APULEYO: LA METAMORFOSIS O EL ASNO DE ORO LIBRO III Estas y otras cosas diciendo, con mucho temor lanzóse en la cámara y sacó una bujeta de la arquilla, la cual yo comencé a besar y abrazar, rogando que me favoreciese, volando prósperamente; así que prestamente yo me desnudé, lanzando allá todos mis vestidos, y con mucha ansia puse la mano en la bujeta y tome un buen pedazo de aquel ungüento, con el cual fregué todos los miembros de mi cuerpo. Ya que yo con esfuerzo sacudía los brazos, pensando tomarme en ave semejante que Panfilia se había tornado, no me nacieron plumas, ni los cuchillos de las alas antes los pelos de mi cuerpo se tornaron sedas y mi piel delgada se tornó cuero duro, y los dedos de las partes extremas de pies y manos, perdido el número, se juntaron y tornaron en sendas uñas, y del fin de mi espinazo salió una grande cola; pues la cara muy grande, el hocico largo, las narices abiertas, los labios colgando; ya las orejas, alzándoseme con unos ásperos pelos, y en todo este mal no veo otro solaz sino que a mí, que ya no podía tener amores con Fotis, me crecía mi natura, así, que estando considerando tanto mal como tenía, vime, no tornado en ave, sino en asno. Y queriéndome quejar de lo que Fotis había hecho, ya no podía porque estaba privado de gesto y voz de hombre, y lo que solamente pude era que, caídos los labios y los ojos hundidos, mirando un poco de través a ella, callando, la acusaba y me quejaba; la cual, como así me vio, abofeteó su cara, y, rascándose, lloraba, diciendo: -Mezquina de mí, que soy muerta; el miedo y prisa que tenía me hizo errar, y la semejanza de las bujetas me engañó; pero bien está, que fácilmente tendremos remedio para reformarte como antes. Porque solamente mascando unas pocas de rosas te desnudarás de asno y luego te tornarás mi Lucio. Y pluguiera a Dios que, como otras veces yo he hecho, esta tarde hubiera aparejado guirnaldas de rosas, porque solamente no estuvieras en esa pena espacio de una noche; pero luego en la mañana te será dado el remedio prestamente. En esta manera ella lloraba. Yo, como quiera que estaba hecho perfecto asno y por Lucio era bestia, sin embargo, todavía retuve el sentido de hombre. Finalmente, yo estaba en gran pensamiento y deliberación si matarla a coces y bocados a aquella maligna y falsa hembra; pero de este pensamiento temerario me apartó y revocó otro mejor; porque si matara a Fotis, por ventura también matara y acabara el remedio de mi salud. Así que, bajada mi cabeza y murmurando entre mí y disimulada esta temporal injuria, obedeciendo a mi dura y adversa fortuna, voyme al establo, donde estaba mi buen caballo que me había traído, donde asimismo hallé otro asno de mi huésped Milón, que estaba allí en el establo. Entonces yo pensaba entre mí que, si algún natural instinto o conocimiento tuviesen los brutos animales, aquel mi caballo tendría alguna compasión o conocimiento y me hospedaría y daría el mejor lugar del establo. Mas, ¡ oh, Júpiter hospedador! ¡ Oh, divinidad secreta de la fe! Aquel gentil de mi caballo y el otro asno juntaron las cabezas como que hacían conjuración para destruirme, temiendo que yo les comiese la cebada: apenas me vieron llegar al pesebre cuando, bajadas las orejas, con mucha furia me siguen echando pernadas, de manera que me hicieron apartar de la cebada, que poco antes yo había echado con estas manos a mi fiel servidor y criado. En esta manera, yo maltratado y desterrado, me aparté a un rincón del establo. LIBRO VIII Finalmente, que después de haber reposado tres días por descansar, porque nos rehiciésemos del camino, para mejor podemos vender, sacáronnos al mercado, y un pregonero con grandes voces nos comenzó a pregonar, pidiendo su precio por cada uno. El caballo y otro asno fueron comprados por unos mercaderes ricos; pero a mí solo, casi desechado, todos con fastidio me dejaban y pasaban; ya estaba yo muy enojado de los que allí estaban, que todos me palpaban las encías, queriendo saber y contar de mis dientes la edad que había; y con este asco, llegando a mi uno que le hedían las manos sobando muchas veces mi boca con sus dedos sucios, dile un bocado en la mano, que casi le corté los dedos; lo cual espantó tanto a los que allí estaban alrededor, que ninguno me quiso comprar, diciendo que era