Y si se pudiese, ¿qué pasaría? Marina Parro María era una chica

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Y si se pudiese, ¿qué pasaría? Marina Parro María era una chica normal procedente de Holanda, con el pelo rubio que brillaba como oro al sol y unos ojos de color gris intenso, que vive en Madrid a causa de su trabajo: periodista. Allí, la mayoría, considera que ser periodista es el trabajo más aburrido que existe, aparte de ser basurero, y que solo trabajan por dinero. Pero para ella es diferente. Es por la única razón que la ata a ese mundo, los finales felices. María, a sus veintisiete años, llevaba desde los diecinueve viajando por todo el mundo en busca de historias que en el pasado no terminaron con un final feliz. Había visto tantos finales felices románticos que ya no pensaba en sí misma, pero su trabajo le hacía feliz. A María le habían mandado a Madrid para seguir con el periodismo, aunque quería volver a su ciudad natal. Su sueño se cumplió cuando una mañana su jefe le llamó por una urgencia que requería un viaje a Holanda. La emoción por la sorpresa se redujo cuando supo que debería alojarse en un hotel. ’Bueno, algo es algo’ pensó. Al llegar a Holanda, pensó en ver a su familia, pero su idea se vio frustrada cuando su collar, que era una bonita esfera blanca unida a una media luna, comenzó a brillar. Su collar, como ya supondréis, no era un collar común, solo brillaba cuando se encontraba con un objeto cuyos dueños no habían terminado como es debido, es decir, no habían tenido un final feliz. Rebuscó por toda la habitación en busca del objeto cuando vio una tabla levantada, se agachó hacia ella y la levantó. Dentro había una carta, de color amarillento, parecía como si llevará años ahí olvidada. Al coger la carta, María se teletransportó a la escena en la que debía haber sido escrita la carta. Se encontró en lo que parecía su habitación, pero con un aspecto mucho más viejo. Las paredes estaban recubiertas de un papel amarillento con manchas, y el suelo era de madera vieja. Parecía mucho más grande, ya que solo contaba con un escritorio y una vieja cama en un extremo, dejando más espacio libre en la habitación. En el escritorio estaba sentada una mujer. Se acercó a ella, ya que cuando se teletransportaba nadie podía verla. De cerca vio que la chica no tenía más de diecinueve años y por lo que alcanzó a leer de la carta se llamaba Alice. De repente, llamaron a la puerta y Alice fue corriendo a abrir, lo que le dio la oportunidad para leer la carta: Querido Tristán: Siento que todo esto tenga que acabar así, con una carta, pero no quiero casarme con el hombre que mi padre ha elegido, y por eso debo irme muy lejos, y no podré verte nunca más. Créeme cuando digo que nada me gustaría más que pasar el resto de mi vida a tu lado. Recuerda siempre está habitación y prométeme que todas las noches miraras a la luna y te acordarás de mí. Te amo. Alice. Un grito la sobresaltó, venía de la puerta por la que hacía unos instantes había salido Alice. María se acercó y miro a través de la puerta entreabierta. -­‐Te vienes conmigo inmediatamente-­‐ Un hombre con el pelo gris, mucho mayor que ella agarró a Alice por la puerta-­‐Tu futuro marido te está esperando. -­‐¡No! Voy a irme de aquí, desherédame si quieres, pero jamás me casaré con alguien a quien no quiero-­‐ Gritó Alice con voz desesperada. -­‐Está bien, vete, aléjate, pero para siempre. Que sepas que si sales por esa puerta jamás volverás a saber nada de nosotros. -­‐Adiós papá. Y con esto, Alice cerró la puerta de un portazo. María se quedó pensado en qué hacer. Investigo un poco por la habitación. En la parte delantera de la cama había una mochila con el nombre de Alice Herman y Tristán Geldof. Con estos nombres María regreso al presente. ‘Es hora de buscar a la infeliz pareja’ Esa misma mañana María se despertó a las ocho y corrió tan rápido como pudo para llegar a la oficina de periodismo. Al llegar vio a su amiga Lucía en los ordenadores y la pidió que la dejara investigar acerca de unas personas. Al introducir el nombre de Alice Herman se quedó en blanco al descubrir que Alice tenía sesenta y cuatro años y nunca se ha casado. Por otro lado, Tristán Geldof tenía setenta y dos años y, a pesar de que se había casado años atrás, su mujer había muerto, por lo que ahora estaba solo. ‘Esto no puede acabar así’. Buscó en el ordenador la localización de cada uno, así tendría algo por dónde empezar. Antes de seguir con su búsqueda, volvió al hotel para recoger algunas y al pasar por la entrada, algo invisible la empujó hacia delante y dejó de estar en la Holanda de 2015. Ahora la calle estaba iluminada únicamente por un par de farolas. Bajo una de ellas podía apreciar dos figuras abrazadas. Se acercó un poco y descubrió a Alice y Tristán hablando en susurros. -­‐Si mi padre se entera de lo nuestro, no me dejará volver a ver la luz del sol-­‐ dijo Alice con voz preocupada. -­‐Entonces debemos rezar para que no lo haga, ¿no crees?