Los relojes y el tiempo - Universitat per a Majors

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LOS RELOJES
Y EL TIEMPO
Mª Isabel González Rozas
Tutor: Roger Esteller
Trabajo final de ciclo del Graduado Senior. Universitat per a Majors
Curso 2011-2012
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INDICE
1º.- Introducción
2º.- Medición del tiempo en la Historia.
2.1.- Reloj de Sol
2.2.- Clepsidras y horologios musulmanes
2.3.- Los árabes y la Edad Media
2.4.- La medición del tiempo en la Edad Media. El tiempo del trabajo en la
ciudad
2.5.- Funcionamiento de los relojes mecánicos
3º.- La medición del tiempo y la filosofía
4º.- Arquitectura con relojes
4.1.- Big Ben
4.2.- Reloj de Praga
4.3.- Reloj astronómico de Venecia
4.4.- Reloj catedral de Estrasburgo
4.5.-Reloj de la Puerta del Sol
4.6.- Reloj de Nueva York
5º.- Conclusiones
6º.- Bibliografía
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CAPITULO 1
INTRODUCCION
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“El Sol es el supremo regulador del tiempo y permite al hombre ordenar el
ritmo de los años, de los días y de las horas. Si desapareciera, toda nuestra
existencia se vería trastornada y viviríamos como perdidos en medio de una
noche sin fin. “
En un viaje que hice a Burgos, visité El Museo de la Evolución Humana y el yacimiento de
Atapuerca que fue declarado Patrimonio de La Humanidad por la Unesco en el año 2000.
Allí, donde se han encontrado restos humanos de más de 800.000 años de antigüedad y
contemplando restos fósiles del Homo Heidelbergensis o Preneanderthal, se despertó en mí
una gran curiosidad, ¿Como organizarían su vida los primeros pobladores de la tierra?
¿Como medirían la duración de sus actividades? ¿Cómo se sorprenderían ante el fenómeno
de la noche y el día? ¿Cómo influirían las experiencias y los descubrimientos constantes en
su ánimo y en su pensamiento?
No tenían todavía idea de un pasado sobre el que reflexionar, ni de un futuro con el que
soñar, creo que sus vidas eran un presente minuto a minuto, que les traía diferentes
vivencias, cosas nuevas. Veían nacer, crecer y morir a sus congéneres, pero ¿eran
conscientes de que eso se debía al transcurso del tiempo?
Mis preguntas se multiplicaban y me propuse encontrar respuestas, investigar como había
sido la medición del tiempo desde el principio del género humano, como había sido su
evolución poco a poco, como la imaginación del hombre desarrollaba métodos con la ayuda
de las diferentes tecnologías que también evolucionaban, como se enfrentarían la filosofía
y la ciencia a la cantidad de dudas que tal estudio conlleva y como su influencia había
incidido en el ser humano, en su pensamiento y en su historia.
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CAPITULO 2
MEDICIÓN DEL TIEMPO EN LA HISTORIA
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En la prehistoria los seres humanos tenían la percepción del tiempo a partir de la
observación de los fenómenos naturales regulares, como el amanecer y el atardecer, eso
marcaba su vida y sus costumbres, los ciclos de la luna, los cambios en la posición de las
estrellas en el firmamento, las estaciones del año, el frio del invierno y la bonanza de la
primavera y el verano, el crecimiento y decrecimiento de las aguas de ríos y sobre todo, por
el nacimiento, por los cambios que iban experimentando, por llegar a falta de facultades
vejez y muerte de todos los seres vivos, todo ello indicaba el transcurso del tiempo.
En las comunidades primitivas hubo hombres cuya función fue precisamente guardar y
enriquecer el conocimiento de los ciclos naturales para la sobrevivencia de su grupo. Estos
hombres cada vez eran más sabios, estudiaban todas las señales que el cielo y la naturaleza
les proporcionaba, eran excelentes observadores, les debían atraer enormemente aquel
firmamento y los fenómenos que sucedían a su alrededor, en el cielo, lleno de unas luces
que seguramente debieron llamar su atención. Eran los llamados chamanes que indicaban
el tiempo para que todo sucediera, sabían cuándo sembrar, cuándo cosechar, cuándo iban a
crecer las márgenes de los ríos, cuándo iba a haber sequía, cuándo empezaría la temporada
de frío o de calor.
