REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DEL NORTE Nos 63, 64, 65 y 66 (vol. cuádruple) CONSEJO DE DIRECCIÓN JESÚS FERRO BAYONA - Director VILMA GUTIÉRREZ DE PIÑERES - Editora ALFREDO MARCOS M. - Editor COLABORADORES ISABELLA LOMANTO URIBE - Diseño y Diagramación CECILIA LONDOÑO - Asistente del Director GUSTAVO J. GARCÍA BARRERA - Editor Asistente GONZALO FUENMAYOR BETANCOURT - Ilustrador CONTENIDO 4 EDITORIAL. Jesús Ferro Bayona TEXTOS DE ALFONSO FUENMAYOR 7 13 17 19 23 CARTA A CELIA DE FUENMAYOR GENESÍS DE BARRANQUILLA ESTAMPAS BOGOTANAS. VICISITUDES DEL TRASTEO UN RATO DE CHARLA CON LUIS VIDALES EL DOCTOR AGUSTÍN NIETO CABALLERO HABLA DE EUROPA Cont. en la pág. 2 Los textos e ilustraciones de Alfonso Fuenmayor, salvo donde se indique otra fuente, fueron cedidos exclusivamente para Huellas por Adela de Fuenmayor y Rodrigo y Sonia Fuenmayor. © Reservados todos los derechos. TEXTOS SOBRE ALFONSO FUENMAYOR 27 ALFONSO FUENMAYOR Y EL PERIODISMO BARRANQUILLERO. Eduardo Posada Carbó 60 ALFONSO FUENMAYOR EN EL SUPLEMENTO DEL CARIBE. Jesús Ferro Bayona 86 PERFIL DE ALFONSO FUENMAYOR: EL ÚLTIMO MAESTRO. Lola Salcedo Castañeda 94 113 EL MAESTRO CROQUIS FUENMAYOR. Ramiro de la Espriella AL CARBÓN: ALFONSO FUENMAYOR, EL AMIGO. Carlos Martínez Cabana 119 RADAR: ALFONSO FUENMAYOR. Armando Barrameda Morán 120 ALFONSO FUENMAYOR. Juan B. Fernández Renowitzky Alfonso Fuenmayor (h. 1945, detalle de la foto de autor desconocido, p. 28) 156 ENTREVISTA CON ALFONSO FUENMAYOR: BARRANQUILLA Y SU GRUPO. Ramón Illán Bacca 186 OTRO GRANDE INTELECTUAL COSTEÑO: REPORTAJE CON ALFONSO FUENMAYOR. Julio Olaciregui 194 CRÓNICAS SOBRE EL GRUPO DE BARRANQUILLA ALFONSO FUENMAYOR. Marjorie Eljach 210 LAS CRÓNICAS SOBRE EL GRUPO DE BARRANQUILLA DE ALFONSO FUENMAYOR: VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS. Foto de la portada: Fernando Mercado (2002) Edición digital: Munir Kharfan HUELLAS es miembro de la Asociación de Revistas Culturales Colombianas, ARCCA. HUELLAS pone al alcance de la comunidad nuevas perspectivas y potencialidades de la Costa Atlántica. Los conceptos de los colaboradores son de su exclusiva responsabilidad. Licencia del Ministerio de Gobierno Nº 001464, ISSN 0120-2537. Apartado Aéreo 1569, Barranquilla, Colombia. E. Mail: [email protected] Impresión: Gráficas Lourdes Ltda., Barranquilla. DE Ariel Castillo Mier Meses de aparición: Abril (04) - Agosto (08) - Diciembre (12). HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 1-232. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 1 26 LOS RECUERDOS DE UNA GRAN DAMA 37 CRÓNICAS SOBRE SAN ANDRÉS 42 CARTA DE SAN FRANCISCO [HACIA LA UNIVERSIDAD DE STANFORD] 42 CARTA DE SAN FRANCISCO [EN LA UNIVERSIDAD DE STANFORD] 44 CARTA DE SAN FRANCISCO [LA UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA EN BERKELEY] 44 CARTA DE LOS ESTADOS UNIDOS 46 CARTA DE NUEVA YORK [I] 47 CARTA DE NUEVA YORK [II] 48 CARTA DE WASHINGTON 49 DESCRIPCIÓN DE UN RECUERDO [I] 50 DESCRIPCIÓN DE UN RECUERDO [II] 51 VIENDO LA PINTURA DE CECILIA PORRAS 52 HABLEMOS DE CARNAVAL 53 EL CARNAVAL 54 ¿SE DESNATURALIZA EL CARNAVAL? 54 AIRE DEL DÍA: EN BUSCA DE UN DECÁLOGO 55 LOS DEPORTISTAS Y EL PORVENIR 56 COMENTARIO COMENTADO 57 AIRE DEL DÍA: DONDE SUENA LA ESTUDIANTINA 58 AIRE DEL DÍA: LEÓN DE GREIFF 50 AÑOS DESPUÉS 69 EL VIEJO PATRIARCA: CÓMO ERA BARRANQUILLA HACE 105 AÑOS 73 EL VIEJO PATRIARCA: BARRANQUILLA ES GANGA 77 AIRE DEL DÍA: NOÉ LEÓN SE LIBERA 78 AIRE DEL DÍA: LIBRERÍAS DE VIEJO 79 CARTA DE LONDRES [I] 80 CARTA DE LONDRES [II] 81 CARTA DE LONDRES [III] 83 CARTA DE ALEMANIA 84 CARTA DE MADRID 95 A PROPÓSITO DEL MAESTRO LEÓN 101 CARTAS DE RECOMENDACIÓN 101 ROTUNDA AFIRMACIÓN 102 AIRE DEL DÍA: ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO 103 AIRE DEL DÍA: [CANTINFLAS] 103 AIRE DEL DÍA: MODIFICACIÓN A UN CONCURSO 104 AIRE DEL DÍA: EL ACTIVO DE LA CURSILERÍA 105 AIRE DEL DÍA: EL BARRIO ABAJO 106 AIRE DEL DÍA: EL BARRANQUILLERO 2 108 110 111 112 121 122 123 129 134 135 136 137 138 139 140 141 142 143 145 147 148 149 152 153 161 167 169 170 171 173 174 175 177 178 179 181 AIRE DEL DÍA: LO DIRÁ LA POSTERIDAD AIRE DEL DÍA: HABLANDO COMO BARRANQUILLEROS AIRE DEL DÍA: A PROPÓSITO DE UNA FRASE COMETAS NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: RECORDANDO A NICOLÁS GUILLÉN NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: CARLOS PELLICER EL REGRESO DEL POETA DON RAMÓN, FOTÓGRAFO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: UN SILENCIOSO ANIVERSARIO EN LA MUERTE DE UN POETA NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: LA FERIA DEL LIBRO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: SOBRE EL PERIODISMO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: PABLO Y PORFIRIO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: FESTIVAL VALLENATO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: UN CASO DE EXORCISMO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: EL CACHACO DE CHINCHURRIA Y DE CHANCHULLO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: FRENTE A BARRANQUILLA ÁLVARO CEPEDA SAMUDIO (1926-1972) HACIA LA GRAN MANZANA DESDE LA GRAN MANZANA: GRANIZO TIBIO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: VICISITUDES DE LA TRADUCCIÓN GABRIEL PÁEZ REINA. RECUERDOS DE UN GRAN PERIODISTA EQUIVALENCIAS IMPOSIBLES APROXIMACIONES A GARCÍA MÁRQUEZ CRÓNICA SOBRE LAS CRÓNICAS DEL GRUPO DE BARRANQUILLA DESDE LA GRAN MANZANA: LO QUE TRAE LA CARRERA NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: DE LA VULGARIDAD EN LA MÚSICA UNA CUARTILLA DE DESPEDIDA IMPRIMIENDO BUENOS LIBROS EL QUINTO DE PLINIO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: LAS BUENAS MANERAS, ¿QUÉ SE HICIERON? [BORRADORES] NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: CUENTO EN EL QUE APARECE UN BURRO NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: PENSANDO EN PUERTO COLOMBIA AIRE DEL DIA: CURIOSIDADES SIN IMPORTANCIA NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: ASÍ LO VEN ELLOS 182 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: DE LA VULGARIDAD EN LA TELEVISIÓN 183 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: LO TRISTE ES ASÍ 185 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: ¿SE ACABARÁ LA CHABACANERÍA? 190 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: HACIENDO COMPARACIONES 191 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: ¿PONDREMOS EL CANGREJO EN EL ESCUDO? 192 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: EL MUNICIPIO Y ESO QUE LLAMAN CULTURA 193 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: JINGOÍSMO, CHAUVINISMO, PATRIOTERÍA, FÚTBOL 195 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: POR UNA HISTORIA DE LA LITERATURA COLOMBIANA 196 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: UN BUEN REGALO 197 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: INDAGANDO LA OPINIÓN PÚBLICA 198 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: LA MAYOR DIFERENCIA 199 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: CONOCER UNA CIUDAD 201 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: SOBRE COSAS DE COMER 202 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: LOS RECUERDOS DE DON JACINTO 203 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: LA “PROSA” DE AMIRA DE LA ROSA 204 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: CORRIGIENDO GAZAPOS 205 UNA MUJER 207 PUMA [ALBERTO PUMAREJO] 209 NI MÁS ACÁ NI MÁS ALLÁ: NOMENCLATURA URBANA Alfonso Fuenmayor 3 EDITORIAL Alfonso Fuenmayor (★ 27/III/1917 - ✝ 20/IX/1994) Huellas consagra esta edición a la memoria del Maestro Alfonso Fuenmayor. Lo hace publicando un compendio de su obra periodística, que se extiende por espacio de cinco décadas, y ofreciendo diversas y autorizadas opiniones de quienes lo conocieron en persona y lo han estudiado más detenidamente. Se presentan en exclusiva trabajos inéditos de Eduardo Posada Carbó, Lola Salcedo Castañeda, Ariel Castillo Mier, Carlos Martínez Cabana y Jesús Ferro Bayona; se reproduce una entrevista de Ramón Illán Bacca, un reportaje de Julio Olaciregui, y sendas notas editoriales de Juan B. Fernández Renowitzky, Ramiro de la Espriella y Armando Barrameda Morán, cuyos nombres gozan del suficiente reconocimiento como para que se requiera de una presentación. Asimismo, se publica una breve nota bibliográfica de Marjorie Eljach. Cabe mencionar, en estas cortas líneas, la labor que emprendimos, hace más de dos años, con Vilma Gutiérrez de Piñeres y Alfredo Marcos, con el propósito de recoger todo lo que escribió Alfonso Fuenmayor, primero, en El Heraldo, donde fue editorialista y publicó sus columnas hasta 1975, y luego en el Diario del Caribe, que fue su segunda casa periodística desde 1976 hasta cuando el periódico desapareció a finales de la década de los ochentas. En esta primera selección de sus escritos, realizada por Alfredo Marcos, el lector encontrará columnas firmadas con los seudónimos “Puck” y “Pedro del Monte”, que ocultaban su pluma genial, algunas publicaciones que no tienen referencia —porque no las encontramos—, escritos personales inéditos, y sus columnas y ensayos, que son el núcleo de esta edición que, en general, se ordena cronológicamente. Debemos agradecer a su hijo Rodrigo, que puso a nuestra disposición el archivo que su madre, Adela de Fuenamayor, conserva con justificado celo, y a quien fuimos a importunar para pedirle algunas fotografías, que sólo ella podía tener. Reconocemos la colaboración de su hermano Félix Fuenmayor y su esposa Áurea, que cedieron a Huellas las notas manuscritas del Maestro en las que, en los últimos momentos de la vida, expresaba su preocupación por el bienestar de Adela, su esposa. Agradecemos, asimismo, a Gonzalo Fuenmayor, su nieto, los collages que ilustran esta edición. Destacamos también la valiosa colaboración de Cecilia Londoño, en la búsqueda y ordenación de materiales; a Isabella Lomanto, quien, en colaboración con Alfredo Marcos, imaginó y dio forma al diseño, y a Gustavo J. García, en el rescate de documentos difíciles y en la delicada labor de la edición final. Por último, es preciso consignar aquí que estamos saldando una deuda, que anunciamos contraída cuando Huellas publicó, en 1998, otro volumen especial dedicado a Álvaro Cepeda Samudio. La obra periodística de Alfonso Fuenmayor es mucho más extensa de lo que se alcanza a publicar en esta edición voluminosa de Huellas. Así, éste es sólo un pequeño aporte que pretende interpretar el pensamiento del mismo Fuenmayor cuando, al referirse a su maestra en la escuela primaria, dijo: Recoger en un tomo las prosas que Amira de la Rosa publicó en tantas hojas efímeras de aquí y de allá, ha sido idea plausible porque lo que no se recoge en un libro se pierde. Y podría decirse que se pierde de manera irremediable y, en ocasiones, en forma lamentable. Hemos realizado esta tarea con un sentimiento de gratitud y admiración por Alfonso Fuenmayor, quien fuera considerado, con toda propiedad, el Maestro. Jesús Ferro Bayona Director 4 Gonzalo Fuenmayor Betancourt, Barranquilla, 1977. Curso Intensivo de Pintura y Dibujo, The International School of Art, Umbría, Italia, 1999. BFA (Fine Arts, major; Art Education, minor), School of Visual Arts New York, NY, 2000. Master, Fine Arts, School of the Museum of Fine Arts, Boston, USA, actualmente. Ha recibido distinciones en Colombia y Estados Unidos, donde ha realizado exposiciones individuales y colectivas. Alfonso Fuenmayor por GONZALO FUENMAYOR (tinta china y sellos sobre papel, 35x30 cm, 2001). 5 Archivo de Äurea de Fuenmayor Notas manuscritas de Alfonso Fuenmayor poco antes de su muerte 6 “Adela hace mucho oficio y por la tarde está agotada. Quiero buscarle una solución y esto para procurar darle ayuda. No sé cómo hacer. Pero sé que hay que hacerlo. Yo molesto mucho. Estoy tratando de no hacerlo tanto. ¿Tendrá Áurea una idea que Adela acepte?” Carta a Celia de Fuenmayor Bogotá, 17 de oct. de 1936 Mi muy querida mamá: Supe tu enfermedad —novedad, diría mi tía Buena, y aún tú misma, porque es un término más casero, más doméstico, más familiar que cualquier otro— y he lamentado, muy de veras que no me lo hubieran dicho antes, pues pasan de dos semanas que estás enferma y de quince las inyecciones que te han puesto. Las vacunas, según me cuenta mi papá, no te las ponen una a una sino por series. La noticia de tu “novedad” ha enturbiado un poco mis estudios —mi paz erudita— pues a ratos detrás de una abstrusa fórmula química no puedo dejar de verte a ti acostada en tu ancha cama de bronce (la misma en que, con gran disgusto de tu parte, cuando estaba pequeño me ponía a brincar con tenacidad —arriesgando los pocos golpes que tú furtiva y blandamente me dabas— y extendía mis brazos torcidos —muy torcidos— ¿te acuerdas?, queriendo tocar el techo. Tu enfermedad no es grave aunque sí molesta. Docenas de inyecciones —tu piel parecerá un cedazo o un “tumulto”— series de vacunas, mentol, cloroformo, listerine, astringosol, etc., son cosas que sobrepasan el número preciso para poner pánico en el más pintado, pero no en ti, que con tanto heroísmo —heroísmo prófugo de las revoluciones españolas o francesas— me dabas un purgante de calomel o de sal de Glauber (HNaSO4) o me ponías un parche de antiflogestine Foto Tepedino Celia María Campis de Fuenmayor y su hijo Alfonso. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 7-12. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 7 hirviendo. Yo también estoy enfermo —una “novedad” intelectual— pero me estoy ya poniendo bueno —¡qué sabrosa es la convalecencia!— gracias al fosfato tricálcico (PO4)2 Ca3 que mi papá me recomendó. Ya falta poco para que regrese a Barranquilla la alegre. Hoy fui a preguntar por pasajes a la Naviera y mientras subía en el ascensor sentía la brisa yodada del mar, las brisas que allá son de terciopelo y aquí de púas. Juraría que fue una de esas brisas, amables, obsequiosas, tan propicias para el vuelo de las cometas como importunas para contar al aire libre billetes de $50.oo, de esas brisas, mis amigas de Pto. Colombia, que vino a saludarme. Cuando esto sucedía —que no es ficción ni fantasía— me sentí allá en la calle de las Flores contemplando el oro de los robles mecerse —el del frente de la casa, el del parque— mecerse por esta misma brisa que me visitó hoy aquí en Bogotá. Todavía tardo más de un mes en esta ciudad gris, pero benéfica. Hasta hoy mi vida tiene dos partes: una la que corresponde a los años transcurridos en que soñaba con Bogotá y la otra que empieza al pisar sus frías callejuelas. Antes para mi coleto la dividía también en dos: antes de haber leído a Anatole France y después de haberlo leído. Hoy, después de haber dado con mis huesos en esta ciudad, comprendo más a France. Ahora es cuando creo gustarlo en toda su amplitud. No sé cómo te ha parecido mi decisión de estudiar filosofía y letras. Tú siempre quisiste que fuera yo un abogado; yo también lo quise, pero, ya ves, hoy no lo quiero. ¿No crees que será mejor que le dejemos esta carrera a Félix, que es el más sutil de todos tus hijos? Yo creo que ésta es la carrera que Polipasto debe seguir. Si logro conseguirme un empleo el año entrante aquí se tendrá que venir. Bogotá le haría mucho beneficio. Con los Justinos y los Piñeres sólo conseguirá, con el tiempo, parecerse a ellos. Quizá él, a pesar de lo terco que es, me conceda la razón. Sé que tú me la das. Fito todavía está muy pequeño, pero él va muy bien. Hasta ahora, con todo lo temprana de su edad, ha dado muestras de ser el más consagrado de todos. Es autoritario, mandón; que son cualidades que bien dirigidas no son defectos sino virtudes. En cuanto a mí, me propuse una meta. Tal vez, como mi papá me insinúa en una carta que conservo, no tengo yo disposición para ello (tú sabes a qué me refiero) pero es innegable —y nadie más que yo puede asegurarlo— que me gusta y que hasta ahora no he hecho sino poner peldaños para llegar hasta donde me propongo. Siempre que no sea algo horroroso, algo que no vaya contra la moral, uno debe hacer lo que más le guste. La razón puede equivocarse, jamás el instinto. Mi vocación no la someto al pensamiento, es espontánea, como la sangre que salta de una herida. No faltan amigos que al saber lo que pienso estudiar a más de burlarse me pintan el porvenir con paleta dantesca. Sé que no es así: Sólo el que no piensa vencer está perdido. Si con toda mi juventud no tuviera fuerzas para estudiar lo que quiero, ¿qué se dejaría para la edad madura? Sé que no se puede prescindir del todo de “el qué dirán”. Pero es necio dejarse dominar de la opinión común. Uno debe conservar, hasta donde sea posible, su personalidad. Esta carta va pareciendo una profesión de fe. Así que la suspendo. Que al recibo de ésta, estés diligente por toda la casa es el deseo principal de tu hijo que ahora se contenta con besarte por escrito. Alfonso 8 José Félix Fuemayor 9 10 11 12 Génesis de Barranquilla Alfonso Fuenmayor Estampa, Bogotá, dic.20/41 La historia de la fundación de Barranquilla carece de documentos. Fue ésta una empresa sin nombres propios y puede decirse que, más que por determinación de sus anónimos gestores, fue fundada por una voluntad bestial que los arrastró a la obra en momentos en que el cielo probaba la tranquilidad de una campiña. No se encuentra ningún acta en archivo alguno que nos muestre ese gesto arrogante, infantil, heroico y bárbaro, a un tiempo mismo, del conquistador español, padre de ciudades, que trazaba, abiertamente, a todo aquel que se opusiera a acto tan solemne. Nada de eso hubo en esta ciudad. No fue la codicia del oro el origen de sus muros. Ni la ambición insaciable de un encomendero que hablara a nombre de la Majestad ausente. No hubo caballos marciales que relincharan su gloria. No hubo hierro humillante. Barranquilla surgió casi al azar. Independiente de toda voluntad humana, apoyó con fuerza sobre la tierra su vaga decisión de vivir. El escondido milagro de su surgimiento no denunciaba su vi... Su fundación recuerda... [mutilado en el original consultado] esos troncos de los cercados que olvidando la razón por qué fueron sembrados, empiezan a echar flores y hojas y verdes retoños ante el asombro del inesperado sembrador. Barranquilla, hecha al principio de paupérrimas chozas de paja, miserables, de pobreza apostólica, esperaba por muchos años, su entrada definitiva a la vida del mundo. Baranoa, Galapa y Malambo eran aldeas donde primaba, como ocupación, la cría de ganado. Las poblaban rústicos pastores de vida patriarcal que leían la marcha del tiempo en el desvío nocturno de las estrellas altas y adivinaban la lluvia en el vuelo de las aves o en cierta intensidad melancólica de los ojos de las bestias que holgaban tranquilas en la abundancia de los prados. No faltaba allí una música primitiva que en la desolación desamparada de los crepúsculos tratase vanamente de restañar la inmensa herida con que la tarde hiere el corazón del hombre y en que el cielo parece compadecerse de la humana criatura. El delgado flautín tocado más bien con las propias penas profundas, cuyo son todavía suena en las fiestas vernáculas, retenía sobre los párpados tristes la llegada del sueño que traería prendido en la despierta voz de los gallos, el regalo de otra aurora. Eran tiempos casi bíblicos. Hombres y animales renovaban la hermandad clamada piadosamente por el de Asís. El nacimiento de un recental era tan alegre como el nacimiento de un niño. El primer balido de la pequeña bestia tan dulce y grato como la sonrisa de un niño que abre los brazos misteriosamente en medio del día. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 13-16. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 13 14 Allí estaban, como lugares familiares, los caños de agua sonriente y tranquila y los jayanes enmarcados de verdura rebosante en donde el ganado abrevaba la sed de la canícula. Las aves nómades hasta allí llevaban sus trémulos itinerarios en los que vestía de nuevos colores y nuevas voces la soledad de los cielos. Más allá, la hierba verde, prolongada en serena pradería, cantaba la juventud de la tierra con el orgullo ingenuo del árbol que descansa al lado del camino. La ambición humana era diminuta y se mostraba, indolente, en la misteriosa intención divina que señalaba en la bondad de las lluvias y en la abundancia de las cosechas. Ésa era la patria del sol. Hasta que para estas dulces aldeas de vida plácida y despreocupada llegó, como en el verso de Coleridge, “a weary time, a weary time.” Finalizaba el primer tercio del siglo XVII. El cielo apretaba, hostil, donde antes fue generoso en el exceso de sus dones. Ya la lluvia no descolgaba sus húmedos cordajes sobre la inocencia de los prados. La fiel ofrenda pluvial cada día era más escasa. Hasta que cesó. Los jagüeyes reducían su líquido anillo como un puño crispado de ira. La vida parecía huir como ante un espanto fatídico. Empezaba a flaquear la esperanza de los hombres que había sido renovada como un óleo sagrado. El verano con toda su amargura resumía la desesperación. Los bramidos de los animales se hicieron queja y lamento y fúnebre presagio. El verano avanzaba, obstinado, seguro, como un destino inexorable. El hambre y la sed inauguraban su imperio donde la fuerza del hombre se doblaba bajo una potencia insuperable. Y el carrizo fluctuante, penoso, continuaba su queja sin consuelo en medio de la tarde. Con voz más triste que el crepúsculo el ganado se quejaba. Y vinieron las primeras muertes que, tendidas sobre el campo y bajo el cielo, semejaban una enseña de sumisión al rigor de la época. Lejos, al norte, confundiéndose con el horizonte, se adivinaba un gran río, hondo y oscuro que corría con ronco rumor entre las riberas deshabitadas. Una noche, ya avanzada, casi al alba, el ganado rompió, como una débil caña, la urdimbre previsora de los corrales y huyó hacia el río que, en la distancia, mantenía los pastos siempre verdes, como en un cuadro. El ganado huía y la mugiente polvareda señalaba el norte y fue una carrera de fatigas sostenida por el pavor a la muerte y la miseria. Los hombres corrieron detrás de su hacienda. Y las bestias guiaban a los hombres en su ceguera. Y corrieron mucho a través de la espesura como una luz entre tinieblas. Y llegaron al gran río que al fracasar contra las rocas de la orilla se deshacía en hilos de algodón, espuma y niebla sutil. Allí sobre el Magdalena los animales tendieron sobre el agua la larga angustia de sus fauces. Y los toros padres, alzando la cornuda cabeza, lanzan, adelante, mugidos que cuajan su fuerza en tierra y aire y son cimientos inconmovibles de la futura ciudad. Desesperadamente lento fue el desarrollo de esta aldea que nacía al mundo con la candorosa inocencia de la estrella de la tarde. Su perfil de ciudad tardó mucho en dibujarse. Acontecimientos de índole diversa entre los cuales juegan papel preponde- 15 Panorámica de Barranquilla desde los caños del Mercado, 1874. (Archivo de Gustavo García) rante el favor de la naturaleza, el lugar excepcionalmente privilegiado en que está ubicada la ciudad, y la tendencia natural de sus hijos al trabajo y el amor a la tierra, consiguieron, en un plazo pasmosamente breve, hacer de ella la segunda ciudad nacional. Con hierro y encaje, con sueño y con brazo, Barranquilla fue construida. Es fuerza y es gracia. El río ancho que lame sus laderas, el mar cercano cuyo rumor llega, tranquilizador, hasta la ciudad y el cielo azul, siempre azul, han tenido sobre la ciudad un encanto sutil de embrujamiento y magia tan grato como un recuerdo grato. La historia de Barranquilla no se encuentra en efemérides pobladas de charreteras. La historia es hija de los hombres y esta ciudad ha sido producto de la tierra misma, ha sido determinada en oscuro designio y claro fulgor por la naturaleza. El hombre no ha hecho más que acompañarla. 16 ESTAMPAS BOGOTANAS Vicisitudes del trasteo Alfonso Fuenmayor Hacia 1940 El asunto del trasteo, tan antiguo como universal, tan común como enojoso, puede decirse que hoy, más que nunca, se encuentra organizado y bate récords de velocidad. Hay empresas que viven de los que se mudan y que mantienen propaganda muy pintoresca. En la mudanza existe un escalafón cuyo punto de partida es el estudiante que se las arregla con un maletín antiguo de lona en el que se juntan los calcetines remendados con las tibias cartas de la novia —enamorada con una entrada a cine cuyo valor surgió en una excursión del terno dominguero por las peñas tenebrosas— y con un libro raído, que ha perdido el color, que ha pasado, como una moneda, por muchas manos y dueños, que, en fin, ha hecho pasar y rajar gente. Si el estudiante es de más recursos alquila una zorra en la plaza del Mercado o en San Victorino, y, después de un regateo canino en el que se muerden los tobillos el hombre del zorrero y la pobreza del estudiante, se establece un diálogo medio rabioso y humorístico. El estudiante promete veinte centavos y remata así el contrato: “Apenas es un baúl pequeño. No queda sino a dos pasos. La casa no tiene altos.” Negocio cerrado. El trasteo es un lugar común. Es casi una ceremonia, con ritos convencionales y palabras de cajón. Es un drama que se representa en escenarios gemelos de desorden. Las familias pudientes alquilan una caravana de camiones. El empleado alcanzado y puntual solamente uno. En la noche que precede al trasteo, el ama de casa tiene un sueño que es una pesadilla. Entre más fiel sea ésta es más confusa. Ve, sobre el radio comprado a plazos y cuidado por todos, una escoba mugrienta. La madre amorosa lanza un grito al soñar que su hijo, el pequeño, el entremetido y preguntón, se encuentra aplastado bajo un escaparate que perdió el equilibrio. “Mucho cuidado, que tiene vidrio”, advierte la señora al mozo de cordel al entregarle, con suavidad protectora, un bulto en el que va, quejándose, el retrato bigotudo —unos bigotes que parecen un par de pinceles o un corbatín—, acartonado y regañón del abuelo que para retratarse, hace cincuenta años, tuvo necesidad de tragarse varios bastones con mango y cantera. La casa se anima como un manicomio de cuerdos. Van y vienen. Y al perro, que está echado y pensativo en un rincón pues le duele por cuestiones de índole amorosa abandonar el barrio, le han pisado varias veces la cola. “Mucho cuidado que se desafina”, agrega la señora, en kimono, desde el umbral de la alcoba, señalándole el piano para que traten en buena forma el armónico mueble. “En este piano, ahí donde Ud. lo ve —y repite la historia que ha contado a todos sus HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 17-18. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 17 Fotos ilustrativas del artículo original. amigos— tocó María del Carmen, que era hija de Andrés, esposo de Manuelita, que es cuñada de un sobrino de José, ahijado de un primo segundo de Olaya Herrera.” Es el piano, son los espejos, el aparato al que la dueña de la casa le ha puesto siempre más cariño. Las mujeres tanto quieren al espejo que lo llevan hasta en la calle, a pesar de su carácter estrictamente doméstico. De pronto un ratón acosado por la algarabía arriesga la vida al atravesar casi en avión, la sala. Las niñas —que [ilegible en el original] de acuerdo con las demás del [ilegible en el original] creen que es su deber perforar, con grito tembloroso y agudo la bulla ambiente y asustan más al ratón que huye pavorido hacia algún hueco salvador y cómplice que, lo mismo que en las películas, está preparado de antemano. El infante cruel se entretiene matando cucarachas —hasta entonces escondidas— que inician su pardo discurrir desde un rincón, rigurosamente en fila, desde la cucaracha abuela, hasta la jovenzuela empolvada y casadera. La sirvienta, reclinada discretamente en la policromía de su uniforme, da una nueva cita al policía o piensa reemplazarlo por otro. Ya en la nueva casa —una casa tocada de misterio— en la que nadie, excepto el chicuelo, puede dormir la primera noche, se inicia otra algaraza que se parece mucho a la anterior para adivinar en dónde están empacados los cubiertos y manteles, y no encontrarse con un par de zapatos viejos o para ver, después de una grave discusión, cuál es el lugar apropiado para colocar los espejos, según las exigencias de la nueva residencia. Ahora descubren que los escaparates tienen espaldas; las cómodas, pecho para descansar en alguna postura difícil, fuera de programa; que los baúles pueden habilitarse de sillas; que fue una bestialidad haber comprado la mesa tan ancha que no cabe por la puerta del comedor; que es una calamidad que la casa no tenga antena para el radio, porque a esa hora —cualquiera— las niñas no pueden oír los consejos de belleza que dicta, fugitiva y remilgona, la más fea de las profesoras desde un micrófono ignorado y descrestador puesto en una embrujada estación local. Después la vida se organiza y vuelve a la rutina que durará hasta la nueva mudanza, para tornar más tarde. El recuerdo de la otra casa se vuelve turbio y perezoso. Allí se realizó una vida. Está sola de gente, propicia para fantasmas. Queda como las mujeres gordas que toman específicos para adelgazar. 18 Un rato de charla con Luis Vidales Alfonso Fuenmayor Es hoy un circunspecto funcionario público. En una dependencia de la oficina general del Censo, Luis Vidales trabaja. Precisamente empadrona todo un pueblo anónimo que fue tema de sus versos. En Calarcá, una de esas aldeas que “pueden” por una buena cosecha de café, nació Vidales, allá por el año de 1904. Cuando vino a Bogotá con su familia hacía maromas en los siete años. Transcurrieron diez y se encontró en un centro de revoltosos, que siempre tuvieron una gracia de infantes, hasta cierto punto, eco de las chanzas bastante pesadas que en los teatros de París prodigaban al público Apollinaire, Picasso, Marinetti, Huidobro, etc. Era el año de 1921, época de post-guerra en que nacieron muchas escuelas literarias, que si bien no han subsistido, prepararon el terreno a muchos de los grandes literatos de hoy. Puede decirse que aquí tampoco se quedó todo en conspiración estética y contemplantiva. Agilizó la mente, dio cierta capacidad para la rebelión abstracta y se puso en camino. Se llamaron “Los Nuevos” y quizá lo fueron. Había cierta novedad en aquello de que, bajo pretextos revolucionarios, a una mesa en la que corría el “buen vino” se sentaban a beber como cardenales en bancarrota. Bajo la dirección de Alberto Lleras —y en esto había algo de profético— una publicación, órgano de la sociedad, hizo varias apariciones. Sin duda había vigor en este grupo de “Los Nuevos”. A él se debe la clausura, la ruptura total de Colombia con el grupo trasnochado de la “Gruta Simbólica” y con la manera centenarista de decir las cosas y de hacer los versos. En el café Windsor, centro de estas reuniones, cayó rebotando la breve estampa de Vidales. Llegaba con un tibio candor de amante desdichado. Entre ese círculo se movía Vidales con el desenfado de un árbitro de foot-ball… Con Tejada, de quien primero se apagó la pipa que el recuerdo, aprendió a burlarse de las ñoñeces hasta entonces de moda y tomó, ayudado por una afinidad de temperamento, lo que fue índice de su poemática. Luis Vidales, un buen día, rompió las cuerdas de su lira de marfil. Las cuerdas hasta entonces dóciles al arrullo del amor, a los jazmines marchitos y a la queja madrigalesca, las reemplazó por otras contrariamente opuestas. Las hizo de dolor humano, de barrio pobre. Su vida fue entonces la de los perros rabiosos, perseguido y hostilizado por todos. En nuestro ambiente mojigato la presencia de esa tonada lírica no podía ser menos que reprendida. En Manizales se le dijo que era peligroso, de un peligro mortal, que era “una prima tirada al suelo”. Acontecimiento inusitado fue la aparición de su libro de versos Suenan tim- HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 19-22. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 19 bres en la Bogotá pacata de 1926. Era la segunda publicación que surgía del grupo. El año anterior, Rafael Maya había publicado su Vida en la sombra. El libro de Vidales fue un escándalo como no se ha visto en Colombia. Hubo personas que pelearon por él y en las librerías de Bogotá se arremolinaba la gente para ver el libro “apestado” que exhibía, casi como una injuria, en las vitrinas hasta entonces más o menos santificadas con libros hagiográficos tolerados por la guardia pretoriana del índice pontifical. —Hoy —me confiesa— está retirado del partido comunista, que según él, cada día amanece aumentado en su poltronería. Cuando fue partido combativo, cuando fue presencia y acción, el partido lo tuvo en campos peligrosos, haciendo, en muchas ocasiones, de personaje de Andreiev por los montes del Huila. Cuando el partido vuelva por lo que debe ser un partido, Vidales retornará a lo que voluntariamente escogió. Estamos en el café Victoria y comenzamos nuestra conversación. Por una de las puertas se ve el incansable paseo de las gentes y de los tranvías. —¿Cuál es, en su opinión, el papel del escritor? —El papel del intelectual está ligado íntimamente a la época en que le toca vivir, y generalmente, es un registrador de ella. —¿En qué forma la registra? —le pregunto. —Eso depende de la época. La historia se mueve por grandes respiraciones de práctica y de teoría y el escritor y la obra no escapan a este fenómeno. A las puertas de una gran transformación revolucionaria la literatura es invariablemente naturalista. Vea usted La Celestina; vea El Quijote, aparecidas en la era de clausura de la Edad Media. En los períodos tranquilos, en cambio, la literatura muestra una marcada tendencia a las formas idealistas. Es lo que expresa Goethe cuando dice que “toda época reaccionaria es subjetiva”. Podría decirse que la literatura florece o decae, según que la época se acerque o aleje de las grandes preocupaciones humanas. En los tiempos caldeados, la política suele acabar por invadirlo todo. Se convierte en el problema central, en la temática única, digámoslo así, de los acontecimientos y las actividades universales. Entonces la literatura se vuelve política. —¿No cree usted que eso es lo que ocurre en el presente? —Exactamente. Eso es lo que acontece en el mundo contemporáneo. En la actualidad es imposible concebir una literatura que no sea política: reaccionaria o revolucionaria. En los Países Bajos, en el siglo XVI, durante toda la guerra de independencia contra la España católica, la literatura y el arte tomaron aspectos caricaturescos contra el clero, es decir, tuvieron una conformación típicamente política. No hay por qué sorprenderse, pues, de lo que ocurre en la actualidad. El papel de los escritores verdaderamente libres consiste hoy, a mi entender, en darle una dirección a la literatura en el campo político, en consonancia con los grandes problemas que contiene nuestra época, sin hacer, claro está, una obra de partido. No es haciendo una obra intencional, limitada por normas estrechas y obedientes a mandatos externos, generalmente de imposible asimilación para el escritor, como se ayuda a los más. 20 —Entonces, ¿cómo juzga usted que debe ser la obra del escritor? —La literatura debe ser desprevenida, indirecta. La línea recta no existe ni en política, ni en literatura, como no existe en geometría. Hay que regresar cuanto antes de este movimiento que viene alejando las fuentes del escritor y apagando las más altas voces. Neruda y Alberti lo demuestran. Su grandiosa lírica sometida al cepo partidista, está en quiebra. —¿Y cómo mira los versos de usted, que tienen un indiscutible contenido social igual a los que acaba de condenar? —En mis producciones últimas he revisado la orientación que yo le daba. Comprendí que hacía una obra contraproducente, porque, lo repito, el que hace obra partidista no orienta al pueblo, que de hecho queda excluido, y al pueblo hay que aclararle los grandes problemas de nuestro país y de nuestro tiempo. Ésa es la misión del poeta y del escritor. —Dígame, ¿de qué manera se opera en la historia la labor del intelectual? —A mi modo de ver —me responde— la labor del intelectual, así lo demuestra la historia, la experiencia, opera de la siguiente manera: en épocas en que se plantea una armonización de clases, la obra del escritor se resiente de ese fenómeno, lo que ocurre en gran parte del mundo moderno. Así aconteció igualmente con Dante, cuando, en su época, se intentaba en el campo político una unión de las diferentes clases en torno a la silla romana para impedir la avalancha revolucionaria de la burguesía manufacturera. Dante refleja estos acontecimientos en el infierno y en el purgatorio. En el paraíso hace alegóricamente la unión nacional. Puedo decir que resuelve poéticamente la aspiración política de su tiempo. —¿Es siempre igual? Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas —No. Si se trata de grandes conmociones la posición del intelectual es diferente. Entonces aparece éste íntimamente ligado al medio en alta tensión, como en el Renacimiento y en la Revolución Francesa, en la que los enciclopedistas expresaban anhelos de la masa. David decía en ese entonces: “Bello es lo que gusta a los más”, en donde se ve claramente la identificación con el pueblo. —Una vez cumplida la conmoción —sigue hablando Vidales— y empieza la ordenación material, el intelectual queda aislado de la vida simplemente práctica y su arte se enrarece. Se hace verdaderamente intelectual. Así aconteció con Góngora y Argote, después del triunfo de las ciudades en el siglo XVI, y con los románticos en su precipitada fuga de la ciudad al campo, a los lagos convencionales, después de la Revolución Francesa. —¿? —Cuando la nueva sociedad ha forjado su estructura material y se desarrolla en la vida pública, las esferas oficiales, las cortes lo atraen. Necesitan de una ideología. Tal fue antaño en el reinado de Augusto y en el mecenazgo de Luis XIV. Si por una u otra razón —casi siempre quiebra económica— se hace imposible esta convivencia de los literatos con las esferas oficiales, los intelectuales 21 van hacia el pueblo, hacia su materia prima, en donde encuentran su puesto. Luis Vidales no es un poeta del estilo acostumbrado. Une a su sensibilidad poética grandes dotes de crítica. Es un preocupado de los problemas de la historia. Le pregunto, aprovechando un momento de silencio: —Como los literatos hacen la literatura y usted acaba de precisar su papel, ¿cree usted que en Colombia tenemos una literatura nacional? —A mi modo de ver no existe, no puede existir. Aquí no hay una vida nacional, propiamente hablando. Hay diferencias abismales en pequeñas distancias geográficas. Como lo decía hace poco Carlos Lozano, el país está grandemente desarticulado hasta el punto de que el sistema enteramente moderno en lo económico que tiene Bogotá dista veinte siglos de lo que se practica en el Cauca. Ahora bien, no sólo en lo económico, que es factor principalísimo y no único, sino en otros dominios espirituales. A propósito de esto, el señor ministro de gobierno en una reciente conferencia dijo que el marxismo no reconocía más resorte en el movimiento del mundo que el económico. Yo me permito, basándome en la obra de Marx y en lo que consta en el epistolario de Engels, afirmar otra cosa. De manera que no hay una vida nacional, que Colombia, en sus distintas manifestaciones parece estar formada por países que si bien tienen una lengua común, divergen en muchas de sus otras formas de vida, empezando por la economía, aunque en lo político y lo social tenemos un fuerte orden de nación. Pienso que hay que robustecer la nacionalidad, hacer una estructuración propia y armoniosa. Ésta puede ser una explicación de por qué yo, que soy marxista, soy también nacionalista. —¿Pero no cree usted que se inicia una literatura nacional? —Con el gobierno liberal comenzó a hacerse historia en este país. La historia empieza ahora a mostrar entre nosotros su origen de fundación humana, no divina como en tiempos conservadores. Contamos con unos historiadores jóvenes que están fraguando por este camino una historia contraria a la acostumbrada. Arciniegas, Miramón, Tamayo y algunos otros le dan a nuestra historia nacional forma interpretativa, quizás excesivamente periodística, pero con una marcada tendencia a desentrañar el fenómeno colombiano. El gobierno de López, que preconizaba la revolución pacífica, coincide con la historia evolucionista de Miramón, por ejemplo, que rechaza la violencia. 22 Facsímil del original. El doctor Agustín Nieto Caballero habla de Europa Alfonso Fuenmayor Cromos, mayo 23/46 En Colombia, probablemente como en todo el mundo, la política es el principal vehículo que conduce a la fama. Es el más accesible y es el más efímero. Y, también, en el que cabe más gente. Sin embargo, hay varios nombres, muy escasos, que llegan a la ambicionada colina del prestigio no quemando etapas ni usando atajos, sino apoyados en la inconmovible firmeza de los propios méritos. Uno de estos es el del doctor Agustín Nieto Caballero. Su actividad profesional o, más exactamente, su apostolado, tiene los sólidos cimientos de más de treinta años de infatigable labor. En ellas ha desarrollado una eficaz campaña en beneficio de la patria que resume la de varios ministros de educación. Cuando el profesor Decroly vino a esta ciudad a visitar al doctor Nieto Caballero, quien había sido su discípulo en Bruselas, ya éste había fundado el Gimnasio Moderno. La fundación de este reputado instituto no significa simplemente haber dado al servicio de la juventud colombiana un colegio más, ni siquiera un buen colegio. En realidad, tiene un sentimiento más hondo, mucho más amplio. El Gimnasio Moderno trajo a nuestras anticuadas instituciones escolares un viento de renovación. Entonces la juventud de Colombia empezó a educarse orientada en un sentido nuevo, distinto, eficaz, técnico. Porque el doctor Nieto Caballero no ha improvisado su capacidad pedagógica. Es fruto, desde luego, de una disposición natural, pero también de una cultura profunda adquirida en prolongadas lecturas y en las mejores universidades del mundo, en donde su nombre tiene un contenido que satisfaría la más exigente vanidad. Ahora el doctor Nieto Caballero acaba de realizar una interesante correría que abarca los Estados Unidos y Europa. En su viaje llegó hasta los viejos residuos del Partenón. Dictó conferencias en los Estados Unidos, en Londres, en la Sorbona, en Italia, en Grecia, en Alemania y vio de cerca todos los matices de la miseria y del desamparo. Para hablar con el doctor Nieto Caballero hay que llegar hasta su despacho del Gimnasio Moderno. Es estimulante visitar este instituto. Los rojos pabellones y los verdes prados por donde los niños corren, impulsan suavemente hacia remotos horizontes. Es un paisaje que no parece ya colombiano y empezamos a sentirnos en los predios de alguna universidad norteamericana. Allí, frente a la rectoría, las palomas comen en las manos de los niños que les ofrecen migas de pan. En un segundo piso está la rectoría. Hay que pasar por la biblioteca del doctor Nieto Caballero. Todas las actividades de la mente humana están allí represen- HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 23-26. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 23 tadas en la abundancia de los volúmenes. Y también hay muchos retratos, pedagogos y pensadores y poetas ilustres en el mundo que fueron o siguen siendo, porque algunos han muerto, amigos del rector del Gimnasio Moderno. El doctor Nieto Caballero es un hombre afable, sencillo. Su conversación fluye espontáneamente sobre todos los tópicos. Entonces se ve que no solamente es un hombre culto, sino que es un manantial de ideas propias. Este despacho es su mejor ambiente, su natural residencia. El doctor Nieto Caballero ha sido diplomático, ha sido rector de la Universidad Nacional, pero en estas altas distinciones se ha encontrado siempre como de paso. Él se debe todo al Gimnasio Moderno. La conversación se inicia sobre Alemania, país que recorrió totalmente, visitando las zonas ocupadas por las cuatro potencias. Estuvo en el Ruhr, en Berlín, en Hannover, etc. Sobre la reeducación de Alemania, vasta empresa en la que se hayan empeñadas las cuatro grandes potencias, el doctor Nieto Caballero dice: —Cosa extremadamente compleja es la reeducación alemana, porque hay que darle a ese país espíritu democrático, llevarlos a que piensen libremente y que actúen en igual forma, convertir la disciplina militar a que los habituó el régimen extinto, en disciplina de confianza. Inglaterra, lo mismo que los Estados Unidos, ha enviado allí numerosas delegaciones integradas por sus hombres más notables en el campo de la enseñanza, pero, aún así, la tarea se llevará muchos, muchos años. Aquí se ha puesto de relieve una vez más, el common sense británico, que orienta su actividad muy eficazmente, con evidente inteligencia y fervor. No se trata de pronunciar discursos, de dictar conferencias bien intencionadas. Se trata de crear un ambiente nuevo, un clima en las relaciones humanas abolidas, arrasadas, y por el nazismo. Hay fuertes realidades que hacen penosa esa necesaria labor. Alemania tiene hoy una gama muy compleja de tipos, están los mutilados, los que perdieron sus seres queridos, los que se metieron, de la cabeza hasta los pies, en la ideología nazi, como si esa nefasta doctrina fuese eterna. Porque Alemania, es decir, la inmensa mayoría de sus habitantes, estaba segura, preparada, para la dominación del mundo y, de pronto, todo ese descabellado sueño se convirtió en una pobre realidad. El vacío que casi todos llevan dentro es difícil de llenar. La juventud alemana había aprendido el inglés, quizá con la perspectiva de estar preparada para la dominación de Inglaterra. En este idioma le es hoy fácil conversar al viajero con la casi totalidad de los naturales. —¿Los alemanes de qué manera recuerdan a Hitler? —le pregunto al doctor Nieto Caballero. —Los alemanes, según pude deducir durante mi permanencia en ese país, no defienden a Hitler ni al nazismo, pero sienten que en la guerra que acaba de pasar, ellos combatieron por Alemania, por su patria. —¿De qué manera se comportan ellos frente a la ocupación? —Alemania es un país destruido, pero no da la impresión de ser un país ocupado. Mejor dicho, Alemania, como potencia material como emporio de riqueza, no existe. Ni siquiera como posibilidad, pero no sufre, porque no se le ha impuesto, la humillación que implica el hecho de que un país esté ocupado. Ahora en la paz, los alemanes comprenden la labor de los vencedores. En ellos 24 Facsímil del original de Cromos ven unos amigos. Unos triunfadores que no quieren acabar con ellos. Esto surge del hecho de que los Aliados destacan la grandeza de los grandes hombres de Alemania en la música, en la pintura, en la filosofía, en la literatura, en la ciencia. Los Aliados tratan de llevar hasta el corazón de los alemanes esta verdad: que la verdadera Alemania, la que es un símbolo en el mundo, no es la de los militares, la que soñó Hitler, sino la que produjo a Beethoven, a Kant, a Goethe, a Erlich. Los Aliados no esconden, al contrario, publican, la admiración que sienten por esos grandes hombres. —¿Este problema de Alemania es el mismo de los demás países de Europa? —Es el problema de Italia. Allí también se desarrolla una labor similar a la que se cumple en Alemania. En estos países, como en Grecia, el drama terrible lo viven la juventud y la infancia. El hambre, el frío, parecen no tener solución. Cada niño de los millones que hay en esos países, lleva un drama propio que la vida difícilmente compensará más tarde, aunque le otorgue todas las delicias. Son innumerables los niños que ignoran quiénes son sus padres. Un anciano en América, no ha sufrido la mitad de lo que ha sufrido un niño italiano, de cinco años. La labor de la UNRRA en estos países ha sido maravillosa. Sin ese organismo que enaltece a la humanidad, la tragedia de esos países hubiera llegado a extremos que desbordaría el envase de la imaginación más grande. Créame, cuando regresé a Colombia y vi de nuevo a nuestros niños en este paraíso, no me explicaba que ellos y los que vi harapientos, hambrientos, desolados, en Europa, vivieran en un mismo planeta. Y me mostró muchas fotografías de la devastación y miseria en que Europa se halla sumida. Después, pasamos a hablar sobre España. 25 —Franco está firme en el poder. Desde luego no puedo decir si esa firmeza durará diez años o sólo 24 horas. Cuarenta naciones lo vetaron en San Francisco, cincuenta en Londres, y “sigue tan campante”. ¿Qué es lo que ocurre —me preguntará usted—, que siendo tan odiado ese régimen se encuentre, sin embargo, tan sólido? Sencillamente, es la incertidumbre en el porvenir, la carencia hasta de pistas para prever lo que pasará de inmediato. Si se tuviera la certidumbre de una paz, de una verdadera paz, el problema estaría resuelto, es decir, Franco desaparecería de España. Me parece, por otra parte, que el gobierno extraterritorial de España nada tiene que hacer en España. Sus miembros son personas de la más alta distinción, muchos de ellos son mis amigos personales. Pero ellos, cuando Franco caiga, no gobernarán, no podrán hacerlo, porque carecerán ante el pueblo de la autoridad necesaria, no habiendo compartido con ellos las horas difíciles que les tocó vivir. El nuevo régimen de España surgirá de allá mismo y serán valores desconocidos hasta ahora, pero serán hombres que no se han desvinculado de España y que habrán sufrido en sus propias carnes las vejaciones de la Falange. Ya la mañana llega a su término. Una campana ha convocado a los estudiantes que se reúnen cada sábado para la ceremonia de la izada de la bandera colombiana en el asta que se levanta en el patio principal. El doctor Nieto Caballero se asoma a la amplia terraza y llama a las palomas que acuden de distintos lugares para saludarlo. Varias se posan en sus manos y en sus hombros, y entonces, me despido del señor rector. Los recuerdos de una gran dama Alfonso Fuenmayor El Heraldo, nov. 22/49 en la Casa Blanca, publicó un libro titulado Esta es mi historia que cubría un lapso hasta 1924. Ahora acaba de editar Recuerdo esto que viene a ser como la segunda parte de su autobiografía, en la que llega a decir: “Él [Roosevelt] pudo haber sido más feliz con una esposa que hubiera sido menos criticona.” Pero en este libro, sobre el cual hemos leído unos apartes en una revista norteamericana, no sólo interesa el testimonio de una gran mujer sobre un gran homEn 1937, cuando vivía bre, sino que al lado de La señora Eleanor Roosevelt es, quizá, la mujer más famosa del mundo. Después de muerto su ilustre marido, ella ha venido iluminando, como quien dice, con luz propia. Como no se puede ser tan célebre impunemente, sobre la eminente viuda se ha hablado mucho y no mucho, y no siempre se ha hablado de ella elogiosamente. Ella misma ha hablado sobre sí misma y, tampoco, lo ha hecho encomiás ticamente. 26 una historia conyugal, se deslizan algunas anécdotas relacionadas con personalidades de la época. Ejemplos: Cuando Molotov llegó a la Casa Blanca “uno de los valets quedó tremendamente asombrado al encontrar dentro de una de las maletas del visitante, un enorme trozo de pan negro, varios pies de salchichón y una pistola” … “En una comida Franklin le preguntó a madame Chiang: ¿Qué harían en su patria con un líder sindical como John Lewis? Ella nunca dijo nada, pero alzó su hermosa y pequeña mano y se la pasó suavemente sobre el cuello”… En una de las tantas reuniones de los Tres Grandes, “Franklin se preguntaba en voz alta acerca de lo que ocurriría en sus respectivos países en el caso de que a algunos de los tres le sucediese algo. Stalin dijo: En mi país lo he arreglado todo. Yo sé, exactamente, lo que pasará.” Alfonso Fuenmayor y el periodismo barranquillero Eduardo Posada Carbó A.F. Cuando en un buen día de 1962 Álvaro Cepeda Samudio le pidió que se fuese a trabajar con él, en Diario del Caribe, Alfonso Fuenmayor se rascó “ligeramente […] un poco detrás de la oreja”. —“Confieso que no me fue fácil decirle que no” —recordaría años más tarde. Además de ser amigos, Alfonso y Álvaro habían compartido juntos esa rica aventura periodística que hizo historia en el semanario Crónica (1949-50), al lado de Gabriel García Márquez, Germán Vargas, Alejandro Obregón, Orlando “Figurita” Rivera y Quique Scopell. Decirle que no a la oferta de Álvaro, acompañada de su atractiva personalidad, no pudo haber sido para Alfonso, pues, una respuesta a flor de labio. —“No podía aceptar su invitación que era generosa como todos los actos de su vida. Yo tenía compromisos que atender en otro periódico de la localidad”: El Heraldo, donde transcurrió por largos años su carrera periodística, como uno de sus columnistas y colaboradores más notables, su editorialista de cabecera y subdirector. Pero un cuarto de siglo más tarde, cuando relataba la anterior anécdota, Alfonso Fuenmayor escribía en Diario del Caribe —cuyas páginas ya había dirigido—, como si la invitación de Álvaro hubiese quedado siempre abierta, más allá de su propia voluntad, a la espera de algún otro giro del destino. En 1975 Alfonso decidió “entrar por la estrecha puerta de la jubilación y cerrar el círculo de escritor público.” Estaba lejos de retirarse del oficio. Poco tiempo después, como él mismo lo contara, Francisco Posada de la Peña —quien había sucedido a Álvaro Cepeda en la dirección de Diario del Caribe— lo invitó también a escribir en el periódico “lo que quisiera, como quisiera, cuanto quisiera.” Quizá se volvió a rascar ligeramente detrás de la oreja. Mas las circunstancias habían cambiado y, ya sin otros compromisos editoriales, esta vez entonces pudo decir que sí. Fue tras su ingreso al Caribe, en 1976, cuando tuve la oportunidad de conocerle personalmente y gozar así de su compañía y de sus sabios consejos. *** Mis recuerdos de Alfonso Fuenmayor se confunden, casi de manera inevitable, con mis recuerdos del Diario del Caribe, ese extraordinario periódico barranquillero de tan accidentada vida, hoy desaparecido. Y se confunden, también inevitable- HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 27-36. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 27 Alfonso Fuenmayor con Julio Enrique Blanco, Director de Extensión Cultural, en la Biblioteca Departamental del Atlántico, h. 1945. mente, con memorias personales, cubiertas de nostalgia, por mis lazos familiares con la historia del Caribe y mi propia experiencia en las oficinas y talleres que le daban vida diaria, brevemente primero en las antiguas instalaciones de la Calle de San Roque, cerca del Paseo de Bolívar, y después en su sede final del Barrio Abajo, ese sector de la ciudad tan atractivo para Alfonso por conservar “casi intacta la expresión y el espíritu de la vieja Barranquilla”, ya que allí no había “hecho muchos estragos […] la implacable piedra demoledora del progreso.” Es cierto que el Caribe llegó al Barrio Abajo con aires modernizantes. Su traslado coincidió en 1972 con la inauguración del sistema “off-set” de impresión que reemplazaba para siempre a la vieja Dúplex, jubilaba de su oficio a los linotipistas, e introducía un nuevo proceso de elaboración del periódico —la revolución tecnológica que arribaba con la era del computador. Pero el periódico supo integrarse muy bien a su nuevo vecindario. Y sirvió para reforzar ese espíritu de la vieja Barranquilla que aún no ha desaparecido de sus alrededores. En una de sus notas “Aire del día”, en El Heraldo, Alfonso Fuenmayor evocaba algunos aspectos de la historia de un barrio tan integrado a la historia de la ciudad, donde habían vivido “los tripulantes de esos buques que ahora sólo navegan en las apacibles aguas del recuerdo”, y otros quizá menos conocidos pero que estimulaban la pasión de Alfonso por el significado de sus calles: aquella colonia de venezolanos allí refugiada, huyéndole a la dictadora de Juan Vicente Gómez, o la sastrería del antillano Henry Ford, el suicida que se le reapareció a Alfonso en una plaza de Nueva York. En esas calles, que él prefería seguir llamando por sus viejas nomenclaturas —Alondra, Aduana o Primavera—, se le podía encontrar con frecuencia jugando dominó, después de su rutinaria visita al periódico. La vinculación de Alfonso Fuenmayor a Diario del Caribe estuvo llena de significados. Llegaba aquí una de las figuras literarias más importantes de la ciudad, y uno de los intelectuales más destacados del liberalismo costeño se integraba al equipo de columnistas en un periódico dirigido por un conservador de tomo y lomo. 28 Alfonso solía decir que el ocio y él no eran incompatibles. Esos años en Diario del Caribe, sin embargo, no fueron de ocio. Se encargó de la sección “Lo que no dijo el cable”, y escribía con regular frecuencia su columna “Ni más acá, ni más allá” y el “Carrusel de los Días” —un análisis exquisito de los hechos más destacados de la semana, lleno de agudas observaciones, escrito con humor y suma elegancia. Fue durante esos años cuando produjo su serie de famosas “Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla”, aparecidas originalmente en el Suplemento del Caribe —con la que se ganó el premio Simón Bolívar al mejor trabajo cultural del periodismo colombiano—, editada después por Colcultura (1978) en el único libro suyo que publicó en vida. Desde sus ocasionales viajes al exterior, seguía deleitando a sus lectores con esas excelentes corresponsalías que había publicado también en El Heraldo. Se responsabilizó entonces de la dirección del Suplemento del Caribe, que después tomaría el nombre de Intermedio, desde donde continuó los pioneros esfuerzos que el periódico había hecho para abrirle más espacio a la cultura. Tan importante como sus colaboraciones escritas y editoriales era su misma presencia física en el periódico, por la confianza que irradiaba en la sala de redacción su cercanía entre quienes apreciábamos el formar parte de un equipo que contaba con un periodista de tanto prestigio —“el Maestro”, como todos le llamábamos en señal de respeto. Su vinculación a Diario del Caribe fue aún más estrecha cuando en 1982 asumió la dirección del periódico. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Yo viví con particular intensidad dos épocas del Caribe, en las que tuve la fortuna de apreciar de cerca las cualidades humanas y profesionales de Alfonso Fuenmayor, la nobleza de su carácter y esa erudición abrumadora que él sabía manejar con infinita modestia. A fines de 1979 comencé a trabajar en el periódico como asistente de la dirección. Entre mis tareas, me propuse una muy simple y básica: reorganizar sus páginas editoriales, asignándoles espacios fijos y regulares a los columnistas. Mi propuesta fue inicialmente recibida con cierto escepticismo, pues erróneamente 29 A.F. con Julio Mario Santo Domingo y Roberto Pumarejo, Barranquilla, nov. 20/71. se asumía que el incumplimiento era una condición casi natural del oficio. “Ni más acá, ni más allá”, la columna de Alfonso, aparecía dos veces por semana y ocupaba un lugar especial entre los colaboradores. Confieso que hubo tardes agonizantes, cuando la hora del cierre de la página se extendía para esperar su columna. El archivo del periódico, sin embargo, da fe de la regularidad de sus colaboraciones. Alfonso se aparecía al caer la mañana en la sala de redacción con sus dos cuartillas, escritas en papel periódico amarillento y dobladas en cuatro en uno de los bolsillos de su camisa o de sus pantalones caqui. Una fotografía lo retrata sentado apaciblemente en el cubículo que era entonces su oficina, al lado de una máquina de escribir que poco usaba pues escribía casi siempre en su casa. Durante esa época tuve la oportunidad de visitar en alguna ocasión su biblioteca en la vieja y acogedora residencia de la Avenida Colombia, donde vivía con Adela, su esposa. Conservo como si fuera ayer la imagen de un larguísimo cuarto con sus paredes atiborradas de libros, hileras de libros y revistas amontonadas también en el medio de la habitación y, a uno de sus lados, el escritorio con su máquina eléctrica y una silla refrescada directamente por un abanico de pie. Allí estaba, como él la describiera, su “instrumento de trabajo.” La biblioteca era para él lo que un taller de utensilios era para “un buen ebanista” o “un buen mecánico.” ¿Importa saber cuántos libros formaban parte de su taller? Alfonso se refirió alguna vez de manera despreocupada al tema: “serán siete u ocho mil volúmenes colocados, muy al azar, en sus anaqueles y en un desorden en el que ocasionalmente, y no sin algo de desesperación me extravío.” Se ufanaba, según Ramón Illán Bacca, de “tener la biblioteca más completa sobre Anatole France”, a quien citaba con frecuencia —una de cuyas obras recomendaba para entender las agonías y los sufrimientos de los bibliófilos. Como buen bibliófilo, lamentaba la desaparición en Barranquilla de las Ferias del Libro y de las librerías de lance, o de viejo, que habían hecho famoso al callejón de Pica Pica. 30 Algunos visitantes, movidos por esa curiosidad que siempre despiertan los libros entre quienes no pueden ven en ellos herramientas de trabajo, le preguntaban: —“Dígame una cosa, ¿se ha leído usted todos esos libros?” A lo que Alfonso Fuenmayor respondía: —“Algunos de esos libros no los he leído, pero muchos de los libros que he leído no están aquí.” La suya no era una biblioteca para exhibir ante visitantes curiosos. Y esa imagen que conservo de ella lo retrataba a él, creo, en forma genuina: esa sabiduría que proyectaba sin falsas apariencias. Una imagen que reiteran sus columnas. Así escribiera sobre las calles de Barranquilla, o sobre Borges de paso por París, el estilo sencillo de su narración no era entorpecido por las citas a sus autores preferidos. “Nunca me he llamado a mí mismo un intelectual, y nadie se ha atrevido a llamarme así en mi presencia”, escribió Bertrand Russell. Alfonso Fuenmayor tampoco necesitaba posar de intelectual, aunque su oficio lo definiera como tal. El siempre se definió como un periodista. O como un “escritor público que no pretende decir la última palabra sobre nada.” Cualquier análisis de su vida y obra tendría que examinar con mayor detenimiento su papel como director de Intermedio, el suplemento literario que circulaba con Diario del Caribe los domingos. Otros que trabajaron estrechamente con él en esta tarea podrán ofrecer mejor que yo una visión más fiel y justa de su contribución intelectual como editor. Sospecho que no es un aporte fácil de medir con exactitud, sobre todo cuando el evaluar los resultados de una labor orientadora, cualquiera que ella sea, encierra grandes dosis de subjetividad. Alfonso Fuenmayor no estaba interesado en las letras parroquiales, ni se dejó obsesionar por el “boom latinoamericano.” Su interés estaba, como me lo dijo al asumir la dirección del suplemento, en los valores universales de la literatura, sin importar su origen. Y así lo corroboran las observaciones de Jaques Gilard al estudiar el ideario del Grupo de Barranquilla. Un día de 1979 le anuncié que me preparaba a viajar por primera vez a Europa, y le solté la pregunta de rigor: —“¿Se te ofrece algo?” —“Sí”, me respondió. “Trata de conseguirme ejemplares de la revista Qui police? en los kioscos de París.” No fue difícil dar con esta revista que despertaba mi curiosidad, y logré conseguir un par de ejemplares que le entregué con satisfacción. Alfonso estaba por supuesto más satisfecho. Qui police? era una revista de crónicas policivas, de la que él traducía los más jugosos casos de pasión criminal para publicarlos en las últimas páginas de Intermedio. Como buen periodista, quizá le motivaba el poder llevar el suplemento cultural a un público más amplio, haciendo uso de atractivas crónicas policiales, después de todo, un género clásico de la literatura. Le gustaba de cualquier manera el melodrama, como lo confesó en algún momento: 31 “Tengo el gusto por aquellos enfrentamientos entre lo angelical y lo depravado, por aquellos autores con predilecciones maniqueístas que plantean la lucha entre el bien y el mal no pocas veces con candorosa atrocidad.” ¿Qué tan fiel era a los textos originales o qué tanta libertad le daba a su imaginación en esas traducciones de Qui Police?, es una pregunta que podría interesar a los estudiosos de su obra, quienes tendrían entonces que tomar en cuenta la observación del mismo Alfonso: “La tradición fiel no existe”. A.F. con Misael Pastrana Borrero. Mis relaciones con Alfonso Fuenmayor fueron mucho más intensas cuando, años más tarde, me invitaron a dirigir Diario del Caribe. —“Remata de una esa tesis” —decía el cable que recibí de Enrique Santos Calderón, en el que me urgía regresar a Barranquilla, una vez concluidas las negociaciones que le permitieron a El Tiempo adquirir el periódico de la familia Santo Domingo. No pude en ese momento “rematar” mi tesis universitaria. Pero pronto estuve de regreso, un día de octubre de 1986, dispuesto a asumir la dirección del periódico, con inocultable orgullo y juvenil entusiasmo. Una de mis primeras llamadas que hice a mi regreso a Barranquilla fue a Alfonso Fuenmayor. Desde un principio me pareció imprescindible su colaboración. Su positiva respuesta fue un gran estímulo para iniciar esa ambiciosa tarea que se me planteaba como un enorme reto profesional. Durante el tiempo que permanecí al frente del Caribe, tuve así la fortuna de contar con su valioso apoyo —su sabiduría, experiencia y trayectoria periodística hacían de él un consejero editorial de virtudes excepcionales. Como en épocas anteriores, “el Maestro” llegaba al periódico al caer la mañana, cuando conversaba con él sobre la edición del día. Siempre sentí que era un privilegio gozar de su compañía y consejos. Como me parecía también un privilegio el que en las páginas editoriales del periódico se siguiera publicando su tradicional columna, “Ni más acá, ni más allá.” *** Los estudiosos de la historia del periodismo colombiano que se acerquen a la obra de Alfonso Fuenmayor no tardarán en descubrir la riqueza de su contenido. Sobresale en ella su interés por la cultura, en sus más variadas dimensiones. Quisiera, sin embargo, destacar otros aspectos de su trabajo periodístico que merecerían mayor atención. Podría decirse que Alfonso Fuenmayor fue ante todo un periodísta cívico — cívico en su sentido estricto: perteneciente a la ciudad. Y esa ciudad, por supuesto, es Barranquilla. Alcanzó a definirse como “barranquillero viejo”, con un íntimo sentimiento de pertenencia ciudadana que parecería a ratos extraordinaria, como para tener que reclamar, en una ciudad de inmigrantes, que “tenemos barranquilleros nacidos en Barranquilla y hasta barranquilleros de padres barranquilleros.” Él era un barranquillero que además podía decir con orgullo que su bisabuelo, el general José Félix Fuenmayor, había construido el antiguo mercado público de la ciudad, que llevó su nombre. Su pasión por Barranquilla estaba mezclada con esa nostalgia natural por una ciudad que vio mejores días. Nunca compartió la crítica que Álvaro Cepeda Samudio hizo en algún momento contra sus antiguos dirigentes en aquel famo- 32 Foto Scopell A.F. y Alfonso López Michelsen. so escrito donde los bautizó como “los bobales”. En las décadas de 1970 y 1980, Barranquilla sólo parecía mostrar señales de deterioro urbano. ¿Había sido siempre así? “Claro que no”, escribió Alfonso: “[…] en tiempos de los ‘bobales’, la cosa era otra cosa”, mientras identificaba muchos de sus logros —la Biblioteca Departamental, el Instituto Tecnológico de donde surgiría la Universidad del Atlántico, la Orquesta Filarmónica, o la colección de libros de autores costeños. Esa pasión se convertía en placer cuando, al despedirse temporalmente o regresar de sus viajes, contemplaba la ciudad “a vuelo de pájaro”, desde la ventanilla de un avión. “Me agrada ver a Barranquilla desde arriba”, señaló con cierto sarcasmo mientras tomaba rumbo hacia la Gran Manzana: “no se le ven los defectos que […] disimula.” Pero en esa manifestación, que podría interpretarse también como de vergüenza ciudadana, no podía ocultar su genuina fascinación por el “inmenso jardín” que apreciaba desde las nubes: “las viejas casas con sus viejos patios […], sus viejos ciruelos, sus viejos mangos de penetrante aroma, sus acacias de capullos radicales, sus almendros de sosegada sombra […] las ampulosas ceibas […] que proporcionan una engañosa sensación de eternidad y los robles que esperan todo un año para contribuir con su floración, morada o amarilla, al esplendor de la Navidad.” Ese paisaje, según Alfonso, era “algo como para inspirar […] hasta Rudyard Kipling, ¿por qué no?” No debe extrañar entonces el que la ciudad fuese uno de los temas predilectos de sus columnas. La ciudad y sus problemas cotidianos: los servicios públicos, el estado de sus parques y sus calles, sus expresiones culturales —o la falta de ellas. Abordaba su tarea sin solemnidades. “Los editorialistas”, reflexionaba sobre su oficio, “no representamos ni la ciencia ni la técnica, sino, más bien, el sentido común, el punto de vista que puede ser el de un hombre de la calle que no sea un necio y que quiera ser justo e imparcial, a quien molestan los andenes desportillados […]” Como columnista se apartaba con mayor razón de la adustez que caracterizaba al escritor de editoriales, pero sabía conservar ese sentido común del hombre de la calle, a quien no le podía caer mal alguna cita del Dr. Johnson. Y a sus críticas nunca les faltaba un toque de humor, como cuando escribió sobre esos 33 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas semáforos que “no andan bien”: “parecen ser ‘temperamentales’ y arbitrarios y cambian de color caprichosamente o no cambian […] Cuando menos peligrosos son esos semáforos es cuando ‘se va la luz’. Entonces ya la gente, la de a pie y la otra, sabe a qué atenerse.” La pasión de Alfonso Fuenmayor por Barranquilla se extendía también a la región. Su regionalismo se expresó en la defensa de los valores culturales de la Costa. “Nosotros los costeños somos tan desafortunados”, se quejaba del desdén del interior andino, “que hasta el hecho incuestionable de que manejamos el idioma con más o menos corrección se nos niega y se nos niega agresivamente.” Se mofó con frecuencia del acento y de algunas expresiones del “cachaco de chinchurria.” Y, con aire triunfalista, anunció que desde hacía algunos años la “‘descachacalización’ del interiorano” estaba en marcha frente al avance nacional de las expresiones culturales costeñas. En contraste, “la música del doctor Villamil, que no carece de hermosura, ciertamente es un anacronismo encantador. Y es casi una lápida que se coloca sobre un mundo que se fue y ya no es.” Políticamente, su regionalismo se manifestó con mayor claridad en el apoyo que brindó a la candidatura presidencial de Evaristo Sourdís en 1970. “Ningún costeño”, entonces advirtió, “querrá echarse sobre su conciencia el remordimiento que implicaría no haber contribuido a la victoria de uno de los suyos.” Sourdís era, en sus palabras, quien “con más cabalidad da la imagen de un hombre civilizado […] con las virtudes de un estadista sobresaliente excepcional.” 34 Identificó al centralismo como contrario a las “legítimas aspiraciones de este litoral.” Sus posiciones regionalistas, sin embargo, no significaron liberar de culpabilidades a quienes manejaban el poder local. Las “desventuras” que sufrían los ciudadanos, “las que hoy padecemos con un estoicismo que casi ya ha extinguido todas las reservas, en gran parte tiene responsables dentro de los mismos límites de este municipio y de este departamento.” Las lealtades políticas de Alfonso Fuenmayor, no obstante su regionalismo, estuvieron siempre con el partido liberal colombiano. En alguna de sus columnas recordaba aquellos años que, sin perder su condición de periodista, ocupó una “curul en el Senado de la República en nombre del liberalismo del departamento [del Atlántico]”. Fue también embajador de Colombia ante la Organización de las Naciones Unidas en Nueva York. El oficio del político que cuida de su clientela no parecía amoldarse a su espíritu. No dejó de escribir “cartas de recomendación” —un promedio diario de diez en sus años más activos, según él lo confesara: “baste decir que hay acróbatas que han entregado cartas mías a los directores de circo.” Parecía el grito desesperado de quien se sabía impotente para resolver de esa manera tan angustioso problema humano. Sabía que, en nuestra pobre economía, los “empleos disponibles en el sector privado” eran “prácticamente utópicos y en el sector público carezco de respaldo político.” Me parece importante valorar la dimensión política de su obra periodística, su compromiso intelectual con el partido de sus afectos, el liberalismo. Alfonso Fuenmayor fue un hombre de partido, en el mejor sentido del término —defensor de las formas de gobierno representativo, y del papel del liberalismo en la historia nacional. Sus columnas, es cierto, estuvieron muy lejos de ser las de un activista político. Habría que examinar con mayor detenimiento su tarea de editorialista, en más de 25 años en El Heraldo, y en su época como director del Diario del Caribe cuando éste se presentaba a sus lectores como “un periódico liberal para la Costa.” Al sugerir que se aprecie también su condición de intelectual del liberalismo costeño, estoy simplemente llamando la atención sobre la necesidad de tener en cuenta su adscripción a un ideario político al estudiar su obra periodística. Hay en ella, pues —en ocasiones abiertamente, otras veces de manera sutil—, la defensa de unos valores, de unas figuras, de una forma de juzgar el pasado nacional. Y hay también en su obra, más allá de los afectos partidistas, la defensa de las expresiones más genuinas de la democracia. En una atmósfera de creciente hostilidad intelectual contra la llamada “clase política”, Alfonso Fuenmayor no adoptó el discurso de la anti-política. Sin exculpar a los políticos, solía recordarles a los ciudadanos su cuota de responsabilidad al no utilizar, o al utilizar equivocadamente, la herramienta de la democracia: el voto. Así como criticaba a los abstencionistas, criticaba también cierta contradicción aparente: “la gente […] de todos [sus] infortunios responsabiliza a los políticos, esos políticos que, precisamente tienen un sólido apoyo electoral en los maldicientes, en los que protestan.” *** 35 Foto de Nereo A.F. con Rafael Escalona, jun., 1956. Ramiro de la Espriella lo describió con fidelidad: “[…] un maestro de las letras, un viejo navegante del periodismo, ocasional incurso de la política para darle lustre intelectual, grato amigo sentado a la misma mesa de la tertulia, a quien la sabiduría de la vida lleva de la mano a la humildad y serena comprensión de las cosas.” Difícil hacer un retrato completo en esta apretada semblanza, y más difícil hacerle plena justicia a la riqueza de su vasta obra. Habría que destacar que Alfonso Fuenmayor fue ante todo un escritor de vocación y profesión. Tomó desde temprano la determinación de estudiar filosofía y letras, en medio de las burlas de algunos de sus amigos que, al saber de su propósito, le pintaban “el porvenir con paleta dantesca.” “El que no piensa vencer está perdido”, le escribió a su mamá desde Bogotá en 1936, cuando le decía que “hasta ahora no he hecho sino poner peldaños para llegar hasta donde me propongo.” No sabemos si en verdad llegó hasta donde entonces se propuso. Pero sí sabemos de los valiosos logros de su carrera como escritor, dedicada primordialmente al periodismo. “El periodismo libre”, observaba en 1977, “es la profesión más hermosa del mundo y quienes más le rinden pleitesía son aquellos a quienes incomoda. El mayor homenaje se lo hacen los déspotas cuando lo persiguen y lo proscriben.” Escritor y periodista ejemplar. Sin dudas. Pero su vida y obra en una más amplia dimensión política deberían ser también paradigmas en los graves momentos de crisis nacional. Hoy, cuando a los colombianos sólo parecen identificarnos los extremos, la figura de Alfonso Fuenmayor surge como el mejor emblema del centro, de esa nación ponderada que con frecuencia ignoran las corrientes intelectuales que apenas quieren ver conflictos en nuestra historia. El nombre de su columna —”Ni más acá, ni más allá”— reflejaba muy bien ese apego a la moderación. Tal ha sido, por supuesto, la manera de ser por excelencia del barranquillero, la mejor de sus virtudes, esa capacidad para la transacción fruto de un “precoz cosmopolitanismo” que, como lo describiera el mismo Alfonso Fuenmayor, hizo de los habitantes de Barranquilla “gentes comprensivas y les ha permitido, con tolerancia, saber cómo son los demás y, muchas veces, lo que hay detrás de las cosas.” 36 Crónicas sobre San Andrés Alfonso Fuenmayor De nuevo San Andrés Feb. 21 y 22 de 1959 I Visto desde el avión, caminando por sus playas, andando por sus caminos caprichosos o balanceándose en el recuerdo, San Andrés es una isla hermosísima que duerme bajo la música verde de las palmeras. Por sus cuatro costados ya desbravadas llegan las olas, esa innumerable jauría de mansos fox terriers, a saludarla. Después de casi un año de ausencia he vuelto a pisar sus arenas, he vuelto a ver sus lagartos azules escurriéndose entre la maleza, he vuelto a ver en la peluquería sentados en la posición que es más fácil levantarse los mismos jugadores de damas con el tablero sobre las rodillas, con ese mismo, con ese inconfundible silencio del que sueña. El chofer me dice con su canción que no sabe si está triste o si está contento. A él que le den una cabrilla y un camino. O sólo una cabrilla, el chofer gira tontamente, como aquel carrousel al crepúsculo indolente, sin sorpresa, porque las cartas del paisaje están marcadas. Es el tremendo fastidio de la belleza, cuando se vuelve rutina. Es la cosquilla que comienza a sangrar. II Gente, mucha gente por las calles, con la codicia casi luminosa, dispersándose en el rostro. Es una codicia limpia, sin pudor, sin atenuantes, es una codicia bárbara y hermosa. Una codicia desaprensiva de maleta abierta. La gente entra y sale de los almacenes con el mismo, con el inalterable gozo lleno de angustia. Y de lejos la canción: Aquí encontré un amor. En un almacén se me cayó un billete. Cuando lo recojo, una mujer me lo arrebata y dice bien alto que es de ella, y otra mujer —su compañera— también lo reclama. Es imposible decir quién grita más, quién razona más rápidamente, quién se quedará finalmente con esos cien centavos que se aprietan, invisibles en un mugriento papel. Dejo a las dos mujeres disputando, peleando, acabando sin piedad con una amistad de muchos años. Estoy casi avergonzado. Ahora siento remordimiento. El dueño del almacén me trae de la trastienda una aterida botella de Águila, a la medida de mi sed canicular. Le pregunto mecánicamente —como si sólo le dijera “qué hora es”— cuál es el precio de un artículo. Una señora, cuya corpulencia exageraba monstruosamente los paquetes que cargaba, me ha desalojado HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 37-41. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 37 de un codazo, como quien dice. Ahora es ella la dueña absoluta del diálogo. El hombre me había pedido ciento veinte pesos por un vestido de baño. “La última moda de Long Beach”, era amarillo. La señora ha comprado el vestido de baño por ochenta pesos. El hombre me muestra ahora otro vestido de baño exactamente igual, al que se había llevado la señora que parecía un hombre orquesta, y me dice “vale ciento veinte pesos. No puedo rebajarlo nada, porque no me gano un centavo.” Nunca me habían pedido tanto —(cuarenta pesos por una botella de cerveza). III En el Giggle Gungle detrás del mostrador, tres negras, podría jurar que tres hermanas, ríen como si estuvieran en una fiesta. En un plato me colocan unas sardinas portuguesas y en un vaso, un jugo de frutas de California. En la puerta, ya para irme, pero todavía indeciso sobre el rumbo que iba a tomar, se me acerca un negro de unos veinte años. Lo que me propone es un negocio del que seguramente vive: es un colocador de la “bolita” que se juega con la lotería de Panamá. IV Meses atrás había sido muy gentil conmigo. En su casa me había brindado unos cangrejos rellenos, tibios, fragantes, inolvidables, hechos según una receta que para mí resultó indescifrable. Juntos él y yo, nos filmaron varios pies de película para un noticiario. Él me había dicho: “A mi próxima hija la llamaré Archibolda. Espero que nazca esta noche o mañana en la mañana.” Ahora he vuelto a verlo. Esta vez, sentado frente al mobiliario chino de la Intendencia. Me miró largamente. Entonces me di cuenta que no me conocía, y era como si yo asistiera por primera vez a la escuela. A las narices me llegaba un olor a libros nuevos. Mi saludo fue una despedida. A veces creo que ahora sí me recordará. No por mi nombre, ni siquiera por mi cara. Sólo como el visitante misterioso. V Allá va, gorda, resbalando como una indecisa gota de engrudo que no acaba de caer. Es Miss Ann. Parece también una primavera que camina por la angosta vereda como si fuera el camino del cielo. No es ella la que lleva la Biblia. Es la Biblia la que la lleva a ella, directamente a la prédica del reverendo señor Smith, el pastor, que espera, paciente, mientras sus casas rentan menos de lo que él quisiera, a toda su feligresía. Él está allá, en su iglesia, de madera, esperando su rebaño para que lo oiga hablar, para que lo oiga decir que los usureros van al infierno, que los usureros tienen, en lugar de corazón, un signo de pesos, que los usureros al ponerle precio al tiempo, están usurpando una facultad divina. VI El domingo es una melodía. San Andrés se ha empolvado, se ha bañado. El domingo de San Andrés se ha quedado quieto y se aprieta alrededor de un instante, que no quiere pasar. Yo veo San Andrés o quizá, sólo veo el domingo desde la ventana del hotel. San Andrés saluda con una simpatía universal. Se inclina como el payaso a quien han aplaudido en el circo. Por un instante tan breve como puede ser el sollozo de una mariposa, pienso que siempre he vivido allí, sin pasado ni futuro, junto a los cocoteros, oyendo al reverendo Smith predicando los domingos y te- 38 niendo una visión del mundo, todavía más confuso, que empieza detrás de las últimas olas visibles. VII A las dos de la tarde oigo altas, inconexas, pero no impertinentes, las notas de un piano que alguien, con un solo dedo de la mano derecha está tocando. El piano está cerca, pero es como si las notas llegaran de lejos, tiernas, fatigadas, no tratan de descifrar nada y sólo son eso; un poco de ruido que se diluye sin propósito en el bochorno. Como si sobre el dibujo de un niño, un hombre piadoso pasara un borrador. ENTRE LOS PAPELES YA CASI AMARILLOS VIII Para Alejandro Obregón Era la madrina, era la mamá, era la abuela del mundo. Eso se veía bien claro. No tejía, quizá tampoco pensaba, pero estaba viviendo una vida que ya no era la suya, sino la de unas trenzas rubias, la de unas faldas que apenas llegaban a las rodillas, la de unos ojos azules, siempre al borde de las lágrimas. Eso hacía no sé cuántos años… Con su humilde, con su casi imperceptible majestad había convertido ese banco del Central Park, en un trino. Allí estaba quieta, respirando un aire en el que había un errante olor a establos, precisamente el olor que echamos de menos cuando en la Navidad miramos un nacimiento. