Retrato de mi maestro japonés

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Retrato de mi maestro japonés
Carlos Alberto Rivero
Estudiante de Diplomado
Facultad de Educación
Universidad de Antioquia
2009
Siempre me he sentido muy atraído por la cultura japonesa. Desde mi infancia, todo lo
relacionado con samuráis me llamaba poderosamente la atención. Con el paso de los
años ese interés se materializó con la práctica del karate-do y el judo. De esta forma
tuve un contacto más directo con el modo de vida japonés y más específicamente con el
budismo. Con un alto componente de formación taoísta, el budismo ha influenciado mi
manera de pensar y de ver la vida; nada es tan importante como la actitud y, en ese
sentido, la aplicación de disciplina y organización en todo lo que uno hace son dos
aspectos que, mezclados con la perseverancia y la honestidad, plasman los principios
fundamentales del bushido, el código de honor de la clase samurái basado en la
tradición budista.
Con el paso de los años, las cosas se materializaron y tuve la oportunidad de ingresar
a cursar una maestría en ingeniería en una de las siete universidades imperiales. En
Japón, el sistema educativo de más alto nivel está centralizado en estas universidades,
las más antiguas del país, y en las que los naturales desean que sus hijos estudien. En
verdad, es muy diferente a lo que se observa en Colombia, en donde la selección de las
grandes empresas se centra más en recomendaciones y, en algunos casos, en criterios
académicos. En Japón, la tradición cumple un papel muy importante y un egresado de
estas siete universidades tiene gran acogida dentro del sistema empleador japonés. Se
puede considerar que la élite de los mejores egresados japoneses de la secundaria se
encuentra muy centralizada en ellas, especialmente en las universidades de Tokio y
Kioto, las cuales siempre han sido consideradas las más emblemáticas del país.
El sistema de enseñanza en Japón es muy fuerte. Prueba de esto es el liderazgo
internacional en las pruebas de matemáticas y ciencias que mantienen los estudiantes
japoneses de secundaria. Al estudiante japonés se le enseña desde muy niño a ser parte
de una comunidad a la que debe ser útil, por lo que en los mismos colegios se encargan
de la limpieza de sus salones y baños, como una forma de inculcarles el cuidado de las
cosas y a ser aseados. El sistema de secundaria cuenta con un año más de escolaridad,
en comparación con el colombiano. En los últimos años de la secundaria, los japoneses
son sometidos a un intensivo programa, con el objetivo de lograr el paso a la
universidad.
Hay un dicho muy usado entre los estudiantes japoneses, que dice: “cuatro horas de
sueño, pasa; cinco horas de sueño, no pasa”. Este dicho se refiere al ingreso a las
universidades imperiales. La madre del estudiante desempeña un papel muy importante,
pues es la encargada de generar una atmósfera en el hogar para que el estudiante pueda
dedicarse a alcanzar el logro de ser admitido.
Es común ver en Japón estudiantes que toman un año más después de terminar la
secundaria, con el fin de prepararse de tiempo completo en su objetivo de entrar a la
universidad. Esta situación es entendible, puesto que los japoneses son conocedores de
que un título de cualquiera de las universidades imperiales les garantizará de por vida el
respeto de la sociedad japonesa, al igual que mejores posibilidades de empleo.
El sistema de cursos de posgrado de la universidad japonesa donde fui admitido
asigna a cada estudiante extranjero un supervisor académico, quien además de tener
funciones de tipo académico es responsable del estudiante en todo lo relacionado con la
vivienda y el bienestar de éste en el país. Al principio es difícil acoplarse a un sistema
que maneja un lenguaje tan diferente al nuestro, que utiliza una simbología corporal en
cuanto a formas de comportarse dentro de la sociedad japonesa, pero que gracias a su
alto grado de organización hace los procesos muy rápidos y eficientes. Al principio se
cometen bastantes errores, que mucho tiempo después uno entiende que fueron
irrespetuosos, pero que son parte del aprendizaje.
