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Descolonizar los corazones: discutiendo el modelo traumático para investigar un pasado
genocida desde un presente militante
Diego Benegas Loyo
Tres imágenes: 1) Una muchedumbre; uno dice algo allá a lo lejos, otros más cerca nuestro
repiten “los medios nos critican”, otros repiten de nuevo, y se oye otra repetición aún más
lejos. Luego una segunda frase allá lejos, luego repetida más cerca, “por no tener un mensaje
coherente”, y luego la oímos una tercera, y una cuarta vez allá a lo lejos. Es el “micrófono
humano.” Con la policía de Nueva York rondando y sin permiso para usar amplificación, los
acampantes de Wall Street en septiembre de 2011 usan este sistema para poder hacer
asambleas y decidir horizontalmente y por consenso sus acciones y objetivos (YouTube
2011a). 2) Otro video. Una mujer árabe, usando el tradicional hejab le habla directamente a la
cámara en un video casero. Ella habla del miedo, de la dignidad, de la policía, de la injusticia.
Es Asmaa Mahfouz, una activista egipcia que subió este video a su página de Facebook,
llamando a manifestarse en la Plaza Tahrir el 25 de enero de 2011, en una manifestación que
inició la caída de Mubarak, después de 40 años gobernando el país (YouTube 2011b). 3) Otro
video, más cercano a nosotros. En una calle de un barrio, una multitud grita “si no hay
justicia, hay escrache… no olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos.” Es un
escrache de H.I.J.O.S. y la Mesa de Escrache Popular, en Buenos Aires, en 2002 (Mesa
2003).
Cómo hacer para dar cuenta de cómo se organizan estas acciones colectivas, cómo se
juega el afecto, el compañerismo, el cariño, pero también la pasión y ese desafío al miedo.
Cómo dar cuenta de qué es lo que estas acciones producen. ¿Qué tipo de política producen?
¿Cómo podemos entender la relación entre estos ejemplos de acción colectiva y la violencia
estatal, ya sea en forma de gatillo fácil policial o genocidio organizado. ¿Cómo articular las
experiencias de mayor atropello a la subjetividad, ese arrasamiento de lo social y lo subjetivo
que es el terrorismo de estado, con esas expresiones donde se muestra la subjetividad, la
colectividad como una potencia política impresionante?
Proponemos usar el trauma, ese constructo teórico proveniente de la clínica de los
accidentes, para pensar articulaciones de lo político con lo corporal y afectivo. Pero para usar
una herramienta para otra cosa que lo que fue creada, primero hay que adaptarla. En lo que
sigue explico la historia de ese concepto y planteo los desafíos de tomar ese articulador
teórico para pensar la acción colectiva, descolonizadora, en una forma que tenga en cuenta la
violencia estatal pero también la subjetividad el afecto.
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Para pensar en el trauma debemos partir de otro tipo de escena. De esas que uno
puede ver en las noticias: un accidente ferroviario. La gente involucrada ha pasado por una
experiencia traumatizante. Quizás más tarde presenten síntomas como flashbacks o pesadillas
u otras formas de experimentar nuevamente el suceso angustioso, sumadas a un estado de
alerta aumentado, y a cierta más o menos grave restricción en su vida cotidiana. Eso es lo que
hoy llamamos Trastorno por Estrés Postraumático, en otros momentos llamada también
neurosis traumática.
El modelo traumático fue ampliamente usado en los juicios justamente por accidentes
ferroviarios en el siglo XIX (Luckhurst 2008). Permitía argumentar un daño invisible pero a
la vez incapacitante. Surge así el trauma como hoy lo conocemos, como un producto de la
modernidad. Este es más o menos el modelo que usa Sigmund Freud (1975) en su
investigación de las neurosis de guerra, o sea las neurosis traumáticas de los ex combatientes
de la Primera Guerra Mundial. Surgido en estos contextos, el jurídico y el clínico, este
modelo teórico ha servido para explicar la relación de los sujetos con la violencia, pero luego
también para explicar procesos sociales involucrados en el procesamiento subjetivo de la
violencia.