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas A su lado, con un firme designio de ser bate de baseball, crecía un abeto, dorado por un otoño, que comenzaba a ser opulento y que vendía por cualquier cosa su inocencia en el espacio apacible. Junto a ella, la gente pasaba con la estúpida prisa de los que no van a ninguna parte, con la desesperada urgencia de quienes van a llegar tarde donde nadie los espera. Estaba acurrucada, pero estaba cómoda, como si en su interior estuviera ocurriendo un milagro silencioso, porque no había un solo pedacito en su corazón al que algo o alguien no hubiera llegado alguna vez para quedarse. Ella lloraría por el perro que aún no se ha ahogado y por la media que en vano busca la hija del esquimal. IX La niña dormía, no en el sueño de nadie sino en el suyo propio. Y allí había aros y gritos más reales que en la vida. Todo el andén, era de ella, para ella, para sus dos tibias mejillas que hubieran sido rosadas si la niña no fuera una pobre negrita. Ajena, extraña a todo, pero participando en la vida al través del 39 sueño, la niña respiraba tranquila, profundamente, como si cumpliera un castigo de la escuela a la que nunca había ido. Pero la niña no existía. Si alguien la mirara comenzaría a vivir como la rosa que sólo huele cuando dos narices se le acercan. X He visto muchos vagabundos. Quizás más de los que puedo recordar. Había algunos muy curiosos, como aquel que tocaba el piano y comía tiza. Como aquel, tan majestuoso que había ennoblecido el ocio. Como aquel tan corpulento, que se asustaba porque asustaba a los niños. Como aquel tan tonto, que me dejó en la mano una moneda de diez centavos. Como aquel… pero, no la vida no va a durar tanto… Este vagabundo me tomó de sorpresa. Lo vi venir balanceándose, sobre el andén. Yo lo esperé. Estaba anhelante y fatigado y triste. Muy triste. Me hubiera gustado saber qué llevaba dentro de sus maletas; me hubiese gustado saber qué llevaba dentro de sus dos maletas; me hubiera gustado saber qué decían los periódicos que desbordaban de sus bolsillos. Estuvo junto a mí, muy cerca. Lo hubiera podido tocar con la mano y hubiera podido decirle: “Ola, ola”. Tal vez me hubiera contestado. Tal vez me hubiera contado algo. Se detuvo en la esquina, con la fugaz pero consciente indecisión del que se orienta. No me miró y yo no estuve en su vida más que el remoto pito de un buque que se alejaba de algún sitio. Y cuando no podía verlo, ni él podía oírme, le grité: “Capitán, Capitán.” XI Flatbush Avenue, larga y sola. Y ese negro, en el aire transparente en el aire esbelto del domingo, haciendo girar su bastón. Si solamente volara un pájaro sobre Flatbush, si solamente hubiera volado un pájaro algún día sobre Flatbush Avenue habría menos soledad ahora. Y el negro, más allá del gozo, haciendo girar, en el aire su bastón y haciendo girar, con su bastón, todo el otoño. Yo voy hacia los álamos, los pobres, ya sin hojas, pero con las hojas prometidas, allá lejos, donde la vista es una forma de ceguera. El negro, siempre con su bastón, escapado de un circo o inventando un circo, me deja una primavera anticipada de perfume, como ese crepúsculo mentiroso, que se ve detrás de una cascada de vino. Las flores que no veo, me las deja el negro en el olfato y entre ellas hay una conocida. Lo ha hecho para que yo no esté solo. Pero de todos modos, ancha, larga y sola, Flatbush es un desafío. XII Hoy, como entonces la calle sube la loma, qué ágil, qué fiel. Así es el amor. Así es la caridad. Ni una brizna más. Ni un pelo menos. Como luciría un pollino subiendo la 40 cuesta. Como bramaría un río bajándola. La calle sube la loma para que la miren. Para que digan: cómo es de valiente, cómo es de obstinada. Ella es como los otros; le importa la opinión ajena. De tanto mirarla, ya casi no hay loma, y claro que entonces, tampoco hay calle. Pero queda tembloroso, tímido, asomándose a su propia muerte, un levísimo recuerdo de pisoteadísimas camelias. XIII Dulcemente la niña le hala los pelos a la muñeca dormida. No quiere despertarla, no quiere que empiece a llorar con su voz insegura, ventrílocua y destemplada de cayo que se queja en la soledad o de caracol que, de pronto, se ha quedado afónico. Así de suave, de lenta, de impersonal es la oración. Hay momentos, son momentos muy dramáticos, en que no se sabe cuál de las dos es más hermosa. En la indolencia enfermiza del crepúsculo, la niña le hala los cabellos a la muñeca y es como si ella no estuviera allí, sino en otra parte, vestida de azul, diciendo esas cosas que no caben en la filosofía cotidiana de los hombres sensatos, pero que con tanta elocuencia dicen los ojos secos, marchitos, inhumanos, de la muñeca. XIV Lejos, lejos, en el espacio y en el tiempo sonaba el pito del tren, como un remordimiento que se extrañaba humeante y tal vez alegre a despertar a los que sueñan. De nada vale taparse los oídos, esconder la cabeza entre las almohadas: en la vaguedad en que palpita, el grito lo hace más claro. Hay alguien en una de las ventanillas del tren, una maestra, que no sabe siquiera que va viviendo los momentos más plenos de su vida, en la que hay crisantemos, pequeñas zozobras que se parecen a la muerte, sin antes ni después, dulces y parpadeantes agonías. Su perfil va cortando un aire repetidamente virgen. XV Una y otra vez ha contado las monedas y una y otra vez se ha quedado pensativa, al borde de la piedra, en una víspera de cuarzo. Ni el pensamiento de Heráclito fue tan intenso. Su vida, un pedazo de vida, se había desintegrado en pequeñas circunferencias de plata. ¡Cómo es de trágica la pérdida del tiempo, de esas veinticuatro horas diarias que a ella la hacían igual, exactamente igual, al millonario! A eso quedaban reducido su hambre y sus pies desnudos, sus largas noches en los largos andenes de la infamia. 41 Carta de San Francisco [Hacia la Universidad de Stanford] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, 1957 No había que mirarla dos veces para verle las arrugas de la cara, ni para advertir detrás de los lentes de finísima montura dorada, la claridad azul de sus ojos. Era una viejecita de pelo completamente blanco, una viejecita que parecía una peinillita blanca de diez centavos, que cargaba incontables paquetes con mayor desenfado que el que yo empleaba para manejar un ejemplar del San Francisco Examiner. Se sentó a mi lado en el bus que yo había tomado para Palo Alto, California. Por encima de los paquetes que había colocado ritualmente sobre sus rodillas, me miró. Y ese fue el principio de una amistad de sesenta kilómetros de Greyhound. Lo primero que me dijo fue que estaba muy feliz con el triunfo de los Yanquis en el primer juego de la Serie Mundial. No era una felicidad completamente de ella sino, también, la felicidad de un nieto al que iba a visitar esa mañana en Redwood. La viejecita había nacido en un pueblecito de Georgia y allí, cincuenta años atrás, había estudiado el francés a conciencia. Últimamente había notado que se le estaba olvidando un poco y por eso se proponía viajar el próximo verano a París. “¿Cómo le parece…”, me preguntó. Tuvo entonces la sensación de que había cometido una cierta descortesía y el tono de sus ojos se al- Por cada uno de sus cuatro lados el terreno de la universidad tiene 25 kilómetros de longitud. El estilo de las construcciones es españolizante, Cuando ella estaba ya y sus corredores se deslien la esquina de una zan bajo amplias arcadas. calle de Redwood y el Stanford tiene actualbus continuaba su ruta hacia el sur, la viejecita mente ocho mil alumnos me dijo adiós con la ca- y mil profesores y allí vibeza. Así concluyó una ven casi todos. Sus alumamistad que había sido nos provienen de las cinco partes del mundo y los cordialísima. asiáticos son los que Pocos minutos des- más se distinguen por pués de haber llegado a las peculiaridades y por Palo Alto dos profesores el vestido que llevan. La de la Universidad de señora de Luis Enrique Stanford nos condujeron Osorio, que va conmigo, en sus automóviles has- me señala uno de esos y ta la universidad, que me explica que es un hasta finales del siglo príncipe de Pakistán y pasado había sido, sola- que, cuando está libre, mente, una de las pro- trabaja en una bomba de piedades del señor Le- gasolina de la vecindad. land Stanford, un pro- Si algún día ese prínciminente californiano pe llega a reinar y lo deque se entregó a la filan- rrocan —cosa que nadie tropía probablemente extrañaría— entonces por cuestiones senti- podrá defenderse en la mentales a las que no es vida con la honorable extraña la muerte pre- profesión de vendedor matura de un hijo suyo, de gasolina y lavador de ocurrida en Roma, Italia. carros. teró de una manera casi imperceptible. Enseguida agregó: “Oh, probablemente también iré a España.” Carta de San Francisco [En la Universidad de Stanford] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, oct. 14/57 El profesor Ronald Hilton está desarrollando, a la cabeza del departamento latinoamericano de la 42 Universidad de Stanford una labor intensa y eficaz. Sus estudiantes tienen un conocimiento minu- cioso de la historia y de los problemas de los países latinos de la América Latina. No sólo conocen a estas naciones sino que se apasionan por sus circunstancias y sus dificultades. En un aula del departamento de Asuntos Latinoamericanos leo, prendida en una de las paredes, un papel en el que figuran, en una columna, los dictadores caídos en los últimos tiempos y en otra columna, los que deben caer. Acaso no sobre decir que los estudiantes de este departamento son norteamericanos. El profesor Hilton, quien me ha hablado con mucho cariño de las gentes de Barranquilla, está legítimamente orgulloso con el archivo que está realizando y que cada día es más grande. En ese archivo es posible conseguir cualquier información sobre cualquier aspecto de la vida de los países latinoamericanos. La prensa del continente —con la natural excepción de la prensa colombiana que no les llega— es allí constantemente revisada y los artículos que hacen relación a los problemas y a la vida hispanoamericana son recortados y archivados. Dentro de algún tiempo quien quiera informarse sobre una cualquiera de las veinte repúblicas al sur del Río Grande tendrá que venir aquí a Stanford en donde encontrará una impresionante y exhaustiva documentación. *** En Stanford hay una linda capilla de estilo renacentista. No está dedicada a ninguna iglesia o religión en particular porque es, al mismo tiempo, un instrumento de la tolerancia religiosa. En ese templo ofician todas las sectas protestantes, los judíos, los mahometanos, etc. Por invencibles y poderosas razones no se ha logrado que allí diga misa ningún sacerdote católico, y los estudiantes católicos asisten, entonces, a una iglesia de Palo Alto. do todos los libros, todas las publicaciones, todos los documentos que se relacionan con la época durante la cual el señor Herbert Hoover ocupó la presidencia. Todos los días, por la mañana y por la tarde, el ex-presidente Kerensky va a la torre Hoover a documentarse él para la monumental historia de Rusia que está escribiendo y en la cual ha tenido un lugar importante. En la actualidad los documentos que consulta están en el piso undécimo. Kerensky lleva dos años seguidos asistiendo, todos los días, a la torre Hoover. Tomamos un delicioso vino de California en medio de ocho mil libros, entre los cuales hay muchas rarezas bibliográficas, hasta que llega el momento de regresar a San Francisco. Cuando ya estoy despidiéndome, se me acerca un profesor de Stanford, que me dice: “Yo tengo un gran amigo allá en Barranquilla. Cuando yo estaba en Berkeley, en 1941, él estaba allí. Se llama Eduardo Carbonell. Me lo saluda.” *** *** El ex-presidente Herbert Hoover es de California y en la primera promoción de graduados de la Universidad de Stanford está él, que, entonces, recibió el grado de Ingeniero de Minas. La casa que fue suya en Palo Alto la donó a la Universidad y ahora es la residencia del Rector. Existe en Stanford una verdadera y profunda devoción por el ex-presidente Hoover. Allí se ha construido la Hoover Tower, que mide doscientos metros de altura y a la que se sube por un ascensor. Esa torre es también una biblioteca en donde se han recogi- A las cuatro de la tarde, después de haber visitado las instalaciones donde la escuela de periodismo de Stanford edita su diario, de habernos paseado por el Instituto de Investigaciones, llegamos a la residencia del profesor Hilton, en el barrio de los maestros. El profesor Hilton tiene una linda casa diseñada por él y tiene un hermoso jardín que él cuida todas las tardes. Entre el césped se entrecruzan senderos que bajan y ascienden. Las manzanas cubren parte del suelo, los naranjos a la luz del crepúsculo muestran sus faroles encendidos. 43 Carta de San Francisco [La Universidad de California en Berkeley] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, 1957 Después de atravesar el puente más largo del mundo (12 kilómetros), se llega a Berkeley. En Berkeley está una parte de la Universidad de California. En esa parte de la universidad está la sección latina y en esa sección está, lleno de canas, de suavidad, de sabiduría y de un sobrio pero intenso entusiasmo, el profesor Arturo Torres Rioseco. de hablar de cada uno de esos alumnos en particular. Ahora ha terminado de revisar el profesor Torres Rioseco su obra Historia de la gran literatura hispanoamericana. Le ha agregado algunos capítulos para actualizarla y para llenar algunos vacíos que ha advertido después de publicar la primera edición. Uno de esos capítulos es El profesor Torres Rio- sobre el ensayo. seco lleva veinticinco años enseñando en Ber—Figúrese —me dice keley. Ahora tiene en su mientras almorzamos— departamento mil qui- que en mi libro omití a nientos alumnos que se Alfonso Reyes. especializan en diversas materias, y el profesor Alguien le ha pregunTorres Rioseco casi pue- tado al profesor Torres Carta de los Estados Unidos Alfonso Fuenmayor El Heraldo, ago. 15/59 Colocaba las palabras cuidadosamente, como si fueran cosas frágiles, sobre la punta de los labios 44 y entonces las soltaba al aire de esa callejuela humillada por jóvenes rascacielos, como si fueran Rioseco sobre los pre- nas el profesor Torres mios Nobel de la literatu- Rioseco estuvo de vacara. ciones en Puerto Rico, y le pregunto si se vio con —No son frecuentes Juan Ramón Jiménez. los aciertos al discernir Por él sé que el autor de ese premio. En el caso Platero y yo no está en concreto de Gabriela sus cabales. El siempre Mistral es que se advier- fue un hombre superte. Ella merecía más de sensitivo con un ingoun premio Nobel pero no bernable horror hacia los tanto por su poesía como ruidos. Las casas que por su vida, por su ejem- vivía estaban construiplo. Pablo Neruda mere- das a prueba de sonidos. cía más ese galardón que Los corredores y las alla inolvidable Gabriela. cobas tenían gruesísimas alfombras. Con la Después del almuer- muerte de su esposa, el zo damos un paseo por poeta Juan Ramón Jilos hermosos jardines de ménez no pudo ya seguir la Universidad de Cali- luchando con éxito confornia. No hay mucho tra la locura. Ahora está, tiempo disponible. Den- invisible para todos, en tro de un par de horas un asilo de alienados allá tendremos que tomar el en San Juan. Ahora está avión para Los Ángeles. esperando la muerte, El profesor Torres Rio- una muerte tan silenseco habla de La vo- ciosa. rágine, de Barba Jacob, de Guillermo Valencia, El profesor Torres de Sanín Cano, de Silva Rioseco nos dice adiós como las cifras más des- en la estación y se aleja tacadas de las letras del por una calle que lo llehemisferio. va, directamente, a su biblioteca. Hace unas tres sema- pompas de jabón. Puestas unas detrás de otras, las palabras coordinaban ideas simples en las que se apretujaban, lo mismo que la carne en los pellejos de las salchichas, ochenta años de una vida que había sido vulgar y que no había carecido — igual que cualquier otra vida— de momentos heroicos: nacimiento en un arrabal madrileño, viaje prematuro a los Estados Unidos en la flor de la juventud, matrimonio con una inglesa de pies descomunales que le enseñaba inglés a las niuyorkinas de “la mejor sociedad”, viudez en 1928 y ahora aquí en Miami, en persistente e irremediable celibato, con su flamante blonda en que se anuncia como intérprete en permanente disponibilidad. Pronto nuestra conversación junto a un mostrador colmado de insulsas baratijas tuvo el engañoso calor de una vieja amistad y quizás a ello contribuyó —aunque no estoy muy seguro— una propina que fue, más que todo, un homenaje a su evidente indigencia. Cuando yo ya abordaba el bus en el que iba a vivir más de cuarenta horas abrumado de paisajes, me dijo: “El quince de agosto estaré en Nueva York. La Greyhound me regala el pasaje. A mí me puede encontrar, cuando no está lloviendo, frente a Tiffany, en la Quinta Avenida, o un poco más allá, en la misma banca del Central Park, que ocupé durante cincuenta años, antes de venirme para La Florida.” cine ha explotado con más dramatismo que realidad, abrí un ejemplar del Miami Herald y vi, impreso en una de las páginas de la sección deportiva, el retrato de una persona conocida. Era la foto de Jesse Levan, un beisbolista que se hizo famoso allá en Barranquilla como primera base de los Indios de Cartagena y que aquí ahora también se ha hecho famoso pero por otras razones. Jesse Levan, quien jugaba en Tallahasee, ha sido expulsado de por vida del base-ball porque trató de sobornar a varios compañeros de equipo para “arreglar” juegos y, entonces, hacer apuestas. Quizá esta es la primera vez en toda la historia del base-ball norteamericano que surge un fenómeno de corrupción. Claro que Levan se ha defendido. Levan no niega que hizo esas propuestas pero agrega que las hizo en “chanza”. Pero para su infortunio, *** el Comisionado no le ha creído y ahora Levan, Ya en el desesperante y que tiende a la obesidad, esbelto Boulevard Bis- tiene que buscarse otro cayne de Miami, el cho- oficio. fer del bus encendió el primero de la que iba a *** ser una interminable serie de cigarrillos que iba Alguien me ha dicho —o a fumarse, uno detrás de lo he leído en una de esas otros, en seis horas con- asépticas guías para uso tinuas de “cabrilla”. de turistas vulgares— Cuando ya resultaba hi- que ese larguísimo puengiénico olvidar el paisaje te que parte en dos un de los Everglades que el modesto pedazo del golfo de Méjico, que el bus recorre en cincuenta minutos, se llama el “skyway”. La sensación que produce es extraña, menos para el nuevo chofer que continúa silbando una soporífera melodía, seguramente de su propia invención, y que acaba por dormirnos a todos porque todos seguimos siendo sensibles para siempre a las canciones de cuna. Hasta que llegamos a Tampa. *** El nuevo chofer —¿el tercero?… ¿el cuarto?…— ha limpiado meticulosamente la “cabrilla”, ha sacudido el asiento, ha echado hacia fuera, con los pies las aplastadas colillas que se amontonaban sobre el piso, ha pasado un pañuelo por la barra de cambio, ha constatado la correcta posición de su corbata y ha colocado debajo del espejo retrovisor, impreso en letras plateadas sobre fondo negro, su propio nombre: Walter Owen. Ahora es ya uno de los dueños de la carretera. Cada vez que en línea contraria viene otro bus o un camión, míster Owen saluda a sus colegas con un amplio ademán de su brazo derecho extendido. Míster Owen parece despreciar los automóviles y de hecho los ignora. Cuatro horas más tarde, Míster Owen con- tinúa saludando pero ya sólo levanta el índice de su derecha. Y bien poco le importa que le contesten o no el saludo. *** Comiendo de las ácidas uvas que me ha ofrecido el nuevo chofer, entramos, en un tardío amanecer, a Augusta, Georgia, y me encuentro pensando involuntariamente en los campos cercanos donde el presidente Eisenhower, cada vez que se lo permite su salud, o Khruschev, se viene a jugar el golf. Camino las calles, en ese momento nubladas, de Augusta. Me doy cuenta de que estoy buscando algo que no encontraré. Es el hotelucho aquel en que una mujer, una noche, tuvo inopinadas aventuras, cuando, perdida en los pasillos de un hotel “kafkiano”, entró a sucesivos cuartos en donde hombres solos se comportaron con ella en forma muy galante. Entonces recordé dos nombres: el de un libro y su autor. Tobacco Road y Erskine Caldwell. 45 quizá haya existido nunca en el mundo, estaba esa mañana en Fulton Market. Los hombres en camisilla que bañaban los Alfonso Fuenmayor enormes pescados asépticos con las mangueras El Heraldo, ago. 21/59 no mojaban ese buda felino, mil veces ahíto, que *** en su sueño teológico confundía el cielo con En Union Square, que a Market Fulton. mí me parece ser la antesala de Bowery, en don*** de los hombres se preparan para ser, más tarde, El hombre más imporunos espectros, todo el tante que yo he conocido mundo es inteligente, se llamaba Henry Ford. todo el mundo tiene algo Henry Ford a secas. Nunque decir. Un auditorio ca escuché su voz. Nuncircunscrito y eventual- ca le hablé. Henry Ford mente beligerante es- era negro. Era también cucha a un hombre, to- flaco, de la estatura que davía joven, el relato de deben tener todos los sus maravillosas aventu- hombres. Tenía también ras por las intrincadas una estrecha sastrería selvas de Borneo. El que allá en el callejón de La va a hablar de socialismo, Luz en Barranquilla. el que va a hablar de una Cuando yo pasaba por ahí nueva religión inspirada a tomar el tren en la Estpor el estómago vacío, y ación Montoya, Henry todos los otros esperan su Ford siempre estaba silturno. Menos los más vie- bando. Lo hacía cuando jos, menos los que ya ha- cortaba el cotidiano dril blaron durante años de de los obreros o la cursi y una misma cosa y que ya adorable alpaca domiestán más cerca de la ta- nical, cuando, con una berna barata que de la concentración que le daoratoria, menos ese negro ba un aspecto sabio, le barbado que se quedó tomaba las medidas a un dormido en una banca y cliente, cuando se senque sigue dormido cuan- taba en un escabel sin do resbala sobre el suelo, pintura debajo del moespantando un poco las desto letrero que decía en palomas. letras blancas sobre fondo azul: “Henry Ford, sas*** tre”. Jamás supe qué silbaba ni conocí el ritmo de El gato más gordo, más su música, pero yo sí reluciente, más satis- sabía que en esa música fecho, más relamido que había una colina, había Carta de Nueva York [I] A las siete de la noche, Broadway, en los deslumbrantes alrededores de Times Square, va llenándose de ciegos indudables. Van y vienen con sus hermosos perros apacibles que han aprendido a leer, mejor que los hombres, el lenguaje elemental de los semáforos. Los ciegos salen sin sorpresa, sin advertir la meridiana fosforescencia de ese increíble despilfarro de luz que es Broadway, de los agujeros de los subways, y ya en la calle, donde la gente anda impulsada por el misterioso demonio de la prisa, toman su inconfundible paso de autómatas. No caminan sino que resbalan mientras estiran y encogen un acordeón indócil, mientras rascan una guitarra siempre rebelde, mientras cantan canciones de conturbada esperanza o de una nostalgia todavía más conturbadora. De vez en cuando suena la moneda que una mano anónima, siempre forastera, deja caer en sus “caldereticas” y por un momento se destruye, para renacer enseguida, la poesía de la indiferencia. 46 un burro comiendo yerba, había una casita pintada de verde y en la casita una olla que crepitaba sobre un fogón. Henry Ford silbaba para él mismo y no para nadie más. Para los otros eran los vestidos, para él su nostalgia por cosas que no habían sucedido. Henry Ford conoció la gloria en toda su descarnada pureza y supo que la gloria es amarga, que con frecuencia se parece al arrepentimiento y que proporciona una honda sensación de culpa. Henry Ford se ganó una vez el primer premio en un concurso de baile. Era un concurso de resistencia. Yo vi con pena, a través de una ventana, las desgarradoras horas de su triunfo. Yo vi cuando, dormido, giraba lentísimamente en la sala sofocante, mientras un pianista de relevo tocaba Alexander Rag Time. Después, casi en seguida, Henry Ford se ahorcó y no volvió a silbar. Hoy vi a un hombre exactamente igual a aquel Henry Ford, el suicida. Atravesó Chaltham Square, pasó frente a las vitrinas de los diamantes y siguió derecho como quien va para Cooper Union. Carta de Nueva York [II] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, ago. 22/59 Ahí mismo estaba, otra vez con sus amplios pantalones de deslumbrante seda roja, que de alguna manera imprecisa recordaban el cercano oriente, y con su chaqueta negra de cosaco provisional. El gigante del museo Ripley había dejado de crecer por fin y se paseaba sudoroso cubriendo con tres pasos la entrada del establecimiento no sin crear despreocupadamente pequeños conflictos en el tránsito de peatones de Times Square. Quizá había envejecido un poco, quizá era ahora más penoso su esfuerzo para no mostrar la fatiga implacable. Él decía que dentro, detrás de los espejos donde estallaba la orgía de colores de los avisos de un pedazo de Broadway, estaban las maravillas del mundo y que todas se podían ver por medio dólar. Él era la única maravilla del mundo que allí se podía ver gratis pero, más que por su estructura, él era maravilloso por su impasibilidad y fue todavía más impasible cuando un hombrecito borracho empezó a insultarlo. La circunspección del gigante de Ripley alguien tiene que pagarla cuando, ya a la madrugada, vuelva a su casa, harto de ser, solamente, un gigante de feria. La gente se queja de que la antigua cordialidad neoyorquina se haya deteriorado radicalmente, de que, sin demorar un instante en la indiferencia, se haya pasado, de la cordialidad hospitalaria de antaño a una especie de agresividad desdeñosa que con frecuencia no es más que rotunda grosería. Los dependientes de los almacenes, los ascensoristas, los voceadores de periódicos viven amargados quizá porque por culpa de los “clientes” se ven condenados a trabajar mientras el sol y la sombra y la tranquilidad se despilfarra gloriosamente en los parques. pierde fácilmente en Coney Island. La locura mecánica que allí alcanza su apoteosis seduce a la gente fácilmente para que haga al través de ingeniosos aparatos, siempre una misma cosa: dar vueltas en todos los sentidos, en todas las posiciones, transportarse en el espacio. En el fondo, todo esto, todos los millones de dólares que se han invertido en esas fastuosas instalaciones, son una fastuosa tontería. Pero pocas cosas hay tan humanas, tan seductoras como la tontería. Viendo ese espectacular paraíso de lo giratorio que en la noche se hace feérico se vuelve uno más pronto que tarde, un poco estúpido, como le ha sucedido a esa arrugadísima anciana, que baila con dolorosa angustia, que bate las palmas de las manos, que canta con una voz aplastada por la algarabía, cuando el carrusel cargado de niños, gira, gira al crepúsculo que se ha quedado momentáneamente quieto sobre la bahía. caras de horror, se muestran hieráticas al través de las vitrinas que dan sobre los andenes desde los bares del Bowery. Esos espectros han concluido por no tener pasado y sería una tarea superior a todas las fuerzas convencerlos de que el porvenir existe. Para ellos no hay más que un poco de alcohol y no el alcohol de mañana sino el alcohol del momento en que se encuentran existiendo. La idea de santidad se asocia misteriosamente a esos pobres hombres, a esas pobres mujeres, que se disputan las colillas y el enigmático vientre de las cajas de la basura. Viendo a ese hombre canoso que se ha quedado dormido en el umbral protegido contra el viento por milagrosos harapos, Guillermo Valencia se hubiera preguntado: “¿En qué piensa?” La miseria, la abyección, lo mismo que el pescado, tiene su puerto, sólo que es un puerto de llegada del que nunca se vuelve a partir. Rostros tumefactos que inspiran holgadamente La respetabilidad se las más efectistas más- 47 Carta de Washington Alfonso Fuenmayor El Heraldo, ago., 1959 Con el señor Anthony C. Albrecht, del Departamento de Estado, voy al Estadio Griffiths, una gigantesca construcción de hierro que se levanta en un barrio en donde es de color la mayor parte de la gente que veo. El juego de esa tarde no des-pierta interés alguno entre el público. El campeonato está ya en su agonía y los primeros puestos están tomados. Ninguno de los equipos que esta tarde se enfrentan tienen ya la menor oportunidad de modificar su posición en el standing. Sin embargo, hay un duelo de bateadores entre Ted Williams, del Boston, y Sievers, el formidable bateador del Washington, que va a la cabeza de los home-runners. dice el señor Albrecht mientras subimos por una escalera. Antes de que se inicie el juego y cuando los hombres del home club están ya en sus respectivas posiciones, suena el himno nacional y todo el público se pone de pie, saludando la bandera que ondea en el viento de la tarde, cerca del boxscore. El béisbol no es aquí un deporte solamente: forma parte de la nacionalidad. Una docena de cronistas deportivos, entre los cuales está el eficiente Bob Addie, del Washington Post, transmiten desde la tribuna de prensa, minuto a minuto, todo el juego. Hay instaladas varias máquinas —Es la primera vez télex. No deja de sorque entro a este estadio prenderme que casi tosin pagar la entrada —me dos los cronistas sean 48 hombres de pelo blanco que pasan de los sesenta años, inclusive la señora que allí encuentro y que sólo interrumpe su trabajo para comerse mecánicamente unos enormes hot-dogs. equipo en cada base y Sievers, en la punta de su bate, tiene el triunfo del Washington. La circunstancia de que en sus cuatro turnos anteriores no hubiera hecho absolutamente nada le da una opción excepcional en esta oportunidad. Cuando todo el mundo espera que Sievers haga su home run número 43, el pitcher del Boston lo poncha y la gloria del Washington regresa al dog-out bajo la rechifla de los descontentos. Washington perdió el juego por cinco carreras contra cuatro. El estadio está casi vacío. Los altoparlantes dan la cifra exacta de los espectadores: 1.328, pero los gritos de éstos llenan la plácida tarde de Washington. Cuando el umpire cree su deber expulsar a un jugador del Washigton que no ha estado muy cortés con él, se oyen, penetrantes, directos como pedradas, los El administrador del gritos del público. Entre las alusiones la más so- Estadio Griffiths me llecorrida es chowder head va a los camerinos de los (cabeza de sopa). jugadores. Allí hablé con varios de ellos. Pascual, Le pregunto al señor el buen pitcher cubano Albrecht sobre los des- que perdió el juego de plantes, tan famosos, de esa tarde, me preguntó Ted Williams, sobre las con mucho interés por el groserías de este juga- Papi Vargas, de los Indor. El señor Albrecht dios de Cartagena. Me me responde: dijo que lo recuerda con cariño desde la época en —Eso no tiene ningu- que jugaron juntos para na importancia. De todos el Geneva, en el Estado modos el señor Williams de Nueva York. Me pidió es un gran hombre, es que lo saludara. un hombre glorioso. En el décimo inning el juego continúa empatado a cuatro carreras. Le toca, entonces, batear a Sievers. En ese momento hay un hombre de su Descripción de un recuerdo [I] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, nov. 24/61 La gente prepara sus besos y sus adioses frente al solemne paisaje de las sabanas que entra, atenuado pero lírico, por los ventanales. Cada uno sabe ya lo que va a decir cuando llegue el momento en que nos llamen a bordo del “jet”. Las conversaciones son insubstanciales por parte de quienes van a viajar y son serias, picando casi en el campo de la filosofía trivial, por parte de aquellos que se quedan. El más grande de los suplicios sería ese: un avión que está al partir pero que nunca parte. A la larga vendrían los bostezos y los bostezos no se las van bien con esa ilusión que son las despedidas. El aparato silba en la noche de las constelaciones. Y de pronto Bogotá deja de existir. Ni siquiera existe en el recuerdo. fugaz euforia. Después la gran niñera que es el fastidio provoca, sutil, pero segura, la modorra. Esa es Maiquetía. Detrás de los cerros insolentes está Caracas. Al otro lado está el mar. ¡Qué calor! Nos dan un tiquete que podemos cambiar por un refresco allá en el bar del aeródromo. Otros besos, otros abrazos. Y otros rostros en el avión. Barranquilla, Bogotá, Maiquetía y ahora San Juan. A esta hora San Juan duerme entre las luces insomnes. A esta hora en que la madrugada se inicia y crece en la garganta de los gallos, aún deben quedar dispersas en las esquinas de San Juan Viejo, inocentemente perplejas ante las vicisitudes de lo desconocido, las pobres mujeres que sólo querían subir del brazo de alguien las angostas escaleras de un hotel barato. Al principio nadie habla. Es como si, en cada uno, hubiera nacido, de pronto y fascinante, una El aire está quieto y insospechada vida inte- están quietas las palmerior. Hay momentos de ras. Todo esto parece ahora la enorme, la fantástica sala de un museo desierto. Sorprende y también irrita que alguien pueda obtener un paquete de cigarrillos de una máquina automática. Hay una rigidez ominosa en la atmósfera, una rigidez que, sin embargo, el vuelo de una mosca trastornaría. A través de una puerta por la que entra más sofocación que brisa veo, no sin contrariedad, las ambulantes luces de un carro. De pronto las luces se pierden, para siempre, como si hubieran sido exaltadas a otra vida, en lo que vuelven a ser, solamente, las tinieblas. champaña no va a faltar en el resto del trayecto. Una aurora espectral, definitivamente declamatoria, entra por las ventanillas y pone en cada alma, como un torturante clavel, un poco de abyección. La isla de las Flores se divisa, olvidada, entre la espuma ansiosa. Y no hemos aprendido a olvidarla cuando pasamos la raya de Portugal. Entonces vienen unos campos duros, ásperos, de pétrea austeridad que son Extremadura. Recuerdo a don Antonio cuando, en sus Campos de Soria, dice: ¡Las figuras del campo /sobre el cielo! Dos lentos bueyes aran en un alcor, cuando el /otoño empieza, y entre las negras testas /doblegadas bajo el pesado yugo, pende un cesto de juncos /y retama, que es la cuna de un niño; y tras la yunta marcha un hombre que se inclina /hacia la tierra, y una mujer que en las /abiertas zanjas arroja la semilla. Bajo una nube de carmín /y llama, en el oro fluido y cerdinoso Alfonso Jaramillo, del poniente, las sombras /se agigantan… Eduardo Carranza, Car- Ahora, frente a las narices de El Greco (ese es el nombre del “jet” de Iberia en que viajamos), invisible, increíble y remota está Madrid. “En siete horas llegamos”, ha dicho la cabinera que es rubia, que es española y que se siente un poco la madre de todos. Ahora que los pasajeros se han dormido, todo se hace irreal. El avión vuela como si transportara, únicamente, un cargamento de momias reclinadas. los Escallón Villa y yo nos pasamos a la salita que está junto a la cabina de los aviadores. La 49 Descripción de un recuerdo [II] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, nov. 28/61 Son las siete de la noche y ésta es la Gran Vía. La gente, sin prisa, apretándose en los andenes, los carros, en la calzada, desbordándose. Bruscamente, el alma de la sardina surge. Y la gran batuta de los semáforos rigiendo el destino de ese concierto urbano, marcando la obscura disciplina. Desde lejos divisé el rutilante y cárdeno letrero. Su mensaje era sucinto y frío. Y yo aceleré, con un repentino corazón de apache furtivo, el paso entre los confluyentes hormigueros de peatones. Yo empujé la puerta giratoria y todo lo que entonces se me entregó a la vista era Chicote. Aquello era la sala de una casa más bien burguesa. Faltaba, quizá, el retrato de un abuelo, uno de esos retratos que destilan, espectrales y vigilantes, la muerte colgando tontamente de un clavo. Esas mujeres, que al principio sólo eran ojos 50 anhelantes, parecían estar allí de visita, abrumadas de elegancia y de perfume, viviendo, sin embargo, el delicado infierno de la espera, dispuesta a ser, alternativamente, las dos majas de Goya. Llegué, puede ser que desconcertado, hasta el fondo del establecimiento, hasta el umbral del misterio, deslizándome entre un largo mostrador y un archipiélago de mesas. Pero yo sabía que iba a volver, que regresaría donde estaban los ojos anhelantes. Más tarde se llamaría Rosicarmen. Entonces sólo dijo: quien busca trufas. El dos sus muertos… niño empezaba a leer y el Yo iba diciendo: marido, allá en Santoña. El amor que después Mientras tanto, la vida desenvolviéndose, mientras son fotografías… tanto la vida partiendo el Y yo iba pensando: mundo entre la opulencia Conozco qué puales y la desdicha. hacen la tristeza… Yo sé cuándo el alma La vieja voz de la miseria habló y la voz del baila esos valses… Yo sé decoro, también habló y el dibujo que hace un todo lo cubría piadosa- desengaño ligado a otro desengaño… Yo sé que mente. las alegrías están hechas de infinitas derrotas. Yo *** sé el esplendor de un Ya sangraba su recuerdo. corazón que se derrumba Ella no tenía nada qué y sé sus blancos destedecir y yo no tenía nada llos, sus taciturnas fulguraciones. qué escuchar. Y sé también, sobre todo, qué piensa un homMe bajé del carro junto bre cuando camina bajo a la fuente de Cibeles, la luna. frente al deprimente pero al mismo tiempo espectacular edificio de los Correos. Entonces seguí a pie, siempre mirando hacia los árboles. Yo iba para la calle Hermosilla, donde queda el Hotel Fénix, donde una cama, —Chico, invítame a con la lealtad que los hombres deben aprender, una copa... estaba esperándome. *** *** Ahora pienso y ahora Yo iba diciendo: digo: No quiero ver la sanQué cosa sublime y trivial es toda charla. gre de Ignacio sobre la arena… *** Yo iba diciendo: Había que hurgar detrás El mar recuerda de de las palabras, como pronto el nombre de to*** Viendo la pintura de Cecilia Porras Alfonso Fuenmayor El Heraldo, dic. 22/62 Han querido algunos de mis amigos, siempre dispuestos a cometer las mayores arbitrariedades a nombre de la amistad, que sea yo precisamente, quien, en una vaga pero perceptible calidad de polizón, diga unas palabras, las mínimas posibles, a propósito de esta exhibición de cuadros que recoge para hacerse perdurable la más reciente actividad artística de Cecilia Porras, la pintora que sin volverse atrás ha traspasado el umbral, casi imprecisable, que separa el mundo de las cosas ordinarias y triviales para acceder al mundo de las formas milagrosas. Si mi voz quiebra este espacio y en cierto modo lo profana, ello no ocurre sin que contraríe convicciones que tal vez sean provisionales. La Tomada de Aguaita N° 2. Al inaugurarse la Galería de Arte de Barranquilla con una exposición de veintitrés óleos de la pintora cartagenera Cecilia Porras, nuestro compañero de labores, Alfonso Fuenmayor, dijo las siguientes palabras: Cecilia Porras en “La Cueva”. palabra, a pesar de sus virtudes fascinantes, no es un adecuado preámbulo para la fiesta de los colores ni para suscribir, como estamos haciéndolo, una acción en la sociedad anónima del sol. taron los teólogos para que en él volaran las cometas, todo está aquí indeciso pero pronunciándose en las sutiles cerdas con que el camello y la marta se sacrifican para que el arte diga su mensaje de indescifrable La voz que a sí misma claridad. se aturde y se conforta, la voz que dice en la soCecilia Porras, visledad el nombre impro- tiendo su candor con el nunciable, la fatiga de largo traje del éxtasis, ha los túneles inmensos a paseado su espejo por el los que agobian las tinie- mundo, ha sentido la blas, las guitarras sepul- exasperación casi intoletas que ansían su reden- rable de los crepúsculos ción, y el cielo que inven- y está aquí en esta sala donde una tradición nace, en la misma sala donde antes se fraguaban los balances y zumbaba la fresa, aquí donde echamos de menos los fantasmas, donde hace falta la frágil voz de un grillo que le dé sentido a los insomnios. Aquí está Cecilia Porras, está herida, está siete veces herida por las siete espadas de la melancolía. 51 Hablemos de carnaval Alfonso Fuenmayor Tomado del original Nuestro carnaval tiene su propia densidad, su particular y no compartido peso específico, su expresión característica, refleja, en fin, con no interferida autenticidad, el alma de un pueblo. En su formación no se disciernen elementos artificiales, yuxtapuestos, agregados, como que exuda, en cada una de sus manifestaciones, una nota sincera, intransferible, inalienable. Tiene, digámoslo así, su propia y exclusiva identidad, su indeformable acento. Rechaza cualquier alteración que se quiera introducir en su desarrollo, y se han dado con una piedra en los dientes quienes en un momento dado pretendieron “mejorarlo” 52 con ideas y con iniciativas que sus autores, sin mayor humildad, creyeron geniales. Hubo un director nacional de turismo, de esos que en todo momento están provistos de un arsenal de ocurrencias, que con las mejores intenciones aportó una idea que era el probable fruto de angustiosos insomnios y de obsesionantes cavilaciones. Su “parto de los montes” consistía en programar primero para la Batalla de Flores y después para el día en que se entierra a Joselito, corridas de toro con figuras de postín. A horcajadas sobre la autoridad de que estaba investido, el destacado funcionario tomó inicialmente las medidas del caso para que Barranquilla, que no es una ciudad taurófila, reemplazara durante unas cuantas horas de su carnaval, sus ancestrales flautas de millo y sus maracas y sus tambores con los aires solemnes y petulantes, llenos de “reventones claveles” del Relicario y del Currito de la Cruz. Foto de Diego Samper: Carnaval Caribe Para no meternos en honduras que pudieran colocarnos en situaciones desairadas, empecemos por decir, simplemente, que el carnaval de Barranquilla es único en Colombia y que a él poco o nada se parecen las fiestas, ya numerosas, que en el curso de cada año tienen como escenario distintas comarcas de la nación. en el fondo trataba de convertir nuestro carnaval, ese que conocieron los abuelos, en una feria de Cali o de Manizales, se desplomó sin remedio cuando Guillo Carbonell, que en ese momento se desempeñaba como director seccional de turismo, dijo que a una corrida de toros, aquí en Barranquilla, durante el carnaval, ni siquiera se presenta el toro. Quizá lo que hace del carnaval un fenómeno fascinante, irresistible, retorcido dentro de su propio enigma, es que al hombre le permite, transitoriamente, tener acceso a una vida distinta, a una vida que ya no es la ordinaria, la que impone, no sin tiranía, la santa La brillante idea, que rutina, esa a la que se encuentra cosido, como Lemuel Gulliver, cuando despertó una mañana en las playas de Lilliput para su asombro y desconcierto. Ahí, todo lo indica que así es, está el meollo del asunto, el quid de la cuestión. Aceptada esta idea que se propone como explicación, entonces las cosas marchan de otra manera y se tornan más bien fáciles y el carnaval, es decir, todo el conjunto de su expresión y de sus manifestaciones, se vuelve una realidad menos elusiva para los sociólogos, esos merodeadores sin sosiego que andan detrás de una explicación que ponga fin a sus angustias que están a punto de emparentarlos con Pascal. El carnaval Alfonso Fuenmayor El Heraldo, feb. 8/64 Hasta hace unos pocos años el carnaval que disfrutaron con buen humor y sencillez nuestros antepasados, era una festividad estrictamente local, circunscri- de encontrar aquí un campo propicio para sus fechorías, aprovechando, desde luego, la inveterada desprevención de nuestras gentes. Cada barranquillero tiene que ser un colaborador de las autoridades y de la policía para garantizar el sosegado discurrimiento de esta festividad que forma parte del patrimonio de la ciuLos barranquilleros, dad y que, por lo mismo, desde luego, tienen en el hay que preservar. carnaval una ineludible Tenemos no ya la esresponsabilidad y el deber incuestionable de peranza sino la certique este año, como todos dumbre de que este carlos años anteriores, sea naval, que se inicia con un certamen de alegría y los más promisorios ausde tranquila convivencia. picios, podrá colocarse sin menoscabo al lado de Junto con los millares todos los carnavales que de turistas de buena fe hasta ahora han transque en estos días son currido en Barranquilla. nuestros huéspedes, seguramente llegan maEl carnaval es una es- leantes con la esperanza ta a las gentes aquí nacidas o aquí radicadas. Pero esta vocación que se toma el espíritu, con el tiempo fue ampliando, en un avance seguro, inexorable, el campo de su influencia y fue subyugando, con la inmanente fuerza de su propia fascinación, núcleos humanos cada vez más amplios. Hoy día, el carnaval barranquillero es un acontecimiento nacional y hasta gentes de otros países vienen a esta ciudad, no para ser espectadores, sino para ser actores de una festividad incomparable. Foto de Diego Samper: Carnaval Caribe Una tradición barranquillera, seguramente vieja y quizá inmemorial, empieza a tener lugar en este día, cuando se inicia, propiamente hablando, el antruejo. El Carnaval, que un mes atrás se iniciara con algunos signos de timidez, muy propios de un desprendimiento demorado de la rutina, entra ahora, delirante, en su clímax, a su altísimo punto culminante. pontánea prolongación, una manifestación natural del espíritu de los barranquilleros y es esta circunstancia, precisamente, la que le da un sabor único, inimitable y la que hace, la que ha hecho por décadas innumerables, que esta festividad sea alegre y sana, extraña por completo a las turbiedades que suscitan los malos instintos. 53 ¿Se desnaturaliza el carnaval? Alfonso Fuenmayor El Heraldo, feb. 12/64 filtrado en la gran celebración. Y hay bailes que se llaman “Una noche en el Oriente” para darle paso a sinuosas odaliscas, a encantadores de serpientes adornados con el convencional turbante, a enigmáticas Sherezadas, a feroces Alí-Babas. Disparadas las gentes en este azaroso itinerario de errabundez geográfica, se olvidan, inclusive, del lugar que Barranquilla ocupa en el planeta, y es así como en un prestigioso centro social se efectuó un baile que llevaba por nombre —porque los bailes se humanizan, los baiEl exotismo es uno de les son criaturas que se los elementos que se ha bautizan— nada menos El carnaval, esa fiesta vernácula, que enloqueciera en sus amplios pliegues de alegría a tantas generaciones de barranquilleros, se internacionaliza y en cierto modo deja de ser una cosa propia para convertirse en algo que pertenece a todos. Y no es difícil advertir en esta festividad incoativos gérmenes de extraña procedencia, que al ser injertados en el cuerpo de esa gran sinfonía de colores y voces, la transformen y, en concepto de no pocos, la adulteren e, inclusive, la desvirtúen. que “Una noche en el Trópico”. Y el trópico quedaba mágicamente convertido en algo exótico. nera, muy elegante muy refinada, se llegará a convertir el carnaval de Barranquilla en el carnaval de cualquier otra ciudad Es curiosa esta nostal- ilustre en el impalpable gia, por lo que no se ha mundo de la leyenda. experimentado, esta evocación por lo desconoci“La Burra Mocha”, “El do. Quizá está ocurrien- Torito”, “El Congo Grando en estos casos lo que de”, “El Congo Reformadon Miguel de Unamuno do” y tantas danzas y denominó “el recuerdo de comparsas están de capa lo que nunca fue”. caída, y no parece lejano el día en que, con sus Mentalidades progre- banderas blancas al viensistas que trabajan febril- to, desaparezcan para mente hasta en las horas siempre en una polvodel sueño, se ocupan in- rienta calle de la vieja fatigablemente en cam- Barranquilla. Y Joselito biar el carnaval, y en su Carnaval entonces sí va a celebración quieren inter- morir de “verdá-verdá” y calar delicados ballets, no de muerte natural sino abanicados por los alíge- asesinado por la gente ros pasos de ingrávidas con “ideas”. ondinas. Y piensan, también, agregarle corridas Pero a cambio de todo de toros con novilleros de esto vendrá el turismo. “cartel”, con carrozas que Ojalá que esto ocurra, al sean feéricos castillos, menos. Y que todo sea por con princesas dormidas y el turismo. con cisnes prestados a los estanques de los jardines de Europa. De esta ma- Aire del día En busca de un decálogo Alfonso Fuenmayor El Heraldo, feb. 14/69 En el carnaval la vida rutinaria se torna anormal. Transitoriamente las cosas dejan de ser las mismas que fueron habitualmente. El trato de las gentes muestra cambios notorios y no sería de ex- 54 trañar que un empingorotado “ejecutivo” llegara hasta su espectacular escritorio sembrado de teléfonos, con unos esbeltos o abultados bigotes postizos. No se moleste usted si unos “etíopes” tiznados lo amenazan con sus lanzas y con sus rumores guturales. Déles una moneda y nada ha pasado. Si alguien que no ha perdido la lamentable costumbre de tirar maizena le lanza un poco en el rostro o en el vestido, no incurra en la soberanía de encolerizarse o de, por ejemplo, sacar un machete. En el carnaval hay que hacer concesio- nes para que, entonces, discurra un estilo de vida bien distinto del que prevalece en la monotonía de los días restantes. Y no se indigne si, de pronto, su tranquilo deambular por un andén se interrumpe con un tenderete en donde le ofrecen vistosas máscaras. Tómelo todo deportivamente. Es la menor contribución que usted puede hacer para que el carna- val llegue a ser el magno o el ritmo rural de los acontecimiento que to- Corraleros de Majagual, dos deseamos. entonces abandone la ciudad hasta el miércoY si usted es tan poco les de ceniza en acataversátil que no puede to- miento a persuasivos lerar estas cosas, si es principios democráticos. tan intransigente que con ellas no puede conSeguramente no hay geniar, si va a hacerse tiempo para hacerlo, mala sangre por que no pero con miras al futupuede conciliar el sueño ro, la Oficina Seccional una noche debido a que de Turismo o cualquier hasta sus orejas llega la otra agencia del Estado trompeta de Pacho Galán o una entidad particular, bien puede elaborar una especie de decálogo en el que se consignen con el laconismo que una tarea de esta índole supone, cuál es el comportamiento, siempre tolerante, que debe asumir el ciudadano en el carnaval. Tenemos la ingenuidad de atribuirle a una iniciativa de esta índole saludables consecuencias. hacia expresiones muy cercanas a la mendicidad por parte de quienes le proporcionaron a las multitudes las más caAlfonso Fuenmayor bales emociones? insubsanable—. En el decreto correspondiente se omitió la creación del seguro social deportivo. Y como es injusto no hacer justicia, don Ramón —con la obstinación con que abraza la buenas causas— insiste en que se establezca ese seguro social deportivo. Y estamos seguros de que en ese empeño los deportistas y los que no lo son, están acordes. Los deportistas y el porvenir El Heraldo, nov. 22/68 Un modesto oficio o un empecinado desempleo, suele ser el triste destino de nuestros deportistas, tanto de aquellos que se comportaron con heroica discreción en la “gramilla” como los que se embriagaron con la gloria de los aplausos y llenaron de delirantes voces las graderías de nuestros estadios. Los que más suerte alcanzaron pueden manejar, por cuenta de otro, un viejo y gemibundo vehículo, pueden trabajar de hortera en un zaquizamí del Boliche, pueden vestir un uniforme de policía o de bombero, porque estos casos —ya Don Ramón Urueta excepcionales— se han Méndez —acreditado como el fundador del basedado. ball organizado en CoDe las grandes “taqui- lombia— no lo cree así y llas” de las opíparas re- para evitar esa injusticia caudaciones de otros ha venido ocupado en tiempos, a las viejas glo- una nobilísima camparias del deporte no les ña. quedó nada. Acaso un Hace un año, don Ramustio álbum de recortes que apenas sirva món mantuvo corresponpara comparar la miseria dencia con los poderes actual con el esplendor centrales acerca de su de un pretérito no muy iniciativa de que se creara el Ministerio del Deporremoto. te, y el gobierno institu¿Es irremediable que yó, en estos días, el Instise cumpla tan lamenta- tuto Nacional de la Juble proceso? ¿Es inevita- ventud y el Deporte que ble esta curva de descen- corresponde —es justo so de ajamiento de des- decirlo— a aquella primimejoramiento en nues- tiva idea. Pero don Ramón tros deportistas? ¿Es in- anota una falla —una faeludible esta proyección lla que en ningún modo es * A PROPÓSITO DE UN CONCURSO En relación con el desarrollo del ya tradicional concurso literario patrocinado por la Esso, en este año hay, por lo menos, una cosa clara: que los miembros del jurado calificador escogieron para ser premiada, una obra del joven escritor barranquillero Alberto Duque López que pasa a 55 la categoría de “revelación”. No otra alternativa dejan las publicaciones de los periódicos de la capital y de los de la localidad —con la excepción de éste— que hoy como ayer y como antes de ayer se informan “por las vías ocultas de que habla Tertuliano”, para dejar sin sentido la expresión inmemorial que con tanta necedad pretende que haya “secretos impenetrables”. Entre un centenar de concursantes —de populosas ciudades y aldeas desoladas, de ateridas mesetas o de ardientes litorales— la obra de nuestro compatriota se destacó hasta merecer — al menos en principio— la acogida unánime de los calificadores. Y no fue seleccionada la obra por un jurado cualquiera. Lo fue por uno formado por Abelardo Forero Benavides. Jaime Paredes Pardo y Germán Vargas, de cuya idoneidad no podrá dudarse sin incurrir en torpe temeridad. A nosotros los costeños, los barranquilleros especialmente, no nos toca nada distinto que sentirnos agradados por esa distinción. Y los de El Heraldo —que nos hemos mantenido al margen del concurso y de sus incidencias— no podemos menos de sentirnos lisonjeados para cuanto es la Este es un hecho, tan cuarta vez que un colaboobstinado y persistente rador de este periódico ha como lo pedía Lenin. Lo merecido el Premio Esso. demás es harina de otro costal, lo demás es se* cundario. Si hubo infidencia o no la hubo pueBIENAVENTURADOS LOS de tener un interés poliRECHAZADOS ciaco, pero no toca, para nada, la calidad de la obra La buena pintura está hepremiada ni afecta el que cha en parte con cuadros haya merecido el más alto rechazados. ¡Qué gran cohonor buscado por los lección se haría con obras que compitieron. que no fueron admitidas en los salones! Y en el campo literario las cosas han tenido un desenvolvimiento análogo. ¿Cuántas obras excelentes ya para siempre patrimonio de la humanidad, no fueron repelidas por las editoriales? ¿Acaso el libro inmortal de Marcel Proust no fue juzgado indigno de aparecer impreso por una prestigiosa editorial francesa? libros no se defienden como la soberanía, como el honor ni como los colores de un equipo de football. Agregué que los libros se defienden solos y no requieren la cooperación de aguerridos gladiadores, y afirmé muy claramente que no recordaba a nadie que hubiera defendido el Quijote aunque sí sabía de muchos que habían atacado el Ulysses de James Joyce. No he defendido, pues, nada ni “integralmente” ni con “acritud”. extensa nota: “Alfonso, como suelo llamarlo con cariño sin eclipses, sostiene, de manera enfática, que se trata de una crítica negativa, ‘colérica y rencorosa’.” Comentario comentado Alfonso Fuenmayor El Heraldo, mar. 12/67 Refiriéndose a una nota mía aparecida en esta misma sección, don Benigno Acosta Polo dice desde La República, de Bogotá: “El único que defiende integralmente y con acritud para quienes rechazan a Mateo, el Flautista es el muy querido y admirado coterráneo Alfonso Fuenmayor, cuya 56 formación cultural, preferencialmente estética y humanística lo obligaba a ser más cauteloso.” Aunque la cautela no es mi fuerte, ocurre que en ningún momento asumí la defensa de Mateo, el Flautista. Recuerdo muy bien que en el comentario comentado dije que los Un escritor rechazado no debe desconsolarse sino persistir, sobre todo si tiene vocación y talento porque, como se ha visto tantas veces, el rechazo puede ser el principio de la consagración. Basta leer el comentario de don Benigno, y los demás comentarios, para darse cuenta de que, en efecto, no se ha escrito “sobre” Mateo, el Flautista, sino “contra” Mateo, el Flautista, que esta obra ha sido objeto de diatribas y no de un examen desapasionado, como lo exige la Don Benigno, a quien crítica en el sentido que tanto admiro, dice en su esta palabra tiene. Dice don Benigno, que Mateo, el Flautista es “un amasijo de estropicios a la decencia, al idioma, a la narrativa y de ofensas a lo divino”, que es una “antinovela”, que “sus páginas necesitan ser leídas con el pañuelo en la nariz”, que “son un turbio torrente de crudos ingredientes escatalógicos, de ausencia de trabazón y de sintaxis de elemental puntuación, de satánicos sacrilegios, de atentados a granel contra la estética y nuestra tradición no- velística.” Mateo sacó de quicios a muchos lectores que perdieron los estribos para convertirse en detractores de la obra y no en críticos tranquilos con una actitud semejante — la única posible— a la que asumiera un SainteBeuve, un Thibaudet con respecto de no importa qué literatura. Finalmente, si se rechaza en literatura lo que entre nosotros se suele denominar vulgaridad, hay que prescindir de grandes escritores como Bocaccio, Quevedo, Genet, Henry Miller y tantos otros. Y habría que prescindir, también de Rabelais, cuyo Pantagruel era para Anatole France —lo dice en Le Lys Rouge— “una gran ciudad de mármol cubierta de estiércol.” producirá buenas obras apenas se desembarace de ciertos prejuicios que sin duda lo dominan y lo extravían y que en cierto modo han malogrado el Mateo. Pero hasta eso se lo niega don Benigno adoptando una actitud que yo no concilio con su socrática comprensión, con ese “puede ser” que tanto gustaba a Renán y Cualquier persona des- que en cierto modo es el prevenida, no obnubilada, principio de la sabiduría. se da cuenta que Alberto Duque López tiene porvenir en la literatura y que Aire del día Donde suena la estudiantina Alfonso Fuenmayor El Heraldo, mayo 7/69 Para los jóvenes de ahora —y ahora hay más jóvenes que nunca— la palabra “estudiantina” no es más que una casual combinación de cinco sílabas y en ningún caso una palabra que tenga un contenido real, un valor semántico concreto. Es, simplemente, un vocablo vacío o ridículo. Para otros, de más edad, es la evocación de un mundo irreal que tuvo una existencia entusiasta y que se asocia a esa cosa completamente inactual que son las serenatas que han desaparecido desalojadas por el bongó y las maracas y, desde luego, por el tungsteno que resplandece en las bombillas eléctricas. Aunque la palabra “estudiantina” es una melancólica alusión a otras épocas, más lejanas en apariencia que en el discurrir efectivo del tiempo, es también, sin embargo, un concepto todavía vivo como lo comprueban hebdomadariamente los happy few que al medio día de un domingo cualquiera llegan a la casa de reso- nancias conventuales que es la residencia de ese gran conversador de aspecto irrevocablemente cardenalicio que es Carmelo Padilla y cuya voz se abre, antes que para los latines, para darle paso a una destilada sabiduría de sosegado cinismo. La estudiantina, que lleva una vida casi vergonzante y clandestina, se refugia, se asila, los domingos en la amplia casa del doctor Padilla. Ahí van cayendo los artistas. Llega el maestro Cipriano Guerrero, con el saxofón vagabundo y soñador, amortajado en el fúnebre estuche que esconde turbadoras virtudes. Llega Napoleón del Río con el timple com- placiente, siempre dispuesto a inmiscuirse en todas las melodías con grata impertinencia. Y llega Félix Restrepo, con el esbelto violín en donde duermen todavía sus penetrantes acometidas y sus gemebundos delirios, y llega Eduardo Zúñiga, como un fantasma silencioso, con su juguetona flauta que unas veces se complace en un sereno éxtasis de ojos cerrados y otras trepa cantarina hasta las alturas de lo inefable. La ceremonia de la “afinada” no puede faltar. Hace parte esencial del acontecimiento. Cada intérprete se concentra en su propio instrumento sin importarle nada el de su vecino. El instante del 57 acuerdo armónico, de la ejecución en equipo, de la confabulación sonora y rítmica, ya vendrá. Por el momento todo es personalísimo, ensimismamiento encarnizado. Se trata de poner el propio instrumento en las mejores condiciones posibles para el “ataque” de fondo. Y de pronto surge irrefrenable, impetuosa, la intrepidez vivaz de los pasillos, la danza y el vértigo de círculos concéntricos, la canción que enumera infortunios y desdichas, catástrofes sentimentales de inagotable capacidad lacrimógena. En el repertorio, que no se renueva hace varias décadas ya que la producción quedó descontinuada, prevalecen hasta el monopolio las piezas con nombre de mujer. Se llaman Carmen Sofía, Griselda, Zoila Rosa. Y no falta la anécdota que aclara el sentido de la letra, que establece la causa que inspiró al compositor, siempre sensible a la es- conspiración olfativa, se cuela del amor. sumergen hondamente en la música que ejecuCon breves pausas, tan y que les produce tras las cuales los artis- una exaltación hacia tas reanudan su tarea una existencia que llega con mayor inspiración, a la plenitud. Y en el aire las piezas se suceden, y se entrecruzan, sin meza veces Pito Herrera can- clarse, sin confundirse, ta no sólo con la gargan- conservando su propia ta sino con todo el cuer- identidad, los apetitosos po, y podría decirse que olores de las viandas y vive y padece las desola- las notas que se asocian, das congojas de la letra para producir mágicos de su repertorio de can- efectos de transfiguraciones que pocas veces, ción. en los problemas senti* mentales que plantean, ofrecen alternativas disOTRO SONETO tintas de la tumba fría, SOBRE LO MISMO que es el nombre de la muerte en el repertorio Días pasados, en esta seccionilla —o columna que maneja. como suele decirse con Por la puerta que se una pedantería tan geentreabre en la cercana neralizada que casi es cocina, llega una fragan- imperceptible— publicacia conocida en donde el mos un soneto del maesanfitrión, de no desmen- tro bonaerense Jorge tidas aficiones panta- Luis Borges, que tenía gruélicas, ha dado rien- como tema el ajedrez. da suelta a su opulenta, Por algunas informacioa su magnánima genero- nes, directas e indirectas, el responsable de sidad. estas líneas cree que la Pero los artistas, in- aludida obra violantina vulnerables a cualquier agradó a muchos. Por eso se atreve a publicar otro soneto sobre el mismo tema y por el mismo autor, y el cual dice así: Tenue rey, sesgo, alfil, /encarnizada reina, torre directa y peón /ladino sobre lo negro y blanco del /camino buscan y libran su batalla /armada. No saben que la mano /señalada del jugador gobierna su /destino, no saben que un rigor /adamantino sujeta su albedrío y su / jornada. También el jugador es /prisionero (la sentencia es de Omar) /de otro tablero de negras noches y de /blancos días. Dios mueve al jugador y /éste, la pieza. ¿Qué Dios detrás de Dios /la trama empieza de polvo y tiempo y sueño /y agonía? Aire del día León de Greiff 50 años después Alfonso Fuenmayor El Heraldo, ene. 16/70 Después de cincuenta años de ejercicio poético, León de Greiff sigue desconcertando a los críticos que desesperan ante la imposibilidad de 58 clasificarlo, para palmoteando las manos de satisfacción, ponerle un rótulo, y colocarlo en un archivo que diga: “Aquí yace un romántico” o un modernista, o un parnasiano. Cuando alguno de estos siniestros y congelantes indagadores cree haberlo pillado en pecado dentro de los princi- pios de una escuela o de una tendencia, no tarda en darse cuenta de su error. Los contrastes de la poesía greiffiana van desde el más alto lirismo hasta las notas amargas, humorísticas o sarcásticas y que se abren en un laberinto de extravíos que nadie —hasta donde sabemos— ha podido transitar con alguna certidumbre. En los poemas de León de Greiff hay más cosas de cuantas caben en el caletre de los críticos. sibilidad, su gran cultura, su asombroso conocimiento del idioma, las zozobras de su alma, las precarias victorias de su espíritu. ¿Dónde los que no querían ver ni sentir en la selva de sus mitos cosa distinta de un enrevesado, de un incomprensible galimatías, La obra del “mamotre- una especie de Lineal B? tista” es un hecho insólito dentro de la poesía. A El maestro de Greiff nada se parece aunque a sin quererlo, sin desearpropósito de aquella se lo, sin buscarlo y, desde evoquen nombres. Y en- luego, sin hacer concetonces salen el Arcipres- siones enseñó a los cote, Villon, Aloysus Ber- lombianos a gustar esa trand, Laforgue, Rim- poesía suya, extraña, con baud y hasta Carolus alusiones cultas, con paBaudelarius. Son cosas labras arcaicas, tomadas que a nada conducen. La de otros idiomas o por él poesía del maestro es un creadas. Y a tanto ha llehecho y lo demás en- gado la cosa que cualtretenimientos estériles. quier persona en cualquier rincón de la repúbliResonaban en el oído ca declama: de los colombianos los versos de los Seravilles y de Juego mi vida, los Villafañes y de escasos cambio mi vida, Riveras y parcos Julio de todos modos Flórez cuando irrumpió la la llevo perdida. poesía del maestro, que entonces conoció un largo Casi el único refugio y obstinado rechazo. Los que tenía la poesía de expertos, doctorales y ro- León de Greiff allá por tundos se negaban a dar- 1919 fue la revista Voces, le curso a lo que consider- de Barranquilla, en donaban una moneda falsa. de los versos de quien Pero el maestro, imperté- entonces se firmaba Leo rrito, señero, siguió el rum- le Gris no solamente eran bo que le imponía su sen- rechazados sino admiti- dano le agradan también los planos de las ciudades en donde, a diferencia de los mapas de países y de continentes, está siempre presente el hombre, el hombre que ha hecho las calles, que ha diseñado involuntariamente los perímetros urbanos, que ha trazado vías misteriosas que, en conjunto forman una superficie quizá menos caprichosa de lo Las vinculaciones de que pudiera uno, así cola poesía greiffiana con mo así, suponerse. Barranquilla son, pues, Un amigo le trajo a semi-centenarias. Pero sólo ahora nos llega el quien esto escribe un remaestro León de Greiff en ciente plano de Madrid persona para decirnos (España) y al ensimisesta tarde, en el Salón marse en su contemCultural del Banco de la plación no pudo impedir República, algunas de emocionarse al ver en la capital española, en las sus poesías. proximidades del aeropuerto de Barajas, unas * calles que llevan estos nombres: Barranquilla, COLOMBIA EN Tamalameque, AracataESPAÑA ca, Tucurinca, BucaraSin haber llegado a tener manga, Manizales, Bola tentación de conver- yacá, Caracolí, Casanare, tirse en un coleccionista, Meta, etc. el autor de estas líneas Como es de suponer, gusta de pasar el tiempo contemplando mapas, y estas calles están situano le disgustan aquellos das dentro de la Urbamapas deformes que ela- nización Colombia, que boraba Juan de la Cosa en Madrid llevara a cabo un poco impulsado por la ese gran barranquillero imaginación de un pintor que fue Celio Villalba y no figurativo. cuyo fallecimiento tantos lamentamos. A este mismo ciudados con gusto y con orgullo. Ésa era la revista que aquí dirigía don Ramón Vinyes, de gratísima recordación y que animaron Antonio Luis McCausland, Julio Enrique Blanco, Héctor Parias, José Félix Fuenmayor. (En esa revista, dicho sea de paso, se tradujo por primera vez al español a Chesterton y a Claudel). 59 Alfonso Fuenmayor en el Suplemento del Caribe Jesús Ferro Bayona Un día de abril de 1979, Francisco Posada de la Peña, director entonces del Diario del Caribe, nos invitó al maestro Alfonso Fuenmayor y a mí a su oficina del Barrio Abajo. Recuerdo que el encuentro fue breve, pues el Director entró de inmediato en materia. Nos invitaba a hacernos cargo del Suplemento Dominical, que llevaba un tiempo sin salir. No hubo instrucciones sino más bien bienvenida a la imaginación y al ejercicio creativo que un tipo de publicaciones como los suplementos deben reflejar. Al maestro Fuenmayor lo venía leyendo hacía un par de años. Yo había estado ausente de la ciudad por un tiempo largo, y todavía me encontraba inmerso en mis recuerdos de los años vividos en Francia durante mis estudios de postgrado. Los llamé Los años de libertad cuando empecé a escribir una especie de memoria temprana de mi itinerario intelectual, que apareció por un tiempo en la revista Huellas de la Universidad del Norte. El primer número de esa serie estaba dedicado a la filosofía de Jean-Paul Sartre.1 Leía con interés Ni más acá ni más allá, la columna que Fuenmayor publicaba en el Diario del Caribe. Me gustaba esa columna que se ocupaba de comentar los acontecimientos más variados y sobresalientes de la semana. Pero había mucho más que un interés informativo en mi lectura de aquellas columnas. Me atrapaba la prosa diáfana y ponderada, rica en palabras de un castellano culto, pero sin alardes, que el columnista dejaba caer en el curso de su escritura. Tenía la convicción de que no me encontraba leyendo a un comentarista más del acontecer diario, sino a una mente original, fuera de lo común, que revelaba una familiaridad enorme con la literatura universal. El domingo 6 de mayo, apareció el primer número del Suplemento Dominical bajo la nueva dirección. El editorial hacía referencia a la invitación a hacernos cargo del hebdomadario, que nos había propuesto el Director del periódico. Se alcanzó a precisar que no íbamos a llenar un vacío, ni a reemplazar a nadie, sino a tratar de acercarnos a la verdad tanto como fuera posible. En los días previos a su aparición, hablé largo con el maestro Fuenmayor en la inmensa biblioteca de la parte trasera de su casa. Tenía la sensación de haberme metido en un territorio de palabras con sus innumerables libros, un mundo que no tenía relación directa con el afán que mostraban las gentes que pasaban por el bulevar de la 54, a poca distancia de su cruce con la siempre movida calle 72. Con su hablar pausado, arrastrando2 cada palabra, Alfonso Fuenmayor me propuso que armáramos pronto el primer número aportando crónicas literarias, páginas de escritores desconocidos pero valiosos y, por supuesto, producciones de nuestra propia cosecha. 60 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 60-67. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 A.F. Establecidas esas premisas, el domingo de su salida los lectores se encontraron en las páginas interiores con un nombre quizás desconocido: Marcel Jouhandeau. Fuenmayor había traducido del francés las últimas meditaciones que el escritor Juouhandeau, recién fallecido en su patria,3 le había confiado a Elizabeth Jousset, colaboradora del semanario parisino Le Figaro. No era un azar la escogencia de este autor francés para iniciar el Suplemento. Jouhandeau había sido un maestro de la crónica, ese género que le permite al periodista extenderse narrativamente sobre los hechos. Es que Alfonso Fuenmayor era un gran narrador, y las crónicas que se publicarían en las próximas entregas del Suplemento iban a confirmar esas dotes heredadas de José Félix Fuemayor, su padre. Por mi parte, yo escribí unas cuartillas sobre el nuevo rock, que, para esas alturas de la década, me parecía una música de actualidad como lo había sido desde los inicios en los años sesenta.4 Analizando algunos de mis artículos de los números que siguieron, es indudable que mi participación en el magazín, además de las tareas propias de la dirección y edición, revelaba en mis escritos una preocupación por temas del pensamiento filosófico y por el análisis de escritores y de corrientes artísticas europeas.5 La excepción fue una nota que escribí sobre el poeta argentino J.L. Borges, con motivo de su cumpleaños número 80.6 Aunque, no sobra decirlo, en julio había escrito una página sobre el poeta momposino Candelario Obeso.7 En los meses que siguieron, Alfonso Fuenmayor publicó varios escritos en el Suplemento. Simultáneamente, escribía artículos en otro espacio del periódico, que también aparecía los domingos. Era la sección que coordinaba el periodista Sigifredo Eusse bajo el título Intermedio. Como si fuera poco, en esta sección el maestro Fuenmayor incluía una columna suya bajo el rótulo El carrusel de los días. Una mirada a los ensayos y artículos que publicó en el Suplemento, durante los meses que restaban del año 79, nos da una idea de la variedad de intereses literarios y la amplitud intelectual de Alfonso Fuenmayor. En la tercera entrega del nuevo magazín, publica un extenso artículo sobre el novelista, crítico literario y ensayista J. A. Osorio Lizarazo.8 Más adelante,9 se refiere a una exposición del caricaturista G. Franklin, que tuvo lugar en la Alianza Colombo-Francesa. Hay que resaltar un artículo que publicó en octubre sobre su amigo el escritor Álvaro Cepeda Samudio, al cumplirse ese mes siete años de su prematuro fallecimiento en Nueva York.10 El artículo tiene un valor testimonial. Se refiere a su nacimiento “en Barranquilla, no lejos de mi casa”. Y recuerda que el padre de Álvaro, don Luciano, se detenía a hablar con el suyo sobre lecturas comunes. Manteniendo el tono personal, anota que “las lecturas que Álvaro había hecho no sugerían lo que él iba a ser y representar con el tiempo: mucho Pereda, mu- 61 cho Blasco Ibáñez, mucho Palacio Valdés y Valera y algo de Pérez Galdós. Estaba intoxicado de Azorín.” Sin embargo, cuenta el cambio que se produjo en el joven Cepeda: “Después, vinieron otras lecturas: Faulkner, Steinbeck, Hemingway, Joyce. Tengo la impresión de que no le gustó mucho Virginia Woolf.” En este cuadro de remembranza, muy breve pero revelador, lamenta “que Álvaro no hubiera tenido paciencia. Quería hacerlo todo rápidamente y a la perfección.” Y emite un juicio sobre La Casa Grande: “es un buen libro que contiene de la mejor literatura. Sin embargo, se debilita un poco porque en ese libro hay dos novelas”. A renglón seguido, resalta lo que le parece sobresaliente en Cepeda: “El periodismo y la narrativa le debe mucho, muchísimo a Álvaro Cepeda Samudio, quien contribuyó con conocimiento a renovar aquél y ésta, sacándolos de moldes convencionales y ñoños.” Después de referirse de manera ponderada a su personalidad literaria, concluye con un párrafo emotivo sobre la dimensión humana del escritor barranquillero: “Qué simpatía, qué bondad, qué generosidad […] Ahora hace siete años que Álvaro murió y ¿no es cierto que está vivo no solamente en sus retratos sino en sus obras?” En la segunda parte del primer año que llevaba de publicación, Fuenmayor no volvió a escribir en el Suplemento, aunque su labor en la dirección seguía siendo muy activa. Cada sábado aparecía con un paquete de libros para reseñar y con recortes de periódicos y revistas que presentaban los más diversos autores de la literatura mundial. En perspectiva temporal, pienso que esos aportes suyos daban cuenta de su extenso horizonte de intereses literarios, y de su curiosidad siempre atenta a la actualidad de lo cotidiano en el mundo de las letras. En la línea de los escritores latinoamericanos, publicó en julio de 1980 una nota sobre el argentino Julio Cortázar.11 En ella decía que Cortázar estaba escribiendo en ese momento sus mejores cuentos, basándose en la materia prima que le proporcionaban lo cotidiano y a menudo lo trivial. Afirmaba, no obstante, que Rayuela seguía siendo su libro más famoso que, aunque catalogado por todos como una novela, podía considerarse como una sucesión de cuentos. Merece un comentario especial un reportaje suyo que apareció en septiembre de 1980. Lo había titulado Encuentro con Gabriel García Márquez. Fuenmayor se había dado cita recientemente con el escritor en su apartamento de Bogotá. Cuenta que García Márquez había oído por boca de Plinio Apuleyo Mendoza que existía un grupo de jóvenes escritores nuevos que se estaban formando en Barranquilla y que trabajaban con Fuenmayor en el Diario del Caribe. El reportaje está lleno de anécdotas interesantes, incluyendo aquella que ha hecho historia sobre la promesa que había hecho el autor de Cien años de soledad de no volver a publicar si Pinochet no caía. Y soltaba otra perla: García Márquez le había comentado que pensaba volver a escribir en la prensa. Otro de los cuentos que se echaron en esa charla de Bogotá, fue que García Márquez le contó a Fuenmayor que siempre había querido escribir una novela como Crónica de una muerte anunciada, en la que el periodismo empalma con la 62 Diario del Caribe A.F. y Gabriel García Márquez. novela. Y también le habló de la decepción que le produjo el rechazo de Guillermo de Torre a su primera novela La Hojarasca. Además, Fuenmayor relata otras anécdotas sobre los viajes de García Márquez por el mundo, y como primicia que vale la pena destacar publicó, en un recuadro, las primeras líneas de Crónica de una muerte anunciada. Para finales de junio de 1980, me habían ofrecido la Rectoría de la Universidad del Norte, en donde comencé mi gestión rectoral el 3 de julio. Las nuevas responsabilidades produjeron un cambio muy grande en el manejo de mi tiempo, que hasta ahora me había permitido alguna holgura para escribir en el periódico mi habitual columna y preparar los materiales para la edición dominical del Suplemento. Recuerdo muy bien que todos los sábados, desde la media mañana, nos dábamos cita con el maestro Fuenmayor, para organizar el contenido y la disposición de los materiales en la planta baja del periódico, lado a lado de los diagramadores. Había pasado más de un año en esa aventura grata de la edición del Suplemento, de la que he guardado la imagen viva de las conversaciones que manteníamos al ritmo de la labor de edición. Se hablaba de todo, sin formalidades y sin orden, con anotaciones humorísticas que se interrumpían cuando la nota luminosa de un hecho literario se colaba en la conversación. El balance que puedo hacer de mis escritos publicados durante poco más de un año en el Suplemento, confirma el interés que mantenía por la filosofía y los fenómenos estéticos europeos, en especial los franceses.12 Traigo a colación esa participación mía, porque tiene que ver con el tono de mis conversaciones pasajeras con Alfonso Fuenmayor. Sobre todo, porque manifiesta el eco que encon- 63 traba en él para hablar y escribir sobre mis intereses intelectuales —que conservaban la intensidad de los años de estudio en París y Lyon—, al tiempo que me revelaban más y más el espíritu universal de Alfonso Fuenmayor en un medio que todavía me parecía provinciano y muy desconectado de las grandes corrientes del pensamiento europeo. No obstante, para finales del 80 participé en un foro, organizado en la Cámara de Comercio de la Calle 40, con un ensayo que titulé Esbozo de una etnología sobre el modo de ser costeño.13 Al releerlo me doy cuenta de la aproximación intelectual que iba teniendo, en el nivel ensayístico, con los temas regionales del Caribe. Mi cercanía a Diario del Caribe, mi trato frecuente con Alfonso Fuenmayor y con Eduardo Posada Carbó, se convirtieron en un estímulo para comunicar mi lectura de lo regional y lo local, sin desprenderme por completo de mi experiencia intelectual europea. El 21 de septiembre de 1980 se produjo un cambio en el Suplemento. Se integró la sección Intermedio del periódico con el Suplemento Dominical, cambiándose incluso la forma de presentación, que pasó a ser tabloide. Al resultado de la integración se le dio el nombre de Intermedio - Suplemento del Caribe, aunque la fusión trajo como consecuencia cambios en el contenido. A partir de entonces se combinaban los materiales propiamente literarios con otro tipo de información atinente a temas diferentes a los de la literatura. Con el cambio en la presentación, vinieron otros en su organización. Alfonso Fuenmayor seguía al frente de la Dirección y así sería en lo sucesivo hasta cuando el Suplemento desapareciera. En el período que va de ese septiembre de 1980 a noviembre de 1982, Fuenmayor incrementó el número de sus escritos, que ya no se restringían al campo literario. A comienzos del año 81, publica Aquí está el Carnaval14 y a la semana siguiente El metropolitano sigue su marcha,15 referente a la construcción del Estadio Metropolitano de Barranquilla. Por fortuna, al poco tiempo reaparecen los ensayos literarios que caracterizaban sus temas sobre García Márquez. Uno fue Aproximaciones a García Márquez,16 en el cual Fuenmayor se refiere a Crónica de una muerte anunciada. Basándose en una entrevista que el escritor concedió a periodistas internacionales, retoma las razones por las cuales piensa que García Márquez considera esta novela como su mejor obra. A diferencia de sus libros anteriores, había logrado dominar a sus personajes y meterlos en cintura, dando a entender “que sus dramatis personnæ, una vez creados o recreados adquirían una especie de autonomía, una mayoría de edad y muy probablemente de libre albedrío suficiente para escoger en cada encrucijada el camino que le venía en gana.”17 Fuenmayor afirma en ese escrito que si Crónica de una muerte anunciada no es la mejor obra de Gabito, sí es la más “suya”. El Instituto Colombiano de Cultura, dirigido entonces por Gloria Zea, publicó en abril de 1981 Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla escrito por Alfonso Fuenmayor. El libro —que ya no se consigue— recoge un total de trece artículos que habían sido publicados en Diario del Caribe en los años 70 y luego cedidos al Magazín Dominical de El Espectador, que los publicó entre febrero 6 y mayo 22 de 1977. Pasados dos meses de la aparición del libro, acosado por la curiosidad insatisfecha de sus lectores y amigos, escribió para Intermedio - Suplemento del Cari- 64 Diario del Caribe be una Crónica sobre “Crónicas del Grupo de Barranquilla.”18 “Por las preguntas que me han hecho y que aún siguen haciéndome tantas gentes, conocidas como desconocidas, y no solamente en éste sino en otros lugares, tengo la impresión de que un cierto número de personas, cuya cuantía no voy a exagerar, está en alguna medida interesado en saber cómo fue que di en la flor de escribir sobre el Grupo de Barranquilla”, escribe al inicio de esta crónica reveladora, si es que se puede aplicar esta palabra superpuesta a un libro de crónicas que ya había sido calificado de “revelador”. Básicamente, Fuenmayor cuenta dos encuentros que había tenido, el primero, en Barcelona —“no sé ahora con exactitud cuántos años hace… ¿cinco, seis, siete, ocho?”19— con Gabriel García Márquez, acompañado de Mercedes Barcha, su esposa, en un restaurante de “inmensos espejos, profundos”, y, el otro, en Roma, cerca de la Fontana de Trevi, también en un restaurante “que sólo tenía por enseña Vino e Olio.” En el restaurante de Barcelona se le soltó una larga evocación del pasado. Al escribir estas crónicas, todavía lo sorprende aquella evocación, y escribe que le pareció que ni Carmen (Balcells) ni Magdalena (Olivier) —que se encontraban con ellos en aquella comida— sabían mucho acerca de Gabito, de sus duros años de aprendizaje aquí en Barranquilla, por ejemplo. “—La que pasé en Barranquilla, con ustedes —me dijo él en una ocasión—, es la época más importante de la vida […]”20 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Y entonces engancha la evocación a los recuerdos de Barranquilla y los tiempos de Crónica, y las reuniones en “la Librería Mundo de Jorge Rondón Hederich, del Café Colombia, del Café Roma, del Café Jappy, de aquel patio con mesas, entre árboles y matas, que tenía por nombre el Avispón Verde, frente a la Iglesia del Perpetuo Socorro, donde se casó Álvaro, y en donde nos sorprendían los 65 A.F. y Gabriel García Márquez. dedos rosados de la aurora —a Gabito, a Alejandro, a Germán, a Álvaro, a mí— hablando, cuando todavía no habíamos salido de Sófocles y nos esperaba Shakespeare, y Joyce estaba pidiéndonos pista.”21 Casi al final de la Crónica, mientras cuenta un episodio de la varada de una camioneta en la que iba el Grupo, por la carrera 43, rememora unas palabras de Mercedes Barcha: —“Siempre he pensado que el maestro Fuenmayor es la persona que debe escribir sobre esas cosas. Fue testigo, fue protagonista de todo cuanto le ocurrió al grupo, tiene memoria, tiene […]”22 Indudablemente, Alfonso Fuenmayor era el testigo y uno de los protagonistas de aquel grupo mítico, del cual es posible que las nuevas generaciones no tengan mayor idea, pero cuya sola mención sigue manteniendo un interés inmenso para los estudiosos, los investigadores y los sobrevivientes de aquellos años, que todavía se preguntan por el sentido iniciático que tuvo “La Cueva” en los albores del boom de la literatura latinoamericana. Pero Fuenmayor era mucho más que el testigo. Cuando el jurado calificador del Premio Nacional de Periodismo discutía su nombre como candidato al galardón, uno de los miembros se opuso, aduciendo el argumento de que él no citaba ninguna fuente: “Entonces Tito de Zubiría lo refutó definitivamente: —Alfonso no citó ninguna fuente porque él es la fuente […]”23 El recorrido de la memoria por aquellos años en torno al Suplemento del Caribe ha delineado mucho mejor la imagen que desde entonces he tenido de Alfonso Fuenmayor. Fue, sin duda alguna, un maestro del periodismo literario, pero, 66 sobre todo, un ser humano que combinaba con maestría su enorme conocimiento del mundo de las letras —locales, nacionales y universales—, con una sencillez admirable que se alargaba hasta el trato afable y la conversación maravillosa que seguimos sosteniendo cuando ya había pasado aquella época de la aventura semanal del Suplemento. NOTAS 1 Huellas, Revista de la Universidad del Norte, N° 20, Barranquilla, agosto de 1987, p. 5-8. En Crónica sobre las “Crónicas del Grupo de Barranquilla”, dice de sí mismo: “Un gago, un tartamudo como yo, hablando y hablando hasta por los codos”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 14/06/1981, p. 6. 