El Carmelo masculino en la mente de Teresa de Jesús. Su relación

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El Carmelo masculino en la mente de Teresa
de Jesús. Su relación con Juan de la Cruz
JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
(Toledo)
RESUMEN: Se trata de historiar los primeros pasos de la fundación de los
carmelitas descalzos por parte de Teresa de Jesús, agavillando las noticias
que, como buena narradora, dejó en el libro de las Fundaciones. Se atiende a
las semblanzas que va dando de sus descalzos, particularmente de San Juan
de la Cruz, receptor-trasmisor del carisma teresiano.
PALABRAS CLAVE: Carmelo masculino, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz,
Jerónimo Gracián.
Teresa’s understanding of the Order of Carmelite Friars
and her relationship with St. John of the Cross
SUMMARY: This article examines the first steps taken toward the
foundation of the Order of Discalced Carmelite Friars by St. Teresa, based on
the description which, as an excellent narrator, she left in the Book of
Foundations. Particular attention is given to her portraits of individual friars,
especially St. John of the Cross, who was so important in the reception and
transmission of the Teresian charism.
KEY WORDS: Carmelite Friars, Teresa of Jesus, John of the Cross,
Jerónimo Gracián.
REVISTA
DE
ESPIRITUALIDAD 71 (2012), 501-520
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
Antonio de Jesús (Heredia)
Juan de la Cruz (de Yepes)
Ambrosio Mariano
Juan de la Miseria
Baltasar de Jesús (Nieto)
Jerónimo Gracián
Juan de Jesús (Roca)
Gregorio Nacianceno
Gabriel de la Asunción
Ángel de San Gabriel
Nicolás Doria
Y otros cuantos frailes anónimos, como aquellos que salieron al
encuentro de su prior, en la fundación de Villanueva de la Jara que,
“como iban descalzos y con sus capas pobres de sayal, hiciéronnos a
todas devoción, y a mí me enterneció mucho, pareciéndome estar en
aquel florido tiempo de nuestros santos Padres” (F 28, 2º). Esto no es
la letanía de los santos, sino la lista de los frailes carmelitas descalzos, de que habla Santa Teresa en el libro de las Fundaciones.
En el título se dice: el Carmelo masculino en la mente de Teresa.
Entiendo que no se trata de una elaboración abstracta en la mente
de la Madre sino de frailes de carne y hueso con los que se fue encontrando, a los que fue calificando con gran libertad de espíritu, y de los
que hace su bosquejo biográfico y espiritual , no pocas veces.
Por eso, me pregunto: ¿Qué quería la Madre Teresa de sus frailes
descalzos? ¿Cómo los quería y cómo se los imaginaba?
Bien claro tenemos cuál era su voluntad, cuáles sus deseos, cuál el
perfil vocacional de sus hijas. Y ¿el fraile ideal para ella cómo lo llegó a configurar? ¿Lo encontró? Eso de “el ideal” me parece que le
habrá pasado como tantas veces nos pasa, que tuvo que conformarse
con lo que tenía, con lo que iba encontrando, y de uno ensalzaba esta
cualidad, de otro aquella otra, etc.,
Aquí y ahora me limito a lo que la Santa dice de sus frailes en este
libro de las Fundaciones, aunque me permitiré, excepcionalmente,
alguna breve incursión en otros de sus escritos.
EL CARMELO MASCULINO EN LA MENTE DE TERESA
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LOS DOS PRIMEROS
La prehistoria e historia inicial de los dos primeros la escribe en
los capítulos 3, 13, y 14. El P. General del Carmen, Juan Bautista Rubeo (Rossi) de Ravena, en su visita apostólica a España, llegó a Ávila
en 1567. Fue a San José y allí se encontró con Santa Teresa, que se
alegró muchísimo de verlo y de poder tratar con él de su alma y de la
vida de su primer monasterio, etc. Aconsejado y seguramente movido
por la Madre, el Obispo don Álvaro de Mendoza, hablando con el general “procuró que le dejase licencia para que en su obispado se
hiciesen algunos monasterios de frailes descalzos de la Primera Regla. También otras personas se lo pidieron. Él lo quisiera hacer, mas
halló contradicción en la Orden; y así, por no alterar la Provincia, lo
dejó por entonces” (F 2, 4). Se lo pidieron al padre General el Obispo
y otras personas. Y ¿la Santa no se lo pidió ella en persona? No lo dice explícitamente, aunque todos estos eran, seguramente, sus mandados o voceros. Pero Teresa era así de discreta o diplomática.
La Madre confiesa: “Sentí muy mucho cuando vi tornar a nuestro
padre General a Roma; habíale cobrado gran amor, y parecíame quedar con gran desamparo” (F 3, 4).
Pasan algunos días desde la marcha del padre General, y Teresa,
la maniobrera, se afianza cada vez más en su idea de que era necesario “si se hacían monasterios de monjas, que hubiese frailes de la
misma Regla […] y así “escribí a nuestro padre General una carta,
suplicándole lo mejor que yo supe, dando las causas por donde sería
gran servicio de Dios, y los inconvenientes que podía haber no eran
bastantes para dejar tan buena obra, y poniéndole delante el servicio
que haría a Nuestra Señora de quien era muy devoto” (F 2, 5). Una
petición formal en toda regla y bien razonada la suya. Es una lástima
que no haya llegado hasta nosotros el texto de esa carta y, al mismo
tiempo, hay que agradecerle que nos haya dado este resumen aquí en
Fundaciones 2, 5.
Recibió la carta el General estando en Valencia, dice ella, más
bien en Barcelona “y desde allí me envió licencia para que se fundasen dos monasterios, como quien deseaba la mayor religión de la Orden” (F 2, 5). La Patente está firmada el 10 de agosto de 1567 en
Barcelona.
