8.4. poemas para comida erótica - Sexualidad y juventud, con

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8.4. poemas para comida erótica
De pronto he abierto la ventana.
El mediodía entró por ella.
Entróse el canto de los pájaros:
me cantaron las venas pajareando.
Entróse el cielo azul, entróse el cielo
y los aires que en vuelo lo traían.
Entróse el mundo entero.
(Alberto Rubio)
¡Colmado de comida revolcarme en la hierba
entre los vivos velos de este sol amarillo:
entrecerrar los ojos como en acabamiento
de luz maravillosa que palpa por los párpados!
(Alberto Rubio)
Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.
(Pedro Salinas)
De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.
(Pedro Salinas)
“Porque la piel de tus labios y de tu lengua es
como una madera roja y empapada de savia”
Palpo tu olor lo mismo que una fruta
y sé de que regiones se te escapa.
Huelen a tierra húmeda tus ojos.
Huelen a tierra fresca tus espaldas.
Huelen a tierra negra tus cabellos.
(Jorge Debravo)
EN EL DESNUDO MAR
Duermo en la ondulación de tu cuerpo.
Besándote despierto y besándote duermo.
Sueño con el mar desnudo de tu piel.
Desnuda duermo para tenerte en mí desnudo.
Te visto con el calor de mis labios
y mi tibia boca te desviste.
Mis ojos brillan como el viento
que sostiene a los pájaros
que hoy por ti se desgajan.
Con frescura de campo mis labios muerdes,
a la orilla de un río sofocas mis calores.
Tu fuego cultiva gardenias en mis muslos
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8.4. poemas para comida erótica
y salvaje te ofrezco mis senos
para en ellos colmes tus delirios.
En tu espada de hierro vivo
y como mariposa de tu hechizo
palpitante
al fuego vuelo.
(Lina Zerón)
Cómo quiero la grandeza
de las cosas simples.
Por eso vuelvo hoy
al principio
en busca de ese génesis
con aroma de leche y estiércol.
(Beatriz Zuluaga)
Había olvidado el olor
de la mañana,
el chocolate y su espuma
del cielo de colores
y ese empezar el día
con alas y canciones.
(Beatriz Zuluaga)
Tú moldeas mi carne
y soy brizna leve que se mece
al poder de la música en tus dedos.
(Beatriz Zuluaga)
Aquí en mi cuerpo
acabó de pasar el mediodía
y por mi piel respira un agua
atardecida.
Los labios están secos,
guardo en la lengua
los aromas.
Si acaso pusieras
tu mano
entre mis muslos,
sabrías que estás vivo.
Saborearías mi sal.
Haríamos un pozo
en el tiempo,
y dejaríamos que el sol
nos madurara.
(Renata Durán)
Quiero besarte suavemente,
como te besa el agua
de la lluvia.
(Renata Durán)
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Perfume de floridas y agrestes primaveras
queda en mi piel morena de ardiente transparencia
(Juana de Ibarbourou)
Mis ojos buscan tus pupilas hondas,
mis manos la caricia de tus dedos...
(Laura Victoria)
Tu oscura trenza hacia tus pechos tibios
baja con su perfume de amapolas...
(Enrique Molina)
La mujer de los pechos oscilantes
deja posar sobre ellos
a las mariposas,
al temblor de las hojas en la brisa,
al aullido del gato nocturno.
Sus dientes destilan un licor muy dulce,
se producen también circunstancias incitadoras de
fantasías
(Enrique Molina)
Ella cubre sus muslos y sus brazos
con jaleas salvajes,
aceite de palmera sobre la arena suave,
a sus espaldas el insondable paisaje del océano,
vendedora de choclos calientes y jugo de ananá
(Enrique Molina)
La luna que tan dulcemente se dora en el campo
es mi madre cuando tocaba el violín
entre las lagunas y el pasto dormido,
en un campo tan dilatado,
rodeada de montes de naranjos
y el terco, invencible olor de los azahares.
(Enrique Molina)
Me detengo un minuto en el silencio
para componer un canto a tus caricias...
(Orietta Lozano)
Mi boca de poca risa
parte alegre hacia tu boca
y como siempre voy hacia tu cuerpo
estoy sin voz
a la hora de los besos.
Me detengo un minuto
en el silencio
para componer un canto a tus caricias
y voy perdiéndome en tu cuerpo.
(Orietta Lozano)
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AMOR DE FRUTAS
Déjame que esparza
manzanas en tu sexo
néctares de mango
carne de fresas;
Tu cuerpo son todas las frutas.
Te abrazo y corren las mandarinas;
te beso y todas las uvas sueltan
el vino oculto de su corazón
sobre mi boca.
Mi lengua siente en tus brazos
el zumo dulce de las naranjas
y en tus piernas el promegranate
esconde sus semillas incitantes.
Déjame que coseche los frutos de agua
que sudan en tus poros:
Mi hombre de limones y duraznos,
dame a beber fuentes de melocotones y bananos
racimos de cerezas.
Tu cuerpo es el paraíso perdido
del que nunca jamás ningún Dios
podrá expulsarme.
Apaga mis ojos, y podré verte,
Cierra mis oídos, y podré oírte,
Y sin pies podré llegar hasta ti,
Y aun sin boca podré conjurarte.
Córtame los brazos, te abrazaré
con el corazón como con las manos,
párame el corazón, latirá el cerebro,
y si en mi cerebro arrojaras fuego,
aún te llevaría sobre mi sangre.
(Rainer Maria Rilke)
Y tú heredas el verde
De jardines que han sido, y de cielos caídos
Su sosegado azul.
Rocío de mil días,
Muchos estíos que los soles dicen,
Y claras primaveras con esplendor
(...)
(Rainer Maria Rilke)
El acto simple de la araña que teje una estrella en la penumbra,
El paso elástico del gato hacia la mariposa,
La mano que resbala por la espalda tibia del caballo,
El olor sideral de la flor del café,
El sabor azul de la vainilla,
Me detienen en el fondo del día.
(...)
(Vicente Gerbasi)
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Yo no soy hombre ni mujer
Yo sólo tengo resplandor propio
Cuando no pierdo el curso del río
Cuando no pierdo su verdadero sol
Y puedo alejarme libre, girar, bogar,
Navegar dentro de lo absoluto y el
Mar blanco
(Juan Sánchez Peláez)
Yo quisiera vivir adormecido
Dentro del dulce ruido de la vida
(Sandro Penna)
Vuelve otra vez y tómame,
Amada sensación retorna y tómame —
Cuando la memoria del cuerpo se despierta,
Y un antiguo deseo atraviesa la sangre;
Cuando los labios y la piel recuerdan,
Cuando las manos sienten que aún tocan.
Vuelve otra vez y tómame en la noche,
Cuando los labios y la piel recuerdan…
(Constantino Cavafis)
Recuerda, cuerpo, no sólo cuánto fuiste amado,
No solamente en qué lechos estuviste,
Sino también aquellos deseos de ti
Que en otros ojos viste brillar
Y temblaron en otras voces — y que humilló
La suerte.
(…)
(Constantino Cavafis)
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