3 Marcel Jouhandeau (Guéret 1888 - París, mayo 1979). La traducción se publicó en el Suplemento bajo el título “El Adiós a Marcel”. 4 “El nuevo rock, una música para el presente”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 06/05/ 79. 5 Ver, en el Suplemento Dominical de Diario del Caribe, Jesús Ferro, “Los condicionamientos intelectuales: Herbert Marcuse. Razón y sensualidad” (5/08/79); “Aproximaciones al cine de Visconti” (13/ 05/79); “Rubens y Rembrandt: El rojo y el negro” (17/06/79); “Los 55 años del manifiesto surrealista. André Breton” (19/08/79). 6 “Los 80 años de Jorge Luis Borges”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 02/09/79. 7 “Candelario Obeso”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 01/07/79. 8 “J.A. Osorio Lizarazo”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 13/05/79. Este autor escribió, entre otras, la novela Barranquilla 2132. 9 Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 24/08/79. 10 “Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972)”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 14/10/79. 11 “Julio Cortázar”, Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 13/07/80. 12 Escribí sobre el futuro museo de Pablo Picasso (28/10/79), y “En busca del tiempo. Marcel Proust” (16/12/79). Más adelante, sobre un filósofo francés de origen judío, poco conocido entonces entre nosotros, “La significación económica de Emmanuel Lévinas - Introducción” (20/01/80). Y siguen otros artículos sobre autores franceses: “Albert Camus. Un itinerario existencialista” (09/03/80); “Jean-Paul Sartre” (20/04/80); “El Sartre existencialista y ateo” (27/04/80), que recoge un capítulo de un ensayo mío publicado en la Revista Javeriana en 1976). Muy significativo el título que le puse a este otro: “Un poeta desconocido: René Char” (24/08/80), que suponía en ese entonces era poco conocido en la Costa. 13 Suplemento Dominical de Diario del Caribe (09/11/80). Huellas, Revista de la Universidad del Norte lo publicaría en su vol. 2. 14 Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 25/01/81. 15 Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 01/02/81. 16 Suplemento Dominical de Diario del Caribe, 17/05/81. 17 Ídem. 18 Crónica sobre..., p. 6 a 8. 19 Ibíd., p. 6. 20 Ibíd. p. 7. 21 Ídem. 22 Ibíd. p. 8. 23 Ídem. 2 Dedicatoria autógrafa de Caravansary de Álvaro Mutis para A.F. 67 68 Archivo de Gustavo J. Garcia EL VIEJO PATRIARCA Cómo era Barranquilla hace 105 años Reflexiones sobre las librerías de lance. Unas cuentas electorales y unas buenas ideas. Sourdís y García Márquez. “Pedro del Monte” El Heraldo, mar. 12/70 En un puesto de libros de viejo, muy incómodo por hallarse sobre un andén, encontré al Viejo Patriarca que, ensimismado y absorto, ajeno al incesante deambular de gentes que apresuradas pasaban a su lado, a la estridencia de los pitos, a la impertinencia obstinada de los vendedores de lotería, hojeaba un volumen de raídas pastas. —¡Hola! —me dijo, y mostrándome con un gesto el libro que tenía en las manos, agregó—, he aquí una obra curiosa de la que tenía algunas noticias. La escribió un señor F. Borrero, del Huila (supongo que será de la familia del doctor Pastrana Borrero) y en ella relata uno de los muchos viajes que realizara en su inquieta existencia. En este tomo que se titula Recuerdos de viaje, relata los que hizo desde Honda a Cartagena y de ahí, pasando por Barranquilla y Santa Marta, por Brasil, Argentina, Cuba, España, Italia, Francia, Alemania, Noruega, Suecia, Polonia, Rusia, los Balkanes. La prosa tiene nobleza y no faltan las reflexiones de índole moral. Este viaje lo inició el señor Borrero el 21 de agosto de 1865. Aquí en Barranquilla, llegó en el buque Mosquera. Y dice que un poco abajo de Nare “encontramos el hermoso vapor Antioquia que subía ligero como una garza que apenas roza las olas con sus alas.” Agrega que el Antioquia traía “enfermo a su capitán, que se trasbordó a nuestro buque; tomó por capitán a otro inglés que estaba allí cerca abriendo una trocha para un telégrafo.” —Entonces los capitanes de buques eran ingleses en esa época. —Por lo menos algunos y, según se ve, sabían también abrir trochas para el telégrafo. Pero oiga lo que dice de Barranquilla el señor Borrero, quien probablemente pasó por esta misma esquina: “Barranquilla es la llave del Bajo Magdalena, y hoy (agosto de 1865) la más populosa y activa de las ciudades de nuestro litoral; pero como su acrecentamiento data de pocos años, las hermosas casas de piedra y madera construidas recientemente están como incrustadas entre las chozas de bahareque y paja y las vetustas construcciones coloniales, cuyos tejados medio hundidos y cubiertos de musgo dejan escapar por entre sus grietas robustas plantas. Para el que ha pasado su vida en las calladas poblaciones del interior, esta ciudad con su constante movimiento y su población multicolora, presenta un espectáculo nuevo de animación y vida […]” Viendo ésta y otras referencias fragmentarias sobre Barranquilla, pienso en la enorme falta que hace una historia de la ciudad. Esta historia no se ha escrito y siempre me he preguntado a qué se debe que nuestra ciudad sea la gran ausente en el relato de la vida pretérita de Colombia. Es cierto que no se sabe con la pretendida exactitud con que se señala el origen de otras ciudades, como nació ésta. Pero la teoría favorita, que es probablemente la verdadera, es hermosa, acaso porque no corresponde a lo convencional y trillado. Aquí, en el nacimiento de Barranquilla, no hay destellos de espadas, ni relincho de caballos sudorosos y piafantes. Es una historia simple y definitiva. Una invencible fuerza de la naturaleza fundó a HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 69-72. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 69 Caño Arriba de Barranquilla. A la der. la Empresa de Energía y Tejidos Obregón; al fondo, la Cervercería Barranquilla, 1921. Barranquilla. Y esto es bastante… —Pero aquí tenemos estudiosos de la historia, miembros de academias, publicistas… —Sí, sí, usted tiene razón. Y son muy competentes y eruditos. Pero se ocupan de otras cosas. Saben de la civilización maya, de la cultura egipcia, conocen todas las intimidades de la historia napoleónica, pero no se ocupan de lo nuestro, quizá porque no le dan la importancia. —¿Viene usted aquí con frecuencia? —le pregunté al Viejo Patriarca. —No tanto como quisiera. Una de las cosas que más deploro es que Barranquilla no tenga librerías de lance o librerías de viejo. Estos establecimientos le dan peso, substancia, a una ciudad. Yo podría pasarme horas y horas en librerías de viejo, pero éstas ya no existen o las que funcionan se dedican a vender y comprar textos escolares. Parece que esta actividad es ahora un buen negocio. Pero las librerías de viejo tienen un encanto inenarrable. En los quais del Sena se suceden hasta cubrir kilómetros. Los franceses tienen la palabra bouquin que significa libro viejo, la palabra bouquiniste designa a la persona que comercia en libros viejos. Emplean el verbo bouquiner para expresar la idea de buscar o consultar libros viejos. Bouquineur es la persona a la que le gusta consultar libros viejos. Bouquinerie es un vocablo que se emplea para designar la profesión de quien comercia con libros viejos. En la calle de San Bernardo, en Madrid, y en el barrio Gótico de Barcelona, qué magníficas librerías de viejos hay. En Charing Cross, en Londres, los establecimientos de esa clase son incontables. Ahí se encuentra la fabulosa librería Foley. Es inmensa, la más grande del mundo, según tengo entendido. ¿Sabía usted que allí se cometió un asesinato?… Cuando el maestro León de Greiff estuvo aquí en Barranquilla, hace cosa de dos meses, quiso que se le mostrara la librería que fuera de don Ramón Vinyes, el ilustre e inolvidable escritor que en Cien años de soledad aparece como el “sabio catalán”… Al pie del puesto de libros de viejo, en el andén, un muchacho ha colocado periódicos locales y de Bogotá, y encima de ellos, previendo la hostilidad de la brisa, ha puesto unas piedras. Se ven los titulares de primera página que la gente, congregada, lee y comenta, principalmente los que se relacionan con la campaña presidencial. 70 —La política hace que la gente pierda el sentido de las proporciones y le juega muy malas pasadas a la lógica —comenta el Viejo Patriarca—. Por ejemplo, un día, el director de El Tiempo, de Bogotá, dice que el general Rojas puede ganar las elecciones, pero al día siguiente asegura que a tiempo que el general obtendrá 900.000 votos, en favor del doctor Pastrana se pondrán 1.300.000 de sufragios. ¿Cómo se entiende esto? Por otra parte, he visto que los candidatos tienen muy buenas ideas. El doctor Pastrana acabará con el desempleo aunque pienso que hubiera sido un acto patriótico de su parte que la fórmula que tiene sobre este particular se la hubiera proporcionado a este gobierno, lo mismo que aquellas que se relacionan con el aumento de la producción, con el incremento de las exportaciones, con la derrota de la ignorancia y de la enfermedad. No queriendo quedarse atrás, el doctor Betancur ofrece crear —siempre y cuando que lo elijan— cien mil becas para los colombianos, aunque no dice con qué fondos o a expensas de cuáles se van a financiar esas cien mil becas. Tal vez por el temor de que su “fórmula” le sea escamoteada. ¿Y qué me dice del general? También tiene muy buenas intenciones. Por ejemplo, poner el dólar a cincuenta centavos colombianos y asegura, según he leído, que a cada colombiano le proporcionará un automóvil. ¿Por qué carreteras, por cuáles calles transitarán quince o veinte millones de vehículos? Es un secreto. Estamos, nuevamente, ante un desbordamiento demagógico, a menos, naturalmente, que, sin que lo sepamos, el general Rojas estuviera provisto de una varita mágica que le hubiera proporcionado la misma persona que le dio la piscina de Melgar. Por otra parte, es bueno recordar que al general Rojas Pinilla se le impugna más por la orientación política que le dio a su gobierno, por el total desprecio con que trató la constitución, los derechos humanos y la voluntad popular —que se expresa en las urnas— que por su desastrosa gestión administrativa. —¿Y qué me dice del doctor Sourdís? —le pregunté. —Ha venido realizando una hermosa campaña, con una gran altura mental y con un imperturbable decoro. No se le ha escuchado una sola necedad, no ha dicho una sola insensatez, no ha pronunciado palabras de agravio aunque no hay duda que se le ha querido agraviar. Sin que quiera menospreciar el valor posible de quienes le disputan la presidencia, está claro que el doctor Sourdís es quien, con más cabalidad, da la imagen de un hombre civilizado. Ésta es la impresión que deja con su comportamiento, siempre generoso, en el que se aúna la auténtica caballerosidad con las virtudes de un estadista sobresaliente, excepcional. —¿Quién, piensa usted, va a ser elegido presidente de la república? —No tengo virtudes propias de los videntes, no [ilegible en el original consultado] ello. Sin embargo, para mí no hay duda de que el doctor Sourdís será elegido presidente si la Costa vota en las elecciones como debe hacerlo, en un acto de afirmación, de fe, yo diría que de dignidad, de amor a sus propios valores. No superándolo ningún otro de sus competidores, ¿qué razón hay para no votar por el doctor Sourdís? Yo pienso que ningún barranquillero, ningún atlanticense, ningún costeño querrá echarse sobre su conciencia el remordimiento que implicaría no haber contribuido a la victoria de uno de los suyos o, lo que es peor, de haber luchado para que se le derrote… —¿Y no tiene otra razón? —Bueno, en realidad tengo otra, pero es una razón para mí solo y no creo que pueda hacerla valer ante nadie aunque para mí tenga un valor excepcional… 71 A.F. —¿Y qué inconveniente habría en que usted me la hiciera conocer? —Realmente ninguno. Vea usted, hace cosa de dieciocho años le oí decir a José Félix Fuenmayor —ese gran escritor barranquillero— que Gabriel García Márquez sería el primer novelista colombiano y le oí decir, también, que Evaristo Sourdís llegaría a ser presidente de la república. Yo creo —y quiero, claro está— que esta segunda parte de su anticipación tenga el mismo cumplimiento que alcanzó la primera. Aprovechando una breve pausa que inesperadamente se produjo en esta conversación, comenté: —La campaña local está muy animada… —Y yo agregaría, que muy colorida por el derroche de cromatismo de que se hace ostentación en los afiches aunque éstos insisten, por razones de una clara obviedad, en emplear los colores de los partidos políticos, el rojo y el azul. Pero también veo en esta campaña, una deplorable falta de imaginación. Los slogans se parecen mucho entre sí aunque en algunos casos —la opinión sabe cuáles— esos slogans son notoriamente falsos, no tienen nada que ver con la realidad. Ha visto usted que candidatos que nada, absolutamente nada han hecho por la ciudad y por el departamento, se presentan como milagrosos realizadores. Claro que esas mentiras no andan mucho, no llegan a la otra esquina. Pero acaso, agregó el Viejo Patriarca, lo que me ha llamado más la atención son las actitudes declamatorias que asumen algunos candidatos que han creído hacer más convincentes sus carteles agregándole su propia efigie en fotografía. Parecen recitadores, simulan ser unas Bertas Singermans. ¿Es que aquí no se sabe todavía que esa oratoria feneció hace mucho tiempo y por fortuna? La oratoria no es un espectáculo histriónico, no son desplantes acrobáticos, no vigorosos ademanes, no es gimnasia sueca sino gimnasia de la inteligencia, un llamamiento a la razón. El orador de nuestros tiempos se ha convertido en un expositor y un expositor se impone por el discurso de su razonamiento y no por la vehemencia que emplee y gaste en extender los brazos. Pero veo que se me está haciendo tarde, hasta la vista. Y el Viejo Patriarca se perdió casi enseguida en medio de la multitud que caminaba precipitadamente no sé hacia dónde. 72 EL VIEJO PATRIARCA Barranquilla es Ganga Evocación de Fray Candil. El rojismo es anti-liberal. Oportunismo político. Democracia son elecciones. “Pedro del Monte” El Heraldo, abr. 13/70 Estábamos en una heladería. Afuera, como dijo Castañeda Aragón, ardía un sol de gasolina. Por entre los cristales que nos aislaban de la calle se adivinaba la torridez de un clima que empapaba la camisa de los transeúntes para muchos de los cuales caminar de prisa, sin ir a ninguna parte, era una manera, bien enojosa por cierto, de perder el tiempo. Con un ascetismo que contrastaba con el incitante derroche de colores de los helados que niñas glotonas consumían con remilgos poco convincentes, el Viejo Patriarca, lentamente, sorbía un poco de café al que no quiso agregarle azúcar. —Esta mañana —le dije—, leí un artículo en el que a esta ciudad la llamaban “Ganga” y a los barranquilleros ”gangueños”, ¿de dónde viene esto? —La palabra ganga, me contestó, tiene varios significados y con ella, en Cuba, designan un ave zacunda, menor que la garza, pues tiene el tamaño de un gallo. Y le hablo del significado que a esa palabra le dan los cubanos porque Barranquilla fue llamada Ganga, no sé exactamente debido a qué razones, por un escritor cubano de quien ahora se acuerda poca gente, y quien visitó la ciudad, para decirlo con exactitud, entre el 17 de abril y el 20 de julio de 1898. —¿Quién era ese escritor? —pregunté. —Pues su nombre completo era Emilio Francisco Bobadilla y Lunar y nació el 24 de julio de 1862 en el puerto de Cárdenas, cerca de Matanzas. Ahora esa población, supongo, tendrá unos cuarenta mil habitantes. Más de un año permaneció en Colombia, a final de este siglo, y vivió sucesivamente en Panamá — entonces Panamá era Colombia— en Cartagena, en Barranquilla, en Bogotá, De aquí partió a Venezuela para regresar a Europa, donde había vivido. Su obra de escritor es más bien abundante, como que escribió cosa de cinco novelas y ensayos, dramas, seis libros de versos. Por cierto que tiene un poema denominado Bogotá cuya primera estrofa, si no recuerdo mal empieza así: Bogotá melancólica, ¡cómo oprimes el pecho con tus cerros ingentes, con tus cerros sombríos, megaterios deformes que enigmáticos duermen paleolítico sueño con ensueños de siglo! —¿Y en qué libros habla Bobadilla de Ganga? —le he preguntado. —En una novela que se llama A fuego lento. Es la historia de un médico domi- HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 73-76. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 73 nicano que vino a dar aquí, y se fue a París con una muchacha llamada Alicia. Por cierto que a Cartagena, en ese mismo libro la llama Guámbaro y allí se sorprendió de ver por la calle tanta gente leprosa y con coto. El libro es despectivo, nada deferente para con nosotros. “Fray Candil” lo publicó en Barcelona. —¿Fray Candil? —Olvidaba decirle que Ése era su pseudónimo. En alguna parte dijo Bobadilla: “Me firmo Fray porque los frailes gozan de cierta inmunidad para decir cuanto les venga al hábito y Candil porque gusto de hacer luz donde imperan las sombras.” —¿Qué tal como escritor? —En Bogotá lo saludaron su compatriota el eminente Rafael María Merchán, Rafael Pombo, Julio Flórez, Carlos Arturo Torres. Se alojó en un hotel que se llamaba La Maison Dorée. Sanín Cano, entre otros, escribió sobre Bobadilla. El General Uribe Uribe, cuando Sanclemente era presidente, defendió un proyecto de ley por medio del cual se le reconocía al escritor cubano una indemnización por daños y perjuicios. Ahora no recuerdo en qué consistieron esos daños y perjuicios... —¿Y qué tal es como escritor? —repetí la pregunta. —Bobadilla es un buen escritor, su prosa es fluida, tiene un amplio vocabulario aunque apela con frecuencia al francés porque en gran parte su cultura, que abarcaba campos diversos, era de formación francesa. No hace mucho leí que Bobadilla había influido en el estilo y formación del gran escritor peruano Felipe Sassone. La afirmación la hace Luis Alberto Sánchez en su libro Proceso y contenido de la novela americana. Pero tiene un discípulo mucho más sorprendente, un verdadero clásico de las letras españolas. Y estoy refiriéndome nada menos que a Azorín, quien, por propia confesión, en palabras que ahora no recuerdo con exactitud, dijo que le debía mucho en su formación literaria a Emilio Bobadilla, considerado por Gómez Baquero como el primer satírico de lengua española. Murió a los 59 años en Biarritz, el primero de enero de 1921. Y en ese balneario se encuentran aún sus restos que no han sido repatriados. Después de todo él amaba intensamente a Francia… Se abrió entonces un compás de silencio, apenas interrumpido por el nítido golpe de las cucharillas sobre las copas. Fue muy fugaz esa pausa porque el ronroneo de las conversaciones fue apoderándose, nuevamente, de la sala para que ésta adquiriera, con alguna moderación, la orquestada vocinglería de un mercado. Para darle un sesgo al diálogo que tanto se ha parecido a un monólogo, le pregunté al Viejo Patriarca: —¿Estuvo en el baile de La Piragua el sábado? El Viejo Patriarca se limitó a sonreír con una sonrisa que era como un regaño. Mitigando el alcance de su sonrisa, me dijo: —Tengo entendido que el valor de la entrada era elevado y más elevado todavía el valor de los artículos que en lugares de esos suelen consumirse. Además, 74 Calle Ancha de Barranquilla (hoy Paseo de Bolívar), 1880. unas veinte mil personas debían pagar sus entradas al encuentro de fútbol que hubo de verificarse al día siguiente. No obstante, los informes que tengo me hacen saber que fue un éxito completo. Se me ha dicho, inclusive, que al baile asistieron parejas rojistas… —¿Rojistas? —Sí, rojistas. No sé si usted se ha dado cuenta, pero, antes que todo, el rojismo es anti-liberal. ¿Usted recuerda el nombre de un ministro liberal nombrado durante el gobierno del general Rojas? ¿Puede citarme el nombre de un liberal designado por el mismo general Rojas como gobernador en el tiempo en que ejerció su dictadura? ¿Usted cree que es un simple azar que los cinco militares que él designó como sus sucesores el día en que se vio obligado a abandonar la presidencia fueran todos, absolutamente todos, sin una sola excepción conservadores? —Pero los militares son apolíticos, no tienen partido, comenté. —De acuerdo —dijo el Viejo Patriarca re-editando su sonrisa—. Pero ninguno de esos generales de la Junta milita en el liberalismo. Por su comportamiento posterior no queda, no puede quedar, la menor duda de que son conservadores que han asistido, por otra parte, a convenciones conservadoras. En materia política, el general Rojas Pinilla sabía muy bien lo hacía. ¿Acaso sus allegados, todos, sin excepción, no son conservadores? Dejemos la ingenuidad a un lado —prosiguió el Viejo Patriarca—. Vea eso: En el Atlántico, como es sabido, Anapo no le disputa curules del congreso al partido conservador. Éste, cualquiera que sea el resultado de las elecciones, conservará intacta su cuota, es decir, cuatro representantes y dos senadores. En cambio, Anapo, como una demostración más de su antiliberalismo trata de disminuir la cuota liberal con candidatos que se contraponen con los candidatos de esta colectividad. Si las elecciones llegaren a producir los resultados que Anapo ya anuncia, tendríamos que el conservatismo tendría cuatro representantes y dos senadores, que Anapo tendría un senador y un representante, y el liberalismo, que es indiscutible mayoría, sólo tendría un senador y tres representantes. No 75 hay la menor duda de que Anapo trata, solamente, de debilitar al liberalismo porque es un movimiento incuestionablemente antiliberal, en cuanto refleja las predilecciones y las abominaciones de su jefe… —Sí, tiene usted toda la razón, En verdad no había caído en cuenta de ese fenómeno tan significativo que usted acaba de exponer. Las cosas que se ven en estos tiempos nunca antes se han visto… —En efecto —comentó el Viejo Patriarca—. Hay contradicciones muy curiosas que se parecen mucho al peor manzanillismo, que semejan componendas poco edificantes. Vea usted, el doctor José Raimundo Sojo alega su condición de barranquillero para pedir apoyo a su candidatura a la Cámara. Está muy bien que considere el hecho de haber nacido aquí como una causa que le da legitimidad indiscutible a sus aspiraciones por cuanto, como se sabe, la representación en el congreso tienen un carácter incuestionablemente regional. Pero, en cambio, según se me ha informado, el doctor Sojo pide apoyo electoral para un senador que no ha nacido aquí. ¿Cómo llamaría usted esto? Pero hay más: el doctor Sojo apoya a un sourdista para el senado y apoya a un enemigo de Sourdís para la presidencia de la república. Estas son las cosas que, en concepto de muchos, hacen repugnante y despreciable la política. —Pero es que eso no es política. Puede llamarse de cualquier modo pero no es política. —Estoy completamente de acuerdo con usted. Aunque el Frente de Transformación Nacional ha sido altamente conveniente para la recuperación del país, acaso no debe dudarse de que ha servido para crear confusión y confusionismo. Esto se habría subsanado en gran parte si la elección de presidente y las restantes elecciones se verificaran en días distintos. Pero aquí le tenemos miedo a las elecciones al mismo tiempo que nos ufanamos de nuestras predilecciones democráticas. Qué contrasentido, qué paradoja. Democracia son elecciones. Esto está muy claro. Y mientras más elecciones haya en un país, pues hay más democracia, ya que las elecciones no quieren decir cosa distinta que consultar, que auscultar la opinión pública. Si hacer pocas elecciones es una tendencia sana y plausible, pues, entonces no habría nada más sano y plausible que una dictadura por cuanto ésta detesta cualquier tipo de elecciones, cualquier indagación acerca de los anhelos de los ciudadanos. Hay que acostumbrar a la gente a las elecciones. La tendencia contraria, que trata de prevalecer y que ha hecho incurrir al país en el craso error de hacer elecciones múltiples en un solo día para “evitarle conmociones” a la república, es una tendencia antidemocrática aunque otra cosa crean quienes la han defendido a nombre del patriotismo y de no sé cuántos conceptos más que en ésta como en tantas otras ocasiones son mál usados. Levantándose de la mesa y a manera de despedida el Viejo Patriarca dijo: —Después de las elecciones empieza la tarea de curarnos de los vicios que fatalmente hubo de crear este sistema sin el cual, por otra parte, difícilmente se habría derribado la dictadura que aspira a restablecerse por la vía democrática en los próximos comicios. No hay sistema, por bueno que sea, que no tenga algo malo… 76 Aire del día Noé León se libera Alfonso Fuenmayor El Heraldo, jul. 2/71 Para Noé León fue providencial pasar un domingo en la tarde frente a la vieja Cueva. Tostándose al sol, traía bajo el brazo dos cuadros que ya tenían un destino cierto en las paredes de cualquier peluquería de arrabal. El destino del “primitivo” iba a cambiar en la intersección de la calle 59 con la carrera 43. Allí estaban José Gómez Sicre, Alejandro Obregón, Eduardo Vilá Fuenmayor. Y también quien estas líneas escribe. Al día siguiente, algunas sugerencias de Gómez Sicre mejoraron notablemente el Gran Luruaco, cuadro de Noé León que ahora figura en la colección de “primitivos” del expresidente venezolano Rómulo Betancourt. Enseguida Eduardo Vilá Fuenmayor se hizo el coach del pintor cuyos cuadros empezaron a parecerse cada vez más a los de Rousseau. El antiguo policía de San- Noe León en su casa, Barranquilla, h. 1965 (tomada de Noé León, Seguros Bolívar) ta Marta se aproximaba Durante cuatro o cinprogresivamente al “adua- co años Noé León estuvo nero” francés. prácticamente secuestrado. En ese lapso, se Vilá Fuenmayor le dice, trabajó intensaabrió amplios mercados mente con la tarea que alal pintor desconocido, guien le había impuesto: cuyos cuadros se exhi- pintar tres cuadros semabieron con éxito en Bo- nales que iban a parar a gotá y fuera del país. las ávidas manos de un mercado que con gran Aunque las relaciones dedicación, amor e intede la pintura de Noé ligencia le había creado León con el verdadero Vilá Fuenmayor. En ese arte sigan siendo vagas lapso, según la misma y distantes y esperen, en información, Noé León la especie de Limbo en pasó a ser la “propiedad” que se encuentra, una de dos o tres personas, denominación especial, entre ellas algún extransus óleos ingenuos, ri- jero, que ganaron sumas sueños, de una magia que algunos consideran pueril dotada de rígido fabulosas, con las pintuencanto, como si una ras de este hombre que mano arcangélica guiara combate el olor de la trelos toscos pinceles, son mentina con el licor bala ambición de muchas rato. amas de casa que quieren una instantánea y Sin Eduardo Vilá Fuenfulminante deleitación mayor no hubiera ido Noé “artística”. León más allá de las pelu- querías, hubiera seguido siendo un pintamonas, un artista hebdomadario y jamás habría encontrado el camino que lo llevó a la “buena prensa”, no habría conocido el éxito que ni siquiera cuando lo visitaba la megalomanía que da ciertas ingestiones por la vía oral soñaba allá en su modestísimo escondrijo de Loma Fresca. Se anuncia la reaparición de Noé León, después de su prolongado secuestro. Ojalá que ahora haga su propia y no la ajena fortuna y que en este mes que se considera el de la emancipación de los pueblos sea, también, el de la recuperación de su libertad, ese inefable bien que había perdido. 77 Aire del día Librerías de viejo El Heraldo, jul. 6/71 Antes por el viejo callejón de Pica-Pica donde “la pica demoledora del progreso” hizo un trazado frío e inexpresivo, se encontraba una que otra librería de viejo, en cuyo sosegado ámbito se congregaba una clientela reducida y familiar que parecía formar parte del establecimiento. La quietud del lugar acusaba un hiriente contraste con el bullicio infernal del mercado cercano. Aunque una librería de viejo es por naturaleza un rincón apacible, en donde no hay movimientos bruscos sino silenciosos desplazamientos, discretos murmullos de obras que se hojean, es más frecuente de lo que parece que, como un relámpago, se produzcan intensas emociones. Esto ocurre cuando se halla el inesperado volumen que faltaba para completar una obra en varios tomos, cuando se encuentra sorpresivamente el libro que en vano había sido buscado. Estos hallazgos súbitos, que provocan electrizantes sensaciones, surgen de acuerdo con la ley no escrita de las librerías de viejo: que todo transcurra en la quietud. 78 Casa de Bolívar, quién es el que nombra los ministros, los gobernadores, quién, en resumen, ejerce las funciones de jefe del Estado con el acatamiento de todos los coLa extinción de este lombianos. comercio parece irremeEsto hace presumir diable aunque está en contradicción con la mo- que el general Rojas Pinida hoy generalizada y fe- lla cuando saludó al pribril de preferir, en mue- mer magistrado en el Pables y adornos domésti- lacio Arzobispal lo llamó cos, lo antiguo a lo mo- “señor presidente”. La derno, que quiere decir la persona que menos podía predilección por la obra negarle este título legítipersonal de artistas y ar- mo al doctor Pastrana tesanos sobre la obra en Borrero es el propio geneserie que hacen nuestras ral Rojas Pinilla, quien carpinterías y que lanzan, empezó a ser denominatambién, las editoriales do presidente desde las del mundo, que fabrican horas de la tarde del 13 mecánicamente los li- de junio de 1953 hasta la bros, exentos de los pri- madrugada del 10 de mores que antes los ca- mayo de 1957, sin que hubiera sido elegido para racterizaban. el cargo que hasta ese día Las librerías de viejo desempeñó. en esta ciudad son cosas Hemos estado a pundel pasado, como los coches de punto, como las to de asistir a una de esas lámparas de petróleo, polémicas que tanto nos como los buques de pa- entusiasman, y ya veíasajeros que deslizaban su mos formarse los dos embrujamiento a lo largo bandos antagónicos, el “que sí dijo” el “que no del río Magdalena. dijo”. Pero el presidente Pastrana pronunció la SEÑOR PRESIDENTE última palabra y afirmó A estas alturas nadie que que el general Rojas Piniesté en sus cabales, que lla le había dado el tratano padezca de esa mega- miento que correspondía, lomanía que hace que es decir, que usó el vocatantos dementes se me- tivo “señor presidente”, tan la mano derecha en sin que estuviera alula casaca para asumir diendo a una novela del una actitud conocida señor Asturias. como “napoleónica”, puede ignorar quién es el presidente de Colombia, quién es el que vive en la entiende el amante de los libros viejos, bouquiniste es el librero de viejo, tal como consta en el LaAlfonso Fuenmayor rousse que tenemos a la vista. Prácticamente entre nosotros han desaparecido las librerías de lance y no sin que ello subraye un retroceso cultural innegable. Ahora los puestos de libros viejos que se encuentran sólo venden textos escolares con atractivas portadas. El libro de álgebra muestra un árabe policromo, el de anatomía a una dama que bien puede ser una artista de la pantalla en su séptimo divorcio. Pero en estas librerías no hay más nada. Ni siquiera venden el Secretario de los amantes que tan abundante clientela tenía antes entre los horteras. Las librerías de viejo le dan ambiente a una ciudad. Y al decir esto todo el mundo piensa en los puestos que tradicionalmente están instalados a orillas del Sena, allá en París, en donde esos establecimientos, en los que se especula lo mismo que en las joyerías, tienen atributos turísticos y tan honda raigambre que han enriquecido el idioma. Bouquin significa libro viejo de poco valor, bouquiner quiere decir buscar o consultar libros viejos, bouquinerie equivale a comercio de libreros de viejo, por bouquineur se Carta de Londres [I] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, mayo 22/74 Me he acogido al confortable refugio de un barcito del Soho mientras cae el chaparrón. Música muy “moderna” es la que esparce algún fino aparato multifónico desde imprecisables rincones. Parece ser de rigor que las muchachas que allí se encuentran de alguna manera lleven el compás de la melodía, ya sea taconeando debajo de la mesa, ya moviendo de un lado a otro sus cabecitas rubias, ya haciendo descender rítmicamente alguno de sus anillados dedos sobre la mesa. Con un sol ya mortecino de las siete de la noche, la clientela, la habitual y la esporádica, va entrando al establecimiento. Mi paladar trata de llegar a un cordial entendimiento con el sabor de la cerveza inglesa, que se clasifica en varios tipos de colores y de gustos. Son matices bien distinguidos por los connaisseurs para los cuales se mezclan unos tipos con otros. Seguramente para conseguir más enérgicos efectos embria- abrigos arrugados y provistos de cabelleras muy semejantes a la que popularizara Franz Liszt. La verdad es que acicatea mi curiosidad, que no tarda en manifestarse en miradas que temo llegarán a la indiscreción y aún a la impertinencia, la circunstancia de que muchas mujeres rubias se encuentren acompañadas de negros del más enfático azabache y acaso, acercándose uno a ellos, no sería difícil sentir el ominoso rumor de la selva. Mis ojos saltan de una a otra pareja bicolor y esto no pasa inadvertido para el señor que ocupa un puesto a mi lado, junto a la barra. Mi vecino sin proponerle un enigma a mi comprensión, contestando preguntas que no he formulado, me dice con obvio sentido aclaratorio: gantes algunos clientes, antes de sorber aquellas mixturas sin espuma y servidas al clima, se echan al gaznate un trago fuerte. Con ejemplar consagración hace su oficio la muchacha encargada de mantener limpios vasos y copas. En esa tarea pone parte importante de su conciencia. El acto de secar esos recipientes parece un rito. En su interior introduce una blanquísima toalla que ocupa todo el espacio y entonces la hace girar y girar. No pasarán muchos mi—Bien caro tienen nutos antes de que ese vaso vuelva a ensuciarse que pagarlo ellos. con las bebidas embriaHe entrado a una drogantes para las que, ese guería que aquí llaman sitio, está destinado. “Chemist” para comprar Es entretenido echar- una aspirina. Sintiéndole un vistazo a los parro- me de súbito en una esquianos, en su mayor pecie de abigarrado muparte, vestidos según cri- seo al ver los artículos terios personalísimos. Lo que se acumulaban en normal es la variedad, de vitrinas, mostradores y tal manera que allí no armarios, pregunté a la desentona un pulido em- dependiente acerca de pleado de banco de la una pomada, allí exCity vestido de conformi- puesta, en cuyo empadad con el standard tra- que se decía muy claradicional. Pero abundan mente, casi con descaro, los jóvenes de largos que untándola alrededor de los ojos haciendo al mismo tiempo una cierta presión con los dedos para que se conformara una acción muy parecida y acaso equivalente al masaje, las arrugas que en ese lugar suelen formarse, desaparecían para restituirle a la persona una tersura muy semejante a la que se advierte en las muñecas de porcelana. Con malicia de dependiente o acaso sólo provista con la famosa intuición femenina, la dependiente adivinó mi escepticismo. Entonces me dijo con un tono pedagógico que se apoyaba en los lentes que le prestaba un aspecto sabio: —Las arrugas no desaparecen enseguida, lleva un tiempo para desaparecer… —Al contrario —le digo yo—, las arrugas llevan su tiempo precisamente para aparecer. De todos modos, el tubito mágico fue a parar al fondo de mi maleta. Ciertamente, la estatua de Winston Churchill hubiera estado muy bien colocada en cualquier sitio. Nadie la hubiera extrañado en una academia militar, en un ateneo literario, en un campo de batalla, en un jardín apacible, en una avenida de mareante 79 agitación, inclusive en una de esas tabernas que frecuentaba el doctor Johnson, allá en Fleet Street. que se levantó una estatua al gran Winnie. La he visto de lejos. Es sólida, robusta, cargada de espaldas y está frente al Parlamento, en donde, Ahora he encontrado desde luego, también Carta de Londres [II] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, 1974 Sin duda, la National Gallery de Londres es uno de los grandes museos del mundo. Allí muchos cuadros de imperecedero valor cuelgan de sus vetustas paredes. Ahora que el gobierno laborista dispuso que fuera libre la entrada a establecimientos de esa naturaleza probablemente la concurrencia es mayor que antes. Yendo y viniendo, tropezándose entre sí, en ese laberinto hay un público tan numeroso y variado como el que deambula por Piccadilly Circus. Menos gente hay en la Tate Gallery, dedicada a la pintura moderna, y donde me recibe la señorita Bellow, alta funcionaria de esa prestigiosísima entidad. Doy algunas 80 vueltas por aquellas salas donde se expone pintura inglesa. Gainsborough, Reynolds, Turner, Constable, Hogarth, pero — para mí, al menos— sobre todo William Blake delirante, incisivo, perturbador en cuya indudable locura yo pretendo ver una mezcla de Cromwell y Miguel Ángel. La fascinación del poeta-pintor que tanta gente inquietara con las memorables estrofas del Matrimonio del Cielo y el Infierno, me acompaña mientras almorzamos en el cómodo restaurante de la galería —teniendo a la derecha el Ta... [texto empastelado] mi paciente Virgilio por estos enredijos londinenses. está el sitio para el gran na que aquella obra reorador, para el estadista presenta no lo necesita. genial. A cualquier nivel que se le coloque, siempre estará Al pasar me di cuenta tan alta como la de Nelson de que la estatua casi no en Trafalgar Square. tiene pedestal. La perso- con una voz sedosa que se disuelve en el aire como los perfumes, tiene la amabilidad de invitarnos a la inauguración privada de la Exposición de Verano que todos los años tiene lugar en la Royal Academy. En la Burlington House, ese inmenso palacio que se levanta en una acera de Piccadilly Street, la Academia Real de Pintura, al igual que todas las academias reales que operan en la isla, allí tiene su sede. A pesar de que se trata de una exhibición privada, se ve un largo desfile de gentes hacia las imponentes escaleras que llevan a las galerías. Fue enorme, realmente abrumador, el trabajo que debieron cumplir aquellas personas que fueron escogidas para seleccionar las obras que penden de los muros. A su criterio se sometieron más de diez mil trabajos y sólo fueron admitidas 1.373 obras, el número más alto que se registra La señorita Bellows, en los últimos años. Se trata de una verdadera recepción. Pasea la gente de una a otra parte de los espaciosos salones, con copas de champaña, de jerez, de whisky en las manos, conversando entre sí y dirigiendo, algunas, condescendientes miradas a los cuadros. Pero, desde luego allí están los entendidos también, los que se aproximan y se alejan de las telas, los que meditan, los que se hacen preguntas a sí mismos, los que en voz baja polemizan con sus compañeros. No es posible pasar inadvertido ante otra exposición que allí mismo tiene lugar y que allí concurre, dirías que de polizón, o contrabando. En cierto modo aquello es también un desfile de modas y no únicamente femeninas. Trajes exóticos, sombreros imprevisibles, combinaciones cromáticas difícilmente imaginables van y vienen. Las damas giran, ríen, miran con malicia y de pronto abren sus labios para dejar escapar un “¡oh!” bastante con- vencional. Condes, marqueses, rajahs con sus begums del brazo cubiertas de joyas, evidentes potentados, discretos críticos y tímidos artistas. Aquello es una especie de olla podrida social, que con sólo poner en ella un poco de vertiginoso Strauss, se transformaría en una fiesta digna de un archiduque austriaco. más llamara la atención —lo digo por la cantidad de gente que congregaba a su alrededor— era una escultura yacente de una mujer desnuda y que en el catálogo figuraba con el nombre Girlie on a Bed. lista y figurativa. Esto indica, en concepto de los críticos y del sentido común, que los artistas ingleses están volviendo la espalda al arte abstracto, que estuvo representado en muy pocas obras. sagradas” de la pintura. Pero aquí parecen encontrar ellos mayores estímulos, una cierta resonancia que los llama hacia el futuro aunque no disciernan con claridad el sentido ni la forma que clama tras el misterio. El autor de esta obra, que hubo de trabajar en ella largamente, es el artista James Butler, muy conocido. La modelo, la señorita Angie Berry de 26 años y estudiante de arquitectura, se quedaba dormida mientras posaba por lo prolongada de las sesiones. El arte abstracto, que hace algún tiempo se consideraba una manifestación actualísima en el arte —no obstante sus remotos antecedente—, empieza a considerarse daté, síntoma de vejez y decrepitud. Sin disminuir de manera alguna la misión altísima que cumple la National Gallery y sin incurrir en la notoria estupidez de contraponer la una a la otra, puede decirse, sin embargo, que en la Tate Gallery está el porvenir y que todavía no es un panteón en el que reposan, durmiendo un sueño eterno, las obras maestras de la pintura. Allí, en esas salas está la pintura inglesa de nuestros días, allí se advierten las preocupaciones, los rumbos, las inclinaciones de los artistas ingleses de la hora, Esta exposición que lo más representativo en quedará abierta hasta fiescultura y pintura. nales de julio, ha sido Una de las obras que predominantemente rea- Carta de Londres [III] Alfonso Fuenmayor El Heraldo, h. 1974 En los tiempos que corren, Pío Baroja habría tenido que buscar otro nombre para aquel libro suyo que titulara La ciudad de la niebla, y aquel probable cirujano que se conoce en los anales del crimen como Jack el Destripador, que tan viciosamente se ensañara contra aquellas mujerzuelas que en enjambre merodeaban —igual que hoy— por el Soho, no habría escapado de las ávidas ga- En la Tate Gallery predomina el elemento joven que, por otra parte, ya ha desfilado por la National Gallery, donde se encuentran las “vacas rras de Scotland Yard, porque desde hace algunos años Londres es una ciudad clara y transparente, con una atmósfera quizá tan diáfana como aquella entre la cual con delicadeza de orfebre Valéry colocara su Cementerio marino, allá en Sète. do. Los diminutos “mozarts” del paisaje recuperaron el cielo de Hyde Park y allí, mientras la primavera exhibe sus líricos encantos en la punta de los árboles, encienden la caprichosa flauta de sus imprevisibles melodías. Las flores de Kensington Gardens recuperaron su primitivo y vigoroso esplendor y tan hermosas son, tan incorruptibles parecen que se dirían artificiales. Los pájaros que le habían cedido su espacio a los fantasmas —hoy fugitivos— han retorna- Porque la niebla, que parecía invencible o, acaso, una forma obstinada del destino, ha sido desterrada. Un día, en inmensos camiones, salió camino del destierro. Los londinenses que no conocían más pájaros que los fúnebres cuervos 81 que se hospedan en la Torre, resolvieron luchar contra la contaminación ambiental, eso que también llaman la polución. Y su terquedad ha salido victoriosa. La industria desapareció del ámbito de la gran ciudad y sus chimeneas se llevaron, a otro sitio, esa niebla que ahora no es más que un recuerdo y, desde luego, una referencia, muy ilustre, en la literatura propia y extraña. Los gorriones y las palomas coronan la gloriosa cabeza de Nelson en Trafalgar Square, La nostalgia, que suele exigir pocos elementos para prosperar, que con tan pocas cosas se contenta para sobrevivir y proporcionarle un confuso sentido a la conducta, aquí también, igual que una hiedra invisible, se adhiere al espíritu. Y algunos evocan, la niebla la echan de menos. La insensatez a menudo convierte a los hombres en máquinas de padecer. En Fleet Street, “la calle de la tinta” como también se le llama, están situados casi todos los periódicos londinenses, según es de proverbial conocimiento. Por entre los bares que abundan en esos alrededores, pasó muy buenos ratos el doctor Johnson, quien alguna vez dijo que “nada mejor ha inventado el hombre para su felicidad 82 que una buena taberna.” la esfera de su influencia. En Fleet Street, naturalmente, se levanta el El señor Marsh me respetable edificio del pregunta por el nuevo Daily Telegraph el “diario presidente de Colombia. en el que usted puede Quiere saber cosas del confiar” según reza su futuro mandatario y por lema. El señor Marsh, qué derrotó, con tan amrodeado de teléfonos, en plio margen a sus adverun ambiente de intensa, sarios. El señor Marsh de febril laboriosidad en sonríe cuando le digo el que se mueve sin an- que aunque muy colomgustia y con buen hu- biano, el doctor López mor, hace un alto en su Michelsen tiene un senincesante actividad para tido británico del humor recibirme. y algo de la flema de Albión. Se interesa por las El señor Marsh es un guerrillas, pregunta por hombre de mediana es- el Padre Laín. Y presumitatura, de edad también blemente se asombra mediana, tendiendo un cuando le digo que las poco hacia la rubicun- guerrillas no perturban dez, es jovial y no desde- la vida colombiana y que ña conversar con un pe- para la inmensa mayoría riodista oscuro de un de los colombianos, por país que muy pocas ve- los parajes en que acces se registra en las pá- túan las que subsisten y ginas de aquella respeta- por los limitadísimos esble tribuna. tragos que hacen, aquellas no existen. El Daily Telegraph imprime, todos los días, un Al despedirme me retotal de un millón ocho- gala como recuerdo un cientas mil copias de las almanaque de Daily Tecuales un veinte por legraph que tiene sobre ciento, para cubrir el su escritorio. Yo se lo norte de la isla, se edi- agradezco vivamente y tan en Manchester. Este cuando abandonaba su periódico circula casi acogedora oficina, le dije: cinco veces más que el —Lo malo, señor Marsh, Times y que el diario de es que usted no va a saManchester. Se distin- ber en qué día estará mague por su honestidad, ñana. por su seriedad, por su independencia para opiEs la hora en que la nar y para informar. Es- City comienza a quedar tas circunstancias han desocupada. De las quihecho posible que cada nientas mil personas que día conquiste más lecto- trabajan en esa famosa res y que sea más amplia “milla cuadrada” sólo permanecen unas cinco mil, entre serenos y celadores. El resto se evapora por buses, metros, taxis y trenes. Son las cinco y media de la tarde y es imposible tomar un taxi. Todos vienen ocupados. El señor Chapman considera que la única alternativa es el metro. Y lo tomamos en la estación de Black Friars. Cuando era evidente que no cabía nadie más en el vagón llegó un señor de acaso cincuenta y cinco años, sonriente, saludable. Fue acogido con simpatía en aquel apretujamiento. Y empezó a hablar y todo el mundo acogía con carcajadas cuanto decía. Dijo, por ejemplo, que cuando Heath era primer ministro hubo de demorarse casi una hora para llegar a su oficina al Parlamento, no obstante lo cerca que están. Una congestión de vehículos mantuvo quieto su automóvil por más de sesenta minutos. Entonces, dijo el que llevaba la palabra, al señor Heath lo que se le ocurrió fue llamar al ministro de Transporte, que se encontraba en Tokyo ese día y regañarlo por lo mal organizado que tenía el tráfico en Londres. Esas cosas sólo a Heath se le ocurren, comentó el hombre de las gafas. Cuando pasábamos por los tribunales la mis- ma voz dijo: Cuidado con yo a su lado, me despilas carteras que estamos dió con dos cordiales golpor el barrio de los abo- pecitos en el hombro. gados. —Ese es Lord Brown, Al bajarnos en Cha- George Brown, me conring Cross yo le pregun- testó el señor Chapman. té al señor Chapman Es el número doce en el quién era esa persona partido laborista. Fue vaque a todos pareció en- rias veces ministro en el cantadora y que a mí, primer gobierno del sequizá por encontrarme ñor Wilson. Tiene mu- Carta de Alemania Alfonso Fuenmayor El Heraldo, mayo 28/74 Para el técnico y también para el “hombre de los destornilladores” aquello será sencillísimo, aparecerá como una rutinaria proeza de la ciencia y de sus incesantes aplicaciones. Pero para mí lo que ante mis ojos absortos hace el señor Von Bruch, de la firma Fernsehen und Tonband, es pura magia. Con la sencillez con que un alemán se toma un vaso de cerveza, o, un poco detrás de los dientes, desaparece una salchicha, traslada a una cinta el programa de televisión en colores que está entrando en un receptor y que incontables personas en incontables lugares, están siguiendo con el interés que ordena su albedrío. El fugaz programa queda captado en la cinta e inmediatamente lo hace pasar una y otra vez por el mismo televisor y con impresionante fidelidad. La cinta se puede grabar en distintos canales y lo que allí se registra puede conservarse indefinidamente o borrar para que otros programas pasen a ocupar su lugar. Cuando el señor Von Bruch se entera de que en Colombia no hay televisión en colores, cuando se informa sobre la calidad en blanco y negro de la que está en servicio, chas anécdotas. Todo el mundo lo quiere. Es un gran orador y yo, aunque conservador, no vacilaría en votar por él. Ahora va al Parlamento. Él es miembro de la Cámara de los Lores. dentro de un Rolls Royce leyendo displicentemente el Times mientras el chofer con librea se encargaba de los menesteres de llevarlo al lugar a donde aquel, acaso por señas, sugería. Un lord que se transporta en metro es cosa que me sorprendió. Yo siempre me los imaginé cuando, además, se informa de cuántas personas tienen televisores, de cuánto vale un aparato modesto y de cuánto sería la erogación requerida para adquirir uno en colores, comprende que Colombia es uno de los más remotos clientes para su floreciente industria. Pero el señor Von Bruch, que es un bravo hombre, al momento de despedirme, declara su confianza de que Colombia, muy pronto, tendrá televisión en colores; y yo le doy involuntario crédito a sus palabras. ¿Pero quiénes, me pregunté enseguida, serán las contadas personas que estarán en condiciones de comprar un aparato con un costo que sobrepasa los treinta mil pesos? los alemanes que dan muestras de interno regocijo. Una secreta transformación se ha producido. Y a los patios de sus feéricas casitas han sacado los muebles y allí, junto a un perro que también está alegre, toman el desayuno; áspero café con leche y sobre el pan, generosas cantidades de mermeladas y mantequilla. En los parques se sientan apacibles ancianos a mirar su periódico, en grupos desfilan parejas jóvenes y el Rhin parece cantar de regocijo. Junto a los lujosos buques cargados de gentes que beben paisajes con el vino, en creciente número, jóvenes remeros con rítmico impulso, se empeñan en desaforadas competencias. *** El sol es el dueño del espacio. Es el mismo sol que tras la niebla y la lluvia se había estado esperando con fe ciega. A la niña que está sentada muy junto de mí le traen El sol ha hecho el milagro. La tibieza que el “rubicundo Apolo” distribuye indiscriminadamente ha exaltado el ánimo de 83 un helado que parece un cuento de hadas. Y quien lo ha armado con magistral sentido de los colores, le ha puesto encima, para que resista el vigoroso poder disolvente del astro rey, un diminuto parasol. *** No con tono de queja sino, simplemente, con la intención de registrar una realidad, se comenta algo que parece incuestionable: el turismo decae, el turismo se ha hecho más escaso. Ya no vienen a esta parte del mundo, como ocurría hasta hace muy pocos años, las tumultuosas corrientes de visitantes norteamericanos a tragárselo todo con la vista, a vestirlo todo con su estruendo. La arrogancia del dólar ya pertenece a la historia. La apabullante moneda ya no luce con atributos de superioridad sobre el marco que se consolida y que está investido de un sólido poder adquisitivo, desmejorado, claro está, con el vértigo ascendente que acusan los precios. parte, hasta niveles apenas concebibles, los precios de las cosas han subido para que el mundo de las ilusiones se enriquezca, para que la vitrina de un almacén, colmada de maravillas, sea una El “campo de acción” dinamo capaz de produde un dólar es limitadísi- cir sueños irrealizables. mo en Europa. Ya no suscita asombro y antes por Ahora el turismo del el contrario no falta quien mundo son los alemanes. por esa moneda muestre Tienen, de sobra, dinero un poco de compasión. Se para hacerlo y una curiole mira —es la verdad— sidad por ver cosas, por por encima del hombro. estudiar cosas que es inagotable hasta desde anEsta es, desde luego, tes de que Federmann se una razón para que haya pusiera un par de rudas notoriamente disminuido botas para caminar por el las, en otros tiempos, es- inhóspito suelo americatrepitosas caravanas de no. “gringos” que venían a tomarse los museos, las En materia de turismo playas, los hoteles, las también cambian las cotabernas, los paisajes. La sas. Ahora ha asumido eficacia del dólar en los direcciones distintas. mostradores de los almacenes se ha quebrantado Además, el turismo inexorablemente. Por otra consiste en parte en “ver cosas nuevas” y los paisajes que en sucesivas décadas han sido visitados por millones y millones de gentes ya no encierran secretos, ya han sido despojados de lo que fuera una vigorosa fuerza de atracción. Y ya Europa no atrae como antes. En estos momentos empieza ella a ser atraída. Y en Europa los alemanes, por la espléndida holgura económica de que disfrutan, son la cantera de un turismo que parece encaminarse por senderos que conduzcan a lo exótico. Madrid se encuentra casi vacío. Allí donde sin apretujamientos cabrían unas doscientas personas, una docena de viajeros, apenas, se reparten un espacio, casi desértico que se desplaza a grandes velocidades entre el claro cielo peninsular y la mustia tierra sobre la cual la historia ha corrido con la sangre. Turistas americanos cansados de disparar sus diminutos artefactos fotográficos sobre los en- cabritados caballos de la Fontana de Trevi, se sumergen ahora en la lectura de los periódicos que como un ancla tenaz e indomable los amarra a la dura realidad de lo que se desliza raudamente bajo el bravo rumor de las turbinas. Carta de Madrid Alfonso Fuenmayor El Heraldo, jun. 5/74 “El verso también muere de un exquisito mal”, escribió alguna vez Rafael Maya. Quizá podría decirse que el turismo igualmente tiene un desenlace 84 fatal aunque no necesariamente exquisito ni tampoco misterioso. Este avión de línea que me conduce de Roma a Bonn, mayo de 1974. En ese largo huso de metal, en donde mucho se divertiría un fantasma, ocurre algo sorprendente. El azar, que tiene su lógica taimada, apenas accesible a los jugadores de “bolita”, ha hecho que una dama, que porta una amplia bolsa plástica con la desenvoltura con que un torero maneja su capa, se ha sentado a mi lado después de revisar, con una concentración que roza el éxtasis, el tiquete que señala el puesto que le corresponde en el aparato que ahora, como flecha disparada por mitológico arquero, se endereza hacia Barajas. Después de los vagos rodeos que suelen dar las palabras iniciales que intercambian dos desconocidos, aquello, de un modo que antes parecía imprevisible, se convirtió en conversación, para que enseguida, aquella asumiera socráticamente, los inequívocos contornos del chisme, como decía el nunca bien lamentado Luis Eduardo Nieto Artera. La dama, cansada ya de mirar monumentos y vitrinas, de extasiarse en iglesias y en muestrarios de zapatos, carteras, vestidos y ese kafkiano alarde de complejidad que son las artesanías de los imaginativos italianos, resultó ser colombiana. Más todavía, barranquillera. Y todavía más, por muchos años vecina de mi casa. Cuando parecía servírsenos un suculento plato para la plática, ahí estaba la neutra voz de la stewardess para decirnos que aterrizábamos y que, por favor, no fuéramos a “olvidar los objetos de mano.” Madrid deslumbra. El sol caía a plomo. Y el calor, implacable y generoso, se metía por todas partes. Pero ahí estaba Madrid viva, chisporroteante en el peatón apresurado, en el conductor que siempre quería “pillar” en verde los semáforos y estaba también la ciudad tranquila, los parques donde sueñan los jubilados, donde descansan del infinito fluir de los años, los que mucho han caminado. Madrid la llamada por Alberti “Capital de la gloria”. A la hora de siempre, sin embargo, los andenes de la Gran Vía se pueblan de sillas y mesas que ocupan morosos parroquianos, más atentos a seguir el ovillo de un diálogo de no siempre previstos meandros o a mirar a los que pasan — quién sabe con qué destino— en encontrados rumbos, que a la bebida que allí también pacientemente, espera. De todos modos, a pesar del obstinado taconeo que hace vibrar las aceras, de los vehículos que se acumulan en busca de una salida en lo que es un cambiante laberinto, el turismo ha disminuido. Y no es cuestión de apreciación superficial. Es algo que tiene que ver con los números, que se expresa en impersonales cifras estadísticas. do. La adversidad turística, dijo el alto funcionario, hay que combatirla con nuevas estrategias y desde luego concediéndole “una decidida protección a la industria hotelera contra los engaños de que vienen siendo objeto por parte de algunas organizaciones internacionales que controlan las corrientes turísticas”, al decir de un periódico que da una versión de las palabras de don Pío. No es improbable que la gente ya no quiera repetir la majestuosa contemplación de venerables monumentos. Es explicable que pocas personas quieran volver a leer un libro, a exclamar con la boca bien abierta un “Ah” ante la Los vientos cambian Venus de Milo o el Moide rumbo y el viento del sés de Miguel Ángel. turismo no debe consiPero hay también otra derarse arbitrariamente cosa, y no de un menos una excepción a la que fondo. Es la inflación que parece ser una de las a España, sin embargo, pocas leyes respetables ha azotado con menos de la meteorología. ferocidad que los países Los resultados de las de más alto nivel industrial como Alemania, In- estrategias de don Pío glaterra, Francia, Italia. han de verse dentro de un plazo más bien corto. Y el dólar que por es- Tiene él que luchar contas tierras está de capa tra no siempre detectacaída, ya no tiene la arro- dos factores. Y contra la gancia de otros días ni, propaganda mural que como antes, humilla en se lee en distintas ciulos mostradores de los dades europeas: ir a España es consolidar a almacenes. Franco. El Ministro de InforMadrid, junio 5 de 1974 mación y Turismo, don Pío Cabanillas, que sabe muy bien lo que tiene entre manos, tiene estimada la magnitud del problema. Así lo reconoció, ante la esposa del Generalísimo Franco, cuando inauguró el último martes, un gran hotel en la ciudad de Ovie- 85 PERFIL DE ALFONSO FUENMAYOR El último maestro Lola Salcedo Castañeda Más bien bajito, moreno y de cabello corto, liso y rebelde como flechas, siempre escondido detrás de unas gafas de pasta negras, de brazos recios y espalda ancha, vestido con camisa blanca, manga larga y remangada, y pantalón de dril color caqui, siempre cargando un montón de recortes de periódicos extranjeros, la última edición de algunas revistas imposibles que sólo él lograba tener, y su columna o el editorial mecanografiado en papel transparente. Poseedor de una biblioteca fantástica y abigarrada, podía leer con fluidez el francés y el inglés, y si se le apretaba un poco, le entraba a trancazos al alemán. Observaba la regla de leer a cada autor en su idioma original y aunque respetaba mucho a los traductores era tremendamente exigente con ellos: solía decir que se debía evitar acabar leyendo la versión de alguien sobre la novela de otro, que es lo que hacen los malos traductores. No leía por compromiso ni siguiendo leyes: leía todo lo que estaba impreso por pasión y ansia infinita de literatura. Su gaguera lo hacía tímido en las grandes reuniones y se negaba a hablar en público, pero en pequeños círculos, en el tú-a-tú era imparable y, también, impredecible. No observó nunca el protocolo y más bien se divertía reventándolo. Cuando sus amigos viajábamos siempre había un disco, muy difícil de encontrar y conseguir, que uno debía traer de vuelta. Sellos como la Deutsch Gramophon que ahora son cotidianos, en los años 70 eran prácticamente para iniciados. Era el látigo de los intérpretes, la clave del melómano, y reconocía a leguas las voces de sus cantantes de ópera favoritos, el año de grabación y hasta diferenciaba los sonidos propios de cada casa de grabación. EL ENCUENTRO Conocí a Alfonso Fuenmayor en el entierro de mi abuelo Gregorio Castañeda Aragón, el poeta del mar. Era el año 1961 y llegó a nuestra casa con ese andar parsimonioso e imperturbable que lo hizo inconfundible en los pasillos del mundo donde cumpliríamos citas durante los siguientes 40 años. Llegó para acompañar a su amigo Barrameda Morán, mi tío rebelde que quiso diferenciarse del padre-poeta sin ser capaz de ir más allá de un leve juego de palabras que dichas rápidamente no le permitían al oyente diferenciarlo en el fondo: Castañeda / Barrameda. Eso decía Alfonso, muerto de risa, con esa risa socarrona de pelao chiquito haciendo maldades. No supe ese día, que acababa de conocer al mejor amigo y mentor intelectual que tendría a lo largo de mi vida, lo que comprendí diez años más tarde cuando comencé mi carrera periodística en El Heraldo y allí encontré nuevamente al Maestro Fuenmayor, con su misma risa, su pasión por la ópera, la crónica roja y 86 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 86-93. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 A.F. la absoluta irreverencia frente a las reglas sociales: la verdad, le importaba un rábano el qué dirán y, mucho menos, las exigencias del protocolo. Para esos días de la impresión en caliente me dio dos grandes consejos: aprende a leer al revés, para que tú misma corrijas tus artículos (las galeras de tipos en plomo no permitían otra forma) y cuando escribas ficción, piensa en el traductor. Me acostumbré desde ese entonces a releer mis notas después de levantadas (en caliente o en frío) y cuando publiqué la novela tuve en cuenta al traductor, personaje que haciendo honor a la verdad nunca apareció. Pero eso es harina de otro costal. Recuerdo que Alfonso siempre estaba disponible: su figura maciza de aspecto saludable se prodigaba a lo largo del túnel donde funcionaba la redacción de El Heraldo en la calle Real y con mucho tino tenía el comentario acertado para cada uno de nosotros: Juan Gossaín, Julio Olaciregui, Sigifredo Eusse, Margarita Galindo, Otto Garzón, Alfredo Robles, el cachaco Ojeda. En la oficina de dirección, muchas veces lo vi en largas y sabrosas conversaciones con Juan B. Fernández Renowitzky, quien poco después fue llamado al Ministerio de Comunicaciones. A.F. en una tienda del barrio Abajo, con el tendero y un parroquiano. Mi entrada al periodismo fue, para mi contrariedad, por la puerta de sociales. Y cuando en mi inmadurez profesional me sentía más ofendida (éramos las primeras promociones de graduados en comunicación social) y pretendí renunciar, Alfonso Fuenmayor me dio una sugerencia: escribe una crónica social como las que escribía Lowela Parlson en Hollywood (me proporcionó un libro de crónicas sociales de la señora cicuta de Sunset Boulevard): no creo que esta sociedad pacata la aguante ni Juan B. a ellos. Sucedió como lo previó: la crónica social sobre la fiesta que dio el doctor Martínez y su señora Margarita Riveira de Martínez dio para dar y convidar, y llegó la llamada liberadora desde el ministerio. Así 87 pasé a redactora de turismo y pude comenzar con Anne Marie Mergier la gesta feminista con El Limpión se Quema. Página que Alfonso leía divertido, aunque no era él precisamente el menos machista de los señores. Más bien hacía excepciones con las mujeres que le llegaban por la vía intelectual: Rosita Marrero, Cecilia Porras, Felisa Bursztyn, Marta Traba, y nos aceptaba en pie de igualdad con base en lo masculino/racional que encontraba a flor de piel en nosotras. No me cabe duda alguna, aunque en el trato social, cuando compartíamos, Alfonso era exquisito caballero. Las correcciones del Maestro eran fabulosas: nunca te decía lo que sobraba sino lo que echaba en falta, y su giro siempre resultó ser el adecuado, lo que le daba peso, consistencia, oportunidad y el titular a la noticia. Amigo de lo corto, conciso y poco adornado en la noticia, adoraba la crónica y el reportaje, a los que siempre definió como la prueba donde se conocía al auténtico y dotado periodista. Alfonso fue sobre todo, periodista. Bajo esa óptica despertaba, y hasta el momento de morirse, cuando ya el agua (elemento que nunca le agradó especialmente ni para beber ni para sumergirse) le inundaba sus pulmones de fumador arrepentido, tuvo alientos para llamarme y preguntar “¿Cuál es la última?” Se refería al chisme político, su otra pasión. Le gustaba estar “dateado” y generalmente conocía los intríngulis de los arreglos y alianzas que se habían logrado la noche anterior, así fuera en la residencia de los más encarnizados contendores del turbayismo. Porque su militancia, me atrevo a decir, fue más con Turbay Ayala que con el liberalismo: fidelidad política igual no he conocido. Alfonso era inquebrantable en su fe y solidaridad con las actuaciones y omisiones del presidente Julio César Turbay Ayala y eso que muchas veces le quisimos convencer, con pruebas, de que no era tan transparente ni tan bueno como él defendía: inútil. Tuvo una justificación sólida y bien fundamentada para todo accionar de su amigo en el gobierno. Y justo es reconocerlo, el doctor Turbay le correspondió en afecto y solidaridad. A él debió su embajada en las Naciones Unidas, estancia en Nueva York que será objeto de otro capítulo de esta añoranza del amigo perdido. Fue Alfonso quien descubrió que Lucas Caballero se estaba “inspirando” directamente en las columnas de su padre, el genial Klim; también me soltaba todos los datos para aquellas columnas pruritosas que terminaron por sacarme del Diario del Caribe cuando las quejas de los “patriarcas” casi enloquecen a Pablo Gabriel Obregón, quien como un señor sólo me pidió bajar el tono. Para esos días de militante de la rebeldía política y social, no tuve la inteligencia ni la grandeza de hacerle el guiño y escogí renunciar. Esa última frase es de Alfonso Fuenmayor: ése fue su comentario arrasador. EL JUGADOR DE DOMINÓ Alfonso amaba el quehacer de esquina de barrio y los entresijos de la vida nocturna no autorizada. Uno no lograba llevarlo a una discoteca o un bar de moda, pero lo encontraba fácilmente en el patio de cualquier bar sospechoso y apariencia sombría, lo consideraban más que parroquiano aunque jamás hacía uso de los servicios profesionales femeninos. Por eso, hizo del bajo Manhatan en el Barrio Abajo su territorio, y recordaba las épocas de otro patio, el de la negra Eufemia, donde con Álvaro Cepeda, Juancho Jinete, Quique Scopell, Alejandro Obregón y otros, también disfrutaban de sancochos pantagruélicos. Esa afición a las zonas de vida nocturna tolerante y escabrosa debió ser influencia de los autores malditos que lo fascinaron, y cuando uno la conoce, entiende por qué amarra: en esos 88 escenarios cada cual es lo que desea ser, nadie pide explicaciones ni critica y la regla summa es goza y deja gozar. Alfonso amaba al Barrio Abajo y nos enseñó a conocerlo, disfrutarlo y amarlo también: en él tuvo sus tiendas y esquinas de dominó, acompañado entre otros por el mono Nucci y una serie de compañeros de mesa que podían resultar músicos arrebatados a la fama o mecánicos sin algún dedo que conservaban la grasa entre las uñas y golpeaban las fichas como si la mesa fuera un tambor mayor. A Fuenma le encantaba lanzarlas con fuerza y las ocultaba con su mano regordeta unos segundos, después de colocadas, para azuzar la curiosidad y el desespero de los compañeros de mesa. Y nada lo podía sacar de casillas, salvo que su compañero en dominó cruzado, le ahorcara su salida. Ahí sí demostrada el temperamento, aunque más pronto que enseguida, mandaba una nueva ronda de cerveza y a otra tendida. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas En tiempos de nuestra feliz estancia en el Diario del Caribe, cuando el director, Francisco Posada de la Peña, permanecía más tiempo en Bogotá o Nueva York que en Barranquilla, Alfonso desde su atalaya de liberal ortodoxo mantenía el rumbo conservador que imprimía Posada, pero nos permitía licencias impensables con aquél, como destacar autores revolucionarios siempre que fueran buenos. Fue en esos días cuando escribí una nota cultural sobre la película de Miguel Littin Las actas de Marusia, que causó el despeluque y rechinar de dientes del alto mando del Grupo Santo Domingo, a tal punto que cuando el chisme llegó a Posada de la Peña y Julio Mario Santo Domingo en Nueva York, ya iba en “Cartas de Rusia”. Esto en plena temporada de máxima tensión con Moscú cuando se calentó la guerra fría, a punta de teletipo. Aclarado el impase y leída la nota completa por teléfono, el maestro, que lo había disfrutado como un niño chiquito, decidió ir a “despachar” a la esquina de la calle 42 con 50, en una tenducha cuyas paredes aún subsisten, y allí me llevó para enseñarme dominó, el deporte de los intelectuales: mesa, banco y cerveza. Cultivó al tiempo que un espíritu delicado y una afición por la música clásica, una recia, dura y triunfal barriga que actuaba de muelle para la cabrilla de su nave, el poderoso Celebrity, color gris (que siguió al desvencijado Pontiac que Posada de la Peña le hizo vender para evitar algún desastre), con que rozaba esquinas, se encaramaba en andenes y hasta cazaba venados a 30 kilómetros por hora. No sé si Alfonso fue cazador furtivo o acompañó a Cepeda Samudio en sus jornadas de cacería, pero una vez, al día siguiente de un monumental almuerzo que terminó en amanecida donde Manlio Mancini en Puerto Colombia, llegó a la redacción recién bañado con su pelo brillante y el copete rebelde sobre la frente (cuando abandonó el corte militar y la gomina) y entusiasmado nos dijo: “Qué maravilla, todavía hay venaos en el monte, anoche maté uno.” A lo cual, Vilma Gutiérrez de Piñeres y yo, tuvimos que aclararle: “Venao el que le descabezaste en el jardín a Manlio con el súper reversazo que pegaste de salida”. Asuntos como este, constantes y divertidos, hacían de todo momento con el Maestro una caja de sorpresas y, muy especialmente, de grandes carcajadas. Eso es algo que nunca podremos agradecerle lo suficiente: su inmensa capacidad de hacer brotar carcajadas desde el fondo del alma y hacernos capaces de reírnos de nosotros mismos sin temor al ridículo. EL CRÍTICO Hasta ahí llegaba el espíritu bonachón, amplio y tolerante del maestro 89 A.F. Fuenmayor: cuando se enfrentaba a un texto literario o una pintura no tenía medias aguas ni lenguaje dulzarrón, decía lo que sentía en forma directa y, por supuesto, espeluznante, para quien se sometía a su juicio. Y nunca le conocí error de apreciación como tampoco inquina o mala intención cuando recomendaba al ilusionado pichón de escritor o pintor: “Mejor dedícate a la panadería”. Era su manera de informar que no había caso alguno, que aquella mano no debía sostener ni pincel ni pluma, aunque para ese entonces ya él, amante de la tecnología, poseía la máquina de escribir eléctrica más moderna que había en Barranquilla; así como pocos años después también tuvo el primer computador entre nosotros. Someterse a su mirada aguda y su implacable crítica fue un acto temerario más que valiente que pocos cometimos; y al cabo de los años he llegado a pensar que fue la fórmula mágica y perversa que escogió para evitar ser sepultado por originales de imposible digestión. Era un hombre refinado en sus lecturas y no quiso conceder en aras de ayudar a sacar adelante escritores mediocres. Tarea de espulgue que sí emprendió amoroso Germán Vargas Cantillo, su amigo de toda la vida y contertulio de La Cueva, y gracias a quien, hoy día, tenemos publicados a algunos buenos escritores del Caribe, pero también muchos regulares, porque sentía profunda pena por el esfuerzo creativo y la constancia. Claro que Alfonso decía con sorna: “Son más los malos publicados que los buenos por publicar”. OTOÑO EN N UEVA YORK Llegó Alfonso como flamante embajador de Colombia ante las Naciones Unidas, una deliciosa oportunidad para descubrir otra ciudad, que seguramente nunca habría visto sin su guía. Lo recuerdo repantigado en un mullido sofá de las grandes salas de recepción que tiene el edificio de las Naciones Unidas, a pocos pasos de la calle 42, un verdadero hervidero de gente y epicentro de la droga, la prostitución, la pornografía, y un poquito más allá, Broadway y el teatro rodeado de bares de toda clase, pero todos con ese encanto que tienen los bares newyorkinos donde el barman es un personaje que se encarga de hacer sentir 90 acompañado a la manada de lobos solitarios que allí se congregan a partir de las cinco de la tarde. Alfonso ya tenía colonizados algunos sitios donde era reconocido y saludado como parroquiano habitual. Con los pies hinchados y calzando unos zapatos “asandaliados” con medias (la cosa más espantosa) y apretado en un suéter gris que no acababa de sujetarle la panza, Alfonso ponía en blanco los ojos de la “delegación cachaca” que tenía “que sufrir” a semejante calentano como gran embajador. Al poco tiempo, todo cambió: se convirtió en el Maestro, el señor embajador y se acabaron las miraditas: siempre creímos que alguna de las llamadas del presidente Turbay se había filtrado y se habían tragado la lengua. Fuema conocía de pequeñas iglesias coptas, museos particulares valiosísimos donde se entra con cita, artistas maravillosos y poco publicitados arrinconados en el Metropolitan o el MOMA, rincones franceses en el corazón de Nueva York y claro está, bares literarios donde se rinde homenaje a parroquianos ilustres con Jack Keruac, Saroyan, De Kooning, Dashiel Hammet, Lillian Hellman, Hemingway y el padre de todos ellos —Gabito, Álvaro, Germán—: Faulkner. Adoraba el quehacer de los barmans newyorkinos, esa memoria indescriptible para recordar los nombres de sus clientes y más aún, sus temas favoritos e intereses particulares, como si cada cual fuera único y especial. Le gustaba conversar sobre literatura y en segundos lo tenía a uno embelesado y viajando a través de la vida y obra de tantos autores maravillosos que sólo se deseaba salir corriendo a buscar al autor en sus libros para no descender de ese nirvana literario que sólo él sabía crear. Cuando estaba en esos trances no gageaba, su voz era profunda y suave y no parecía respirar o tragar saliva, solo escanciaba su trago con calma y deleite. Creo que a nadie le he visto paladear un whisky con tanto placer como a Alfonso. Hacía tintinear el hielo repetidas veces con un giro suave de la muñeca, lo alzaba para contemplar si el vaso estaba sudando y entonces tomaba un trago. A.F. 91 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas EL CICUTA Poseedor de un humor negro, Alfonso hacía anotaciones verdaderamente ácidas y directas, que mataban de risa a sus contertulios. Las mejores que le escuché no puedo repetirlas ahora: viven aún aquellos de quienes hizo tan punzante comentario, aun y a pesar de quererlos profundamente. Decía esa clase de cosas auténticas e inevitables (que uno solo puede decir de quienes conoce muy bien), que se salen sin pensarlas, y que reflejan a todo color el ser o el hacer de otros: con una frase podía hacer un perfil exacto de la pretensión o la tontería o los prejuicios o la necedad de sus conocidos. O acertaba como una flecha al descubrir los motivos o razones del actuar de terceros, menos cercanos. Era sobre todo un gran observador que con tres palabras despedazaba los argumentos más abigarrados. La primera vez que lo escuché desbaratar una argumentación severa y hostil, fue en El Heraldo, en 1971: Alfonso subía pesadamente las empinadas y largas escaleras, casi abrazado al pasamano, jadeaba y sudaba a chorros. Simultáneamente bajaba, gallardo y esbelto, Alberto Mario Pumarejo, joven gerente y cam- 92 peón de golf, que irrespetuoso y sin medir consecuencias le reprochó: —Alfonso, qué irresponsable: llegas tarde y con tragos… A lo que el maestro respondió, dando medio giro y quedando de frente hacia quienes lo seguíamos: —¡Jé!, ¿irresponsable yo? Con la pea que traigo, otro se habría ido para donde las putas. De ahí en adelante se convirtió en nuestro ídolo: su irreverencia y aplastante personalidad unidas a su conocimiento y riqueza intelectual nos hizo adorarlo y seguir el camino que nos indicaba. Nunca más me separé de Alfonso Fuenmayor: siempre lo seguí y lo busqué hasta su muerte. Todavía cuando voy a Nueva York regreso a la calle 53 con la sexta, muy cerca del hotelito donde se quedaba con Adela Rosanía, su gran amor de toda una vida, la mujer que mantenía en un altar alejada del mundanal ruido y que solo era visible cuando compartía con Germán Vargas y Sussy, “Gabito” y Mercedes, Meira y Tita Cepeda. Vuelvo a Joe’s Bar, que sigue allí idéntico. Sin embargo, murió el barman amigo de Alfonso y no tengo chance de dar el santo y seña y ser recibida como habitué de allende los mares. Bar al que me introdujo Alfonso in ausentia con su particular y encantador mamagallismo. Saliendo para Nueva York en asuntos profesionales, me hizo la siguiente invitación: “Pásate por la 53 con sexta, al bar de Joe y tómate en mi nombre par martinis (sabía que era mi trago preferido para ese entonces). Joe los hace súper secos y como me quedó debiendo un vuelto, bébetelo a mi salud”. Ni más aterrizar que ya estaba en Joe’s y apenas pude al calor del segundo martini le solté el recado al barman: el embajador colombiano Fuenmayor le envía sus respetos… A lo que me respondió el gringo con verdadera emoción consigo mismo, esa de reconocerse sabio y de haber atinado: —¿Fuenmayor? ¿El embajador en Naciones Unidas? Claro, sabía que era hombre de palabra: sumaré a su cuenta los 27 dólares que me quedó debiendo. Cuando ya los pulmones se negaron a seguir funcionando y no podía agitarse, Alfonso se confinó a una hamaca desde su estudio que era una atalaya sobre el río Magdalena. Hasta allí llegó García-Márquez a visitarlo una mañana calurosa: —Vente por la tardecita, ahora viene Gabito, y tú sabes que a él no le gusta encontrar gente. Estaba feliz por el reencuentro con su viejo amigo, que hacía un buen rato no veía. Él era de los pocos que le llamaba Gabito, detestaba el “Gabo” por cachaco y arribista. Sin embargo, lo encontré muy triste después de esa visita. Su rostro reflejaba el miedo intenso que tenía a morirse: parecía que había entendido que era la despedida. Creo que la presentación de mi libro fue de las últimas notas que escribió, antes de perder la batalla con la muerte. Muerte de la que aún no nos reponemos sus amigos, si bien la evidencia de la ausencia obliga a no buscarlo más en las calles y mantenerlo vivo en la memoria y en nuestras conversaciones. 93 El maestro Fuenmayor Ramiro de la Espriella Diario del Caribe, sept. 18/82 Llega Alfonso Fuenmayor a la dirección de Diario del Caribe por renuncia aceptada a Francisco Posada de la Peña, quien ha sido designado embajador de Colombia ante la OEA. Es Fuenmayor un maestro de las letras, un viejo navegante del periodismo, ocasional incurso de la política para darle lustre intelectual, grato amigo sentado a la misma mesa de la tertulia, a quien la sabiduría de la vida lleva de la mano a la humildad y serena comprensión de todas las cosas. El país lo conoce casi tanto como lo conocemos sus amigos, se regocija con su presencia y lo pondera en la sutileza de su buen humor. Tiene Diario del Caribe una tradición periodística que va mucho más allá del curso cotidiano de su existencia. El cálido acento que de sus páginas brotó con la presencia de Álvaro Cepeda Samudio en su dirección y que fue, al propio tiempo, ejercicio de la voluntad creadora y mandato de una rebeldía insatisfecha, se acentuó con la presencia de Francisco Posada de la Peña, un leal combatiente político que desde sus páginas abrió las puertas del periodismo, antes que nadie, al agudo contraste de las ideas e hizo posible la controversia de los valores ideológicos en un escenario sosegado y tranquilo. Emerge, así, Alfonso Fuenmayor de sus páginas frente a una tradición que se confunde con su propia conducta individual. Ejerció Alfonso Fuenmayor durante muchos años, más de los que uno mismo se imagina, el periodismo diario desde las columnas del El Heraldo, bajo la dirección de Juan B. Fernández, padre. De su presencia en ese augusto recinto queda una ardua labor intelectual ejercida con fino olfato y degustada con sabroso humor. Pero, también, desconocidos y anónimos, si bien no olvidados, algunos editoriales de profundo contenido doctrinario y avezada defensa de las ideas. No era fácil aquella época, ni tenía entonces Fuenmayor labrado por sí solo el título de maestro con que hoy se le honra. Por el contrario: de allí fue naciéndole, pausado, sin artificios, en el diario reconocimiento de una audiencia que respetó siempre su carácter y admiró siempre su inteligencia. En estos duros y calamitosos tiempos no es fácil tampoco ejercer el periodismo. A las urgencias de un mundo que circula demasiado velozmente y pide todos los días el sacrificio tenso de las horas, se agrega el reto que a la dignidad de los espíritus plantea el desquiciamiento de la moral. Se requiere una gran presencia de ánimo para no perder los estribos frente a la insolencia de los hechos. Y ese equilibrio que nace de la serenidad del ánima comprensiva lo tiene Fuenmayor sin esfuerzo ni violentamiento de su propia personaliadad. Para elogiarlo intelectualmente no hay necesidad de evocar el “grupo de Barranquilla”. Fuenmayor es indudablemente anterior al “grupo”, puesto que en cierto modo fue su maestro y conductor en la tertulia diaria y la insinuación literaria. Y como buen maestro no puede atribuirse a él la “expulsión” de ninguno de sus alumnos, ahí están todos, aún aquellos a quienes se pretende impedir la entrada a regañadientes. Tomado de El Espectador. 94 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 94-94. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 A propósito del maestro León Inaugurando el busto de Rendón. Nada de “confiancitas”. Calibán le niega luz verde. Barranquilla y el Maestro. El que inventó la mamadera de gallo. Fernando González se va a cansar. Una botella de aguardiente verde. Abur, abur, abur… Alfonso Fuenmayor El Heraldo, jul. 15/75 Esa tarde, hace cosa de cuarenta años, el doctor Alfonso Villegas Restrepo hacía colocar, en su fastuosa residencia, allá en Bogotá, un busto que representaba a Ricardo Rendón. Lo había hecho con amor y de memoria el maestro Ramón Barba quien, además de escultor y pendenciero, presidía a perpetuidad toda corrida de toros que se verificara en la Plaza de Santamaría desde antes de que terminara de construirla Santiago de la Mora. El doctor Villegas Restrepo tenía de la elegancia una finisecular noción notoriamente británica, aunque a veces y no sé por qué, principalmente en las fotografías que de él publicaban los diarios, daba la impresión de ser un magnate de la industria japonesa. Desde la época en que era dueño de El Tiempo, el doctor Villegas Restrepo admiraba a Ricardo Rendón, que era el mordaz caricaturista de cabecera del diario capitalino. Se da como cierto que Rendón se suicidó en la enrarecida atmósfera de La Gran Vía al regresar con las manos vacías, después de haber en vano intentado que don Fabio Restrepo le autorizara el pago de un vale por cinco pesos. Ricardo Rendón era uno de los 13 Panidas, el grupo literario que existió en Medellín allá en 1915. A ese grupo pertenecía León de Greiff y es a Rendón, cuyo espíritu atormentado algunos compararon con el de Dostoiewski, a quien el autor de Variaciones alrededor de nada alude en estos versos: Adiós Le Gris, adiós. Adiós, Ricardo. Adiós, Matías. Y tú, Calypso endrina. Y tú, blonda Isabeau. ¡Bravos amigos! ¡Y abur! ¡Y abur! Abur engibacaires, gansos del capitolio, abderitanos, caimacanes, gollofos, soplapitos, trujamanes de feria, macuqueros, casta casta inferior desglandulada… Y es al mismo Ricardo Rendón al que se refiere en el Relato de Gaspar cuando dice: ¿Cuál es la palabra, Ricardo, la sola palabra, la sola palabra que ella sólo enebra, cuál es la palabra, sino la ginebra, sino la ginebra? ¿Tal vez la culebra? Tal vez la culebra del género cobra. Generosamente circuló el licor escocés en la espaciosa biblioteca del doctor HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 95-100. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 95 Villegas Restrepo después de que Jorge Zalamea había hecho, con su prosa de amplios pliegues en la que de cuando en cuando destellaba tal cual arcaísmo, el elogio del genial caricaturista. Y el hilo se pierde, ¡oh Ariadna desdeñosa! Cómo fuimos a dar allí es cosa que nunca se sabrá, ni cómo en la conversación que sostuvimos en ese cafetín de mala muerte hubo de saltar, como cualquier liebre más o menos marroquinesca, el nombre de Luis Antonio de Bougainville. El maestro León me complementó la idea muy fragmentaria que yo tenía de este ilustre navegante, cuyo Viaje alrededor del mundo había leído revelándomelo también como matemático y militar. Ahí empecé a husmear el hondo saber del maestro León de Greiff, quien por ese entonces aún no había llegado a los cuarenta y cinco años de su edad. Supe después que era un hombre sencillo y que no por eso dejaba de tener la irascibilidad del hombre de letras. Alérgico al manoseo, rechazaba no sólo de palabra sino con hechos, inclusive, a aquellos de sus “hinchas” —como él decía— que recitando alguno de sus poemas intentaban abrazarlo. Más de una vez tuvo que repeler a empellones a estos declamadores a quienes la embriaguez les hacía perder el sentido de las proporciones. El maestro León quería su paz y su sosiego y los defendía. A CALIBÁN NO LE GUSTABA Calibán no aceptaba la poesía greiffiana. La encontraba rebuscada y falsa e incomprensible. Censuraba su vocabulario por suponerlo fuera del alcance del común de las gentes y, desde luego, lo que consideraba alusiones demasiado cultas. Las arremetidas de Calibán contra el maestro León se hacían más agresivas cuando en el suplemento literario de El Tiempo aparecía alguno de sus poemas. El maestro soportaba, no podría decirse que con resignación sino, acaso, con benevolencia, esos exabruptos del gran columnista que se había hecho impermeable a ciertas expresiones de la cultura que eran posteriores a los de su formación intelectual. Una vez alguien aludió a estas explosiones de Enrique Santos y el maestro, con algo más que ironía, se limitó a comentar: —Sí, Calibán quiere que traduzcan mis versos al castellano básico para ver si de ese modo los entiende. ALGO DE BARRANQUILLA Aunque de paso para el exterior había hecho alguna escala en el aeropuerto, el maestro sólo vino a visitar esta ciudad hace unos tres años. En esa oportunidad leyó algunos de sus poemas en el Salón Cultural del Banco de la República. Cuando pasó frente a los toscos bustos que, ahora muy disminuidos en número, se erigieron en el mal llamado Parque de los Fundadores, dijo algo innegable: —Todos son iguales. León de Greiff no era indiferente a esta ciudad. Cuando sus versos eran rechazados por las publicaciones tradicionales del país, los mandaba a Barranquilla 96 Aviso tomado de Estampa, N° 377 y don Ramón Vinyes los acogía en esa gran revista que se llamó Voces y que, desde el punto de vista intelectual, no ha sido superada en el país. El maestro se refería a veces a esta circunstancia. Con frecuencia me preguntaba por Víctor Manuel García Herreros a quien llegó a admirar mucho por su libro Lejos del mar. García Herreros, autor de otro libro, Asaltos, hizo para El Heraldo inolvidables retratos que llamó Barro Cocido. Su parecido con Baudelaire era impresionante y un día cualquiera dejó su vida bajo las ruedas de un carro fantasma. Había formado parte de “Los Nuevos”. El maestro preguntaba, a veces por Julio Enrique Blanco, cuyo hondo saber admiraba. Él tenía presente los días, ya remotos, en que conversaba con él allá en Medellín. El maestro, sin malicia, me decía: —En esa época ya Julio Enrique sabía griego y alemán y vendía polvos Royal. Los nombres de algunas personas de estas tierras lo intrigaban y preguntaba qué impulsaba a ciertos padres a bautizar sus hijos de esta manera. Y decía, sin que sea necesario dar los apellidos para lograr una identificación, los siguientes nombres: —Eparquio, Faraón, Sofanor, Atenógenes, Diofante… En el Relato de los oficios y mesteres de Beremundo, en donde dice “Fui entrenador (no estrenador) de Aspasia y Mesalina y de Popea y de María de Mágdalo e Inés Sorel”, alude a Rafael Borelly Galindo, Leopoldo de la Rosa y Antolín Díaz en este verso: Venid Biblias en el Sinú, con De la Rosa, Borelly y el ex-pastor Antolín. AUTOMÁTICO, MEDIA TORTA Y CAMPÍN Entre nueve y diez de la mañana —a esas horas no había nadie en el establecimiento— nos encontrábamos, los domingos, en el Automático. Ya ahí estaba la mesera que atendía y a la que por su descomunal nariz el maestro la llamaba Cirana. Furtivamente le hacía versos en los que asomaba sus brillantes ojos la malicia, una malicia casi siempre erudita (“Friné desaprensiva”). —Maestro —le dije a manera de saludo. Después de tomar asiento, el maestro empezó a leerme un poema manuscrito que empezaba de esta manera: ¿Maestro? ¿Maestro yo? Maestro el que inventó la mamadera de gallo. Después, casi siempre con Rafael Jaramillo Arango, quien también formó parte de los Panidas y que trabajaba —y me parece— en la Colombiana de Seguros, nos íbamos a ver los mediocres espectáculos que se ofrecían en la Media Torta. Entre tragos de aguardiente unas veces se escuchaba al reverendo Padre José Mojica, quien conservaba restos de su apostura cinematográfica al entonar canciones de hondo sabor mexicano. Otras era Juan Arvizu, con su voz que tendía a lo confidencial, como cuando susurraba: 97 Así quería verte de azul y de blanco… Esto duró el tiempo que el maestro trabajó en la Dirección de Extensión Cultural del Ministerio de Educación Nacional. Por la tarde íbamos al Campín. El Maestro había hecho un cuadro muy complicado —resabios de estudiante de ingeniería y de veterano en cuestiones de estadísticas— en el que registraba las alternativas del campeonato. Él, en ese entonces, era partidario del equipo Universidad. Esa preferencia era casi sagrada —en oposición al fanatismo de Ulises por el Santa Fe— porque todos sabíamos que se debía, primordialmente, a que su hermano Otto de Greiff era secretario general de la Universidad Nacional. Una vez nos acompañó Jorge Zalamea, quien asistió impasible a un encuentro. Comentándolo más tarde en un café que quedaba por la Terraza Pasteur, Zalamea dijo: —A mí esos juegos no me dicen nada. Durante varios años asistí a los encuentros por la Copa Inglesa. APARECE FERNANDO G ONZÁLEZ Una mañana, domingo, me invitó a visitar a Fernando González —también antiguo miembro de los panidas— quien estaba alojado en el antiguo Hotel Granada frente al Parque Santander y donde hoy se levanta el Banco de la República. El autor de Viaje a pie había ido a Bogotá —ciudad que detestaba tanto como a los antioqueños bogotanizados— a gestionar asuntos del municipio de Medellín para el cual trabajaba. Me sorprendió su voz queda, su timidez que contrastaba descomunalmente con las cosas tremendas que decía en sus libros. Cuando, caminando, llegamos a la esquina de la carrera séptima con calle veintidós yo propuse que tomáramos a la derecha, hacia el Teatro Faenza. Fernando González le echó una mirada casi triste a la calle desierta que se encaminaba hacia las mismas faldas de Monserrate. Fernando González dijo entonces: —No, no cojamos por ahí, ya vi que me voy a cansar. —No seas majadero —dijo el Maestro León— no ves que allí, más adelante, venden un buen aguardiente. SE ACABABA EL AGUARDIENTE DE ROMÁN GÓMEZ Durante cosa de un año yo viví muy cerca de su casa del barrio Santa Fe. Una mañana, poco antes de las doce, lo visité. Estábamos sentados a la mesa del comedor y, de pronto, sin decir nada, me dejó solo. Allá, a lo lejos, se oían los diligentes ruidos de un hogar que enfrenta la rutina de todos los días: la escoba que se desliza sobre el suelo, el chorro de agua que cae del grifo, el tenedor que golpea en el lavaplatos, el teléfono embriagado de energía que por ahí está haciéndose presente reclamando inmediata atención. El maestro apareció con una botella en la mano. Se sentó y mientras cumplía el rito de la destapadura, decía: 98 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas MIENTRAS —Esta botella la tengo desde hace muchos, muchísimos años. Proviene de los alambiques que el padre de Román Gómez tenía allá en Marinilla. Siempre quise conservarla no sé por qué. Si nos la tomamos ahora ya dejará de preocuparme y dejaré de acudir al sitio en que la tenía para comprobar si aún sigue allí. El corcho se deshizo y dejó escapar un fuerte olor a anís. Hubo que colar el líquido que, ciertamente, era verde, como si fuera menta. Después de un par de tragos seguidos de elogios convencionales, el maestro me recomendó: —No vayas a decir nada ni contra la iglesia ni contra los curas. Matilde es capaz de echarnos. Al comentar yo la admirable versión que Otto de Greiff hizo de The Rime of the Ancient Mariner, de Coleridge, el maestro dijo: —Otto es un gran poeta. Voluntariamente ha querido silenciarse. Lo ha hecho a causa mía. Y lo dijo con un vago, vaguísimo remordimiento… Hablando del juanramonismo y del nerudismo y del garcilorquismo de los nuevos poetas colombianos, el maestro dijo: —Me intriga la cara larga que pondrán cuando les traduzcan a Apollinaire… Recordando aquella parte del relato de Sergio Stepanski en la que dice: Cambio mi vida… por una baraja incompleta; por una faca, por una pipa, por una sambuca… le pregunté qué significaba “sambuca”. Me contestó: —La verdad es que no sé. Aunque sambuca, entre otras cosas, es un instrumento de cuerda parecido al arpa, años más tarde le hice llegar dos botellas de sambuca, una versión italiana del aguardiente. ABUR, ABUR , ABUR Hace cosa de un año vi al maestro León por última vez. Yo salía de la Librería Central con el filósofo Rafael Carrillo, y él, en dirección contraria, subía la calle 16 llevado de la mano de una mujer joven y agradable. Pude descubrir las “candongas” que le colgaban de las orejas y que el maestro le había comprado aquí, años atrás, en “La Momposina”. El maestro, como siempre, estaba vestido de negro, con zapatos negros, con corbata negra y camisa blanca. En el ojal del saco llevaba una insignia roja que denunciaba su adhesión a Fidel Castro. 99 —De dónde sales —me preguntó. —De orilla del Bredunco solitario, del Bredunco fabuloso —le contesté. —Ese río no existe —me dijo— porque ese río lo inventé yo. Se supone, no con mucho fundamento, que la existencia de León de Greiff fue muy rica en anécdotas. En general, llevó una vida casi rutinaria con oficios rutinarios, ya en el Ferrocarril de Bolombolo, ya en los Ferrocarriles Nacionales o en la Contraloría o en cargos como el que tuvo en Estocolmo. Sus oficios reales tuvieron poco que ver con los variadísimos que desempeñó el nombre de Beremundo el Lelo. Su vida maravillosa era la que le deleitaba en sus lecturas, al sumergirse en su discoteca o cuando tomaba el camino del sueño, del ensueño y del subsueño y cuando hacía que su pluma rasgara el papel que iba llenándose, entonces, de cosas estupendas. Al Maestro generalmente había que inventarle las anécdotas. Como hiciera Gabito cuando dijo que, al desayunarse pedía dos cacerolas de huevos fritos. La primera para comérsela, la segunda para esparcirla sobre la corbata y parte de la camisa. De él han de decirse muchas cosas aquí y allá, en castellano y otros idiomas. Su obra se estudiará con paciencia y esmero. Y entre las características que de él han de destacarse está la de que era un hombre fuerte, un hombre que ahora es más fuerte que todos nosotros. Texto mecanografiado y corregido por Alfonso Fuenmayor. 100 Cartas de recomendación mía que dirigiera a las Empresas Públicas Municipales? ¿O a una de las Cajas de Previsión? ¿O a las Empresas PúbliAlfonso Fuenmayor cas? El Heraldo, ago. 15/75 No exagero si digo que en los últimos años he venido escribiendo un promedio diario de diez cartas de recomendación. Esta, que por su carácter casi siempre unilateral no podría llamarse correspondencia, es de amplísimo espectro. Baste decir que hay acróbatas que han entregado cartas mías a los directores de un circo. Pero principalmente esas misivas tienen como finalidad ponderar las capacidades de nuestras muchachas para desempeñarse en el manejo de una máquina de escribir; de coger taqui- gráficamente el dictado de un ejecutivo, dinámico y multilateral. La inmensa mayoría de esas cartas —sin excluir las que piden colocaciones a nivel de horteras— no surten los efectos que anhelan y necesitan sus portadoras. Los empleos disponibles en el sector privado son prácticamente utópicos y en el sector público carezco de “respaldo político”. Además, el grupo político con el que generalmente se me identifica está por fuera del presupuesto. ¿Qué suerte distinta de la que fácilmente se imagina podría tener una carta de recomendación Rotunda afirmación Alfonso Fuenmayor El Heraldo, oct. 13/75 La muerte de Saint-John Perse —un poeta que en cierto modo podía ser denominado latinoamericano, como que nació en las vecindades donde vieron la luz la emperatriz Jose- fina, Jeanne Duval y Alejandro Dumas— ha suscitado muchos comentarios, inclusive en nuestro país donde era totalmente desconocido hasta que Jorge Zalamea “lo descu- dística. Pero sin pensar profundamente en la ley de las probabilidades, puede asegurarse que solamente un porcentaje mínimo de esas muchachas logra una posiEntre nosotros son ción, obtiene un puesto. numerosas las Escuelas de Secretariado ComerProbablemente tenga cial que han crecido en contra la Constitucomo la espuma, que se ción y las leyes de la rehan propagado como los pública, probablemente hongos. Esas entidades quedaré reducido a algo lanzan constantemente más ligero que una brizal mercado de trabajo na bajo su peso, pero es centenares y centenares mi opinión que el estude muchachas provistas dio del comercio y sus de diplomas que decoran secretos sea racionado, primorosamente las pa- disminuido para evitar redes de su casa. Es ese lamentable tipo de igualmente masiva, y ex- proletariado profesional celente, la producción a a que he aludido. Y sin cargo del SENA. perjuicio, desde luego, de que siga yo escribien¿Cuántas de esas mu- do mi promedio de diez chachas conseguirán tra- cartas diarias de recobajo? Sería aventurado mendación. divulgar un cálculo así se someta éste a los rigores de la investigación esta- brió” y lo tradujo tan admirablemente que el propio Premio Nobel de 1960 se sintió con esas versiones grandemente complacido. Así se lo hizo saber a Zalamea en una carta escrita desde Washington con una diminuta letra que parecía tan enigmática como sus versos. bió aquí sobre el gran desaparecido se debe a José Umaña Bernal, quien une a su vasta ilustración y a su penetración crítica la circunstancia de ser, también, un gran poeta. En ese breve pero hondo examen, Umaña Bernal hacía una especie de paralelo entre Saint-John Perse y Paul Quizás la más pene- Claudel. Las antologías trante nota que se escri- que pueden descubrirse 101 entre ambos poetas se advierten más en la amplitud del verso empleado, en la estructura de la métrica que en la sensibilidad notablemente disímiles entre ambos. ceder a la tentación de tomar el rábano por las hojas, afirmar rotundamente: “Los dos más grandes poetas de Francia en el siglo XX han sido Paul Claudel y SaintJohn Perse”. Esta certifiPero será extremar las cación casi de índole nocosas o, simplemente, tarial la hace un compa- triota que “espiga en varios campos” y que pasa de la economía cafetera a la política y a la crítica literaria con pasmosa facilidad. Pero con resultados muy discutibles. capitalino: Ilustre señor, ¿qué hace usted con Valéry, con Paul Eluard, con Aragon y, sobre todo, con Guillaume Apollinaire? Valdrá la pena preguntarle a este crítico Aire del día Álvaro Cepeda Samudio que indudablemente tienen un origen de fresca espontaneidad él las ha ido perfeccionando, encauzando, con rumbo seguro, mediante la lectu“Puck” ra y el estudio. El Heraldo, h. 1942 En esta espléndida cosecha de bachilleres, Álvaro Cepeda Samudio recogió lo que con un sentido ligeramente despectivo y al mismo tiempo íntimamente respetable se viene llamando en la alegre germanía de los estudiantes, el “cartón”. Los bachilleres suelen ser inteligentes, consagrados y varias cosas igualmente excelentes aunque no siempre justicieramente estimados. Emplear estos adjetivos para referirlos a Álvaro Cepeda Samudio sería, desde luego, una manera de estimarlo con alguna exactitud. lamente eso sino mucho más. A su edad Álvaro Cepeda Samudio se ha revelado como un escritor notable, que maneja una prosa ágil que le permite abordar con fortuna muchos temas que las gentes maduras no podrían tratar. ¿Precocidad? Es éste un asunto superior a nuestras fuerzas, pero quizás no sea precocidad sino algo más sencillo y frecuentemente más valioso y perdurable: talento. Álvaro Cepeda Samudio se ha revelado como un escritor ya disolviendo las inquietudes de su juventud en un espontáneo lirismo o escribienÁlvaro Cepeda Samu- do como un gran periodio es eso. Pero no es so- dista. Estas cualidades 102 Quizá la cualidad más notable de Álvaro Cepeda Samudio como escritor, y como tal hay que juzgarlo en estas líneas que no las dicta una intención ditirámbica, es su afán, ya bien logrado, de vivir la época. Y esto mismo es lo que lo distingue a él favoreciéndole notablemente si se le compara con los que son sus compañeros de generación. Lo que podemos llamar con alguna inexactitud espiritual ya que no cronológica la juventud barranquillera, la juventud que escribe cuentos y hace versos, tiene una ingobernable inclinación hacia la senectud espiritual. Sus versos y sus cuentos tienen un marcadísimo y generalmente inocuo sa- bor antiguo. Le hace falta un reajuste vigoroso para que advierta en qué época vive. Álvaro Cepeda Samudio es un muchacho de su época y es solidario con ella. Los defectos que ella tiene él los comparte, pero también si las tiene, y seguramente las tiene, sus virtudes. Cepeda Samudio ha percibido este sordo concierto que es esta etapa del mundo, la cual se expresa con un lenguaje que no siempre es claro, en esas manifestaciones artísticas que son la música, la literatura, la pintura, la arquitectura. Álvaro Cepeda Samudio ha culminado una parte de sus planes. La otra, de la cual quedamos pendientes sus amigos, que también lo admiramos, vendrá más tarde. Aire del día [Cantinflas] “Puck” El Heraldo, h. 1957 El buen gusto tiene un espíritu divertido, una propensión por hacer pequeñas trampas, una tendencia a juguetear. El buen gusto es, pues, burlón. Si el buen gusto lo vendieran en los almacenes, nadie lo compraría, porque nadie puede confiar ya en él. El traje de fiesta de una dama distinguida suele tener una vida más larga que el buen gusto. considerarse como una piedra de toque, como un test infalible para saber quién era un exquisito y quién un vulgar. La desvalorización de su nombre en las altas esferas del buen gusto, no preocupó mucho a Cantinflas. Él sabía que por delante tenía un largo camino por recorrer. Y ha venido haciéndolo con su disfraz abominable, con su inculto lenAntes, por ejemplo, guaje, con su inconexo era una apabulladora galimatías. muestra de buen gusto Ahora ya no es una decir pestes de Cantinflas y el nombre del ar- demostración de buen tista mexicano podía gusto sino, en el mejor de los casos, un desplante que ofrece esperanzas, hablar mal de Cantinflas. El caballero refinado ha captado ya la gracia de Mario Moreno y ha aprendido, del pobre diablo, a reírse también de las pantomimas del histrión azteca. Es un hecho indiscutible que Cantinflas se ha impuesto. Ha creado un personaje que tiene que corresponder a algo profundo del espíritu humano cuando sus películas llenan las salas de todo el hemisferio, cuando al verlo en sus peripecias, han estallado millones y millones de carcajadas, cuando sus chistes, sus humoradas se han incorporado — como ha sucedido con muchas de don Francisco de Quevedo— en el lenguaje corriente de las gentes. Los más recalcitrantes detractores de Cantinflas —incómodos en la posición que han adoptado— empiezan a ablandarse porque Hollywood lo llamó para participar en la que se consideró la mejor película del año pasado. Pero la consagración de Cantinflas no puede venir de Hollywood ni, tampoco, puede derivarse del homenaje que antes de ayer le rindieron en Washington los periodistas norteamericanos. La consagración de Cantinflas no puede ya llegar de ninguna parte, porque se produjo desde hace mucho tiempo, desde cuando el público latinoamericano empezó a reír en sus películas. Aire del día Modificación a un concurso Alfonso Fuenmayor El Heraldo, h. 1970 Obviamente la Esso Colombiana bien puede organizar el concurso novelístico que patrocina y que ya es considerado a manera de una tradición, como le venga en gana. Pero esto no quiere decir, en forma alguna, que su estructura —espero que no me reprochen el empleo de esta palabra— no sea susceptible de mejorarse, de hacerse más justa y acaso más eficaz a la mejor novela que se para las finalidades que publique cada año y no tiene. al mejor manuscrito que concurse. Creemos que ese mejoramiento, evidenteEl estímulo económimente, se conseguiría si co, como tal, no se desson admitidas las suge- virtúa, ni mucho menos, rencias que días pasa- con esta modalidad que dos formularan sobre- denota más amplitud y salientes intelectuales que no circunscribe el colombianos en cuya premio a los concursanopinión el premio —que tes. Es sabido que un ahora ha sido aumenta- cierto número de escrido a cincuenta mil pe- tores —entre los que hay sos— debería otorgarse necesariamente algunos 103 de méritos— se abstienen por razones que no son del caso examinar aquí, de someter las obras de su ingenio al criterio de un jurado por ilustre, por idóneo que éste sea. generalizadas, preocupaciones por las cuestiones literarias, algunas de las cuales, en forma parasitaria, tienen su origen en las polémicas que ese concurso ha originado. No hay duda de que el Premio Esso ha llegado a constituir una suerte de mecenazgo y que, además, ha traído envuelta en una candente ráfaga de controversias Gentes habitualmente despreocupadas por las cuestiones literarias, ajenas a la labor que cumplen los escritores, han llegado a interesarse en estas cosas a raíz de los altercados de índole retórico que el concurso a que nos referimos ha suscitado. Y esta especie de subproducto no es de desdeñar. Ni por sus implicaciones culturales o paraculturales ni, tampoco, desde el punto de vista de que más suena el nombre de la entidad patrocinadora, para considerar las cosas un poco desde el ángulo del interés material de ésta, que muy probablemente lo tiene. Y muy legítimamente, podemos agregar nosotros. zo a ciertas obras maestras de los fotógrafos ambulantes o a ciertas cartas que vienen a ser como el alma del “secretario de los amantes”. delo o saque la cara en una composición fotográfica aparecida en la página social de un periódico. De acuerdo con informaciones que han sido divulgadas, es muy probable que las sugerencias a que nos hemos referido y que encontramos plausibles y dignas de atención, sean atendidas por la Esso a partir del año entrante, para bien de las letras colombianas. Aire del día El activo de la cursilería Alfonso Fuenmayor El Heraldo Las grandes reservas de cursilería con que el país cuenta aunque se supongan inagotables se están desperdiciando en forma nada ejemplar. Se la emplea en la redacción de “notas sociales”, se la derrocha en las fachadas de ciertas residencias de opulentas proporciones, se la malgasta en la lánguida letra de los pasillos, se la despilfarra sin medida, como un grifo abierto, en los discursos en donde alcanza a tener ensordecedores bramidos de cataclismo. Para no 104 hablar de la poesía en donde aparece como materia prima. ¿Pero qué saca el país de la cursilería que produce, en qué se beneficia? Si el bagazo de la caña —lo mismo que otros desperdicios— se aprovecha a favor de la economía nacional otro tanto puede hacerse con el mal gusto que tiene tan inopinadas y sorprendentes manifestaciones como puede observarlo cualquier persona que le eche un vista- Claro que lo cursi — palabra de origen misterioso— es una enfermedad —contra la que prevalece solamente la vacuna de la educación— difundida universalmente, como que viaja, a veces de polizón, en todos los medios de transporte conocidos. Pero por circunstancias que quizá los sociólogos señalen algún día en que amanezcan con buena suerte, estamos en una tierra propicia para que ese tipo, casi sutil, de la chabacanería prospere, se desarrolle y a veces diga adiós desde la ventanilla de un costoso automóvil último mo- Tenemos la impresión de que el país, no como consecuencia de una política auspiciada desde las esferas oficiales sino como un fenómeno surgido del azar, está en el camino de sacarle provecho a la cursilería, de obtener, a cambio de ella unas cuantas divisas. Así y acaso no de otro modo, debe entenderse el fenómeno, más económico que literario, de que Colombia ha empezado a exportar, con destino a otras naciones de habla española, sus radio-novelas, que se elaboran con tanta técnica como cursilería, precisamente. * UNA FORMA DEL DESPILFARRO En el breve lapso que permaneció el doctor Hernando Durán Dussán al frente del Ministerio de Hacienda, en la administración anterior enunció un plan de economías, seguramente el más completo que se haya ideado entre nosotros. En esas economías, con gran acierto, incluyó los gastos editoriales. despilfarro de diagramas a varias tintas que si no alcanzan, a pesar de intenciones que ahí están obvias, a tener valor artístico sí resultan notoriamente costosas Triste y conocido es el destino de esas fastuosas y abundantes publicaciones. Muchas van al cesto de los papeles inservibles, otras a envejecer irremediablemente en un desván o en un melancólico anaquel. Y otras serán el alimento de las polillas y los termes, pastos de las llamas y se verán atiborrando para siempre los armarios de las librerías de lance en donde en vano esperan un comprador. No conocemos las cifras que se requerirían para expresar las erogaciones que determinan la impresión de tantos folletos, de tantas memorias de tantos informes, de tantos reglamentos, de tantos cuadros, de tantos documentos, de tantos decretos, leyes, resolucioEn un país de analfanes circulares, etc. betos como el nuestro no encuentran muchos lecAlgunas de estas pu- tores, muchos estudioblicaciones alcanzan a os- sos, esas publicaciones tentar un esmerado pri- que sólo son de utilidad, mor tipográfico con derro- ciertamente, para unos che de policromías, con pocos ciudadanos. Bien vale la pena que se reconsidere la política de austeridad concebida por el actual senador Hernando Durán Dussán y que se adopte inmediatamente la reducción drástica hasta las proporciones indispensables de la proliferación editorial que corre de la cuenta del erario nacional y que viene a constituir una deplorable forma del despilfarro. * LO DIJO J. W. G. El jueves 12 de mayo de 1825 le decía Goethe a Eckermann según el relato que éste hace en su libro que ya es el clásico: “Siempre se aprende de aquellos a quienes se ama. Y el amor hacia mí podrá usted encontrarlo en la actual generación, pero fue muy raro entre mis contemporáneos. Apenas si sé de algún hombre de importancia a quien yo haya sido completamente simpáti- co. Apenas apareció mi Werther, le censuraron tanto que si hubiese borrado todos los pasajes criticados no hubiera quedado ni una línea del libro. Pero esas censuras no me perjudicaron, porque los juicios subjetivos de algunos hombres aislados, aunque importantes, eran contrapesados por el favor de la masa. Y el que no espera tener un millón de lectores, que no escriba una línea. Ahora, desde hace veinte años, las gentes se dedican a discutir sobre quién es más grande, si Schiller o yo, en vez de alegrarse de tener dos hombres como nosotros, sobre quiénes poder discutir.” Aire del día El Barrio Abajo Hay sectores de la ciudad —bien escasos, ciertamente— que conservan casi intacta la expresión y el espíritu de la vieja Barranquilla, en donde go, como si la vida ahí se hubiera quedado repentinamente quieta, en una Alfonso Fuenmayor especie de espasmo. una persona, viniendo de presuntuosos barrios residenciales, se sumerge de pronto en una atmósfera distinta, quizá insospechada, diríase de sosie- Seguramente donde esta impresión es más nítida, de contornos más definidos, es en el Barrio Abajo porque ahí la implacable “pica demoledo- ra del progreso” no ha hecho muchos estragos. Por esos lados es posible recorrer cuadras y cuadras cuya modesta fisonomía no ha cambiado en cincuenta o cien años. A veces se descubre, ya en la escala de lo sorprendente, ennoblecida por una especie de pátina, 105 tinguían horas y horas después de aparecer disueltas en la infalible luz del día. Y había un sastre antillano que se llama Henry Ford, y había un peluquero de YokoCuna de respetables hama. familias, ahí en sus buenos tiempos vivían los En el Barrio Abajo las tripulantes de esos bu- calles no se designan ques que ahora sólo na- con la moderna nomenvegan en las apacibles clatura. Los antiguos aguas del recuerdo, los nombres se conservan curtidos trabajadores del sin agresividad. Se dice ferrocarril que entregaba la calle de la Alondra, de sus últimos suspiros en la Primavera, de las Palla Estación Montoya, y mas, del Roble, de la había una crecida colo- Aduana. Y esas calles, nia venezolana formada con muy raras excepciopor perseguidos de la nes, siguen siendo ahodictadura de Juan Vi- ra tan intransitables cente Gómez. Y había para los vehículos como “dancings” que entonces lo fueron en los tiempos de llamaban maliciosa- en que por el callejón de mente “academias de la Luz pasaba alegre el baile” cuyas llamativas tranvía de mulas, emluces nocturnas se ex- briagado por los rítmicos una residencia con los declamatorios vestigios de un antiguo esplendor, mansiones que denuncian a gritos una disparatada opulencia. Una vez a la puerta de una peluquería del Barrio Abajo, mientras el barbero barría un montón de pelo rubio que yacía en el suelo, Alejandro Obregón —y es de esperar que todos sepan de quién se trata— le dijo al autor de estas líneas: “Es imperdonable que no hayan hecho de este barrio Los urbanistas, que una especie de Montnada respetan, hablan martre.” ahora de “remodelar” el Barrio Abajo. Aunque la Ojalá que en esto pienexpresión, muy en boga, sen los urbanistas que adolece de obvia ambi- han tomado a pecho la güedad; de todos modos remodelación del Barrio por ella se entiende que Abajo. van a transformarlo, se(Nota: Este último articuliguramente a convertirlo en una de esas unifor- llo se repite porque apareció con errores que lo hacían notomes urbanizaciones que riamente incomprensible). vienen a ser campamentos de la más desesperante y despersonalizada monotonía. trallazos del auriga. Y — todavía— hay una casona de dos pisos, a la que aún se le llama “La Nube Blanca” como la tahona que allí existió y que por la madrugada le daba los buenos días a los vecinos con el honrado aroma que despide el pan al salir del horno. Aire del día El barranquillero Alfonso Fuenmayor Notimonomeros 40 Cuando alguien se refiere al origen de Barranquilla siempre habla de unas vacas y de unos pastores que en una época imprecisa y en un verano excesivamente cruel buscaron la proximidad del agua. De este modo 106 se acercaron al agua dulce y al agua salda y se quedaron. Pero la verdad es que Barranquilla no tiene historia. agregación informal no ha terminado y es evidente que ya no podrán seguir llamándose así sin ofender a los arquitectos. El habitante de las chozas de antaño y de las modernas casas de ahora ha tenido siempre una manera de ser que podría denominarse barranquillera. Para ser barranquilleAl lado de unas pocas ro no es del todo indischozas fueron agregán- pensable haber nacido dose otras y otras y esa en una ciudad distinta de Barranquilla. Aunque los barranquilleros suelen venir al mundo en Ocaña, en cualquier municipio de Antioquia o en no importa qué poblaciones del viejo o del nuevo continente, aunque actualmente estén naciendo y vayan a nacer en el futuro innumerables barranquilleros en quién sabe qué lugares del planeta, hay, sin embargo, barranquilleros nacidos en Barranquilla y hasta, incluso, hay algunos cu- yos padres —ya sería mucho pedir que sus abuelos también— nacieron en Barranquilla. El barranquillero no es un producto étnico de buena o mala calidad. Tampoco es un tipo racial más o menos definido. Es un hombre que gasta el dinero mucho antes de pensarlo, que habla casi a gritos porque quiere que se le entienda, que se considera lo suficientemente joven para tomar nada en serio, que indefectiblemente y como una cuba que pudiera gritar, se emborracha durante el Carnaval, que inicia industrias exóticas en el país y que las abandona cuando se convence que son un buen negocio, que se aburre de llamar a las cosas siempre por un mismo nombre. El ron blanco, por ejemplo, que ha tenido incontables y fugaces nombres, se llama ahora, y desde hace unos cuantos meses, “gordolobo”. MEJOR LOS HECHOS Es también, el barranquillero un hombre al que le gusta expresarse por medio de rotundas metáforas rabelesianas de las cuales no exige tanto lirismo como exactitud. Su sentido del humor se resuelve en espléndidas, en trepidantes y milagrosamente inofensivas carcajadas en las que cabrían con generosa amplitud todas las sonrisas que ha tenido Bogotá desde que fue fundada. Su manera de hacer chistes no estriba en los matices de las palabras, en la petulante suntuosidad de los retruécanos, sino que se desprende de las situaciones de la vida, de la urdimbre esquiva y compleja de los episodios humanos. Es un humor, para designarlo de algún modo, de hechos y no de palabras. agua, hallaron también lo que acaso es la mejor virtud del barranquillero: su capacidad para ponerse de acuerdo. Esta manera de ser no parece extraña al hecho de que Barranquilla sea una ciudad de comerciantes, de extenderos o de tenderos en potencia. El comercio es la insuperable universidad de la cordialidad, porque, para su existencia, presupone una obvia capacidad transaccional. Cuando la violencia política le conquistaba a la república una celebridad desconocida que hoy repugna hasta a aquellos que la estimularon, un barranquillero podía mostrar en un galpón de su propiedad, casi con la satisfacción del científico que ha tenido éxito en un experimento, a catorce refugiados políticos. Lo importante no es el número, poca cosa entre los millares de compatriotas que padecieron atrocidades que ya son recuerdos, sino que nueve de ellos eran liberales y cinco conservadores y que compartían la piedad de un mismo techo y fraternalmente comían de una olla común. Esos hombres que huyeron del infierno del interior y que lamentaban, no sin desDE ACUERDO esperación, la pérdida de Los hombres inmemoria- sus bienes y de queridos bles que tan excelentes miembros de su familia, fueron para encontrar el trasladados nuevamente El barranquillero es un hombre que entiende las cosas al vuelo, que expresa sus pensamientos tan sintéticamente — no le gusta pronunciar todas las letras de las palabras— como le sea posible, completando sus mensajes por medio de gestos, cuya inclusión en los diccionarios debería ser estudiada con seriedad. No le gusta lo minucioso y procede convencido de que no hay nada mejor que la celeridad. Hay que ponerse eléctrico: es un dicho popular que resume esa convicción y que puede explicar por qué la gente anda tan de prisa por la calle aunque no oriente su rumbo hacia ningún lugar determinado. a cualquier lugar de Santander, del Tolima, de Boyacá, de Antioquia, se hubieran exterminado mutuamente y, casi con seguridad, sin repugnancia. Esta hipótesis es más fácil de concebir que la contraria. Esos señores, en quienes debía operar el rencor y la venganza como un estímulo de singular fuerza, se habían hecho barranquilleros en la manera de ponerse de acuerdo, de cordializar, de quitarle la absurda y abrumadora importancia que le habían dado al hecho de ser conservadores o liberales. Si un barranquillero, que desempeña la honorable y progresista profesión de conductor de buses no tiene inconvenientes para detenerse en cualquier esquina, bajarse del vehículo mientras el pasajero lo espera, y ponerse a conversar con un amigo, galantear una dama o tomarse un vaso de guarapo helado, por lo cual pagará con gusto cualquier multa, en cambio es incapaz de hacerle el menor daño a nadie porque no comparta sus ideas y menos todavía si esas ideas tienen algo que ver con la política. Exactamente, esto no quiere decir que respete las ideas ajenas, aunque en la práctica así pueda considerarse, sino que no le importan ni le interesan. 107 COMPRENSIVOS El precoz cosmopolitismo de Barranquilla ha hecho de sus habitantes gentes comprensivas y les ha permitido saber cómo son los demás y lo que hay detrás de las cosas. Cuando, en los co- mienzos de la segunda guerra mundial un altoparlante instalado en el Paseo Bolívar informó que Inglaterra le había declarado la guerra a Alemania, un hombre descalzo que oía las noticias. Comentó: “Ahora sí se fregó Hitler, con esa concha que tienen los in- siempre que algo surja, gleses.” que un acontecimiento inesperado cambie las El barranquillero que cosas, aunque sea para está acostumbrado a ver no seguir yendo donde el de pronto sobre el mar, mismo peluquero. sobre el río o sobre el aire Tomado de El Heraldo cosas nuevas, es también un hombre que, como Micawber, espera Aire del día Lo dirá la posteridad Alfonso Fuenmayor El Heraldo Sería hablar olímpicamente y sin ese freno que evita los desbordamientos de la necedad, decir por qué una novela es buena y por qué deja de serlo, cuándo una novela es buena y cuándo es mala. Las gentes tentadas a enviar, sin mayores formulismos, al cielo de la gloria o al olvido, a determinados novelistas deben ser muy cautelosas. Y lo serán, desde luego, si tienen presente el gran fiasco de SainteBeuve con respecto de Stendhal. Sainte-Beuve, el pontífice de la crítica, el crítico infalible aseguró que el autor de Rojo y negro y de La cartuja de Parma estaba desprovis- 108 to de los talentos que requiere un narrador. Ya para esos tiempos tenía vigencia el proverbio según el cual al mejor cazador se le va la liebre. El caso de Stendhal reviste especial interés. El robusto grenoblés, que estaba vacunado contra la incomprensión de sus contemporáneos y que tenía conciencia de su genialidad, dijo, con voz prestada a una sibila, que sus libros empezarían a ser aceptados setenta años después de su muerte. Esos setenta años empezaron a correr desde la noche del 22 de marzo de 1842 cuando, después de haber comi- do en casa de Guizot, se encaminaba hacia la suya, donde le esperaban papel y tintero, cayó fulminado por un ataque de apoplejía en la calle Danielle Casanova, que en esos días llevaba el nombre de Neuve-desPetits-Champs. A mí, pues, me resulta especialmente difícil decir qué hace buena una novela, y me es todavía más difícil decirlo por teléfono en respuesta a una pregunta que no esperaba. Fue lo que sucedió con mi admirado amigo, el profesor Carlos J. María, autoridad en cuestiones literarias, cuando me hizo la pregunta que sin esfuerzo se deduce de lo que acabo de escribir. En el primer párrafo del artículo que el profesor María publicó en el número anterior de Intermedio, se lee: “Me decía el maestro Alfonso Fuenmayor que es difícil dictaminar si una novela es buena o mala.” Esto y aquello, en el fondo son una misma cosa. Alguna vez Gabito me dijo que el Quijote era una mala novela. Yo entendí, creo que a la perfección, lo que Gabito me decía. Aludía nuestro Premio Nobel a la falta de unidad, a la inconexión, a sus defectos de orden técnico y, sin duda, estaba diciéndome también que el Quijote, en el que don Diego de Clemencín encontró cosa de ocho mil errores, que sería una torpeza que un escritor de novelas tomara esa novela como modelo. Se puede aceptar de buena gana o a regañadientes, que el Quijote es una mala novela. Pero tenemos que aceptar que es un gran libro, acaso la más grande creación literaria de todos los tiempos. Finalmente, digamos lo sabido, o sea que si un libro es bueno o malo es cosa que, inapelablemente, dirá la posteridad. Sólo que sabemos muy bien cuándo empieza la posteridad para un autor pero no cuando termina. * UNO DE LOS HERMANOS Manuel Machado, nacido en 1874, era un año mayor que su hermano Antonio y muchos, por lo menos en un comienzo, pudieron pensar que ellos estaban cortados por la misma tijera. Sevillanos ambos, los dos eran poetas y juntos a cuatro manos, un poco como Joaquín y Serafín Álvarez Quintero, escribieron obras de teatro. Se diría que el parecido no fue mucho más allá. Antonio, a quien se le llamaba don Antonio, escribía una poesía que todo el mundo, sin pensarlo dos veces, ha colocado muy por encima de la de su hermano. El soneto de Manuel, Felipe IV, es conocidísimo y se lo sabe de memoria hasta el gato. biendo el éxodo de los últimos republicanos que salieron a pie de España a la caída de Barcelona, relata cómo entre esa gente desfalleciente, casi sin aliento hasta morir en brazos de su anciana madre, iba Antonio Machado. En el camino en la localidad de Colliure, en el mediodía de Francia, fue enterrado el gran poeta. La comparación casi inevitable, entre los dos hermanos no solamente desde el punto de vista poético sino también humano, no ha favorecido en nada a Manuel. Jorge Llopis, un alicantino guasón, que ahora debe andar por los sesenta y cinco años, es autor de una “antología” que él titula Las mil peores poesías de la lengua castellana, un libro que yo encuentro divertido. A continuación transcribo Manoliyo Machado y olé, texto que aparece en la “antología” a que Con el tiempo, cada me he referido. uno tomó su camino y la Guerra Civil Española “No hay poeta más vino a separarlos en for- cupletero y merengoso ma rotunda. A tiempo que Manoliyo Machado. que don Antonio perma- A pesar de que solamenneció leal a la república, te pasó su adolescencia Manuel estuvo al lado en Sevilla, su poesía, del franquismo. salvo escasas dignas excepciones, es poesía de Waldo Frank, en pá- señorito andaluz y magina memorable, descri- lasombra, poesía de re- quiebro y caña sanlu- Felipe IV, el rey poeta queña en La Campana. inexacto y tontorrón, porque a nadie se le “Antologizado con amor ocurrió llamar generoso por manos cuidadosas al pecho del monarca —manos casi de nieve que encarceló a Quevecomo las del arpa de Béc- do cuando lo del famoso quer— se sale de madre memorial que apareció, constantemente; y se va por arte de birlibirloque a la facilona charanga, al paladino, debajo de la ripio descarado —cuan- servilleta del rey. do rima pobre con sobre (preposición) o cuando “Creo que mis lectose arranca por veneno- res habrán adivinado sas soleares, el aquello que don Manuel Machade do me gusta, muy poquito como poeta, ¿no? Consuelo tu nombre me sabía ¡Qué placer! igual que un caramelo ¡Qué ilusión! Anteayer “Fue director de la Biel limón blioteca Municipal de al caer Madrid. Lamento sincerahizo ¡pon! mente que en tal puesto Y el gabán tuviera muy poco que hade retor cer, porque de haberlo tede un señor nido, no hubiera escrito de Milán tantos versos como sohizo ¡pan! bran en sus obras com¡Qué dolor! pletas. ¡Vaya un plan!” “Aunque Manoliyo conY hasta aquí el señor fiesa en uno de sus detes- Jorge Llopis, que de patables poemas que es de yaso no solamente tiene la raza mora, la amiga del la cara. sol ignoraba tales amistades y más adelante afirma que le deben gloria. No le bastaba por lo visto su puestecito de bibliotecario al que es, con todos los respetos a los eruditos y análogos mentecatos, que se copian los unos a los otros, un poeta de chicha y nabo. “Hasta su retrato de 109 Aire del día no, porque consideró ese “lenguaje bogotano” incorrecto, y no se le ocurrió ser el autor de unas apuntaciones críticas sobre el lenguaje costeño. Quizá le hubiera hecho Alfonso Fuenmayor falta material y no habría alcanzado a escribir las El Heraldo seiscientas páginas de ya haya fallecido, decía su célebre libro. que el mejor castellano * de Colombia se hablaba en la Costa. Y esto parece indiscutible. El hecho ÁNGELES Y DEMONIOS de que el costeño se coma las “eses” no tiene Alguien, repitiendo una importancia, y no tiene expresión por él escuimportancia porque no chada y cuya paternidad, se las “come” cuando es- en este caso irresponsacribe. En cambio el bo- ble, corresponde a uno gotano no domina la con- de los oradores que esjugación. “Enderézcase” tos último días nos visime dijo una cultísima tara en cumplimiento de señora bogotana para in- su plan de “agitación povitarme a que me sintie- lítica e ideológica”, nos ra cómodo en su impo- dijo: “con el doctor Sournente sofá. Esa y otro dís está la caverna conseñor cualquiera dicen servadora, están los emcomo la cosa más natu- presarios de la violencia, ral del mundo la “casa de los consumados enemijunto” o “ven para vamos gos del liberalismo.” a cine” o “vení acá” o “día —¿Usted recuerda — y nochemente” o “charol” le pregunté yo— qué dijo por azafate. la prensa liberal del docNosotros los costeños tor Ospina antes y dessomos tan infortunados pués del abaleo en la que hasta el hecho in- Cámara de Representancuestionable de que ma- tes y de la clausura — nejamos el idioma con que duró diez años— del más o menos corrección Congreso de la Repúblise nos niega y se nos nie- ca? ¿Y acaso no fue en ga agresivamente. Pare- esos días cuando el doctor Lleras Restrepo pidió ce ser nuestro sino. que le retiráramos el saDe todos modos es ludo a los conservadores bueno recordar que el como levísima represalia señor Cuervo escribió contra los estragos de sus Apuntaciones críticas que el partido era víctisobre el lenguaje bogota- ma? Quizá usted recuer- Hablando como barranquilleros Ninguna entre el centenar de personas que aproximadamente habla todo los días con el responsable de estas líneas, tiene la entonación, ni el acento ni la modulación de las “cuñas” de radio que en estos días se propagan como “reclame” electoral. Esas cuñas son una ultrajante caricatura de lo costeño, una deformación inaceptable de nuestro lenguaje común y corriente. Es una caricatura que debe ser rechazada. Es posible encontrar gentes que imitan a la perfección el modo de hablar de un pastuso, de una antioqueño, de un bogotano, pero quien esto escribe nunca ha encontrado a nadie que imite el modo de hablar del barranquillero que, en verdad, casi carece de acento y tiene una voz neutra. No en vano don Gustavo Santos prefería como locutores para la Radio Nacional a gentes nacidas en este lugar. El padre Félix Restrepo, cuya autoridad en achaques de idiomas nadie va a discutir aunque 110 de quien presidía entonces “los destinos nacionales”. Y es posible que no haya olvidado el inolvidado editorial de El Espectador de Bogotá, titulado el Candidato de Exclusión cuando se pensó que el doctor Ospina Pérez podía ser candidato a la presidencia en reemplazo del doctor Guillermo León Valencia. Pues bien, el doctor Ospina es el padrino de la candidatura del doctor Pastrana. Si usted ha leído el libro La Violencia en Colombia, del que es coautor un barranquillero, el doctor Orlando Fals Borda, sabe la gran participación que en esa obra se le da al doctor Gustavo Salazar García en la violencia en el Valle del Cauca. Esta violencia se ejerció contra el liberalismo y acaso su expresión estelar estuvo a cargo del “Cóndor” Lozano. Este es otro de los padrinos del doctor Pastrana y jefe del pastranismo en el Valle. —¿Entonces no son ángeles ni arcángeles quienes apadrinan, dentro del conservatismo, al doctor Pastrana? —Usted sabe que el diablo, luzbel o lucifer fue un ángel… pero sin que intente hacer una lista completa de los “padrinos” conservadores del doctor Pastrana, permítame que le nombre otro, también muy conocido. Me estoy refiriendo al doctor Lucio Pabón Núñez, pontífice del pastranismo, presidente del directorio conservador que sostiene y apoya la candidatura del doctor Pastrana. Difícilmente hay colombiano contra el cual se haya acumulado tanta literatura periodística liberal, como la que ha inspirado este político. Examine las colecciones de páginas de El Tiempo y de El Espectador de Bogotá, y tendrá una opinión sobre este otro y significativo padri- A propósito de una frase Alfonso Fuenmayor El Heraldo, ago. 17/76 El que estas líneas hilvana ha visto por ahí, sin duda al igual que tantas personas, cómo deambulan por nuestras desportilladas calles o que dando brincos de canguro se desplazan por los “andenes”, un cartelito que hubo de desatar la cólera en el espíritu del buen amigo y notable periodista, si que también conspicuo banquero y experto abogado, Álvaro de la Espriella Arango. Aquí está haciéndose alusión, con una perífrasis cuya prolongación no se justifica, a la siguiente frase: “Conozca a Barranquilla antes de que se acabe.” Entre las reflexiones que esta oración —en el sentido estrictamente gramatical— seguramente ha suscitado y suscitará mientras se conserve visiblemente agresiva, habrá que incorporar una que, en verdad y desdichadamente, no carece de buen sentido. Acaso menos inapropiadamente, el slogan citado podría construirse de la siguiente manera: “Conozca a Barranquilla antes de que la acaben.” no del doctor Pastrana. santificado? —¿No será —me dice el contertulio con algo así como una maliciosa ironía disuelta en la parte espectral de su mirada—, que el contacto con el doctor Pastrana los ha —Del doctor Pastrana se han dicho muchas cosas, pero hasta ahora no que sea capaz de hacer milagros. lectivas, su sentido. Pero lo hirió, primordialmente, por lo que tiene, por lo que encierra de verdadero y oportuno. Porque la ciudad está desbaratándose en las mismas manos de quienes están justificando la tremenda frase en lugar de hacer frente a ella, con hechos y no con palabras, una clara e incontrovertible refutación. cía, señalando un grupo de gentes que se han destacado en la política local, la siguiente observación: “Apostaría que allí no está hablándose de dotar a Barranquilla del estadio que a gritos viene pidiendo, de reducir la burocracia seccional, de terminar el puentecito de Felicidad o el paso a nivel o, siquiera, de limpiar las calles o de pavimentar los trescientos metros que hacen falta para darle remate a la calle de Murillo. Allí, de ello pueden estar seguros, se está hablando de puestos y más puestos y de otras cosas de no más alto linaje.” Esta opinión no fue en ningún caso controvertida. Antes, pareció que era una observación de tan escaso valor como cuando se dice: la tierra es redonda como una naranja, o hijo de tigre sale pintado. El autor de la observación fue irónicamente felicitado por uno de los circunstantes que le dijo: Hombre, usted acaba de descubrir el agua tibia. Antes los barranquilleros tenían muchos motivos legítimos y auténticos de que orgullecerse. Hoy, con muchas mejores razones, esos motivos son alegados por ciudades que hasta hace pocos años marchaban a la zaga de la capital del Atlántico. Triste es decirlo, pero plausible reconocerlo, que la ciudad estuvo mucho mejor servida en manos de otras generaciones que lo que está en las propias de los tiempos que corren. Ciertamente, el autor de estos comentarios — que alguien tuvo la inverosímil gentileza de considerar obras maestras de la trivialidad y que en esta ocasión se relacionan con la expresión que envuelve un siniestro vaticinio para esta ciudad—, sinCon voz lo suficientetió que algo lo había herido cuando descifró, con el mente alta como para que auxilio de sus rudimen- lo escucharan varias pertarias capacidades inte- sonas, un ciudadano ha- No todo es derrotismo, 111 en la expresión tantas veces aludida en estas columnas, ni tampoco debe entenderse como una frase promocional en materia turística. Hay allí algo implícitamente positivo, algo que debe interpretarse como una invitación a que se congreguen esfuerzos para sacar la ciudad del evidente estado de postración en que se encuentra y cuya vitalidad en el sector oficial sólo se manifiesta en aquellas obras que el gobierno del presidente López Michelsen está llevando a cabo en diversas áreas. tros problemas sólo con eliminar el ya famoso letrero, del mismo modo que el ingenuo Otto no resolvió el suyo vendiendo el sofá. Esa leyenda debe servir de estímulo a todos los barranquilleros para que su pobre expresión presente acceda hacia el alto nivel de progreso al que, por la confluencia de tantos factores, tiene derecho. ellos escogen como sus personeros, persisten en mantenerse con la guardia baja y siguen permitiendo que su patrimonio se dilapide y si, sobre todo, se resignan a que el color de la esperanza no sea ya el verde que consagra la tradición sino el negro impenetrable que en la Biblia va acompañado del crujir de dientes. Sería realmente grave que con el transcurso del tiempo resultase profético el incómodo slogan. Y no hay lugar a dudas de que esto ha de ocurrir si los hijos de esta ciudad y No resolvemos nues- aquellas personas que En la década del 20 y en la del 30 y en la del 40 pudo decirse: Conozca a Barranquilla antes de que se acabe. Y en verdad, aquella Barranquilla se acabó y sólo se rememora en viejas fotografías. Aquella Barranquilla, ru- Cometas Alfonso Fuenmayor El Heraldo Agosto es el mes de las cometas. Se llena el aire de la ciudad con estos frágiles, alados productos de fabricación casera que la Academia define tan pesadamente: “armazón plana y muy ligera, por lo común de cañas, sobre la cual se extiende y pega papel o tela; en la parte inferior se le pone una 112 especie de cola formada con cintas o trozos de papel, sujeta hacia el medio a un hilo o bramante muy largo, se arroja al aire que la va elevando, y sirve de diversión a los muchachos.” Olvidando, en esa definición aburridora, que lo fundamental en las cometas es su color. Su fiesta de colores en vuelo zumbador por entre los distintos tonos del azul desde cuando estalla radiante la mañana hasta los claroscuros del crepúsculo. Rojos, verdes, amarillos, los pájaros de papel revolotean por encima de los tejados y techos de paja y de los hilos eléctricos, a donde finalmente van a parar enredándose definitivamente como en un nido de muerte. ral, aldeana, incipiente desapareció bajo lo que se ha denominado “la piqueta del progreso”. Y la de ahora puede desaparecer bajo otra piqueta menos dinámica pero igualmente destructora: la piqueta de la desidia y la indiferencia. cas de los postes del alumbrado o del teléfono, forman montones de basura aérea que es una prueba de lo fugaz de esta alegría infantil, de lo rápidamente perecedero que hay en el juego como en toda actividad humana. Pero al mismo tiempo, constituyen una vegetación no por artificial menos invasora y destructora de ciertos servicios esenciales a la comunidad, que debe seriamente, tristemente pero eficazmente comenAcumulándose allí, zar a derribarla y barreren las cabelleras metáli- la desde ahora. CROQUIS AL CARBÓN Alfonso Fuenmayor, el amigo Carlos Martínez Cabana A.F. Bastante se oyó, se vio y se leyó en todos los medios de comunicación de Colombia elogiando los méritos del Maestro Alfonso Fuenmayor en los días siguientes a su deceso en su Barranquilla natal. Voces autorizadas dijeron de sus grandes dotes como periodista de larga trayectoria, literato de altos quilates, y escritor y crítico muy dado a escudriñar las complejidades de nuestro idioma. Varios meses después de su muerte, con el ánimo más sosegado después de la aflicción que me causó su fallecimiento, voy a tratar de hacer la presentación de Alfonso Fuenmayor, el amigo. Alfonso y yo nos conocimos en Bogotá allá por el mes de noviembre de 1939 cuando nos presentó ese otro gran amigo de mi juventud que fue Armando Barrameda Morán. Yo acababa de surcar el río Magdalena en uno de los barcos de la Naviera Colombiana hasta Puerto Salgar, atraído por las largas cartas que me llegaban a Barranquilla, en las cuales Armando me describía esos corrillos literarios en los cafés capitalinos, en los cuales se podía ver y oír de cerca a Jorge Zalamea, León de Greiff, Eduardo Carranza, Jorge Rojas, Armando Solano, José Mar, Eduardo Zalamea, Lucas Caballero, Arturo Camacho Ramírez, Emilia Pardo Umaña, el fértil Luis Eduardo Nieto Caballero, y otros tantos periodistas, poetas y novelistas de cuyas lecturas habíamos disfrutado y discutido en nuestros cafés de la Costa Atlántica. Armando Barrameda Morán tenía una gran vena literaria. Era el hijo mejor del bien conocido “poeta del mar”, Gregorio Castañeda Aragón y, precisamente, para no escudarse bajo la sombra del prestigio paternal, adoptó ese apellido que conservó hasta su muerte. Bien recuerdo la mañana de aquel mi primer lunes bogotano cuando me citó a las doce en el Café Colombia para presentarme a un gran amigo suyo culto, inteligente y de grata personalidad. Y desde aquel mismo momento de la presentación se forjó entre los tres una férrea amistad que sólo pudo disolver la muerte. A fines del año 40, Armando se fue para México y Alfonso y yo lo perdimos de vista. Luego Alfonso, ya jefe de hogar y padre de familia, se fue a vivir a Barranquilla, pero seguimos nuestra amistad a través del correo. En agosto del año 52 yo me vine a hacer un curso de especialización en Administración Pública en Washington, bajo los auspicios del Punto IV de Cooperación y Ayuda de los Estados Unidos, y el trío quedó físicamente disuelto. Pero antes de separarnos, fueron muchos y gratos los momentos de franca camaradería que disfrutamos peripatéticamente andando por la carrera séptima; o tomando café o cerveza en alguna mesa del Café Colombia, donde solíamos reunirnos; o disfrutando típicamente de los chicharrones y la popular “pita”, que por su alto grado de fermentación envasaban en botellas de champaña, y la servían en totumas que se iban pasando de boca en boca, en las tardes de los jueves en el barrio de Las Cruces; o deleitándonos con las suculentas paellas HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 113-118. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 113 Gabriel García Márquez y A.F., Barcelona, jun., 1974. que servían los miércoles en el Bar y Restaurante Manolo ($1.75 cada plato); o utilizando como pretexto el juego de bolos para tomar cerveza en el Salón San Francisco en donde, en uno de sus turnos, se le fue a Alfonso la bola por la canal derecha, volvió a lanzar la bola, y esta vez se le fue por la canal izquierda, acto que se apresuró a comentar con su habitual agudeza: —Eso para que vean el dominio que tengo sobre ambos canales. Y es que Alfonso Fuenmayor tenía el comentario exacto siempre a flor de labio. Armando decía que Alfonso se aprovechaba de su tartamudez para tomar más tiempo y expresarse mejor. Otra vez, en una mañana dominical estábamos con su hermano Félix Alberto frente a la vitrina de un almacén de la carrera séptima y viendo su imagen reflejada en el cristal, su hermano dijo, mientras se sobaba la cara: —Esta mañana me he dado una afeitada que me ha dejado satisfecho. Ustedes, los lampiños, nunca podrán disfrutar del placer que produce una buena afeitada. Alfonso le respondió al tiro: —Es que tú eres de mejor familia que yo. Otra de las virtudes de Alfonso era que cuando discutíamos temas y expresábamos conceptos con los cuales él no estuviera de acuerdo, jamás decía “Eso no es así” o “Ustedes están equivocados”. El siempre refutaba discretamente con un “No sé. Pero a mí me parece”, y tras esa modesta y falsa declaración de ignorancia, expresaba con su hablar lento y pausado, la seguridad de sus conceptos, dejándonos en una situación difícil para confutar. Después de varios decenios de vivir en este país, recibí una tarde en mi oficina de Philadelphia una llamada telefónica de Alfonso. Se hallaba otra vez en Nueva York como Delegado de Colombia a la Asamblea General de las Naciones Unidas, y se había prometido a sí mismo no regresar a Colombia sin que nos viéramos de nuevo. Mi alegría fue tal que le prometí ir a verlo al día siguiente en Nueva York, pero él me dijo que prefería pasarse el fin de semana conmigo, en mi casa de Cherry Hill. Y así, bajo el pálido sol de una mañana otoñal, nos volvimos 114 a abrazar bajo los altos arcos de la Estación Central del Ferrocarril de Pennsylvania, en la ciudad de Philadelphia. ¡Habían transcurrido más de cuarenta años sin vernos! Nuestros cabellos habían encanecido. Él estaba más obeso de lo que yo esperaba encontrarlo, pero el sentimiento afectivo y los lazos de nuestra amistad habían superado las circunstancias del tiempo y la distancia. Y, dándole mayor prestigio, más calor humano a este cordial re-encuentro, la presencia de Adela, su esposa, a quien conocí cuando era novia de Alfonso en Bogotá, y cuya buena amistad se ha mantenido también inalterable a través de todos los tiempos. Fue un fin de semana gratísimo; una excursión retroactiva, evocando nombres de personas y de sitios caros a nuestra memoria. Primero que todo, Armando, después de una larga estada en México, se había quedado a vivir en Barranquilla, pero ya estaba de nuevo residenciado en Bogotá. Alfonso no tenía consigo el número de su apartado postal, pero yo me decidí a escribirle una carta Grupo de amigos de Gabriel García Márquez, que lo acompañaban mientras se vestía para la ceremonia de recepción del premio Nobel. Jaime Castro, Germán Vargas, Adela de Fuenmayor, Alfonso Fuenmayor y Plinio Apuleyo Mendoza, entre otros. Estocolmo, dic., 1982. para que Alfonso se la re-expidiera tan pronto regresara a Barranquilla. Juntos recorrimos la nómina de los amigos que nos fueron comunes. Unos ya habían muerto; otros habían desaparecido entre los vericuetos del tiempo. Por extraña y feliz coincidencia, el mismo día de la llegada de Alfonso y mientras hacíamos el recorrido de la estación del ferrocarril a mi casa, oímos en la radio del automóvil la noticia que hizo feliz a Alfonso: A Gabriel García Márquez, (su gran amigo Gabito) le habían otorgado en Suecia el Premio Nóbel de Literatura 1982. Alfonso no demoró en llamarlo por teléfono a México para expresarle su alegría y darle su felicitación. Alfonso estaba tan alborozado como si el premio le hubiese sido otorgado a él. Al día siguiente (domingo), mientras mi mujer y Adela se fueron a recorrer las tiendas del Cherry Hill Mall, Alfonso y yo salimos a recorrer los sitios históricos 115 de Philadelphia. Después de visitar el Independence Hall con su Campana de la Libertad, que entonces estaba en el propio edificio; el vecino Carpenter Hall, y recorrer Market Street hasta el edificio del City Hall que corona la estatua de William Penn; y después de visitar el Parque de Rodin, con sus gigantescas estatuas, subimos la catarata de escalones que identifican el soberbio edificio del Museo del Arte, en la margen oriental del río Schuylkill, recorrimos uno a uno todos los pasillos y las salas de cada uno de los cuatro pisos y cuando salimos a la calle la temperatura caliginosa y el aire húmedo de aquel día otoñal asociados al cansancio por el prolongado deambular, imponían la búsqueda de una bebida fría. En aquel tiempo las leyes municipales de Philadelphia prohibían la apertura de los bares los domingos, y las bebidas alcohólicas sólo podían expenderse en los establecimientos que, a la vez, vendieran comida preparada, después de la una de la tarde. Fue así como después de andar varias cuadras por los alrededores dimos con una especie de mesón, con su bar al frente, y allí entramos a refrescar nuestras faringes. Nos llamó la atención, al sentarnos al mostrador, que entre todos los parroquianos no hubiese una sola mujer, y que todos ellos parecían estar asociados por parejas. Pedimos nuestras cervezas y nos pusimos a comentar cosas del Museo cuando alguien puso a funcionar un toca-discos y, para sorpresa nuestra, dos o tres parejas de hombres comenzaron a bailar. No queriendo ser confundidos, pagamos la cuenta y salimos a toda prisa. En la siguiente visita que me hizo Alfonso en Cherry Hill, fuimos a la cercana ciudad de Camden a visitar la casa en donde vivió y murió el poeta Walt Whitman, y después de pasar por el edificio en donde se fabrican las famosas sopas Campbell y frente a otro en cuyo tope se ofrece al público la vieja imagen del perro escuchando “la voz del amo” que fuera antaño el símbolo de calidad de las victrolas y los discos Victor, cuando esta empresa no había vendido aún sus intereses a la poderosa R.C.A. Luego fuimos al cementerio de Camden a visitar la tumba del autor de Hojas de hierba para luego, después de cruzar el puente sobre el río Delaware, que lleva su nombre, volver a Philadelphia para visitar la casa en la calle Spring Garden donde otro famoso poeta, Edgar Allan Poe, escribió su bien conocido poema The Raven. El guía nos dio la bienvenida y esperó hasta que hubiese un grupo mayor de diez personas, antes de comenzar el recorrido. Luego nos paseó por todas las habitaciones de la vieja casa, mostrando la cama donde la esposa del poeta sufrió su enfermedad y su miseria; la roja cortina de terciopelo que aún guarda la entrada a la habitación; la ventana en cuyos cristales golpeó intermitente el ave negra, para que Poe hallara, al abrirla, “sombras fuera, y nada más”; el sillón en donde el poeta se sentaba cuando regresaba borracho, después de haber salido temprano en la mañana en busca de los amigos que podrían ayudarle económicamente, pero lo que obtenía de ellos eran los tragos que le brindaban para deleitarse oyendo su conversación. Terminado el interesante recorrido, el guía nos agradeció amablemente la visita y, como es costumbre en estos establecimientos, preguntó si alguien tenía alguna pregunta que formular, y fue entonces cuando Alfonso, que ya había leído la biografía del poeta y cuentista famoso, sorprendió al guía con la pregunta menos esperada: What is the difference between raven and crow? El hombre, cogido fuera de la retahíla habitual que de tanto repetir ya la había memorizado, titubeó un poco antes de responder que la diferencia era simplemente cuestión 116 de tamaño, siendo el raven más grande que el crow. La verdad es que no hay ninguna diferencia porque, como lo pudimos verificar después en las páginas del Webster’s Collegiate, raven y crow son palabras sinónimas. Y es que la mente de Alfonso estaba siempre en función investigativa. Cuando me vio luciendo mi primer suéter en Bogotá, me dijo: “Estás estrenando sudadera”, porque to sweat en inglés es sudar y, lógicamente, sweater viene a ser sudador o sudadera. Y esto allá en los años 40 cuando la gimnasia popular no estaba de moda, ya que la única persona que corría libremente por las calles era “el loco del tranvía”, con su estrafalario uniforme de policía de tránsito, y sus labios siempre pintados de rojo. Por aquellos mismos tiempos pasamos una tarde frente al almacén “La Gran Vía” en cuya ventana se leía: Bizcochos frescos. A la simple visión de la palabra salió de los labios de Alfonso la espontánea observación: “Bis, doble; cocho, cocido. Pero lo escriben con z.” Cuando se vino de Bogotá a vivir a Barranquilla con Adela y su hija Sonia, seguimos rindiendo culto a nuestra amistad a través del correo. En una de sus cartas me informaba que lo habían nombrado Profesor de Gramática de un establecimiento docente de Barranquilla y con la sutileza de siempre me decía: “Antes de que te formes algún juicio, te recuerdo que como dijo (y aquí mencionaba el nombre de un clásico latino que no puedo recordar ahora), ‘la piedra de amolar no tiene filo y, sin embargo, se lo proporciona al cuchillo’.” Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Después de su llamada telefónica desde Nueva York y nuestro re-encuentro en Philadelphia los lazos de nuestra amistad se acrecentaron y no dejábamos pasar muchos días sin ponernos en comunicación, ya fuera por cartas o telefónicamente. En los últimos años habíamos establecido un canje de recortes 117 A.F. de periódicos o revistas que nos servía de temas para comentarios escritos o hablados. Por eso yo lo sigo echando de menos todas las mañanas en que encuentro en el periódico el artículo o la columna que a él le hubiera gustado leer. Mi cambio de residencia de Cherry Hill a Kendal, en las vecindades de Miami, sirvió para acercarnos más en el sentimiento y en la geografía. La penúltima vez que lo vi, a mediados de 1993, cuando estuve en Barranquilla, después de un magnífico almuerzo que nos preparó Adela, tuvimos una conversación de sobremesa que se prolongó hasta las cinco de la tarde. El año pasado cuando fui a verlo, ya casi no podía hablar ni moverse libremente. Por eso no pude recibir aquel abrazo cordial y el cariñoso Carolus, con que solía recibirme. Y es que Alfonso tenía un alto sentido de la amistad y sabía ejercerla en forma tan discreta como efectiva. Después de la muerte de su íntimo amigo Germán Vargas, me manifestó su pesar alterando, así, el texto de conocido verso: “¡Dios mío! ¡Qué solos se quedan los vivos!”. Ahora mismo tengo ante mí la última edición del libro La muerte en la calle de su padre don José Félix, en el que aparece la siguiente dedicatoria: “Para Carlos Martínez Cabana, fraternalmente. Barranquilla, marzo 19 de 1994. Alfonso.” También yo lo aprecié con afecto fraternal. ¡Descanse en paz el amigo inolvidable! Kendal, Florida, junio de 1995. 118 RADAR Alfonso Fuenmayor Armando Barrameda Morán El Heraldo Por la vía del aire, que es la del día en que se va viviendo de frente, ha vuelto a la ciudad Alfonso Fuenmayor, joven escritor de las nuevas promociones intelectuales de la Costa Atlántica y hasta hace poco, meses antes de marcharse a dirigir la revista gráfica Estampa de Bogotá, colaborador muy apreciado en esta casa y admirado en el amplio y selecto grupo de sus lectores. Alfonso Fuenmayor llevó a la revista bogotana sus iniciativas de periodista versado en moderna publicidad. La publicación aludida ganó en pocos meses la atención de los círculos literarios de la capital de la república, donde su prestigio empezó a languidecer con la separación del escritor Jorge Zalamea, quien fue el primer director que tuvo la publicación de propiedad de los catalanes Martínez Dorrién. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Pero a Alfonso lo tira mucho la Costa, su Costa, nuestra Costa Atlántica toda plena de luces y de tórridas esencias costaneras. Bogotá, con todo, nunca alcanza a catequizar totalitariamente el temperamento de nuestras gentes costeñas que allí llegan —no muchas por ventura— con un criterio derrotista respecto a nuestra realidad cultural. Despreocupado pero no dormido mundo del litoral Caribe. El columnista que por mucho tiempo llenara con sus apuntes literarios el espacio periodístico de Aire del Día en este periódico, torna a Barranquilla con una intención —inconfirmada aún— de reintegro intensivo a la tierra de sus ascendientes, que es la de sus descendientes también, porque Alfonso es padre de dos niños aunque su aire, el de su semblante o el despeinado brisote de su talante, le infunda una apariencia de tarambana solterón. Y en esto, en nuestras apreciaciones psíco-aéreas —digamos— no hay mayor exageración ni más exceso hipotético que su evidente alergia a los devaneos con las musas que empero corteja a la sordina desde sus atalayas críticas. La personalidad del joven escritor barranquillero no es de las que suelen fingir y jamás poseerán ciertos monosabios que inciensan con ademán sumiso de deslumbrado provincianismo a los dómines de turno de la literatura de “weekend” que se borda con primor centralista en los cenáculos con chaleco del insular antiplano. Alfonso Fuenmayor, mentalidad liberada de prejuicios, es una de las mejores perspectivas que tiene el nuevo pensamiento de las generaciones actuales del litoral norteño de Colombia. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 119-119. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 119 Alfonso Fuenmayor Juan B. Fernández Renowitzky El Heraldo, jul. 15/75 Uno de los más leales, eficaces y prestigiosos colaboradores que ha tenido este periódico al través de sus cuarenta y tres años de existencia es don Alfonso Fuenmayor. El distinguido barranquillero y extraordinario escritor colombiano, cuya pluma tanto ha contribuido a darle celebridad y brillo a la literatura costeña en el panorama intelectual, nos ha acompañado durante muchos años en la ponderosa, incesante, responsable tarea de comentar editorialmente el acaecer cotidiano en la ciudad, el departamento, la nación y el planeta, sin que su prosa admirable haya sufrido en ningún momento mengua o desmayo sino que, por el contrario, se ha fortalecido espléndidamente como los aceros toledanos con el tiempo y con el uso. Fuenmayor, quien acaba de regresar de sus merecidas vacaciones en Europa, nos ha pedido cordialmente su jubilación, a la cual también tiene pleno derecho. Se la hemos concedido en la misma forma, con la seguridad, o por lo menos con la esperanza, de poder seguir contando con su consejo inestimable cada vez que él lo desee y quiera favorecernos con sus conceptos pletóricos de sabiduría y buena fe. Al separarse ahora de El Heraldo, ojalá Alfonso Fuenmayor continúe, libre e independientemente, cumpliendo con su vocación irrevocable, que es la de excelente escritor, para deleite de sus innumerables amigos, entre los cuales estamos fervorosamente todos los compañeros de esta casa periodística, que es la suya. Y para mayor esplendor de la prosa costeña y colombiana de todos los tiempos. 120 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 120-120. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 A.F. Ni más acá ni más allá Recordando a Nicolás Guillén Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, 1976 Hay poetas cuyas obras ponen en jaque a los críticos. Especialmente a esos que bien podrían llamarse los críticos del “establecimiento”, que suelen ser brillantes, pulidos y dogmáticos cuando sobre su mesa de disección caen unos versos manufacturados, más o menos, de acuerdo con las recetas de lo trillado y satisfaciendo una sensibilidad o —si se prefiere— esa sensiblería que despectivamente se le atribuye a las modistillas. Hay excepciones… claro está. Esos críticos, tantas veces provistos de un tremendo arsenal de erudición, rara vez de primera mano, se sienten incómodos, un poco como gallinas en patio ajeno, es decir, desconcertados, cuando tienen que “medírselas” a un poeta fuera de serie. Es lo que ha sucedido, entre nosotros, con poetas como León de Greiff y Luis Carlos López —al fin consagrados en forma inapelable— y con César Vallejo y Nicolás Guillén. A estos nombres, ciertamente podríamos agregar otros, otras partes, me parece, llaman del vermut, nos sentábamos a una mesa del Automático, allá en Bogotá. Allí concurrían, además del poeta y su mujer, Gilberto Vieira, Guillermo Meneses (aún no había dado el deplorable paso pero ya había escrito La balandra Isabel llega esta tarde), su mujer, la periodista Sofía Ímber y, tal vez, Miguel Teitelbaum, fallecido hace unos años y hermano del poeta chileno Velodía a quien su partido, como a Neruda, lo había llevado al senado de Chile. pero si lo hiciéramos, con inevitables alusiones a Darío y a Neruda, nos desviaríamos, para beneplácito del demonio de la dispersión, de nuestro objetivo de hoy que es lamentar que el gran poeta cubano Nicolás Guillén, “el guitarrero mayor de América”, haya tenido Jovial, sencillo, con el que cancelar su viaje a esta ciudad, que estaba apacible continente de programado para los días un buen artesano que hace cantando su trabaque corren. jo cotidiano, Guillén sorEl autor de Sóngoro bía poco a poco, con el Cosongo, del Son Entero, pausado pero intenso de West Indies y de otras deleite que a los sibariobras que lo colocan en tas pone en trance de el nivel cimero de la poe- beatitud el contacto de sía, estuvo por estas tie- cosas exquisitas con el rras hace unos treinta paladar, su copa de cogaños, cuando su patria, nac, siempre de cognac, precisamente, estaba re- el mismo cognac que gida por normas que no lentamente hacía deslile satisfacían y que él zar por su gaznate en combatió con decoro, y aquellos cafés de París con un ánimo que jamás en donde su figura llegó iba a decaer. Y ahora, a ser familiar. Aún no cuando Cuba tiene un había sido galardoneado régimen que acapara to- con el Premio de la Paz das sus complacencias, (1954) por la URSS, pero el poeta había anuncia- entonces los periodistas do una visita que tiene ya lo asediaban con preuna nueva y lamentada guntas. Y el poeta, con noble campechanía, se postergación. limitaba a decir: Lo recuerdo cuando —Pero si yo no soy en ciertos mediodías de 1946, a esa hora que en más que un tipógrafo… Tal vez en Prosa de prisa es donde el poeta recuerda a Colombia y en forma muy especial a Barranquilla. Son artículos periodísticos de temperatura evocativa. Y no es improbable que el viaje que ahora ha pospuesto estuviera determinado por esa tendencia del hombre a repetir experiencias agradables. Ciertamente, no más de uno, no más de dos, con seguridad no más de tres “iluminados” le disputarían a Nicolás Guillén el título de primer poeta, en nuestros días, en lengua española, ese poeta que, exactamente, el 20 de junio de 1946, a bordo del vapor Medellín, cuando viajaba de Barrancabermeja a esta ciudad, escribió en Una canción en el Magdalena, la siguiente estrofa: Ay, que lejos Barranquilla, vela el caimán a la orilla del agua, la boca abierta. Desde el pez la escama /brilla. Pasa una vaca amarilla muerta. Y él boga, boga. 121 Ni más acá ni más allá cia, que tanto entre sí se parecen, prevalecieron para enfrentársele pero en este singularísimo Alfonso Fuenmayor combate fue David el que perdió la pelea. Y el gigante sigue siendo CarDiario del Caribe los Pellicer. tado occidental de la Plaza de Bolívar y donde esPellicer fue una de las tán incrustadas las ofici- cifras mayores de ese nas de la Alcaldía Mayor movimiento literario que de Bogotá. Esa visita fue en México se denominó para Pellicer casi una si- Contemporáneos y en el lenciosa peregrinación. cual se agruparon, bajo Fue entonces cuando me la espectral y bondadoregaló su hermoso libro sa mirada de José VasCamino, editado en París concelos, los que iban a en 1929 y que ojalá me ser los más grandes vadevolviera Andrés Hol- lores de la literatura guín. mexicana. Y estamos aludiendo a Xavier de Los versos que allí Villaurrutia, José Gorosaparecen, como aquella tiza, Jaime Torres Bodet, visión de Río de Janeiro, Salvador Novo, Gilberto son los versos de un poe- Owen, Bernardo Ortiz de ta emancipado, aunque Montellano y otros. dócil a una inspiración que, por personal, no se Poco antes de fallecer, parece a la de los demás, este poeta —que había mucho menos a la de profundizado en estuAmado Nervo, quien en dios arqueológicos y llesu juventud pudo inter- gado a ser una autoridad ferir la voz pura que se en la materia, y que era abriría camino en el mun- un atleta que había trasdo de las letras. En ese ladado a las faldas del libro, inclusive, hay “gre- Popocatépetl su inclinaguerías” de notable liris- ción por el alpinismo—, mo como aquella que había sido elegido senadice: dor por su estado natal, Tabasco, nombre “que Hay azules que se nos robaron los gringos caen de-morados. para hacernos un ají que compita con el nuestro”. Algunos jóvenes movidos por una iconoclasLa investidura no la tia irresponsable quisie- ostentó por mucho tiemron enjuiciar la obra de po. Podría decirse que en Pellicer para negarle va- su caso, ella sólo fue un lidez. En ellos, al parecer, homenaje postrero a su la amnesia o la ignoran- hondo valor humano y li- Carlos Pellicer Ahora cuando ha ocurrido a los setenta y ocho años de su edad, aquí en Colombia, profusamente, se ha recordado a Carlos Pellicer, el excelso poeta tabasqueño, que tanta gloria literaria conquistara para México, su patria, a la que le profesaba el más entrañable fervor. Cuando apenas había traspuesto los linderos últimos de la adolescencia, Carlos Pellicer llega a Bogotá con un cargo diplomático, hace la vida de un estudiante por aquellos tiempos y traba amistad fraternal con dos Germanes, Arciniegas y Pardo García. Pero sus amigos son todos aquellos que se congregaron en el grupo Universidad y los Nuevos. Unos veinte años después de ausentarse Pellicer de Colombia, vuelve a este país invitado por Germán Arciniegas, quien estaba al frente del Ministerio de Educación. Fue entonces cuando lo conocí. No he olvidado la visita que hizo —lo acompañamos Pardo García y yo— al modesto cuarto que tiempo atrás había ocupado en el Edificio Liévano, que cubre todo el cos- 122 terario. No sé por qué ahora se me ha venido a la memoria aquel verso que está en su libro Recinto y que dice así: […] Mi voz se hizo silencio. Era el silencio horrible de /los frutos podridos. Pellicer amó y cantó las cosas grandes, como el sol, que fuera “ayudante de campo”, como el mar, para Simón Bolívar. En su Elegía al Libertador dice: Yo he nacido para cantar /en las plazas de ciudades y pueblos la vida de aquel hombre como jamás los hombres /así vieron. ¡Jamás los hombres vieron nada más grande /bajo el cielo! Su corazón era sensible como una agua de oros en /las manos del ruego. Ahora que se ha marchado, todos sabemos donde está. Se encuentra junto a Sor Juana Inés de la Cruz, Gutiérrez Nájera, Justo Sierra, Salvador Díaz Mirón, Manuel José Othón, Ramón Gómez Velarde, Enrique González Martínez. No desluce, ciertamente al lado de ellos. El regreso del poeta Víctor Amaya González se queda en Barranquilla. Recuerdos de Porfirio. Gaitán no se persigna y el trago no mata Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, dic. 18/76 Esa casa del barrio El Paraíso se encuentra sumida en el silencio, día y noche, aunque la viva un ruiseñor. La puerta de entrada, la del garaje, las ventanas permanecen en perpetua clausura. Cuando el sol se ha ido a repartir sus dividendos de calor por otras latitudes, una luz discreta se filtra por entre las rendijas de la madera. Pero no llega muy lejos. Ni dice gran cosa. Y el silencio es el mismo de siempre. Si alguien pegara orejas indiscretas en las ventanas es muy posible que oiga el deslizarse de una pluma sobre una hoja de papel, o el ruido bibliotecario que hace alguien al pasar la página de un libro. Y hasta es posible que oiga unos pasos que van y vienen y van y vienen. EL HUÉSPED Esa casa la vive alguien que evoca, onza a onza, la figura de un hidalgo azoriniano. Es alto —aunque quizá sólo sean caprichosos efectos de la óptica— o al menos ésa es la impresión que da. Y eso basta. La frente es amplia, desprovista de pelo, que hacia la nuca se riza un poco. Es un cabello largamente disciplinado por el uso persistente del sombrero. Blanco, de movimientos rítmicos, las manos le prestan una gran ayuda cuando habla. Las manos, como si fueran las manos de un escultor, completan la imagen, redondean el pensamiento. Se diría que en su expresión, más que en las nítidas líneas de su rostro, hay algo de ave de rapiña. Viste con pulcritud pero lejos, muy lejos de tener la aspiración de que lo confundan con un maniquí. Parece que en su intimidad se disparara de gozo un resorte, cuando a sus labios acude una palabra vieja, un poco en desuso, de esas que se empleaban en Barranquilla cuando él, hace cincuenta años, tomó en el viejo puerto el buque que debía llevarlo a Beltrán, en donde subiría al tren que finalmente lo depositaría en Bogotá, esa Bogotá todavía centenarista de 1922, es decir, en los tiempos en que el Presidente de la República se paseaba por el atrio de la Catedral, en que la calle quince era una concentración de chicherías, en que los bogotanos vestían del único color que convenía a sus predilecciones cromáticas, es decir, de negro. El último seis de diciembre esa sosegada casa del barrio El Paraíso, dio una sorpresa, una inmensa sorpresa. La gente fue llegando y llegando. Y esa casa que es grande para su único huésped resultó pequeña para la concurrencia. Allí había representantes de cuatro generaciones. El que la vive, el poeta Víctor Amaya González, cumplía ese día setenta y nueve años de su edad. Y allá fueron sus hermanas, y sus primos y sus hijos, y sus nueras y sus nietos, y sus bisnietos. —Lo pasé feliz —comentará más tarde el poeta, sentado en la parte trasera de su casa, donde hay una terraza, unos sillones, un limonar, una mesa, y en la mesa una amistosa botella de whiskey. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 123-128. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 123 HACIENDO PRECISIONES El poeta, que fue un gran amigo de Ricardo Rendón, tácitamente refiriéndose al buen licor escocés que impasible esperaba la acometida de los contertulios —sólo tres— que ese mediodía se encontraban en la que está destinada a ser “una gran terraza”, dijo: —Hace poco leí un artículo de Alberto Lleras aludiendo a lo que pudo llamarse, no sin exactitud, la dipsomanía de Rendón, y allí llegó a sugerir, al menos, que Ricardo se había suicidado por tomar trago. Debo decirles que aunque Alberto Lleras, junto con mi compadre José Mar, fue uno de los oradores que habló en el cementerio cuando fuimos a enterrar al gran caricaturista, no figuraba entre los allegados a éste. Esa afirmación, la del trago, es necia, es inexacta. Además, y esto es sabido, nadie se suicida por tomar trago. —Así es —comentó Guillermo Baena—. Uno puede suicidarse por todo lo contrario, es decir, porque no pueda beberlo, porque un médico terminantemente se lo prohíba. UN VIAJE LARGO, UNO CORTO Después de un viaje a Nueva York y dos a Panamá, donde fue atendido por el gran médico barranquillero Julio Bengoechea, el capitán Pepe Amaya murió en la capital del Istmo. En esos viajes que tenían como objeto la búsqueda de una salud que al fin no se logró, Víctor acompañó a su padre. Tiempos después evocando aquel episodio luctuoso, Víctor Amaya González escribiría La vida inmóvil, que se inicia con este verso prodigioso: Estaré todo inmóvil, yo que fui como el viento. —Mi padre —cuenta Víctor— tenía algunos bienes de fortuna. Las casas y las fincas que dejó, hoy valdrán un disparate. Pero la historia de su patrimonio no es distinta de la historia de otros patrimonios cuando son varios los herederos. Y éste fue uno de esos casos. Me encontré con unos pesos en el bolsillo y dueño de mi destino. Me trasladé a Bogotá, ingresé en el Colegio del Rosario. Cuando cursaba tercer año de Filosofía y Letras (yo estudié bachillerato en Barranquilla) tuve un gran altercado con monseñor Rafael Carrasquilla, ese eminente orador sagrado, rector del Colegio Mayor y cuyo discípulo había sido yo en su famosa cátedra de Metafísica. Monseñor quería que el representante de los estudiantes en la Consiliatura lo fuera Arcesio Londoño Palacio. Yo era el otro candidato y yo salí elegido con una mayoría tan amplia que resultó irritante. Realmente insoportable. Mi suerte estaba echada. Tuve que abandonar aquellos claustros. De la que había sido mi pequeña fortuna quedaba muy poco. Lo que tenía encima y lo que cabía en un baúl. 124 Facsímil del original. Después de una pausa, sigue el poeta: —Sintiéndome desventurado y con “el corazón entenebrido” me puse a hacer algo que en Bogotá es una delicia cuando no llueve. Me puse a caminar. No como los pingüinos peripatéticos de León sino como alguien del jardín de Academo, porque para eso daba la osadía en mi juventud. Todo puede ocurrir en la calle. La calle es el escenario de los sucesos, de los grandes, como la ruptura de un florero, y de los pequeños como mi encuentro con Salim Eljach, tío de Meira Delmar. No le llevó mucho tiempo al señor Eljach medir mi situación, saber que yo ya me encontraba en la más inmediata vecindad de la cuarta pregunta. Llevado de su mano fui a parar a la calle de San Miguel y de allí salí con cinco contratos para llevar otras tantas contabilidades en igual número de almacenes. Yo había trabajado aquí en el Banco Mercantil Antioqueño. Y fue también en la calle, en otra calle, donde me fue ofrecida una cátedra de Filosofía que acepté sobre la marcha. El “primum vivere” estaba resuelto y también el “deinde philosophare” que dice Hegel. EN EL WINDSOR Naturalmente, ya en Bogotá no existía la Gruta Simbólica pero en cierto modo sobrevivía en la medida en que los hábitos de bohemia entre los intelectuales perduraban. Víctor Amaya González, que por ese entonces frisaba en los veinticinco años, formó entonces parte de esa generación que en opinión respetable de algunos le ha dado lo mejor a Colombia no solamente en el campo intelectual sino, inclusive, en el político. De ella hacían parte León de Greiff, Rafael Maya, Luis Tejada, Luis Vidales, los Umaña Bernal, Juan Lozano y Lozano, Rafael Vásquez, Jorge Zalamea, Alberto Lleras, Felipe Lleras, Ricardo Rendón, Germán Pardo García, Germán Arciniegas, Víctor Manuel García Herreros, Los Leopardos, Jorge Eliécer Gaitán, Carlos Lleras y pare usted de contar. Porque aún faltan nombres. Las veladas en el Café Windsor, de los hermanos Nieto Caballero, y los paliques en el Rivière eran rociados con licores entre los que tenía un lugar de predilec- 125 ción el aguardiente, que Felipe Lleras bautizó con un eufemismo que perdura. El néctar, como lo denominaban para no entrar en explicaciones, era, precisamente, eso que Felipe Lleras denominaba el “lauro candente”. RETORNO MEMORABLE En 1928 Víctor Amaya González lió bártulos para Barranquilla. Éste iba a ser —y él estaba muy lejos de sospecharlo— un viaje trascendental en su vida. Para ese tiempo José Félix Fuenmayor había fundado la revista Mundial —un nombre bastante rubendaríaco— y allí se agrupaba la intelectualidad barranquillera, en ese entonces enriquecida con la presencia de Porfirio Barba Jacob, que veinte años atrás había estado por estas tierras pero con el nombre de Ricardo Arenales. Se le pregunta al poeta cómo conoció a Barba Jacob y contesta: —Eso está contado en el libro que yo escribí sobre Barba Jacob. Cuando atracó el buque que me trajo a Barranquilla, allí me estaba esperando Adolfo Marta. El hombre alto, ese que según Arévalo Martínez “parecía un caballo” que acompañaba a Adolfo, resultó ser Barba Jacob. La amistad fue instantánea y se prolongó por todo el tiempo que el insigne poeta estuvo en el país. Más tarde nos reunimos en Bogotá y cuando se ausentó ya nunca más lo vi. Catorce años más tarde iba a morir en la que fue su segunda patria, en ese México que según él, le dio su rebeldía. UN SITIO PARA PORFIRIO Se le pregunta al poeta en qué sitio colocaría él a Barba Jacob dentro del parnaso colombiano. No vacila en responder. La contestación, en verdad, la tenía preparada desde hacía muchos años. —Porfirio Barba Jacob, no hay la menor duda... El poeta se pone en pie y después de dos o tres minutos de ausencia regresa con un libro recién impreso. Lo muestra y dice: —En este libro, de un profesor argentino, se dice que mi admiración por Barba Jacob es producto de la amistad y del compadrazgo. Ni más faltaba. La gloria universal de Barba Jacob tiene fundamentos mucho más sólidos y perdurables que la amistad mía o que el compadrazgo. Cada día se estudia más su obra, cada día se le dedican más ensayos, cada día se le elogia más en los manuales de historia literaria. Y es indudable que el crecimiento de su prestigio se debe, única y exclusivamente, al valor intrínseco de la obra del gran lírico. Es bien sabido que Barba Jacob jamás buscó la publicidad, ni siquiera se ocupó de editar sus versos, que por mucho tiempo estuvieron dispersos en diarios y revistas de distintos países. Y si sus poemas son cada día considerados de creciente importancia en la poesía castellana, no debe dudarse que ello se debe a la inmensa belleza que encierran. Yo estoy seguro que un día, y el día no está lejano, Barba Jacob será considerado el poeta más cercano al que ocupa el trono máximo. Es obvio que me refiero a Rubén Darío, el lírico más alto que tiene la lírica castellana. —¿Y Pombo? —Resueltamente tengo que decirlo, y que me perdone Dios: el señor Pombo no 126 me gusta... no me gusta... para nada... Y no me gusta por altisonante por dispendioso, por llorón. Cuántos “ayes” no pone en su poesía ese amigo de las señoras aristocráticas que nunca sospechó siquiera el sentido de condensación que es propio de la poesía moderna... No, no, Pombo de ninguna manera. Pongamos en su puesto al gran León de Greiff, con quien tengo discrepancias... pongamos en su lugar a Silva, claro está, o a Valencia o a Rafael Maya. Lástima que Valencia no se hubiera resuelto siempre a hacer su “propia poesía”. Le seducían los versos de otros poetas y se convirtió en reflejo de ellos. Y así canta los Camellos, y las Cigüeñas, y los Palemones y personajes de la Biblia. Es muy poca la relación que tiene la Popayán real y auténtica, con sus casonas coloniales y sus ñapangas, con la marmorizada que Valencia esculpe en el canto dedicado a su patria chica. Cuando es personal, qué alta nota da Valencia, como cuando dice: Hay un instante del crepúsculo en que las cosas brillan más, fugaz momento palpitante de una morosa intensidad... Se le pregunta al poeta si conoció al maestro Valencia. —Cómo no —responde—. Me impresionaron su estatura, su voz de seda y sobre todo, su palidez de cera. Él vivía en el Hotel Pacífico, en el mismo hotel que por años y años habitó Julio H. Palacio, allá en Bogotá. Un día fuimos a visitarlo Rafael Maya, Rafael Vásquez y yo. La suite del maestro estaba invadida. Yo calculo que allí se concentraban unas setenta personas. Todos eran políticos y nosotros, los poéticos, nos aburríamos de lo lindo. “¿Qué hacemos aquí?”, pregunté. Y agregué, “Vámonos”. El maestro advirtió nuestro fastidio y, sin que los otros lo notaran, nos hizo una seña que interpretada correctamente quería decir que no nos fuéramos, que pasáramos a una sala contigua. Fue lo que hicimos. El maestro Valencia, dirigiéndose a los políticos dijo que lamentaba muchísimo no permanecer con ellos más tiempo pero que en ese momento era esperado en Palacio y debía irse para allá en el acto. Minutos después, el maestro estaba con los “poeticas”. Y sirvió generosas raciones de whiskey. El maestro estuvo brillantísimo y largamente expuso sus ideas sobre el simbolismo... POR UN MOMENTO APARECE EL SABIO CATALÁN Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Se le ha hecho una pregunta y el poeta, como si se tratara de una perífrasis da una gran vuelta y dice: —Fernando D’Andréis y yo fuimos a una librería. Quedaba en la esquina noroccidental de la calle del Comercio con el callejón de Francisco J. Palacio, a media cuadra de La Nación, de Pedro Pastor Consuegra. La librería estaba muy surtida, con novedades de Italia (D’Annunzio estaba en su apogeo) de Francia, de España, de Inglaterra. La librería era de un español. Me dijo que había leído en una revista (se llamaba Germinal) un Canto al mar que yo había escrito. El español me dijo que le había gustado esa poesía y me invitó a que perseverara porque era indudable que yo tenía temperamento. En esa época yo era mucho más tímido que ahora y me sentí bastante embarazado para darle las gracias. El español hablaba con mucha soltura y yo (él debió advertir mi desconcierto y parecía gozar con él, sólo pude preguntarle: “¿Qué lee usted?” Y él me contestó acompañando las palabras con un gesto: “Todo esto” y me señaló una fila de libros de Conan Doyle, es decir, 127 las distintas aventuras de Sherlock Holmes. Cuando salimos, Fernando me dijo: “Don Ramón es así, juguetón”. Porque ese librero español era don Ramón Vinyes, el Sabio Catalán de Cien años de soledad. LEONARDO Y ESQUILO La conversación, como toda conversación, toma giros inesperados y de pronto el poeta se encuentra hablando de sus hijos: —Rafael Leonardo y Álvaro Esquilo nacieron en Bogotá pero se vinieron a la Costa antes de yo. Ambos son capitanes de la Marina. Ya llevan diecisiete años navegando. —¿Pero no hay uno que se llama Carlos Baudelaire...? —Así se hubiera llamado Rafael Leonardo pero el cura se resistió a ponerle el nombre del autor de Las flores del mal. Dijo que Baudelaire era un impío. Jorge Eliécer Gaitán, que era el padrino junto con José Mar y Porfirio Barba Jacob, perdió allí su primer pleito. Hubo que cambiarle el nombre. Pero inmediatamente en la misma sacristía ganó un pleito. El cura se negaba a admitir a Jorge Eliécer como padrino porque Jorge Eliécer dijo que él no se persignaba ni hacía la señal de la cruz. Y el gran penalista convenció al levita de que debía admitirlo como padrino. Fue una gran fiesta la que celebramos ese día. Lástima que Jorge Eliécer fuera sobrio, demasiado sobrio... SIEMPRE CON LAS MUSAS El poeta acaba de escribir un artículo sobre Ricardo Rendón, quien hace cuarenta y cinco años se suicidó en La Gran Vía, allá en Bogotá. —Lo conocí mucho... Fuimos grandes amigos. Nunca olvidaré cómo se profundizaron las líneas de su rostro cuando yo le leí mi poema La vida inmóvil. Me dijo como único comentario: No necesitas escribir más. Ese poema te garantiza, desde ahora, un confortable lugar en el Parnaso. Y allí estarás con buena compañía. Con tu adorado Darío, con Carlos Baudelaire y, claro con Porfirio, que aún vivía... Víctor Amaya González, el poeta elogiado por los grandes críticos, se radicó definitivamente en su tierra. Sus tres libros, Cúspide (versos), Las barcas que no vuelven y su Barba Jacob, hombre de sed y de ternura le aseguran un puesto de honor en las letras de la América Hispana. Sale poco. No vive con nadie, pero nunca está solo. Siempre lo acompañan las musas. 128 Don Ramón, fotógrafo Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, dic. 23/76 —En esa casa hablan de ti como si te conocieran —me había dicho, varias veces, Augusto Toledo. Esa casa, porque es bueno que las cosas se aclaren desde un principio, es la marcada con el número 356 de la Avenida Generalísimo Franco allá en Barcelona, España. Era domingo, y la Ciudad Condal, por cuyas calles un día los fenicios hablaron su extraña jerigonza, heroicamente resistía el implacable bombardeo que sostenía el sol ese verano. Los árboles de esa avenida que los barceloneses por razones políticas prefieren llamar la Diagonal, ofrecían una sombra piadosa a los pocos peatones que por una u otra razón no se fueron a la Costa Brava. Esa parte de Barcelona difiere notablemente de otros barrios. Del Gótico, por ejemplo, o el de las Ramblas o ese otro que hace tambalear la moral cuando a él se penetra por la calle del Conde del Asalto. Tengo la impresión de que cuando José María Vargas Vila —que allí murió, en el número 30 de la antigua calle Salmerón— dijo en su libro sobre Rubén Darío que “Barcelona es la París del Mediterráneo”, tenía en la mente este sector que yo ese día transitaba para ir a la casa en donde don Ramón Vinyes había muerto en 1952 y en donde vivían sus hermanos. Facsímil de Diario del Caribe. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 129-133. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 129 A la izquierda el Mercado y hacia el último plano el callejón Francisco Palacio. Se distinguen los rieles del tranvía. Un hombre, vestido de blanco, atraviesa corriendo la calle, que es la calle de las Vacas, después Boyacá y hoy calle 30. El movimiento es notable y se advierte gran profusión de carros de mula y algunos coches. Don Ramón debió tomar esta foto desde un punto de vista más elevado que el nivel del suelo. El lento ascensor gemía con acento casi humano. Era un ascensor sin intimidad y no sé por qué me parecía que era más bien la radiografía de un ascensor. Era también una jaula día y noche entregada a la tonta tarea de subir y bajar. —Piso Tercero, derecha —se me había dicho por el teléfono. Y ahí, por fin estaba yo. Todos sabíamos de qué íbamos a hablar. Lo sabía don José, el hermano de don Ramón, lo sabía su esposa, lo sabía su hermana. Y claro está, lo sabía yo. Para la conversación había un tema y sólo un tema: don Ramón Vinyes, el Sabio Catalán de Cien años de Soledad. LA PARTIDA Años atrás, en 1951 y aquí en Barranquilla don Ramón había recibido noticias de Barcelona que a un tiempo lo alarmaron y lo entusiasmaron. En Barcelona iban a montar una de sus obras de teatro. Se trataba de El Viaje, que yo había traducido al castellano, en versión que extravié, no en la forma como con poética inexactitud se Para tomar esta foto don Ramón tuvo que salir de su librería, la Librería Viñas, que quedaba en la esquina noroccidental de la calle del Comercio con la carrera Francisco J. Palacio, o sea, carrera 41 con calle 32 de la actual nomenclatura. La foto mira hacia el norte. En primer término, a la derecha, la parte inferior del Edificio Faillace. En frente, el almacén de J. de Medina y Cía. Más adelante se distingue el almacén de Salim Eljach. No se ve ni un solo automóvil. Sólo coches y carros de mula. 130 cuenta en Cien años de soledad. —Tengo que irme —me había dicho entonces don Ramón—. Si yo no estoy allí me destrozan la obra. Y lo ayudé a hacer el equipaje. En el fondo de un inmenso baúl colocó las treinta y seis obras de teatro que había escrito aquí. Allí también puso los seis tomos de su Diario. —Aquí lo menciono a usted muchas veces —me dijo don Ramón, con esa sonrisa enigmática sobre la que resbalaban todas las conjeturas. Fue entonces cuando me hizo un regalo precioso: las obras completas de Jules Laforgue, en tres tomos editados en 1906 por el Mercure de France. El tranvía de mulas lleva un letrero que dice Floresta. Subirá por la carrera Francisco J. Palacio hasta la calle de Dividivi (actual 45) y entonces girará hacia la derecha, buscando el callejón de la Luz, hoy carrera 50B, hasta la Estación Montoya. A la derecha, en primer plano el edificio helenizante donde funcionó el Banco Comercial de Barranquilla y hoy opera el de la Costa. Enseguida la casa de don Clemente Salazar Mesura. Allí vivió muchos años el autor de esta foto, don Ramón Vinyes. Al fondo, la casa de alto, era la residencia de don Esteban Márquez. Al lado del tranvía va un hombre sobre un jumento, seguido de un coche. LA AUSENCIA No demoraron en llegar cartas suyas, escritas con esa letra nerviosa y en tinta violeta de que también se habla en Cien años de soledad. Las noticias no eran buenas. La obra debía representarse no en catalán sino en castellano. Sobre esto, ciertamente, no iba a transigir don Ramón. Antes me había dicho: —El castellano no es mi idioma. Mi idioma es el catalán, un hermoso idioma que yo he estudiado a fondo. Cuando los ingleses comían carne cruda, nosotros, en Cataluña teníamos más de trescientos trovadores. Me han dicho: escriba en español y sus obras tendrán mayor difusión. Y me citan a Jacinto Grau, a Pompeyo Gener, a Eugenio d’Ors, a Gabriel Alomar. Yo no puedo hacer con el castellano lo que hago con el catalán. Yo lo tuerzo y lo condenso y sólo en catalán puedo dar esa impresión de vértigo de la que usted me ha hablado. Y había otro problema. La censura no le daba luz verde a las alusiones políticas que había en la obra. Se consideraban de un pernicioso antifranquismo. Y sobre esto tampoco iba a transigir don Ramón. Entonces comprendió que su viaje había sido inútil y empezó a planear su regreso. 131 PLANES DE REGRESO Muy pronto las cartas de don Ramón adquirieron un acento nostálgico. Debo confesar que en un principio las leí con escepticismo. No podía creer que un catalán prefiriera vivir aquí pudiendo hacerlo en Barcelona. Entonces enfermó. Se posponía el regreso hasta su recuperación. Don Ramón hablaba desenfadadamente de su enfermedad, que era cardiovascular. —El médico —me escribía— hace un buen trabajo cuando me da a entender que debo estar orgulloso de mis males. “Usted tiene la misma enfermedad que el primer ministro de Inglaterra. Y la misma que el papa.” El médico me divierte y pienso que esto me hace bien. Un día me mandó un “cuento catalán” divertidísimo. Se llama Un caballo en la alcoba y no hay duda de que el enfermo que el caballo visita en su apartamento de Al tomar esta foto, don Ramón Vinyes tenía a su espalda la estatua del Libertador que fue donada a la ciudad por don Evaristo Obregón. Al fondo, la famosa refresquería La Estrella, de don David Pereira, donde se reunían los barranquilleros notables. Diagonal, el Hotel Medellín, o sea, la esquina del Cañón Verde. Al lado estuvo la Imprenta Americana de don Elías Pellet y allí mismo salió al aire la primera radioemisora colombiana, de Elías Pellet Buitrago, nieto del anterior. A la izquierda el actual Banco de la Costa. En la calle, más carros y mulas y más coches. un tercer piso es el propio don Ramón. El enfermo no se moría. La risa que le producía la presencia del caballo no le dejaba morir. LAS FOTOS Le hablo a Josef Vinyes Sabartés del cuento y le dije, además, que don Ramón en sus cartas siempre me habló de regresar a Colombia. Comenté que eso no era más que una forma de la cortesía. —No crea —me dijo don Josef—. Él hablaba de Barranquilla y de “ustedes”, sus amigos con auténtica nostalgia. Él quería regresar. Se lo impedía la enfermedad. Vea usted, después de su muerte, entre los papeles que encontramos estaba el billete para viajar a Barranquilla. —Me halaga mucho lo que acaba de decirme. —Vea, su predilección por Barranquilla era auténtica. Espere un momento. Y don Josef regresó con un pequeño paquete cuadrado, cuidadosamente amarrado con una cinta, que desató. 132 Esta foto del Camellón Abello está tomada de sur a norte. Al fondo, cerrándole el paso, está el viejo Cuartel. En el primer plano, a la derecha, el Club Barranquilla, enseguida, el sitio que por muchos años ocupó el primitivo Café Roma. El Camellón era un largo tertuliadero. A sus lados, había bancos que ocupaban grupos de amigos y hasta familias. A la izquierda debió estar el consulado americano porque ondea la bandera de los Estados Unidos. Hay coches y a la izquierda, en primer plano, se ven las ruedas delanteras de un automóvil y detrás del segundo coche de la izquierda, se distingue otro automóvil. —Estas fotos de Barranquilla las tomó Ramón y las trajo. Son fotos anteriores a su último viaje. Y me puse a mirar las fotos con una especie de embeleso. Era la todavía incipiente Barranquilla de mil novecientos veintitantos. Allí se veía el viejo tranvía de mulas, hombres con “tartaritas”, jóvenes con “bombacho”. Ah, y el viejo parque de Bolívar, con su reja, ahí donde había un caucho legendario. Y se veían la refresquería La Estrella, y el puerto y los caños. Algo me decía que no salía de ahí sin esas fotos. Don Josef comprendió lo que me estaba pasando. Y me dije: —Lléveselas, yo tengo los negativos. Y me mostró unas placas de cristal del tamaño de una baldosa. Eran los negativos. Esas fotos, algunas de ellas, podrán verlas los lectores de este periódico en esta edición y acompañando el presente articulejo. Seguramente quedará claro por qué lo titulé Don Ramón, fotógrafo. Este tranvía, el número 10, sube la carrera Francisco J. Palacio con dirección hacia el occidente. El vehículo está en movimiento, como lo denuncian las patas de las bestias. El tranvía tenía para relevarlas, un total de 600 mulas. Una pasajera, sentada en la última banca permite conocer la moda femenina en ese entonces. Se ve la glorieta donde, a veces, la banda departamental ofrecía retretas por la noche. No podía faltar el coche. El tranviario en el pescante apura las acémilas mientras un caballero, correctamente vestido, con corbata, saco y “tartarita” se lleva la mano a la cintura como si le dolieran los riñones. 133 Ni más acá ni más allá do ya, acaso por esas mismas razones pero en ningún momento expuestas o divulgadas, los devoradores de libros le habían dado el esquinazo junto con las editoriaAlfonso Fuenmayor les que en todos los planetas imprimían sus liDiario del Caribe, h. 1978 bros, que probablemenque nos quedamos con te pasan de la treintena. un palmo de narices. Huxley fue un noveLos lectores comunes lista que se sirvió de sus y corrientes, los devora- personajes para discutir dores de libros se han ideas que en ese tiempo retirado perceptiblemen- tuvieron un auge que no te de aquel escritor que iba a ser eterno. Ahora falleció hace dieciséis los asuntos que apasioaños en medio de un si- nan a los hombres de eslencio que su dilatado tos días son distintos de prestigio no permitía su- aquellos que discurren poner. Se señalan defec- en los libros de quien fue tos a sus obras, no tanto nieto de un hombre de a sus penetrantes ensa- ciencia que compartió yos ni a los poemas a su con Darwin aventuras de pluma debidos, como a investigación científica sus novelas, acaso pri- que conservan discreta mordialmente, a aque- validez todavía. En cierllas que le proporciona- to modo, el caso suyo fue ron una destacadísima como el de Anatole Frannotoriedad que muy con- ce, quien ahora se lee tadas personas podían muy poco si es que acatachar de injustificada. so se lee, aunque el brillo de su inteligencia siHuxley le otorgaba gue siendo perceptible muy poca importancia a en libros como Les Opila acción, las peripecias nions de Jérôme Coignar, de sus personajes, siem- La isla de los pingüinos, pre lúcidos y penetran- Los dioses tienen sed, La tes, carecían de lo insó- rebelión de los ángeles, lito, de lo espectacular, para no hablar de sus de aquello, en fin, que lúcidos conceptos sobre suele promover el interés el mundo de las letras, y hasta el apasionamien- recogidos, después de to del público. Pero esta haber sido publicados en observación, junto con el periódico Le Temps, en otras que pudieran hacer- cuatro volúmenes editase, aparecieron en el dos por Calman-Levy, su mundo de la crítica cuan- impresor de todos los Un silencioso aniversario El magnicidio de Dallas impidió que ese día, el 22 de noviembre de 1963, circulara con la difusión que en otras circunstancias hubiera tenido la noticia de la muerte de Aldous Huxley, quien, perdido entre el misticismo y la estupefacción, fallecía en California, lugar en donde se había refugiado durante los últimos lustros de su vida. El atroz asesinato de John F. Kennedy acaparó la atención y el histerismo de quienes en ese momento, provistos de eso que suele llamarse uso de razón, poblaban, de uno a otro confín, este planeta que se acerca al ápex cada vez en más maltrechas condiciones. Después de la publicación de Contrapunto, ¿cuántos éramos los que esperábamos que la Academia Sueca, tan errática en algunas de sus decisiones, le discerniera a ese vástago de una ilustrísima familia de letrados y científicos, el Premio Nobel? Éramos incontables y fuimos incontables los 134 tiempos. A diferencia de Huxley, Anatole France fue un hombre venerado e influyente, y en París, para perpetuar su nombre en un terreno distinto del de las letras, hay una avenida Anatole France, y hay un Quai Anatole France. Y si Huxley cerró los ojos — siempre vecinos de la ceguera— ante una especie de indiferencia que sólo era falta de información en California en donde se entregó a ritos extravagantes y al consumo de alucinógenos con criterio científico, Anatole France estremeció, al morir, el mundo entero. En alguna parte Ismael López, menos ignorado que su pseudónimo Cornelio Hispano, cuenta que tuvo que esperar cuatro días, allá en París, para poderle echar una mirada al Inmortal expuesto en capilla ardiente. Huxley fue un gran prosista y encontró en el cubano Lino Novás Calvo un excelente traductor para su Contrapunto. Es una gloria de la literatura inglesa que habrá de sobrevivir a lo que pudiera considerarse el “mal momento” de su muerte, silenciada por el asesinato de John F. Kennedy. Pero su nombre no podrá ser para siempre acallado. De ideas ultraconservadoras, franquista y falangistas, quizá los mejores amigos que tuvo militaban en la orilla opuesta de la política, como es el caso de Pablo Neruda, que fue padrino de uno de sus hijos. Por muchos años dirigió las Lecturas Dominicales de El Tiempo, periódico liberal en donde la poesía y Alfonso Fuenmayor la prosa, no siempre bien diferenciada, de este Diario del Caribe gran espíritu, se difuncríticos y los aficionados día. a la poesía se dieron Diplomático, vivió alcuenta de que una nueva voz lírica había apa- gún tiempo en Chile, y recido en Colombia. De sobre todo, en Madrid la mano de Bécquer, pri- donde tanto se le apremero, bajo la advocación ció y en donde ejercía del “andaluz universal”, una cierta influencia. después Carranza se enAhora Eduardo Cacomendaba a los ritos misteriosos de la poesía rranza, unos pocos mehasta alcanzar su propia ses antes de cumplir sevoz y hacerse inconfun- tenta y dos años, ha muerto. La noticia de su dible. fallecimiento, que se esFino, delicado, sutil, peraba ya que el estado con un profundo conoci- de su salud se había vuelmiento de la poesía es- to frágil presagiando un pañola, Carranza llevó desenlace fatal a corto su verso al corazón de los plazo, conmovió el país y colombianos que recita- no solamente el círculo ban muchos de sus poe- intelectual que él enrimas, sin excluir aquel queció con sus obras. que dice “y el viento de Carranza amó entrala patria en la bandera.” En la muerte de un poeta Aunque eran cinco, o seis o siete los poetas que se agruparon bajo el lema de pura cepa juanramoniano, Piedra y Cielo, por alguna circunstancia no enteramente inexplicable, fue Eduardo Carranza (“Federiquillo del Apiay” lo había llamado el maestro León de Greif en un rato de mal humor) quien simbolizó ese equipo de poetas tan heterogéneos entre sí y de los cuales ya murieron Tomás Vargas Osorio, Aurelio Arturo, Arturo Camacho Ramírez y Antonio Llanos, el mayor de todos. Cuando Eduardo Carranza publicó Canciones para iniciar una fiesta, el primero de sus libros, los ñablemente a su patria y la cantó con versos de transparente emoción. Cantó el paisaje colombiano, cantó los ríos de Colombia, cantó a la mujer colombiana y desde luego a la bandera. En la hora actual, seguramente Eduardo Carranza era el poeta más famoso de Colombia. Su nombre se citaba con admiración y reverencia en donde quiera que se hablara el idioma de Castilla. Ahora que el excelso poeta ha muerto para que su nombre se junte con los de otros grandes poetas como Rafael Pombo, Guillermo Valencia, Porfirio Barba Jacob, León de Greiff, Rafael Maya, Luis Carlos López, Aurelio Arturo, Arturo Camacho Ramírez, Gregorio Castañeda Aragón, para evocar algunos de los grandes creadores de belleza ya fallecidos, se siente un gran vacío en nuestra lírica y son muchos los jóvenes que ahora se encuentran sumidos en una especie de inconsolable orfandad. 135 Ni más acá ni más allá canzado el papel. La feria del libro Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ene. 18/77 Las ferias de los libros, siguiendo el melancólico camino de tantas tradiciones hermosas, de pronto sucumbieron. Era estimulante ver cómo cada año se congregaban los libreros de la localidad y otros provenientes de distintos lugares de la república para participar en ese certamen que era cultural por definición, que era educativo por excelencia. Todo indicaba que la Feria del Libro sería una tradición que con el paso de los años se consolidaría, crecería en proporciones y en influencias. Pero aquí en Barranquilla desapareció y para mucha gente es como si jamás aquí hubiera tenido lugar alguna feria del libro. Barranquilla, aunque sólo fuera por sus diversas universidades, es un centro cultural de innegable importancia. Las instalaciones de la Biblioteca Departamental ya son insuficientes para atender al público que 136 allí concurre a leer y a consultar obras. Estos son fenómenos que por sí solo bastan para indicar que hay una población de lectores considerable por su número y apreciable por su calidad. En Colombia existen ya editoriales que compiten en pie de igualdad con las de otras naciones. Aquí se publican libros primorosamente impresos y las más importantes casas impresoras de otros países aquí mantienen agencias y delegaciones que garantizan el constante aprovisionamiento de obras nuevas sobre distintas especialidades, y desde luego, de los clásicos imperecederos. Todo esto, y otras circunstancias que podrían ser aducidas en este lugar, concurren a darle a la feria del libro el carácter de una necesidad social. No puede ser el que vivimos el tiempo más indicado para resucitar, por así decirlo, aquella feria que tuvo tanto esplendor y que alcanzara tanta trascendencia. Esto basta para aplaudir sin reserva la iniciativa de reanudar esas ferias durante la primera semana de febrero próximo. distintos niveles. Por el contrario, esta circunstancia fue tenida en cuenta para darle la oportunidad a los jóvenes y a los padres de familias de adquirir textos y obras de consulta a precios inferiores a los que normalmente tienen. Se puede predecir sin la cooperación de excepcionales atributos adivinatorios que esta feria del libro será un éxito rotundo. Sus organizadores han venido trabajando con infatigable dedicación, con esa clase de entusiasmo que inEste periódico ha te- exorablemente le cierra nido la plausible idea de las puertas al fracaso. promoverla con el conUna feria del libro es curso indispensable de librerías, locales y forá- un acontecimiento exulneas, y de editoriales tante hasta para aquetanto colombianas como llas personas que no son asiduos compradores de extranjeras. libros. Pasar de un puesLa feria del libro, que to a otro, mirando las se iniciará el primero de portadas, hojeando las febrero para clausurarse obras, deteniendo la miel ocho del mismo mes, rada en las ilustraciones, tendrá un atrayente em- es un buen premio para plazamiento, ya que se el ocio. El solo hecho de verificará en el Centro andar entre libros es una Comercial Águila, ese aproximación al libro y que los barranquilleros, no sólo una aproximacon su habitual ingenio ción espacial sino espiy con su propensión a ritual. Porque no está denominar las cosas con probado que el libro, un nombre distinto del aunque esté intonso, no que originalmente tuvo, tenga espíritu. llaman la “checa”. El libro se ha encarecido. Y no solamente aquí sino en todos los lugares del planeta. El libro barato es un asunto que ya pertenece a la historia. Su mayor precio tiene varias causas, No es un azar que esta siendo acaso la principal feria del libro coincida el alto costo que en los con la reiniciación de las últimos tiempos ha al- tareas educativas en sus Ni más acá ni más allá Sobre el periodismo Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ene. 20/77 Difícilmente pueden encontrarse argumentos capaces de invalidar esta sencilla aserción: el periodismo no puede ser profético. Quien contradiga esta verdad monda y lironda estará negando la esencia misma de esa actividad en cuanto ella tiene de informativa. El periodismo no permite que se registren como hechos las simples promesas, no importa la alta alcurnia administrativa de los labios que las enuncian ni los sellos ni la calidad del papel en que se estampan. Para decir las cosas con máxima simplicidad, puede afirmarse que el periodismo muestra, expone las realidades que se palpan. Tiene que informar, por ejemplo, que en determinado sitio hay una montaña de basura que impide el paso de los peatones, que aquella inmundicia es un criadero de moscas, que esa acumulación de desperdicios expide insoportable fetidez, que esa bazofia constituye una amenaza para la salud de la comu- nidad y, también, que ostensiblemente carece de atractivos estéticos y que es, más bien, repulsiva. Al periodista no puede exigírsele que diga, por ejemplo, que esos desperdicios van a ser removidos dentro de una o dos o tres semanas. Eso no es lo que él está viendo. Si el agua se va de las cañerías, si el líquido fundamental no sale de los grifos resecos, si la suspensión de ese servicio —por el que se pagan sumas elevadísimas— se ha institucionalizado, el periodista no puede ser requerido para que, en lugar de describir la realidad, diga que en un cierto número de meses habrá suficiente agua para todos y a todas horas. Y menos si se tiene en cuenta que promesas de este tipo se han formulado inveteradamente e inveteradamente han sido incumplidas. Al periodista se le podría conminar con la eventual destitución de un miembro de su familia que trabaje con la enti- dad censurada, pero ese recurso pretendidamente coactivo cuya vileza espanta en el caso de que fuera usado no puede desviar al escritor público del cumplimiento de su deber. Se dice, citando una frase que ya es célebre y que parece destinada a convertirse en un sagrado lugar común, que “el periodismo es el oficio más hermoso del mundo.” Y no deja de serlo, ciertamente, por empecinado que sea el encono con que se le persigue o por la cerrada incomprensión e intolerancia de quienes de él sólo esperan alabanzas. Cuando un periodista elogia a una persona y ensalza uno, varios o todos sus actos, no es infrecuente que el individuo alabado considere que apenas se le ha hecho justicia o que juzgue que el escritor se quedó corto en sus loas, ya que omitió aludir, por ejemplo, a sus dotes oratorias, a su elegancia en el vestir, al hecho de que, como estudiante precoz, ocupó siempre los primeros puestos en el colegio y en la universidad habiendo conquistado, inclusive, el premio al Bello Carácter. exaltar por largo tiempo sus actuaciones públicas. Pero si un día el periodista llegare a impugnar uno de sus actos, ya queda catalogado como de la oposición, como enemigo, y si antes se le pudo considerar como un escritor justo e insobornable, empieza entonces a ser “acreedor” a denuestos, acaso improperios, etc. Así como el periodista debe saber que al abrazar la profesión que escogió, que es penoso el camino que lo espera, también el individuo que pasa a ser funcionario público debe saber que no está exento de censuras y que sus actuaciones, para bien o para mal de su prestigio, van a ser juzgadas por la opinión pública y, desde luego, por los periodistas. En el evento no improbable de que algunos periodistas sean áulicos incondicionales debe admitirse que hay de los “otros”. Sí; el periodismo libre es la profesión más hermosa del mundo y quienes más le rinden pleitesía son aquellos a quienes incomoda. El mayor homenaje se lo hacen los déspotas cuando lo persiguen y lo proscriben Un periodista puede elogiar continuamente a un funcionario. Puede 137 Ni más acá ni más allá vapuló con aquellos famosos sonetos punitivos en que le dice algo como “emperador de quinto piso” y “que llena de venenos sus maletas.” La política, sus amores, sus amistades y sus enemisAlfonso Fuenmayor tades literarias son los asuntos que trata el libro con mayor espacio. Pablo y Porfirio Diario del Caribe, feb. 8/77 Aquí, y supongo que lo mismo ha ocurrido en otros lugares, las memorias de Pablo Neruda, esas que llevan por título Confieso que he vivido, han sido leídas por incontables personas. Los pedidos que sucesivamente llegan a las librerías sucesivamente se agotan. El libro sigue siendo pan caliente como cuando salió a la luz pública hace más de dos años. Confieso que he vivido es un libro póstumo. En él, su autor había venido trabajando últimamente en forma apresurada, acaso febril, El coloso de la poesía no ignoraba que la muerte se le acercaba aceleradamente. Al fin llegó. No había tenido tiempo de revisar los originales. Correspondió a su mujer, Matilde Urrutia, y a su gran amigo Miguel Otero Silva poner en orden aquellos papeles que dejaba el poeta mediante un meticuloso escrutinio. elaboró el índice onomástico que está inserto al final del libro. Tengo la impresión por las cosas que he leído en la prensa y que he conversado con amigos que ese índice en Colombia ha sido objeto de minucioso examen. A muchos hubo de sorprender que en él no figuraran ni Eduardo Carranza ni Jorge Rojas que pasaban por ser, en el país, acaso los amigos más entrañables del poeta. Neruda llegó a Bogotá por primera vez en el año 1942. Recuerdo sus conferencias en el Colón y la lectura que hizo de su Canto de amor a Stalingrado mientras una película que describía el sitio de aquella ciudad, se rodaba en el viejo Teatro Olimpia. Entonces, Arturo Camacho Ramírez conoció a Neruda pero fue muchos años después, cuando intimó con él. Esto fue durante los tres años que Arturo vivió en París. —Sí, sí le gustaba, pero lo detesta por sus ideas políticas. Barba Jacob no vacilaba en ponerse al servicio de las dictaduras. Y esto Pablo no lo perdonaba nunca. Era intransigente. Entonces, mientras almorzábamos en el Hotel Sarriá de Barcelona, Miguel, que era el anfitrión, pagó seiscientos dólares por el refrigerio —yo le recordé a Otero Silva algo que él me había dicho a mí, en Bogotá, en 1938, cuando le tomé una entrevista. Miguel me dijo en aquellos lejanos años: —Barba Jacob un día me preguntó en México: “¿Cuánto paga Juan Vicente por la conciencia Yo le hice a Arturo la de Barba Jacob? pregunta: ¿Qué opina Neruda no perdonaba Neruda de Barba Jacob? Y Arturo me dijo que lo estas cosas y esto expliignoraba y que se incli- ca su gran silencio sobre naba a creer que no le la obra poética de Barba gustaba. Agregó que ca- Jacob. da vez que él, es decir, el propio Arturo o cualquier otra persona mencionaba a Barba Jacob era notorio el silencio de Neruda. Confieso que yo también repasé varias veces ese índice pero movido por una curiosidad seguramente distinta de la que condujo, a ese lugar del libro, a los demás lectores. Siempre me intrigó saber qué opinión tenía o podía tener Neruda sobre Porfirio Barba Jacob. Y este libro, en verdad, sobre el particular nada me aclaró. Aunque ahora no tengo la obra a la mano creo esAños más tarde, y tar seguro de que allí esta vez fue en compañía tampoco menciona a de Gabito, yo le pregunMiguel Otero Silva Laureano Gómez a quien té al propio Otero Silva 138 si Neruda no gustaba de la poesía de Porfirio. Ni más acá ni más allá Festival vallenato Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, abr. 29/77 Hace diez años se llevó a cabo en la capital del Cesar el Primer Festival Vallenato. Procedente de Bogotá y de aquí, concurrió un número más bien notable de personas y hasta de personalidades. El actual presidente, doctor Alfonso López Michelsen, y su esposa se hicieron presentes. También estuvieron en Valledupar Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio y representantes de la prensa nacional, que le dieron al suceso una gran resonancia periodística. Durante un lapso notablemente prolongado, en cualquier parte se hablaba de música nacional, automáticamente se pensaba en el pasillo y en el bambuco, primordialmente. Después, en un nivel más bien directo, se clasificaba el torbellino y el bunde. La cumbiamba era “música para negros”, decían nuestros queridos hermanos del interior. La música vallenata no se conocía en el interior y la que elaboraban por esos tiempos Abel Antonio Villa y José Barrios no pasaba de El Banco, donde esos compositores nacieron. Quizá se recuerde que alguna disposición del ministerio de Comunicaciones o de Educación ordenaba que durante una hora cada día, las estaciones de radio debían transmitir música colombiana. Y eso significaba pasillos y más pasillo y bambucos y bía hecho Morales Pino, el maestro Murillo, Aumás bambucos. relio Pedrero, desaparePero la música valle- ció bajo los golpes del nata terminó por impo- acordeón de Valledupar. nerse en el país. Primero Ese festival nació con con aires de anónimo origen hasta que vino Rafael buen pie. Y así tenía que Escalona y la colocó en el suceder porque ninguno sitio del que jamás des- de los elementos que se cendería. La música valle- requerían para tener vida nata se apoderó del país auténtica y perdurable, le y ahora se baila y se can- hacía falta. No había que ta en un club de Ipiales, traer toreros de España, en una residencia de Cú- como las ferias de Cali y cuta, en cualquier aldea Manizales, no había que de Antioquia, en los salo- importar reinas de bellenes bogotanos. Los en- za de ningún sitio, ni ditendidos en música ase- plomáticos para que sirguran que la vallenata es vieran de jurados. No. más elaborada, más inte- Valledupar lo proporcioresante y más sobria, en naba todo, absolutamensu ritmo y en su letra, que te todo. Lo único foráneo la restante música que se era el buen whiskey escocés que en casa de compone en Colombia. Consuelo de Molina era Cuando se llevó a como agua y más que el cabo el primer festival agua para sus incontavallenato, en 1967 —el bles visitantes. departamento del Cesar El Festival Vallenato aún no existía— ya la música que allí se pro- es, con todos los honores, ducía de manera arrolla- un hecho turístico y ardora, incesantemente, tístico, desde luego, de con una proliferación in- gran envergadura. Cada concebible de composi- día se ha consolidado tores y de acordeoneros más hasta convertirse no y cantantes que se reno- en un fenómeno local varán sin pausa, era un sino en un acontecimienhecho incuestionable to que cubre el ámbito dentro del folclore nacio- entero de la república. nal. La música que ha- 139 Ni más acá ni más allá posesión demoníaca que llamar a un párroco para que exorcice al sujeto”. Y agrega: “Y si el diablo quiere hacerse el listo en ocasión semejante, puede que se encuentre a veces con la horma de su zapato. Es lo que ocurre Alfonso Fuenmayor en el cuento popular anotado por Adolphe Orain en Bain, Francia, y publiDiario del Caribe, jun. 9/77 cado en su libro De la vie Meses atrás este periódi- mento de recordar casos à la morte (De la vida a la co publicó con alguna in- semejantes registrados muerte) en París, 1898.” termitencia informacio- en las Sagradas Escritunes en las que se daba ras y de recordar, tamComo quizá los lectocuenta de casos extraños bién, que la profesión de res de este diario y hasque tenían por escenario exorcista era ejercida en- ta de esta columna no barrios del sur. Allí unas tre los hebreos por varo- desdeñan ocuparse de muchachas no desprovis- nes a tiempo de que hay estas cosas en aquellos tas de un tipo de belleza noticias de que entre los ratos de ocio que ojalá casi rústico, estaban he- griegos confiaban esa ta- nunca les falten, reprochizadas o eran unas po- rea a ejemplares del otro ducimos ese brevísimo cuento popular inmediasesas, una lamentable sexo. tamente: condición anímica para la cual la psiquiatría tiene La Iglesia, como se Había una vez en una un nombre con noble eti- sabe, admite que el diamología. blo se apodera de una parroquia de La Vilaine persona y haga de las una muchacha que estaLas fotos que se pu- suyas. Para conjurar tal ba poseída por el diablo. blicaron entonces y que infortunio se apela al Era la desolación de no fueron todas del agra- exorcismo que, en su fordo de todos, mostraban ma más conocida, es el sus padres, que decidiea esas infortunadas mu- bautismo. Y hay otro, el ron llevarla al cura para chachas rodeadas de exorcismo extraordina- hacerla exorcizar. miembros de su familia rio, en que por otros meEl párroco la roció con y del curandero que te- dios hay que expulsar el nía a su cargo la difícil demonio del cuerpo de la agua bendita y ordenó al tarea de sacar del cuer- persona endemoniada o diablo que saliera de ella. po de las muchachas el posesa. —¡No saldré! Exclamó mal espíritu que de ellas Dice van Hageland, el demonio. se había abusivamente posesionado. especializado en estas —Saldrás —le contesmaterias que “no existe Era ese el preciso mo- mejor remedio contra la tó el cura—, mientras con- Un caso de exorcismo 140 tinuaba rociando agua bendita sobre la muchacha. El diablo luchó todo lo que pudo, pero al sentirse vencido exclamó: —Estoy dispuesto a salir del cuerpo de esta muchacha donde me siento muy bien, con la condición de entrar en el del sacristán. —¡Ah! ¡Eso no! —protestó el sacristán indignado. El cura, que no parecía hecho para tareas que le llevaran mucho tiempo, empezaba también a estar cansado de rociar agua bendita y respondió al demonio: —Trato hecho. Vas a salir por la boca de la muchacha y a entrar por el trasero del sacristán. El sacristán, al escuchar esto se sentó sobre la pila de agua bendita gritando: —¡Qué entre ahora si puede! El diablo que había salido del cuerpo de la muchacha, fue perseguido a golpes de hisopo por el cura, que le echó de la iglesia y le obligó a volver al infierno. Ni más acá ni más allá El cachaco de chinchurria y de chanchullo Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ago. 6/77 Siendo todavía un niño, cuando mi ingreso al colegio era un plan que apenas discutían mis padres un poco informalmente, oí que alguien en alguna parte decía con voz más bien alta: Ahí vienen los cachacos… Corrí a la ventana y no tardé en ver pasar los “cachacos”. Éstos eran un montón de soldados que venían marchando por la mitad de la calle produciendo un sordo rumor con el torpe sentido del ritmo y el desgarbado insocronismo que es propio de los reclutas recién metidos en su uniforme. Un cabo, con un acento que no era el mismo que yo estaba acostumbrado a escuchar, vociferaba regaños y su voz, vecina al paroxismo, bordeaba la ronquera. Y, esto, con sus movimientos casi espasmódicos, daba una noción bastante convincente de su insatisfacción. Los cachacos… des- pués supe que en el Perú le llaman cachacos a los soldados. Por comodidad he llegado a suponer que el sentido de la palabra tiene allá y acá el mismo origen. Los soldados al igual que los curas, nunca eran de Barranquilla, sino del interior de la República. Quizás, no sea difícil aceptar que acabáramos de llamar cachacos a quienes como los soldados provenían de esa misma región colombiana que para la gente del litoral empieza río Magdalena arriba, es decir, a partir de El Banco. Pero nosotros no identificamos tanto a los cachacos por el lugar de nacimiento, como por el acento, por el “cantico” con que se expresan. Un cachaco se distingue también, entre otras cosas, porque no dice obvio, sino “obio”, porque a “enderécese”, prefiere decir “enderézcase”, porque la combinación fonética “tr”, lo mismo que la “r”, final la convierten en una “che” que probablemente es la “che” de los “chibchas” de “Choachí”, que comen chinchurria y chunchullo aunque no les guste el chanchullo. El cachaco dice de dos amigos íntimos que son “uña y mugre” a tiempo que el barranquillero dice “uña y carne”, el cachaco usa la expresión “poner el dedo en la llaga” a tiempo que la empleada por el barranquillero es “poner el dedo en la herida”. Frecuentemente el cachaco opta por decir “la casa de junto” por “la casa de al lado” y puede formular una invitación en estos términos: “Ven para que vamos a comer”… Y, desde luego, esta recurrente muletilla coloquial y vocativa, el “ala” característico. Un albañil cachaco carga los ladrillos sobre la espalda y uno de la costa en el hombro. La mujer cachaca, del tipo que se denomina pueblo —quizás sea caso único en el mundo— usa sombrero masculino a tiempo que la mujer de la Costa preferiría plantarse en la maraña de pelo esa flor, que es un destello rojo, que se llama “arrebatamacho”. Costa que estudian en Bogotá, los setenta parlamentarios del litoral, el turismo, el centrípeto y el centrífugo, acabaron con el helado de paila de la chata Dorotea, tienen semi-extinguida la humeante changua del desayuno, hicieron que la palabra naco desapareciera del menú de los restaurantes para ser sustituida por la galicada puré. El chingue — eso entiendo— ya no se usa, y el pasillo y los bambucos y las guabinas y el torbellino, doblegaron la cerviz, para tomar un itinerario rural, ante el mapalé, ante el paseo vallenato, el merecumbé, la guaracha. “Las Brisas del Pamplonita”, “El Bunde”, nada tienen que hacer frente a “La Piragua” o “La Vieja Sara”. La música del doctor Villamil, que no carece de hermosura, ciertamente es un anacronismo encantador. Y es casi una lápida que se coloca sobre un mundo que se fue y ya no es. Desde hace ya algunos años la “descachacalización” del interiorano está en marcha. Las carreteras y el avión, los millares de jóvenes de la 141 Ni más acá ni más allá Frente a Barranquilla Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ago. 7/79 Las posibilidades de que vaya a construirse frente a Barranquilla, río Magdalena de por medio, un Terminal Marítimo y Fluvial semejante al que opera en esta ciudad hay que considerarlas remotas. Habrá de pasar un considerable número de años antes de que allí puedan atracar, cargar y descargar embarcaciones marítimas. Esta aseveración no es el producto de insólita clarividencia, no nace de un profundo análisis de lo que nos reserva el porvenir. Cualquiera sabe, inclusive este columnista, que un puerto que aspire a ser marítimo y fluvial requiere en forma indispensable una infraestructura. Y esta infraestructura, así sea marítima, no existe en la otra margen del Magdalena donde ha prosperado — aunque últimamente ha dado muestras de estancamiento— una zona tugurial. Se dirá, pues, que no 142 hay que ser derrotistas, que hay que tratar las cosas con optimismo, y habrá infraestructura si es infraestructura lo que se necesite para que en el Kilómetro Cero florezca una nueva zona portuaria. Y no faltará quien diga, o grite, o vocifere o simplemente aconseje o sugiera: “hay que pensar en grande.” Construir muelles no es una cosa “mogolla”. Esto lo saben muy bien los barranquilleros que han luchado y siguen luchando para que se construyan tantos muelles como aquí se necesitan. Construir bodegas no es menos sencillo ni fácil. ¿Cuánto tiempo se ha necesitado para que aquí se construyeran bodegas que todavía se cuentan en número insuficiente? Y vienen los equipos para el manipuleo de carga. El puerto de Barranquilla que tiene unos cuarenta años de estar operando, carece de las instalaciones que se requieren. Y tal vez no se exagere si se dice que cuando empezó a construirse el Terminal Marítimo y Fluvial, Barranquilla tenía un desarrollo urbano, económico, industrial, comercial, demográfico bastante por encima del Kilómetro Cero que para estos efectos partiría de cero. Además, disponía de servicios públicos fundamentales, servicios públicos de los que carece, ostensiblemente, la otra margen del Magdalena. Allí, nada de muelles, nada de bodegas, nada de patios de almacenamiento, nada de grúas, etc. Allí, sólo babillas, sólo garzas, sólo cangrejos. Sólo mangles y nada más. Sin embargo, Inderena —entidad de la que puede decirse que es más, mucho más lo que estorba, lo que impide que se realice que lo que hace— no se concibió como un instrumento para frenar, para detener el desarrollo, el progreso económico. Sería idiota desconocer que esa entidad se creó bajo inspiración de los más altos propósitos patrióticos. Pero en nada se afectaría si se destina, frente a Barranquilla, el área que más tarde se necesitaría para un eventual ensanche y ampliación del Terminal. Desde luego, está muy bien que se piense en la otra orilla del Magdalena como una reserva portuaria, como la lógica reserva portuaria. Y tanto más cuanto que el exiguo gálibo que se le dio al puente Alberto Pumarejo recortó sin consideraciones y podría decirse que retadoramente las perspectivas de que el Terminal Marítimo de El paraíso de las baBarranquilla se exten- billas, de las garzas, de diera río arriba. los cangrejos, de los patos y de tal cual guartiUn funcionario del In- naja para no hablar de derena, anticipándose a las serpientes, puede relos acontecimientos y tirarse unos cuantos kidefendiendo celosamen- lómetros del Magdalena te sus derechos, ha di- sin daño ni perjuicio alcho que en la otra orilla guno. Como no hay radel gran río no puede zón para pensar que se construirse nada, abso- ha perdido el sentido colutamente nada, porque mún, es de esperar que ese factor forma parte de esto, precisamente, será la reserva de la Isla de lo que ha de ocurrir. Salamanca, clasificada como Parque Nacional. Álvaro Cepeda Samudio (1926-1972) Alfonso Fuenmayor Suplemento del Caribe N° 298, oct. 14/79 Ese día de un “octubre asordinado y lento” el teléfono timbró a una hora inusitadamente temprana. La voz que Álvaro Cepeda Samudio hablaba era la de Pacho Posada y el Tomada de Huellas mensaje que transmitía muy breve y muy triste: “Álvaro murió en Nueva York.” Eso era todo. Pero no, no era eso lo que esperábamos. Era el 12 de octubre de 1972. Álvaro Cepeda Samudio había nacido 46 años atrás en Barranquilla, no lejos de mi casa. Recuerdo a su padre, don Luciano, un hombre culto que a veces se detenía a hablar con el mío. Casi siempre el tema de sus conversaciones se relacionaba con lecturas comunes. Me parece que para entonces tenían entre manos los libros de Anatole France y Eça de Queiros. Muerto don Luciano, Álvaro, que quedaba huérfano a muy temprana edad, se fue con su madre, doña Sara Samudio de Cepeda a Ciénaga. Allí vivieron algunos años, y esto ha sido el origen de un error según el cual Álvaro habría nacido en esa ciudad a la que quiso mucho. Cuando volví a ver a Álvaro ya él hacía los últimos años de bachillerato y para mí era casi un desconocido. Con mucha timidez y un poco llevado de la mano de Germán Vargas, Álvaro empezó a frecuentar el Café Colombia. Para ese entonces estaba actuando en el Teatro Colón una compañía española con un repertorio que, básicamente, era Malvaloca, La Malquerida, Morena Clara. Lo más audaz que montó, dígame usted, fue Usted tiene ojos de mujer fatal de Enrique Jardiel Poncela. Yo escribí una nota diciendo que ese era un teatro “old fashioned”. Por la tarde, Álvaro en el Café Colombia dijo que no estaba de acuerdo con mi apreciación. Aquello se hubiera vuelto una discusión de todos los diablos si don Ramón no hubiera intervenido para, con mucha amabilidad y mucho tacto, decirle a Álvaro que aquel teatro estaba mandado a recoger. Las lecturas que Álvaro había hecho no sugerían lo que él iba a ser y a representar con el tiempo: mucho Pereda, mucho Blasco Ibáñez, mucho Palacio Valdés y Valera y algo de Pérez Galdós. Estaba intoxicado de Azorín. Cuando más adelante atendía una sección en El Nacional la llamó En el margen de la ruta que como se ve era un batiburrillo azorinesco. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 143-144. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 143 Después vinieron otras lecturas: Faulkner, Steinbeck, Hemingway, Joyce. Tengo la impresión de que no le gustó mucho Virginia Woolf. Después pasó un par de años en los Estados Unidos (Ann Arbor y Nueva York) lo que le permitió consolidar sus conocimientos de literatura norteamericana con la adición de Truman Capote. Nunca entendí su predilección por William Saroyan. Después vinieron los cuentos, sus cuentos. A mi modo de ver donde está el mejor Álvaro siendo el tomo desigual. ¿Como relacionar El piano blanco con Nuevo intimismo o con Tap Room? Hay que lamentar que Álvaro no hubiera tenido paciencia. Quería hacerlo todo rápidamente y a la perfección. En algunas ocasiones lo logró, pero no es lo corriente, no es lo normal. Al escritor, como dijera Anatole France, no le dicta sus libros el Espíritu Santo. La casa grande es un buen libro que contiene de la mejor literatura. Sin embargo, se debilita un poco porque en ese libro hay dos novelas. El periodismo y la narrativa le debe mucho, muchísimo a Álvaro Cepeda Samudio, quien contribuyó con conocimiento a renovar aquel y ésta, sacándola de moldes convencionales y ñoños. Cuando leo por ahí algo que ha escrito uno de nuestros jóvenes promesas me doy cuenta de que ello ha sido posible gracias a Álvaro, quien predicó con el ejemplo y quien, por sí mismo, orientó a los confusos, le dio claridad a los aturdidos. Álvaro es un auténtico valor de las letras a pesar de que su vida en gran parte estuvo bajo el signo de la dispersión. Álvaro quiso ser pintor, quiso ser músico, quiso ser director de cine y estos conatos le restaron tiempo y energía para lo que estaba óptimamente dotado: para la literatura. No se puede hablar de Álvaro escritor sin recordar al Álvaro hombre. Qué simpatía, qué bondad, qué generosidad. Siempre dispuesto a ayudar, siempre dispuesto meterse en líos fundando periódicos, revistas, museos, cine-clubes. Porque esto también formaba parte de su personalidad. Ahora hace siete años que Álvaro murió, ¿y no es cierto que está vivo no solamente en sus retratos sino en sus obras? 144 Hacia la Gran Manzana Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, oct. 24/79 Es el vuelo 002 de Avianca. Le echo un vistazo a mi viejo reloj de bolsillo, la envidia del Big Ben, digo yo: siempre está marcando correctamente alguna hora de alguna parte. Se me dice que a eso de las ocho y media de la noche estaremos aterrizando en Kennedy. Es el domingo 14 de octubre. Hago especulaciones sobre la temperatura que encontraré en Nueva York en donde cayó ya una nevada prematura. ¿Alcanzaré a encontrar en un puesto de periódico un ejemplar de la edición dominical de The New York Times? Es una tontería —tengo la impresión de que a todos se nos ocurren tonterías— pero con frecuencia pienso en esa voluminosa edición de los domingos. Me gusta su olor, me gusta el peso que hace sobre el brazo, no me desagrada pagar los setenta y cinco centavos que cuesta el ejemplar. Por supuesto que no alcanzo a leer —supongo yo— un cinco por ciento de los millones y millones de palabras que allí están impresas, algunas de ellas para la historia. El avión pasa sobre la pista como alguien con los pies descalzos por encima de una plancha excesivamente caliente. Me gusta, siempre me ha gustado, lo mismo cuando salgo que cuando regreso, mirar a Barranquilla “a vuelo de pájaro.” La fascinación, por supuesto, no dura mucho tiempo aunque la impresión, allá donde están tantas cosas, trate de fijarse para siempre. El río, siempre el río, dando su largo, su demorado abrazo a la ciudad como si quisiera bailar con ella un valse que nunca termine. La verdad es que siempre ha estado bailando con ella. Sí, me agrada ver a Barranquilla desde arriba. No se le ven los defectos que la ciudad disimula o menosprecia y para los espíritus tiernamente ecológicos como el mío es bueno contemplar lo que parece un inmenso jardín; las viejas casas con sus viejos patios y hasta traspatios, sus viejos ciruelos, sus viejos mangos de penetrante aroma, sus acacias de capullos radicales, sus almendros de sosegada sombra. ¡Ah!, no debo olvidarlas ni por un momento: las ampulosas ceibas del cementerio, las del Hotel del Prado, que proporcionan una engañosa sensación de eternidad, y los robles que esperan todo un año para contribuir con su floración, morada o amarilla, al esplendor de la Navidad… Y los automóviles, deslizándose sobre unas calles que parecen impecablemente limpias, semejan diminutos escarabajos, pequeños coleópteros, echando valientemente hacia adelante, siempre hacia adelante… Es algo como para inspirar a Longfellow y hasta Rudyard Kipling, ¿por qué no? do en cierta forma los pasajeros —casi todos entre sí desconocidos— comienzan a formar una familia que se dispersará al llegar, seguramente para siempre. Sin embargo… es posible que más tarde, en un lugar inesperado, vea uno una cara. Su identificación es esquiva, resbalosa y hasta puede hacer que surja una especie de desesperación. Es posible que se produzca un saludo, apenas perceptible o de una efusividad que lo coloque a uno en la situación embarazosa de quien cree que está saludando a alguien a quien no conoce. Lo más probable es que se trate de un transitorio compañero de viaje y queda uno completamente aturdido si esa “persona” al estilo bogotano pregunta: “¿Y cómo acabó de irle ese día?” Figúrense: un día perdido en la memoria, un día imperfectamente “registrado”, un día que estará allá en el subconsciente llevando una existencia desconocida y acaso arbitraria. Ya ese placer contemplativo no puedo proporcionármelo, y cuánto lo lamento. Ahora sólo viajo en los asientos que dan sobre el pasillo. Esto implica incomodidades pero todavía hay quienes prefieren ser molestados a molestar. Pero no es La auxiliar de vuelo sólo esto, es que la claus- me ha preguntado qué trofobia es muy celosa de deseo tomar. Es una presus fueros. gunta que jamás me ha perturbado, que nunca Ya estamos sobre el ha tenido implicaciones mar. Ya se puede fumar, de problema. ya los pasajeros pueden aflojarse los “cinturones Sin embargo, descarde seguridad”. Es ahora tados de plano el vino y cuando el viaje empieza la champaña, vacilo un “de verdad-verdad”, cuan- poco; cerveza, vodka… 145 pero la palabra whiskey salió como dotada de una fuerza que le fuera inherente. Pensando en que alguien, desde una embarcación, viendo pasar el jet se dijera es como una flecha buscando un blanco distante, me quedé dormido, con ese sueño superficial en que uno se siente como si tuviera puesto un pie en el verdadero sueño y el otro en la realidad. No sé cuanto tiempo estuve así. En el sueño, como rumores de roncos cigarrones, escuché unas voces. No recuerdo qué decían pero eran vagas fórmulas sociales. Eran en fin, esas conversaciones que surgen, durante los viajes entre desconocidos y que se sostienen en puntos A.F. en visita a la Douglas Aircraft Co., Santa Mónica CA, oct. 18/57. 146 de apoyo de gran fragilidad. Eso lo saben los interlocutores que no quieren que la conversación desfallezca, mucho menos que muera: se trata de matar el tiempo. Afanosamente buscan un tema capaz de suscitar un interés común: el nombre de una persona conocida de ambos, una ciudad que los dos hayan visitado, aficiones o repulsiones compartidas. Están tratando, por medio de un rodeo involuntario, darle antigüedad a una amistad que apenas nace… Hojeo una revista. Se trata de una que siempre leo con interés. Y con provecho. Es Apuntes de Vuelo. Recuerdo que en otra ocasión, haciendo este mismo viaje ahí leí en la peatonal calle Florida, en el lobby del Sheraton. Había estudiado literatura inglesa en Gran Bretaña en donde vivió un tiempo pero no tanto como en Barcelona. Sorprenden sus conocimientos, que maneja con tacto exquisito, como una cosa propia. El diálogo derivó hacia un tema nuevo. Hablamos de México, y ocurre que Monserrat Ordóñez, mi interlocutora, es parienta cercana del poeta ÁlA principios de este varo Mutis en cuya casa año conocí en Buenos se aloja cuando viaja a Aires la persona que ese país… hace Apuntes de a BorYa las luces de Nueva do. Es una de las cosas agradables que me han York están, infinitas, inocurrido. Hablamos en términas, a la vista. He un “cruce” de bando- llegado, pues, a la “Gran neones en el “Viejo Al- Manzana”. macén”, volvimos a hablar con paso indolente un artículo sobre Nueva York. No era uno de los consabidos y repetidos artículos que se incluyen en las guías turísticas, esos artículos estereotipados, exangües, que son una colección de datos sin alma ni expresión. Éste, por el contrario, tenía vida, respiraba, tenía el calor de la comunicación. No se limitaba, pues, a informar con la sequedad de la estadística. DESDE LA GRAN MANZANA Granizo tibio Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, oct. 26/79 Juanita Castro, como se sabe, viajó a Miami, donde vive, para incorporarse al escuadrón de manifestantes anti-castristas que rondaban la sede de la misión cubana ante las Naciones Unidas, que se encuentra ubicada en la vecindad de este inmenso inmueble cuya efigie es famosa en el mundo entero. Aunque en el mundo de la política carece de la menor importancia el desacuerdo Fidel-Juanita, otra cosa es el aspecto humano que no excluye, como en este caso, la simple curiosidad. Juanita Castro en ningún momento tuvo agua en la boca para callar lo que pensaba o sentía hacia su hermano, el hombre fuerte de Cuba y hoy día uno de los más famosos y conocidos en el mundo entero. —Desde que mató, desde que encarceló, desde que esclavizó a los cubanos, Fidel dejó de ser mi hermano. Y de todo esto, ¿qué pensaba Fidel? En una comida que ofreció Fidel Castro aquí en Nueva York y que terminó en rueda de prensa, el anfitrión se paseaba de un lado para otro riendo, haciendo chistes y tirando, con su cuerpo atlético trompadas al aire, acaso pensando que ahí estaba la no muy amada cara de Jimmy Carter. mía, ella estaba pensan- no va al lujoso bar, ni al do de acuerdo con una elegante restaurante, ni clase social distinta.” al salón de belleza, entonces alójese en hoteles Fidel Castro, después modestos que no ofrecen de negar que ella —con- esos servicios costosos. trariamente a la historia que ella todavía cuenta— Si usted se propone hubiera tenido partici- permanecer en el hotel pación alguna en la re- por varios días, pregunte volución, le pone fin al por una tarifa especial. tema con estas palabras: En Europa a veces hacen rebajas cuando la per—“En realidad, ella no manencia es de tres o tenía inclinaciones po- más días. líticas.” Cuando le piden una *** tarifa que está más allá de sus posibilidades no Abaratar los viajes es una vacile en solicitar una preocupación que está to- más barata, Los hotelecando —con fuertes alda- ros siempre tratan de bazos— a las puertas de colocar primero las habiciertos despachos oficia- taciones más caras. les. El transporte aéreo, en sí, no parece posible: Vienen otras consideel combustible sube y raciones: viajar en éposube a tanta velocidad y cas distintas de la cona tanta altura como los gestión turística, consijets. Entonces, ¿qué ha- derar las posibilidades cer? Téngase en cuenta de viajar acompañado o que en las grandes ciu- de prescindir del cuarto dades de los Estados Uni- de baño individual. dos un hotel de primera clase cuesta de 60 a 75 Estos consejos y otros dólares por día y que en consejos los ha ofrecido hospedajes de lujo la tari- Marie Mattson en la cofa está por encima de los lumna que mantiene en cien dólares diarios. el New York Post. Fidel no quería contestar las preguntas que se le hacían sobre su hermana, sobre la actitud hostil de ella. Finalmente, quitándose el puro de la boca y permitiéndole al periodista Walters del Washington He aquí una de las Post que grabara sus pa- sugerencias dadas a colabras, sin designar nun- nocer y encaminadas a ca a su hermana por su cortar costos: nombre de pila, dijo: Pagar únicamente por —“Ella no tenía mis las cosas que se neideas, ella tenía una men- cesitan. Si usted no se talidad diferente de la baña en las piscinas, si 147 Ni más acá ni más allá Vicisitudes de la traducción Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, abr. 15/80 La traducción, o sea ese arte que consiste en verter una obra literaria a un idioma distinto de aquel en que fue originalmente escrita, ha adquirido toda la apariencia de ser un tema destinado a no desaparecer como “tópico” de lucubraciones que bien pueden oscilar entre la más pedrera trivialidad y la más alta jerarquía académica. Para esto y acaso para mucho más se presta este asunto largamente debatido y en el que en manera invariable se trae a cuento la consabida expresión italiana según la cual todo “traduttore é traditore”. Muy probablemente en esta coyuntura se citará la vieja expresión cervantina en la cual el inmortal complutense asevera que una obra traducida es como un tapiz flamenco que se observa del revés. literal. ¿Qué quedaría del hermosísimo poema de Keats A una urna griega en una versión literal? ¿Y del madrigal de Gutierre de Cetina? La traducción perfecta, esa de la que pudiera decirse que “no tiene nada que desear del original”, es simplemente imposible, aunque de manera eventual pueda aceptarse —ya se ha aceptado— que determinada traducción supera el original. Creo que fue Ramón Pérez de Ayala quien alguna vez recomendó que para aproximarse al máximo al espíritu de una obra cuyo idioma original se ignora debe recurrirse al expediente de leer distintas versiones y ojalá hechas en diversas épocas. Estas son cosas que pueden hacerse con La traducción fiel no la Odisea, con la Ilíada, existe. ¿Cuál será aque- con la Divina Comedia, lla que más se aproxi- con Shakespeare, etc. ma a la fidelidad? No será en ningún caso la El autor de Belarmino 148 y Apolonio y del Sendero Innumerable decía que era muy conveniente que al paso de una nueva generación se hicieran otras tantas versiones de las obras clásicas. Los jóvenes de ahora, que muy probablemente ignoran el griego y el latín, leen las obras clásicas de estas literaturas en traducciones que se hicieron hace dos o tres siglos. La única traducción que, prácticamente, se conoce de los Anales de Tácito fue hecha por Carlos Coloma, de quien basta decir que peleó como capitán en las guerras de Flandes. De este tema se ocupó el otro día Eduardo Caballero Calderón — quien debe ser miembro de la Academia Colombiana de la Lengua— y observó que un traductor del ruso al castellano podía usar en sus versiones, las palabras isba, troika, samovar en la seguridad que a medida que se avanzaba en la lectura y al repetirse esas palabras, su sentido quedaba más o menos claro. Las palabras isba, troika, samovar, están aceptadas en los idiomas cultos y su definición aparece en los buenos diccionarios castellanos, en teniendo por un buen diccionario, por ejemplo, el publicado por Vox, que trae un penetrante prólogo de don Ramón Menéndez Pidal, nadie menos. El idioma castellano o español no puede mantener esa especie de rígido cordón sanitario que impedía el ingreso a la lengua de palabras foráneas. Un mayor acercamiento entre los pueblos, un mayor conocimiento de éstos entre sí, se logra con la admisión en las lenguas vernáculas de palabras de origen extraño. Es lo que han venido haciéndose en los diccionarios norteamericanos, como el de Random House y en diccionarios franceses, como el Robert, al que se considera muy justamente como el nuevo Littré. El diccionario de la Lengua Francesa de Maximiliano Pablo Emilio Littré (publicado entre 1863 y 1872) fue un monumento de la lexicografía pero obviamente ya se encuentra, para muchas finalidades, obsoleto. Este año debe aparecer la vigésima edición del diccionario de la Real Academia Española que ojalá que, abriendo el compás, se muestre menos huraña con los “extranjerismos”. GABRIEL PÁEZ REINA Recuerdos de un gran periodista Una “chiva” histórica. El antecedente de Papillón. Fundador del Club de Tiro. Políglota autodidacta. Alfonso Fuenmayor Intermedio, Suplemento del Caribe, ago. 3/80 Lo recuerdo siempre vestido de paño, de ese paño, de insospechada procedencia británica, hecho para resguardar al hombre contra la silenciosa hostilidad del invierno, en otras latitudes. Prefería los colores oscuros subrayando así un contraste con el ambiente, que lo rodeaba. Parecía que estas cosas le gustaban. Lo recuerdo con una pipa de retorcido diseño que siempre llevaba aprisionada entre los dientes con un cierto aire de mansedumbre fotogénica. Su aspecto —no había que darle vueltas al asunto— era definitivamente cachaco. No en vano había nacido en Tunja, casi en las postrimerías del siglo pasado, ciudad de la que se extrañó siendo muy joven, no pudiendo vencer la tentación de rodar tierra. A pesar de su estatura, que no levantaba gran cosa del suelo, caminaba con cierta marcialidad que acaso imploraba un poco de descanso en los postigos. Quizá, al andar, se advirtiera un leve bamboleo y una caída de hombro; como un derrengamiento que ahora no sé si era por el lado izquierdo. O por el otro. Su tez era casi cetrina y detrás de sus rasgos, que él se esforzaba para que parecieran fieros, acechaban ancestros chibchas. Y no está bien que me olvide de sus gafas. Siempre las llevaba, sin duda, para él eran de mucha utilidad; pero, ¿por qué pensaba yo a veces que en el manejo de esos cristales había como un rescoldo de pedantería? Al igual que algunas otras personas que en mi vida, por una u otra razón, se han hecho inolvidables, no preciso en la memoria cuándo ni cómo conocí a Gabriel Páez Reina. Me pregunto ahora, si ¿no sería, acaso, en la dirección de La Prensa, cuándo quedaba en la calle de San Blas, en el despacho solemne, declamatorio de Carlos Martínez Aparicio? Me pregunto ahora, también, si ¿no sería en la vieja Foto Scopell, esa foto que él adquiriría más tarde cuando su dueño y fundador, don Jimmy, se fue para La Habana a administrar unos bienes, entre ellos, unos pozos de agua potable y unos inmuebles ubicados en la vecindad del Calabazal de la Reina, por encima de los cuales cercanos bramaban los aviones que se servían del aeródromo de Rancho Boyeros y que eran de su madre ya anciana? A ciencia cierta, no lo sé y presiento que no lo sabré nunca. UN ANTICUARIO FRUSTRADO Nuestra intimidad, que se resolvía finalmente en tertulias cotidianas, tuvo como apacible escenario su despacho, allá en la misma Foto Scopell cuando ésta quedaba en la calle de Jesús. Su oficina, sobria y austera, a pesar de todo, llamaba la atención. De las paredes pendían armas blancas de las más disímiles procedencias. Hablaba con exaltada elocuencia de un yatagán proveniente de la misma Turquía y el cual en una reyerta en tiempos del Impero Romano, había caído al suelo, y de otro más pequeño, realmente primoroso, que quizá había pasado por las manos del pachá HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 149-150. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 149 Kemal Ataturk cuando inició la occidentalización de su patria. Y había una gumía mora que en las montañas del Rif —eso decía— había abierto con rencor y destreza más de un vientre. Pero su predilección era por un cris malayo, de aspecto diabólicamente flamígero, que me hacía evocar las novelas de Salgari leídas en la pre-adolescencia. Como yo, probablemente embelesado, pasara suavemente los dedos por el filo de la hoja, Gabriel, como si ya estuviera preparado para mi muerte repentina, allí mismo me dijo con una voz que consultó sus altos registros: —No hagas eso, ese cris puede estar envenenado. Una de esas armas le había sido regalada por un árabe al cual, estando en una dificultad, no sé de qué naturaleza, Gabriel le hizo un favor. Muchos años más tarde él contaba que estando en Copenhague, cuando transitaba por una de las calles de esa capital, a su lado se detuvo un automóvil que por su elegancia y por su elevado precio, que sin dificultad se le calculaba, llamaba la atención. El ocupante del asiento trasero de ese automóvil, que estaba conducido por un chofer con librea, le preguntó: —¿No es usted Gabriel Páez Reina, de Barranquilla, Colombia? El árabe del cuento, en cuya vida se había operado un cambio sorprendente, era entonces embajador de su patria ante el gobierno danés... Lo que siguió tenía cierto parentesco con los cuentos de hadas. Gabriel, que tenía, también, el alma de un anticuario más o menos frustrado, poseía libros curiosos y raros que muchas veces aportaron la materia prima de nuestros coloquios que no lograba interrumpir la clientela impaciente que sobre el mostrador del establecimiento, con rudos golpes, exigía atención. Un día yo le regalé una diminuta edición del Childe Harold’s Pilgrimage, el famoso poema narrativo de Lord Byron. El librito había sido impreso en Edimburgo cuando su autor aún no había padecido de fiebre en Misolonghi, donde desembarcó para pelear al lado de los patriotas griegos que luchaban por su independencia. Hablamos del amor que Byron sentía por la libertad, de cómo, precisamente en el libro que le regalaba, el poeta manifestaba su deseo de venir a América para pelear a órdenes del Libertador. Recordé que, surto en el Mediterráneo, Byron tenía su balandro al que le había puesto como nombre “Bolívar”. Sea dicho, de pasada, que Byron murió en 1824, es decir, seis años antes que Bolívar. Páez Reina, consciente como ninguno del valor del obsequio que le hacía, lo rechazó, pero a la larga resultó impotente ante mi insistencia. Yo le recordé algo que más de una vez le escuché a José Félix Fuenmayor, quien decía que los únicos regalos que valen la pena, que merecen ese nombre, son los que se hacen de cosas que realmente aprecia el donante. Esto es lo que enaltece, dignifica y hasta le da sentido al obsequio. FUE TODO UN BARRANQUILLERO Antes de radicarse en Barranquilla, Páez Reina estuvo en Cartagena. Allí, siendo muy joven, trabajó en la Andian como estenógrafo. Le pareció injusto que esa empresa le pagara a los norteamericanos sueldos más altos que los que percibían los colombianos. Y así se lo hizo saber al jefe de personal de la empresa, quien le dijo que la diferencia de sueldo se debía a que los colombianos no sabían inglés. 150 Y Gabriel Páez Reina se puso a aprender inglés hasta dominarlo totalmente. Pero además estudió a fondo el francés y el alemán, idiomas que llegó a entender sin ninguna dificultad. Gabriel siempre disponía de tiempo para “echar una larga conversada.” Le gustaba poner la talla, como tal vez todavía se diga por ahí. Los cuentos que refería, siempre minuciosamente, por triviales que fueran llevaban un interno sentido del suspenso y siempre alcanzaban —bajo sus cálculos infalibles— una temperatura heroica. A sus interlocutores, que siempre éramos muy pocos, nos complacía que en esas peripecias por él relatadas y de las que era protagonista, después de verse sumido en el infortunio, resultara finalmente haciendo el papel que san Jorge desempeñó frente al dragón. DOS “CHIVAS HISTÓRICAS” Gabriel Páez Reina trabajó con desprendimiento increíble y también con una increíble dedicación en La Prensa. En los últimos años de este periódico fue su editorialista. Pero estaba pendiente de otras secciones, y en ellas tuvo éxito memorable. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Al amanecer de un día de mediados de febrero de 1936 ya la vieja rotativa de La Prensa le daba salida a los primeros ejemplares. Páez Reina entonces escuchó la emisión de una distante estación de radio. Allí oyó la noticia: El ex-presidente Enrique Olaya Herrera acababa de morir en Roma, ciudad en donde desempeñaba el cargo de embajador de Colombia ante el gobierno de Italia. Páez Reina ordenó la suspensión del tiro y redactó con la mayor cantidad de detalles que pudo allegar la sensacional noticia. La Prensa de Barranquilla, gracias a Gabriel Páez Reina, fue el único periódico de Colombia que dio, ese día, la noticia del fallecimiento del ilustre estadista. Por allá por 1932 llegaron a Barranquilla unos franceses que se habían fugado de la Isla del Diablo en donde purgaban los crímenes atroces que habían cometido allá en su patria. En una frágil canoa, sometidos a los impredecibles vaivenes del mar, los prófugos lograron llegar a Barranquilla. Páez Reina los localizó y con el jefe de ellos, Pierre Belbenoit sostuvo largas conversaciones que se convirtieron en una serie de entrevistas que fueron publicadas por La Prensa. Años más tardes cayó en mis manos el libro Dry Guillotine (Guillotina Seca) que tenia como autor a Pierre Belbenoit, quien relataba las peripecias de su fabulosa fuga. Allí, en ese libro, cuyo extravío lamento desde hace unos años, Gabriel Peláez Reina es citado repetidamente. Probablemente no se equivocan quienes creen —y son muchos— que el relato Papillón, un best seller de resonancia mundial y que pretende ser el recuento de una fuga semejante a la que protagonizó Belbenoit, no es más que una imitación hecha con inteligencia y con un gran dominio de la técnica novelística de Guillotina Seca. Cabe la hipótesis según la cual si Páez Reina no hubiera entrevistado a Belbenoit, el libro Guillotina Seca no se hubiera publicado ni tampoco su calco que sería Papillón. 