Mi supervisor académico fue un profesor de corte tradicional japonés. Entender la
organización (en cuanto a jerarquía) dentro del laboratorio me tomó algo de tiempo,
pero recuerdo que en mi primera entrevista con el profesor titular encargado del
laboratorio, me saludó de modo muy amable y sencillo, me preguntó si había tenido
algún inconveniente y se ofreció para ayudarme en lo relacionado con mi estadía en el
Japón. En ese momento no se encontraba mi supervisor académico, a quien conocí dos
días después.
Al iniciar los cursos, cuatro días después de mi llegada al país, noté la superioridad
en habilidades de programación en computadores y de conocimiento que tenían los
estudiantes con los que inicié los estudios de maestría. Se requirió un proceso de
acoplamiento rápido para que esta diferencia no fuera tan notoria y no me perjudicara
académicamente.
Mi supervisor era una persona muy estricta; desde los primeros días acostumbraba a
poner libros sobre mi escritorio, ubicado en el salón de estudiantes del laboratorio. Era
una persona muy brillante, de estatura baja y gafas grandes; había sido formado en
Estados Unidos, por lo que conocía la cultura occidental y, además, poseía una línea de
familia muy tradicional japonesa. En aquel tiempo estaba pasando por una de sus
mejores épocas en el aspecto profesional.
Durante los primeros seis meses que estuve en Japón, el contacto con el profesor
titular encargado del laboratorio se limitaba al saludo, pues a mi supervisor le
correspondía controlar mi actividad académica. Mi supervisor acostumbraba a llegar
muy temprano al laboratorio, siempre revisaba qué estudiantes eran puntuales y en
cierta forma le agradaba verlo a uno laborando desde temprano. Siempre fue muy
insistente en el aprendizaje del idioma japonés. En lo académico era muy estricto y a la
siguiente semana de haber puesto el libro sobre mi escritorio me preguntaba qué tanto
había leído.
Yo tenía serías deficiencias en programación en computadores. En Colombia no
había recibido ningún tipo de instrucción en esta área encaminada a la investigación.
Esto fue más delicado, pues desde antes de mi llegada a Japón, mi supervisor ya me
tenía asignado a un proyecto con un alto componente de programación en
computadores. Del promedio de tres libros semanales que ubicaba en mi escritorio,
siempre había uno relacionado con este tema de programación.
El jefe del laboratorio estuvo al margen de mi avance académico en los primeros
meses; para mí fue una época de asimilación rápida, motivada por la imperante
necesidad de aprender y manejar conceptos y habilidades que mis compañeros de
estudio ya utilizaban bien.
En ocasiones, la impotencia lo condiciona a uno en el deseo de superar rápidamente
estas limitaciones, pues el conocimiento requiere de maduración y en estas
circunstancias el tiempo también es muy restringido. En la labor de acompañamiento
académico tuve la fortuna de tener, así mismo, a un docente de una universidad de
Estados Unidos, compañero de estudio de mi supervisor. Esto en cierta forma me ayudó
a no sentir todo el peso del carácter estricto de mi supervisor.
El jefe del laboratorio en aquella época sólo manejaba investigadores, es decir,
personas que ya contaban con grado de doctor y su labor era la investigación. Él ya
había cumplido su ciclo con estudiantes y en ese momento no se encontraba asesorando
a ninguno, sólo atendía solicitudes por intermedio de mi supervisor.
El esquema académico de maestría plantea que los primeros seis meses son para
tomar cursos y los tres siguientes se utilizan en investigación, siendo ésta más intensiva
en los dos últimos semestres. Debido a la mala preparación con la que venía de
Colombia, los primeros seis meses fueron de total dedicación, con el objetivo de nivelar
estas deficiencias y poder iniciar, relativamente bien fundamentado, la investigación.
A los diez meses de mi llegada a Japón, el jefe de laboratorio salió de la universidad,
y debido a esto mi nuevo supervisor pasó a ocupar ese cargo. Desde ese momento
comencé a conocer y a aprender de una persona que tuvo un alto impacto en mi vida y
me formó como investigador.