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Con la licencia del General en la mano, ahora le toca buscar los
sujetos que quieran hacerse frailes descalzos y empezar la obra de la
renovación de la vida carmelitana, buscar el sitio y la casa donde comenzar. La descripción de cómo se sentía en aquella oportunidad es
magistral: “Vela aquí una pobre monja Descalza, cargada de patentes
y buenos deseos, y sin ninguna posibilidad para ponerlo por obra” (F
2, 6).
Con esta alegría y a la par preocupación salió para la fundación de
las descalzas de Medina del Campo (F 3), y ya en los nn. 16 y 17 del
capítulo tercero, vuelve a hablar de los frailes. No teniendo ninguno,
no sabía qué hacer. Se determinó a tratar “muy en secreto” de ello
con el Prior de Medina, Antonio de Jesús (Heredia) para ver qué le
aconsejaba. Antonio, “se alegró mucho, cuando lo supo y dice, me
prometió que sería el primero”. Algunos antiguos hablan de ella como de una buena lapidaria, es decir, experta en piedras preciosas, y
ante el ofrecimiento del Prior ¿qué hizo?, ¿cuál fue su reacción? “Yo
lo tuve por cosa de burla y así se lo dije”. Y nos lo explica: “porque
aunque siempre fue buen fraile y recogido y muy estudioso y amigo
de su celda, que era letrado, para principio semejante no me pareció
sería, ni tendría espíritu, ni llevaría adelante el rigor que era menester,
por ser delicado y no mostrado a ello” (F 3, 16) . Por más que se explicó Antonio y le contó el llamamiento que el Señor le andaba
haciendo para vida más austera y que ya estaba decidido a irse a los
cartujos, la Santa no se convenció, aunque se alegraba de oírselo. Para no desairarle “roguéle que nos detuviésemos algún tiempo y él se
ejercitase en lo que había de prometer. Y así se hizo”. Y viendo las
pruebas que le sobrevinieron en ese año de persecuciones, calumnias,
etc., y lo bien que supo llevarlo todo, Teresa “alababa a nuestro Señor
y me parecía le iba su Majestad disponiendo para esto” (F 3, 16).
Poco después de aquel encuentro con Antonio se iba a dar otro a
alto nivel de ella y Juan de Santo Matía. Nos lo cuenta así:”Acertó a
venir allí un padre de poca edad”, que estaba estudiando en Salamanca y fue a verla con otro compañero, que contó a la Madre, como se
dice, la vida y milagros de Juan de Santo Matía, que así se llamaba
entonces el que será Juan de la Cruz. Aquí entra en acción de nuevo
la lapidaria Teresa de Jesús que nos dice: “Yo alabé al Señor” y
hablando con aquel jovencito “contentóme mucho, y supe de él cómo
se quería también ir a los cartujos. Yo le dije lo que pretendía y le ro-
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gué mucho esperase hasta que el Señor nos diese monasterio, y el
gran bien que sería, si había de mejorarse, ser en su misma Orden, y
cuánto más serviría al Señor. Él me dio la palabra de hacerlo, con que
no se tardase mucho” (F 3, 17). Ya lo vemos. Teresa tiene 52 años,
Juan 25, y acepta en principio lo que ella le propone; pero, con gran
libertad le pone una condición: que no se tarde mucho. Cuando ve
que ya tiene dos frailes apalabrados para comenzar le pareció que ya
“estaba hecho el negocio, aunque todavía no estaba tan satisfecha del
Prior, y así aguardaba algún tiempo, y también por tener adonde comenzar” (F 3, 17).
La madre Teresa saltaba de contento después de esta entrevista en
la que había conquistado la voluntad de aquel frailecillo y entrando
toda alborozada en la recreación se cuenta que dijo a sus monjas:
“Sepan, hijas, que tengo ya fraile y medio para dar principio a esta
nueva reformación y estoy muy contenta”1.
Desde entonces han corrido ríos de tinta tratando de averiguar qué
querría decir con eso de “fraile y medio”, quién era el fraile y quién el
medio. Parece ser que las monjas le preguntaron allí mismo cuál era
el sentido de aquella “festiva proposición”, y ella les explicó que el
fraile completo era fray Juan, por ser a medida de su corazón, como
se dijo de David hallado según el corazón de Dios. El medio fraile,
según esto, sería el Padre Antonio que no le pareció tan cabal para
comenzar la renovación del Carmen2. Otros piensan, y así opina el P.
Jerónimo Gracián, que la santa “porque el P. Fr. Juan de la Cruz es
pequeño de cuerpo, solía decir con mucha gracia: “¡Bendito sea Dios,
que ya tengo para la fundación de mis descalzos fraile y medio!”3. Lo
más seguro es que la Santa llevase en aquel dicho el doble sentido,
por lo cual quiso decir con su fina ironía una cosa y otra4.
1
Biblioteca Mística Carmelitana, T. 22, p. 156.
Biblioteca Mística Carmelitana, T. 22, p. 156.
3
JERÓNIMO GRACIÁN, Escolias a la Vida de Santa Teresa compuesta por
el P. Ribera, Monumenta Historica Carmeli Teresiani, Fontes selecti 3, Roma
1982, p. 388-389.
4
Pueden consultarse GERARDO DE SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras del místico doctor San Juan de la Cruz, Toledo, I, 1912, 40-41; SILVERIO DE SANTA
TERESA, Historia del Carmen Descalzo, Burgos, T. 3, p. 115-116; CRISÓGONO DE JESÚS, Vida de San Juan de la Cruz,., Madrid 1982, 11 ed., p. 73, en
nota 26.
2
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
Teresa sigue sus tareas de fundadora en Malagón y Valladolid.