151 Equivalencias imposibles Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, nov. 21/86 Hay frases o expresiones cuya estructura más o menos epigramática o más o menos axiomática les proporciona una aureola de más o menos autenticidad no importa lo estúpidas que aquéllas sean o que se desmoronen si se les somete a un análisis que, por lo general, no padecen. Esas frases se repiten, se reiteran en forma que se diría mecánica y alcanzan, a menudo, el vigor, la fuerza aniquiladora de un mazazo en la cabeza. Un mazazo, digamos, propinado por Charles Atlas, ese hercúleo italiano que respondía al nombre, cuando era un enclenque inmigrante italiano por las calles de Brooklyn, de Angelo Siciliano. Una frase tonta y falsa en lo que afirma no deja de ser ni tonta ni falsa —la frase es de André Gide o de Anatole France, ambos franceses y ambos galardoneados con el Premio Nobel— así sea repetida y aceptada por treinta mil personas o sea treinta mil tontos, 152 cifra que, en verdad, no es exagerada. aclaración con la esperanza de que sea pertinente: depende de quién sea la foto, o el cuadro de la película y de quién sean las mil o el millón de palabras. Si la foto es de Cartier Bresson, si el cuadro es de Goya y las palabras son de un cierto escritor cuyo nombre me callo por elementales razones de seguridad personal, aquellas expresiones son válidas. Pero a esa posibilidad se le cerró la puerta. Las frases citadas se hicieron con un propósito intemporal, con una validez permanente contra la cual nada pueden las circunstancias. Y para que sea así y no de otra manera, no se escribió “hay imágenes que pueden valer más que ciertas palabras”. Y esto habría que admitirlo como la perogrullada que entonces resultaría. En la radio y en nuestra televisión se reitera, se machaca con una fruición, con un frenesí imaginable en un sadista, la frase según la cual “una imagen vale más que mil palabras”. La frase se la traga, sin examen, mucha gente, y hace una carrera feliz y sin obstáculos como si hubiera manado de los mismo labios de Sócrates o de la pluma de Oscar Wilde, quien ha hecho comulgar con rueLos dibujos de Fragodas de molino a mucha nard son muy buenos gente. pero no mejores que las fábulas de Lafontaine que La periodista norte- ese artista ilustró con americana Sunin Sha- aquellos. Los grabados de piro, columnista ha- Doré son admirables pero bitual del magazine do- no más —claro que no— minical del Daily News, que la Divina Comedia ni de Nueva York, tituló un que el Quijote, obras en artículo suyo sobre el di- las que el artista francés rector de cine Stephen se inspiró. King, con estas palabras: A picture is worth a million Cuando, en los casos words. O sea, la misma a que se ha aludido, se jeringa con diferente bi- trata de comparar dos toque. medios de comunicación tan distintos como el de Podría hacerse una la línea y el color, por un lado, y el de la palabra — no hay que olvidar que con la palabra Dios creó el mundo— se incurre en un error de colosales proporciones, principalmente al declarar la superioridad de uno sobre otro. Se parece mucho a la necedad asegurar que la fotografía, o la pintura, o la cinematografía “valen” más que la literatura, aunque ésta no sea más que “la aplicación de una de las propiedades del lenguaje”, como la definió Paul Valéry. Pero es todavía mayor necedad pretender que eso se logra demostrar con frases sueltas a manera de aforismos. Para que no pasen hambre, limitémonos apenas a mandar sólo al chorizo a quienes aseguran, sin confiarse ni a Dios ni al Diablo, que una imagen vale más que mil palabras, y mandemos también allá con iguales propósitos caritativos a quienes alterando la arrogante afirmación de aquéllos, nos dicen que una película vale un millón de palabras. Lo razonable sería dejar cada cosa en su sitio, lo que, entre otras cosas, es más fácil. Aproximaciones a García Márquez Alfonso Fuenmayor Intermedio, Suplemento del Caribe, mayo 17/81 Gabriel García Márquez considera que su Crónica de una muerte anunciada es la mejor entre sus obras, que a estas alturas ya deben andar por la docena. Esa confesión, paladina en la medida en que la hizo a nivel internacional, era en cierto modo innecesariamente sincera, descartada, desde luego, cualquier intención de “reclame”, que en este caso sería inútil. Esta expresión suya surgió dentro de un limpio juego coloquial como respuesta a una de esas preguntas, tantas veces inopinadas si no necias, que suelen formular periodistas impulsados por el deseo de poner en apuros a sus entrevistados y, claro está, por el no inexplicable anhelo de pasar por listos. García Márquez completó aquella afirmación con otra según la cual él siempre ha creído que la última obra que escribe es la mejor de cuantas antes han salido de su “pluma”. En alguna oportunidad dijo, también, que él aspiraba a que cada libro suyo lo pusiera contra la pared. Y contra la pared, a mi parecer, lo pusieron varias obras suyas pero principalmente Cien años de soledad y El otoño del patriarca, después de las cuales, tal fue su cobertura, pudiera haberse dicho que su autor había quedado como una iguana colgada del rabo. Pero García Márquez, así como Houdini salía victorioso de cada una de las inverosímiles pruebas a que se sometió en vida, se sobrepone a las penalidades, al agotamiento, a los estragos determinados por sus libros tras los cuales, siempre, queda resteado, como diría un jugador de póker. *** Un periodista preguntó, en esa entrevista lograda a través de las ondas hertzianas, por qué su Crónica de una muerte anunciada le parecía la mejor de sus obras. Era la pregunta ideal para ser contestada con un simple gesto, o con dos o tres palabras más o menos monosílabas, pronunciadas en tono displicente o lo que es más pintoresco, arrogante. La pregunta se salvó por la respuesta ya que el burro había llegado a la batata. Voy a resumir para equivocarme menos: Gabito contestó que en sus libros anteriores él jamás había logrado dominar a sus personajes, meterlos en cintura, diciendo o dando a entender que sus dramatis personæ, una vez creados o recreados —la diferencia es mínima, si la hay— adquirían una especie de autonomía, de mayoría de edad y muy probablemente de libre albedrío suficiente para escoger en cada encrucijada el camino que le venía en gana. Agregó —dicho lo anterior lo demás era de bola a bola— que por primera vez en la Crónica de una muerte anunciada había tenido a sus personajes —buen domador de leones y de palomas torcaces— bajo control, dejándolos llegar hasta donde él quería que llegaran sin permitirles traspasar un ápice el lindero por él señalado. Ahí, pues, fue el amo y señor del destino de sus criaturas sin que llegara, claro que no, a manejarlos como exangües e inánimes HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 153-155. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 153 marionetas, puesto que es evidente —y nada más fácil de comprobar— que aquellas tenían vida y que era auténtica la sangre derramada por Santiago Nasar cuando el portón, que podría simbolizar el fatum o, mejor dicho, que era el fatum mismo, se tornaba infranqueable para que cumplieran su destino tanto la víctima como los hermanos Vicarios que dominados por una fuerza que estaba más allá de sus músculos, hundían y volvían a hundir en el cuerpo del desventurado sus afilados cuchillos de tasajear puercos. Desde el punto de vista de haber hecho exactamente lo que quiso hacer, García Márquez está satisfecho o en las vecindades más inmediatas de la satisfacción. Los autores no siempre hacen en sus obras lo que quisieran hacer. En unos cuantos escalones más abajo de la creación literaria está el caso de Dumas, padre, quien en Los tres mosqueteros no queriendo matar a Porthos tuvo que sacrificarlos por exigencias del libro, y por cierto que fue bien horrible la muerte que le deparó a ese dios mayor de todas las juventudes. Si le damos crédito —y no hay razón para que no se le dé— a lo que Edgar Allan Poe escribió en su Composition of Poetry, su obra magistral, El cuervo, fue elaborada, no a golpes de inspiración, sino de acuerdo con unas pautas previamente señaladas que incluían la hora, el sitio, el busto de Minerva y esas únicas palabras (never more) que a manera de intermitente letanía debía pronunciar el cuervo misterioso e intrigante. Puede decirse entonces que si Crónica de una muerte anunciada no es la mejor obra de Gabito sí es la más “suya”. *** Cuando a Gabito se le hizo saber que unos periodistas iban a reconstruir, en el mismo escenario de los acontecimientos, allá en Sucre, los episodios que sirvieron de base al libro, incluyendo declaraciones de testigos y hasta de soslayados protagonistas, aquel dijo que la idea la encontraba buena y aleccionadora, aunque sólo se viera como difiere la Crónica de una muerte anunciada con lo que se ha consagrado como la realidad. El Sucre del libro es un Sucre arbitrario, la ordenación de los acontecimientos es arbitraria también porque Gabito estaba despachándose en tienda grande, tomando lo que quería y lo que necesitaba para ese libro en el que lo que menos importancia tiene es el asesinato en sí mismo. Tanto que, como lo señala Juan Bosch, el crimen quedó desvalorizado desde las primeras páginas de la obra. Con ciertas obras literarias pueden hacerse algunas cosas. Se ha fijado, al parecer con irrefutable exactitud, el itinerario cumplido por don Quijote a partir de Argamasilla de Alba. De la Ilíada, por ejemplo, pudo servirse Heinrich Schilemann para determinar el sitio exacto donde se levantó esa Troya inmortalizada por Homero. Pero con otros libros no puede hacerse lo mismo. ¿Qué diferencia, por ejemplo, hay entre la Crónica de Holinshed y los dramas de Shakespeare que se basaron en aquélla para no hablar de Plutarco! La Crónica de una muerte anunciada tiene que ver con el episodio sangriento que le sirvió de base o de pretexto, más bien, pero no tanto como ha querido creerse. *** El estilo de Gabito, magistral en cada una de sus etapas, ha evolucionado como pueden comprobar quienes lean sus libros, en orden cronológico. Hay una diferencia 154 Diario del Caribe. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas notable entre el barroquismo de resonancias faulknerianas de La hojarasca, su primer libro y, pasando por el rigor de El coronel no tiene quien le escriba y la torrencialidad de Los funerales de la Mamá Grande y El otoño del patriarca, hasta esta etapa de su Crónica de una muerte anunciada en la que sin renunciar a la poesía, la palabra se ciñe a los hechos, a los reales y a los irreales, con una transparencia casi milagrosa. No es que en Gabito hayan madurado varios estilos, no es que su prosa acuse sacudimientos que impiden identificación en la continuidad de su obra. Su estilo, es una opinión que ojalá no sea desacertada, siguiendo una línea melódica siempre discernible, se ajusta a cada circunstancia y se ha sometido a un progresivo alquitaramiento que hoy permite colocarlo en la cúspide de los grandes maestros contemporáneos. *** Cuando leí la Crónica de una muerte anunciada en sus originales, hace casi un año, me detuve un rato en estas líneas: Clotilde Armenta los examinó [a los hermanos Vicario] en serio. Los conocía tan bien que podía distinguirlos, sobre todo después de que Pedro Vicario regresó del cuartel. “Parecían dos niños”, me dijo. Y esa reflexión la asustó, pues siempre había pensado que sólo los niños son capaces de todo. Entonces, lo mismo que ahora, me pregunté, ¿con cuánta convicción escribió Gabito esa frase? 155 ENTREVISTA CON ALFONSO FUENMAYOR Barranquilla y su grupo Ramón Illán Bacca Magazín Dominical N° 526 de El Espectador, Bogotá, mayo 23/93 Esta entrevista esperó casi un año para poderse hacer. Cuando telefoneaba a casa del maestro, la respuesta invariable era que ya había salido. Empecé a madrugar para poder localizarlo antes de que saliera, y estoy hablando de las siete de la madrugada en la época del Gaviria’s Time. Pero ni así. Cuando se piensa que en todo este barrio de Bellavista hay sólo dos teléfonos públicos y el único en buen estado es el de El perico marinero, se aprecia el esfuerzo que esa llamada representa. Más, si la larga cola de madrugadores frente al aparato encuentra siempre al enamorado despechado que a esa hora, y ante la indignación de los que esperamos, trata de reconciliarse con la amada ofendida, esa mañana más difícil que nunca. Cuando empecé a desesperarme, el poeta Harold Ballesteros, socio de una panadería en el Barrio Abajo, me comentó que lo veía con frecuencia por allí tomando cerveza y conversando con la vieja guardia. Pasé por varios de los posibles refugios pero todo fue inútil. No estaba ni siquiera en la tienda donde una anciana gritaba a sus decenas de nietos, que jugaban bola de trapo en la calle, insultos con una erre gutural que denunciaba su origen francés. La Madame, con los labios pintados de un rojo profundo, lucía un lacito candoroso en la cabeza y un vestido ceñido y corto que le quedaba encima de las rodillas y que permitía mostrar coquetonamente sus piernas varicosas. “No se llama Teresa sino Arabelle y no es francesa sino búlgara”, me aclaró el poeta. (Recordé un artículo del maestro Fuenmayor en el que contaba cómo con García Márquez estuvieron buscando una sobreviviente de las francesas del Barrio Chino para entrevistarla). Sin embargo, cuando todo parecía perdido, un sábado a finales de marzo estuve de suerte pues no sólo me contestó la llamada telefónica sino que me pidió saliéramos de una vez por todas de la dichosa entrevista. El nuevo apartamento, en el Edificio Verona, es luminoso con amplios ventanales desde donde se divisa el río. Hay libros por todas partes y muchos todavía están en el piso esperando ser ordenados. Le hago una pregunta consabida. —Maestro, ¿y se ha leído todos esos libros? La respuesta también es ritual. —No, pero también faltan muchos de los que he leído. 156 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 156-160. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 A.F. (Tomada de Alfonso Fuenmayor, Crónicas sobre el grupo de Barranquilla, Colcultura - Gob. del Atlántico.) Yo había elaborado un temario para esta ocasión, en la que mi mayor interés giraba alrededor de Crónica, ese semanario que en los cincuenta fundó y dirigió el maestro Fuenmayor y que en gran medida fue el aglutinador del llamado Grupo de Barranquilla. Sin embargo, no hay una colección completa de los sesenta números que se alcanzaron a publicar. Cuando se propuso por parte de las Ediciones del Equilibrista sacar una edición facsimilar de Crónica (los editores habían tenido un éxito rotundo con la de Orígenes) no se pudo por la sencilla razón de que no se encontraron. No los tenía ni Germán Vargas, ni Alfredo de la Espriella, ni estaban en el completo archivo de la Tita Cepeda. Ni siquiera los avisos de prensa para encontrar a algún inopinado coleccionista dieron resultado. Más aún, en su libro Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla, el maestro Fuenmayor no se ocupa de esa publicación. Le pregunto sobre esa omisión y el entrevistado me responde que es verdad, que se le pasó por alto, pero que está pensando en una nueva edición y que uno de los nuevos capítulos será el que escribiría sobre esa aventura llamada Crónica. “Porque era una aventura —me puntualiza— salimos durante un poco más de un año, y los que más trabajábamos éramos Gabito y yo. Gabito armaba, dibujaba, escribía cuentos, y a veces cortaba algunos de los cuentos que yo traducía, digamos los de Ellery Queen, que eran demasiado largos. Gabito los reescribía, suprimiendo digresiones innecesarias y de pronto hasta algún personaje que sobraba. El asunto es que el cuento correspondiera al tamaño pedido.” En cuanto a lo que él hacía, “digamos que era el resto”, me dice. O sea esa cosa terrible de buscar avisos, de cobrarlos después y de traducir. Enumera algunos autores traducidos: Graham Greene, Faulkner, Edmund Jaloux. Al confesarle mi ignorancia por ese autor me saca el diccionario Oxford y me lee la nota biográfica. Me informo entonces que era un crítico francés famoso, colaborador de la N.R.F. y autor fallido de la mejor historia de la literatura francesa pues sólo alcanzó a publicar dos tomos. Mercedes Barcha, Gabriel García Márquez y Alfonso Fuenmayor. (Tomada de Alfonso Fuenmayor, Crónicas sobre el grupo de Barranquilla, Colcultura Gob. del Atlántico.) 157 A.F. La interrupción de la entrevista me permite observar en detalle la gran cantidad de diccionarios que lo rodean. Hay un Diccionario de imágenes, muy práctico que tiene sobre su mesa-escritorio al lado de un libro titulado Los 1.500 errores más frecuentes en español. Al hacerle la observación sobre el gran número de diccionarios me dice que él indujo a Gabito (diminutivo cariñoso que siempre emplea al nombrar a Gabriel García Márquez) a tener esa misma afición. “En Crónica al único que se le pagaba era a Gabito con $25 mensuales, pues había que ayudarlo ya que ganaba muy poco en su trabajo”. Me aclara. En cuanto a la existencia de un Grupo de Cartagena, tesis sostenida por Carlos Flores Sierra en una serie de conferencias, el maestro Fuenmayaor opone las propias palabras del mismo García Márquez cuando en dos ocasiones, una lejana en Roma y otra más reciente en México (durante la filmación de My Macondo, un documental británico en que García Márquez, Germán Vargas y Fuenmayor fueron entrevistados), nuestro Premio Nobel le confesó: “La parte más importante de mi vida fue la que pasé en Barranquilla con ustedes. A mí se me abrieron muchas ventanas. Yo de todos modos hubiera sido un escritor porque esa era mi vocación, pero sin ustedes otra dirección hubiera tomado. Sin Barranquilla no hubiera sido Premio Nobel.” En cuanto al grupo que hacía Crónica, era el mismo del Grupo de Barranquilla (García Márquez, Cepeda Samudio, Germán Vargas, José Félix Fuenmayor, Ramón Vinyes y el propio Alfonso Fuenmayor) más otros nombres como el de Julio Mario Santo Domingo, Bernardo Restrepo Maya, Alfredo Delgado, Alfonso Carbonell, Carlos Ossío Noguera y Bob Prieto. 158 “La combinación de deporte (fundamentalmente el fútbol, recuérdese que era la época del Dorado) más literatura —me sigue diciendo— no fue con el afán de oponer una forma deportiva de ver y tratar la literatura a la solemne y engolada del interior del país. Eso lo han dicho algunos críticos imaginativos. La intención era mucho más modesta, se trataba tan sólo de buscar un gancho para un público difícil, y también, porque había verdaderos aficionados al fútbol dentro del grupo: Germán Vargas era incondicional del Junior y Álvaro Cepeda Samudio, del Sporting. El semanario dio en el clavo, pues sus columnistas más leídas fueron las de Aldo Ottagio, un argentino que militaba en el Sporting, y la de Haroldo Carijó, un brasilero del Junior. En realidad yo era el que las escribía.” Puntualiza. Al principio las cosas marcharon tan bien que la entrevista hecha por Germán Vargasa Heleno de Freitas —un genial y temperamental “crac” brasilero que para esa época era centro delantero del Junior— fue reproducida en toda la prensa del Brasil. Muchos años después la hecha a Garrincha por Álvaro Cepeda, tuvo igual éxito. “La entrevista a Heleno la empecé yo, pero la terminó Germán”, me aclara Fuenmayor. También me participa su sospecha de que desde esas fechas a Gabito le interesó la sastrería, así uno de los reportajes publicados en Crónica fue el hecho a Vengoechea, un jugador del Sporting, y que Gabito tituló: “Vengoechea, el jugador mejor vestido”. De ahí en adelante el interés sartorial del Premio Nobel se ha acrecentado. Del poeta Jorge Rojas dijo alguna vez que entre sus virtudes líricas estaba la de su buen gusto en el vestir, y del presidente Turbay, que sus discursos parecían estar escritos por su sastre. Las reseñas en Crónica eran hechas por todo el equipo, pero Fuenmayor está seguro de que la mayor parte las hizo él. De hecho, tenía una larga práctica que se inició en La Revista de Indias como comentarista de libros. En una reducción de personal, no fue despedido porque sospecha que el director de la revista — para esas fechas Sanín Cano— confundió sus iniciales de A.F. con las de Anatole France. Al hojear la espléndida colección de Orígenes en las Ediciones del Equilibrista, hablamos de la relación con otras publicaciones del momento. Pero salvo Sur y Nosotros, argentinas, y El Hijo Pródigo y Romance, mexicanas, este último órgano de republicanos españoles en el exilio, no llegaban otras revistas literarias a Barranquilla. En cierta forma Crónica estaba sola, sin contactos, por eso no hay colaboraciones de afuera, a no ser que se tomen como tales las traducciones. “Como las de Jaloux”, anotó. Al preguntarle por qué no había poeta en el Grupo de Barranquilla, el maestro mirándome con ironía me dice: “¿Y te parece poco José Félix Fuenmayor, Ramón Vinyes y Meira del Mar? No reconoce a Vidal Echeverría como del grupo, a pesar de haberle dedicado a este poeta —el único surrealista en este país según algunos críticos— un capítulo de su libro, una deliciosa crónica de cuando este bardo dictó su conferencia titulada “Africanización purpúrica de los sesos de Venus”. Como la tenía en el cuestionario preparado, le formulo la pregunta: —Maestro, ¿a qué clase social pertenece usted? —¡A ninguna! —me responde. 159 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas —¿Y los del Grupo de Barranquilla? —A la misma mía. No obstante hablamos un poco del bisabuelo, el general Fuenmayor, un militar venezolano, que llegó exiliado con su mujer Diocleciana Reyes, a la Barranquilla de 1850. El primero de los Fuenmayor fue ingeniero y no hizo periodismo, pero construyó el mercado y escribió un libro de geometría. Pero el abuelo Heliodoro sí publicó en 1897 La Botica Fuenmayor, órgano de su empresa, y su padre fundó varios periódicos literarios, todos de corta vida. Para no perder la tradición, él también se inició precozmente en el periodismo, y en el Instituto Rueda Ramírez donde hacía el bachillerato, fundó junto a Fernando Charry Lara, el periódico estudiantil Opúsculo, en 1935. La publicación duró poco, pues entre otras cosas el cofundador nunca estuvo de acuerdo con el nombre. En esto del periodismo y su anecdotario se puede hablar mucho, pero las miradas discretas al reloj me indican que estoy alargando demasiado la visita. Aún así, indago por la pregunta que más lo ha impactado en una entrevista. Me responde que una, no hecha a él, sino a Eduardo Zalamea al regresar de Chile, donde había visitado a Neruda. La pregunta, hecha por Héctor Rojas Herazo, fue: “¿Cuál es el anclaje de Neruda en la angustia universal?” Con un pie en el ascensor, le pregunto si alguna vez ha intentado el ensayo, me dice que sí y que se tituló: En que menor. Sobre el tema dice que lo explicó el subtítulo. “De cómo de pequeñas tristezas haré mis grandes alegrías.” Barranquilla, marzo 19 de 1993 160 Crónica sobre las Crónicas del Grupo de Barranquilla Alfonso Fuenmayor Intermedio, Suplemento del Caribe, jun. 14/81 Por las preguntas que me han hecho y que aún siguen haciéndome tanto gentes conocidas como desconocidas y no solamente en éste sino en otros lugares, tengo la impresión de que un cierto número de personas, cuya cuantía no voy a exagerar, está en alguna medida interesado en saber cómo fue que di en la flor de escribir sobre el Grupo de Barranquilla. La idea tiene antecedentes que, aunque un poco distantes, creo retenerlos, todavía, con claridad, en la memoria. Espero no encontrar mayores dificultades para describirlos. ¿Será, acaso, me pregunto, para satisfacer la curiosidad de otros en el supuesto de que esa curiosidad realmente exista? Pues, sí, puede que sí. ¿Por qué no? Quizá, también, porque haya alguna satisfacción, cuando todavía es tiempo, en atajar las cosas que se enrumban con paso irrevocable y firme hacia el olvido. Y además, desde luego, como decía el maestro León de Greiff, “para me divertir”. PRIMERA EVOCACIÓN Yo me encontraba en Barcelona, España, no sé ahora con exactitud cuántos años hace... ¿cinco, seis, siete, ocho? Me alojaba en esa oportunidad en el apartamento que Gabriel García Márquez, que para “nosotros” sigue siendo Gabito, a secas, tenía en el número seis de la calle Caponata, a la que sólo llegan los conductores de taxis después de un concienzudo estudio del plano de esa ciudad varias veces milenaria y a la que Vargas Vila, casi siempre extraviado en su megalomanía, llamó “la París del Mediterráneo.” Carmen Balcells, la elegante y eficiente agente literaria de Gabito y de todo el “boom” que siempre logra sacar tiempo en el torbellino de sus incesantes ocupaciones, que de ella exigen una especie de ubicuidad para ser atenta, fina y hasta discretamente maternal, nos invitó a comer —los españoles llaman comida a nuestro almuerzo— en un restaurante al que me gustaría volver, de inmensos espejos, profundos, de muebles pesados y cordiales, hechos con nobles maderas, que parecían encontrarse allí desde otra eternidad, esperando. Mientras me llevaba en su automóvil hacia ese restaurante, viéndola conducir con seguridad, sin vacilaciones, en medio del tupido tráfico de Barcelona, yo le dije: —Carmen, ¿te molestarás si te digo que conduces como un hombre? —No, en absoluto. Por el contrario, eso me halaga —contestó. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 161-166. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 161 Tomada del artículo original Bob Prieto, Cecilia Porras y Alfonso Fuenmayor, en una exposición de la pintora. Ahora estábamos todos en el restaurante. A la mesa nos sentamos la anfitriona, cuya feminidad ha permanecido intacta no obstante su agobiadora actividad gerencial, Magdalena Olivier, asistente de Carmen, con una hermosura que parece disimular su eficiencia, y que “debutó”, con deslumbrante éxito, como personaje novelesco en Crónica de una muerte anunciada, Gabito, quien en materia de vinos asumió la vocería, y yo. Aunque los platos que se sirvieron eran expresión depurada y exquisita de la reputada comida catalana, y aunque los vinos — en mi humilde opinión— fueron seleccionados con el más docto acierto, la verdad es que aquellos y éstos los recuerdo menos que las cosas que allí se hablaron. Imperceptiblemente el diálogo se volvió tertulia hasta bastante entrada la tarde, no sin que se produjera, pensaba yo, un atascamiento de papeles, allá en el número 580 de la Diagonal, donde Carmen tiene sus oficinas que, atendidas sólo por mujeres, Gabito llamaba el “gineceo”. Imprevistas circunstancias me convirtieron en la persona que en esa sucinta reunión llevaba la voz cantante. Un gago, un tartamudo como yo hablando y hablando hasta por los codos... Echémosle la culpa al vino que, como es sabido, suelta la lengua. No sé en qué momento me volví particularmente evocativo. Eso suele ocurrir cuando uno está lejos de la patria y si el “buon vino” del Arcipreste destella en las copas y canta en el gaznate, suprimiendo inhibiciones y predisponiendo a la elocuencia. Me pareció que ni Carmen ni Magdalena sabían mucho acerca de Gabito, de sus duros años de aprendizaje aquí en Barranquilla, por ejemplo. “La que pasé en Barranquilla, con ustedes, me dijo él en una ocasión, es la época más importante de la vida”. Mientras yo hablaba, impidiendo que los recuerdos desbarajustaran y tomaran un mal camino, Gabito hacía acertadas y esporádicas interpelaciones que evitaban inexactitudes en las que eventualmente podría incurrir. Desfilaron los tiempos de Crónica que el propio Gabito, cuyo jefe de redacción era él, definió, para el público, como “su mejor week-end”. Y se habló de la Libre- 162 ría Mundo de Jorge Rondón Hederich, del Café Colombia, del Café Roma, del Café Jappy, de aquel patio con mesas, entre árboles y matas, que tenía por nombre el Avispón Verde frente a la Iglesia del Perpetuo Socorro, donde se casó Alvaro y en donde nos sorprendían los dedos rosados de la aurora —a Gabito, a Alejandro, a Germán, a Álvaro, a mí— hablando, cuando todavía no habíamos salido de Sófocles y nos esperaba Shakespeare, y Joyce estaba pidiendo pista. Recordé aquella noche en que nació otra noche, La noche de los alcaravanes, un cuento magistral de Gabito que, ilustrado por él mismo, se publicó en Crónica por primera vez empezando un viaje editorial que, me parece, no terminará. Y recordé cómo, a menudo, frente al “rascacielos” y bajo unos almendros hoy diezmados, se estacionaban, al atardecer carros oficiales —el del gobernador, el del alcalde— esperando que Gabito saliera después de haberse bañado con ese eterno jabón de “olor” que por encima de la pared de un baño desprovisto de techo, le prestaba la “gorda”, esa mujer que con aire un poco inocente de monteriana y como si sus manos echaran de menos una escoba de palitos y un patio con gallinas, se paseaba —¡la pobre!— por las calles del centro en busca de... bueno para qué decirlo. Digámoslo así: en busca de aventurillas que le aseguraran el sustento —incluyendo el jabón de olor— y la adquisición de esos trajes chillones que acaso la hicieron famosa. Y recordé aquella ocasión en que Carlos Manuel Pereira, entonces gerente de El Heraldo, echó a Gabito del periódico, culpándolo de estar acabando con la organización e imponiendo el desorden. De pronto el matutino empezó a salir a la calle tardíamente, Carlos Manuel Pereira no se demoró en establecer la causa del retraso que se reflejaba en una disminución en las ventas. Ocurría que Gabito después de haber escrito su Jirafa en “mi máquina”, una noble Underwood que todavía conservo, se salía a la calle con el personal de armada, llevando a la cabeza a Porfirio Mendoza, seguido de Pablo Martínez y con los linotipistas y los correctores de prueba, para tomar en las tabernas vecinas ese ron de la madrugada que tonifica como ninguno, que pone en la voz una firmeza marcial. Gabito salía adelante, como el flautista de Alejandro Obregón. (Tomada de Alfonso Fuenmayor, Crónicas sobre el grupo de Barranquilla, Colcultura - Gob. del Atlántico.) 163 Hamelín y detrás, en silenciosa fila india, al igual que los niños de esa fábula terrible, iban los otros, los impenitentes escanciadores. Recordé que José Félix Fuenmayor regañó fuertemente a Carlos Manuel, su sobrino, por esa medida que calificó de absurda y estúpida y éste, fulminantemente lo restituyó, con gran satisfacción de todos, quizá especialmente la mía porque bastante trabajo me había costado lograr que Gabito fuera admitido en El Heraldo. Agotadas dos o tres botellas de vino, las anécdotas acudían en tropel, con sorprendente fluidez, a la memoria. En una pausa, Carmen puso estas palabras: —Tienes que escribir todo eso. Si quieres de aquí nos vamos a la oficina y firmamos un contrato. Si no te opones, te adelanto dinero... SEGUNDA EVOCACIÓN QUE EN REALIDAD ES LA PRIMERA Años atrás, en un modesto y penumbroso restaurante de Roma, cerca de la Fontana de Trevis, frecuentado al mediodía por albañiles altamente comunicativos entre sí, almorzábamos. Ahí estaba Mercedes, la esposa de Gabito, sentada al lado de la mía. Ya algunos muratori se habían alimentado y jugaban alegremente a las cartas, con baraja española y no colocaban los naipes sobre la mesa sino que sobre la mesa los tiraban con violencia, con una violencia cordial, amistosamente desafiante. Yolanda, la mesera, robusta y alada parecía estar a un mismo tiempo en todas las mesas con los platos humeantes y tentadores. En el curso de esa semana había aparecido, editada por Feltrinelli, de Milán, la versión italiana (hecha por el difunto conde de Cicogna de la que Gabito no estaba satisfecho) de Cien años de soledad. La televisión italiana y la prensa romana, ambas como todas sus congéneres en el mundo, siempre a la caza de novedades buscaban al escritor colombiano, que se escabullía como la anguila por entre esos vericuetos que él tanto se conocía. Gabito, a este respecto ha cambiado un poco, pero no gran cosa, ante la necesidad de aceptar los hechos. Este restaurantico, modesto y disimulado, como que sólo tenía por enseña, a la entrada, estas tres palabras Vino e Olio, le convenía. La comida que allí se servía era auténticamente italiana y en ningún caso confeccionada para el turismo. No era cara, tampoco lo era el vino que se escanciaba en cantidades razonables, es decir, razonablemente abundantes. Entre los ruidos, casi melodiosos, propios de un comedor, le conté a Mercedes algo que ella no sabía: Una noche, aquí en Barranquilla, subíamos por la carrera 20 de Julio inverosímilmente apiñados en una diminuta camioneta de reparto, conducida por Álvaro Cepeda. Sus pasajeros éramos Alejandro Obregón, Gabito, Germán Vargas, Quique Scopell y yo. A la altura de la calle 61 ó 62, el vehículo, que tenía una incoercible propensión a quedarse parado en cualquier parte, allí se detuvo y se negaba a seguir adelante, no obstante la ritual convocatoria de mecánicos que se iba a producir. Estábamos frente a una farmacia —allí más tarde se celebraría su matrimonio— cuando le dije a Gabito: —Acércate a esa droguería y pregunta si tienen píldoras para olvidar. Allí, en esa casa vivía don Demetrio Barcha —habitual contertulio de La Cueva— padre del Cocodrilo Sagrado, nombre con el cual por muchos años Gabito denominaba a Mercedes. 164 Mercedes, en cuya voz sigue habiendo una guitarra dormida, pronunció estas o parecidas palabras: —Siempre he pensado que el maestro Fuenmayor es la persona que debe escribir sobre esas cosas. Fue testigo, fue protagonista de todo cuanto le ocurrió al grupo, tiene memoria, tiene... Claro está, digo yo ahora, que no soy la única autoridad para hacerlo. Ahí está Germán Vargas, quien a menudo se describía a sí mismo como historiador y como historiador era considerado por todos nosotros. El también fue testigo y protagonista, inclusive de muchos episodios que a mí no me constan. Un buen día me puse a escribir para Diario del Caribe una serie de artículos, publicados hebdomadariamente sobre el Grupo de Barranquilla. El Espectador de Bogotá, habiendo pedido licencia para hacerlo, los reprodujo en su Magazín Dominical. Posteriormente ese trabajo fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo. Una noche, hace un par de años, Álvaro Bonilla Aragón me ofrecía una comida en su apartamento allá en Nueva York. De pronto irrumpió en la sala quien resultó ser Ernesto Rodríguez Medina, el periodista que fundó el telediario Veinticuatro Horas, que aún aparece en la Televisora Nacional. Con una amabilidad típicamente bogotana, me dijo: —No estoy invitado a esta comida, pero he venido a saludarlo y a tomarme un trago si Álvaro me lo ofrece. Ernesto, de quien llegué a ser luego buen amigo, un año después, cuando, en 1980, fuimos compañeros de delegación ante la Asamblea de las Naciones Unidas, Recibimiento a Álvaro Cepeda Samudio en el aeropuerto de Barranquilla, a su regreso de Nueva York. De I. a D.: José Félix Fuenmayor, Adalberto Reyes, Bernardo Restrepo Maya, Germán Vargas, Gabriel García Márquez, Alfonso Fuenmayor, Álvaro Cepeda S. y su madre, Sara Samudio, y miembros de su familia, h. 1951 165 Eduardo Vilá, Noé León y Alejandro Obregón. Barranquilla, 1964 (Tomada de Noé León, Seguros Bolívar). me contó una anécdota que paso a referir por cuanto tiene relación con lo que aquí, sin orden ni concierto, estoy escribiendo: —Cuando el Jurado Calificador del Premio Nacional de Periodismo discutía el nombre de usted como candidato al galardón, todos sus miembros estaban de acuerdo en otorgárselo. Excepto uno, que sin mucha convicción se oponía cordialmente. El argumento que aducía esa persona era que usted, en sus artículos, que a él le agradaban según su propia confesión, no citaba ninguna fuente... Entonces Tito de Zubiría lo refutó definitivamente: Alfonso no citó ninguna fuente porque él es la fuente. Para servirme de una expresión centenaria diré que muchas cosas se me han quedado en el tintero, que faltan bastantes por relatar, episodios que descubrir. Espero que no permanezcan por mucho tiempo más en el tintero y que uno de estos días aparezcan a la luz pública. ¿Habrá quedado claro o medianamente claro por qué escribí esa especie de Memorias? ¿Se habrán justificado? Espero que sí porque no doy por agotada la benevolencia de la gente. 166 DESDE LA GRAN MANZANA Lo que trae la carrera Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, nov. 16/81 Pudiera decir, sin encontrarme en condiciones de invocar una sola cifra estadística que me sierva de apoyo, que el jogging está o ha entrado en una especie de decadencia y que son ahora menos que hace un año, por ejemplo, las personas que, vestidas de una manera más o menos deportiva, trotan por las calles de Nueva York escurriéndose entre los vehículos o haciendo zig-zags en los andenes para no tropezar con los peatones. Hace unos pocos años se aseguró, de manera más bien misteriosa, que el jogging era un ejercicio saludable con repercusiones de índole terapéuticas, tan halagadoras que alejaba o evitaba los ataques al corazón. Esta presunción, esta creencia lanzó a las vías públicas a millares de personas que con evidente entusiasmo se entregaron a un deporte que, por otra parte, carece mayormente de novedad. greso mundial de cardiólogos reunido en la ciudad de Houston, llegó a la conclusión de que eran completamente míticas y arbitrarias las supuestas virtudes curativas o preventivas del jogging. En dos platos, que trotar era tan bueno para el corazón como “un parche en una nalga, teniendo dolor de muelas” para citar una copla incluida por Antonio José Restrepo en su Cancionero antioqueño. Carente de utilidad y progresivamente de novedad, el jogging es una especie de religión que cada día tiene menos devotos, en parte porque los que dejaron de serlo se convencieron de que sus beneficios era enteramente ilusorios para que resplandeciera entonces la milenaria verdad consagrada en el dicho popular, según el cual la carrera trae cansancio. Hace un par de años, Los que trotan por para esta época, un con- esas calles de Dios no buscan salud. Y no la Sólo es cuestión de buscan porque la tienen. esperar. Si no la tuvieran, ¿estarían en condiciones de SABIOS AVENTUREROS correr sin que los acose un perro, cuadras y cua- La propensión del hombre por la aventura no dras? excluye en modo alguno Seguramente en el a los científicos, cuyos jogging se manifiesta la fracasos, por otra parte, inmemorial coquetería han sido tan benéficos del hombre y la fuerza como sus aciertos. El incoercible que lo lleva a camino de los hallazgos estar con la moda. Tam- está pavimentado con bién impulsa a practicar errores y equivocaciones. el trote una especie de Por las agrias monexhibicionismo, la necesidad de muchas perso- tañas del Himalaya tonas de llamar la aten- davía hay patrullas de ción. Y algunas, espe- científicos en busca del cialmente en el campo yaki, ese abominable femenino, lo logran sin hombre de las nieves que mayores esfuerzos gra- algunos preten den hacias a la armonía de sus ber visto y no en sueños movimientos y a la atra- sino bien despiertos, que yente distribución de su es como la cosa vale. anatomía. Eso explicaría La serpiente marina o por qué los practicantes son pocos en los subur- el monstruo marino de bios y son preponderan- Loch Ness, en Escocia, tes en calles como la del cual se muestra una borrosa fotografía, atrae Quinta Avenida. a sabios y profanos que Descartadas por in- quieren verificar, al marexistentes las virtudes gen de la leyenda y del curativas del trotar, es rumor, su existencia. El más que probable que si lago que se asegura que a un practicante se le le sirve de morada es inpreguntara por qué hace dagado pulgada por puljogging, se limitaría a gada con sofisticados alzar los hombros y a instrumentos, y en los ángulos más imprevisireanudar su marcha. bles están gentes aposEl jogging todavía tie- tadas para atisbar la ne cuerda por un tiempo. misteriosa criatura que Y durará, debilitándose alguna vez, según se afircada vez más, hasta que ma, saca por encima de un nuevo mito, que en la superficie del agua su alguna parte de-be estar enorme cuello tan grácil, incubándose, irrumpa tan esbelto pero de temibles proporciones como con vigoroso ímpetu. 167 los cisnes de Rubén Da- métrica pero sí zoométrirío. ca del animal que de existir anda por su selva Una aventura de esta nativa inocente, entre clase emprendió el do- otras cosas, de la gran mingo pasado un grupo celada que se le prepara de científicos de esta ciu- y que pudiera revivir una dad. Su destino será una etapa del cinematógrafo región pantanosa situa- semejante a aquella en la da en el África Central, que imperó King-Kong. denominada UbangiCongo y su objetivo conLa expedición, que se siste en encontrar un prolongará de cuatro a monstruo denominado seis semanas, cuenta con mokele-mbembe. la financiación de Jack Brian, un empresario teLa historia de este xano, de la National Geoanimal se remonta a graphic Society, la de la 1913 cuando el capitán famosa revista que esta Freiherr von Stein zu entidad publica menLausnitz, un explorador sualmente. Y también alemán, lo vio en aque- con las sumas anticipalla comarca. Fue descri- das que ha pagado la edito entonces como si su torial que publicará el licuerpo fuera mitad ele- bro a que esa exploración fante y mitad dragón. Se le dará origen. aseguró entonces que era muy parecido al diAdemás de esos testinosaurio. Está o estaría monios que como toda provisto de un cuello fle- tradición oral sufre adulxible con una muscula- teraciones que suelen tura semejante a la del tender a lo fantástico, caimán. Más reciente- hay otras razones para mente se dijo en una al- no descartar la posibilidea de la región que el dad de que esa criatura mokele-mbembe tenía en o acaso otras semejantes la cabeza una gran cres- merodeen por esa región, ta semejante a la de un denominada Likouala, gallo. Allí mismo se ase- que básicamente perguró que el monstruo fue manece siendo la misma visto un día emerger de desde los tiempos inmelas aguas de un río y que moriales de la última entonces el río empezó a parte del mesozoico, que devolverse. Se presentó es la época en que exisentonces la oportunidad tieron los dinosaurios. de echarle una mirada a Desde el punto de vista las piernas y se descu- de la botánica y de la brió que éstas eran cor- zoología se le considera tas. Con esto se comple- tierras vírgenes. ta la ficha no antropo- Si esta expedición llegare a fracasar en la medida en que no logre localizar el mokele-mbembe, seguramente la idea de reanudarla más tarde persistirá. Porque es una gran tentación creer en lo sobrenatural o en lo que de alguna manera lo parece. EL DELITO CAMBIA DE ESCENARIO Cuando se habla de la criminalidad en América del Norte inmediatamente acuden a la mente ciudades como Chicago, como Nueva York, como Los Ángeles, mecas tradicionales de la delincuencia. Claro que entre estas comunidades Chicago ocupa el primer lugar, como que a esta notoriedad contribuyeron personajes tan turbios y sanguinarios como Al Capone y John Dillinger. Un informe de la Oficina Federal de Investigación de los Estados Unidos refuta con cifras lo que acaba de decirse en el párrafo anterior para que quede establecida la verdad sobre la materia. Entre las once comunidades de más alta criminalidad en los Estados Unidos siete están situadas en el estado de La Florida y, claro está, Mia- mi ocupa el primer lugar, en donde, durante el año de 1980, por cada cien mil habitantes se registraron 11.582 crímenes. En segundo puesto está Atlantic City con 11.481 delitos, seguida por Las Vegas con 10.292. El cuarto, el quinto y el sexto lugar los tienen asignados, en su orden, Gainesville, West Palm Beach y Orlando, todas poblaciones de La Florida, con una criminalidad de 10.254, 9.284 y 9.512, respectivamente. En el fondo de todo esto actúa principalmente la droga, las gentes involucradas en su manipuleo. El señor Pete Cuccaro, del Departamento de Policía del Condado de Dade, donde queda Miami, declaró que en los tiempos de la prohibición había guerra de pandillas pero que no se tomaban represalias contra miembros de las familias de los pandilleros. “Pero aquí, localmente, dice el funcionario, los colombianos no piensan ni sienten de esa manera. Miembros de familias y parientes están siendo asesinados entre los colombianos. Recientemente se produjo un caso en el que un niño de 12 años fue asesinado junto con su padre. Y nadie cree que se trataba de un error.” Oct. 1981 168 Ni más acá ni más allá De la vulgaridad en la música Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ene. 29/82 En el curso de los últimos lustros, ha sido notorio el predominio de la música de la Costa Atlántica sobre la que tradicionalmente se ha venido elaborando en el interior de la república, y que allá ha tenido sus favoritas expresiones en bambucos, pasillos, guabinas, torbellinos. Los ritmos del Litoral Atlántico han logrado sobreponerse a los que arrancan de los tiples andinos pidiendo alpargates y pañolones y trenzas y corroscas y, acaso sólo nostálgicamente, chicha y guarapo o guandolo o aquella buena “pita” que solía tomarse los jueves que eran —o son— los días de mercado allá en Las Cruces, en Bogotá. La música del interior —que algunos con temeraria obstinación y con intrépida porfía siguen llamando “música colombiana” con exclusión de toda otra música— parece haberse refugiado en algunos espacios de la televisión, en algunos conjuntos de ballet pretendidamente autóctono o en festividades o simples retozos rurales. En los bailes de postín y en los de medio pelo también, la música que impera es la costeña. El triunfo de la música costeña, por así decirlo, ha determinado la preponderancia de las orquestas costeñas. Las que dirigen Pacho Galán, de Soledad, Atlántico, y Lucho Bermúdez, del Carmen de Bolívar, descuellan, prácticamente solitarias y únicas, en el panorama musical u orquestal de la nación. Y pocas cosas agradan tanto a las damitas del interior como balancear sus caderas, muchas veces con efectos cómicos, al son de esas orquestas, que han alcanzado las más altas cotizaciones posibles en los centros para detener este aplesociales y en los hoteles beyamiento que parece deslizarse sobre un plade cinco estrellas. no inclinado desprovisto De vez en cuando, de de los obstáculos que lo profundo del departa- pudiera y debe ponerse mento del Huila, por la decencia tan amenaejemplo, surge un com- zada y casi arrinconada. positor de la inspiración Si los mismo compositode un Luis Villamil, que res insisten en ser cada con obras como Espu- vez más vulgares, si esmas o la Llamarada con- tán convencidos de que quista una notoriedad allá en lo profundo de su que no parece malograr- espíritu no hay sino vulse sin prosperar por el garidad y que su deber hecho de que él preten- es ponerse al servicio de da en una de ellas haber esa vulgaridad, pues no “visto llorar los guadua- sería mal visto entonces les”, que ya es mucho que las autoridades inver. Pero eso no hace tre- tervinieran aunque sólo pidar una preponderan- sea en defensa de la decia que cada día es más cencia, de las buenas costumbres y de cosas notoria y más firme. así. Hay que lamentar sin embargo —y habría que llevar las cosas más allá del lamento— que de un tiempo a esta parte se hayan incorporado a la letra de la música costeña innecesarios elementos de vulgaridad que sin remedio ofenden el oído de las gentes decentes y que contribuyen irremediablemente al deterioro y a la vulgaridad de una expresión artística que siempre se ha entendido como una contribución al enaltecimiento del alma humana y nunca como un esfuerzo para envilecerla. No podrá hacerse algo 169 revistas de interés general. Desde aquí se dieron a conocer nuevos valores de la Costa y se pudo comprobar que hay buenos escritores, que lo podían hacer muy bien y que lo siguen haciendo Alfonso Fuenmayor mejor. Una cuartilla de despedida Diario del Caribe, sept. 11/82 No puedo negar que siento nostalgia al sentarme frente a la máquina para escribir esta cuartilla que será mi despedida ya que hoy dejo la dirección de este Diario. Están muy lejanos aquellos años universitarios que me hicieron pensar que algo tenía yo para decir y fue entonces cuando atendiendo una invitación de Silvio Villegas y de Abel Naranjo envié para El País de Cali, que dirigían estos dos ilustres ensayistas, algunos artículos que fueron publicados en sus páginas editoriales. Luego vino la experiencia en El Litoral de Barranquilla, periódico que unos pocos ilusos creímos que podríamos sostener en unos tiempos de claudicación y entrega, casi que general. Ocho meses duró aquella empresa quijotesca que a todos nos dejó imborrables experiencias y que pudo haber influido, mucho o poco, en lo que hoy somos. Conocimos nuestro medio, nuestras debilidades y flaquezas, nos salimos de nuestras bi- 170 bliotecas, como lo dijera alguno, para mezclarnos con la gente. Mosqueteros, nos llamaron, apenas comenzamos a intervenir en política y a defender unos principios en tarea que la mayoría consideraba de ingenuos. Nos untamos de tinta, conocimos el olor del plomo, nos familiarizamos con los viejos y humeantes linotipos, casi que jugábamos con los tipos y los corondeles. Años después me enfrenté al reto formidable de suceder a Álvaro Cepeda Samudio en la dirección de Diario del Caribe y lo acepté dueño apenas de mi propio coraje. He tratado de salir adelante. El periódico conoció el off-set, las modernas técnicas de fotocomposición y foto-mecánica, dio el salto dejando atrás las rutinas y las viejas prácticas de lo que era ya obsoleto. Se asomó al domingo, en busca de un lector ávido de noticias en el día de descanso, cerrado para la información en toda esta región y abrió la era de los suplementos literarios, deportivos y Han sido cerca de once años de dedicación a este periódico. Quedan muchos recuerdos gratos, no pocas decepciones, alguno que otro sinsabor. Pero, sobre todo, está el recuerdo de buenos amigos, de francos y nobles amigos, cuya amistad se hizo al calor diario de un trabajo angustioso, que no da tregua. Creo que trabajé de buena fe y si de algo me arrepiento es haber sido injusto con alguien en alguna o algunas ocasiones. Pienso también que son muchas las cosas de las cuales me puedo enorgullecer como las campañas o acciones en las que me comprometí a fondo. Todo esto es lo que produce la nostalgia de que hablé al comenzar estas líneas. Explicable, por lo demás, si confieso que me agrada el oficio y que me hubiera gustado convertirlo en exclusivo. Creo que en Diario del Caribe se ha podido demostrar que el periodismo moderno no debe estar comprometido con un solo partido. Los pe- riódicos, como tales, no tienen filiación política. Son las personas naturales las que se pueden matricular en los partidos. Cuando quise expresar mi pensamiento sobre un punto concreto de la política colombiana firmé la nota editorial respectiva. Aquí colaboran gentes de diferentes tendencias y lo han hecho con entera libertad. El compromiso de esta casa es con la República, con Barranquilla, con la Costa Atlántica. Los principios que se defienden son los que atañen a nuestras instituciones republicanas y democráticas. Alfonso Fuenmayor seguirá empeñado en que Diario del Caribe conserve esos propósitos. Me separo de esta casa para servirle al gobierno en el cargo que me asignó. Espero hacerlo con dignidad, llevando orgulloso la representación de mi país. Gracias para todos aquellos que diariamente han estado leyendo estas páginas y gracias a todos los compañeros que han laborado junto conmigo tratando todos los días de que este periódico le sirva a Colombia. Imprimiendo buenos libros Alfonso Fuenmayor Tomado del original, abril, 1986 Como un fruto tardío de nuestro desenvolvimiento económico, por fin y sin mayor ostentación, podemos hablar, con voz crecientemente segura, de una industria editorial. En la actualidad el país cuenta con un cierto número de empresas que, sirviéndose de equipos adecuados y utilizando las conquistas que en su incesante desarrollo nos trae la tecnología, se dedican a la muy noble actividad de imprimir libros. Desde los tiempos en que, a raíz de una observación de don Miguel Cané y que quizá solo era el benévolo cumplido de un diplomático, a Bogotá empezó a llamársele, con gran contentamiento de todos, “la Antena de Suramérica”, y nuestra patria entró a ser considerada como una nación de intelectuales. Un país con presidentes que traducían a Virgilio y que elaboraba gramáticas latinas, tenía que ser una nación culta sin que importara mayormente que la mitad de su población fuera analfabeta. Tierra de poetas la denominó don José Vasconcelos, quien sucumbía a las tentaciones de la cortesía. Sin embargo, esa fama de intelectuales, de escritores que a tantos llenaba de ufanía, no correspondía, ni por asomos, a la actividad editorial que debía acompañar a esa presunta realidad. Novelas de indudable calidad, como que parecen destinadas a perpetuarse, como María y con posterioridad de más de medio siglo, La vorágine, fueron en su época, y más tarde también, muchas veces impresas fuera del país en donde, inicialmente, aparecieron en modestas ediciones que hoy son rarezas bibliográficas y que aparecieron a la luz pública modestamente publicadas. Las cosas, en este campo que nos ocupa, han cambiado y siguen cambiando cada día que pasa. No importa que esto haya ocurrido con retraso puesto que hemos aprendido que más vale tarde que nunca. Ya hoy tenemos buenas y no sólo buenas sino excelentes editoriales de cuyos talleres salen, frecuentemente, al mercado obras que no desmerecen por su pulcritud frente a las que se hacen en naciones que ya tienen una larga trayectoria en este campo y entre las que se encuentran algunas que empezaron a producir libros en el mismo siglo en que el ingenioso y también imaginativo maguntino imprimió las obras más valiosas que se conocen y que, cada día que pasan, se tornan más preciosas. No vamos a incurrir en la torpeza de enumerar las buenas y magníficas editoriales que hoy se hacen en Colombia. Esa lista, debido a la consabida fragilidad de la memoria humana, seguramente incurriría en omisiones que equivaldrían a otras tantas injusticias. Es lo que siempre sucede en casos semejantes. Vamos aquí a referirnos, solamente, a los libros, eso que algún francés denominó paralelepípedos impresos, que ha venido editando, en desarrollo de un propósito HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 171-172. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 171 que no debe cesar, la empresa Procultura S.A. y, más concretamente, a la colección que se publica bajo la denominación genérica de Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura se diría que con los auspicios de la Presidencia de la República. En el pasado, desde los tiempos casi heroicos de don Medardo Rivas vienen dándose a la estampa libros de autores colombianos. Una enumeración de los ciudadanos que han emprendido con desinterés y nobleza una tarea análoga habría de incluir a don Jorge Roa, Germán Arciniegas, Juan Lozano y Lozano. Y desde luego a Daniel Samper Ortega con la Biblioteca Aldeana, una hazaña portentosa. Pero lo cierto es que sólo ahora están editándose no solamente con pulcritud técnica y artística sino también con extremada meticulosidad obras que en nuestra literatura tienen un valor perdurable. Es el caso de Procultura S.A. orientada con certero criterio selectivo. No en vano tiene en la cabeza a Gloria Zea, quien cuenta con la insustituible colaboración de Santiago Mutis Durán, exquisito poeta que no le vuelve la espalda a la realidad cotidiana. Con un cierto aire de piratería, principalmente después de su muerte, ocurrida en 1942, se han impreso las poesías de Porfirio Barba Jacob. Inclusive las que se hicieron en vida del gran poeta colombiano acusan un cierto aire de premura, de improvisación, incluyendo el tomo que un día tuve entre mis manos que se llama Canciones y Elegías y que se publicó en México, en Guadalajara si es que el recuerdo no me juega una mala pasada. En esta colección de Procultura S.A. y con el sencillo título de Poemas se publica la obra poética de Barba Jacob. Por su seriedad, por su rigor, por la labor investigativa que acusa es la mejor y acaso la única confiable entre las distintas ediciones que hasta la fecha se han hecho de la obra porfiriana. Este libro puede considerarse como una muestra del criterio con que se trabaja en esta empresa que es una verdadera empresa cultural. En este tomo de doscientas treinta y nueve páginas se recoge la obra dispersa, disgregada, diseminada como lo fue la propia vida del gran poeta. Bienvenida sea esta empresa editorial cuyos primeros títulos parecen bastar para una definición de los propósitos que la animan y que muy evidentemente desbordan los límites de la comercialización. Sea dicho de pasada que allí se publicará la ópera omnia del maestro León de Greiff en cuatro tomos, de los cuales ya han aparecido dos. 172 A.F. El quinto de Plinio Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, dic. 4/86 Con Gentes y lugares — selección de textos periodísticos escritos y ambientados en Europa y América— Plinio Apuleyo Mendoza acaba de publicar en la editorial Plaza y Janés su quinto libro —no hay quinto malo reza un dicho barranquillero— al que han de seguir seguramente muchos otros si el autor persiste en la idea, que al parecer le es grata, de recoger en volúmenes los artículos que frecuentemente aparecen en la prensa periódica. Es este un recurso que los autores de estos y de otros tiempos utilizan con la esperanza de rescatar sus escritos del olvido, de inmunizarlos en contra de lo que, de otra manera, sería una muerte segura. El maestro Alfonso Reyes publicó muchos libros apelando al procedimiento que ahora Pli- nio Apuleyo Mendoza, al igual que mucha gente, ha adoptado. El inteligente y cultísimo regiomontano alguna vez, refiriéndose a los libros, siempre llenos de gracia y de alada erudición, que publicaba con el material que le proporcionaban sus discursos, sus artículos aparecidos principalmente en El Sol de Madrid, en el Excelsior de ciudad de México y en la Revista de Filología que por muchos años dirigió don Ramón Menéndez y Pidal, decía desembarazándose de recortes, que estaba “limpiando el escritorio”. Hay quienes piensan y en ese pensamiento hay evidente mordacidad, que el autor de Cuestiones estéticas se “pasó la vida limpiando el escritorio” dando a entender que el ilustre mexicano no escribió la obra definitiva y perdurable que de él, dado su talento, se esperaba, lo cual no es justo, en mo- Apuleyo Mendoza, es una larga conversación do alguno. con Gabriel García MárEste nuevo libro de quez. Según un sagaz Plinio Apuleyo Mendoza catador de cuestiones lipoco es lo nuevo que terarias, se trata de una ofrece a los habituales obra hecha “en alimón”, lectores de publicacio- pero con un resultado nes periódicas. El conte- que deja la siguiente innido de esta obra no ha quietud: las respuestas hecho más que pasar de se anticiparon a las prela hemeroteca a la biblio- guntas, es decir, las resteca, avatar que, des- puestas se formularon pués de todo, es una no- antes de los interrogantes y éstos rara vez cotable transformación. rresponden a las contesPlinio Apuleyo Men- taciones. Se entiende doza, quien hace un que la obra fue un éxito tránsito prolongado por lo mismo que la que la la diplomacia a pesar de siguió, La llama y el hieque han tratado “de mo- lo, que le puso fin a su verle la silla”, es un buen amistad con García Márescritor, un prosista ter- quez y, presumiblemenso y pulido, cuyo nom- te también, con la del bre hay que incluir en pintor Fernando Botero. una nómina en la que fiGentes y lugares es un guren los mejores periodistas de Colombia. Para libro de agradable lectuquienes distinguen entre ra en la que lucen cierperiodista y escritor, Pli- tos nombres de “postín” nio Apuleyo Mendoza (dropping names?) y que rebasaría las limitacio- en general está en la línes que arbitrariamente nea de aquellas obras se le señalan al periodis- que, en su tiempo, escrita para que pueda ser bió Gómez Carrillo, cuyo considerado un escritor cuarto de hora, al parecon innegables atributos cer, pasó hace ya su de literato. tiempo. Si hay diferencias que puedan ser notables o sutiles entre periodista y escritor no es el momento de discutirlo. El olor de la guayaba es un libro, desde un cierto punto de vista, curioso. Se asegura que ese libro, el tercero de Plinio 173 Ni más acá ni más allá Las buenas maneras, ¿qué se hicieron? Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ene. 19/87 La de aquí generalmente ha sido gente de buen humor, predispuesta, si se quiere, a la sonrisa, a la risa y hasta la carcajada, dotada de una sensibilidad casi desconcertante para descubrir, muchas veces sepultado bajo sucesivas capas de disimulo, el lado cómico de las situaciones. A eso se debe, por supuesto, la feliz circunstancia de que tanto éxito alcancen las películas de Cantinflas y que no pocos episodios de los filmes de este histrión mexicano, que roza lo genial, se hayan incorporado al mecanismo rutinario de las conversaciones, ya sean estas graves o triviales. Pero se advierten ciertos indicios de que esta manera de ser, que habría que considerar como una bendición del cielo, está, para nuestro infortunio, deteriorándose, perdiéndose, extinguiéndose. Y hay buenas razones para pensar que la que ha sido nuestra idiosincrasia tradicional, si así puede hablarse, está siendo sustituida por una gratuita belige- 174 rancia, por esa irritabilidad, por esa intolerancia que caracteriza a los “malos” de las películas de vaqueros. Nos estamos volviendo, diríase que a velocidades supersónicas, gentes de pocas pulgas. El buen humor más que un subproducto de la inteligencia, más bien es uno de los elementos constitutivos de su esencia y de la misma cultura, por supuesto. Y no vayamos ahora a perdernos, por fuerte que sea la tentación, en digresiones presumiblemente estériles sobre el sentido de la palabra cultura que tantos suelen confundir con la erudición y que convoca, como a una junta de “alto turmequé”, ilustrísimos nombres de la sapiencia humana. Hay gentes cultas que han leído muy poco, casi nada, y hay incultos — muchos más de lo que suele creerse— que en prolongadas vigilias han devorado libros y más libros de reputada excelencia. La falta de humor, po- dría decirse con, apenas, un leve margen de error, es signo inequívoco de que las cosas no andan a satisfacción por el lado de aquellas células grises de las que hablaba Hércules Poirot. A eso se debe, y se diría que está más allá de toda duda, que se considere como una de las diferencias entre la criatura que fue hecha a imagen y semejanza de Dios y los animales que apestan en los zoológicos o merodean en las selvas, en que estos son incapaces de reír. Rabelais, el padre del rey de los Dipsodas y de otras divertidas criaturas, dijo muy claro y lo dijo para siempre, dirigiéndose a sus semejantes: “Reíd, reíd, pues la risa es propia del hombre.” Acérquese usted, teniendo bien asimilada la urbanidad de Carreño, a una oficina pública en solicitud de una información, o a indagar por un dato o, inclusive, a pagar un gravamen o a comprar una de las tantas estampillas que el Estado exige y no le dará crédito a sus ojos ni a sus oídos si, por el empleado correspondiente, es recibido con buenas maneras. Si alguien le hace ver al empleado que lo repele sin atenuantes que se le está dispensando un tratamiento indebido, el servidor público se muestra aún más exacerbado y sabiendo que disfruta de una protección, de un padrinazgo que lo hace inamovible, se limita a De qué manera se les decir con jactanciosa alha agriado el carácter a tanería: los que conducen auto—Quéjese. Hágame móviles. Tienen el insulbotar… A ver si puede… to a flor de labio cuando sucede algo que no es de En alguna parte Ortesu agrado, así se trate de ga y Gasset dijo que Esuna nimiedad casi impaña, su patria, era “un perceptible. Entonces los país con dolor de muedenuestos de todos los las”. Por el permanente calibres, manejados comal humor de que se hamo una implacable articen gala tantos y tantos llería, atruenan el ámbibarranquilleros, podría to. Y si ha tenido lugar, decirse, parodiando a no ya un choque, sino un don Pepe, que ésta es simple roce que alguna huella deja en la carro- una ciudad con dolor de cería, allí mismo surge muelas. sin cortapisa, sin inhibiciones, con todos sus fierros, el mismo dios de la guerra. [Borradores] Alfonso Fuenmayor La gente se agrupa, una a una, con diversos vestidos, hombres de barbas, ciegos con bastón, viejitas con sombreros, muchachas con strapless, ciclistas caminando de a pie, etc… van reuniéndose en la plaza. Aquí hay una manifestación. Alguien va a hablar. Alguna estatua va a ser inaugurada por el alcalde. Una mujer (¿joven, vieja, hermosa, fea?, con algún defecto físico) llega y lleva a un niño de la mano. El niño camina distraído, mira el cielo, se detiene a contemplar un viejo notablemente barrigón. El niño tiene que caminar al ritmo más rápido de la mujer. A veces, sin rabia, el niño es arrastrado. Un nombre empieza a hablar subido a una tarima y gesticula. Las cuartillas se le confunden. La brisa lo incomoda. Algunas personas asistentes se sonríen. La mujer sigue atenta al discurso. El niño, con suavidad, se desprende de la mano en un momento desconcertado, mirando la gente con atención. Y camina distanciándose, distraídamente —no se trata de una fuga— de la mujer. El niño sigue caminando. Entra a un café. Entra a una peluquería, entra a un orinal, entra a una iglesia. Dramatizar el cruce de una calle de intenso tránsito. Recoge una moneda que encuentra en el suelo. Mete el pie en un charco. Se cae. El niño sonríe frente a una vitrina mirando un gigantesco maniquí. —o0o— Un poco de humo contra el cielo. El pito del Stockholt llena por un momento la bahía de Boston y las cosas empiezan ya a ser un recuerdo. Terco, obstinado, paciente, el buque, que ya es despiadado, asesina el paisaje, pero entrega otro de espuma, de cielo, de agua, de azul y poco a poco delante de uno está uno mismo, allá lejos, en el cielo, el humo es un vestigio. Los altos abetos son los últimos en despedirse. Alguien ha tirado por la borda una botella de cerveza y por un momento, esa botella es lo más importante del mundo. Al lado mío una voz: “Hello”. Es el capitán Larsen, doctor sin despedidas. * Caras nuevas. Algunas, realmente impenetrables tras un laberinto de sutiles silencios. Allá, en la popa, el carpintero en su banco. Si alguien muere, él le hará el ataúd. Será un ataúd tosco, de madera brava y hará “plas” al chocar contra el agua, y después, sobre el mar, ya no habrá nada. Únicamente olas y olas cautivas dentro de una cárcel que se parece mucho a la libertad. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 175-176. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 175 Archivo de Áurea de Fuenmayor. Los hermanos Félix, Tito y Alfonso Fuenmayor, a la entrada de la casa paterna, donde actualmente viven sus hermanas Viña y Elvira, en la carrera 59B Nº 58-75 del barrio El Prado, en Barranquilla, h. 1985. * Ahora hay un sonido nuevo. Es enérgico Es autoritario. Es también un ultimátum. Es una campana agitada por manos saludables y apresuradas. Hay que desayunar. Frente a la mesa hay unos cuadros. Uno de los “Sacré Cœur” de Utrillo y un impulso, desbordante y al mismo tiempo lírico retrato de Erik El Rojo. Hay momentos en que sólo se oyen los dientes rompiendo las dóciles espinas de las anchoas. Afuera, Boston, dejó de existir. * El capitán Lund Larsen ha estado muchas veces, él no sabe cuántas en Rio de Janeiro. Habla de Heleno de Freitas, de Getulio Vargas, de Carmen Miranda. Entre nosotros empieza a haber algo en común. El capitán, quizá no tiene cuarenta años, pero hay que sumarle a su edad la de su padre, la de su abuelo, la de sus antepasados, la de Erik El Rojo. Todos en su familia han sido marinos; una dinastía incesante entre dos azules: el del cielo y el del mar. 176 Ni más acá ni más allá que, precisamente, tienen un sólido apoyo electoral en los maldicientes, en los que protestan. En esto hay una contradicción, ciertamente, pero si no la huAlfonso Fuenmayor biera no estaríamos en Barranquilla. Cuento en el que aparece un burro Diario del Caribe, mar. 16/87 Barranquilla, contemplada a vuelo de pájaro, entrega una imagen grata a la vista. Tanto que algunos, viéndola de esta insólita manera ese hormigueo, sienten ese leve temblor de liras impacientes con que se anuncia la inspiración, según me cuenta un poeta amigo. El fabuloso mundo de la metáfora, al que no se le conocen fronteras, encuentra, en ese trance, su oportunidad para, con un “aquí estoy”, hacerse presente. Y bien puede pensarse en un vergel, florido si se quiere, en una ciudad levantada en la amenidad de un parque con el agua que prodiga, caudaloso y arrogante, el Magdalena. La distancia, que es piadosa inclusive con las mujeres feas, no permite que se vean los socavones de las calles, los andenes desportillados, la basura que se amontona en tantos sitios, ni tampoco, que el olfato se ofenda con las emanaciones del agua estancada, la de los caños y la que desborda de las alcantarillas. Tampoco, Quien quiera colocar en orden prioritario las necesidades de esta comunidad, así proceda con esmero, con sentido común, es meterse en un lío, en camisa de once varas, es instalarse, de sopetón, en la almendra Ciertamente, Barran- del viejo problema: ¿qué quilla no es esa tarjeta fue primero, el huevo o postal que se ve desde la la gallina? altura. Es una ciudad asediada de necesidades Alguien dirá, quizá elementales, carente de con arrogancia: la primeesos servicios sin los ra necesidad es la educuales la vida es un cal- cación. Otro afirmará, vario, sin los cuales la ta- con un cortejo de bla-blarea, simple y elemental, bla: lo primero es la sade existir adquiere los lud, ¿quién puede eduatributos de las hazañas. carse sin salud? ¿Pero puede haber salud sin Elaborar un catálogo techo, sin servicios púde sus necesidades, or- blicos? No, hombre, aseganizar un inventario de gura otro, lo esencial es sus deficiencias, llevaría que haya trabajo. Y el de mucho tiempo, un tiem- más allá dirá que, antes po, que, además, se per- que todo, se necesitan dería. Sin embargo, ha- principios religiosos porcer una lista, así sea que sin fe los pueblos se fragmentaria, de esas ne- pierden y todo se formacesidades parece ser una rá un barullo como el de entretención bastante la torre de Babel. popularizada y mucha gente la recita en medio Cuando, hace años, de imprecaciones, maldi- empezó a hablarse de la ciones, y hasta de blas- necesidad de construir femias. Y claro está, de un reemplazo para el Estodos esos infortunios tadio Municipal, hubo responsabilizan a los po- gentes que, haciendo líticos, esos políticos tremolar en sus manos la desde allá arriba, se perciben los efluvios que despiden las carroñas que se descomponen en las vías públicas en medio de la rebatiña voraz de los gallinazos. bandera de la sensatez, decían que habiendo otras necesidades que satisfacer, el estadio resultaba una obra suntuaria. Y se hablaba de escuelas, de aseo, de acueducto, de fuerza eléctrica, de hospitales, de vías públicas, etc. Y el nuevo estadio no se construía porque había otras obras “prioritarias” que atender. Y no teníamos ni lo uno ni lo otro. Peor todavía, lo que ya teníamos desmejoraba a la vista de todos. Pero ahí, sonando con pretendida entonación patriótica, estaba la cantaleta, el gesto patricio. No voy a hablar del asno de Buridán que teniendo tanta sed como hambre e igualmente solicitado por un cubo de agua y un mazo de hierba, murió de hambre y de sed por no tomar una decisión. Voy a recordar el viejo cuento del burro de un viejo libro de lectura: Por un camino va un labriego con su hijo, éste cabalgando en el burro. Alguien que lo ve pasar dice, dirigiéndose al muchacho: —¿No te da vergüenza? ¿Tú, tan joven, en ese burro y quien te dio la vida de a pie? Después de breve de- 177 liberación el muchacho tras el burro trota libre de se apea y el padre se carga. Y viene otro obsermonta en el burro. Otro vador: observador comenta, esta vez dirigiéndose al padre: —¡Habráse visto qué par de idiotas! Con un —Pena debía darle. Un burro y ellos de a pie… hombre hecho y derecho como usted en el burro y Más deliberación. Y su hijo caminando… los dos se suben al burro. Y alguien que los ve Entonces, padre e hijo les dice: resuelven caminar mien- —¿Pero es que quie—Vean ese par de ren matar ese pobre bu- idiotas cargando un burro? ¿No ven cómo el po- rro sano… bre animal tambalea? Para que se vea, de Hay un intercambio una vez por todas, que de ideas y, por fin creen no hay nada como hacerhaber dado en el clavo. le caso a la gente. Y resuelven entre los dos, llevar el burro cargado. Al pasar por el pueblo un coro de carcajadas los saluda. Ni más acá ni más allá Pensando en Puerto Colombia Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, abr. 13/87 Cuando los buques que habían zarpado de todos los rincones del mundo dejaron de atracar en el esbelto muelle que había construido Francisco Javier Cisneros y cuando de la graciosa estación partió el último tren, el que jamás regresaría, con destino a esta ciudad, se pensó que había llegado el ocaso definitivo para Puerto Colombia que, en este caso, habría tenido un esplendor fugaz y que, en el infortunio que para esa población empezaba, su mismo nombre se había vuelto sarcástico, irrisorio. La palabra “puerto” en el nombre de esa concentración humana sobraba 178 como sobra el istmo de Panamá en nuestro escudo. Los rieles sobre los cuales por tantos años había corrido el tren con sus airosas locomotoras que a lo largo de veintiocho kilómetros dejaban el grato olor del carbón de piedra que se quemaba en las calderas, fueron levantados. Aquello era ya definitivo como cuando el féretro es sacado de la casa para ser conducido al campo santo. De esta manera, sobre la tragedia, caía el telón inexorable. todo para Puerto Colombia? Su desdibujamiento en el mapa ¿era irrevocable? ¿Ese lugar sólo quedaría como una referencia histórica, como el sitio en donde un día, por primera vez, llegó el correo aéreo, cuando don Mario Santo Domingo, en un avión piloteado por Knox Martin, dejó caer, desde lo alto, el clásico saco de la correspondencia? han debido mantenerlos abiertos. Ese porvenir de Puerto Colombia, que cada día acentúa su condición de población satélite de Barranquilla, está en el turismo, un turismo al que no han sido extraños, ni lo serán, las gentes del interior del país, y que tiene, por así decirlo, alimentación directa, la que le proporciona la capital del Atlántico, tal como se materializa los fines de semana y esos que llamamos días festivos. Entonces se ve cómo millares y millares de personas, desafiando toda suerte de incomodidades, se vuelcan en las playas de Puerto Colombia y en las playas de su inmediata vecindad: las de Pradomar, las de Salgar, las de Sabanilla, etc. No, esto no ha sido todo, ni puede ser todo para Puerto Colombia, así su nombre consagre una incongruencia. Puerto Colombia no sólo tiene pasado, un pasado que corresponde al primer puerto que tuvo la república, sino que tiene porvenir y es el suyo, el que lo espera, un gran porvenir, no importa que no se haya querido verUna y otra vez, con un lo, no importa que frente a su obviedad hayan empecinamiento que irriEn realidad, ¿eso era cerrado los ojos quienes ta, con un desconoci- miento de la realidad que subleva, la Corporación Nacional de Turismo le vuelve la espalda porque su complacencia parece estar en cualquier lugar que no sea Puerto Colombia. Así lo ha demostrado en repetidas ocasiones y habiendo llegado, a lo sumo, a trasponer apenas, con una timidez que invita al escepticismo, el umbral de las promesas con las cuales, desgraciadamente, fuera de archivarlas, no se puede hacer gran cosa. Aunque se cuentan por decenas de millares las personas que visitan cada semana Puerto Colombia para darse allí un baño de mar, para degustar un poco de pescado frito o, simple y llanamente, para mirar el mar, que suele proporcionar en quien lo contempla una grata sensación de sosiego, ese balneario carece del mínimo de infraestructura que exige. Allí no hay alcantarillado sanitario, allí no hay teléfonos, no hay, propiamente hablando, debe abreviarse y está en las manos del gobierno que ello sea así. La excelente autopista que une a Barranquilla con el mar no tiene, la verdad sea dicha, un remate decoroso, es decir, el balneario que justifique esa vía Tarde o temprano, ya de comunicación. que no se puede luchar ¿Cambiará de actitud indefinidamente contra ciertos determinismos la Corporación Nacional que no son susceptibles de Turismo con respecto de modificación. Puerto de Puerto Colombia y Colombia ocupará el lu- con respecto de las congar que le corresponde. curridísimas playas de su vecindad? Esa espera puede y acueducto, no hay vías de acceso a la playa que puedan considerase aceptables. Y mientras estas obras, que no son nada del otro mundo, no se ejecuten, Puerto Colombia no “arrancará”. Aire del día Curiosidades sin importancia Alfonso Fuenmayor Intermedio, Suplemento de Diario del Caribe, abr. 19/87 Con paciencia y buen humor el escritor francés Dominique Eril adelantó una investigación sobre asuntos más curiosos que importantes sobre diversos escritores. Gracias a él se entera uno que Albert Camus sostuvo con Carmen Casares, la famosa actriz, una larga correspondencia que es posible que se conozca en el año 2000. Tam- bién nos dice que la obra de Mallarmé se encuentra bajo la protección de las dos hijas de la legataria universal de la segunda mujer del marido de su hija (como suena). El Diario de Jules Renard, uno de los fundadores del Mercure de France, no se conoce tal como salió de las manos del famoso escritor porque su mujer lo podó a su antojo antes de que después de su muerte o cincuenta años después pasara a la imprenta. de su primera publicaLa legislación france- ción, si ésta es póstuma. sa sobre derechos de au- A este medio siglo de protor difiere de la nuestra tección conviene agregar como se puede observar los años de la guerra, y en las siguientes consi- eventualmente, treinta deraciones del mismo años cuando el autor es declarado muerto en deDominique Eril. fensa de Francia (es el Tres casos, entre tan- caso, por ejemplo, de tos otros, suscitan la Alain Fourinier, de Apocuestión sobre la heren- llinaire o de Saint-Exupécia literaria. A partir del ry). La circunstancia de momento en el que una tomar en cuenta los años obra adquiere forma ma- de la guerra ha llevado a terial, nace un derecho situaciones sorprendende autor a la vez moral y tes: así, una parte de En financiero que se trans- busca del tiempo perdido, mite por herencia bajo publicado después de ciertas condiciones. 