La revolución industrial en la Edad Media, Madrid

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GIMPEL, Jean: La revolución industrial en la Edad Media, Madrid: Taurus, D. L.
1982, 207 p, I.S.B.N: 84-306-1203-3.
© RESEÑA de
Manuela Castaño Navarro
Jean Gimpel fue un historiador y ensayista francés. Su obra gira en torno a la
cuestión de las tecnologías y del progreso de la civilización. Durante la Segunda Guerra
Mundial apoyó la resistencia. Junto a Lynn White Jr. fue el cofundador en 1984 de la
Association Villard de Honnecourt for the interdisciplinary study of medieval science,
technology and art (Avista) en Kalamazoo (Míchigan).
Entre sus obras podemos destacar, Les Bâtisseurs de cathédrales, 1958, Contre
l'art et les artistes, 1968, La Révolution industrielle du Moyen-Âge, 1975, entre otras.
Para nuestros contemporáneos, la revolución industrial se sitúa en la Inglaterra
del siglo XVIII. Jean Gimpel nos demuestra que hunde sus raíces en el Medievo, el cual
había revolucionado ya el mundo del trabajo por la renovación de las fuentes de energía
y la invención tecnológica. Para algunos autores como White, esta transformación
técnica llevaba ligada a un cambio social (White, Lynn, Tecnología medieval y cambio
social, Buenos Aires, 1973).
Desde los siglos XI al XIII, Europa occidental conoció un periodo de intensa
actividad tecnológica y es una de las épocas de la historia de los hombres más fecundas
en invenciones. Según el historiador, a esta época se le habría debido llamar <<la
primera revolución industrial>> si la revolución inglesa de los siglos XVIII y XIX no
hubiera sido designada con dicho título.
El propósito del trabajo de Jean Gimpel es intentar romper con el tópico del
Medievo de los <<Tiempos oscuros>>, de los romances cortesanos, y de la caballería.
Para dar a conocer el Medievo de las máquinas, el cual desconocemos porque la historia
de la técnica ha sido mucho tiempo ignorada, puesto que los intelectuales y los
universitarios han despreciado casi siempre el trabajo manual y técnico de los
ingenieros.
El autor, basándose en las <<dos culturas>> de C. P. Snow, hace una firme
oposición a lo largo de toda la obra al doble sistema de educación en la civilización
occidental; respectivamente, a dos tipos de hombres: los ingenieros y los literatos.
El ámbito cronológico-espacial considerado será la Europa Occidental entre los
siglo XII y XV, en base a la dificultad que supondría abarcar de modo uniforme el
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periodo medieval dada su excesiva amplitud temporal así como su diversidad espacial y
cultural.
La obra se articula en torno a dos grandes cuestiones que a continuación se
analizarán, la mecanización y la investigación técnica.
Este libro se caracteriza por su brevedad y fluidez; útil para los estudios de nivel
general. Consta de nueve capítulos en los que el autor muestra claramente su intención
de acabar con las leyendas sobre la Edad Media. Jean Gimpel piensa que todavía hoy la
Edad Media sigue siendo subestimada. Pretende terminar con el mito del
Medievo profundamente cristiano, jerárquico y supersticioso, y demostrar que aprendía
de los autores clásicos, pero que a diferencia del Renacimiento, se interesó por la obra
filosófica, científica y técnica de Grecia y Roma y como consecuencia, durante los
siglos XII, XII y XIII crearon una tecnología sobre la que se apoyó la revolución
industrial para tomar impulso.
En el primer capítulo se ocupa del avance de los recursos energéticos, entre
ellos, de la energía fluvial. El informe del siglo XIII sobre el papel de la energía
hidráulica en la abadía cisterciense de Claraval, prueba la importancia de la
mecanización como factor primordial de la economía medieval. Menciones sobre
molinos de agua se encuentra en los escritos de Estrabón, sin embargo los romanos no
tuvieron, como los cistercienses, una verdadera política de mecanización.
La introducción del árbol de levas en la industria medieval jugará un papel
capital en la industrialización del mundo occidental. A partir del siglo X, la leva
permitirá la mecanización de toda una serie de operaciones industriales que antes se
hacían a mano o pedal. Es una notable prueba del espíritu técnico de los europeos del
Medievo.
En la industria textil, la abatanadura del paño también se vio revolucionada por
la mecanización. En el siglo XIII los batanes eran sumamente rentables. Así pues, los
señores eclesiásticos y laicos los construyeron en cantidad, ejerciendo su monopolio.