Sabían que los ciclos naturales estaban íntimamente relacionados con los movimientos de
los astros, el sol la luna y las estrellas.
Más tarde los sacerdotes se hicieron astrónomos y de su observación de la bóveda celeste
dependía la precisión de sus observaciones y el poder sobre la gente de su comunidad
Por eso en su origen las primeras religiones se conformaron en torno a los astros y los
fenómenos naturales, el dios sol, la diosa luna y las deidades estrellas además del dios del
trueno, de la lluvia etc…
Los sacerdotes determinaban cuando había que hacer plegarias, ceremonias y sacrificios a
estos dioses para que bajo su protección continuara su marcha en el firmamento, el tiempo
no se detuviera y la vida humana continuara.
El hombre intenta medir esos espacios, controlar el paso del tiempo, lo primero que el ser
humano percibe fue la alternancia entre el día y la noche. Sin embargo, sentía la necesidad
de medir las fracciones del día con más exactitud, esto se supone que es lo que dio origen a
medir esos intervalos con el reloj de sol.in duda el derivado de la alternancia del día y de la
noche, es decir, el sin duda el embargo, los hombres de la prehistoria no sabían de ciencia y
veían a los cuerpos del firmamento como dioses que controlaban las estaciones,
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2.1.- RELOJ DE SOL
Introducción
Los relojes de sol son instrumentos de control de los movimientos de la Tierra y el Sol, y
tienen como objetivo el medir el paso del tiempo (horas, minutos y segundos). En ellos
convergen ciencia (matemáticas, física, geometría, astronomía), cultura y arte, y han sido
durante mucho tiempo la única ayuda, el único punto de referencia para la evolución
mecánica de todos los tipos posteriores de relojes.
En castellano también se les llama cuadrante solar y es un instrumento que emplea la
sombra arrojada por un gnomon o estilo sobre una superficie con una escala para indicar la
posición del Sol en el movimiento diurno.
Durante los cientos de miles de años que abarca la evolución de la especie humana, el
hombre se comportó como un simple depredador, comía lo que encontraba en su entorno:
frutos, semillas, raices o lo que cazaba o pescaba, y socialmente estaba organizado en
grupos poco numerosos que se trasladaban de un lugar a otro cuando los alimentos
comenzaban a escasear. Es decir, el hombre cubría sus necesidades básicas, como la
comida, el refugio y fundaron unas primeras estructuras sociales para la reproducción y se
ajustaron sus tareas. El hombre cazaba y la mujer cuidaba de los hijos y mantenía el fuego y
el alimento.
En esta observación del cielo, de las estrellas y del sol, pronto encontraron una utilidad. En
un momento indeterminado de la historia, seguramente basado en la experiencia y en la
repetición, el hombre observó que la forma en la que cambia la sombra de un objeto indica
la hora del día, que la sombra se acorta hacia el mediodía y se alarga hacia el atardecer.
Algunos de esos fenómenos que se sucedían de forma periódica en el cielo: el lugar del
horizonte por donde se ponía el Sol, las fases de la luna o las constelaciones visibles
durante la noche, coincidían con otros de los que dependía su subsistencia: la recogida de
los frutos, las migraciones de los animales o el tiempo de lluvias o de sequía.
De este modo, el movimiento aparente de los cuerpos celestes: el Sol, las estrellas, la Luna
o los planetas, ofrecieron a estos primeros hombres una referencia para ubicarse en el
tiempo, usando también estos conocimientos como ayuda para su agricultura y otras
actividades básicas. Se conocen pocos detalles de cómo lo hicieron, pero se conservan
algunos restos arqueológicos, como unos bastones y huesos, que datan de la glaciación que
hace 20000 años se produjo en Europa, en los que algún hombre marcó líneas y realizó
agujeros contando los días entre las fases de la Luna.
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Historia
Este conocimiento tan básico seguramente llevó al hombre a elaborar un primer Reloj de
Sol simple que consistía únicamente en una estaca vertical en el suelo. En su observación
debió de haberse percatado de que el cambiante largo de la sombra podía ser usado
(probablemente con marcadores de piedra) de la misma forma en que actualmente usamos
las manecillas de un reloj.