El Japón actual es el resultado de un turbulento pasado lleno de guerras y grandes
pérdidas humanas y materiales. Es necesario entender esto, pues mi supervisor
pertenece a la generación de japoneses que nació justo después de finalizar la Segunda
Guerra Mundial, en un país sumido en la miseria y en el hecho de haber sido derrotados
en una guerra en la que ellos pusieron todo su potencial. Este aspecto es de suma
importancia en una cultura que pone por encima de la vida misma el cumplimiento del
deber, así que esta fuerte influencia de la tradición samurái imprime un carácter de
perseverancia y no derrota a la cultura japonesa.
Mi nuevo supervisor nació en 1949. Esta generación vivió una época de mucha
pobreza y desempleo, que se prolongó desde la finalización de la Segunda Guerra
Mundial hasta que el país comenzó a figurar en el plano económico mundial.
Básicamente, en esta época toda la infraestructura educativa estaba destrozada, por la
necesidad de emplear combatientes de todas las edades en la guerra. Una serie de
reformas impulsadas por el general Douglas MacArthur dio a Japón la posibilidad de
reconstruir su estructura educativa. En aquella época se retomaron formas de educación
implantadas en la época Edo (1600-1865). Estos procedimientos estaban encaminados a
formar personas perseverantes y muy comprometidas con su país. Tales falencias y
necesidades, como las que actualmente se tienen en los países del tercer mundo, fueron
vividas por esta generación de japoneses.
El milagro económico de Japón, que dio sus primeras muestras en la década del
sesenta, permitió el mejoramiento de la infraestructura y la calidad de la educación en el
país. Esta generación, que en sus primeros años de escolaridad tuvo muchas
deficiencias, poco a poco estaba recibiendo los beneficios de la constante labor de los
japoneses que comenzaron el resurgimiento de la nación desde la destrucción total,
producto de dos bombas atómicas y una avanzada inclemente de bombardeos.
En la década del setenta se produjo el milagro japonés, ubicando a un país que
veinticinco años atrás estaba en la ruina total como la segunda economía mundial. Esta
situación trajo mayores recursos económicos para la educación. Mi supervisor tuvo la
oportunidad de vivir esta bonanza en su época de estudiante universitario y gracias a
todo este avance en la calidad de la educación pudo seguir hasta el nivel de doctor en
Estados Unidos, donde una vez terminados sus estudios laboró como investigador. Esta
experiencia le permitió regresar a Japón y tomar un puesto de profesor asistente en una
de las universidades imperiales.
En Japón, el sistema de escalonamiento de los profesores es con base a méritos y
experiencia. En la categoría de profesor asistente tuvo la oportunidad de vivir la época
de mayor bonanza, en la década del ochenta. Ésta fue un período de grandes inversiones
en infraestructura educativa y un mejoramiento sustancial de la calidad de la educación,
llevando al Japón al liderazgo en las pruebas internacionales de matemáticas y física.
Esto redundó en la calidad académica de los estudiantes en aquella época y la facilidad
de encontrar recursos para investigación.
Japón es un conjunto de islas. Producto del milagro japonés, fueron muchos los
proyectos que requirieron el diseño de puentes de gran longitud, y siendo mi supervisor
un experto en esta área, tuvo la oportunidad de formar parte del grupo de diseño de los
puentes más largos del mundo, los cuales fueron construidos en esta época de bonanza
para el país. Otro aspecto importante es que la zona donde se encuentra localizado
Japón es la más sísmicamente activa del mundo, lo cual le permite a los investigadores e
ingenieros de puentes e infraestructura civil contar con grandes incentivos económicos
para efectos de investigación.
Además, el tener una posición de profesor en una universidad muy respetada le ha
proporcionado la facilidad de hacer investigación y traer profesores y estudiantes de
todo el mundo; ha tenido bajo su supervisión personas de diferentes nacionalidades,
credos y culturas. Ello es de admirar, pues en mucho su sencillez está muy influenciada
por toda esta experiencia.