Así, el modelo traumático tuvo un gran desarrollo en los escritos que trataron de dar
cuenta de los grandes genocidios del siglo XX. Especialmente el genocidio Nazi, aunque
también Hiroshima y Vietnam (cfr. Ortega 2011). En estos escritos, por ejemplo, Cathy
Caruth, Dori Laub, lo que se plantea una y otra vez es la dificultad de transmitir una
experiencia que es de una magnitud extraordinaria. Notemos que hay ahí ya un salto grande
desde la psicología individual a pensar lo social.
Se empieza a pensar en el trauma no solamente como un daño a la psique del
individuo sino como una forma de objetivar el efecto de la violencia sobre el cuerpo social.
Es decir, los efectos de largo plazo de la violencia en el tejido social, en las representaciones
colectivas, en los lazos intersubjetivos. En ese contexto las discusiones sobre la memoria
colectiva cobran gran significado porque el modelo traumático brinda la posibilidad de pensar
una memoria particular, en acto, en el cuerpo, y fuera de la conciencia, automática,
involuntaria, pero a la vez, transmisible y con efectos reales de largo plazo.
Y ahí nos insertamos nosotros, a cuestionarlo y tratar de ver si este modelo traumático
nos sirve hoy, en el siglo XXI, para pensar la acción colectiva. O puesto al revés,
pretendemos tomar la acción colectiva como un interlocutor importante a la hora de construir
un modelo de funcionamiento de lo subjetivo, social, político.
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Y aquí un punto importante de por qué. No se trata solamente de un modelo para
entender lo social sino que también implica un modelo de acción. A partir del paradigma
traumático se han propuesto modelos terapéuticos, que en nuestro contexto los entendemos
como modelos que buscan explicar la forma de las acciones que resuelven la reproducción
automática e involuntaria de los efectos de largo plazo de la violencia. El modelo traumático
puede ser útil para pensar la interacción entre lo social y lo subjetivo, pero a condición de que
incorporemos al nuestro paradigma la dimensión política de los actores sociales.
Entonces tomamos un modelo clínico devenido social, un modelo que explica
destrucción y daño y queremos que nos explique como se construye subjetividad y agencia, y
por último, un modelo de pensamiento que queremos que nos oriente en acciones, o sea que
devenga un modelo de acción política. Suena un tanto ambicioso, no lo negamos.
Veamos algunos límites de este concepto, al menos para estar precavidos. Aunque
siempre fue político, el modelo traumático polariza la violencia social. Pensado desde el
genocidio Nazi, el modelo traumático, como lo piensa Cathy Caruth (2011), por ejemplo,
priva de agencia a sus víctimas, ya que no pueden hacer nada. La acción está del lado de la
fuerza estatal genocida y no hay ninguna posibilidad de agencia en los individuos objetos de
esa violencia. (No se malentienda, no quiero argumentar ninguna simetría entre la maquinaria
genocida y sus víctimas: un campo de concentración no es una batalla, la asimetría es
absoluta. Sin embargo, creo que si perdemos de vista la dimensión política de las víctimas del
genocidio, y esto es lo que el caso argentino nos muestra con mayor intensidad, perdemos un
elemento esencial de todo el proceso.)
Y aún más, esta cierta despolitización del genocidio que el modelo traumático opera
tiene otro riesgo. Puede estar bien intencionada puesto que va en el sentido de marcar la
gratuidad, la inhumanidad del procedimiento genocida. Sin embargo, si excluimos de esta
consideración la subjetividad de quienes son víctimas de la violencia estatal y especialmente
lo político de su subjetividad, hacemos un recorte que me pregunto hasta qué punto honra la
memoria de los asesinados. A la vez corremos el riesgo de no entender nada del
procedimiento genocida, al menos en lo que refiere a la Argentina, puesto que su motivación
fue política y su esfuerzo fue erradicar la oposición política. Es decir, hubo razones para que
fueran asesinadas ésas personas, y no otras.
