña se convirtió así en elemento imprescindible de un
relato mítico en el que, por cumplir el papel del mal radical, suscitó la aparición del
bien absoluto, el ínclito Caudillo, que recibe directamente de Dios la santa misión de
salvar España de una muerte segura. Azaña, mal absoluto, destrucción de la religión y
de la patria, es la contraimagen Franco, enviado de Dios para la defensa de la fe y la
salvación de España.
“¡Maldición perdurable a su recuerdo!”, clamaban los monárquicos.
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