Otro aspecto de relevancia es que trabaja de manera casi perfecta lo que es
investigación aplicada a la industria, por lo que es muy fácil verlo en entrevistas con
gerentes de empresas y gente del gobierno, que lo buscan para que los asesore en los
casos en que es necesaria la aplicación de investigación en la solución de problemas
reales. En este aspecto lograba ubicar muy bien a sus estudiantes, debido a la gran
reputación y confianza que le tienen en el medio de la ingeniería en el país.
El Japón actual ha remontado aquellos años de necesidades, en todos los niveles se
ha superado. En el ámbito académico se cuenta con buenos recursos para investigación
y, en general, hay un gran apoyo de la empresa privada para proyectos dentro del
ámbito académico. Las universidades imperiales gozan de gran respeto y apoyo de las
entidades públicas y privadas. El sistema de educación japonés tiene establecido que el
estudiante de cuarto año de ingeniería debe involucrarse en actividades de investigación
el último año de su carrera. Esto hace que muchos estudiantes continúen su proceso de
formación y obtengan un grado de maestría antes de ingresar a la vida profesional.
En relación con el laboratorio donde adelanté mi curso de maestría, los espacios
estaban optimizados. En el salón de estudiantes se disponían los escritorios, cada uno
con sus respectivos computadores y una zona para colocar sus libros. Según el tipo de
investigación y nivel del estudiante, se podía tener bajo su manejo hasta cuatro
computadores, esto en casos de trabajos con alto grado de simulación en computador.
Junto a la sala de estudiantes se encontraban dos salas de computadores, que servían
para casos donde se requerían cálculos complicados que implicaban el uso de
computadores de alto rendimiento; a esta sala se le asignaba un administrador,
encargado de ubicar los equipos de acuerdo con las necesidades.
Algo que siempre me llamó mucho la atención es la gran capacidad que tienen los
japoneses de involucrase en actividades de computación, algo que tristemente es difícil
ver en los estudiantes de ingeniería en Colombia. En mi opinión, ello no tiene que ver
con capacidades, es más bien un asunto de actitud. Un japonés es por naturaleza más
organizado y perseverante, por lo que llegan a tener más dominio en estas áreas que
requieren de gran consagración.
Junto a estas salas se hallaba la oficina de la secretaria, dos salones de reuniones y las
oficinas de los profesores. Además, se encontraba una zona de biblioteca y un cuarto,
donde reposaban los estudiantes que pasaban la noche laborando en actividades
académicas.
Físicamente, es una persona de estatura un poco por encima del promedio japonés, el
cual es muy similar al nuestro, con un corte de cabello muy conservador, gafas redondas
y una forma de vestir siempre de acuerdo con la ocasión. Cuando estaba de traje y
corbata, ya se sabía que ese día iba a estar ocupado; si vestía de manera un poco más
informal era porque se iba a encontrar todo el día en su oficina.
En su trato es una persona muy amable, con gran sentido del humor. Siempre es
agradable hablar con él; su trato es muy respetuoso y se refleja en su forma de enseñar.
Esto es algo muy característico de los japoneses.
Personalmente, siempre me impactó su sencillez. Sólo ver el ritual de saludo y
respeto de las personas que iban a una cita con él era algo que le recordaba a uno el
grado de respeto del que goza. Es una persona muy ocupada, así que no se podía
abordar sin contar con cita previa. De todas formas era común verlo en el salón de
estudiantes llamando a alguien o simplemente solicitando información.
En lo académico, siempre se planeaban las reuniones con una semana de
anticipación. Era una manera de optimizar el tiempo y así mismo me permitía tener todo
el material necesario para hacer las respectivas preguntas para orientación.
Ganarse la confianza de un japonés requiere de tiempo, perseverancia y total
disposición a obedecer. La cultura cumple un papel muy importante, pues se presenta
una gran uniformidad y en ese sentido estos principios se pueden aplicar a cualquier
situación relacionada con ganar la confianza de ellos.