1914-1918 se hizo del dominio público más ráEn Francia, la ley del pidamente que el co11 de febrero de 1957 ase- mienzo de la obra. Ésta gura la protección de una estará completamente liobra durante la vida de su bre de derechos en sepautor y cincuenta años tiembre de ese año. 179 LA ÚNICA FAMILIA DE BORGES ERA LA LITERATURA La esfinge ciega de la literatura, Jorge Luis Borges, poseía un tesoro: su memoria. Bibliotecario apasionado, había acumulado los libros más fabulosos, incluyendo algunos falsos que no existían sino en su imaginación. En cuanto a sus propias obras que él consideraba “indignas” en relación con otras con excepción, tal vez de uno o dos versos, Borges se las sabía de memoria. Héctor Bianciotti, quien preparaba con él la edición de la Pleiade, puede proporcionar el siguiente testimonio: “Cuando yo le leía las traducciones de sus poemas en francés a veces mostraba su desacuerdo con respecto a ciertos giros y citaba entonces de memoria las palabras exactas del original español. Increíble si se piensa que en algunos casos se trataba de poemas escritos hacía muchos años.” Borges no deseaba que sus textos se conviertan en un negocio de tipo comercial. Concebidos en la noche de su ceguera como una modesta contribución al espíritu humano, para él era solamente la literatura la que debía sacar provecho. A pesar de esta existencia dedicada a las cosas inmateriales, el ape- 180 tito de los intereses ma- milia de Borges inmediateriales decidió las cosas tamente se opone a esas de otra manera. disposiciones. En cuanto a una vieja ama de llaAbril 1986: Borges se ves a quien Borges había volvió a casar con una querido dejarle algunos mujer a la que le llevaba bienes, renunció a éstos cuarenta años, María para de esta manera perKodama, quien había mitir una invalidación sido, primero su alum- del testamento. Borges, na, después su secreta- como en el verso de Maria y que lo había acom- llarmé, había leído todos pañado por todo el mun- los libros y, ¡ay!, la hedo ayudándolo con una rencia es triste. constancia ejemplar en su trabajo. Se produjo PARA LA VIUDA DE un escándalo en Buenos DASHIELL HAMMETT Aires, tanto más cuanto el matrimonio tuvo lugar El 10 de enero de 1961, en el Paraguay, ya que la Dashiell Hammett moría legislación argentina no en el Hospital Lenox Hill, reconoce el divorcio. La víctima de un cáncer en hermana de Borges acu- el pulmón. Dejaba algusa en público a María Ko- nas obras maestras codama de la que asegura mo Cosecha roja, El hal“que solamente le intere- cón maltés, La llave de san los dólares.” Sus so- cristal, pero al mismo brinos le piden a la poli- tiempo una gran canticía que impida que sa- dad de cuentos inéditos quen los muebles del unos, los otros publicaapartamento del escritor. dos y dispersos en varias Pero éste ya ha dejado a revistas. Lillian Hellman, Buenos Aires de manera escritora también y audefinitiva porque, según tora teatral, fue designauna declaración que hizo da como ejecutora testa“está menos interesado mentaria. En adelante en la literatura y en la ella se convertiría en metafísica.” Instalado en guardiana del templo liGinebra en donde, du- terario bloqueando con rante su juventud, había un índice irrefutable toestudiado, sabe que en das aquellas publicacioesa ciudad van a termi- nes que no le parecían nar sus días, ya que el dignas de la leyenda. cáncer que padece se encuentra muy avanzado. Durante casi veintiEl 14 de junio de 1986 cinco años, es decir, hasBorges muere. Designó a ta la muerte de Lillian María Kodama la herede- Hellman, ocurrida en ra universal de su fortu- 1984, editores y traducna y de sus importantes tores de todos los países derechos de autor. La fa- iban a encontrarse en- frentados a esta “viuda abusiva” que invocaba la calidad imperfecta de los textos para mejor oponerse a su difusión. Pero claro, inevitablemente, quedaban las ediciones piratas. Hubo en Francia un cuarteto de fanáticos de Hammett que, disimulados con el nombre de “sir Francis Drake” repararon algunas omisiones con la publicación de La mujer en la sombra y Sam Spade dos colecciones de cuentos aparecidos respectivamente en los años treinta y cuarenta. Reencontrar ahora a estos editores fantasmas no ofrece muchas dificultades y la muerte relativamente reciente de la “viuda” no hace sino facilitar la indagación. Uno de los “sir Francis Drake” relata así su experiencia “Éramos cuatro enamorados de los textos de Hammett aparecidos únicamente en los Estados Unidos y reunidos por Ellery Queen. Habíamos traducido benévolamente estos relatos e igualmente pirateamos la portada de la Serie Pálida (verde y rojo). No se trataba de un asunto comercial puesto que el precio de venta correspondía exactamente al costo de impresión. El hecho de que no obtuvieran ninguna utilidad y de que la difusión de la obra fuera discre- ta, pusieron a salvo a los piratas de la persecución de los abogados estadinenses. Y helos aquí en cierto modo recompensados cuando Jean-Claude Zylberstein, director de la Colección Grandes Detectives, después de la muerte de los concesionarios —oficialmente esta vez— obtuvo el derecho de publicar estos textos en la traducción francesa inicial. “Ahora acabo de recibir el contrato después de dieciocho años de esfuerzos y contactos infructuosos. Próximamente publicaremos igualmente dos textos inéditos”, precisa. Los abogados encargados de la sucesión Hammett acaban de ponerle fin a lo que durante más de veinticinco años fue el ciarse de él… Desde el “escándalo Hammett”. punto de vista comercial, los ingratos descendienQue Jean-Claude Zyl- tes nada perdían pues berstein diga la última sus obras estaban prohipalabra: “Lilliam Hell- bidas y, por eso, no poman creía, con toda na- dían tocar un centavo. turalidad, en la idea que Pero después de la Sese había forjado de Da- gunda Guerra todo ha shiel Hammett y quería cambiado con el encuenimponer su propia visión tro de un poeta y escricomo si fuera la del escri- tor que decidió dedicar tor… pero sin creer en su vida al estudio de la esto completamente”. obra de Sade (Gilbert Lely) con el Conde Xavier de Sade, heredero del YA NO SE nombre. Este último tuAVERGÜENZAN LOS DESCENDIENTES DE SADE vo la inteligencia no sólo de abrir los consideraDesde su muerte en 1814, bles archivos de su casel Divino Marqués es la tillo a G. Lely sino que en vergüenza de su familia. esto se interesó persoLos descendientes han nalmente siendo el prillegado, en ciertos casos, mer Sade en enorgullea alterar los árboles ge- cerse de su antecesor. nealógicos para diferen- Su propio hijo Thibault de Sade, de veintinueve años le dedicó su tesis en Ciencias Políticas al Divino Marqués. Con el historiador Maurice Lever, él trabaja en la publicación, para 1989, de varios volúmenes de obras literarias, de papeles, de correspondencia inédita y de una monumental biografía de Sade. En los actuales momentos la familia Sade no toca ni un centavo por concepto de derechos de autor, ya que éstos han prescrito pero sí es moral y jurídicamente propietaria de los derechos relativos a los Archivos Sade que, en una cierta parte, ya han sido publicados. Ni más acá ni más allá Así lo ven ellos prodigan en elocuencia para ensalzar esa fecha y para condenar la autocraAlfonso Fuenmayor cia que ese día llegaba a su fin. Diario del Caribe, mayo 18/87 A partir de 1957 no pasa un 10 de mayo sin que los periódicos de toda la nación recuerden aquel día, hace ahora treinta años, en que, un poco a sombrerazos, fue echado el general Rojas Pinilla del puesto que había usurpado cuatro años atrás con el beneplácito de la inmensa mayoría de los colombianos. En aquella oportunidad se había producido lo que el doctor Darío Echandía denominó ciñéndose a la realidad de lo ocurrido, “un golpe de opinión.” El 10 de mayo se conmemora, pues, la caída de la dictadura. Y los periodistas y escritores del conservatismo, acaso sin una sola excepción, se La realidad, desde luego, no es esa. La dictadura empezó aquel día de 1948 en el que el presidente Mariano Ospina Pérez, sirviéndose de la fuerza que tenía a su disposición como jefe del Estado, clausuró el Congreso. Allí, en ese mismo momento, empezó el viacrucis de la república en cuyo territorio, ¡qué tristemente!, se arriaba la bandera de la democracia. Pero la dictadura que hubo de padecer el pueblo de Colombia en detrimento de su historia, ¿cuándo empezó? El conservatismo y la parte de él, principalmente, que continúa viviendo, sin mucho vigor, es la verdad, con el nombre de “laureanismo”, se obstina no sólo en decir sino, acaso, en ¿Qué diferencia hubo, creer, que ello ocurrió el finalmente, entre el régi13 de junio de 1953. men que se derrumbaba 181 aquel 13 de junio y el que, ese mismo día, se iniciaba? El Congreso continuaba clausurado, la prensa, amordazada. Todos aquellos factores, todos aquellos hechos que obligan llamar dictadura a un gobierno, se mostraban con evidencia, en el del general Rojas Pinilla y en aquel que lo había antecedido. en el gobierno con participación muy importante y con unidades muy destacadas, empezando con el expresidente Mariano Ospina Pérez. Hubo descontentos y no es inexplicable que los hubiera. Los descontentos fueron aquellos conservadores que dejaron de tener la sartén por el mango, es decir, el manípulo de los depuestos. Los liberales, cuyos periódicos habían sido destruidos, y las casas de cuyos jefes habían sido reducidas a pavesas, empezaron a vivir, aunque no por mucho tiempo, dentro de relativas garantías. El liberalismo, por supuesto, continuaba al margen del gobierno rojista tal como lo había estado antes de que el militar que irrumpió en el palacio presidencial acaparara en sus manos las tres ramas del poder público. Como todo el mundo sabe, no sucedió lo mismo con el partido El general Rojas, que conservador que seguía no tardó en demostrar que, como llegó a decirse, le había quedado grande la grandeza, quiso instaurar la paz a diferencia del lema que años antes había proclamado Gilberto Alzate Avendaño como meta de su partido cuando dijo que “al conservatismo no le interesa la paz sino el poder”. No tardó mucho el general Rojas Pinilla de andar de atropello en atropello, de abuso en abuso, hasta que llegó el momento en que los colombianos, esta vez liberales y conservadores, con sus jefes a la cabeza, resolvieron ponerle fin a esta situación por medio de una protesta unánime y pacífica. Y eso fue todo para el general Rojas Pinilla, que salió del país para caer directamente, en el regazo del general Trujillo, cuyos días como dictador de Santo Domingo estaban contados. porque Colombia está, diríase que en su mayor parte, poblada por desocupados, por ociosos, ya profesionales y forzosos? Podría ser posible, también, que ambos fenómenos se combinaran en proporción que no es del caso determinar, para hacer de Colombia un país de televidentes. Los estudiosos de estos aspectos sociales tienen, en esto, un amplio campo para ocuparse y, desde luego, inquietantes incógnitas que despejar. Pues, manos a la obra, sociólogos eruditos, sociólogos imaginativos, sociólogos laboriosos. Tienen ustedes, ahí mismo, al alcance de la mano, como quien dice, un plato fuerte al que hay que entrarle con todos los fierros. Esos escritores y periodistas a los que hemos aludido, ¿cómo llamarían el gobierno del presidente Barco si éste, de la noche a la mañana, estableciera un régimen semejante a aquel que fue derrocado por el general Rojas Pinilla? ¿Lo llamarían democrático o dictatorial? Sin duda, lo llamarían dictatorial porque sería una verdadera, una auténtica, una indiscutible dictadura. Las cosas hay que llamarlas por su nombre para evitar equívocos y errores. Ni más acá ni más allá De la vulgaridad en la televisión Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, mayo 29/87 De acuerdo con los resultados de una encuesta publicada por El Tiempo, de Bogotá, los colombianos dedican más horas, de las veinticuatro que tiene el día, a la televisión que al trabajo. ¿Será, hay que pregun- 182 tarse, que los programas que ofrece la pantalla chica a chicos y a grandes son tan de buena calidad, tan atractivos, tan irresistibles como para acaparar de esa manera la atención de nuestros compatriotas? ¿O será Lo cierto es que nuestras estadísticas, confiables o no y a las que, en todo caso, poca atención se les presta, corroboran con las cifras que periódicamente divulgan, lo que a simple vista y en cualquiera ciudad y se- guramente en ésta que vivimos más que en ninguna otra, se advierte: que la nuestra es una nación de cesantes, de gentes sin ocupación, marginada, casi todas muy a pesar de la maldición del Génesis. Esos compatriotas —se cuentan por millones— sin oficio están ni que pintados para convertirse en televidentes de todos los programas. Ya que no pueden matar el hambre se la pasan matando el tiempo. ¿qué pasará con esos millones de televidentes contemplando desaforados ciclistas correr entre gritos histéricos de gente delirante? ¿O con tanto fútbol? ¿O con tanto cantante que se duele de que alguien no los quiera, pataleando en el mundillo de lo sentimentaloide? ¿Será cierto que el deporte aleja al hombre del crimen y que los colombianos se han alejado del delito gracias a la inmunización, a la terapéutica del deporte? Si los colombianos pasan la mayor parte de su vida mirando la televisión a pesar de que ésta opera solamente seis horas diarias, con excepción de los fines de semana, es porque no tienen nada mejor que hacer o, dicho de otra manera, nada menos malo que hacer. Es una inferencia que de bola a bola se desprende de las estadísticas aludidas. El colombiano quizá no sea un buen televidente en la medida en que “engulle”, uno tras otro, programas que excepcionalmente salen del nivel de lo mediocre. Quizá sea mejor decir que el televidente colombiano es fiel, es abnegado y, vamos a decirlo en una palabra a sabiendas de que no se emplea correctamente, es omnívoro. biana está cumpliendo las finalidades educativas que podrían esperarse de un medio de comunicación tan eficaz. Y si alguien dice que, con la salvedad de unos cuantos programas, la televisión está pervirtiendo a los colombianos, no está descaminado. Se palpa una gran afición por las telenovelas que, en su mayor parte en lugar de “lavar el alma” (Giraudoux decía que el teatro “lava el alma del hombre”) ensucia el alma de los colombianos. La ensucia de cursilería, de mal gusto, de ese tipo de pasiones que envilecen al hombre y lo bestializan. Las telenovelas están haciendo estragos y los libretistas parecen estar comprometidos en una emulación que hace que cada uno quiera ir más lejos, quiera ser más audaz. Y el que paga el pato es el buen gusto del pobre televidente. sos, pero son tan escasos. Pero hay otros y no son pocos, notables por su ordinariez, vulgares, en donde campea el peor gusto. Tal es el caso de algunos anuncios en los que con el empleo de una retórica que pretende ser pulida y también ingeniosa, se encarece el uso de una determinada marca de papel higiénico o el uso de desodorantes para los pies o para combatir los olores de aquellos sanitarios que, por lo que sea, no pueden llamarse inodoros… Si los colombianos, para quienes el televisor ha llegado a ser una necesidad prioritaria en detrimento de otras que son fundamentales, son tan aficionados a la televisión hay que lamentar que la nuestra no sea la clase de televisión que levanta el espíritu y que, por el contrario, contribuye a crear y a consolidar el mal gusto. Hay cuñas, o “comerPocas son las perso¿Y qué irá a resultar nas capaces de pensar ciales” aceptables, buede todo esto? Es decir, que la televisión colom- nos, agradables, ingenio- Ni más acá ni más allá Lo triste es así Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, jun.1/87 Qué triste, qué lamentable espectáculo, desbordada de los más elásticos límites que pudiera tener la discreción, está ofre- ciendo la clase política, nuestra clase política y muchas de las personas y personajes que pululan bajo su ala protectora, que giran como satélites alrededor del sol del presupuesto y que allí medran con una codicia, siempre insatisfecha, hasta la opulencia. Se dirá —y se dice bien— que no todos están en ese paseo, que no todos participan en ese escándalo 183 de mutuas acusaciones, casi totalmente de indeformable gravedad, al que esta capital, atónita y también indignada, asiste. Sí, por supuesto, hay excepciones, sólo que las excepciones deberían estar constituidas entre los protagonistas de los dimes y diretes en el cual, por lo generalizado, no queda títere con cabeza. Asimilando lo que está ocurriendo a una película de vaqueros, podemos decir que los buenos son la excepción cuando los malos deberían ser los dose, no se aplican a samenos. tisfacer necesidades de la comunidad sino que se Hay quienes con un consignan en las cuentas acento pretendidamente personales, no de los “boconciliador piden que se bales” sino de los “vivahaga silencio sobre la les”. deplorable realidad que para muchos ahora se La mayor parte de divulga por primera vez quienes han formulado pero que para otro tanto cargos contra políticos, eran, desde antes, sos- funcionarios y contratispechada y conocida. Y se tas, a su turno han sido cita el famoso adagio señalados por delitos secomo si formara parte de mejantes a los que ellos la verdad revelada: la denuncian. Si lo que en ropa sucia se lava en todo este barullo que tiecasa. No, esta “ropa su- ne mal olor es verdad, cia” no es de aquella que podría pensarse que es debe lavarse en casa por- un duelo entre gentes que lo que en este caso con rabo de paja. Lo que está involucrado atañe a desde el punto de vista la ciudad toda, a todos de la moralización no tieafecta ya que todo esto ne mayor importancia. Si es de interés público, y un acusador pasa a ser el público tiene derecho acusado pues lo que coa saber qué destino se rresponde hacer es inles depara a los impues- vestigaciones que mereztos que paga, dónde van can este nombre y que a parar los millones y mi- no sean de mentirijillas. llones de pesos con que contribuye a engrosar “Usted no tiene autolas arcas del Estado pero ridad moral para hacer que, por lo que está vién- acusaciones”, es frase 184 pretexto de que la expresión proviene de un alienado mental, real o aparente. ¿Estamos? Lo peor que puede pasar, y ojalá que esto no ocurra, es que todo este “debate” se pierda, que quede en “pura bulla”, que después de él no se llegue a la conclusión que se espera y que se necesita, y que, finalmente, al igual que tanIlustración original. tas otras veces, se enuncien las famosas palabras: “Señoras y señores, que con algunas varian- aquí no ha pasado nada” tes en su enunciación se y que siga la farándula. han escuchado con frecuencia en los días que Casi todas las acusacorren. De esta manera ciones que se han hecho se pretende desvalorizar son graves no solamenlos cargos que se hacen. te desde el punto de visSe trata, y eso se ve a ta de la moral sino de los simple vista, de un sofis- estragos que implican ma pueril, de una de para el erario. esas frases que no obstante su banalidad, se Para ser justos debe citan como si interna- decirse y de admitirse mente estuvieran reves- que esas acusaciones no tidas de esa fuerza in- comprometen únicamencontrastable que se les te, digámoslo así, a los reconoce a los axiomas. protagonistas, a los implicados primarios. Allí, y No, no. Mil veces no. no en último término, La manoseada frase “us- hay que incluir a los mited no tiene autoridad llares, a las decenas de moral” no invalida, no millares de ciudadanos anula lo que una perso- que con su voto o con su na que de ella carezca, indiferencia, han hecho llegue a decir, si lo que posible, mejor dicho, han afirma es cierto. Si un hecho inevitable este esloco, que necesariamen- tado de cosas que nos te no tiene que ser un avergüenza y que nos personaje de Cien años tiene en la ruina —en la de soledad dice que “la moral y en la otra— vitierra es redonda como viendo en una ciudad una naranja” está afir- destronada, en un demando algo que no se partamento de increíble puede rechazar con el atraso. Ni más acá ni más allá ¿Se acabará la chabacanería? Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, jun. 22/87 En sus primeras declaraciones al asumir el Ministerio de Comunicaciones, el doctor Fernando Cepeda Ulloa aseguró que uno de los propósitos que lo animaba en las nuevas funciones que le había encomendado el presidente Barco era el de proscribir de la Televisora Nacional la chabacanería. Esta palabra, que doña María Moliner en su Diccionario de Uso del Español define como calidad de lo que es “basto y de mal gusto”, fue usada por el ministro que acabamos de nombrar. Esa intención que seguramente entraña al mismo tiempo una política y una esperanza, ha llevado el optimismo a millones de colombianos que no se resignan a ver la pobre y lamentable programación de no pocos de los espacios de la aludida agencia del Estado. Es confortante saber que el ministro Cepeda considera que hay chabacanería en nuestra televisión. Este concepto hubo de formárselo él, seguramente sin mayor esfuerzo, como simple particular, como televidente mondo y lirondo. Ese concepto no es gratuito, como que tiene sólidos fundamentos suministrados con desesperante asiduidad, por esa Televisora que se consideró hace tres decenios, cuando se inauguró, que sería un valioso factor para crear y fortalecer la cultura de los colombianos. Detectar la chabacanería, la cursilería, la ordinariez en muchos de los programas que se transmiten por nuestra Televisora no es nada difícil para una persona que sin pertenecer al enrarecido círculo de los “exquisitos” tenga, solamente, un moderado buen gusto, ya proceda éste de la educación recibida o de su propio instinto. No basta, ni mucho menos, con señalar esa chabacanería que ha invadido, también el sector reservado para la publicidad. Es necesario combatirla, erradicarla. Y ya estas son palabras mayores. Porque no se crea que ese mal gusto, que esa vulgaridad a la que se refiere el doctor Cepeda Ulloa, carecen de respaldo. Esos son conceptos que parecen bien arraigados en medios que han llegado a ser poderosos e influyentes en nuestra televisión. Y si agregáramos que hace parte vital de ciertos intereses creados muy probablemente no andaríamos descaminados. Hay “cuñas” comerciales indignas e indignantes por su espesa, chorreante vulgaridad. No es necesario señalar cuáles son ésas porque cualquier hijo de vecino sabe cuáles son. Y hay otras que tratan de ser sexy, eróticas y que en su presentación son de una torpeza francamente pueril y de una obviedad de “bobocomio” aunque otra cosa piensen los que las han ideado, tan “picarones” ellos, ¿verdad? ¿No habrá modo de conseguir mayor diversidad entre los noticieros, que son predominantemente repetitivos? En defensa de esta monotonía, si llegare el caso, eso se supone fácilmente, se producirá un vehemente y enfático sartal de argumentaciones. Y quien disienta de esa monotonía se verá apabullado por quienes la defienden no solamente porque la consideran buena sino inevitable, como un producto fatal del más alto periodismo. En nombre de los sagrados intereses culturales de la patria, los cuales deben preservarse, se ha formado una especie de frente adverso a lo que se llama los “enlatados”. Cuando se hace tremolar la bandera venerada para consagrar la intangibilidad de las telenovelas, pobre de aquel que se atreva a decir que la mayor parte de esos engendros hacen mucho más daño que beneficio y que lejos de contribuir al per- feccionamiento espiritual de los colombianos abaten el espíritu y, frecuentemente en mal español, enturbian el alma de aquellos televidentes que ven en la pequeña pantalla, para su total desorientación, paradigmas de arte y refinamiento. Es cierto que las telenovelas han llegado a ser muy populares, inquietantemente populares. Y hay quienes, a nombre de una presunta democracia, dicen que al pueblo hay que darle lo que el pueblo quiere. En materia artística, en materia cultural, ¡dígame usted! El pueblo colombiano, mejor dicho, el pueblo de Boyacá y Cundinamarca estarían consumiendo chicha todavía si el doctor Jorge Bejarano como ministro de salud no hubiera erradicado el consumo de esa bebida fermentada que tenía hondo, profundo arraigo. Si en aquellos tiempos se hubiera hecho una encuesta entre los aficionados a la chicha pues, entonces, nadie habría acabado con la chicha y la chicha continuaría acabando con los chichómanos. Adecentar, desplebeyizar, deschabacanizar nuestra televisión tal como lo quiere el ministro de comunicaciones es un noble propósito difícil de coronar con éxito. Encontrará oposición. Será una oposición poderosa, influyente. Pero es ésta una batalla que debe librarse. 185 OTRO GRANDE INTELECTUAL COSTEÑO Reportaje con Alfonso Fuenmayor Julio Olaciregui El Heraldo, ago. 4/75, tomado de El Espectador Alfonso Fuenmayor no encaja en su historia: periodista por extravío, político por amistad, lector por vocación, escritor por naturaleza y personaje literario sin proponérselo. Si no fuera aún un hombre reposado y de cabellos grises, el discreto lugar que se empeña en dejar para sí en algunos de los hechos más importantes que nos han sucedido en esta última mitad del siglo podría ser interpretado equivocadamente. Para fortuna de él, a quien seguramente no deben importarle mucho estas cosas, quienes le han conocido un poco más allá del rápido e idéntico saludo entregado durante muchos años en la puerta de El Heraldo saben que su discreción, su humor, su modestia y su desprendimiento son inevitables sin que ello tenga algo que ver con la edad. Después de escribir durante largo tiempo “sobre los huecos de la calle San Blas o sobre las mangualas en el Concejo de Barranquilla”, como él mismo lo dice —“sin mucho entusiasmo”— su nombre ha sido retirado del cuerpo directivo de El Heraldo, en donde figuraba con el cargo de subdirector, y públicamente se ha anunciado su jubilación. Hay quienes dicen que el sentido de esta palabra, relacionado con él, nunca fue más injusto. “Nunca creí que en realidad fuera periodista: yo me extravié en el periodismo y no sé si encontré la salida muy tarde”, confiesa como tratando de apartar de sí toda sombra de burocratismo, negando, al mismo tiempo, toda esa serie de conceptos gastados que suelen utilizarse en estas oportunidades y que hablan del “deber cumplido” o de “merecido descanso”. Alfonso Fuenmayor es también —y sólo, paradójicamente, quienes le conocen de verdad lo saben a ciencia cierta— una leyenda en Barranquilla. Su viejo carro gris suele ser visto en las tiendecitas de barrios de la ciudad y las anécdotas sobre sus lúcidos apuntes humorísticos podrían llenar todo un libro. Su aspecto físico es el de un descuidado poeta que tuvo que soportar durante largos años muchas cosas cotidianas y sin sentido. Hay la certeza de que el senador Fuenmayor, como le llama Álvaro Cepeda Samudio en su libro póstumo Los cuentos de Juana, siempre estuvo muy por encima del complejo y mezquino mundo social-político que inevitablemente giraba en torno a él cuando desempeñaba su cargo de subdirector del más importante matutino liberal de Barranquilla. Y no obstante su aparente desinterés por las cosas, su oficio le obligó muchas veces a utilizar su habilidad en el manejo del lenguaje, su pulso en el dominio de las 186 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 186-189. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 A.F. metáforas y los adjetivos, con resultados que aún no olvidan ni perdonan algunos políticos barranquilleros veinte años menores que él. LOS MOTIVOS SECRETOS En cualquier otra parte del mundo la gente puede hacer las cosas pensando en la inmortalidad o la fama. En Barranquilla, extrañamente, tales cosas no suceden y la sabiduría popular lo ha confirmado. Se cuenta que cuando García Márquez regresó a la ciudad después del deslumbrante éxito inicial de Cien años de soledad fue recibido en el aeropuerto por decenas de periodistas y miles de curiosos. El novelista que aún no se acostumbraba a aquellos trajines, se asustó ante aquel recibimiento de reina o futbolista famoso y cuando, desesperado y temeroso, trataba de eludirse, uno de sus antiguos camaradas de parranda, un chofer de taxi, le dijo para tranquilizarlo: “No te preocupes, Gabito, que aquí no hay fama que dure quince días.” Tal vez por estas razones es que a Alfonso Fuenmayor le resulta un tanto insólito que algunos de los críticos literarios más importantes de América Latina —como Ángel Rama o Mario Vargas Llosa— o profesores de universidades de los más retirados rincones del mundo vengan hasta Barranquilla a anotar, investigar, escudriñar, perseguir o comprar datos, fotografías y recuerdos sobre un grupo de amigos que por los años 50 se dedicaba en esta ciudad a vivir tan intensamente como podrían hacerlo en cualquier otra parte dos muchachos que escribían, uno que pintaba, otro que hacía críticas de cine, uno que leía mucho, otro que amaba los deportes y muchos más que tenían bastante con sus anécdotas, sus borracheras, sus personalidades y travesuras. Y para Alfonso Fuenmayor, que formaba parte del mismo grupo junto con Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas y Alejandro Obregón, aquello no tuvo ni tiene otra importancia distinta de la verdadera amistad, y su pensamiento, en este sentido, ha coincidido plenamente con el del autor de Cien años de soledad cuando expresa que él escribe para que sus amigos lo quieran más. Ricardo Ortiz McCormick, Montoya, Juan Ramón Jiménez, Alfonso Fuenmayor y José Salgar. San Juan, Puerto Rico, 1957. 187 “No puedo hablar de que el haber formado parte de este grupo haya sido realmente una cosa importante para mí porque no lo miro con ese anteojo; Gabito es un monstruo de la literatura universal y esto no lo discute nadie, pero primero que todo es mi amigo: no lo querría menos si no hubiera escrito su obra”, señala ahora al revelar los motivos de su aparente escepticismo. No obstante, pese a la imagen que trata de dársele al asunto, el grupo se integraba precisamente con base en el despierto ingenio de quienes le conformaban y que, al mismo tiempo que les permitía visitar prostíbulos baratos y desfilar en una batalla de flores, les hacía publicar y discutir sobre arte y literatura. Como prueba de ello están algunos numeros del semanario Crónica —cuyo irreverente lema era: Crónica: su mejor week end dirigido por Alfonso Fuenmayor, con García Márquez de jefe de redacción y con un comité integrado por José Félix Fuenmayor, Meira Delmar, Benjamín Sarta, Julio Mario Santo Domingo, Adalberto Reyes, Álvaro Cepeda Samudio, Orlando Rivera y Juan B. Fernández. Fue precisamente Vargas Llosa quien señaló en su libro Historia de un deicidio el papel que jugó en la vida del autor de Cien años de soledad, la conformación de aquel grupo: “El fracaso emocional editorial de su primer libro no le afectó demasiado porque su vida en Barranquilla, aunque ajustada, era exaltante. Había ante todo esa honda fraternidad entre él y Germán Vargas, Álvaro Cepeda y Alfonso Fuenmayor. Este último, mayor que los otros, era el mentor intelectual del grupo, quien descubría a los autores extranjeros que leían con avidez: Faulkner, Hemingway, Virginia Woolf, Kafka, Joyce.” EL SABIO CATALÁN Oyendo hablar a Alfonso Fuenmayor de todas estas cosas se intuye sin embargo que el contacto con Ramón Vinyes, el sabio catalán que aparece al final de Cien años de soledad, fue un hecho verdaderamente importante para él y los otros. La relación entre ambos se describe en esta novela exactamente como debió ser en la vida real. Vinyes, que había regresado a Barranquilla a principios de 1940, había abierto una librería en esta ciudad y había conocido a Alfonso movido por la curiosidad de saber quién se interesaba en Barranquilla por leer un libro llamado Rimbaud le voyant de Rolan de Reveille, obra que éste había solicitado a su padre durante una convalecencia. De ahí nació una gran amistad entre ambos, pese a la ostensible diferencia de edades, que pronto se fue extendiendo a todo el grupo. Sobre la erudición del sabio —contenida en montañas de manuscritos ilegibles— y las inquietudes de Fuenmayor, García Márquez se permitió fabular en su obra de la siguiente manera: “Habiendo aprendido el catalán para traducirlos, Alfonso se metió un rollo de páginas en los bolsillos, que siempre tenía llenos de recortes de periódicos y manuales de oficios raros, y una noche los perdió en la casa de las muchachitas que se acostaban por hambre.” A Fuenmayor, de aquel tiempo, le quedó, como una señal, una pasión voraz por la literatura que le ha ayudado a sobrevivir por sobre la presencia de una incómoda soledad. El silencio de su casa en El Prado y la inmensidad de su biblioteca, desordenada y llena de tesoros, constituyen buena prueba de ello. Sus palabras lo corroboran igualmente: “No siempre en uno influyen los mejores autores: no podría decir cuáles han influido en mí pero sí cuáles me han agradado más y cuáles leo siempre con bastante deleite. Dejando de lado a los griegos disfruté y sigo disfrutando de la lectura de Boccacio, Cervantes y Quevedo. 188 Foto de Guillermo Angulo A.F. Rabelais, Proust, Shakespeare y Fielding; lo mismo me pasa con Graham Greene, Camus, Malraux, Faulkner y Virginia Woolf; siempre me impresionaron mucho Ubu Roi y Le Grand Maulnes; para mí los más grandes escritores de la lengua castellana se llaman Rulfo, García Márquez, Borges y Martín Luis Guzmán. LA DIOSA KALI Pese a lo mucho que ha vivido y hecho, Alfonso Fuenmayor se siente frustrado: “Si mi horóscopo fuera el de la insatisfacción yo diría que mi horóscopo es fiel: con nada estoy satisfecho: gran parte de las cosas con que me he comprometido las he hecho por salir del paso en busca de algo a lo que no he llegado; sin embargo, para las cosas que hubiera querido hacer no me ha faltado tiempo sino manos. Todos tenemos 24 horas cada día. Y hay un día memorable en mi vida: el día en que sentí envidia porque vi la estatua de la diosa Kali que tenía 16 manos: con 16 manos se multiplican los días; me da pena decir que me siento frustrado ya que nadie me obligó a hacer lo que he hecho.” Pese a la imagen que podría sustraerse de estas palabras, Fuenmayor se dispone a hacer dos cosas muy interesantes durante los próximos meses. Hacia finales del año deberá entregar a Carmen Balcells, la agente literaria de García Márquez, los manuscritos de un libro sobre el grupo de Barranquilla y sus andanzas. Nadie más autorizado que él para redactarlo. Y en enero, si no cambia la situación en Portugal, se dispone a asistir a una reunión del Tribunal Russell en ese país. Si se siente satisfecho por estas cosas no es fácil averiguarlo. Pero si ello le impide regresar a las tiendecitas y releer de tarde en tarde a León de Greiff, tal vez para él no valga la pena. 189 Ni más acá ni más allá Haciendo comparaciones Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, jul. 24/87 Hay frases que se dicen y que, de tanto repetirlas, adquieren el brillo, muchas veces dudoso, de las verdades rotundas y se apropian del prestigio que se le asigna a ciertos apotegmas de valor imprescindibles. En las discusiones, un poco como los destellos de un puñal en una reunión de caballeros, esas frases se aducen en forma que llega a ser concluyente, definitiva. Nada sigue después, sólo el silencio y, por supuesto, la pared. Es como la ultima ratio regum que el Rey Sol hizo en sus cañones. Una de las frases que participa de estas calidades y que viene revoloteando desde el siglo XV, si nos atenemos a ciertos libracos, es “las comparaciones son odiosas.” De esta manera se quieren desterrar las comparaciones hasta de los diálogos más banales. Ocurre, sin embargo, que las comparaciones son convenientes, son necesarias, son indispensables. Y no sería exagerar las cosas si se dice que sin comparaciones no hay conocimiento. Cualquier cosa que se afirme o que se niegue, 190 deros de ese inmueble en donde el Centro Artístico construyó un pequeño teatro, escenario de inolvidables veladas, en donde se colocó la “primera piedra” para un Museo de Arte Moderno. En aquellos tiempos, esa Escuela era una colmena de estudiantes de música y de pintura. Eran los tiempos en que Tica Emiliani la dirigía y en que Alejandro Obregón, el Maestro Obregón, orientaba la sección de artes plásticas. Esta comparación no debe ser odiosa. Debe ser estimulante. en forma expresa o tácita, conlleva una comparación. La metáfora, así quiera disimularlo el retórico más sutil, envuelve una comparación y si las comparaciones son odiosas también lo serían las metáforas, y la poesía difícilmente se concebiría sin metáforas. Son las metáforas, dijo Proust en un estudio soLa Biblioteca Deparbre Flaubert, las que le tamental, que en otros dan al estilo una especie tiempos merecía la atende perennidad. ción de nuestros gobiernos hoy no parece conEl otro día, en un ex- tar entre las preocupacelente editorial sobre el ciones estatales. Y pencual seguramente pasa- sar que al frente de ella ron sus ojos displicentes está Meira Delmar, que quienes debían haberlo no sólo es una de las leído con mayor cuidado voces líricas más puras y detenimiento, se trató del hemisferio sino que el tema del “abandono de cuenta, entre sus atribula cultura” que entre no- tos, capacidades de orsotros se ha adoptado ganización que no son como una política. Due- aprovechadas por la adle decirlo, pero duele to- ministración. A Meira davía más aceptar, con- Delmar no se le proporvenir, en que ello es así. cionan, ni remotamente, los instrumentos míniEn ese editorial se mos que la labor que tiealudía a las condiciones ne encomendada reruinosas en que se en- quiere. cuentra la Escuela de Bellas Artes. Y la compaSigamos haciendo alración, necesariamente gunas comparaciones, odiosa para algunos, bien alejadas del propósurge espontánea cuan- sito de agotar la materia. do se recuerdan aquellos Tuvimos una Banda Detiempos en que era gra- partamental —recordeto pasearse por los sen- mos al maestro Sosa y al maestro Barranco— tuvimos una Orquesta Filarmónica —recordemos al maestro Biava— y hoy en la Escuela de Bellas Artes no hay, ni siquiera, un piano. Tuvimos una Extensión Cultural a la que se le suministraban los medios de hacer una labor plausible, tuvimos una Radiodifusora Departamental, tuvimos una Biblioteca de Autores Costeños. De esto no queda nada. A lo sumo, y no entre muchas personas, el recuerdo. No hay un signo, no hay un indicio, no hay un síntoma que señale, así sea en una etapa incipiente o embrionaria, de que estábamos en víspera de un propósito cultural. Nada se vislumbra que, a este respecto, surgiera una redención. Es cierto que tenemos un hermoso Teatro Municipal, el Amira de la Rosa, pero los gobiernos seccionales nada han tenido que ver con esa espléndida obra. Se dirá que con la cultura está pasando un fenómeno que no es distinto del que se palpa en los servicios públicos, que se advierte en esta ciudad sin andenes, sin parques, sin vías públicas. Y el hecho de que esto sea cierto ha de producir más desconsuelo que satisfacción. Si acaso estamos en lo cierto. Ni más acá ni más allá ¿Pondremos el cangrejo en el escudo? Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, oct. 23/87 Hace un cierto tiempo — dos, acaso tres años— una docena de jóvenes barranquilleros en quienes bullía aquel viejo y noble espíritu cívico que obró milagros en el desenvolvimiento urbano, concibió la idea, en cierto modo piloto, de “rescatar” la Avenida 20 de Julio, conocida por las gentes de ahora como la carrera 43. Evidentemente se trataba de una idea que sólo elogios y cooperación debía suscitar. Esa vía pública de la que bien pudimos ufanarnos en otros tiempos, había venido a menos, muy a menos. Con andenes desportillados y en su mayor parte ocupados por vendedores “ambulantes” de la más variada y sorprendente naturaleza —periódicos y revistas, perros, gatos, artefactos eléctricos, casabes de Mompox, empanadas, buñuelos, guarapo, ropa, etc.— la Avenida 20 de Julio se había convertido en un verdadero zoco marroquí. Esa brigada de civismo compuesta por jóvenes profesionales dispuestos a mejorar las deplorables condiciones de Barran- quilla, trabajó con denuedo y entusiasmo, sin que la indiferencia de algunos y la burla —la estúpida burla— de otros los hiciera cejar en su propósito. Pero a la larga —¡qué triste que esto haya sucedido!— tuvieron que “tirar la toalla”. El mínimo apoyo que requerían para su desinteresada empresa le fue negado. Y, además, tropezaron en su tarea con una hostilidad empecinada. Podría decirse, ante este fenómeno tan decepcionante, que Barranquilla y civismo son cosas incompatibles. El último domingo, quien escribe estas líneas bajaba por el Boulevard Norte y a la altura del Parque Santander, una camioneta atravesada en el carril correspondiente impedía el paso. Al establecer la causa de ese impedimento la reacción no fue de contrariedad sino, por el contrario, de la más honda satisfacción. Unos diez jóvenes barranquilleros provistos de los elementos necesarios, estaban entregados con silencioso entusiasmo a la tarea de reparar los desperfectos que en ese tramo de dicha vía pública se habían hecho peligrosos con inevitable tendencia al empeoramiento. Otro vivo ejemplo de civismo. Cómo es de gratificante comprobar que éste no ha muerto del todo, que haya jóvenes que dediquen un domingo, el bendito día que en el almanaque se consagra al ocio y al entretenimiento, a servir a la ciudad. municipio, que yendo él en su automóvil de placas oficiales, se detuvo junto a unos cuatro individuos que rompían la calle para hacer una de las famosas zanjas. Cuando el funcionario le preguntó qué hacían, el jefe del cuarteto le contestó: —Acaso no está viéndolo. —¿Con qué permiso? —preguntó el funcionario. La verdad es que tam—Rompo la calle, porbién por ahí he visto cua- que me da la real gana. drillas de jóvenes erradicando la maleza que ha Podría hablarse deninvadido los “parques” tro de una cierta atmósque, de esta manera, mal fera de humor negro, de que bien, quedan habili- una rivalidad o emulatados como campos de ción entre quienes redeportes, como escena- miendan las calles y rios para encuentros de quienes las rompen. Y fútbol o de béisbol. también podría evocarse aquí para darle a estas Pero ¡ay!, esto es la líneas un sugestivo toexcepción. Mientras jó- que erudito de la tela de venes como esos a los Penélope, la fidelísima que nos hemos referido esposa de Ulises que tratan de mejorar la ciu- destejía por la noche lo dad en la que viven, otras que por el día había tejicuadrillas de adultos en do, sólo que aquí se rommúltiples sitios abren pen más calles de las que zanjas en el pavimento se remiendan. para efectuar conexiones ilegales en el suministro Barranquilla ha padede agua. Los resultados cido mucho “mojo” en los de esta forma tolerada últimos años. Lo ha redel vandalismo, están a sistido más de lo que pola vista de todos sin ex- dría suponerse. Ahora, cluir las autoridades a entre sus gentes, renace las que suponemos equi- la esperanza con la elecpadas con muy buenos ción de alcalde, que ojaojos. lá no resulte un fiasco. Esto lo tienen en sus maA este escritor públi- nos los mismos barranco le decía, hace poco, quilleros. un alto funcionario del 191 Ni más acá ni más allá El municipio y eso que llaman cultura Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, oct. 30/87 Los distintos gobiernos que en los últimos lustros ha tenido la ciudad han asumido un comportamiento, no podría decirse de hostilidad pero sí de menosprecio o de indiferencia para todos aquellos conceptos que tienen asignado un cupo en la palabra “cultura”. Si acaso ha habido excepciones que por falta de información o por falla de la memoria pasamos por alto, muchísimo querríamos conocerlas aunque sea con la romántica finalidad de señalarlas como ejemplo. Sólo que esas excepciones parecen no existir. Un muro infranqueable, una misteriosa pero persistente incompatibilidad ha querido desterrar de las ocupaciones y de las preocupaciones de nuestros gobiernos municipales todo cuanto atañe —digámoslo sin temor de incurrir en la cursilería— al espíritu, a la cultura. Las administraciones locales no “disparan de esa oreja”. En otras partes, en 192 por cuántos lustros más, careceríamos. Puede decirse, casi es un escarnio, que en el Teatro Municipal no hay nada municipal. ¿Y se imagina el lector qué sería a estas alturas de él si su mantenimiento, si su conservación hubiera corrido de la cuenta del Municipio a partir del momento en que se inauguró? Todos saben cuál es la respuesta y todos saben, también, que la respuesta es triste y deplorable. cambio, los gobiernos municipales tienen y sostienen una Biblioteca Pública, disponen de un departamento o sección de Extensión Cultural, fomentan la actividad dramática, promueven En el despacho del alcentros en donde se en- calde hay —o debe haseña danza y ballet, etc. ber— un hermoso óleo del maestro Alejandro Tenemos, es cierto, el Obregón. ¿Qué alcalde, Teatro Municipal Amira qué concejo tuvo la idea de la Rosa. En su género de llevar a ese sitio esa los entendidos lo consi- obra, que es un homenaderan el mejor del país. je al río Magdalena en las Y esto quizá haga que vecindades de su desemmuchos aquí nos sinta- bocadura, del máximo mos ufanos y orondos. pintor barranquillero que Pero, ¿qué hay del mu- es, también el máximo nicipio allí fuera de la pintor de Colombia? alusión que a él se le hace? Prácticamente naA nadie debe hacer da. Si se hace abstrac- daño que la historia coción de las contribucio- rrespondiente se conozca. nes nacionales, se vería, no hay otra alternativa, Cuando este periodisque los aportes locales ni ta ocupaba una curul en siquiera alcanzarían a el Senado de la Repúblicubrir el costo de los ci- ca en nombre del liberamientos. Y si el presiden- lismo del Departamento te Turbay Ayala no hu- hace ya un cuarto de sibiera tenido la plausible glo, invocando una ley idea de comunicar al según la cual todo edifiBanco de la República cio público debía emque se encargara de ese plear un cierto porcentateatro nadie debe dudar je de su costo para la adde que de él y quién sabe quisición de obras plás- ticas ejecutadas por artistas colombianos, destinó de lo que se llaman partidas de Fomento Regional, la modesta suma de cincuenta mil pesos para esa obra que le fue encargada al maestro Obregón. De manera, pues, que en la adquisición de ese cuadro tampoco hay un peso, un solo peso, del erario municipal. En marzo del año entrante los barranquilleros elegirán, por dos años, su alcalde. Se espera —y ojalá no sea vana esperanza— que esa modalidad determine el cambio, el gran cambio que la ciudad necesita y que los barranquilleros han negado al abstenerse de votar, en mayoría, en los comicios que sucesivamente tienen lugar. Entre las muchas cosas que un alcalde puede y debe hacer por la ciudad está la de vincular su administración en forma efectiva y consistente a la Biblioteca Departamental, a la que un abandono inexcusable y bárbaro tiene condenada a una vida vegetativa como si nuestros gobernantes ignoraran que una biblioteca, muy especialmente una biblioteca pública, es un organismo en permanente expansión. Ni más acá ni más allá Jingoísmo, chauvinismo, patriotería, fútbol Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, nov. 9/87 Hace más de una semana, yendo para mi casa, me detuve en el kiosko ABC de los hermanos Salgado. Me sorprendió ver tanta gente reunida allí. Acaso más de un centenar de personas frente a un televisor, desbordaba el parqueadero. Un locutor que alternaba con otro no menos estridente, vociferaba “¡Colombia!, ¡Colombia!”, y a renglón seguido, ignorante del papel que le corresponde representar a un locutor, a un narrador, clamaba y proclamaba la superioridad, para él indiscutible y axiomática de “nuestro” fútbol sobre el de Uruguay. Según los promotores de esa ensordecedora algarabía, había que dar por seguro el triunfo de “nuestros compatriotas” sobre aquellos pobres muchachos del Peñarol que, ni más ni menos, se habían metido en camisa de once varas. como escenario, en ese momento, un estadio de la ciudad de Santiago de Chile. Era notorio que el América de Cali no tenía “hinchada” entre aquellos espectadores, no pocos de los cuales, desprendiéndose de los comentarios que oían esperaban ver el triunfo de los jóvenes uruguayos entre los cuales pretendían encontrar más coraje y más calidad. Partidarios del América de Cali, eso podía advertirse, no abundaban. —El América de Cali no es Colombia —comentó alguien y, por otra parte, agregó—: ninguno de los once hombres que llevan puesta la camiseta roja, nació en Cali. —En cambio —complementó otro de los curiosos—, los del Peñarol sí son representantes auténticos del Uruguay porque todos son uruLos gritos histéricos guayos de nacimiento. de los “narradores” no suscitaban acogida alguLos locutores, que alna entre los circunstan- ternaban como narradotes, muchos de los cua- res de un partido que no les más bien seguían en los necesitaba por cuansilencio las peripecias to todo el mundo estaba deportivas que tenían viéndolo, gritaban, se desgañitaban para estimular, para animar, ¿a quién o quiénes? Obviamente no a quienes podían necesitar que se les estimulara o se les animara, es decir, claro que no a los jugadores, a los protagonistas ya que éstos no escuchaban las necias voces de aliento por la sencilla razón de que eso no era posible. La “colombianidad” del América de Cali es de mentirijillas y suscita sonrisas. El América de Cali, al igual que todos los equipos que participan en el fútbol profesional que se juega en el país, es una colcha de retazos, un mosaico de nacionalidades de donde resulta una inconsecuencia y podría decirse que una ridiculez insuflarle patriotismo a un equipo en el cual las estrellas son extranjeras y, el relleno, colombiano. Hay que exceptuar, desde luego, al Atlético Nacional de Medellín, cuyos integrantes, todos, son colombianos. Aquella persona que bautizó con el nombre de “fanático” al partidario de un equipo de fútbol, por ejemplo dio en el clavo. El fanático no piensa, no razona, como que se despoja de las cualidades propias de la inteligencia. Pero, al menos por el momento, dejemos las cosas de este tama- ño. Y volvamos, para decir hasta luego, al América de Cali. La derrota de este equipo a manos, o a pies, de los jóvenes uruguayos del Peñarol fue considerada por un gran número de compatriotas algo así como una catástrofe nacional. ¿Acaso se ignoraba que el fútbol de aquel país, el más pequeño de la América del Sur, como que cabe tres veces dentro de nuestro territorio, es superior — siempre lo ha sido— al colombiano y que, en tres ocasiones, ha sido, en este deporte, campeón del mundo? A los hechos hay que pedirles lógica y es lógico lo que ha sucedido. Cuando terminó el partido no era la primera vez que ocurría lo que entonces sucedió: el Peñarol, una vez más, ganaba la Copa Libertadores. El último comentario que escuché de aquel público, decía, en su esencia: —¿Puede considerarse colombiano un equipo como el América de Cali en el que son extranjeros los jugadores que hacen los goles y en el que es argentino el portero que no se los deja hacer? 193 Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla de Alfonso Fuenmayor Intento de reseña sobre un libro no publicado recientemente Marjorie Eljach La última vez que tuve en mis manos Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla de Alfonso Fuenmayor fue cuando mi amiga Sammy hacía su tesis acerca de la tragedia griega y su influencia en la obra de Álvaro Cepeda Samudio. Ella buscaba en aquel entonces todo lo que pudiera acercarla al autor intrínseca o extrínsecamente (por utilizar terminología técnica) y yo la ayudaba dándole ánimos en su empresa y de paso leyendo las curiosidades bibliográficas que había en su habitación. Así fue como me reencontré con las Crónicas, un libro que ya no se publica y que cada vez se hace más difícil de encontrar en las librerías. Casi siempre, si no se tiene y se pretende leerlo o releerlo, es mejor buscarlo en una biblioteca o preguntar a los amigos, alguno de ellos se compadecerá y lo prestará con cierta actitud recelosa. Pues bien, mi segundo reencuentro con el libro lo tuve en la biblioteca de la Universidad, donde para fortuna de los interesados en el Grupo de Barranquilla, hay dos ejemplares muy bien conservados. Veo el libro y en lo primero que me fijo esta vez es en la bandera, una publicación del Instituto Colombiano de Cultura en su época más brillante, directora Gloria Zea, asistente Juan Gustavo Cobo Borda, director de publicaciones Santiago Mutis Durán, y pienso, somos lectores afortunados. Releo la primera parte y se me ocurre que todas las crónicas de este libro son una evocación sin pena, y el que evoca sólo transmite la alegría de haber sido partícipe de un hecho relevante en la historia de la Literatura. Primero la reflexión sobre el acto de recordar y su significado, todo ello acompañado por el sentido del humor como un recurso para evitar caer en el lugar común de la nostalgia. Inmediatamente después de esta reflexión, casi a manera de disculpa, como no queriendo sucumbir ante el tópico del pesado anciano que aburre a todos con sus recuerdos, pasa al origen del nombre. El Grupo de Barranquilla fue bautizado en Bogotá por Próspero Morales Pradilla, información que para los no iniciados siempre será sorprendente así tenga más de cuarenta años. Luego, un breve paso por las vidas de Ramón Vinyes y José Félix Fuenmayor que en un giro didáctico, hace al lector saber al lector quiénes eran estos personajes y conocer su posición al interior del Grupo. Ambos, destacados escritores cuya influencia en jóvenes como Cepeda o García Márquez va más allá de conversaciones triviales sobre escritores de moda sostenidas en tiendas de barrio, el uno les muestra los caminos de la hermenéutica y el otro les enseña a escribir. Así, este libro se convierte en un recorrido por las calles de una Barranquilla plena de personajes con intenciones y talento literario, pictórico, cinematográfico. Personajes que se reinventan al mismo tiempo que son reinventados por Fuenmayor en el ejercicio del recuerdo donde el espacio urbano es difícilmente reconocido por un joven lector en este momento histórico. Y si la intención de la crónica no era una lectura de la ciudad, con el paso de las páginas parece que lo va logrando, pero la ciudad que se lee es la del narrador y la de sus personajes que van de una tienda a otra, de un libro a otro, y que viven en el negro sobre blanco impreso en Linotipia Bolívar en 1978. 194 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 194-194. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 Ni más acá ni más allá Por una historia de la literatura colombiana Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, feb. 1/88 En una carta larga y a ratos enigmática y desconcertante (en ella había frases como la vida es igual a un gato, las sobras que dejamos en el plato es lo que nos haría perfectos, etc.) un amigo me pidió que le enviara una buena historia de la literatura colombiana. Este amigo, que, según mis recuerdos en la carta, me deparaba un trato más cordial que el que me brindaba años atrás, en nuestras entrevistas personales, se me había perdido en el mapa y ahora boyaba (la palabra se la tomo a Quique Scopell) en esta misiva. En seguida pensé evocando a Ortega y Gasset, que en el género epistolar la mujer sobrepasa, en mucho, al hombre. Y quien lo dude que lea o relea (con seguridad no perderá su tiempo) las cartas de Madame Sevigné a su hija y verá cuánta razón tenía don Pepe. Están, entre otras, por supuesto, las cartas de Lord Chesterfield a su hijo Felipe, pero esas cartas, fue lo que de ellas dijo el doctor Johnson, enseñan la moral de una prostituta y las maneras de maestro de baile. actividad que siempre me ha parecido un poco extraña. Uno empieza por aislarse, por descontinuar la rutina que lo avasalla, por suspender lo que estaba haciendo para, entonces, prestar su atención a otra cosa. Cuando la carta concluye, la persona retorna a su vida ordinaria. Otra carta es como un entreacto, como un aislamiento. Aunque por ahí andan algunos originales que aseguran sin autoridad y sin convicción que la literatura colombiana no existe, lo cierto es que hay varios libros, algunos con una impresionante abundancia de páginas y de autores que se titulan, palabras más palabras menos, Historia de la Literatura Colombiana. A mi modo de ver, un modo de ver que no es exclusivo ya que, por lo que me consta, lo comparte mucha gente, esos manuales adolecen de más defectos que virtudes. Se incurrirá en una imperdonable injusticia si alguien se atreviera a echarle los caballos de Escribir cartas es una frente a la amena Histo- ria de la literatura en la Nueva Granada que escribió el entretenido laborioso, amable fundador de El Mosaico, don José María Vergara. Este agradable santafereño, que fue muchas cosas (parlamentario, diplomático, académico, novelista, dramaturgo, periodista y… paremos de contar) acometió la redacción de esa obra partiendo de cero, es decir, sin disponer de obras de consulta o referencia y realizó, por archivos de aquí y de otras partes, prácticamente con las uñas, una dispendiosa labor de investigación. La suya fue, muy probablemente, la primera historia literaria que se publicaba en América Latina. Este libro de Vergara y Vergara se lo enviaré, por supuesto, a ese lejano amigo, pero su lectura sólo le dará una visión muy fragmentaria de nuestra literatura. Desde luego, hay otras obras que pretenden ser una historia de nuestra literatura. Están las que con ese nombre escribieron, entre otros, Nicolás Bayona Posada, Gustavo Otero Muñoz, Javier Arango Ferrer, el padre jesuita José Ortega Torres y a la que le convendría una buena poda, una poda inexorable. Desde luego, no nos hemos olvidado de la de don Antonio Gómez Restrepo que quizá sobrepasa en calidad a todas las demás. Los libros de Rafael Maya sobre literatura colombiana pueden considerarse como los mejores de todos, y los escritos por Carlos Arturo Caparroso sobre nuestra poesía no han sido superados. El otro día invité a Germán Vargas para que escriba una historia de la literatura colombiana, la historia que está haciendo falta y que, en vano hasta ahora, tantos esperamos. Germán tiene todos los atributos que se requieren para acometer esa obra con éxito. Producto de las lecturas que comenzó hace muchos años, posee un conocimiento auténtico, de primera mano, de nuestros escritores (poetas, novelistas, cuentistas, dramaturgos, ensayistas, historiadores, periodistas, filólogos, cronistas y hasta oradores); tiene buen gusto, criterio certero, posee la laboriosidad y disciplina requeridas. Y tiene, además, lo que no es desdeñable: un inmenso público que acogería esa obra. A ese amigo que me pidió una buena historia de nuestra literatura, le diré que esa buena historia no existe, pero que existirá si Germán la escribe. 195 Ni más acá ni más allá Un buen regalo Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, mayo 18/88 Los “cuatro discutidores” de Cien años de soledad (Álvaro, Germán, Gabriel, Alfonso) nacimos en el mes de marzo. Todos en Barranquilla, con la excepción de Gabito, que había lanzado su primer berrido en Aracataca. En mi casa veían con una especie de terror la llegada de ese tercer mes del año. Los festejos de los correspondientes cumpleaños se escalonaban peligrosamente. El primero en celebrarse era el de Gabito, cuando yo le recordé que ese mismo día, sólo que en Italia y en 1475, había nacido Miguel Ángel, se mostraba calladamente complacido. Según cuenta Vasari, aquel remoto 6 de marzo “Mercurio y Venus habían entrado con benigno aspecto en la morada de Júpiter, lo que anunciaba que debían esperarse del niño que acababa de nacer obras maravillosas y extraordinarias, tanto en lo tocante a las artes manuales como al intelecto.” En cuanto a Álvaro, estuvo a punto de no nacer en ese mes pues vino al mundo cuando falta- 196 ban pocas horas para que abril irrumpiera en el calendario. Puede ser pueril pero el hecho de que hubiéramos nacido en marzo parecía proporcionarle al grupo mayor cohesión y hasta un sello de fraternidad. En un principio todos creíamos que Gabito había nacido en Sucre, entonces perteneciente al departamento de Bolí- tres días después regresó con la partida de nacimiento sin la cual no podrían expedirle la cédula de ciudadanía. Para ese entonces cumplía los veintiún años. No nos mostró el documento porque lo había dejado en el “rascacielos” como él llamaba la casa de huéspedes en donde ocupaba un cuarto por el que pagaba dos pesos cada día. Nos contó que al llegar a Aracataca lo primero que hizo fue pedir una cerveza en la cantina que figura en casi todos sus libros. Allí fue reconocido por unos parroquianos ya entusiasmados por las razonables cantidades de ron caña que habían consumido. Y Ilustración original var, en una enorme casa que, si mal no recuerdo, la llamaban el Hospital. Pero un día, para sorpresa de todos, Gabito nos dijo que se iba para Aracataca a sacar su partida de nacimiento. Dos o todo se le facilitó entonces a Gabito. El secretario de un juzgado que había estado en la mesa regresó con la “partida de nacimiento”. Alguien observó que hacía falta un sello. Entonces el juez pidió un plátano verde y un cuchillo: cortó el plátano y lo usó como un sello. —Ahí tienes tu partida de nacimiento —le dijo el juez. La risa con que recibimos el cuento en el Café Colombia no quería decir que no lo hubiéramos creído. Todo el mundo sabe que Gabriel García Márquez se hizo acreedor al Premio Nobel de Literatura con la publicación de Cien años de soledad, en 1967. Si entonces se le hubiera concedido el famoso galardón, Gabito, que entonces tenía treinta y nueve años, habría sido el escritor más joven premiado por la Academia Sueca, puesto que Rudyard Kipling lo recibió en 1907 cuando tenía 42 años, y Albert Camus, fallecido en accidente de tráfico en 1960, lo ganó tres años antes cuando contaba 44 años de edad. El primer domingo de este mes, Gabito celebró su sexagésimo cumpleaños en ciudad de México, donde parece haber fijado definitivamente su residencia, donde nació Gonzalo, su hijo menor, y donde hace pocos meses vio la primera luz su primer nieto. Nadie que lo conozca puede sorprenderse que el genial escritor haya pasado ese día discretamente, sin bulliciosos invitados, como si en lugar de agregar a su vida un año más sólo estuviera sumándole un nuevo día. Un buen regalo en su cumpleaños, una buena “cuelga” como decimos aquí empleando un arcaísmo, se la dio el Congreso de los Estados Unidos al derogar la ley Mc- Carran-Walter que se venía aplicando para impedir la entrada a los Estados Unidos a las personas que se consideraban, como se dice, de extrema izquierda. Por años García Márquez ha figurado en la lista de las personas indeseables en aquel país. Para recibir el título de doctor Honoris Causa que le otorgó hace muchos años la Uni- versidad de Columbia tuvo que servirse de un permiso restringido, semejante al que en otras oportunidades ha logrado para entrevistarse, por razones comerciales, con editores. Ya esta prohibición se levantó. El columnista norteamericano Carl Hiaasen se pregunta si García Márquez visitará de aho- ra en adelante los Estados Unidos. Seguramente que sí. Gabito tiene allá los mejores críticos, los mejores escritores, muchos amigos. Y disfruta intensamente las breves visitas que ha hecho, principalmente a Nueva York, cuyas librerías escudriña. Sí; éste es un buen regalo de cumpleaños. Ni más acá ni más allá Indagando la opinión pública dad es que ello no es así. Uno no debe opinar sino sobre aquellos temas que de alguna manera conoce. En la práctica no es así. Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, mayo 23/88 Los televidentes, en especial los aficionados a los noticieros, a menudo ven a un reportero, especialmente del sexo femenino, que armado de un micrófono, formula preguntas a indeterminados y, también, desprevenidos transeúntes. Los interrogantes se enderezan a saber y dar a conocer lo que el hombre de la calle piensa sobre asuntos que, en ese momento, son de actualidad o de “palpitante actualidad” como prefieren decir tantos periodistas. “Qué opina usted…”, dice el encuestador, y el encuestado, entonces responde. nomina “un sondeo de la opinión pública”. Esto es periodismo, y no cualquier periodismo sino periodismo moderno. En Colombia, gracias a Dios, todos disfrutamos del derecho de opinión que consagra la estructura jurídica de la nación. Y es así, haciendo uso de esa prerrogativa inherente y esencial en una democracia, como todo el mundo opina. Cualquier diccionario dice que opinión es el “modo de juzgar sobre una cuestión, concepto que se forma o tiene de una cosa cuestionable.” Aunque se crea que todo el mundo tiene Esto es lo que se de- derecho a opinar, la ver- brían dado el Premio Nobel? De ese tenor son las opiniones que los reporteros se encuentran por esas calles de Dios. —¿Cómo le pareció El amor en los tiempos del cólera, la última novela de García Márquez? —pregunta el telerreportero. —Formidable, formidable, como todos sus libros —responde el telerreporteado. —¿Qué libros ha leído usted de García Márquez? —¿Cree usted que la cooptación debe mantenerse? —pregunta el reportero. —No, de ninguna manera —contesta el interrogado. —Dígame, ¿sabe usted lo que es cooptación? —¿Cómo se le ocurre? Por supuesto que no… —¿Entonces por qué Un poco mohíno, el in- dice que no debe conserterrogado contesta: varse? —La verdad es que no he leído ninguno. Después de rascarse —¿Entonces, por qué la cabeza con el índice de asegura usted que los li- la mano derecha el ciubros de García Márquez dadano contesta: son buenos? —Pues, a mí no me —Bueno, eso es lo que gustan las palabras que dice todo el mundo. ¿Cree terminan en on y ocurre usted que si los libros de que cooptación termina García Márquez no fue- en on. ran formidables le ha- 197 do que vendo lotería? A propósito de la elección de Jaime Pumarejo como alcalde de Barranquilla, una telerreportera le pregunta a un lustrabotas: —¿Qué opina usted de lo que está pasando con el puerto? —Eso era de esperar… ¿A quién se le ocurre eso de abrir Bocas de Ceniza? —A los ingenieros hidráulicos. —Los ingenieros no saben ni dónde están parados. —¿Usted qué es? —¿Acaso no está vien- —¿Qué opina usted de la decisión del Consejo Nacional Electoral al declarar electo al doctor Jaime Pumarejo alcalde de Barranquilla? —Pues, ¿qué va a parecerme…? eso es una vagabundería. Ilustración original Un día de estos hay problemas en el canal navegable que conduce desde el mar hasta el Terminal. El periodista detiene a un peatón en el Paseo de Bolívar. —¿En qué se funda usted para opinar de ese modo? —En que todo es una vagabundería… —¿Y si el vencedor hubiera sido el doctor Gustavo Certain? —Sepa usted que yo no cambio de opinión… pues habría sido, también una vagabundería. —¿Por quién votó usted? —Por nadie… yo no tengo cédula. Como se ve: nada tan bueno como efectuar encuestas, como indagar la opinión pública. Ni más acá ni más allá darle origen a varios idiomas. Por el momento, ya que es incomprobable, inclusive con la colaboración de las computadoras, podemos decir que se Alfonso Fuenmayor trata de una profecía desDiario del Caribe, junio 6/88 tinada a disfrutar de una eterna juventud. Para un europeo es cosa los conquistadores espaEsta predicción con sorprendente, diríase in- ñoles. Nada semejante creíble: que un viajero ocurre en Europa en don- patrocinadores tan iluspartiendo de la Tierra del de cada nación, y son tres como Cuervo, en el Fuego pueda andar miles muchas, tienen su propio pasado, y tan ilustres en nuestros días como Gay miles de kilómetros, pa- lenguaje. briel García Márquez, tiesar por dos docenas de países y llegar por fin a Desde hace más de un ne a su servicio alentadoMéxico sin haber necesi- siglo viene diciéndose que ras teorías y no carece de tado, para entenderse con esto no durará indefinida- confortantes indicios. El la gente que encuentra, mente puesto que llega- español que se habla en de idioma distinto de rá un día en que el espa- nuestra América —en aquel que, hace casi qui- ñol, como ocurrió con el mayor grado que el que se nientos años, vino a es- latín, se convertirá en len- escribe— varía de país a tas latitudes en boca de gua muerta no sin antes país pero los cambios que La mayor diferencia 198 se advierten están muy lejos de impedir la mutua comprensión. Probablemente es del argentino del cual más se diferencia “nuestro” español. Hay tangos quizá elaborados en conventillos bonaerenses con profusas interferencias lunfardas, que resultan indescifrables para el común de los colombianos. Si no, veamos el primer verso de un tango famoso compuesto por el no menos famoso y genial Enrique Santos Discépolo, que dice: Sola, fané, descanyada, El mundillo de la anécdota está lleno de casos lengua muerta las obras de Anatole France serán estudiadas en los colegios como se hace hoy con Tácito.” náculo para impedir contaminaciones provenientes del exterior. No es eso, precisamente, lo que han hecho los estadinenses, los ingleses, los franceses que admiten sin género alguno de repugnancia cuantas palabras extranjeras sean necesarias para expresarse adecuadamente en los tiempos que corren. La Real Academia Española ha empezado a dejar de ser el hosco cancerbero de otros tiempo y ha abierto o entreabierto aquella puerta que por tantas décadas mantuvo cerrada no sin que el español se desactualizara. idiomas del mismo modo que del latín surgieron las lenguas romances. Puede pensarse, con fundamento, que ese proceso ya empezó. lea estas líneas. Mi amigo Fidel que sucesivamente ha sido policía, cartero y conductor de taxi en ese enorme conglomerado humano, me confesaba, en una de aquellas pláciAlfonso Fuenmayor das charlas del Clancy’s Diario del Caribe, ago. 19/88 que él sólo conocía fragmentos de esa ciudad en Un amigo que había he- como mis manos. la que ha estado viviencho varios viajes, espodo durante un cuarto de rádicos y breves, a Nueva Yo de buena gana hu- siglo. York, en alguna ocasión, biera sonreído con una dentro de una de esas sonrisa que de sobra se Bernardo Rueda, el conversaciones que lan- justificaba si mi contertu- fino y culto gerente de la guidecen sin remedio, me lio de ese momento no Federación Nacional de dijo: hubiera sido una persona Cafeteros de Nueva York, por la que siento verdade- ciudad en la que vive des—Conozco Nueva York ro afecto, y que espero no de hace cosa de quince años, me decía que una familia neoyorkina que vivía en el mismo edificio donde él tiene su apartamento, salía de excursión, cada fin de semana, con el propósito de conocer, de descubrir Nueva York. Sus vecinos, me decía Bernardo, regresaban de esas excursiones no sin traer como trofeo hallazgos a menudo insólitos. en el que una persona de buenos modales y de irreprobable educación emplea en un país distinto del suyo una palabra que, proscrita donde la dice, hace sonrojar a quienes la escuchan. Aunque de alguna manera sobrevivan en bibliotecas y museos, las civilizaciones mueren y, por supuesto, también mueren las lenguas en que se expresaron. La lengua en que escribió Montaigne, Molière, Voltaire morirá. Al menos eso aseguró uno de sus mejores cultores, Charles Maurras, quien, en el discurso que pronunció al ingresar a la Academia Francesa, dijo: “Cuando el francés sea Por lo pronto los traductores franceses cuando vierten a su idioma una obra escrita por un argentino, aclaran: “traducido del argentino”. No del español. Paradójicamente, quienes están acelerando esta muerte tan vaticinada del español son quienes con más ahínco dicen defenderlo, son los mismos que con gesto ceñudo y con pronta invectiva pretenden tender una especie de cordón sanitario alreEl tiempo dirá si del dedor del idioma ver- español nacerán otros Alguna vez quien estas líneas escribe se paseaba con un amigo por las calles del viejo Madrid y, sin pretender hacer una humorada, le dijo a su acompañante: —Lo que más nos diferencia a los hispanoamericanos de España, es el idioma. En reciente reportaje, García Márquez declaraba, desde luego con más autoridad, algo semejante. Ni más acá ni más allá Conocer una ciudad Conocer Nueva York, estas son palabras mayores… Anatole France aseguraba que de París, la 199 ciudad donde nació y vivió los ochenta años de su vida, conocía “hasta la última piedra.” El señor Bergeret podía hablar así. Nunca salió de la “cara Lutecia”, de la Paname de Carco, ni aún en sus breves viajes al exterior. A Buenos Aires, por ejemplo, fue en “compañía” de Rabelais, en sus noches de Florencia miraba la misma estrella que Madame Caillavet, su ninfa Egeria, contemplaba desde París, con los ojos puestos en el Tahalí de Orión. Conocer una ciudad es cosa muy compleja ya que es más, mucho más que visitar los sitios que la han hecho famosa, los lugares característicos y peculiares. Pero, ¿qué es conocer una ciudad? No lo diré porque en verdad no lo sé. En el último número que recibí de la excelente revista inglesa Tatler, encuentro que una señora próxima a dar a luz pregunta qué puede hacer para contratar una niñera siendo así que no puede pagar las 170 libras esterlinas semanales que cobran quienes tienen esa profesión. La señora encargada de la correspondiente sección en esa revista le aconseja que ponga un aviso en el tablero que hay en la Nueva Casa de Nueva Zelandia en Londres. Y agrega que muchas niñeras calificadas de ese 200 de zapatos de segunda mano. Ilustración original Con todos los datos, con toda la información que obtuvo en el transcurso del tiempo, formó un libro el cual consultaba de acuerdo con las necesidades que podían acosarlo. país pasan por dicha ciudad y tienen dificultades para conseguir alojamiento y ganar algún dinero y que le servirían por un salario de 50 libras semanales. Pregunto yo si el conocimiento de una ciudad incluye saber cosas de este tipo. Terminaba yo mi bachillerato en Bogotá cuando leí un libro cuyo título no recuerdo y el nombre de cuyo autor jamás retuve. Contaré, tan resumidamente como pueda, aquello que de esa obra me pareció de alguna importancia. Un joven que trabajaba en un banco, allá en San Francisco, se vio envuelto en un desfalco y fue a parar a la cárcel. Cumplida la condena encontró que, dados sus antecedentes, todas las puertas se le cerraban. Como pudo, unas veces a pie, otras de polizón en los trenes, llegó a Nueva York donde lo primero que hizo fue cambiarse el nombre. Paulatinamente la necesidad lo llevó a hacer algunos descubrimientos que para él fueron de gran utilidad. Compañeros de infortunio lo mismo que él, le informaron muchas cosas. Supo, por ejemplo, en qué sitios determinados días de la semana podía desayunarse de caridad, en cuáles otros lugares entidades filantrópicas proporcionaban comidas sin costo alguno. No tardó en saber dónde sin costo, podía dormir, dónde, de caridad, se podía obtener atención médica, dónde cortaban el pelo por cinco o diez centavos, dónde, por nada o casi nada, podía hacerse a un vestido usado o a un par Un día se le ocurrió una idea feliz, vender por cinco o diez centavos la información que llegó a solicitársele. Instaló su “oficina” en un banco del Parque Bryant, ese que queda detrás de la Biblioteca de Nueva York, hoy frecuentado por drogadictos. La venta de información llegó a proporcionarle considerables ingresos. No tardó en vender café y sándwiches a los empleados de las oficinas cercanas y hasta abrió un delicatessen. La historia tiene un fin bien norteamericano. Una reportera que se enteró del “caso”, después de sucesivas entrevistas publicó varias crónicas en el periódico para el que ella trabajaba. Y terminó casándose con su entrevistado. De donde podría deducirse que “conocer” una ciudad es punto menos que imposible. Ni más acá ni más allá platos suculentos de irresistible atractivo. ¿Qué sucederá —es cosa que sin duda piensa mucha gente— en el interior de aquellos famélicos compatriotas que en sus covachas de Me Quejo o de Realengo, contemplan Alfonso Fuenmayor a esos émulos del Gran Vatel y de Careme preparar apetitosas viandas? Sobre cosas de comer Diario del Caribe, oct. 10/88 No hay que hacer énfasis sobre una verdad que a diario divulgan los medios de comunicación y que, por ahí, tantas veces se refleja en el rostro de la gente: se cuentan por millones los colombianos mal nutridos, sub-alimentados. Y sin más reacción que un leve y fugaz crispamiento del corazón, se oye hablar de compatriotas muertos por inanición. Por otra parte, se conforma casi un sarcasmo cuando uno de los numerosos dietistas que tiene el país asegura que los colombianos en términos generales, no “balancean” sus comidas. ¡Dígame usted! Pedir nutrición “balanceada” a gentes famélicas imposibilitadas para seleccionar sus alimentos y que se llevan a la boca, solamente, lo que el azar les depara. Sin embargo, en un pueblo “fallo de cuchara” se celebran con una frecuencia que resulta tan irritante como paradójica, “festivales gastronó- micos” que se divulgan a bombo y platillo. Periódicamente, se anuncian con gran profusión “festivales gastronómicos” a base de cocinas españolas, italianas, francesas, escandinavas y pare usted de contar. Alguien, distante de la realidad colombiana, no puede imaginar que esa debilidad por uno de los siete pecados capitales, como lo es la gula, tenga su asiento en un país de platos vacíos y de fogones apagados. La Televisora Nacional destina algunos de sus espacios a la culinaria y en ellos puede verse a Gloria Valencia de Castaño, siempre dueña de su maestría, preparando platos de aquellos que, como dice Quique Scopell, le sueltan a uno los “tigres del estómago”. Y allí, también en la pantalla chica, señor del sobrio profesionalismo que lo caracteriza, entre ollas y peroles, se muestra a Saúl García preparando En un país donde la carne de res ha alcanzado precios prohibitivos se habla de legalizar el beneficio de caballos y asnos con el objeto de que la carne de estos mansos animales se incorpore a la alimentación de los colombianos, en general carentes de proteínas. En el caso de que esta idea sea finalmente aceptada Colombia no estaría, en materia de alimentación, asumiendo una actitud original. En Francia, en Italia, en España —para citar solamente tres países cuyas cocinas se colocan, por su exquisitez, entre las primeras del mundo— se da a la venta públicamente la carne de esos cuadrúpedos. Salvo la del prejuicio que sin duda es muy poderosa, no hay razones valederas para proscribir esos “mamíferos, ungulados, équidos y herbívoros” de la alimentación de los colombianos. Además, existen convincentes indicios de que en este país ha venido consumiéndose, muchos, sin saberlo, carne de caballo. El Larousse Gastronomique dice que la carne de caballo es la más indicada para aquellas personas que por prescripción médica, deben comer carne cruda, no solamente porque es muy rica —más que las otras, en glicógeno, sino porque este solípedo es refractario a la tuberculosis y la tenia—. El libro que acabo de citar refiriéndose a la “hipofagia” —comer caballo— recuerda que en París llevaron a cabo dos banquetes —uno el 6 de febrero de 1865 en el Gran Hotel y otro el 9 de julio de 1866— en los que se sirvió exclusivamente carne de caballo. Estos banquetes hipofágicos tuvieron numerosa concurrencia. Y qué decir de la carne de burro. Pues, entre otras cosas, que tiene mejor sabor que la de caballo, con menos grasa que la de vaca y más rica en albúmina que ésta. 201 Ni más acá ni más allá Los recuerdos de don Jacinto Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, dic. 12/88 Feliz y gratísima la idea de la venerable Casa Clavería de conmemorar los primeros cincuenta años de su vida con la publicación de los Recuerdos de Barranquilla que escribió, como quien no quiere la cosa, ese gran caballero que es don Jacinto Sarasúa a quien todos aprendimos a querer desde aquel día, un poco desvanecido en la bruma del tiempo, en que desembarcó, para quedarse con nosotros, para ser un barranquillero integral, en el viejo muelle de Puerto Colombia. de la timidez. Y seguramente se sorprendió que fueran acogidas con calor, que fueran recibidas con entusiasmo. Y sus oídos, para su asombro, escucharon sinceras voces de entusiasmo y, presumiblemente, de estímulo. Y don Jacinto persistió en la redacción de las que ahora son sus “memorias” contenidas en este volumen de ciento treinta y tantas páginas profusamente ilustradas con sus dibujos primitivistas y con fotografías que muestran una Barranquilla a veces aldeana y rural, es decir aqueIlustrados por él mis- lla ciudad que tan bien mo, guiada su mano, se las va con las evocaacaso sin saberlo, por ciones y con la nostalgia. aquel Aduanero arcangélico que tuvo de amiDon Jacinto, con la gos a Picasso y Apollinai- sencillez que suele ser el re, don Jacinto traía a traje de la verdad, no este periódico, entonces cuenta cosas de segundirigido por quien estas da mano, no relata de oílíneas escribe, los prime- das. Sus palabras, en las ros artículos que forman que suele brillar el canparte de este libro al que dor, describen cosas de se alude. Don Jacinto las que fue testigo. Son presentaba sus dibujos y los suyos, pues, testimosus crónicas, firmadas nios de primera mano a con el pseudónimo de los que un historiador ha Juan Mina, con una cier- de recurrir para descrita reticencia, con esas bir esta ciudad y los suvacilaciones tan propias cesos que la tuvieron 202 como escenario en el lapso a los que estos Recuerdos se contraen. Hay quienes desdeñan lo que Gustave Lenôtre denominó y cultivó, con gracia y paciencia, “la petite histoire”. Dentro de este género podrían clasificarse los Recuerdos de don Jacinto, dejando para la que podría ser “otra ocasión” mostrar la importancia de esa “pequeña historia” que tantas veces ha sido el germen de la otra historia. ¿Acaso “el florero de Llorente” no pertenece a esa “pequeña historia”? Y vea usted lo que pasó después de este astillamiento de cristal ocurrido aquel 20 de julio en la primera calle Real de Santa Fe. El capítulo V del libro de don Jacinto se titula “Recuerdos de las cacerías de antaño” y allí, antes de hablar del “jardeo”, de los “metodos de caza”, de “la pesquería de barraquetes”, de las “cacerías del caimán”, del “lampareo de conejos”, del “guaranao: una boa con cachos”, de la “cacería del tigre” y de tantas cosas que recogen sus amplias experiencias en el campo cinegético, don Jacinto se refiere a “La Cueva”. “La Cueva”, el famoso bar del doctor Eduardo Vilá Fuenmayor, tan estrechamente vinculado a los escritores y artistas que formaron el “Grupo de Barranquilla”, fue, hasta que se extinguió, el sitio de reunión de los cazadores entre los que tenía un sitio eminente don Jacinto Sarasúa. Al caer la tarde se congregaban seis o siete cazadores. Formaban una tertulia aparte, en el exterior del establecimiento. Dentro estaban los escritores, los pintores, los periodistas. Los grupos no se mezclaban pero entre sí conservaron siempre muy buenas relaciones y, ocasionalmente, se integraban a los “safaris” de los fines de semana Alejandro Obregón y Álvaro Cepeda Samudio. Este subcapítulo del libro don Jacinto lo ilustra con un dibujo suyo al que le puso la siguiente leyenda: “Este era el Estado mayor de La Cueva en 1963. De izquierda a derecha: Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Juan Jinete, Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez y Alejandro Obregón. De pie: el doctor Eduardo Vilá Fuenmayor, dueño del establecimiento, detrás de él el famoso ‘Toto’ Movilla y el de la boina el amigo Prieto.” Ni más acá ni más allá cia, con ternura o con terneza como ella prefería decir. Seguramente por eso don Ramón Vinyes, el “sabio catalán” de Cien años de soledad, pudo invitar a este periodista a una conferencia que Alfonso Fuenmayor misia Amira dictaba soDiario del Caribe, dic. 23/88 bre Manuel de Falla. “Vayamos esta noche, dijo Los jóvenes de ahora que interjecciones intrascrip- don Ramón, a escuchar en materia de gusto an- tibles. a Amira ponerle música dan en su propio paseo, a la música de Falla.” ¿encontrarán almibaraRecoger en un tomo da, pasada de levulosa, las prosas que Amira de Doña Amira escribió saturada de dulzura la la Rosa publicó en tan- breve y quizá el libro a prosa, casi alada, de Ami- tas hojas efímeras de que esta nota se refiere ra de la Rosa? ¿Conside- aquí y de allá, ha sido pueda considerarse una rarán esos jóvenes, en idea plausible porque lo colección de “poemas en muchos de los cuales que no se recoge en un prosa”, género que culalienta un “camaján”, que libro se pierde. Y podría tivaron algunos escritoes excesiva la predilec- decirse que se pierde de res franceses y que Max ción de misia Amira por manera irremediable y, Jacob llevó a un nivel de los diminutivos? La per- en ocasiones, en forma perfección. Aparte de las sona que estas líneas es- lamentable. cinco obras de teatro a cribe reflexiona de esa su pluma debidas lo más manera mientras lee el liAmira de la Rosa — extenso que produjo fue bro, de un poco más de sin perjuicio de que, su relato novelado Mardoscientas páginas, que como Santa Teresa, fue- solaire, que se desarrolla con el nombre de Prosa ra una excelente ama de a orillas del Caribe. Es publicó la Fundación Si- casa— vivió en olor de un libro delgado de nimón y Lola Guberek con poesía y las horas de su mio espesor, de quizá prólogo de Germán Var- vida transcurrían como menos de cincuenta págas. Hay escritores que, una continua exaltación, ginas. Don Ramón Vina pesar de su excelencia, siempre propensa al asom- yes dijo que lo leyó en hoy parecen “datés”, co- bro, con ojo certero para algo así como en un sanmo Anatole France, Ga- los milagros aunque és- tiamén. “Como buen gabriel Miró. Y no sigamos tos fueran los milagros llo de lectura”, precisó. que la lista sería larga. En cotidianos como, por algunos casos se trata ejemplo, la flor que surEste periodista, cuansólo de eclipses. Dejemos gió en la noche y que, en do apenas levantaba poque esos jóvenes, de los silencio, si es silencio el cos palmos del suelo, coque tanto dicen ser de color, acompaña el can- noció a misia Amira, a Curramba y no de Ba- to de un pájaro. Después cuyo Colegio Gabriela rranquilla, que contesten, de hablar con misia Ami- Mistral, asistió. Desde si es que tienen una res- ra, se sabía que ella no entonces aprendió a quepuesta que ojalá no sea podía escribir sino de la rerla y a admirarla, y esúnicamente un gesto, un manera como lo hizo, con tos sentimientos, con el ademán acompañado de temblor seguro, con gra- tiempo y siempre justifi- La “Prosa” de Amira de la Rosa cadamente, crecieron. El autor de estas líneas no sabría decir cuántos años transcurrieron desde aquellos días hasta aquel otro en el que, en el viejo aeropuerto de Barajas, allá en Madrid, descendió del avión de Iberia acompañado de otros periodistas. Misia Amira, que se desempeñaba como Agregado Cultural de la Embajada de Colombia en España, estaba entre las personas que salieron a recibir la delegación colombiana. Abrazando con esa efusión tan suya a este periodista y dirigiéndose a los circunstantes, misia Amira dijo: —Pero si a este niño yo lo enseñé a leer… —Y me pregunté — comentó el periodista—, por qué, también, no me enseñó a escribir… Gran escritora misia Amira no sólo deja páginas en las que, sin obstáculos, esplende la poesía. Allí hay reservaciones certeras, profundas a una realidad, de la realidad que le tocó vivir y que serán de invaluable realidad para quien, algún día, quiera construir las costumbres y, en general un mundo que se fue, como en la vieja canción, para no volver. 