De ese "palo derecho" que plantara se hicieron monumentos impresionantes lo cual
demuestra que más de uno se plantó, como los obeliscos egipcios que se utilizaban como
relojes de sol, piedras verticales que los celtas también utilizaban para medir el tiempo y en
Inglaterra grandes dólmenes y también monumentos mayas.
Más tarde, hace unos doce mil años, se produjo lo que se ha denominado "revolución
neolítica" o "revolución agrícola". La forma de vivir de algunos hombres cambio de modo
radical, de recolectores errantes pasaron a asentarse en un territorio donde cultivaban sus
alimentos. Y también necesitaron medir el paso del tiempo; la observación del Sol y de sus
diversas posiciones en el cielo a lo largo del año, permitió establecer el momento más
adecuado para las diversas prácticas agrícolas.
Los relojes de sol han acompañado a la humanidad desde los primeros tiempos en los que
hubo la curiosidad astronómica de observar el transcurso del tiempo con la simple
observación directa o indirecta del movimiento de los astros. En el caso de los relojes de sol
la observación y medida de la evolución de la sombra de un stilo sobre una escala indica el
paso del tiempo. Es muy posible que los primeros dispositivos solares estuviesen dedicados
a proporcionar más una información relativa al calendario, indicando el paso de las
estaciones. De esta forma se tienen disposiciones de piedras alargadas y ordenadamente
dispuestas para producir "alineamientos" específicos como es el caso de Stonehenge.
Las civilizaciones más lejanas conocieron los cuadrantes astronómicos, en los que se lee el
paso del tiempo y marca las estaciones según el movimiento de una estrella en el espacio.
Uno de los primeros, que se construyó hacia el año 3100 a. C., se encontró en Newgrave,
Gran Bretaña.
El más famoso cuadrante monumental es el de Stonehenge, monumento ritual prehistórico
situado en la llanura de Salisbury al sur de Inglaterra. Se cree que este gigantesco círculo
de piedras, que constaba de cuatro estructuras principales, cumplía con un propósito
sagrado de culto al sol. Para los constructores de Stonehenge, la fiesta principal, que quizá
señalara el comienzo del año, era el 24 de junio, día en que llegaba el verano. En la
madrugada de ese día, el sumo sacerdote podía situarse en el centro del monumento y, por
entre los pilares de los grandes círculos, mirar al Sol naciente precisamente sobre la piedra
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central. En invierno, cerca del día más corto del año (22 de diciembre), podía mirar en la
misma dirección por la tarde, y ver el Sol poniente entre las dos columnatas exteriores. Este
sitio, además, tenían piedras alineadas con fases específicas de la luna.
Las alineaciones de las construcciones megalíticas de hace unos 4700 años en Stonehenge
(Inglaterra) muestran que su propósito aparentemente incluía la predicción de las estaciones
y determinadas efemérides astronómicas: eclipses lunares, solsticios.
La piedra "heel" (piedra del tacón) señalaba el lugar de salida del Sol en el solsticio de
verano.
STONEHENGE
La mente primitiva de aquellos seres humanos asoció el ciclo agrícola, del que dependía su
supervivencia, con el de los cuerpos celestes y atribuyeron a los astros un poder
extraordinario. Así, el Sol, regulador de la naturaleza y símbolo de vida, fue objeto de culto.
Se pueden encontrar vestigios de ello en las más antiguas tradiciones populares:
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Solsticio de invierno (día que la semilla comienza a germinar en el surco) que fue celebrado
por los campesinos con fuegos y sacrificios para alimentar al Sol recién nacido.
Actualmente se celebra la fiesta de la Navidad.
Solsticio de verano, festejaban el triunfo y la madurez del Sol. En la actualidad coincide
con al celebración de las hogueras de San Juan.
Más que la aplicación práctica para la agricultura, que debido a las cambios meteorológicos
es más bien irregular en sus actividades, fueron esas festividades y ceremonias religiosas,
que acompañaban a las actividades agrícolas, las que impulsaron la invención de
calendarios y el estudio de la astronomía (había que ser muy estricto con el servicio a los
dioses). Ese conocimiento estuvo restringido a los sacerdotes que, como sus rituales
señalaban en el tiempo los instantes favorables para las labores, gozaron de gran poder
social.