Sus clases eran geniales, pues se veía en él gran claridad en cuanto al manejo de
conceptos y en el modo de explicar. El trato con las demás personas era también
respetuoso. Es alguien que sabe solicitar las cosas con autoridad y compromiso. Algo
importante es que siempre se le ve calmado y muy sereno, incluso ante situaciones
donde un estudiante le incumplía. Una vez lo vi solicitando de forma muy directa y con
autoridad a un estudiante que le incumplió con la entrega de un artículo científico. Fue
la única vez que lo vi haciendo una solicitud tan enérgica y la verdad en este aspecto lo
más seguro es que otra persona, teniendo esa autoridad, hubiera sido mucho más
drástica.
El ámbito académico era el eje central de mi estadía en Japón; por tanto, la mayor
parte del tiempo la empleaba en hacer mi mejor esfuerzo en este aspecto. Esa
oportunidad de vivir dentro de una cultura tan diferente y la que siempre llamó mi
atención, me motivó a dedicarme a la práctica del karate-do en mi tiempo libre. Era una
actividad que me vitalizaba y me permitía ver la cultura desde otra perspectiva. Mi
supervisor me apoyó en este aspecto y gracias a él pude ir a mis prácticas en las noches.
Generalmente dedicaba 12 horas diarias a las actividades académicas dentro de la
universidad, laborando desde las 6 a. m. hasta las 6 p. m.; luego salía y practicaba
karate-do desde las 7 p. m. hasta las 9 p. m. Los sábados lo hacía desde las 2 p. m. hasta
las 6 p. m. Obviamente, esto ocasionaba que mi horario fuera algo pesado, pues en
realidad se requería de fuerza de voluntad para no dejarse uno desmotivar por el
cansancio que ocasionaban las 12 horas de labor consecutivas en la universidad. En este
aspecto fue importante tener esta actividad y así equilibrar las otras que debía realizar en
Japón.
Mi supervisor era una persona de muchos compromisos. Acostumbraba a llegar
temprano a laborar; incluso lo hacía desde las primeras horas de la madrugada desde su
lugar de residencia. Contaba con una capacidad muy desarrollada para delegar
actividades y generar confianza en las personas bajo su responsabilidad. Esto es algo de
gran importancia, pues un verdadero maestro potencializa las capacidades de sus
estudiantes. En mi caso fue un proceso en el cual me fui dando cuenta de que tenía
ciertas habilidades para manejar la investigación, gracias a la forma tan sencilla y
amable que tenía mi supervisor para orientarme, pues sabía descubrir lo más complejo
de lo que hacía cada uno de sus estudiantes y con su gran sentido del humor lo ponía a
uno a pensar cómo darle solución. Para él no habían cosas difíciles, pues siempre nos
recordaba que todo está relacionado con la actitud y si en la cabeza de una persona está
que algo es difícil y, por tanto, no puede hacer nada, en ese estado se quedará; pero
quien con empuje y perseverancia poco a poco comienza a ver que aunque su problema
sea de gran complejidad, siempre es posible mejorar lo que otras personas han
previamente propuesto.
Ahora entiendo lo valioso que es tener buen sentido del humor, lejos de frases de
doble sentido o despectivas. Recuerdo que muchas veces lograba ponerme en una
posición más cómoda para aceptar sus consejos, rompiendo el hielo con una frase
cargada de humor. Era una persona que sabía reírse de sí misma, sin que nosotros le
perdiéramos el respeto. Lo más bonito era que sabía hacer sentir a las personas cómodas
después de un ritual de saludo propio de la cultura japonesa. Uno notaba en sus
estudiantes el gran respeto y la admiración que gracias a estas actitudes tan simples se
merecía de todos nosotros. A veces los estudiantes japoneses que ingresaban nuevos no
entendían su sentido del humor, pero con el tiempo esa actitud los hacía más abiertos y
seguros. En cuanto a la relación con los estudiantes que veníamos de otras latitudes, con
este sentido del humor hacía que los estudiantes japoneses perdieran el miedo a
comunicarse en inglés, pues ahora entiendo que esto generaba un efecto de más
confianza en nosotros y producía un sentido de hermandad entre todos.