Aquí llegó procedente de Medina del Campo el día de San Lorenzo,
10 de agosto de 1568. Fueron con ella y las monjas Julián de Ávila y
Juan de Santo Matía. En Fundaciones cap. 13, vuelve a tratar “cómo
se comenzó la primera casa de la religión primitiva y por quién de los
descalzos carmelitas, año de 1568”. Repite lo de su encuentro con
Antonio y Juan el año anterior. Antonio había pasado con mucha perfección aquel año. Era la prueba que ella necesitaba, y añade: “Del
padre fray Juan de la Cruz ninguna prueba había menester, porque
aunque estaba entre los del paño, calzados, siempre había hecho vida
de mucha perfección y religión” (F 13, 1).
Lo principal para ella eran los frailes; y ya tenía estos dos seguros.
La providencia también vino a su encuentro con lo de la casa y el lugar para comenzar la obra. Un caballero de Ávila, llamado don Rafael, se enteró de lo que pretendía aquella monja, fue a verla y le
ofreció darle “una casa que tenía en un lugarcillo de hartos pocos vecinos, que me parece no serían más de veinte, que no me acuerdo
ahora, que la tenía allí para un rentero que recogía el pan de renta que
tenía allí”. La Madre ya se imaginó y con su gran olfato ya olió cómo
estaría la casita; no obstante la aceptó. Don Rafael le dio las indicaciones para el camino. Ella le prometió ir a verla y así lo hizo en el
mes de junio, acompañándola Julián de Ávila y otra monja. No me
quiero detener en describir aquel viaje que la Madre pinta magistralmente, hablando del recio sol, del cansancio y desvarío que traían en
aquel camino, que habían errado, etc., etc., Llegaron, finalmente, poco antes de la noche a Duruelo, que así se llamaba el lugar. La Madre,
tan pulida, no pudo menos de escribir: “Como entramos en la casa,
estaba de tal suerte, que no nos atrevimos a quedar allí aquella noche,
por causa de la demasiada poca limpieza que tenía, y mucha gente del
agosto” (F 13, 3). La casita quedó en la retina de la madre y luego en
su pluma así: “Tenía un portal razonable y una cámara doblada con su
desván y una cocinilla. Este edificio todo tenía nuestro monasterio”.
Y enseguida, como buena tracista, apunta: “Yo consideré que en el
portal se podía hacer iglesia, y en el desván coro (que venía bien), y
dormir en la cámara”. Estos eran los planos. La monja que acompañaba a la Madre le insistía en que no se le ocurriese hacer allí monasterio y le dijo: “cierto, madre, que no haya espíritu por bueno que sea,
que lo pueda sufrir; vos no tratéis de esto”. Julián de Ávila pensaba lo
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mismo, pero no quiso contradecir a la Fundadora. Después de esta
inspección y medio a oscuras, “fuímonos a tener la noche en la iglesia
que para el cansancio grande que llevábamos no quisiéramos tenerla
en vela” (F 13, 3). Lo que no dice la madre es que a la mañana siguiente se pusieron a limpiar la casucha; pero lo dice Julián de Ávila:
“y a otro día se trabajó en limpiar la casa, que lo había bien menester”5.
Terminada la tarea de limpieza, siguen su camino y, llegados a
Medina, enseguida se pone al habla con el Padre Antonio y le pone al
tanto de todo, preguntándole si tendría corazón para estar allí un
tiempo, mientras llegaba una solución mejor, pues Dios lo remediaría
pronto. Le dio otras razones válidas, según ella, como era que el Provincial actual y el anterior que tenían que dar el permiso, lo darían
viendo la casucha, pues si lo vieran en casa “muy medrada”, no les
darían la licencia. ¿Cómo reacciona Antonio? “A él, dice, le había
puesto Dios más ánimos que a mí, y así dijo que no sólo allí, mas que
estaría en una pocilga”. Buen palabra esta, por si alguien no sabe lo
que significa “pocilga” vea el Diccionario de la lengua: “establo para
ganado de cerda”, y en sentido coloquial: “lugar hediondo y asqueroso”.
Le faltaba a la madre fundadora conseguir el permiso de los provinciales, del actual y del anterior, pues con esa condición había dado
la licencia el Padre General. En seguida lo consiguió, sirviéndose
máximamente de su capacidad de persuasión, y lo que hoy llamaríamos tráfico de influencias, pues hizo que interviniesen el Obispo de
Ávila y su hermana doña María de Mendoza (F 13, 12-13). Ya obtenidos aquellos dos permisos, el de Alonso González que “era viejo y
harto buena cosa”, y el de Ángel de Salazar, el exprovincial, “ya me
parecía no me faltaba nada” (F 14, 1).
Fray Juan acompañado a la Madre partió para la fundación de Valladolid el 10 de agosto. Con ella iban, además de las monjas para la
fundación, Julián de Ávila y Juan de la Cruz. Y ella nos cuenta con
regodeo: “Y como estuvimos algunos días con oficiales para recoger
la casa, sin clausura, había lugar para informar al padre fray Juan de
la Cruz de toda nuestra manera de proceder” (F 13, 5).
5
Biblioteca Mística Carmelitana, T. 18, p. 229.
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Evidentemente, no se trataba de una simple información acerca de
la vida de las carmelitas descalzas, sino de que tomara buena nota para que, hechas las necesarias acomodaciones, lo que se dice “mutatis
mutandis”, pudiera vivirlo e implantarlo en su comunidad de Duruelo:
- la mortificación,
- el estilo de hermandad
- la recreación en común.
Tres puntos señalados explícitamente por la Madre, aunque creo
que no eran los únicos de que trataron.