Desde comienzos del siglo XIII ya no hay molineros accionistas. Nos
encontramos ante una separación entre el capital y el trabajo. Los molineros son
empleados que no tienen ni voz ni voto en las decisiones tomadas por las sociedades, y
los burgueses serán los pequeños capitalistas que explotan el trabajo de los demás.
En cuanto a la explotación de riquezas, Gilbert en el segundo capítulo libro se
refiere a los progresos técnicos realizados en el terreno de la metalurgia que harán
posible la revolución del siglo XVIII. Así pues, el autor señala la importancia de los
ingenieros medievales, los cuales fueron los primeros en adaptar la energía hidráulica a
la metalurgia.
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Se construyeron molinos hidráulicos para machacar el mineral del hierro. Al
finalizar el Medievo la fabricación de hierro colado en Europa marca una etapa capital
de las técnicas.
En el capítulo sucesivo, el autor destaca la revolución en la agricultura. En
Europa occidental, el periodo seco y cálido tuvo un papel determinante en la reducción
de los bosques que permitió roturar con menos dificultades y utilizar el arado.
A medida que aumentaba la superficie de labranza, las técnicas agrícolas
mejoraron considerablemente. Los animales de tiro adquirieron una importancia
inestimable y la promoción del caballo como fuerza motriz fue uno de los poderosos
triunfos de la expansión de la economía, para la labranza y el transporte de cargas
pesadas.
Además, se hicieron otros descubrimientos técnicos de grandes consecuencias, el
enganche de los caballos en reata. Pero el invento más significativo de la agricultura
medieval es la del arado provisto de una rueda.
Hubo un estallido demográfico de la Edad Media. Las mejoras técnicas
permitieron alimentar a una población en constante crecimiento. La población europea
pasó, entre los años 700 y 1300, de 27 a 70 millones.
Entre otras cuestiones, cuando el autor considera la Revolución Industrial muy
anterior a la iniciada en Gran Bretaña, Gimpel se refiere a la polución por la combustión
de la madera propia de la Edad Media. En el cuarto capítulo, el autor comenta que en
esa época la madera era el principal combustible tanto para uso doméstico como
industrial.
El entorno medieval era ya industrial. El carbón se reveló rápidamente como una
importante fuente de ingresos. La codicia era tal que en 1268 un hombre podía ser
multado por haber cavado una galería a través de una vía pública.
Con la utilización diaria del carbón, la sociedad medieval iba a conocer la
contaminación atmosférica. En los últimos años del siglo XIII, Londres fue la primera
ciudad del mundo en sufrirla. A ello se agrega la contaminación del agua. Los
mataderos y las tenerías muy particularmente, son considerados como responsables.
Si las ventajas concedidas a los mineros contribuían singularmente a la
destrucción del medio ambiente, y a menudo iban en contra de las prudentes medidas
que se tomaban para evitarla, es porque los sustanciales beneficios que proporcionaban
los productores de la mina justificaban que se estimulara a los mineros concediéndoles
algunos derechos. Ello contrasta con el estatuto de los obreros de la gran industria
medieval textil. Los mineros eran hombres libres, en tanto que los obreros textiles de las
ciudades industriales de Flandes y de Italia formaban un verdadero proletariado
sojuzgado por un sistema capitalista.
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La mano de obra en el siglo XIV fue tan despiadadamente explotada por el
empresario como lo será en el siglo XIX el proletariado de Europa y de los Estados
Unidos. Esta concepción materialista evalúa al hombre en términos de producción y la
producción en función de su valor de comercialización. La división del trabajo fue
impulsada al máximo, tal como se practica en el siglo XX, convierte al obrero en un
engranaje de la máquina y le priva incluso de ver terminado el producto, resultado de su
trabajo.
El siguiente capítulo está dedicado a la figura de Villard de Honnecourt, el
arquetipo de ingeniero de la revolución industrial del Medievo. La extensión de su obra
nos es conocida gracias a sus Carnets. La faceta arquitectónica es tratada por el autor de
forma más extensa en su obra Los constructores de Catedrales. Gracias a los
manuscritos sabemos que ya habían utilizado toda clase de máquinas (torno,
cabrestantes, poleas, ruedas de peldaños).