En sus cursos siempre llegaba muy puntual y comenzaba la clase con una sonrisa o
haciendo algún comentario que nos hacía sentirnos más cómodos. Siempre nos
proporcionaba unas copias, unos fragmentos con su escritura y otros digitados. Era una
persona que tomaba cualquier fotocopia o figura, y desarrollaba su clase a partir de ella.
No tenía nada memorizado; en la medida en que iba desarrollando el tema, iba
abordando la técnica en detalle. Era un experto en su área, de esos que saben las cosas y
no necesitan demostrarlo, pues con una sola frase era posible ver su profundidad de
conocimiento. Era estricto con sus exámenes, los cuales nunca fueron fáciles.
Acostumbraba a poner ejercicios de tipo analítico que involucraran aplicación de los
conceptos a situaciones nuevas, para de esta forma determinar el nivel de entendimiento
de los mismos. Disfrutaba en verdad sus clases, por lo que enseñaba y por la manera de
transmitir los conocimientos, con ese buen sentido del humor tan especial y particular.
Al reír siempre mostraba gran amabilidad y respeto, y generaba una atmosfera de
confianza. Le gustaba mucho preguntar durante el desarrollo de sus clases.
Constantemente nos cuestionaba con preguntas analíticas, de aquellas que requieren
identificar su doble sentido para poderlas responder, pues corresponden a soluciones tan
simples que por la misma programación que uno trae busca siempre la solución más
complicada. Otra cualidad que admiraba era su capacidad de explicar conceptos con
cosas simples de la naturaleza y que en muchos casos uno nunca cuestiona.
En su modo de laborar era impresionante la capacidad que tenía de atender tantos
asuntos con diligencia. Poseedor de una gran memoria, era fácil organizar reuniones con
él, pues siempre recordaba con exactitud el día y la hora. También manejaba de forma
admirable un recuerdo del avance de cada uno de sus estudiantes, al igual que los
inconvenientes relacionados con cada investigación. En general uno comenzaba con una
pequeña introducción de lo que había logrado en cuanto a resultados y con esto ya era
suficiente para que retomara el curso de la investigación y comenzara a aconsejar y dar
pautas para las siguientes fases de la misma. Además, poseía buena memoria en cuanto
a datos numéricos y referencias de otros autores; esto es algo que siempre traté de
aprender de él, pues al verlo citar con facilidad diferentes fuentes era muy difícil refutar
una argumentación. Esto es algo que gracias a mi supervisor comencé a desarrollar en
aquella época, la capacidad de soportar, con datos y referencias exactas, lo dicho. Otro
aspecto a resaltar era su manera analítica de detectar posibles errores sin necesidad de
efectuar cálculos. Gracias a su experiencia identificaba cuándo los resultados
presentaban problemas o simplemente que lo que se hacía no era lo mejor. Mi
supervisor lograba convencerlo a uno de lo que debía ser hecho, no por el uso de la
autoridad que tenía, sino por la lógica con que planeaba sus argumentos. En este aspecto
sabía encadenar muy bien los antecedentes con lo que se iría a plantear si se continuaba
con algún procedimiento errado. Aun en casos de confusión era muy claro el camino a
seguir después de una charla técnica con mi supervisor, pues dependiendo de la
situación, lo ponía a uno con los pies en la tierra y con objetivos alcanzables y lógicos.
En su modo de vestir, algo que también me llamó la atención era que pese a lo
elegante que debía estar, siempre buscaba la comodidad. Los japoneses tienen como
costumbre quitarse los zapatos a la entrada de las casas. En este sentido, el laboratorio
era una fiel réplica de este tipo de ritual. Mi supervisor, durante sus horas de labor en el
laboratorio, siempre usaba unas sandalias de cuero con correas, que lo hacían ver muy
cómodo.