La Madre quería desde luego que fray Juan se enterase bien de la
vida de la carmelita descalza, para poder guiarla espiritualmente de
un modo conveniente. Con su conducta posterior y sus declaraciones
de años más tarde proclamaba la santa que fray Juan era el guía y director espiritual inmejorable para ella y sus hijas, cuando las exhorta
a que acudan a él como si fuera ella en persona, pues es muy espiritual y de grandes experiencias y letras. Y ya los días que estuvo en
Valladolid ejerció su dirección espiritual en la comunidad.
Como resultado de aquellos días de convivencia y de algo así como nuevo noviciado para fray Juan bajo la madre fundadora, como
maestra de novicios, tenemos su juicio de valor: Juan de la Cruz
“aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios. Cierto él
nos ha de hacer acá harta falta, porque es cuerdo y propio para nuestro modo. […] Mucho me ha animado el espíritu que el Señor le ha
dado y la virtud entre hartas ocasiones, para pensar llevamos buen
principio. Tiene harta oración y buen entendimiento; llévelo el Señor
adelante” (Cta. 13: a don Francisco de Salcedo, septiembre 1568).
Van saliendo las cualidades que la Madre va descubriendo en su
Fray Juan:
- harta oración
- lleno de espíritu del Señor
- mucha virtud,
- decidido en acometer aquella empresa.
Terminado su “segundo noviciado”, “ordenamos, según parece,
de común acuerdo, que el padre fray Juan de la Cruz fuese a la casa
[de Duruelo] y la acomodase” (F 14, 1).
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Allá va con un peón de albañil, que le ayudará en el trabajo, allá
va con el ajuar más necesario para la casa y la iglesia.
¿Dónde anda el otro, el padre Antonio? Se acercó a Valladolid “a
hablarme con gran contento, y díjome lo que tenía allegado, que era
harto poco. Sólo de relojes iba proveído, que llevaba cinco, que me
cayó en harta gracia. Díjome, que para tener las horas concertadas,
que no quería ir desapercibido; creo que aún no tenía en qué dormir”
(F 14, 1). Fray Juan se detiene en Medina del Campo, en mi opinión,
y en Ávila de seguro. Llegado a Duruelo, enseguida comienzan a trabajar de sol a sol. Contando fray Juan años más tarde en Andalucía lo
que pasó aquel primer día de la creación de Duruelo, refería que, ya
al atardecer, envió al ayudante a buscar por el pueblo más cercano algo de comer y volvió con una buena provisión de rico pan y decía él
que aquello le supo a cresta de faisanes. Seguro que nunca había comido tales crestas, pero el refrán era así.
Aquel mismo día o más bien al día siguiente se quitó el hábito negro de calzado y se puso el hábito marrón preparádole por la Santa y
sus monjas. Esto que él hizo porque oyó a alguna gente que esperaban a unos frailes de vida muy austera y penitente y pensó ya que lo
mejor era presentarse lo antes posible con el hábito que la gente esperaba. Al padre Antonio que fray Juan se vistiera el hábito de descalzo
y que no esperara, le asentó muy mal y se lo reprochó con mal humor
el mismo día de la inauguración de la casa: 28 de noviembre de 1568,
y otras cuantas veces a lo largo de su vida.
La obra de acomodación de la casa conforme a los planos diseñados por la Madre Teresa, se terminó pronto “porque no había dinero,
aunque quisieran hacer mucho” (F 14,2).
Aquí la Madre habla de la casa y pide moderación en los conventos de sus monjas y frailes, y anota otros dos elementos de la semblanza:
- pobreza y
- humildad (F 14, 4) y subraya el trabajo sabroso que llevarían estos dos padres (F 14, 5).
El padre Antonio renunció a su priorato de Medina y se encaminó
también a Duruelo, y el 28 de noviembre se inauguró la casita y “se
dijo la primera misa en aquel portalito de Belén, que no me parece era
mejor” (F 14, 6).
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
VISITA DE TERESA AL CONVENTITO DE DURUELO
La Santa no estuvo presente el día de la inauguración oficial, pero
tenía gran deseo de visitar a sus frailes. Es ella la que nos lo cuenta, y
puede leerse en Fundaciones, c.14.
- “La primera semana de Cuaresma adelante (es decir de
1569), viniendo a la fundación de Toledo me vine por allí”; y sigue contando:
- “Llegué una mañana. Estaba el padre fray Antonio de Jesús
barriendo la puerta de la iglesia, con un rostro de alegría que tiene él siempre. Yo le dije:
- “¿Qué es esto, mi padre?, ¿qué se ha hecho la honra?”. Díjome estas palabras, diciéndome el gran contento que tenía:
- “yo maldigo el tiempo que la tuve”.
Recordado este saludo inicial se va ya ciñendo a lo que le pareció
la casa, los frailes, su vida y sus actividades.
Primero habla de la iglesia, envuelta en el espíritu del Señor. Se
queda admirada, y se va fijando en varios elementos devocionales
que la entusiasman.
Revisa después más detalladamente la casa y ve que las acomodaciones y arreglos hechos obedecen al diseño trazado por ella. Al paso
que va describiendo el coro, el desván, nos va informando de lo que
van haciendo a lo largo del día: con el rezo de las Horas, sus maitines
a media noche, su oración mental larguísima, misa, etc.,
En el relato que sigue y según va describiendo lo que va viendo,
va surgiendo de sus palabras el tipo de carmelita Descalzo que ella
veía y deseaba; va, pues, apareciendo más y mejor la semblanza del
carmelita y de sus actividades y quehaceres. No se trataba de inventar
el Carmelo, ni los carmelitas que ya estaban inventados. Se trataba de
renovar ese Carmelo y volver a las fuentes.
El Padre General en la Patente emitida para la fundación de los
dos primeros conventos llama a esos futuros frailes “carmelitas contemplativos”; pero no van a ser cartujos, sino frailes mendicantes como los franciscanos, dominicos, agustinos, como los carmelitas ya
existentes, que son, para entendernos, de vida activa y contemplativa.