203 Ni más acá ni más allá oficio, arremetió contra Argos, burlándose de su labor detectivesca en preservación del idioma, de la historia, de la geografía y de otras cosas más o menos importantes. Pero Argos, que no sólo tiene memoria sino, al parecer, un buen archivo, le recordó al escritor que firma con un pseudónimo de Alfonso Fuenmayor linaje volteriano, que esDiario del Caribe taba viendo la paja en el ojo ajeno y no la viga en A esa “gazapera” de el propio. Argos podría aplicársele, a veces, otra gazapera, ya Está muy bien y es que como dijo quien lo plausible que en los pedijo “al mejor cazador se riódicos y en cualquier le va la liebre.” otro tipo de publicación, alguien con autoridad Hasta hace algún tiem- corrija los errores idiopo a otro columnista de máticos en que suelen ese mismo periódico ca- incurrir los escritores y, pitalino, Pangloss, se le con más explicable freocurrió, eventualmen- cuencia por la premura te, mantener una cierta en que deben redactar, vigilancia semejante a los periodistas. esta que ejerce, frecuentemente con excesivo Pero acaso deba reflecelo, ese Argos a que nos xionarse sobre esta prehemos referido, Ese co- gunta: ¿está bien que al lumnista no llamaba ga- corregir un error se nomzapos los errores que él bre a la persona que en detectaba sino perlas, ese error incurrió? que es lo mismo. ¿De qué se trata, de Hará una semana o velar por la pureza del acaso dos que Pangloss, idioma y, en general, por olvidando un pasado re- su exactitud, o de “exhiciente en el ejercicio de su bir” o simplemente seña- Corrigiendo gazapos Supongo que es muy leída la sección “Gazapera” que un erudito antioqueño con el pseudónimo de Argos, sostiene en el colega capitalino El Espectador. Argos es frecuentemente ameno y sabe “rebuscarse” entre las obras de consulta y de referencia de que parece disponer en abundancia y de las que se sirve con desenvoltura. ¿Es útil esa sección? Seguramente que sí aunque con frecuencia —a ello lleva la labor policiva que allí se ejerce— su autor hila delgado, a veces tan delgado como hacía el señor Valbuena con su famosa Fe de Erratas al Diccionario de la Academia. 204 lar al equivocado o al ignorante con sus pelos y señales? A quien estas líneas escribe no le parece bien que se identifique la persona que comete un error y cree que basta con que el error se señale y subraye y, claro está, que se corrija. Quizás esto envuelva eso que se llama la ética profesional. Y quizá pueda decirse que así como a un médico le queda mal hacer pública una posible equivocación de un colega, a un periodista no le queda bien apuntar las deficiencias de erudición o idiomáticas de un colega. La que aquí se ha expresado no es cosa distinta de una mera opinión, es un concepto que quizá tenga impugnadores. Y no se descarta que esos impugnadores disparen sus dardos desde la misa orilla en que, con sus cien ojos, se pasea el ameno y sabio entretenido columnista de El Espectador, tan acreedor a la admiración de todos los colombianos. Una mujer Alfonso Fuenmayor Gimiendo un poco, el tren tomaba la Vuelta del Nisperal. Podía verse ya la punta del muelle que se internaba mil quinientos metros en el mar. Había atracado un buque blanco, un bananero. Pronto, en la última estación, terminaría el viaje que había durado cincuenta minutos. Ahora seguía un trayecto sin curvas. A un lado, el mar, en cuya orilla, con altos cocoteros, se levantaban las casas de los veraneantes, casi todas de madera, con techos de teja y algunas con corredores exteriores apropiados para colgar hamacas. Varias tenían nombres: Niza, San Sebastián, Estambul, Carmen. Al otro lado, casi todo era maleza salpicada de una que otra casa. Al fondo, estaba Puerto Colombia, la población propiamente hablando, donde los porteños vivían tirando hacia la colina de la Risota, como alejándose del mar al cual muy rara vez se acercaban. El tren, con casi todos los vagones vacíos y pocos pasajeros, atravesó dos modestos puentes de construcción rudimentaria sobre dos modestos arroyos estacionales. Los pasajeros del tren saludaban, algunos agitando sus pañuelos, a las gentes del lugar y éstas, algunas saliendo de sus casas, contestaban. En esos saludos, entre desconocidos, nacía y moría una curiosa amistad. Al pasar por el hotel Puerto Colombia se escucharon solitarias y desamparadas, las notas de un piano. El tren, finalmente, jadeando como un perro que ha corrido mucho, paró junto a la estación, un kiosko hecho por los ingleses que no carecía de gracia. Como siempre que llegaba el tren, en la estación se formaba un cierto bullicio. Allí estaban quienes venían a recibir conocidos, amas de casa, de regreso del mercado, un vendedor de lotería, personas que viajarían a Barranquilla, ociosos, vagabundos. Entre éstos estaba míster Brown. La locomotora reposaba, ya sin el penacho de humo negro que la había acompañado. El olor a antracita comenzaba a disiparse y las cosas iban a tomar el curso normal que la llegada del tren había perturbado momentáneamente. No muy lejos unos muchachos jugaban fútbol. La mujer se bajó del tren. No era una pasajera habitual de esas que frecuentemente iban a Barranquilla a hacer “diligencias”. De manera que llamó la atención de casi todas las personas que, en ese momento, estaban en la estación. La recién llegada, de tez blanca, más bien alta, con un traje rosado pálido, de acaso 25 años, miró un poco extrañada al lugar al que parecía llegar por primera vez. Vio o creyó ver un burro bajo un trupillo. El pelo oscuro, bien ceñido al cráneo, peinado hacia atrás, se recogía en un moño. La mujer, que nada llevaba en las manos, parecía recelosa y se pasaba las palmas por la cara. Se sentó con algo de timidez, como pidiendo permiso, en uno de los bancos desocupados de la placita HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 205-206. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 205 que hacía las veces de parque. De tiempo en tiempo, se alisaba el traje que la brisa agitaba. Cuando el sol hubo descendido un poco empezaron a llegar unos niños que allí tenían su lugar de reunión, el escenario para sus entretenimientos infantiles. Los niños jugaban juegos conocidos y otros que su imaginación iba inventando. Ahora la mujer miraba los niños y había dulzura en su mirada. Jugando al “botellón” un niño se cayó y se puso a llorar. La mujer ayudó al niño a levantarse y logró convencerlo de que no había que llorar porque todo había pasado. —Fue sólo el susto —le decía—. Ahora vamos a jugar tú y yo. Tómame de la mano y demos una vuelta. Los otros niños dejaron su juego para mirar. —Vengan ustedes y jugaremos todos juntos —les dijo. Agarrados de las manos formaron un círculo y comenzaron a girar. La mujer decía, como si fuera un canto, “uno, dos, tres”. Y los niños coreaban “uno, dos, tres”. Y estaban dando vueltas alegremente sin dar muestras de fatigas, cuando llegaron dos hombres de aspecto decidido. Miraron escrutadoramente a todas las personas allí presentes, como buscando a alguien. —Aquí está —dijo uno de ellos—. Ahí está con los muchachos esos… —Siempre supuse que estaría por estos lados —dijo el otro—. No sé por qué diablos los locos y los vagabundos se sienten tan atraídos por el mar. Unos cuantos curiosos se habían acercado y se preguntaban qué sucedía. —A ésta nos la llevamos, tiene que irse con nosotros —dijo el otro a manera de explicación. —¿Por qué han de llevársela si no hace más que jugar con los niños? —Porque es una loca. Se fugó ayer del manicomio no se sabe cómo. Y los locos deben estar en el manicomio no aquí jugando con niños. Y ante la mirada perpleja de todos los dos loqueros se llevaron a la mujer, que no opuso resistencia. 206 A.F. Puma [Alberto Pumarejo] Alfonso Fuenmayor Tomado del original, h. 1990 Después de muerto, hace veinte años, Alberto Pumarejo sigue siendo un símbolo de la ciudad aunque no haya una calle, una plaza, un busto que recuerde su nombre. Sin embargo, son tantas las cosas que hacen inolvidable su paso por la vida, durante varios lustros, en este núcleo humano que siempre tuvo un sitio en el centro de su corazón y a cuyo servicio estuvo sin sosiego, sin pausa, porque el doctor Pumarejo fue una delicadísima máquina de sentir, de padecer lo barranquillero. La capital del Atlántico sería irreconocible si, por un momento, se hiciera abstracción de las obras debidas a su inteligencia, a su dinamismo, a su invencible amor por el lugar en donde nacieron sus coterráneos. ¿Cómo sería, qué sería Barranquilla sin la ampliación de aquellas calles y avenidas que él hizo posibles gracias a sus capacidades como gobernante y legislador empezando por el Paseo de Bolívar? Si Barranquilla tiene un Centro Cívico, si tiene una Zona Franca Comercial e Industrial, si tiene un puente sobre el río Magdalena a él se deben, a su imaginación creadora, a su tenacidad, y, por supuesto, a su impecable don de gentes. Y tantas obras más a las que les dio un impulsivo decisivo. Nombremos unas cuantas: Bocas de Ceniza, el Aeropuerto, el Teatro Municipal, la Catedral Metropolitana. De acuerdo con la ley, el puente sobre el río Magdalena tiene otro nombre, el de un personaje que nada tuvo que ver con esa obra, pero el pueblo barranquillero haciendo justicia, corrigiendo lo que anónimamente consideraba arbitrario, desde un principio lo llamó “el puente Pumarejo.” Cuando su vida pública había concluido, cuando había desempeñado, siempre con diamantina eficiencia, las más altas posiciones de la república, con el plausible y admirable propósito de seguir sirviendo a la ciudad donde vio la primera luz, el doctor Pumarejo, que lo había sido todo, concejal, diputado, senador, designado a la presidencia de la república, presidente del Consejo de Estado, ministro del despacho ejecutivo, dos veces gobernador, embajador, aceptó la Alcaldía de Barranquilla. Cuando empezaba a poner en marcha el plan de trabajo que se había propuesto para colocar a Barranquilla en el alto lugar en el que la quería ver, un artero derrame cerebral impidió, desgraciadamente, que al frente de los intereses de la ciudad estuviera la persona más capacitada para preservarlos. La capital del Atlántico, ese día infortunado, recibió un rudo, un frustrante golpe. En tiempos del doctor Pumarejo Barranquilla, a quien el poeta Aurelio Martínez entonces llamó “la Nueva York de Colombia”, ocupaba el segundo puesto por el número de habitantes entre las ciudades de Colombia y el primero por sus servicios públicos: acueducto, aseo, teléfono, electricidad. Era también, el primer puerto aéreo, marítimo y fluvial. Muerto el doctor Pumarejo, las cosas cambiaron. Y esto seguramente no puede considerarse una simple coincidencia. HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 207-208. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 207 A.F. con Alberto Pumarejo. Como es natural, el doctor Pumarejo no carecía de enemigos, de adversarios políticos que lo combatían no siempre en el terreno de la hidalguía. Hasta el punto que algunos llegaron a decir que era un Pacheco, asimilando a Alves Pacheco, ese personaje de una de las cartas del Epistolario de Fradique Mendes de Eça de Queiroz, que sin hablar una palabra, asumiendo una actitud silenciosa que permitía atribuirle los más excelsos talentos, escaló altísima posición en el gobierno de Portugal, su patria. Nada más desatinado, injusto y contraevidente que llamar Pacheco al doctor Pumarejo. Por el contrario, el doctor Pumarejo fue, evidentemente, un anti-Pacheco, pues con su voz bien timbrada, que en la plaza pública, en el capitolio, en la tertulia, resonaba, hacía conocer sin tapujos su opinión. El doctor Pumarejo hablaba, siempre hablaba y lo hacía frecuentemente en voz alta, porque como decía “hablo en voz alta porque mi papá hablaba en voz alta.” El doctor Alberto Pumarejo fue un excelente parlamentario y por serlo pudo hacer aprobar la ley que establecía la Zona Franca Comercial e Industrial en Barranquilla. Gran parte de sus colegas en el senado de la República por primera vez oían hablar de una iniciativa de esa naturaleza y cuando se enteraron de qué se trataba los voceros de otras comarcas de la nación se opusieron al proyecto del doctor Pumarejo que, en opinión de él, colocaba a Barranquilla en una posición de privilegio frente a los demás puertos y las demás ciudades de Colombia. Nada fácil le fue al doctor Pumarejo crearle a su iniciativa el ambiente favorable que determinaría su aprobación. El doctor Pumarejo no solamente no fue extraño a los intereses de la cultura sino que los defendió y los apoyó. Cuando por segunda vez ocupó la gobernación del Atlántico, creó el Departamento de Extensión Cultural, el Salón Anual de Artistas Costeños, fundó la Radiodifusora Departamental, la Biblioteca de Autores Costeños, la Orquesta Filarmónica y tantas cosas más, las cuales, casi todas, han desaparecido. 208 Ni más acá ni más allá Nomenclatura urbana Alfonso Fuenmayor Diario del Caribe, ene. 9/89 Escriba usted sobre eso, dadanos notables, como me dijo el profesor Assa. monseñor Carlos Valiente, Francisco J. Palacio, Antes de que la con- David Pereira. Las hubo versación hubiera des- con nombres curiosos, embocado en su amado digamos, Tumbacuatro, Rilke para llegar a un Equivocación, Sal-siStefan Zweig desconoci- puedes, Medio Paso, Las do para quienes nunca Viejas. Nunca he sabido fuimos más allá de sus cómo un callejón del babiografías y de las nove- rrio de San Roque llegó las y relatos que escribió, a llamarse Maturín. habíamos hablado de un tema sobre cuya trivialiDe estudiante, allá en dad quién sabe lo que Bogotá, un condiscípulo pensará el lector. bogotano de pura cepa, se dolía de que la ciudad Cuando el profesor en que vivía y donde haAssa llegó a esta ciudad bía nacido denominara para hacerse un hombre sus vías públicas con de “Curramba”, como él números tan neutros, mismo dice, las gentes tan indiferentes, tan fríos designaban las calles como su misma temcon los nombres propios peratura ambiente. En que entonces tenían. cambio, pensaba que acá Unas se llamaban con en Barranquilla, cuyas sustantivos abstractos calles se individualizacomo Felicidad. Otras se ban con nombres prollamaban Las Flores, La pios, había poesía y le Esperanza, Primavera, asignaba a cada calle Alondra, Topacio o Con- una personalidad propia. cordia, Buen Retiro. Las había con nombres de Mirando el cielo encasantos, y ahí estaban potado, ceniciento de San Juan, San Blas. Y de Bogotá, llegó a decirme: próceres, Bolívar, Santander, Ricaurte y has—Ustedes tienen una ta Obando. Algunas re- calle que se llama del cordaban ciudades cer- Sol, ¿verdad? canas o más o menos remotas. Cartagena, CaraSi nos atenemos a lo cas, Bogotá, Buenos Ai- que dice la historia, la res. Otras evocaban ciu- grande y la pequeña, las calles no nacieron con “números” sino que fueron bautizadas con nombres. Y así vemos que las ciudades en mayoría tan aplastante que no es fácil señalar las excepciones, distinguen sus calles con nombres propios. Y esas ciudades se denominan, por ejemplo, Londres, Buenos Aires, París, Roma, Hamburgo, México, Barcelona y pare usted de contar. de un taxi que encontrará con mayor facilidad una dirección si ésta se da numéricamente. Como si en ciudades muchas veces más grandes que ésta (hablamos de Londres, de París, de México, etc.) no hubiera carteros ni conductores de taxis, como si esas y otras ciudades fueran las atrasadas, y nosotros los felices mortales que vamos a la vanguardia. Como se sabe y ya se ha dicho, en Barranquilla las cosas no siempre fueron así. A este respecto, tuvo tiempos distintos y mucho mejores. Pero llegó alguien con tenacidad que blandiendo argumentos que deberían tener su sitio en el cajón de la basura, “vendió” la idea. Y así, de la noche a la mañana, la hermosa, la amable, la espontánea nomenclatura de Barranquilla quedó cambiada, no siendo el cambio que entonces se operó el único que habrá que considerar un atentado contra la ciudad. Barranquilla salió perdiendo, como en tantos “cambios”, en tantos avatares como ha tenido su historia. Personas como el profesor Assa y como este escritor público que sobre el particular lo acolita, añoran y evocan aquella vieja, rancia y amable nomenclatura con la que no se puede hacer nada más que echarla de menos, como tantas otras cosas. Las palabras que se acaban de escribir en muchos provocarán sonrisas que pueden ser de burla o simplemente irónicas. Lo mismo ocurre cuando se habla de honestidad y de cosas así, tan inactuales, tan dejadas atrás por el vertiginoso tren del progreso. De todos modos, este comentarista cree que decir: “Vivo en la carrera 94 98-93”, no es mejor, Se dijo en aquel en- ni más placentero que tonces y seguramente se decir: dirá en este “ahora” que es más “práctico” desig—Vivo en las Flores nar una calle por un con la Paz. número que por un nombre. Y nos agobiarán con ejemplos. Como el del cartero o del conductor 209 Las Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla de Alfonso Fuenmayor veinticinco años después Ariel Castillo Mier Universidad del Atlántico Las estrellas que forman la Osa Mayor no saben cómo están colocadas, no saben que la Tierra las ve, componiendo ese dibujo. Jean Cocteau 1. RAZÓN DE SER A sus sesenta marzos, presionado por la solicitud inexorable de la empresaria Carmen Balcells, por las preguntas repetidas de los reporteros impenitentes y por la curiosidad de atónitos lectores que, para sobrevivir al impacto del milagro literario de Cien años de soledad, estaban a la espera de una explicación causal, de un testimonio verosímil sobre los duros años del aprendizaje del oficio del escritor García Márquez en Barranquilla, Alfonso Fuenmayor, testigo privilegiado de ese periodo tan crucial de la historia literaria y artística del Caribe colombiano, emprendió, desde la lejana orilla del presente, la atrevida travesía entre los meandros de la memoria, sin más brújula para tratar de “atajar las cosas que se enrumban con paso irrevocable y firme hacia el olvido”1 que unos cuantos documentos (libros, revistas, notas de prensa, cartas, ensayos, folletos, entrevistas)2 y el recuerdo de añejas conversaciones con los protagonistas, la emoción evocadora del ayer que, a veces, como dice Fuenmayor que decía Unamuno, recuerda lo que nunca fue. El resultado fueron los trece capítulos de Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla,3 primero y único libro de Alfonso Fuenmayor, en el cual retrata personajes (escritores, artistas, periodistas y gestores culturales) que deambulan, al compás errátil del recuerdo, por diversos escenarios (bares, cafés, cantinas, restaurantes, tiendas, hoteles, bibliotecas, salas de redacción de revistas, librerías, barrios, edificios, circos, calles, carreteras, estudios de pintor, colegios, parques) en los que viven aventuras pintorescas cuyo telón de fondo principal es Barranquilla, entre 1940 y 1958. No obstante, el libro trasciende sus límites temporales y geográficos: el cronista se remonta a épocas anteriores (la década del veinte y la irrupción de Voces) o desplaza su mirada a otros ámbitos (Bogotá, Baranoa, Barcelona, Medellín), cuando la comprensión de su relato lo exige. Hoy por hoy, tales capítulos, como rescatados restos incompletos de un remoto cantar de gesta, permiten a los historiadores de la literatura y de la cultura recrear (o reconstruir, como Schliemann, mutatis mutandis, a Troya, con base en los cantos homéricos a la cólera aquilea) una época maravillosa: las candentes décadas del cuarenta y del cincuenta (cuando García Márquez no sólo vestía camisetas a rayas de colorines sofocantes y pantalones de dacrón cálido y 210 HUELLAS 63, 64, 65, 66. Uninorte. Barranquilla pp. 210-232. 12/MMI - 04, 08, 12/MMII. ISSN 0120-2537 maldormía en una cama de madera basta en un edificio de amores de paso al que le decían el “Rascacielos”, sino que escribía, en un patio de luz verde, entre árboles y matas y molestosos mosquitos, sobre las mesas de la madrugada, cuentos fantásticos como La noche de los alcaravanes o historias falsamente policiales como La mujer que llegaba a las seis), en las cuales la vida cultural nacional accedió a la plena modernidad en la narrativa, el periodismo y las artes plásticas, con las obras vivas de un grupo heterogéneo de artistas, de diversas edades y procedencias y formación, entre quienes sobresalen José Félix Fuenmayor, Alfonso Fuenmayor, Germán Vargas, Gabriel García Márquez, Álvaro Cepeda Samudio, Héctor Rojas Herazo, Alejandro Obregón, Enrique Grau y Cecilia Porras. 1.1 POÉTICA IMPLÍCITA Al comienzo del libro Fuenmayor esboza los antecedentes de Crónicas: las dificultades, los postulados básicos, los límites cronológicos del trabajo y los peligros de los cuales es consciente el autor: los espejismos borrosos, las difusas fronteras entre el antes y el después, las infidelidades de la memoria, la ponderación de lo relevante en tan importante etapa del mundo literario, artístico y cultural caribeño. De igual manera, el cronista nos ilustra acerca del sistema utilizado para la organización de los recuerdos: el de las memorias en desorden que Jean Ajalbert tejió para el mundo literario de la segunda mitad del siglo XIX en París. Sólo que para Fuenmayor la situación era sustancialmente diferente: le tocaba ser juez y parte, personaje activo en la dura lid de la renovación cultural y espectador en primera fila, siempre muy cerca de los principales sucesos de las artes y las letras en la áurea y arenosa ciudad de los cuarenta. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Más que explicitar sus intenciones y estrategias, Fuenmayor las pone en escena: el propósito parece ser el de contar (no especular ni conjeturar ni contestar de manera explícita a interrogaciones puntuales) de modo sugerente y en un tono irónico, nunca grave, una empresa cultural que trasciende los dominios de la letra escrita para abarcar artes diversas —la caricatura, la pintura, la escultura, la fotografía, el cine, la música, el periodismo, la publicidad, la novela, el cuento, la poesía, el diseño de las carrozas de carnaval— e incluso actividades de la vida cotidiana como la cocina, el diseño, la peluquería y los hábitos del vestir. Lo común en todas estas actividades disímiles es el propósito de expresar, desde la singularidad de cada una, la visión y la actitud que identifican a la región Caribe de Colombia: la vida asumida como una interminable fiesta de carnaval, como una continuada desacralización de todo lo consagrado: el lenguaje, la iglesia, el poder, la literatura, las sillas plásticas, las costumbres, la vulgaridad, la culinaria, las artes, la moral, la política, la muerte, la solemnidad y el concreto armado. 1.2 ORDEN Y PERSPECTIVA El eje ordenador del libro lo constituyen los personajes y la sucesión de sus anécdotas. Cada capítulo se ordena básicamente en torno a un personaje central (Figurita, León Felipe, Vinyes, Vidal Echeverría, Julio Mario Santo Domingo), aunque en varios casos puede tratarse de una pareja contrastante conformada por un extranjero y un nacional (Vinyes / J.F. Fuenmayor; Pérez Doménech / Jorge Rondón Hederich), un par de exiliados catalanes (Subirats / Vinyes) o dos nacionales (Cepeda / Noé León; Alfonso Fuenmayor / Alejandro Obregón). 211 Quizá la excepción la constituye el último, en el que se nos cuenta la historia de un lugar clave en los estertores de la historia del grupo: el legendario bar “La Cueva”.4 Pero lo más destacable es la forma como Fuenmayor maneja la anécdota, muy parecida a la que practicaban en sus cuentos y novelas José Félix Fuenmayor, Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio:5 la atmósfera urbana; el método reiterado de la confidencia indirecta; la sugerente y silenciosa discreción; la supresión de datos cuya ausencia es significativa; la huida de todo énfasis; la evocación de la ciudad sin incurrir en descripción detallada; la atmósfera cosmopolita, contaminada de irrealidad y la presencia protagónica de múltiples voces en el texto. A.F. y Gabriel García Márquez en Estocolmo, dic. 1982 1.3 AFIRMACIONES OBLICUAS: DOS PIEDRAS MILIARES Los cuatro primeros capítulos constituyen un apartado autónomo por su unidad temática y por la cronológica ordenación temporal en torno a un hombre, su obra y su sombra hospitalaria: Ramón Vinyes. Los dos primeros, “El grupo de Barranquilla, tal como fue bautizado en Bogotá”, y “Literatura sin corbata”, postulan el origen del grupo y su visión irreverente de la literatura. Como un paraguas y una máquina de coser se encuentran fortuitamente sobre una mesa de disección, así, en Barranquilla, hacia 1945, confluyeron, en torno a una mesa de café o de bar o un mostrador de librería, un grupo de jóvenes, alrededor de dos cabezas cimeras representativas de dos culturas portuarias, la catalana y la currambera: Ramón Vinyes (1882-1952) y José Félix Fuenmayor (1885-1966), par de padres pioneros, piedras miliares, ambos poetas, políglotas y periodistas, uno fundamentalmente dramaturgo, y el otro, narrador. Completa es la semblanza del numeroso Ramón Vinyes: profesor de literatura y de historia con una aureola de prestigio internacional por figurar en la Enciclo- 212 pedia Espasa; fastidiado de la literatura y de la vida literaria catalana, a sus 25 años, tras la publicación del primer libro de versos y la representación de los primeros dramas; conocedor de ocho idiomas y de las literaturas antiguas y modernas; traductor; lector al día en la prosa y el pensamiento y las novedades editoriales de España, Italia, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Alemania; melómano; autor de comentarios musicales para la radio; antifranquista; agente de la tentación y del estímulo de escribir para publicar; auténtico líder. Con su cátedra oral en las cotidianas conversaciones de café y sus breves, pero fundamentadas y polémicas columnas de información, divulgación y crítica literaria, publicadas en revistas y diarios locales y nacionales (en especial en la revista Voces, reino de la pluralidad y la apertura a tendencias renovadoras en poesía y prosa, europea, latinoamericana y colombiana) cumplió en Colombia un fecundo papel de puente6 entre literaturas, similar al de otros intelectuales, de la diáspora española o no, que, por la misma época, fueron puntales para la construcción de la literatura moderna en Hispanomérica, como Rubén Darío en España o Juan Ramón Jiménez en Cuba y Puerto Rico o Juan José Domenchina, Manuel Altolaguirre y Ramón Xirau en México, o Luis Cardoza y Aragón, Gilberto Owen, Ernesto Volkening y Casimiro Eiger en Colombia. En las letras internacionales son célebres los casos de Madame de Staël en la introducción, en Francia, del romanticismo alemán; el de T.S. Eliot, con el simbolismo francés en la poesía inglesa; y el de Valéry Larbaud con la literatura hispanoamericana en Francia. En este apartado, Fuenmayor revela su olfato de historiador cuando insinúa que la irrupción del grupo de Barranquilla en las letras nacionales no es comprensible en sí misma, sino como parte de un proceso que se remonta a la época de Voces (1917-1920), cuando comienzan a valorarse las producciones caribeñas de José Félix Fuenmayor, Víctor Manuel García Herreros y Gregorio Castañeda Aragón, entre otros, cuya obra heroica dio prestigio y categoría intelectual a la ciudad, con quienes se inicia la liquidación nacional del recalcitrante “centenarismo”. Con ellos comienza el firme proceso de cuestionamiento y de cambio, de indagación y lucha contra la mediocridad de los valores puramente locales tanto de la región como del país, estancados en la comodidad del plagio y en el anacronismo por desinformación, y se consolida una literatura original, apartada de la oficialidad cultural de Bogotá, de la imitación servil de modelos hispánicos, afirmativa de la cultura popular y abierta al diálogo universal con otras literaturas del Caribe y del mundo, a partir de los temas de la región. 1.4 NUESTRA HERENCIA: UNA ACTITUD AFÍN Nunca solemne, tal como lo vio en 1945 Alfonso Fuenmayor,7 Ramón Vinyes se ríe de todo, muy especialmente de lo respetable, de las estatuas, de las cosas usualmente aceptadas como trascendentes, de las condecoraciones y de los adjetivos ditirámbicos, pues sabe que todas las cosas tienen un punto vulnerable y por su conversación, siempre animada, circula un vigoroso y discreto hilo de erudición y buen gusto, que se manifiesta con la sencillez con que da los buenos días. Disidente perpetuo, en permanente desacuerdo con todos, irrevocablemente fiel al pensar propio, beligerante, opuesto a convencionalismos, Vinyes disimulaba su vasto saber con los rizos ligeros de la frivolidad, generando el desconcierto en los intelectuales graves.8 Una actitud afín ante la realidad fue la de José Félix Fuenmayor, quien le restaba toda trascendencia a la vida y no tomaba muy en serio las cosas, pendiente siempre del apunte oportuno, capaz de romper cualquier estado de ánimo 213 pesado, con un humor muy costeño, con una mirada desprevenida sobre las cosas y las personas que lo rodeaban, atenta al lado menos trágico de la vida. Ese sano sentido del humor es el legado primordial que Vinyes y José Félix le dejan al grupo: “ese mirar las cosas desde adentro, con una sonrisa; ese quitar lo trágico, lo maluco de la vida que nos rodea y sólo dejar la risa, una sonrisa aunque sea, eso es primordial para la vida, la propia y la de los demás.”9 Sin la asimilación de esta actitud, es imposible explicar el salto de los primeros cuentos de García Márquez y Cepeda Samudio, un tanto pesados por los desbordes líricos y cierta propensión a la metafísica silvestre, al encanto de su obra posterior, arraigada en el contexto caribeño y en una visión del mundo regida por la ironía y la libertad del humor. 1.5 DOS MANERAS DE INFLUIR Pese a su actitud afín ante la vida y la literatura, Vinyes y Fuenmayor parecen encarnar dos modos diferentes de influir, en apariencia contrarios: uno teórico o conceptual (Vinyes) y el otro práctico, creador (Fuenmayor). La oposición no es muy válida que digamos: basta recordar que existe una narrativa de Vinyes con afinidades evidentes con la de José Félix —literatura fantástica integrada con el relato de aventuras y el humor constante, grotesco y pícaro— si bien no explorada por la crítica. Asimismo quien lea Una triste aventura de catorce sabios asistirá a una discusión teórica en torno a la verosimilitud de la narrativa, y en el cuento La muerte en la calle se topará con una reflexión sobre la marginalidad del artista en la sociedad pragmática; en Con el doctor afuera hallará una indagación sobre el funcionamiento de la memoria y sus posibilidades para la creación y en Utria se destapa encontrará una puesta en escena de las relaciones entre el lenguaje creativo y la locura, entre el creador, la recepción y la realidad, además de la teoría de la novela expresada por el desastrado personaje Remo Lungo en Cosme. 1.6 LA TERCERA PATA DEL TRÍPODE De manera sutil Fuenmayor propone la estimación de un tercer nombre poco considerado por los estudiosos de la vida cultural barranquillera: el del profesor J. J. Pérez Doménech. Más periodista que literato, aunque conocía bien la literatura española del grupo del 27 y los ultraístas y escribía versos como Y me devolviste un hijo en la mirada, Pérez Domenech fue un sembrador que dejó frutos, tanto en la actitud vital como en la actividad profesional de algunos de los miembros del grupo, por su propensión al sibaritismo y por su trabajo como formador de maestros en la Escuela Normal y de periodistas radiales a través de su presencia oral en Emisora Atlántico. No existe un estudio de la influencia de la radio como vehículo para la difusión cultural ni en el Caribe colombiano ni en la capital del país. Muchas informaciones y orientaciones, e incluso, reflexiones críticas, sobre obras y autores contemporáneos que no se registraban ni en los periódicos ni en las revistas de la época, se transmitieron a través de las ondas hertzianas. Con su acostumbrada ironía Fuenmayor apunta en esta dirección: “Es difícil rastrear la influencia del profesor Pérez Doménech, ya sea en el periodismo, ya en la literatura. Pero la tuvo, seguramente que la tuvo.” (p. 27) Al lado del profesor Doménech, antifranquista implacable que moriría en la Cuba de Castro, el final del segundo capítulo destaca al librero Jorge Rondón, el hombre que encargaba todos los libros, comunista convencido por un zapatero locuaz como un peluquero (p. 28), pegador de carteles subversivos, vendedor del periódico Tierra, órgano del partido. Esta yuxtaposición parece apuntar a la ideo- 214 A.F. logía política del grupo, decididamente democrática, con tendencias hacia la izquierda. La función de este capítulo sería entonces la de contextualizar las actividades del grupo, el cual se mueve en un ambiente en el que se consolidan los principios democráticos y los medios masivos de comunicación. Marginal, pero no por ello indigna de destacarse en este capítulo, por lo reveladora de una actitud crítica saludable es la anécdota sobre las dudas de García Márquez ante la posible estafa del admirado William Faulkner: ese sano escepticismo, ajeno a idolatrías, le permitiría al creador de Macondo trascender el carácter epigonal de mucha literatura del país, condenada por lo mismo a no contar con una segunda oportunidad de lectura sobre la tierra. 1.7 OTROS ROSTROS DEL MISMO MAESTRO El tercer capítulo, “A la sombra del buen humor”, presenta a dos exiliados catalanes en situaciones contrastantes: uno, sedentario, rodeado de la compañía de sus contertulios y discípulos, peleando siempre con un mechón indisciplinado que le caía en la frente, y el otro, errante aventurero, solitario pasajero de hotel, con la cicatriz de un balazo arriba del tobillo como consecuencia de un telúrico lance de amor escondido. Los dos, sin embargo, artistas: el uno de la palabra y de la reflexión; el otro, pintor de indígenas, que se proponía hacer el inventario etnológico de los nativos del Nuevo Mundo, desde Tierra del Fuego hasta Alaska y, para entrar en empatía con el tema, procuraba, previamente, acostarse con las indígenas que iba a pintar, a quienes les juraba amor eterno. 215 Este capítulo nos muestra otras facetas de Vinyes, la del bromista victimario, que hizo beber diez cocacolas a un viejo amigo, y la del bromista embromado, víctima de una chanza del futuro cronista que, con mal disimulado candor, comete la inocente impertinencia de afirmar, tras escuchar una conversación en catalán entre Vinyes y su viejo socio Xavier Auqué Masdeu, de la que no había entendido ni “j” (p. 41), que si lo que estaban hablando no era español, con lo que ocasionó el resentimiento fugaz de Vinyes para quien el catalán no era un dialecto, sino un idioma. El cuarto capítulo, “Una sonrisa para la muerte” nos habla del regreso para morir de Vinyes a Barcelona, su soledad, el drama de su enfermedad cordial, que no le privó nunca de su fino y, a veces, macabro humor, puesto de manifiesto en el cuento firmado por M. Mihura, Un caballo en la alcoba, en el que la muerte es una obra de teatro del absurdo y la risa su mejor antídoto. Fuenmayor no sólo transcribe el cuento, a manera de collage, sino que, al tiempo, en un veloz pero certero ejercicio de crítica filológica, lo atribuye al propio Vinyes. 1.8 UN ARTE ONTOLÓGICO Y SOLIDARIO Los capítulos siguientes “Álvaro prepara una bouillabaisse”, “Orlando se casa con una monja” y “Obregón busca una modelo”, sin seguir un orden cronológico (se salta de mediados de los 50 a finales de los 40) se concentran en el movimiento pictórico barranquillero, pero, sobre todo, en la vida de tres pintores: el primitivista ocañero Noé León, ex-policía, pintor de peluquerías y cantinas; Orlando Rivera, alias “Figurita”, perenne transgresor, pintor de prostíbulos, pícaro tropical, que “tenía un aire de ‘camaján’ evidentísimo y se esmeraba en cultivarlo”, expulsado, por huelguista, de la Escuela de Bellas Artes de Bogotá, caricaturista de La Razón, profesor de dibujo en Baranoa, seductor de monjas en A.F. (2º i. a d.) en una reunión con Dean Martin. 216 Medellín, vagabundo internacional (de Acandí a Panamá, de Bogotá a Barranquilla y a La Habana —en automóvil—, además de los viajes inmóviles de la droga), payaso y bailarín de circo (adelantándose al personaje del cuento Hoy decidí vestirme de payaso de Cepeda Samudio), para quien lo importante es estar vivo; y Alejandro Obregón, que, ante el dilema entre la cómoda y rutinaria vida burguesa y el azaroso universo del arte, se decidió por este último. A.F. En otro de los collages del libro, Fuenmayor transcribe el texto que en homenaje póstumo a Figurita (que había muerto un miércoles de ceniza disfrazado de reina boliviana) presentó Obregón, el cual ilumina la poética de las crónicas de Fuenmayor y la de las creaciones del grupo. Para Obregón, la obra de Figurita revela que no es suficiente grabar la sensación plástica de un momento: es preciso ir más hondo y pintar con las raíces más profundas de nuestra raza, y, simultáneamente, condenar de manera abierta y franca lo absurdo y acompañar con lealtad y ternura a las víctimas de injusticias y sufrimientos, así como burlarse de lo falso y practicar una forma de ver que se aproxima a la magia primitiva (pp. 99-100). Entre La flor de arrebatamacho de Figurita y Violencia de Obregón, se ciernen las opciones de los creadores del grupo: la pregunta ontológica por el ser del costeño del Caribe y la responsabilidad ética ante el drama letal del interior del país. El capítulo “León Felipe yerra el tiro 1946”, es la semblanza de un insoportable: ese poeta muy menor del grupo del 27, pero buen traductor de Whitman, León Felipe Camino Galicia, un amargado y soberbio español de la diáspora, cuyo comportamiento es la antítesis del de Vinyes y Subirats y Pérez Doménech y los otros, excepto en el reconcentrado rencor antifranquista. Fuenmayor nos cuenta la sucesión de desplantes, bufonadas, bravatas, bufidos y embarradas que fue la breve estada del poeta patán León Felipe en Barranquilla. Se registra también aquí el suicidio del catalán Baltasar Miró, hecho que contrasta con la actitud de Vinyes y del grupo ante la muerte, si exceptuamos el caso del pianista y traductor Bob Prieto, olvidado por Fuenmayor. 1.9 ESTERILIZANTE AUTOCRÍTICA “El valor de las causas perdidas”, es una especie de puesta en abismo, en la que el cronista se ve a sí mismo contemplando un parque y se siente abochornado: “yo había tomado la costumbre de asomarme cada mañana por la amplia ventana y quedarme allí con la indolente quietud de un vago, para disfrutar de la refrescante intermitencia del ‘céfiro blando’ [y ver] la plácida vivencia del fluir del tiempo por parte de los viejitos del parque, pasajeros del inexorable tren del calendario”, “contemplando todo aquello sin espíritu crítico y, antes bien, con una sensación de simpatía universal o de una nostalgia anticipada que se enlazaba con otra nostalgia”. Instantes más tarde, al mirar al jardinero, el cronista se acuerda de un cultivador de crisantemos en las afueras de Praga, el autor de El Castillo y, anticipándose mentalmente a una remodelación del parque, empieza a echar de menos sus senderos y glorietas y verjas y barrotes “que proyectaban sombras llenas de fascinación sobre las hojas secas cuya fragancia quizá un poco acre lo llevaba a uno a un país del que nunca se hubiera querido regresar” y, avergonzado, se retira de “ese mirador cuadrangular que a veces pudo ser una ventana abierta hacia una confusa forma de felicidad, precisamente cuando involuntaria pero cotidianamente venían a mi memoria los eneasílabos de El poeta mira al parque. Cuando pensaba que algún día el bardo de Curití pudo encontrarse en actitud parecida a la que yo 217 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas asumía en esos instantes, me retiraba del alféizar de esa atalaya. Un instintivo sentido de vergüenza determinaba mi alejamiento de ese lugar. Me encontraba como si estuviera haciendo el ridículo. Había algo también de indefinible pudor”. Todavía “quieto en un estado muy cercano a la beatitud, entregado inconscientemente a la contemplación de la mañana”, llega Obregón al edificio de la Biblioteca Departamental con un saco sonoro repleto de botellas de ron blanco, sobrantes de la campaña electoral de un cuñado suyo. El texto delata a un poeta natural que (temeroso del fluir desbordado de sus sentimientos, y para no convertirse en un Ismael Enrique Arciniegas tropical), se niega a serlo, y opta por someter la riqueza de su mundo interior a la doble tortura del ahogamiento etílico (la invención sepultada bajo la bohemia improductiva) y de la autocrítica abusiva. Se dan cita entonces, e intercambian sus propiedades, dos polos contrarios del comportamiento humano: la contemplación y la acción, encarnados en Fuenmayor y Obregón. El consumo del centenar de botellas que tenía el saco sirve como telón de fondo socarrón a la empresa épica de Rafael Marriaga de armar una antología de diez poetas del Atlántico en la que hubiese podido figurar Alfonso Fuenmayor, de no haber incurrido en esa actitud que el cronista le reprocha a Bernardo Restrepo Maya: no firmar sus versos por pensar “que por ese camino no llegaría a la gloria” (p. 108). 1.10 OTRO ANTECEDENTE EN EL OLVIDO “Un sastre aplaude al poeta”, recrea un suceso de 1949: los preparativos, el desarrollo y el tragicómico final de una conferencia espectacular: Africanización purpúrica de los sesos de Venus, a cargo de Vidal Echeverría, el único poeta vanguardista colombiano, junto con Jaime Tello y el efímero Luis Vidales. Poeta 218 pintor, autor de Guitarras que suenan al revés, por su excentricidad, por su actitud iconoclasta, por su notorio humor, por su antisolemnidad, Vidal Echeverría, excluido de la antología de Marriaga, constituye un antecedente tanto vital como literario del grupo, si no nos olvidamos de El pez volador, poema de Alejandro Obregón que cierra la antología de Fernando Arbeláez, Panorama de la nueva poesía colombiana. 1.11 AMISTADES SIN BARRERAS (ECONÓMICAS) “Gabito lee a Julio Mario” se refiere tangencialmente al momento culminante del grupo como tal, antes de que cada quien emprendiera su propio camino: la publicación del semanario Crónica. Este capítulo nos muestra cómo la literatura y el arte generaron entre los amigos un espacio que trascendía las diferencias sociales y económicas. Un tanto de soslayo se nos revela que la dificultad mayor, la resistencia más tenaz que debió afrontar el grupo fue la inexistencia de un público a la altura de su proyecto creador, lo que, sin duda, debió incidir en la decisión de varios de sus miembros, de abandonar el medio si se quería persistir en la creación de una obra con altos niveles de exigencia y audacia. 1.12 OBREGONADAS “Todo el mundo cabía en La Cueva” abarca un lapso que va de 1953 a 1958 y cuenta la historia de ese espacio heterogéneo, con abanicos de notaría, mostrador de tienda, pinzas ornamentales de gabinete odontológico, sillas de bar, refrigeradores de refresquería, equipo estéreo de salón de baile y paredes de galería de arte moderno: La Cueva, la tienda vuelta licorería que se ha convertido en emblema de Barranquilla, aunque le falta el ave heráldica de la ciudad, el gótico golero. Ámbito de mezclas y confusiones; refugio de cazadores cansados; asiento de intelectuales solitarios que persiguen con desenfreno la vida y no hablan de arte ni pontifican sobre la literatura, pues detestan y evitan merecer ese apelativo, fieles a una idea de la vida en la que no caben conferencias ni simposios; posada de notarios versificadores y políticos en receso; asilo de orates estridentes que rompen las barreras de la inhibición, según lo describió un siquiatra prestigioso, La Cueva era como una plaza de carnaval donde se concentraba lo imprevisto: recitales de poesía con sonetos de cuarenta versos, asesinatos de murales, banquetes inverosímiles, borracheras interminables, celebración de natalicios, pruebas suicidas de machismo. De ahí su salto casi natural de la cotidianeidad a la leyenda y al mito. El último capítulo, “Obregón estima el valor de la Virgen”, nos cuenta el regreso de París del pintor, un tanto cambiado, aunque no lo suficiente como para abandonar esas máscaras o performances que adoptaba el artista para dominar “ese lirismo suyo que él ha querido sofocar tantas veces y que golpea rudamente las puertas de la angustia pascaliana”. Este capítulo es una muestra más de la actitud irreverente de los miembros del grupo, no sólo ante El Vaticano, sino ante sus propias producciones. 2. RECEPCIÓN Libro múltiple por los diversos géneros —cuento, testimonio, entrevista, crónica roja, reportaje, ensayo, historia de la urbe, crítica literaria, presentación para catálogo de exposición de artes plásticas, epístola, biografía, autobiografía, sem- 219 blanza— que celebran un feliz encuentro en el bar de la página, Crónicas, generó, como era previsible, una cadena de reacciones contrapuestas, oscilantes entre la alabanza amistosa y el venenoso vituperio. Veamos algunas. 2.1 LA PRESENTACIÓN EN SOCIEDAD Otto Morales Benítez en el lanzamiento oficial del libro destaca la eficaz reconstrucción, por parte de Fuenmayor, de un momento trascendental en la historia del arte y la literatura colombianos. A su juicio, el libro consigue un gran fresco de escritores, artistas y soñadores locales (dueños de un sitio en la vida nacional), con sus rostros, sus ademanes y sus gestos, acompañado de sucintos juicios y observaciones sobre sus obras, a través de los cuales se revela el espíritu encantador de Barranquilla, con su espontánea alegría, su contagioso regocijo para decir las cosas, sus bulliciosos bares y cafés y calles, su vitalidad deportiva, su escepticismo y la viva creatividad popular suelta y en todo su esplendor. El libro es, pues, el inventario de una actividad cultural intensa —las publicaciones (revistas, periódicos, libros), los movimientos del mundo pictórico, la visita de prestigiosos intelectuales y artistas internacionales: León Felipe, Ramón Vinyes, Juan José Pérez Doménech, Baltasar Miró, José Gómez Sicre— presentada con discreción y gracia en la revelación de secretos y comprensión y solidaridad con los personajes retratados. Al evaluar el aporte del grupo, Morales Benítez considera que fue como un grito de independencia intelectual que liberó a la literatura colombiana de sus tres males endémicos —el melodrama, el maniqueísmo y el compromiso político—, iniciando la internacionalización del arte a partir de materiales reveladores de la identidad regional, atentos a las voces auténticas de su raza, a la densidad humana del múltiple Caribe. El mérito máximo de Crónicas es, para Morales Benítez, haber concedido la permanencia de la palabra a unos hechos y a sus actores, sin incurrir en la apología ni en la pedantería ni en la pesadez plomiza de la interpretación crítica. 2.2 PLUMA EN RISTRE Amigo de varios de los personajes presentes en el libro, personaje él mismo, Néstor Madrid-Malo se fue lanza en ristre contra las Crónicas, negando la existencia del “Grupo de Barranquilla”, como centro de la actividad intelectual en aquella ciudad durante buena parte de los años finales de los cuarenta y comienzos de los cincuenta10 y descalificando las crónicas por su inexactitud (la Librería Mundo no fue nunca, según él, lugar de tertulia), e incoherencia, puesto que, según su criterio, la mayoría poco tiene mucho que ver con el referido “grupo”. Para Madrid Malo, el libro es un conjunto de cabos sueltos [los inconexos recuerdos de Fuenmayor], zurcidos bien arbitrariamente, sobre los más diferentes aspectos de la vida bohemia, periodística y literaria en la Barranquilla de aquella época, en los que más es lo que calla adrede que lo que a medias cuenta.11 2.3 LÚCIDA DEFENSA El texto de Madrid Malo tuvo la virtud de suscitar la respuesta de Julio Roca Baena mediante un texto de ágil y diáfana escritura, que constituye un modelo de reflexión y síntesis, en torno al tema. 220 A. F. con el cónsul de la Republica China, Chou Cheng-Ehu, y un amigo de éste, en Barranquilla. El problema, para Roca Baena, no es la existencia o no del grupo, discusión irrelevante, sino definir el alcance de la palabra “grupo”, una construcción teórica con la función de ubicar cronológicamente la producción literaria, y para cuya denominación los estudiosos suelen emplear el nombre del sitio o de la ciudad donde se reunieron, más con la intención de describir la atmósfera que rodeó a sus integrantes, que la de crear una superentidad con programas tácitos o manifiestos. Con perspicacia, Roca distingue entre el papel del café o del bar, aglutinantes democráticos de talentos dispersos, y el del señorial salón literario de la burguesía rica y cultivada, y postula, para el caso del Grupo de Barranquilla, dos instituciones románticas, la bohemia y el periodismo, como los puntos de convergencia para los jóvenes y talentosos creadores, de procedencia dispar que, estimulados por sus lecturas, sentían alguna inquietud creadora más allá de las actividades mercantiles de una sociedad sin mucha tradición ni especial inclinación a las especulaciones intelectuales. Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas Roca Baena sostiene que, pese a su breve duración y a la ausencia de un manifiesto programático, lo que hace al Grupo digno de ese nombre fue el haber fundado y publicado el semanario Crónica. Tal puntualización constituye un acierto en la medida en que, para la historia de la literatura y de la cultura, lo que importa no son las amenas anécdotas sino los cuentos, las traducciones, los dibujos, las reflexiones y los reportajes que, a través de su órgano de difusión, legaron los escritores y artistas. En su estudio sobre el grupo literario mexicano de Vanguardia, Los Contemporáneos, el investigador Guillermo Sheridan planteaba que “Las revistas literarias son la bitácora del viaje literario de una cultura. Son el diario oficioso de ese viaje, cuyo sentido final son los libros, o algunos libros. Su primera razón de ser es impedir el deterioro de la literatura.”12 Así, lo que queda de ese grupo complejo congregado en Barranquilla, además de la fecunda convivencia entre generaciones que aseguraba la continuidad de un proceso, el intercambio de ideas y el cambio maduro, son las obras en las que se efectúa una 221 A.F. síntesis de lo nacional y lo universal, de realidad e imaginación, de vuelo inventivo y pies en la tierra, en la cotidianeidad, en lo humano, arraigado tanto en el tiempo (ahora) como en el espacio (aquí). Lo clave es que con tales obras se dan las bases y algo más de la narrativa, la pintura, el periodismo y el cine modernos en Colombia, y su conocimiento es insoslayable si se quiere tener una idea cabal del proceso de la cultura contemporánea colombiana. Por ora parte, Roca advierte que las Crónicas, reminiscencias hilvanadas al correr de la pluma, no constituyen una historia o una biografía colectiva, pues retratan sólo a los personajes más pintorescos y tangenciales, apartándose del tema en el que radica la importancia del Grupo como tal: la fundación y los avatares de Crónica y de los gustos literarios que le dieron carácter. Las Crónicas tampoco consideran las posteriores trayectorias individuales de sus integrantes. Asimismo señala Roca que aunque el mismo Fuenmayor ponga en duda que entonces hubieran tenido conciencia y propósitos de grupo, este hecho no invalida, a posteriori, su existencia. De manera atinada, Roca establece dos etapas muy distintas en la historia del grupo, un tanto desdibujadas en el libro. La primera, correspondiente al desarrollo de sus actividades, antes y durante la publicación de Crónica (mediados de los cuarenta y comienzos de los 50); la segunda, abierta y heterogénea, desaparecido ya el semanario (años 60), la de “La Cueva”, caracterizada por la menor producción del grupo como tal, así como por la asimilación de sus intelectuales al Establishment, al medio, a la clase dominante. En este lapso, cada uno de los miembros del grupo, aprovechando (o traicionando) el impulso adquirido, sigue su trayectoria singular: Alfonso Fuenmayor, sus carreras, periodística en El Heraldo y política en el Senado; Obregón se convierte en el pintor moderno más importante del país; Gabriel García Márquez, corresponsal de genio y pre- 222 mio nacional de novela; Álvaro Cepeda Samudio escribe su obra mayor, La casa grande y cumple un papel clave en la modernización del periodismo en Diario del Caribe. En el trabajo de Roca Baena están los fundamentos y la guía esencial para un trabajo posterior al que sólo le correspondería ampliar y desarrollar sus intuiciones y esbozos. 3. VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS Los veinticinco años transcurridos desde la publicación de Crónicas nos permiten una perspectiva distanciada para valorar su significación. 3.1 LOS MÉRITOS En una entrevista con Heriberto Fiorillo,13 a raíz del premio nacional de periodismo concedido a la publicación en la prensa barranquillera y bogotana de las trece crónicas, Alfonso Fuenmayor puso de manifiesto el concepto y las reglas del juego del género: a su juicio, la crónica es el relato que produce el tiempo y su clave está en definir cómo abordar el tema, desde qué ángulo enfocar la historia. Allí mismo establece Fuenmayor las exigencias fundamentales para el cronista: base literaria, conocimiento de la prosa y manejo fácil del idioma. Es sorprendente la sólida coherencia entre la prédica y la práctica: el bagaje literario y artístico del autor, la destreza descriptiva, la gradual entrega de las informaciones, la dosificación de los datos, la fluidez y pertinencia de los diálogos, el equilibrio expositivo y la riqueza y frescura del lenguaje se nos presentan como rasgos muy difíciles de emular en nuestros tiempos. 3.1.1 BAGAJE LITERARIO CULTURAL Entre los elementos que llaman la atención en Crónicas figura el vasto bagaje cultural de Alfonso Fuenmayor, quien se mueve con soltura en los universos diversos de la música culta y popular, la literatura, la crítica literaria, las artes plásticas, el teatro, el cine, la historia, la filosofía y el periodismo. No obstante, las referencias más reiteradas son las literarias. Fuenmayor muestra un amplio y solvente conocimiento de varias literaturas: en la española, del Siglo de Oro, la Generación del 98, del Grupo del 27 y los dramaturgos y novelistas contemporáneos; en la hispanoamericana, del modernismo y el boom, sin olvidar la poesía barroca de Sor Juana; en la norteamericana, sus referentes son básicamente contemporáneos; en literatura europea no olvida a Homero y sus personajes memorables como el prudente Néstor, aunque sus preferencias son francamente francesas y van de Villon y Rabelais a nuestros días abarcando el teatro clásico, la novela realista, la poesía simbolista y la literatura de vanguardia en sus diversos géneros, así como los narradores existencialistas; en la literatura colombiana, de la poesía modernista de Eduardo Castillo a De Greiff, sin olvidarse de los escritores del patio costeño. Son también múltiples las alusiones a las artes plásticas francesas, españolas y norteamericanas. Todo lo anterior no sólo nos ilustra la amplitud de los intereses del grupo, su humanismo cosmopolita, más allá del marco parroquial: simultáneamente nos muestra cómo detrás de las luces penumbrosas de la bohemia se ocultaban horas de disciplinada dedicación y abundante lectura. 223 3.1.2 CONOCIMIENTO DE LA PROSA Otra de las virtudes del libro la constituye el conocimiento de la prosa narrativa puesto de manifiesto por Fuenmayor al hallar la perspectiva y el tono que hacen verosímil su relato. El cronista se convierte en un personaje de la obra, pero, casi sin quererlo, a pesar de sí mismo. No hay nunca el prurito narcisista de figurar en primer plano. Por el contrario, pareciera que su intención fuese más bien borrarse. No obstante, en el transcurso del relato de los acontecimientos en los que ha sido juez y parte, se va delineando su papel de puente entre la generación de los maestros José Félix Fuenmayor y Ramón Vinyes y los debutantes Gabriel García Márquez y Álvaro Cepeda Samudio, al tiempo que se va esbozando un perfil que le confiere credibilidad a su voz, la imagen de un tipo culto, pero modesto, poseedor del verbo y de la memoria, sin alardes ni aparatosos aspavientos, apartado de toda presunción, cuyo bagaje intelectual es respetado por sus interlocutores: nadie menos que Ramón Vinyes le pide un concepto sobre uno de sus dramas. Poco a poco, en detalles dispersos, se nos va configurando un rostro (o una máscara) con sus apetencias y disgustos: la pasión por la lectura, la ineptitud para el regateo comercial, la formación jesuita que le impide el uso de ciertas palabras enfáticas y rotundas, el horror a la solemnidad, la repulsión por la vulgaridad del plástico, la erudición en bares y tiendas de barrio y el saludable y permanente sentido del humor. Definitiva para las crónicas es la coherencia de su tono irónico y filosófico, conversado, antisolemne, distante de ese mal endémico y dañino en nuestra historia cultural: la oratoria. De la estirpe socrática, renovada por las maneras de Rabelais, Cervantes y Anatole France, el tono del cronista, pleno de incertidumbre, consciente de la inexistencia de la última palabra, recuerda al narrador de las novelas de José Félix Fuenmayor: “Quizá valga la pena hablar un poco de la Librería Mundo”. El cronista elude todo énfasis, toda afirmación rotunda: “De pronto, y no recuerdo exactamente la causa, la tertulia se trasladó” (p. 34); “nunca supimos por qué le había dado el esquinazo al café Roma” (p. 41); “Cómo funcionaba ese bar en horas del día, nunca lo supe. Ni supe tampoco quiénes eran sus parroquianos habituales” (p. 40). Al referirse a un personaje nos dice: “A ciencia cierta no sé cuál fue su destino final”. Siempre se tiende un manto de duda ante las inevitables fallas de la memoria. No se trata, por supuesto, de una investigación rigurosa, sino de un testimonio cordial, punto de partida para ulteriores precisiones y ampliaciones. Por eso se busca siempre la complicidad del lector: “Lo demás es divagación. Evitémosla”; ”Pero, en fin, dejemos las cosas, por ahora al menos, de ese tamaño” (p. 26); “Más adelante se discutirá un poco esto de ‘grupo’”. Y como ocurre, con frecuencia en la conversación, no se cumple o se olvida la promesa. También se recurre reiteradamente a los sobreentendidos: “como suelen suceder estas cosas” o a la deliberada imprecisión temporal de los hechos recordados: “En esos días” (p. 67); “antes de irse del país” (p. 76); “a finales de la década del cuarenta” (p. 83); “un día por ese entonces llegó a Barranquilla”. Destacable es asimismo la agudeza de la observación, capaz de captar gestos, detalles mínimos que retratan para siempre un personaje, aspecto en el cual, sin duda alguna, se manifiesta una vez más la asimilación de las lecciones del viejo José Félix. Tal ocurre en las palabras de Noé León que nos remiten al monólogo siempre esperanzado del mendigo del cuento: “No sé qué ha pasado hoy. Todavía no he vendido los cuadros. Claro que he hecho ‘estacioncitas’ por ahí. Pero el cliente no ha aparecido. Ya caerá, ya caerá” (p. 74). Igual sucede en la descripción de León Felipe al divisar un mural de Obregón, que nos recuerda al ordeñador- 224 Gonzalo Fuenmayor, collage especial para Huellas filósofo del cuento Con el doctor afuera, en su percepción minuciosa de los movimientos menudos del mundo animal, “Poniendo la cara en la posición en que las gallinas colocan su cabeza cuando toman agua” (p. 126) que, además de proyectar una imagen memorable, rebaja al altivo poeta español hasta la domesticidad cotidiana de las aves de vuelo bajo y nula valentía. En otras ocasiones, la observación culmina en una frase ocurrente, cargada de humor, que cumple una función similar de fijación en la memoria e irrisión: para darnos una idea de los ojos de la mujer que aparece en un cuadro de Figurita, nos dice que “Los ojos eran en verdad unos ojazos de bolero o de pasodoble español.” (p. 84) Fuenmayor sabe también crear el suspenso a partir de la descripción gradual del clima que rodea los hechos: “El calor se había hecho francamente intolerable, principalmente para Pepe Gómez Sicre, acostumbrado ya a la suave temperatura de Washington. Además, para ese entonces pesaba unas trescientas libras. Me invitó a que saliéramos a la calle con la esperanza de que un poco de brisa vagabunda nos refrescara” (p. 69); “el sol ahí estaba derramado en la calle, en los andenes. Era ese sol despiadado, incandescente, plenipotenciario de las dos de la tarde de un agobiante día de agosto. La reverberación sobre el asfalto” (p. 71); “El poco de brisa que buscábamos no surgía de ningún punto del horizonte y hubiera bastado, allá en el cenit, el aletazo de un golero para que en algo se hubiera refrescado el ambiente” (p. 71). La precisión barométrica, además, no es gratuita, pues está al servicio de un hecho ulterior: la brisa que no viene es el hombre que llega, la buena estrella de Noé León para quien “muy otra habría sido su suerte si Gómez Sicre no hubiera salido de la cocina a tomar un poco de aire en ese instante.” (p. 75) En lo relativo a la presentación de los personajes, Fuenmayor suele utilizar con eficacia un truco característico de los maestros de la novela realista decimonónica: la reiteración de un rasgo del personaje que se va convirtiendo al paso de las páginas en un sello distintivo. Así pasa con la voz y la risa del abogado, historiador y antólogo de poesía Rafael Marriaga: “hablaba con voz queda, susurrante, de tal manera que todo cuanto decía salía convertido, al través de sus labios en una confidencia” (p. 147); “voz en la que parecía escondido parte de un grillo ligeramente desafinado” (p. 148); “una risita espasmódica que hacía aparecer aún más pequeños esos ojos” (p. 149); “esa risita que tanto parecía un pequeño relincho.” (p. 151) 225 Otra muestra de la gran destreza narrativa de Alfonso Fuenmayor es la manera de comenzar los capítulos generando en el lector uno o más interrogantes, técnica típica de los cuentistas veteranos: “La primera vez que lo vi estaba en la Lunchería Americana” (p. 23). “Alejandro Obregón se presentó con él a mi oficina.” (p. 155) Cabría, por último, destacar la deliberada selección de datos pintorescos, curiosos que contribuyen a la creación de una atmósfera insólita, festiva: las tumbadas que el probo Julio H. Palacio le pegaba a Ramón Vinyes, al hacerse apuntar libros fiados que nunca pagaba (p. 14); el comentario en latín que escribió Vinyes contra el párroco de San Nicolás (p. 15); el derrocamiento de Alfonso XIII derrocado mientras se fumaba la colilla de un cigarrillo (p. 16); las conferencias en el lomo de un elefante de Ramón Gómez de la Serna (p. 24); las pláticas de Pérez Doménech sobre la guerra cuando no quería hablar sobre temas de la metafísica (p. 25) y la paradoja de su muerte: huyendo de la dictadura de Franco fue a morir en la Habana de Castro (p. 26); la afición culinaria de Álvaro Cepeda (p. 67); la vocación vergonzante de Alberto Lleras por la pintura (p. 70); los enredos literarios de Figurita, hablando de la vieja Faulkner y del viejo Woolf (p. 86); la etapa vital de Obregón manejando una catapila en los campos petrolíferos del Catatumbo por donde merodeaban los antropófagos motilones (p. 106); la hedionda cabeza de caimán puesta a secar en la puerta del estudio de Obregón (p. 109); la confusión del poeta Guillermo Valencia en casa de Juan Friede cuando vio disfrazado a Vidal Echeverría y preguntó quién era esa mujer tan interesante (p. 158)... 3.1.3 Y MANEJO FÁCIL DEL IDIOMA El tercer requisito de la buena crónica con el que cumple a cabalidad Alfonso Fuenmayor es el dominio del idioma, la madurez que le permite expresar una sensibilidad limpia de cursilerías y desbordamientos líricos, el manejo ameno y musical de las palabras tras las cuales se percibe una inteligencia rectora, un hábil juego mental. Fuenmayor logra equilibrar la novedosa incorporación de un léxico caribeño “con el mismo movimiento con que uno observa por ahí cómo la gente toma el masato” (p. 167) o de dichos y expresiones de uso regional “con los crespos hechos” (p. 11), “advertí por el rabillo del ojo” (p. 42), con el uso de metáforas convencionales “estuario que desemboca en el mar del recuerdo”, “la cola del instante en un recodo del tiempo”, “el primer peldaño del lirismo”, (pp. 9-10) “el camino de la fascinación” (p. 25) que le imprimen un sabor añejo a su prosa. Pero, ironista nato, de vez en cuando, pone de manifiesto su conciencia crítica acerca de los riesgos que implica dejarse llevar por la simple pereza o por el encanto del lugar común: “Para entrar al estudio había que atravesar una gran azotea desde la cual, sin más limitación que la que impone esa línea en que el cielo y la tierra parecen tocarse, se dibujaba un paisaje espléndido y declamatorio. Hasta el más lerdo contemplando el trazo que en ese paraje hace el Magdalena, habría de concederles a los poetas toda la razón cuando aluden al río llamándolo ‘cinta de plata’ o ‘sierpe argentada’ y cosas así. Lo que seguirá sucediendo, si no se legisla a nivel universal como lo ha pedido Gabito, en el sentido de que se prohíban las metáforas y se castigue su uso hasta con la pena de muerte. ‘Una sanción más bien leve, comentaba el padre del Patriarca, para delito tan atroz’” (pp. 109-110). Definitiva para la amenidad del lenguaje es la presencia del humor a través de 226 A.F. (1º d. a i.) en Puerto Rico, 1957. dos recursos fundamentales. Por un lado, las hipérboles, como cuando al describir a Pérez Doménech nos dice que “le ponía énfasis hasta a los convencionalismos de la urbanidad”, (p. 24); o cuando para definir de manera viva la estolidez de los que criticaban la publicación en Crónica de un cuento de Julio Mario Santo Domingo, les atribuye unas “entendederas que tenían pasados unos cerrojos que hubieran envidiado los alcaides de la Bastilla” (p. 175); o cuando León Felipe, en pleno almuerzo en el Hotel del Prado con los padres de Obregón, se quitó el zapato y empezó a rascarse con el índice el pie poseedor de un “dedo gordo provisto de una uña capaz de destapar una botella de cerveza.” (p. 164) El otro recurso, que también nos remite a la maestría del viejo José Félix, es el del circunloquio: beberse un trago es “pasarlo por el esófago” (p. 37); el corazón es la “noble víscera” (p. 56); cocinar es sostener “luchas con la estufa, las ollas y los condimentos” y el arroz “esa cándida gramínea” (p. 67); el bigote “ese apéndice capilar que se extendía en la parte superior de sus labios” (p. 84), la zona de tolerancia prostibularia es “el sector de los ‘bombillos rojos’” (p. 86), la tendencia a gritar de León Felipe es “su agresiva inclinación a servirse de una fonética estentórea” (p. 121) su voz gritona es una “voz de arrestos marciales” (p. 122) y su constante gritar es poner “a prueba la consistencia de nuestros tímpanos.” (p. 124) 3.2 LOS APORTES La obra inconclusa de Fuenmayor recrea con lujo de detalles un periodo clave en la historia cultural del Caribe colombiano. Sin este libro son muchos los datos que se hubieran perdido para siempre de la memoria de los habitantes de la región. Para la reconstrucción de la historia de la ciudad, para las biografías de los protagonistas de la renovación cultural de la región y del país, éste sigue 227 siendo un libro indispensable: por él nos enteramos acerca de numerosos sucesos significativos: que Vinyes conoció personalmente a Chesterton (p. 15) y fue huésped de Martin du Gard (p. 17), que la colonia siria regaló a la ciudad la estatua de la Libertad en 1910, que Eduardo Zalamea Borda intentó suicidarse en un café del centro; por él sabemos del último salón anual de pintores costeños, de la vida, pasión y muerte de Figurita, de los comienzos de Obregón y la estrecha y atrasada crítica de las artes plásticas en la Bogotá de los 40, de la gazmoñería moral de la otra Barranquilla ciudad con sus referencias estrechas y atrasadas que coexistía con la ciudad que inventaban sus artistas. Justamente entre los más altos méritos de Crónicas, figura la recreación de la vida cultural barranquillera, nutrida por la diáspora fecunda que siguió al triunfo del franquismo y por la inmigración ocasionada por la Segunda Guerra Mundial. Habían asesinado a Gaitán y con él un universo de esperanzas y los tentáculos centenarios de la violencia comenzaban a afianzarse sobre los campos y las ciudades del interior del país, muchas de cuyas gentes, sacándole el cuerpo al fenómeno, se habían venido a la ciudad en la que había cafés eternamente abiertos, pues funcionaban sin puertas. La ciudad, en ese entonces, era una fiesta móvil, otro país en el que se respiraba un clima, una atmósfera que quisiéramos para nuestros días, un ambiente cosmopolita de cafés, bares y centros nocturnos atendidos por catalanes o por recién venidos paisanos del interior. Los habitantes de la ciudad sintonizaban la BBC de Londres y las emisoras de La Habana, bailaban mambo y bolero con orquestas de mujeres cubanas, se motilaban con peluqueros peruanos, bebían champaña Remy Martin, leían la Nouvelle Revue Française y los diarios de circulación nacional y se organizaban salones de Pintura Latinoamericana y el Júnior y el Sporting y el béisbol profesional conquistaban sus fanaticadas, Nereo tomaba sus fotos, Bob Prieto daba sus conciertos, Doménech y Vinyes y Vargas y Meira y Biava y Obregón y Loochkartt dictaban sus clases, Meira escribía sus poemas de amor, José Félix sus cuentos de campesinos entrando en la ciudad, Cepeda los suyos de seres solitarios en Nueva York y García Márquez iniciaba su universo mágico de muertos vivos y alcaravanes, y Figurita, Obregón, Noé León, Cecilia Porras, Melo y Grau pintaban sus cuadros, y Cepeda y García Márquez maduraban sus novelas, Rojas Herazo traía sus dibujos de próceres y sus poemas que removían a fondo la retórica piedracielista al tiempo que la orquesta del maestro Sosa y Pacho Galán y Buitrago y Peñaranda y Escalona y Peñalosa y Campo Miranda y Esther Forero y Nelson Pinedo y el negro Meyer y José Barros, entre otros, a punta de porros, fandangos, cumbias, vallenatos y mapalés iniciaban una lenta pero eficaz transformación en los hábitos amorosos y en los bailes y la actitud vital de los colombianos. Para la historia de la literatura, Crónicas ofrece a los lectores la propuesta de unos nombres olvidados cuyas obras pueden considerarse como antecedentes en la ruptura del Grupo de Barranquilla: tales son los casos de Vidal Echeverría en la poesía y en la excentricidad, Juan José Pérez Doménech en el periodismo radial, Rafael Marriaga en la indagación crítica de una tradición. El libro, inconcluso, es, no obstante, un minucioso testimonio de la existencia del Grupo de Barranquilla que pese a la heterogeneidad de sus miembros en edades (tres generaciones) orígenes sociales, formación, gustos y a la ausencia de un explícito programa, estaba cohesionado por actitudes afines: la desconfianza e inconformidad frente a la tradición; la honradez artística y la disciplina; la 228 crítica frente a la improvisación y el facilismo amateur; el respeto por la aristocracia del espíritu, el pensamiento y la expresión, pero desde perspectivas democráticas, sin ínfulas ni prebendas; el rigor y la exigencia universal y sin concesiones en su producción; la lucidez y curiosidad universal por el arte nuevo. En un medio ni siquiera hostil, sino algo peor, indiferente, se movieron a contrapelo de los valores de la cultura oficial. Pero no se trataba de una pelea maniquea entre una costa caribe pluricultural, aperturista, afanosa de novedades e independencia y el páramo andino, gramatical, aficionado a latines y al pensamiento ortodoxo, epigonal, excesivamente apegado a las convenciones, a la tradición y al encumbramiento de los escritores por sus actividades políticas. La oposición del grupo abarcó el provincianismo tanto de los valores nacionales —Luis López de Mesa, Calibán, los poetas piedracielistas y los leopardos grecoquimbayas— como el de los locales —Miguel Goenaga, Amira de la Rosa, Emirto de Lima, Julio Enrique Blanco, Néstor Madrid Malo, Benigno Acosta Polo, Alfredo de la Espriella—. De ahí la importancia de la revista Crónica que da a conocer los nuevos narradores nacionales y extranjeros e instaura una nueva escala de valores que se aparta del estilo elegante, el léxico pintoresco de los costumbristas caldenses estacionados para siempre en el sabor de la tierruca, el paisajismo, el narcisismo nacionalista, el patriotismo estéril, y, en contraste, privilegia las obras que se interesan en el tema del lenguaje, en su capacidad para revelar la condición humana. No obstante, su crítica no se dio en el plano abstracto de la teoría y la especulación, sino que se encarnó en la práctica de una escritura alejada de las posiciones oficiales de las academias, orientada hacia la captación profunda de la realidad regional mediante la apropiación de las modernas técnicas narrativas europeas y norteamericanas, en las que funden la renovación con la recuperación de formas narrativas autóctonas, el humor y lo grotesco, la literatura fantástica y la picaresca, la metaliteratura y la parodia, el mundo interior del hombre marginado (en el campo y en la urbe) y su palabra, en una síntesis que expresa la polifónica realidad cultural de la región y de Latinoamérica. El resultado fue la puesta de la literatura colombiana en la hora mundial, la apertura de las puertas a las nuevas corrientes literarias, pictóricas, cinematográficas, periodísticas. Pero la voluntad de cambio fue más allá de las obras y se puso de manifiesto en la vida misma de los artistas, su desprejuiciada presencia en el vestir —sin corbata ni medias—, la excentricidad, la vitalidad, la irreverencia, el humor indeclinable incluso frente a la muerte, la amplitud de criterios que permite valorar lo bueno en las procedencias más diversas, la creatividad en todas las actividades, la culinaria, la pintura, el diseño de carrozas de carnaval, la composición popular y la actitud vital hedonista que no riñe con la necesidad del estudio y la disciplina. De esta manera en la mesa del café Colombia, entre los estantes de la Librería Mundo, se fue gestando la aparición de un nuevo tipo de intelectual —jóvenes lectores de literatura, practicantes del periodismo, aficionados al cine y a la pintura, a la fotografía y los deportes, al béisbol y al fútbol, a la música clásica y a la popular, al jazz y al vallenato, nocturnos bohemios, amigos, discutidores, pensadores independientes, alérgicos a la pedantería pontifical—, quienes persiguieron (y hallaron) una correspondencia entre la vida y la literatura: la literatura como una forma de vida que nada tenía que ver con la solemnidad ni la pedantería ni el corsé académico ni la celebración de la ignorancia deliberada de 229 otros idiomas y de los limitados conocimientos ni la cerrazón a la modernidad ni la Gruta Simbólica ni los Centenaristas ni Piedra y Cielo. Y PROBLEMAS Investigaciones posteriores han revelado algunas siestas, nunca homéricas, de la memoria de Alfonso Fuenmayor. Pero se trata de detalles de muy poca monta como el de situar en un mismo año, tal vez por razones de simetría estética, los nacimientos de Ramón Vinyes y José Félix Fuenmayor; o el afirmar que Vinyes llegó a Colombia como pinche de contabilidad de una empresa exportadora de bananos, cuando, en realidad, lo había contratado un comerciante cienaguero; o la escritura incorrecta del nombre de algún novelista (Cansino Assens en lugar de Cansinos Assens) o de un pintor (Delanay en vez de Delaunay). Lo que sí se echa de menos es que no se extendiera mucho más en lo relacionado con “los libros que nutrían las conversaciones, los diálogos interminables, discusiones acaloradas”, que no nos revelara más detalles relacionables con las obras como el de la mujer que inspiró el cuento La mujer que llegaba a las seis o el suceso que originó La noche de los alcaravanes. La estructura del libro presenta cierto desequilibrio que no hace justicia al papel de los diversos protagonistas: la primera parte se centra en torno a Ramón Vinyes: la segunda, en Alejandro Obregón. Sin demeritar el papel de Vinyes como cómplice y gran gestor ni el estímulo de su ejemplo de hombre que se la jugó por la literatura, José Félix Fuenmayor, por su obra, exige un mayor despliegue. El decoro, el pudor o la reticencia, “por razones fácilmente comprensibles quien esto escribe no se extenderá sobre la personalidad de José Félix Fuenmayor” (p. 18), la modestia misma de Alfonso Fuenmayor, “según aseguran quienes tienen autoridad sobre la materia [los cuentos de JFF], influyeron en el grupo desde el punto de vista narrativo” (p. 19), lo llevan a desplegar un amplio desarrollo al maestro catalán, en detrimento del valioso aporte del fundador José Félix. Lástima: mucho hubiera podido decirnos Alfonso sobre la formación de su padre, su amistad literaria con Porfirio Barba-Jacob, su interesante periodo creativo posterior a Voces y la génesis de los magistrales cuentos de La muerte en la calle, e incluso sobre los poemas de Musa del trópico, que están a la espera de una renovada relectura. Hay muchos personajes olvidados, o a la espera de una segunda oportunidad sobre la tierra como Germán Vargas que en el libro es casi una ausencia, o el propio García Márquez (quien a la larga explica y justifica este tipo de crónicas), o Cepeda Samudio que figura más como cocinero, bebedor y empresario excéntrico que como escritor. Tampoco se nos dice nada del Obregón poeta, ni del papel de Bernardo Restrepo Maya, Meira Delmar y Armando Barrameda Morán, quienes de seguro tuvieron que ver con la génesis y evolución del ideario estético del grupo y de las obras. Se olvidan asimismo algunos visitantes asiduos del patio que andaban en búsquedas similares como Cecilia Porras, Enrique Grau y Héctor Rojas Herazo. 3.4 FUNCIONALIDAD Crónicas cumple un papel fundamental en nuestra región, tan inclinada a borrar las huellas de sus pasos como los animales salvajes, lo que degenera en un mal 230 Foto de Rafael Salcedo Castañeda 3.3 ERRORES Alfonso Fuenmayor A.C.S. y G.G.M. en el aeropuerto de Barranquilla. (Tomada de Alfonso Fuenmayor, Crónicas sobre el grupo de Barranquilla, Colcultura - Gob. del Atlántico.) crónico: el desconocimiento de los propios orígenes, de una herencia cultural, de un legado de conocimientos y formas que imposibilitan la creación de una obra de peso, que no sólo se nutra del pasado, sino que lo transforme. Fuenmayor tuvo la osadía de transgredir esa tradición de memorialistas que no van más allá de la euforia etílica y oral del cafetín (el imperio premoderno de la charlatanería), y supo legarnos una obra admirablemente escrita que salva del olvido múltiples episodios de nuestra historia cultural y rompe con esa fatalidad de Barranquilla que Márvel Moreno enunciaba: En Barranquilla todo desaparece: la humedad y el comején corroen libros, objetos, muebles: las casas se abandonan o se derrumban solas. No existe la sensación de perennidad que emana de las ciudades europeas; ningún rastro de los hombres que trabajaron para crear el mundo en el cual nacimos.14 De allí la fecundidad de su trabajo que al provocar la aparición de una serie de textos como los de Néstor Madrid Malo, Jorge García Usta, Dasso Saldívar, Carlos Flores Sierra, Gustavo Arango, Oscar Collazos, Eligio García Márquez y Heriberto Fiorillo, contribuye al esclarecimiento del proceso cultural de la región y al inventario minucioso de sus protagonistas y obras. Fuenmayor, quien se propuso satisfacer la curiosidad de otros, no sólo lo logra, sino que, al mismo, tiempo la incrementa, al convidar a la búsqueda de mayor información acerca de las vidas tan singulares de nuestros escritores y artistas, y sobre todo, a la revisión, desde una nueva luz, de su producción. Lo que continúa haciendo falta es un trabajo integrador de estas dos vertientes —la vida y la obra—, porque al fin y al cabo lo que justifica los estudios literarios y artísticos es la iluminación que puedan proyectar en torno a las creaciones. 3.5 CONCLUSIÓN A veinticinco años de su publicación, las Crónicas de Fuenmayor mantienen su frescura y su vigencia, la fortaleza de sus irradiaciones. Se trata de un trabajo 231 que exige su continuación y su ampliación. El grave problema es que la obra ya no se consigue, por lo que se hace necesaria su reedición. Para este trabajo sería interesante no sólo la inclusión de un índice de autores y de obras y de una cronología complementaria, sino la inclusión de una serie de textos del propio Alfonso Fuenmayor, crónicas, columnas periodísticas, traducciones, entrevistas, prólogos, relacionados con los personajes que integran el libro y sus obras, y con otros protagonistas de la historia cultural del país como Rafael Maya, Fernando González o Álvaro Mutis. Tales textos, dispersos en libros, revistas y periódicos, no siempre de fácil acceso15 servirían para llenar algunas de las lagunas u olvidos que hemos señalado en Crónicas, así como para ampliar su marco de referencias. NOTAS 1 Alfonso Fuenmayor, “Crónica sobre las Crónicas del Grupo de Barranquilla”, Intermedio, Suplemento Dominical de Diario del Caribe (Barranquilla),14 de junio de 1981: 6. 2 Aunque Fuenmayor declaró que en la redacción de cada capítulo se empleaba una hora y la fluidez verbal del libro da la impresión de haber sido escrito a vuela pluma, aprovechando al máximo la veteranía en el oficio, la lectura de Crónicas nos revela, en especial al comienzo del libro, el apoyo en múltiples fuentes: estudios de Rama, Brushwood y Cepeda sobre José Félix Fuenmayor, cartas de Vinyes, viejas revistas Crónica, textos de Obregón y del propio Alfonso en homenaje a Figurita, entre otros. 3 Alfonso Fuenmayor, Crónicas sobre el Grupo de Barranquilla, Instituto Colombiano de Cultura Gobernación del Atlántico, Bogotá, 1981. 4 Al respecto conviene consultar el minucioso testimonio sobre las actividades en este recinto de Heriberto Fiorillo, La Cueva: Crónica del Grupo de Barranquilla, Editorial Heriberto Fiorillo, Barranquilla, 2002. 5 En relación con la poética narrativa del Grupo de Barranquilla existe un estudio panorámico ejemplar: el de Jacques Gilard, “El grupo de Barranquilla y la renovación del cuento colombiano” (1983), en Historia Crítica de la literatura latinoamericana, Biblioteca Ayacucho, Caracas, 36-53. 6 Los comparatistas emplean el término ‘intermediario’. Cf., Claudio Guillén, Lo uno y lo diverso: Introducción a la literatura comparada, Crítica, Barcelona, 1985: pp. 23, 68, 69, 307, 338, 349. 7 Alfonso Fuenmayor, “Ramón Vinyes tuvo que elegir entre los bananos y la literatura”, Cromos, Bogotá, enero de 1945, en Ramón Vinyes, Selección de textos, 2. Selección y prólogo de Jacques Gilard, Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1982: 370-379. 8 Alfonso Fuenmayor, “Hasta la tinta violeta”, El Heraldo, Barranquilla, 1952. 9 Alberto Duque López, 1983, “Alfonso Fuenmayor: monólogo entre matarratones y ceibas”. Gaceta Colcultura 39: 9. 10 Otto Morales Benítez, 1981 “Un gran fresco sobre el espíritu barranquillero”, Intermedio, Suplemento del Caribe, Barranquilla, 4 de octubre: 10-11. 11 Néstor Madrid Malo, “El pretendido ‘Grupo de Barranquilla’. Un caso de mitología literaria, Magazín Dominical de El Espectador, 18 de octubre de 1981: p. 10. 12 Guillermo Sheridan, 1985, Los contemporáneos ayer, México, FCE: p. 20. 13 Heriberto Fiorillo, “Premio a un personaje de novela. Alfonso Fuenmayor cuenta cómo ganó con una obra inconclusa el Premio Nacional de Periodismo”, El Espectador, Bogotá, domingo 3 de septiembre de 1978: 15A. 14 1981 “Marvel Moreno. Una entrevista con la autora”, Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, 8 de noviembre: 4. 15 Algunos de los textos que deberían integrar esa hipotética reedición serían los prólogos a Cosme, Todos estábamos a la espera y La casa grande; su testimonio en la muerte de Germán Vargas; “Crónica de una muerte anunciada”, “García Márquez y Barranquilla” y las crónicas sobre el Premio Nobel, alusivas a García Márquez; “Hasta la tinta violeta” y “Recordando a don Ramón”, relacionados con Ramón Vinyes; la traducción de “Los asesinos” de Hemingway; columnas “Ni más allá ni más acá”, relacionadas con el Grupo de Barranquila; crónicas sobre Alejandro Obregón en París, y Rafael Maya y José María Vargas Vila en Barranquilla; entrevista sobre la vida de Barba-Jacob en la ciudad; “Crónica de Crónicas”, historia de su libro, y reseñas dispersas en revistas y suplementos literarios. 232