En todos los rincones de su oficina había fotos de su familia. Tenía un retrato muy
bonito de su esposa y para cada uno de sus hijos. También guardaba fotos de reuniones
en el laboratorio y fiestas de despedidas de estudiantes que se graduaban. En este
aspecto, mi supervisor siempre me preguntaba por el estado general de mi madre, vivía
muy pendiente de ella y me decía que cuando hablara con ella le enviara saludes. Esto
me quedó muy grabado, el hecho de que una persona se preocupara por alguien que sin
conocer le generaba sentido de cuidado. Ya después de haber dejado de ser su
estudiante y aun con sus múltiples ocupaciones, mi supervisor organizó su horario para
saludar a mi mamá cuando ella tuvo la oportunidad de viajar a Japón. Fue muy bonito
ver el respeto con el que la trató.
Lo académico siempre fue llevado a cabo a manera de asesoría. En general, mi
supervisor revisaba mi labor de la semana pasada y con su orientación planeaba lo que
se debía hacer para la siguiente. Esto le deja a uno una gran enseñanza, en cuanto a que
uno también es responsable del tiempo de las personas que uno tiene a su cargo. Mi
supervisor siempre estaba atento a cualquier daño de equipos o problemas con
programas de computador usados en el laboratorio; sabía delegar muy bien y en eso
estaba el secreto de que, aun siendo una persona muy ocupada, tuviera el respaldo de
personas que lo respetaban para las cosas más rutinarias y que pueden convertirse en
complejas de no haber alguien que se apersone de las mismas.
La verdad, dentro del laboratorio se sentía como si uno estuviera en familia, pues
tenía el respaldo no sólo de mi supervisor, sino también de todo un grupo de personas
delegadas por él. En el momento en que se presentaba un daño en un computador, la
persona encargada buscaba por todos los medios dar solución rápida. Cuando uno ve
este mismo caso en nuestro medio, comprende el dicho de “el tiempo es oro”, pues la
pérdida de tiempo por no contar con los medios adecuados para solucionar un problema
es equivalente a pérdidas en dinero. Ese secreto lo tiene la cultura japonesa con respecto
a la puntualidad, que es vista como robo de tiempo a las demás personas y, a su vez,
este robo de tiempo equivale a dinero. Por eso, para los japoneses, dejar esperando a una
persona es robarle el tiempo a ella.
Al principio de las reuniones de seguimiento semanales me daba algo de temor ver la
facilidad y el buen manejo de conceptos por los estudiantes más avanzados. Sin
embargo, poco a poco, con la confianza que mi supervisor inspiraba, empecé a sentirme
más fluido en las discusiones. Es un proceso que toma tiempo y es muy satisfactorio
observar cómo ese esfuerzo se traduce en la capacidad de responder de manera técnica y
precisa los diferentes cuestionamientos a una labor ya hecha. Esto sólo es posible
comprenderlo cuando se entiende que en investigación nada de lo que se hace está
realmente hecho, es decir, no hay un protocolo a seguir y que con la inventiva es que
uno puede plantear métodos y soluciones a los problemas que involucra este proceso en
un caso particular. Todo lo que es fundamentado de forma lógica y con las debidas
referencias siempre lleva a buen término. Esta habilidad requiere mucha paciencia y
disciplina, pues implica entender el avance que se tiene en el campo en el que uno está
investigando y, además, comprender los diferentes puntos de vista.
El desarrollo de mi investigación fue, gracias a mi supervisor, un aprendizaje
continuo en todos los niveles. No fue sólo elaborar un modelo y escribir una tesis, sino
también un compendio de experiencias personales. Cada entrevista con mi supervisor
me dejaba un avance personal. El sólo hecho de luchar por hacer de mi informe algo
que se entendiera rápido, hasta la misma reacción de mi supervisor y posterior consejo y
orientación, fueron claves para desarrollar esas capacidades personales e investigativas.
