La mala hora de Evo Morales Por Yann Basset (*) En cualquier otro país, una marcha hacia la capital emprendida por un millar de indígenas en protesta contra un proyecto de carretera no pasaría de ser un evento incómodo para el gobierno, pero manejable con un poco de tacto y de negociación. En Bolivia, ya provocó movilización y contra-movilización, enfrentamientos violentos, la renuncia de dos ministros, y un bajonazo de la popularidad del Presidente Evo Morales a niveles inéditos. Por cierto, el manejo de la crisis por parte del gobierno fue particularmente torpe. En primer lugar, el mismo gobierno prendió el incendio aprobando el proyecto de infraestructura en una zona que es a la vez un parque nacional y un territorio indígena, sin recurrir a la consulta obligatoria prevista por la Constitución (que fue redactada por el oficialismo). Cuando los indígenas empezaron la protesta, el gobierno anunció dialogo pero descartando de entrada que el proyecto no se lleve a cabo en el territorio del parque. Cuando tal “diálogo” llegó a su inexorable fracaso, movilizó a sectores sociales afines para interrumpir la marcha por la violencia, así como la misma policía, pero al primer choque, renunció el Ministro del Interior. Finalmente, el Presidente “pidió perdón” públicamente a los indígenas por la represión pero al mismo tiempo, acusó la policía de ser la única responsable de la misma y de haber querido “desprestigiarlo” utilizando la fuerza, declaración que le valió las críticas públicas de varias esposas de altos oficiales de policía indignadas, y quién sabe si la creación de un nuevo foco de tensión para el porvenir. Morales ya había enfrentado movimientos sociales mucho más duros que éste, en particular, el de las “autonomías” del oriente del país en 2008. Pero había salido reforzado de esta prueba. La diferencia es que se trataba entonces de movimientos promovidos desde la oposición. Al contrario, la actual marcha de los indígenas divide el oficialismo y amenaza con romper el nuevo “bloque hegemónico”. Ideológicamente, la ruptura correspondería a un giro paulatino que dio el presidente desde el indigenismo de las primeras etapas a un desarrollismo similar al resto de la izquierda latinoamericana, y apoyado sobre todo por las clases medias urbanas. La salida de casi todos los indígenas que habían sido titulares de ministerios durante su primer gobierno sería parte de esta evolución. Así, el gobierno estaría sacrificando la problemática de la “descolonización” (que todavía tiene su Vice-Ministerio) a la del desarrollo, y de paso, sus bases electorales rurales originales a las urbanas. El conflicto también pone al desnudo la naturaleza problemática de la representación promovida por Evo Morales y su partido. Recordemos que el Movimiento Al Socialismo (MAS), no es un partido como cualquiera. El movimiento se creó como “Instrumento Político para la Soberanía de los Pueblos” (IPSP), idea que apuntaba a un nuevo tipo de representación política de los movimientos campesino, indígena, y cocalero que confluyeron en su fundación. Como “instrumento”, el MAS-IPSP no era un partido sino el brazo político de las organizaciones sociales que lo componen, de modo que los representantes elegidos en su nombre en las elecciones populares tenían que ser los simples portavoces de los intereses de las bases. El MAS promueve entonces un discurso hostil a la representación moderna que supone un cierto margen de autonomía del representante con respecto al representado. Para los distintos sectores que lo conforman, tal distancia es sinónima de traición a la causa. En este contexto, cualquier desacuerdo entre el gobierno del MAS y un sector de su base (para el caso, los indígenas de las tierras bajas), socava esta concepción implícita de la representación promovida por el partido. Pero finalmente, es tal vez sobre el plano simbólico que el conflicto tiene las implicaciones más graves. Los indígenas no son un sector cualquiera del MAS, sino una de las bases esenciales de la legitimidad de Evo Morales, incluso sobre el plano internacional. En todos sus viajes oficiales, el presidente no ha perdido una ocasión de presentarse como el “primer presidente indígena de Bolivia”, y de contar su historia personal como un relato de superación del racismo de los blancos. Por otra parte, esto permitió al ex cocalero forjarse una imagen pública de activista a favor del medio ambiente (ya que este tema se asocia espontáneamente a los indígenas), causa que goza de amplia popularidad en los distintos foros mundiales. Morales y sus asesores saben perfectamente que indigenismo y ecologismo son dos temáticas muy portadoras en el ámbito internacional, y supieron manejarlas a la perfección. Así, contrariamente a lo que sucede desde hace tiempo con su colega Hugo Chávez, la popularidad del presidente en la esfera global no se limitó a unos sectores de activistas radicales, sino que se extendió bajo forma de simpatía difusa mucho más allá. Recordemos que se lanzaron incluso campañas para que Evo Morales fuera galardonado con el Premio Nobel de la Paz por su defensa de los pueblos originarios y de la naturaleza. Con el conflicto actual, es esta misma imagen de un Evo Morales indígena y defensor del medio ambiente que está en entredicho, y esto tiene consecuencias para el presidente. Durante la crisis de 2008, esta imagen había sido esencial para movilizar el apoyo de la OEA y varias otras organizaciones a favor del gobierno y deslegitimar las demandas de la oposición a favor de la autonomía, que en sí mismas, merecían por lo menos una sana discusión. La próxima vez, el apoyo internacional podría ser mucho menos incondicional. (*) Profesor de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.