-­‐ dijo Tristán con tono burlón. -­‐Lo digo en serio Tristán, podría obligarme a dejar de verte y eso, créeme, sería peor que morir. Ella le miró y Tristán le agarró la mano cariñosamente. – Nada ni nadie nos separará, te lo prometo. -­‐No deberías prometer algo que no puedes cumplir. -­‐Las promesas hechas bajo la luna siempre se cumplen, Alice. Repentinamente, la luz de la entrada del hotel se encendió y los obligó a separarse. Una voz que sonaba enfadada llamó a Alice desde el interior. -­‐Debo irme Tristán. No te olvides de mí. Te amo. Con estas últimas palabras María volvió al presente. Decidida, giró sobre sus pies y puso rumbo a la dirección que tenía escrita en el papel que había impreso en la oficina. ‘Final feliz, allá vamos’ pensó animada. Cuando María llegó a casa de Alice eran las ocho de la tarde y el cielo ya era prácticamente de color oscuro. La casa, que parecía tener ya varios años, estaba pintada de un bonito color blanco. La entrada estaba llena de macetas que contenían unas flores blancas de aspecto un tanto raro. ‘Un momento, se cuál es esa flor, hice un trabajo sobre ella, es un Cacto, la gente la llama “reina de la noche”, porque solo crece cuando sale la Luna’. María llamó a la puerta y una señora mayor se presentó. -­‐Hola querida, mi nombre es Alice Herman, ¿te puedo ayudar en algo?-­‐dijo con voz dulce. Alice tenía el pelo blanco recogido en un moño y una enorme sonrisa en el rostro. -­‐La verdad es que sí, mi nombre es María Bellier y soy periodista y me gustaría que me ayudase con unas cosas pendientes por favor. -­‐Claro querida-­‐ dijo mientras entraba en la casa-­‐ ¿Quieres comer o beber algo? -­‐No gracias, estoy aquí porque quiero que me hables de Tristán Geldof, si no te importa. Alice se puso rígida al instante y la enorme sonrisa que tenía hasta ese momento desapareció por completo. -­‐Tristán y yo nos queríamos, pero nos tuvimos que separar. Mi familia no aceptaba mi relación con él. Tenían otros planes para mí y como yo no los acepte, me escapé. Conseguí trabajo como criada en una casona, hasta que conseguí ahorrar dinero suficiente para comprar esta vieja casa a una familia que se mudaba. He vivido aquí desde entonces. -­‐¿Quieres volver a verle? -­‐Cariño, eso es imposible-­‐ Alice miro a María con una sonrisa de tristeza-­‐ Hace demasiado tiempo de todo eso. -­‐Y si se pudiese, ¿qué pasaría? Diez minutos después María y Alice se encontraban caminando por las calles de Holanda. María miraba de reojo a Alice, a la cual se la veía nerviosa, colocándose el pelo y alisándose el vestido cada cinco segundos. Cuando llegaron a la dirección que María tenía en su papel, esta no pudo evitar sonreír. -­‐Aquí estamos-­‐ dijo María con satisfacción. En la terraza de la casa había un hombre, de una edad parecida a la de Alice, sentado en una silla leyendo un libro. Levantó la cabeza y puso cara de asombro. Se levantó lentamente y bajo los escalones que le separaban de Alice. -­‐Alice, ¿eres tú? -­‐No me puedo creer que viviésemos tan cerca y jamás nos hayamos visto. -­‐Jamás deje de mirar la luna Alice, siempre me pregunte qué te habría pasado. Pero ya estás aquí y no pienso dejarte ir. María decidió que era el momento de marcharse. Por fin Tristán y Alice tenían su final feliz, había tardado en llegar, pero no por ello sería menos feliz. María sonrío, nada mejor que esto para alegrar un viaje por trabajo. Meses más tarde María estaba en su oficina de periodismo cuando llegó un mensaje de megafonía: -­‐María Bellier, acuda a recepción, hay correo para usted, gracias. Al llegar a recepción la entregaron un sobre, dentro llevaba una carta que decía: Nos complace invitarte a la boda de Alice Herman y Tristán Geldof, esperamos verte. ‘Hablando de finales felices…es hora de buscar uno nuevo’ 
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