En este aspecto pienso que ni el más avanzado sistema podrá nunca reemplazar el
aprendizaje que se logra al tener al maestro al frente y ver de él cosas tan sencillas como
la forma de reír o caminar. Nunca se me olvidará esa gran capacidad de mi supervisor
de oír atentamente, para después entregar sus aportes y comentarios. Muchas veces vi
cómo algunos estudiantes se lanzaban a contestar sin pensar bien y por este motivo se
veían en aprietos cuando eran refutados con fundamentos lógicos y contundentes.
En nuestro medio es muy común ver personas tratando de impresionar por medio de
respuestas confusas o hablando duro. En Japón esto no es muy visto, por cuanto dentro
de la cultura se tiene que estas impresiones no ayudan en nada si no se enseña con el
ejemplo. Mi supervisor era la persona más activa entre los miembros del laboratorio,
pero nunca utilizaba esto como excusa para no atender a alguien. Si no podía,
simplemente decía que no. Nunca vi en él una actitud de tratar de demostrar todo lo que
sabía; si no conocía de algo en particular, no respondía, y pedía más información.
Nunca obedecía a incitaciones externas para demostrar su conocimiento; si era
necesario, solamente respondía con una frase bien corta que resumía lo que para uno
involucra una frase completa. Cuando decía “eso no se puede”, era tan creíble, pues sin
explicar los motivos, nosotros sabíamos que detrás de esa corta frase estaba un soporte
lógico y contundente.
En la última fase de mi estadía bajo su supervisión, las reuniones fueron más
frecuentes y de igual forma el aprendizaje personal y técnico aumentó. Era muy bonito
ver su preocupación por mi futuro y en ese sentido estaba muy pendiente de que sus
estudiantes tuvieran su apoyo para adelantar estudios más avanzados o buscar una labor.
En mi caso particular estuvo muy pendiente y me apoyó mucho cuando participé en la
cuarta convocatoria “200 años” de la Universidad de Antioquia. Su carta de
recomendación fue muy diciente en cuanto a su apoyo y la confianza que podía tener la
Universidad de llegarme a contratar. Con la ayuda de Dios y mi supervisor obtuve el
puntaje más alto entre quienes se presentaron en ingeniería. Desafortunadamente, en ese
momento no tuve la oportunidad de agradecerle en persona por su apoyo; después que
regresé a Japón, lo hice.
Gracias a su apoyo, mi labor de investigación tuvo sus frutos y más importante que
eso fue el legado que me dejó y todo el cúmulo de habilidades que de forma tan sencilla
y sutil con cada entrevista fue desarrollando en mí. Su sentido del humor fue el motor
en todo este aprendizaje; hacer de las situaciones más difíciles y complejas algo sencillo
es, en mi opinión, un arte que mi supervisor sabía manejar muy bien.
Por último, mis intenciones de continuar mis estudios de doctorado contaron con el
apoyo de mi supervisor. Al ver mi interés en seguir este proceso, se ofreció a ayudarme
y darme su recomendación para adelantar los respectivos trámites. Gracias a su gestión
y apoyo, me fue otorgada una nueva beca, con la respectiva admisión al programa de
doctorado. El legado de experiencias y todo lo que me inculcó durante el tiempo que
estuve como su estudiante, complementado con la asesoría de expertos en mi área de
investigación, me ayudaron a comenzar el nuevo ciclo de doctorado, con una
experiencia única, que fue el fundamento de mi buen desempeño en el curso de
doctorado, obteniendo una producción de ocho artículos en revistas indexadas
internacionales, quince artículos presentados en conferencias internacionales y un
primer puesto a nivel mundial como mejor artículo escrito por estudiante de doctorado,
nunca antes otorgado para estudiante de una universidad japonesa. Estas cosas jamás
hubieran sido posibles de no haber contado con esa gran experiencia de estar al lado de
un verdadero maestro en el arte de la vida. Siempre viviré agradecido por las
capacidades que pude desarrollar a su lado en el día a día, y más importante, por el gran
impacto que tuvo en mi formación como persona y profesional.
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