Pero esto nos muestra un peligro mayor del uso de este paradigma traumático. Siendo
que el terrorismo de estado de la última dictadura argentina buscó eliminar la oposición
política y fue dirigido selectivamente a exterminar aquellas personas con capacidad de
articulación política, el genocidio tuvo un interés en cierta forma “despolitizador” o de
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eliminar la militancia política como una forma válida de ejercicio del poder (Cf. Feierstein
2007). Entonces ahí viene nuestro cuestionamiento, o caución, al pensar con el modelo
traumático, porque si la despolitización fue un efecto buscado por el estado terrorista,
entonces el usar el modelo traumático para analizar su mecanismo podría duplicar este efecto.
Es decir, usar un modelo que despolitiza aquello que estudia puede replicar el efecto
despolitizador del genocidio, y así, en cierta forma ayudar a consolidar sus efectos de largo
plazo en la sociedad.
En este punto es necesario explicitar un par de posiciones éticas y epistemológicas
que estructuran esta perspectiva. Primero, que la investigación que construye modelos que
toman existencia por el hecho mismo de la narrativa que construye. La segunda que nosotros,
trabajadores del conocimiento, producimos historias, narrativas, palabras, porque los modelos
teóricos son herramientas para entender, pero son ante todo palabras. De las narrativas que
construimos se derivan efectos políticos. De ahí deriva nuestro compromiso ético: somos
responsables de lo que producimos.
A mí me preocupa el efecto político que tiene el investigar genocidios, traumas y
torturas. Es decir, el efecto subjetivo-político. Porque esas técnicas, el genocidio, el
terrorismo de estado, la tortura, se usan para instalar, como diría Michel Foucault acerca del
suplicio, una marca “en el corazón de los hombres” (2002, 54). Entonces, me pregunto, qué
estamos haciendo cuando pensamos, leemos y estudiamos sobre los horrores de la tortura.
¿No estamos haciendo una cierta apología del horror? Seguro que no intentamos eso. No
estamos mostrando los horrores para que la gente se espante. Pero, en tanto somos gente, nos
espantamos igual. Entonces, como planteaba el video de la Mesa de Escrache ¿Qué hacer con
eso? ¿Será que este es un horror al que es mejor no referirnos, no saber nada, mirar para otro
lado? Ciertamente, tampoco eso.
Mi postura es que la acción colectiva encierra un diagnóstico y un remedio social a
estos efectos del genocidio. Entonces nos proponemos interrogarla. El desafío es pensar el
genocidio, la tortura, y sus efectos subjetivos, afectivos, que son también políticos, a partir de
cómo se solucionan, cómo se cambian, cómo es que están haciendo distintos grupos,
agrupaciones, colectivos militantes para cambiar esos efectos sociales políticos de largo plazo
del terrorismo de estado.
El cuestionamiento que nos pueden hacer que con este planteo ya nos fuimos del
modelo traumático, porque estamos hablando de intervenciones como por ejemplo los
escraches, piquetes, asambleas, que de alguna manera no son traumatizantes. Esto es crucial:
lo que más me interesa no es cómo se traumatiza a la gente. Mi pregunta, y es la invitación a
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que sea nuestra pregunta, es, ¿cómo se destraumatiza? Que es una manera particular de
encauzar una pregunta mayor, que es cómo se descoloniza. Y usamos el paradigma
traumático porque es el único que hasta ahora nos permite pensar una violencia política que
actúa a través de efectos subjetivos, afectivos y que también nos permite pensar en una
memoria involuntaria, transmisible, con efectos que no son buscados por los sujetos y
también en acciones que podrían cancelar esa repetición de efectos de la violencia.
Entonces ¿cómo se organizan, sobre qué experiencias afectivas se arman los
colectivos que actúan políticamente para cambiar el mundo desde abajo? Y en eso la
experiencia Argentina es única en ciertos aspectos pero a la vez tiene algunos rasgos que
comparte más allá de las fronteras nacionales. La experiencia asamblearia que se está
desarrollando en Nueva York, tiene mucho e incluso reconoce explícitamente su genealogía
en las asambleas del 2001 en Argentina (Sitrin 2005, 2011), tanto como en la revolución
egipcia y los acampes españoles del 2011, y más allá está el Zapatismo inspirándonos a
todos. Por ejemplo, el “micrófono humano” que utilizan los acampantes neoyorquinos es una
táctica de intervención no sólo política sino también sobre las subjetividades. Es otra
realidad, y es otro momento, pero los escraches son una tecnología que también apunta a
cambiar subjetividades políticas (Benegas 2011). Eso es lo que nos interesa. Y si eso suena
muy distinto del modelo traumático. Entonces significa que tenemos que cambiar ese modelo
teórico, o quizás ya estemos construyendo otro.