Para organizar sus tareas religiosas y burocráticas, cada vez más complejas, en algunas
civilizaciones del Oriente Medio y Norte de África, hace 4000 ó 5000 años, se tuvo que
dividir el día en partes.
Se han encontrado vestigios de relojes solares en varias civilizaciones. Por ejemplo, en el
tercer milenio antes de Jesucristo los chinos empleaban ya el reloj solar. En Africa, primero
lo hicieron los Sumerios y más tarde los Egipcios.
Reloj de sol supuestamente dedicado a Ra
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EGIPTO
En primer lugar surgió la necesidad de un calendario, siendo el primero encontrado en
Egipto a principios del primer milenio antes de Cristo y es el primer calendario solar
conocido de la Historia. Dividieron el año en 12 meses de 30 días cada uno. Estaba en
pleno uso en tiempos de Shepseskaf (faraón de Egipto, considerado el penúltimo faraón de
la dinastía IV de Egipto)
Lo más probable es que el sistema de horas se estableciera en aquellas sociedades por
motivos religiosos, eje básico de su sociedad, pues la palabra egipcia correspondiente a
hora también puede traducirse como "deber sacerdotal", palabra de la misma raíz que "vigía
de las estrellas" o vigía del tiempo.
Los sacerdotes sabían que los ciclos naturales estaban relacionados íntimamente con los
movimientos de los astros: la Luna, el Sol y las estrellas. Sin embargo, los hombres de la
prehistoria no sabían de ciencia y veían a los cuerpos del firmamento como dioses que
controlaban las estaciones, el clima y todo lo viviente.
La división del día en 24 horas, así como el año de 365 días, se lo debemos también a los
antiguos egipcios.
Las horas del día fueron dividas en 12 partes, a las que nos referiremos como “horas del
tiempo”. El problema estriba que dada la traslación de la tierra, las horas del tiempo
variarían en longitud, siendo más largas en verano y más cortas en el invierno, aún cuando
en las zonas cercanas al Ecuador la diferencia no es tan notoria como lo sería en las zonas
cercanas a los polos.
Con este objetivo, los egipcios alrededor de año 3500 a.C, alzaron obeliscos cuyas sombras
indicaban el mediodía, y el día más largo y el más corto del año. Posteriormente añadieron
más marcas en la base del obelisco para dividir el día en más partes. Fue hacia el siglo VIII
a.C. cuando idearon el primer reloj de sol capaz de medir el paso de las horas.
Este instrumento dividía el periodo del día con sol en 10 partes, a las que añadieron otras
dos correspondientes al amanecer y al anochecer. Consistía en una varilla que hacia de base
y otra perpendicular y horizontal sobre uno de los extremos, que proyectaba su sombra
sobre las marcas horarias de la base. Por las mañanas se orientaba hacia el Este, girándose
al mediodía hacia el Oeste para que indicase las horas de la tarde.
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La noche la dividieron en doce horas, de intervalos iguales, señalándose cada hora por la
aparición del decan (determinadas estrellas o constelaciones) correspondiente. Esta tarea
era realizada por los vigilantes de las estrellas que desempeñaban sus deberes sacerdotales
anotando la aparición de los decan en el horizonte oriental.
Los primeros relojes solares en occidente fueron construidos gracias a los conocimientos
astronómicos de los egipcios que les permite orientar la pirámide de Keops, 2.550 a.C.,
mediante referencias estelares. Mil años después, en la época del faraón Tutmosis, se diseña
un instrumento denominado sechat; se trata de un pequeño reloj solar para medir el tiempo
mediante la longitud de las sombras que constaba de dos piezas prismáticas, pétreas, de
unos tres decímetros de longitud, situadas perpendicularmente, donde una tenía marcadas
las horas y otra servía de aguja. Debió ser un instrumento muy popular entre los sacerdotes
egipcios pues, por sus dimensiones, permitía que fuese un instrumento portátil. Los
primeros relojes solares se construían mediante la proyección de la sombras de un ortostilos
(parte del Stilo o línea perpendicular a la superficie del Reloj de sol) sobre una superficie
reglada.