Por lo mismo Teresa habla de los dos elementos que tenían que configurar a sus frailes. La madre trató de darles aquel plus de vida de
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oración y contemplación, de modo que de ahí surgiese la abundancia
y la fuerza de su apostolado.
Ya en el texto recordado nos ha hablado de la vida de oración
mental y litúrgica que llevaban. Ahora subraya el aspecto del apostolado ministerial de aquella vida carmelitana.
“Iban, dice, a predicar a muchos lugares que están por allí comarcanos sin ninguna doctrina, que por esto también me holgué se hiciese allí la casa; que me dijeron que no había cerca monasterio ni de
dónde la tener, que era gran lástima. […] Iban, como digo, a predicar
legua y media, dos leguas, descalzos (que entonces no traían alpargatas, que después se las mandaron poner), y con harta nieve y frío; y,
después que habían predicado y confesado, se tornaban bien tarde a
comer a su casa. Con el contento, todo se les hacía poco” (F 14, 8).
Ya Juan de la Cruz vivió él solo esta vida entregada a la oración y
contemplación y al apostolado. En la Patente del General se les decía:
“y también que ayuden los prójimos, quien se le ofreciere, viviendo
según las Constituciones antiguas y que nos ordenáremos”. Fray Juan
atiende a las personas que se acercan por la casita y también se desplaza por los pueblos del contorno, una vez que acabaron de acomodar la casita. Le acompaña su hermano Francisco de Yepes y su relato
concuerda exactamente con la descripción de la Madre Teresa, aunque añade muchos más detalles, como testigo presencial. Hay que
imaginárselos a los dos saliendo de la iglesia, a toda prisa, apenas
termina la celebración y el sermón, y parándose en una fuente que
hay en el camino a comer pan y queso. ¡Qué par de dos!
Conociendo cómo la Madre fundó sus monasterios de monjas con
el deseo y la voluntad de que rogasen por los letrados y defendedores
de la iglesia, ya que ella no podía predicar, “porque a mí San Pablo
me lo quita”, me lo impide, en su mente estaba al fundar a sus frailes,
que ellos fuesen también apóstoles y defendedores de la Iglesia.
Igualmente quería que sus frailes fuesen “muy adelante en su perfección y su llamamiento, que es muy necesario”. De aquí el cumplimiento de sus votos y obligaciones de la Regla carmelitana que quería establecer en su valor primitivo.
La Madre se había fijado, sin duda, en las dos dimensiones del carisma carmelitano tal como lo recordaba el padre General en la Patente: oración y retiro y atención apostólica y ministerial a la gente; predicación, confesiones, catequesis. Y, a mayor abundancia, pienso que
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
así se lo había pedido y expresado ella en la carta que le escribió suplicándole que diese permiso para la fundación de los frailes.
Con Juan de la Cruz ve santa Teresa colmadas sus ilusiones acerca de lo que quería que fuesen sus frailes:
- hombre de oración,
- guía espiritual,
- entregado al apostolado.
Advierto que al hablar ahora desde el libro de las Fundaciones
admiro el tino de la Madre al descubrir en su senequita todas estas
cualidades, que irá viendo más y mejor a lo largo de los años, cuando
esté con él en Ávila, cuando sepa de él en Baeza, etc., Cada vez estaba más contenta de su padre Juan de la Cruz y así la serie de elogios
que le tributará años más tarde en sus cartas a Beas, van en esa misma
línea de valoración de las riquezas personales de aquella personica.
Aquí en Fundaciones al señalar la manera en que vivían:
- mortificación,
- oración,
- buen ejemplo,
- apostolado.
No se hartaba de dar gracias a Dios con un gozo interior inmenso,
por “parecerme que veía comenzado un principio para gran aprovechamiento de nuestra Orden y servicio de Nuestro Señor” (F 14, 11).
Naturalmente que la madre no podía ni debía esperarse de otros frailes que fueran tan cumplidos como Fray Juan. Sería demasiado lujo.
Pero en el relato teresiano no todo es alabar y más alabar a sus
frailes; también tuvo algo que advertirles. Lo cuenta así: “Después
que tratamos aquellos padres y yo algunas cosas, en especial, como
soy flaca y ruin, les rogué mucho no fuesen en las cosas de penitencia
con tanto rigor, que le llevaban muy grande; y como me había costado tanto de deseo y oración que me diese el Señor quien lo comenzase, y veían tan buen principio, temía no buscase el demonio cómo los
acabar antes que se efectuase lo que yo esperaba. Como imperfecta y
de poca fe, no miraba que era obra de Dios, y Su Majestad la había de
llevar adelante”. ¿Cómo acogieron sus advertencias aquellos benditos? Muy claro: “ellos, como tenían estas cosas que a mí me faltaban,
hicieron poco caso de mis palabras para dejar sus obras”. Todo suma-
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do, ¿cómo salió de aquella visita? “Me fui con harto grandísimo consuelo, aunque no daba a Dios las alabanzas que merecía tan gran
merced. Plega a Su Majestad, por su bondad, sea yo digna de servir
en algo lo muy mucho que le debo, amén; que bien entendía era ésta
muy mayor merced que la que me hacía en fundar casas de monjas”
(F 14, 12).