***
Me gustaría sugerir algunas líneas de investigación que necesitamos encarar. Una es
la investigación de cómo se recompone el campo popular, es decir, cómo se transmite una
militancia atacada por el terrorismo de estado, o sea cómo es esa transmisión de experiencias
de distintas generaciones que van tomando el lugar de las anteriores. Otro tema importante es
cómo se construyen subjetividades minoritarias, cómo se plantean las diferencias, cómo se
plantean subjetividades, experiencias, y reclamos políticos de género, de sexualidades, de
clase, de etnia, de raza. Otra es cuáles son las prácticas que inciden sobre la sociedad, que
cambian estas consecuencias de largo plazo del terrorismo de estado, y ahí tenemos distintas
líneas, cuál es el rol del arte, la literatura, la prensa, pero también cuáles son las acciones de
intervención política, manifestaciones, escraches, piquetes, y dónde inciden en este cuerpo
social, de qué manera reconfiguran el campo político. Y también, en relación con la
transmisión, cuáles son las prácticas de la militancia, pero esas prácticas cotidianas que nos
constituyen como personas, que van moldeando poco a poco otras subjetividades, distintas de
las que buscó armar la dictadura. Entonces, ése es el desafío, pensar el genocidio desde el
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punto de vista de qué hacemos con eso, como nos preguntaba el video de la Mesa de
Escrache (2003), qué hacemos con eso, cómo des-traumatizamos, cómo descolonizamos los
corazones, que no es otra cosa que preguntar, de conocer y reconocer, cómo trabajan las
fuerzas sociales, la militancia, los compañeros y compañeras, en construir y construirnos
como personas y como sociedad de una forma que dé lugar a sueños, a utopías, a prácticas
que funcionen con otras lógicas y que construyan otro mundo, diferente y posible.
Bibliografía
Benegas, Diego. 2011. ‘If There’s No Justice…’ Trauma and Identity in Post Dictatorship Argentina,
Performance Research 16(1): 20-30.
Feierstein, Daniel. 2011. El genocidio como práctica social: entre el nazismo y la experiencia argentina.
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Foucault, Michel. 2002. Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Tr. Aurelio Garzón del Camino. Buenos
Aires: Siglo XXI.
Freud, Sigmund. 1975. Más allá del principio del placer. Vol 18, 7-62. Buenos Aires: Amorrortu.
Luckhurst, Roger. 2008. The Trauma Question. New York: Routledge.
Mesa [de Escrache Popular e H.I.J.O.S.] 2003. Escrache a Donocik. DVD, 44 min.
Ortega, Francisco, ed. 2011. Trauma, cultura e historia: Reflexiones interdisciplinarias para el nuevo milenio.
Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
Sitrin, Marina, ed. 2005. Horizontalidad: Voces de Poder Popular en Argentina. Buenos Aires: Cooperativa
Chilavert Artes Graficas.
Sitrin, Marina. 2011. La ocupación de Wall Street en clave argentina: entrevista a Marina Sitrin. Lavaca,
http://lavaca.org/notas/la-ocupacion-de-wall-street-en-clave-argentina, 1 Oct 2011, Web 7 Oct 2011.
YouTube. 2011a The #OccupyWallStreet Human Microphone http://youtu.be/JCjs7YTxcVU, 30 Sep 2011,
Web 7 Oct 2011.
YouTube. 2011b. Meet Asmaa Mahfouz and the vlog that Helped Spark the Revolution (fixed subs)
http://youtu.be/eBg7O48vhLY, 2 Feb 2011, Web 7 oct 2011.
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