Los dibujos que realiza en sus Carnets sobre mecánica reflejan el interés
apasionado con que los hombres de Medievo trataban de encontrar nuevas fuentes de
energía. En el libro el Gimpel toma las ilustraciones de Villar para pasar a explicar de
forma detallada la construcción y funciones de los inventos del ingeniero, como de la
sierra automática a dos tiempos, lo cual es una prueba de la importancia que el Medievo
le concedía a la energía utilizada con fines industriales y otros juguetes mecánicos.
La sociedad medieval se apasionó por la mecanización y la investigación
técnica, ya que creía firmemente en el progreso, concepto éste que el mundo antiguo
ignoró. La ambición de los inventos no tenía límites; el verdadero símbolo de su
<<investigación>> científica fue el reloj.
Lewis Mumford, que también estudia el análisis histórico de la tecnología en su
obra Técnica y Civilización, llega a afirmar que “la máquina-clave de la industria
moderna no es la máquina de vapor sino el reloj”.
Partiendo del primer reloj celosamente guardado, el reloj de Su Sog, continua
explicando el reloj astronómico más importante de la Europa Occidental, el de Giovanni
di Dondi. Las investigaciones para hallar una solución mecánica se remontan a la
segunda mitad del siglo XIII. Al igual que en el anterior capítulo, Gimpel dedica el
siguiente a la figura de Dondi y al tratado que dejó escrito. De igual manera el autor se
sirve de imágenes del creador para ayudar a la comprensión de tan complejo
mecanismo, el cual explica de forma minuciosa.
Tras haber tratado la revolución mecánica, dedica el siguiente apartado a la
revolución en la mentalidad. El nacimiento de lo que se ha llamado <<el Renacimiento
del siglo XII>>, que fue ante todo filosófico y científico. Nos muestra el entusiasmo de
los humanistas por el culto de los antiguos tan vivo en el siglo XII, como en el XV.
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Personajes como Pedro Abelardo fue el primero en encauzar el pensamiento
occidental por el camino de la lógica, de la razón y de la ciencia. Los humanistas del
siglo XII aceleran la desacralización de la Naturaleza comenzada por el cristianismo.
Pero ante el temor de que esta síntesis llegara a perjudicar la fe, la universidad de París
fue condenada por el Papa. Desde entonces, será la facultad de Oxford quien continúe
con las tradiciones de la Escuela de Chartres, especializándose en las artes del
Quadrivium.
Robert Grossetête, Pierre de Maricourt, entre otros muchos, serán los artífices de
esta actitud racionalista y sólida fe en la noción de progreso. Sin embargo, pronto la
curva ascendente de este dinamismo decrece y los signos de la decadencia aparecen. El
racionalismo es batido en toda la línea por el misticismo. En el último capítulo el peso
de las desdichas (1300-1450), Jean Gimpel, expone los acontecimientos que vinieron a
contrariar el desarrollo de la tecnología.
El Gran Cisma comenzó a minar la unidad del mundo cristiano. Desde 1277, la
lista de los 219 <<errores execrables>> había mostrado hasta qué punto la universidad
de Paris padecía la influencia de la filosofía griega y árabe que parecía incompatible con
el cristianismo. Es entonces cuando invaden Europa supersticiones de toda clase, un
misticismo que lleva a retraerse del mundo, el abandono de la razón en pos de una fe
ciega, caza de brujas, etc., comportamientos patológicos que, por desgracia, se ha creído
que han sido características esenciales de toda la Edad Media.
Según el propio autor el desarrollo del misticismo en Europa no hubiese sido tan
serio en un clima de optimismo, pero el clima pesimista y patológico que siguió a tantas
calamidades, (condiciones climáticas espantosas, depresión económica, peste,
movimientos de protesta) hizo la brecha impasible.
Por último, en su Breve ensayo sobre los ciclos de civilización, Jean Gimpel
retoma la crítica a la falta de estudios sobre le tecnología medieval, y añade: “La
historia tecnológica medieval está todavía en pañales”. Lynn White, autor de
Tecnología medieval y cambio social, comparte esta idea y por ello tomará parte activa
en la fundación de la revista Technology and Culture, como forma de rescatar el trabajo
en el campo de la historia de las técnicas.
Además, ambos autores denuncian el desinterés por la historia de las técnicas,
que nunca creó una disciplina universitaria en esa dirección. Esta sería, según ambos
autores, la verdadera razón que nos impide comprender plenamente la evolución de los
fenómenos económicos y políticos de nuestro tiempo y falsea la imagen del pasado.
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