Teresa, como acabamos de oírle, rogó a sus frailes “mucho” moderasen sus penitencias. ¿Penitencias en la comida, penitencias en la
falta de sueño, en disciplinas, cilicios? No ha precisado mayormente
las cosas. Con toda seguridad les diría que no anduviesen totalmente
descalzos; en una zona tan fría como la de Duruelo y alrededores, andar así era un exceso. Había que llevar por lo menos alpargatas. Ya
cuando describe su visita en las Fundaciones habían cambiado este
rigor. Cuál era su punto de vista de siempre acerca de este punto lo
deja claramente dicho en carta del 12 de diciembre de 1576 a Ambrosio Mariano: “Lo que dice el padre fray Juan de Jesús (Roca) de andar descalzos, de que lo quiero yo, me cae en gracia, porque soy la
que siempre lo defendí al padre fray Antonio”, es decir siempre me
opuse. En las Constituciones del padre Gracián ya se prescribe: “Los
pies del todo descalzos, o con alpargatas abiertas de cáñamo o esparto”6. Y en estas Constituciones para sus frailes, que hemos analizado,
ya se dice que en tierras frías “podrán calzar sandalias o choclos de
madre”.
Duruelo era en la realidad y en la mente de la Madre un comienzo, un principio, y de ahí se derivarían en la necesaria evolución de
las cosas otras obras, y la expansión de aquella vida. La experiencia
que estaba teniendo la Madre hasta en sus conventos de monjas con la
apertura al apostolado de la oración y sacrificio por las misiones, después de la visita de aquel franciscano de Ledesma, como cuenta ella
aquí en F 1, 7, le hacía pensar en que aquello que comenzaba era “un
principio”, que evolucionaría, como así fue de hecho. Ella sabía esperar y tenía como norma de conducta: primero se hace lo que se puede,
para después hacer lo que se quiere. Así los frailes pronto se trasladaron de Duruelo a Mancera y se fueron fundando otras casas: Pastrana,
Almodóvar, Alcalá, Sevilla, Granada, etc.,
6
Constituciones OCD, 21.
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
El handicap o desventaja para el desarrollo más rápido y tranquilo
de la Reforma, estaba en que dependían de los Calzados, de los que
se habían desgajado. Antes de la separación en provincia aparte, sucedieron tantas cosas desagradables, la peor, acaso, el encarcelamiento de Juan de la Cruz en 1577-1578. Y en esos meses la santa da en
sus cartas los testimonios más espléndidos sobre Juan de la Cruz. Finalmente, se consiguió la provincia aparte por la que tanto habían
suspirado y padecido. En el capítulo de Alcalá de Henares de 1581 en
el que se proclamó la nueva provincia, se eligieron superiores descalzos de la misma. Fue elegido provincial el padre Jerónimo Gracián.
OTRAS VOCACIONES
La Santa habla de otros dos frailes: Ambrosio Mariano y Juan de
la Miseria, en cuya vocación tuvo ella gran parte, como lo había tenido en el caso de los dos primeros: Antonio y Juan de la Cruz. De estos nuevos habla en Fundaciones (Cap. 17). Procedían de la vida ermitaña, y Teresa con su gran habilidad los convenció para que se
hicieran descalzos en Pastrana. De su capacidad de convencimiento
en el caso de Mariano habla ella sagazmente y dice que era “enemigo
de tratar con mujeres”, y que él mismo le dijo que se sentía espantado
“de verse mudado tan presto en especial por una mujer, que aun ahora
algunas veces me lo dice” (F 17, 9). Fray Juan de la Miseria, tipo
muy original, fue el que la retrató en 1576 en Sevilla.
Otro fraile Baltasar de Jesús (Nieto), del que habla en este mismo
capítulo 17, era uno de los conocidos y apodados “los Reyes Magos”,
porque eran tres hermanos carmelitas que se llamaban Melchor, Gaspar y Baltasar, tipos para una novela picaresca de las buenas. El menos malo de los tres era Baltasar. La santa, y ella me perdone, se fijaba mucho, a veces demasiado, en las cualidades externas de las personas, tal como en el caso de este Baltasar que era un gran predicador, y con esto creía ella que había sido una gran conquista para su
Reforma la entrada en ella de este sujeto, que primero había sido
franciscano y luego carmelita calzado. El General Rubeo le había
condenado por haber ayudado a escapar de la cárcel a su hermano
Melchor. Fue una escena para haberla filmado. La Santa “alaba a
Dios cuando Baltasar se hace descalzo y es él el que da el hábito a
EL CARMELO MASCULINO EN LA MENTE DE TERESA
515
Ambrosio Mariano y a Juan de la Miseria (F 17, 15). Habla de él la
Madre no pocas veces en su Epistolario. Hay que reconocer que hizo
cosas buenas en la Reforma, pero también calumnió a Gracián, aunque luego se arrepintió, e hizo otras fechorías.
JERÓNIMO GRACIÁN
Finalmente en el c. 23 de Fundaciones habla la Madre del padre
Jerónimo Gracián. Estaba la madre haciendo la fundación de Beas de
Segura en 1575; inicia el relato de aquel encuentro con toda solemnidad: “Pues, estando en esta villa de Beas, esperando licencia del Consejo de las Órdenes para la fundación de Caravaca, vino a verme allí
un padre de nuestra Orden de los descalzos, llamado el maestro fray
Jerónimo de la Madre de Dios Gracián, que había pocos años que tomó nuestro hábito estando en Alcalá, hombre de muchas letras y entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida, que parece nuestra Señora le escogió para bien de esta Orden primitiva estando él en Alcalá, muy fuera de tomar nuestro hábito, aunque no de ser religioso” (F 23, 1). Sigue contando cosas de él, aun antes de entrar en la Orden: “Siempre tenía horas de oración, y su recogimiento y honestidad en gran extremo” (F 23, 2). Un gran amigo de
Gracián, Juan de Jesús (Roca) entró de novicio en Pastrana y le escribió una carta hablándole “de la grandeza y antigüedad de la Orden”.
Gracián se enfrascó en la lectura del libro Speculum Ordinis, que le
habían prestado los Calzados de Alcalá donde se hablaba de la antigüedad de la Orden7.