asno bravo y fiero; entonces el pregonero comenzó a dar grandes voces, que ya estaba ronco, diciendo muchas gracias y burlas contra mi desdicha y fortuna: -¿Hasta cuándo tardaremos en vender esta jaca o asno viejo? El tiene las manos y pies desportillados, flaco y muy ruin color, perezoso y sobre todo bravo y feroz, tan sin provecho que no es bueno sino para hacer de su pellejo una criba para cribar estiércol de cabras, o démoslo a alguno que no le pese de perder la paja que comiere. En esta manera jugando aquel pregonero, hacía dar grandes risotadas a los que allí estaban; pero aquella mi crudísima fortuna, la cual yo huyendo por tantas provincias nunca pude huir ni con tantos males y tribulaciones como pasé pude aplacar, otra vez de nuevo lanzó sus ojos ciegos contra mí, dándome un comprador perteneciente para mis duras adversidades y ¿sabéis qué tal? Un viejo calvo y bellaco, cubierto de cabellos de los lados llanos y medio canos, del más bajo linaje y de las heces de todo el pueblo; el cual andaba con otros trayendo a la diosa Siria por esas plazas, villas y lugares, tañendo panderos y atabales y mendigando de puerta en puerta. Este echacuervo, con mucha gana que tenía de comprarme, preguntó al pregonero que de dónde era yo. Él le respondió que era de Capadocia y que era muy bueno y asaz recio. Preguntóle más, qué edad había. El pregonero, burlándose de mí, dijo: -Un astrólogo que miró la constelación de su nacimiento, dijo que podría ahora haber cinco años; pero él sé que sabrá mejor estas cosas según la profesión de su ciencia; y como quiera que yo a sabiendas incurra en la pena de la ley Cornelia si te vendiere ciudadano romano por esclavo, pero ¿por qué no compras un servidor tan bueno y provechoso, que te podrá ayudar así en casa como fuera de ella? Con todo esto, aquel comprador malo no dejó de preguntar cuando esto oyó y sacar unas cosas de otras; finalmente, preguntó con mucha ansia si yo era manso. El pregonero le dijo: -Es tan manso, que no parece asno, sino cordero; para todo lo que quisieres es aparejado; no muerde ni echa coces: que no puedes creer sino que debajo del cuerpo de un asno mora un hombre muy pacifico y modesto, lo cual puedes luego conocer y experimentar, porque si metes la cara entre los muslos de sus piernas, fácilmente podrás saber y ver cuán gran paciente te mostrará. En esta manera, el pregonero, con sus chocarrerías, trataba a aquel glotón echacuervos; pero él, que conoció que el pregonero le burlaba, hizo que se enojaba, y díjole: - ¡ Oh cuerpo sordo y muerto, pregonero loco; la muy poderosa diosa Siria, criadora de todas las cosas, y santo Sabadio, y la diosa Belona, y la madre Idea Cibeles, y la señora Venus, con su hijo Adonis, te tornen ciego porque has dicho contra mí tantos juegos y truhanerías! ¿Piensas tú, necio, que tengo yo de fiar la diosa a un asno fiero para que arroje por ese suelo la imagen divina y que a mí, mezquino, sea forzado, con los cabellos sueltos, a discurrir buscando algún medio para mi diosa, que está echada en el suelo? Cuando yo oí estas palabras, súbitamente, como quien sale de seso, pensé saltar y correr porque, viéndome aquel bellaco movido de ferocidad y braveza, me dejase de comprar; pero previno a mi pensamiento el argucioso comprador, porque luego sacó el dinero de la bolsa, el cual con mucho gozo fácilmente recibió mi amo, por enojo y fastidio que tenía de mí, conviene a saber diecisiete dineros, y luego me ató con una cincha de esparto, y así atado me dio a Filebo, que así se llamaba aquel que era mi señor; él me tomó como a novicio servidor y me llevó a su casa, y luego a la entrada de la puerta comenzó a dar voces a los de su casa, diciendo: -Mozas, un servidor os traigo hermoso del mercado: vedlo aquí. Pero aquellas mozas que él decía era una manada de mozos bardajes, los cuales, como lo oyeron, habiendo de ello mucho placer y alegría, con voces roncas y mujeriles alzaron grandes clamores, pensando que era verdad que les traía algún esclavo que fuese aparejado para lo que ellos querían; pero cuando vieron que no sucedía como ellos pensaban, ni era cierva por doncella, mas era un asno por hombre, el rostro torcido y con enojo increpaban a su maestro, diciéndole que no había traído servidor para ellos, mas que traía marido para sí.