Al fin, se presentó en Pastrana y tomó el hábito; dice la santa “y
así se le dieron con gran alegría de todos, en especial de las monjas y
priora, que daban grandes alabanzas a nuestro Señor, pareciéndole
que las había su Majestad hecho esta merced por sus oraciones” (F
17, 8). Más arriba la fundadora ha expresado su opinión personal
acerca de la gran gracia que hizo Dios a la Orden trayendo a ella a
Gracián: “Bien veía Nuestro señor la gran necesidad que había en esta obra que su Majestad había comenzado de persona semejante. Yo
7
Monumenta Historica Carmeli Teresiani, Documenta primigenia III,
Doc. 423, p. 540.
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
le alabo muchas veces por la merced que en esto nos hizo; que si yo
mucho quisiera pedir a su Majestad una persona para que pusiera en
orden todas las cosas de la Orden en estos principios, no acertara a
pedir tanto como su Majestad en esto nos dio. Sea bendito por siempre” (F 17, 3).
No terminan con esto las alabanzas a Gracián, se alarga la escritora porque piensa que no se puede menos de “hacer memoria de quien
tanto bien ha hecho a esta renovación de la Regla primera” y añade
con todo aplomo: “Porque, aunque no fue él el primero que la comenzó, vino a tiempo, que algunas veces me pesara de que se había
comenzado, si no tuviera tan gran confianza de la misericordia de
Dios. Digo las casas de los frailes; que las de las monjas, por su bondad, siempre hasta ahora han ido bien. Y las de los frailes no iban
mal, mas llevaba principio de caer muy presto; porque, como no tenían provincia por sí, eran gobernados por los calzados. […] En cada
casa hacían como les parecía. Hasta que vinieran o se gobernaran
ellos mismos, hubiera harto trabajo, porque a unos les parecía uno y a
otros otro. Harto fatigada me tenían algunas veces” (F 23, 12).
Esta observación es muy pertinente, porque al no tener superior
provincial propio de sus conventos de descalzos estaban expuestos a
esto que aquí lamenta; y puntualiza: “Remediólo nuestro Señor por el
padre maestro fray Jerónimo Gracián de la Madre de Dios, porque le
hicieron comisario apostólico, y le dieron autoridad y gobierno sobre
los descalzos y descalzas” (F 23, 13).
Hay gente, y entre los historiadores también, que no aciertan a
leer y ponderar en su justo valor los juicios que la Madre vierte sobre
unos y otros, particularmente cuando se trata de los personajes más
importantes del Carmelo, tales como Juan de la Cruz y Jerónimo Gracián. Hay que dar a cada uno lo suyo. Y es mal sistema el de para
enaltecer a Gracián rebajar a Juan de la Cruz, o al revés. En los principios de la Reforma había, como siempre, muchos frentes que atender: el gobierno provincial, el gobierno local, la guía de almas, la
formación paciente y personal de los religiosos, etc. Para gobernar la
Provincia su candidato incuestionable era Gracián; para la atención
espiritual a sus monjas, para ella no había otro como Juan de la Cruz.
Para remediar los entuertos del noviciado no había otro sino Juan de
la Cruz. Por referirme a esto último, diré que la Madre, estoy seguro,
se sentía un poco responsable de los desastres que preparó en el novi-
EL CARMELO MASCULINO EN LA MENTE DE TERESA
517
ciado de Pastrana Ángel de San Gabriel, pues ella había sido de parecer que éste fuera el maestro de novicios. Precisamente habla de este
maestro estrafalario, refiriéndose además al novicio Jerónimo Gracián. Hablando de su padre Gracián, escribe: “Estuvo el año de probación con la humildad que uno de los más pequeños novicios. En
especial se probó su virtud en un tiempo, que, faltando de allí el prior,
quedó por mayor un fraile harto mozo y sin letras y de poquísimo talento ni prudencia para gobernar; experiencia no la tenía, porque
había poco que había entrado” (F 23, 9). Y perfilando aún más la manera irracional de llevar el noviciado, escribe: “Era cosa excesiva de
la manera que los llevaba y las mortificaciones que les hacía hacer;
que cada vez me espanto cómo lo podían sufrir, en especial semejantes personas, que era menester el espíritu que les daba Dios para sufrirlo”. En definitiva dirá: “Y hase bien visto después que tenía mucha melancolía, y en ninguna parte, aun por súbdito, hay trabajo con
él, ¡cuánto más para gobernar; porque le sujeta mucho el humor (que
él buen religioso es), y Dios permite algunas veces que se haga este
yerro de poner personas semejantes para perfeccionar la virtud de la
obediencia en los que ama” (F 23, 9).
Con esta frase final está reconociendo su error en el nombramiento de aquel maestro de novicios. Más de uno de los novicios ante
aquel desorden pensó abandonar la Orden. “Fue tan terrible, escribe
Gracián, esta tormenta por entonces, que estuve muy a punto de dejar
el hábito y no profesar por ella, y porque me figuré había de venir
tiempo en que me viese con hábito de calzado”8.
La Madre confiesa que por más cuidado que ponían en que no
profesase ninguna melancólica, todavía alguna se les había colado, y
luego era la cruz y el tormento de las comunidades donde caían. En el
caso de Ángel de San Gabriel, cuyo maestro de novicios había sido
Juan de la Cruz, también se le coló este espécimen y ya vemos el desconcierto que sembró.
Si ahora hacemos la siguiente pregunta: ¿Cómo no quería santa
Teresa a sus frailes?, la respuesta es palmaria: no los quería melancólicos, desobedientes, pendencieros, etc.,
8
JERÓNIMO GRACÍÁN, Peregrinación de Anastasio, Roma 2001, diálogo
primero, 13.
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JOSÉ VICENTE RODRÍGUEZ
NICOLÁS DORIA
En la letanía que puse al principio figura también otro personaje:
Nicolás Doria. Habla de él en Fundaciones, c. 30. Acompañó a la
Madre en la fundación de Soria. El elogio de la Madre es muy bueno:
llevé conmigo “al padre fray Nicolao de Jesús María, hombre de mucha perfección y discreción, natural de Génova. Tomó el hábito ya de
más de cuarenta años […] bien parece le escogió nuestro Señor para
que en estos tan trabajosos de persecuciones ayudase a la Orden, que
ha hecho mucho” (F 30, 5).
Este quehacer múltiple del padre Doria lo explica la Madre diciendo que, “como no tenía oficio (que había poco, como digo que estaba en la Orden), no hacían tanto caso, o lo hizo Dios para que me
quedase tal ayuda”. Y la Madre que es tan sagaz interpreta perfectamente la discreción y sagacidad de Doria en aquellos momentos: “Es
tan discreto, que se estaba en Madrid en el monasterio de los calzados, como para otros negocios, con tanta disimulación, que nunca le
entendieron trataba de éstas, y así le dejaban estar” (F 30, 6). Habla
también de su comunicación con él: “escribíamonos a menudo, que
estaba yo en el monasterio de San José de Ávila, y tratábamos lo que
convenía, que esto le daba consuelo. Aquí se verá la necesidad en que
estaba la Orden, pues de mí se hacía tanto caso, a falta, como dicen,
de hombres buenos. En todo estos tiempos experimenté su perfección
y discreción”. Y añade: “Y así es de los que yo amo mucho en el Señor y tengo en mucho de esta Orden. Pues él y un compañero lego
fueron con nosotras”. Las acompañó, pues, a la fundación de Soria el
padre Nicolao de Jesús María, que se fue “luego en haciéndose las
escrituras de la fundación, que era mucho menester en otra parte” (F
30, 12).
RELACIÓN DE LA SANTA CON JUAN DE LA CRUZ
Me voy a referir ahora a la última parte del título de este trabajo.
Para esto no hay más que leer a la Santa con un poco de atención. Ya
he dicho mucho al hablar del encuentro de ambos santos en Medina y
Valladolid
EL CARMELO MASCULINO EN LA MENTE DE TERESA
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Fijémonos ahora en estas otras secuencias:
“Aunque es chico, entiendo es grande en los ojos de Dios; es
cuerdo y propio para nuestro modo. [….] Tiene harta oración y buen
entendimiento”9 .
“Acá ha días que confiesa uno de ellos (Juan de la Cruz) harto
santo; ha hecho gran provecho”10. […] “y así le tienen por un santo, y
en mi opinión lo es y ha sido toda su vida”11. “En mi opinión es una
gran pieza”12.
“Mi padre fray Juan de la Cruz, que es un hombre celestial y divino [...] No he hallado en todo Castilla otro como él ni que tanto fervore en el camino del cielo. No creerá la soledad que me causa su falta.
Miren que es un gran tesoro el que tienen allá en ese santo. […] Traten y comuniquen con él sus almas y verán qué aprovechadas están, y
se hallarán muy adelante en todo lo que es espíritu y perfección; porque le ha dado nuestro Señor para esto particular gracia”13. Estimara
yo tener por acá a mi padre fray Juan de la Cruz, que de veras lo es de
mi alma, y uno de los que más provecho le hacía el comunicarle.
Háganlo ellas, mis hijas, con toda llaneza, […] que les será de grande
satisfacción que es muy espiritual y de grandes experiencias y letras”14. “Tiene espíritu de nuestro Señor”15.
A esta serie de pronunciamientos escritos, habría que añadir otros
elogios de la santa, de viva voz.
Lo que sí quiero grabar a fuego es lo siguiente. Cuando se lleva la
santa a fray Juan para educarlo carmelitanamente, no hace sino trasmitirle el carisma de la Orden. Con gran acierto el profesor Teófanes
Egido, comentando en su edición de las Fundaciones los pasos de ese
capítulo 13, dice: “Es interesante este párrafo entero para ver con toda
9
Cta. 13, 2, 5, a Francisco de Salcedo, 78-79. Las Cartas las cito por la
edición de Tomás Álvarez, Burgos 1997.
10
Cta. 48, 2, a Gaspar de Salazar, 144-145.
11
Cta. 218, 3, a Felipe II, 576.
12
Cta. 226, 10, a Teutonio de Braganza, 596.
13
Cta. 277, 1, a Ana de Jesús, 730.
14
Ibíd., 2, 730-731.
15
Cta. 323, a Ana de San Alberto, a la que dice que las monjas de Caravaca tienen que tratar con llaneza con fray Juan como harían con ella misma,
839-840.
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claridad el papel de santa Teresa y de san Juan de la Cruz en la Reforma carmelitana de la primera orden. El receptor y transmisor del
espíritu teresiano fue san Juan de la Cruz, pese al enfado y esfuerzos
posteriores del p. Heredia por arrogarse este título”16. De aquí que
con toda razón en las últimas Constituciones de los Descalzos se proclame: “Al realizar la santa Madre su proyecto, la divina Providencia
le dio a san Juan de la Cruz por compañero. […] Nuestro santo Padre
comenzó en Duruelo esta forma de vida en total sintonía con los criterios y el espíritu de Teresa. […] Hemos de ver la imagen viva del auténtico carmelita en nuestro padre san Juan de la Cruz, quien puede
repetirnos aquella invitación del apóstol: “Sed imitadores míos, como
yo lo soy de Cristo” (1Cor 4, 16; 11, 1), ya que en su existencia se
manifiesta esplendorosa la vocación del Carmelo renovado a través
de hechos y la doctrina” (n. 12).
16
Obras completas de Santa Teresa, Ed. de Espiritualidad, Fundaciones,
p.372, nota 6
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