MESOPOTAMIA
La mayoría de los instrumentos empleados en la Antigüedad no eran portátiles. En
Mesopotamia encontramos los zigurats que eran construcciones con peldaños en los que se
podían visualizar las horas mediante el conteo de los peldaños que estaban oscurecidos por
la sombra de sus propios bordes. La primera referencia literaria conocida a un reloj de sol
es el famoso Cuadrante de Achaz cerca del siglo VII a. C hemos de avanzar hasta el 750
a.C. para tener referencias de otro reloj de sol.
Hacia 2400 a. C. los escribas sumerios ya utilizaban un calendario: dividieron el año en 12
partes, también dividieron el día, y lo hicieron siguiendo el mismo patrón de divisiones. Su
año constaba de 12 meses y cada uno de ellos de 30 días. Sus días constaban de doce danna
(cada danna duraría dos de nuestras horas) de 30 ges cada uno (cada ges duraría 4 de
nuestros minutos).
Por otra parte se atribuye al astrónomo babilonio Berosus, hacia el siglo III a.d.C, la
construcción de un reloj de sol hemisférico. Hecho de madera o piedra consistía en una
pieza cúbica con una cavidad hemisférica en la que se colocaba una varilla o estilete. La
sombra de este describía un arco cuya posición variaba con las estaciones, en la cara interna
de la hemiesfera se trazaban una serie de arcos, correspondientes a las estaciones, divididos
en doce partes iguales, correspondientes a las doce horas de sol. Inspirado en este reloj se
ideó el hemiciclo, que ha sido utilizado hasta el siglo XIV.
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GRECIA
Posteriormente se encuentran ya escritos tanto griegos como rómanos que atestiguan la
percepción acerca del tiempo de la sociedad griega del siglo V a. C, donde figuran
descripciones de instrumentos que se pueden identificar como relojes de Sol.
Con los griegos, los relojes de sol son estudiados a conciencia y, dados sus amplios
conocimientos de geometría, por primera vez, el gnomon deja de instalarse de forma
vertical y pasa ocupar la posición correcta, paralela al eje terrestre. El reloj griego se le
llama "scaphe" y consistía en un bloque en el cual se vaciaba una cavidad en forma
hemisférica, en cuyo extremo se fijaba la barrita que servía de aguja.
Poner el gnomon paralelo a la dirección del eje terrestre permitió que los relojes señalaran
todo el año las horas de una duración constante, convirtiéndolos en instrumentos de
medida, realmente. En los anteriores relojes la aguja vertical hacía que las horas de verano
fueran diferentes a las de invierno. Hay también que mencionar que los scaphe fueron
también los primeros relojes de sol que midieron la hora según la dirección de la sombra y
no, como hasta entonces, por su longitud.
El autor griego más antiguo, y tal vez más importante, ha sido Heródoto de Halicarnaso
(484-426 a. C.), que hace una pequeña reseña en su Historia a los conocimientos griegos
del tiempo, diciendo que adquirieron la división del día en doce partes de los babilonios.
Además de los egipcios en África y los incas en América se atribuye el invento del primer
reloj solar de cierta exactitud al filósofo jonio Anaximandro (siglo VI a. de J. C.), aunque
los griegos, según afirmaciones de Heródoto, conocían ya ese instrumento originario de
Caldea.
Intihuatana, Machu Picchu
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Por ejemplo, el Intihuatana se encuentra en una de las explanadas al costado del Templo de
las Tres Ventanas un observatorio Inca de la ciudadela en Machu Picchu, está tallado en
una mole de granito, escultura de belleza única.
ROMA
Mas adelante, los antiguos romanos, desde el punto de vista científico, no añadieron nada
nuevo con respecto a la medición del tiempo, siguieron utilizando los relojes de sol
desarrollados por los griegos. El primero que apareció en Roma (en el año 291) fue
colocado delante del templo de Quirino.
Plinio el Viejo en su Historia Natural, relata la historia del reloj que el emperador Augusto
hizo construir en el Campo de Marte, aprovechando un obelisco egipcio, del faraón
Psamético II, el denominado Reloj Solar de Augusto.
Al obelisco le atribuyó el divino Augusto la admirable función de medir la sombra
proyectada por el Sol, determinando así la duración de los días y las noches e hizo colocar
placas que estaban en proporción respecto a la altura del obelisco, de manera que en la hora
sexta del solsticio de invierno la sombra fuese tan larga como las placas, y disminuyese
lentamente día a día para volver a crecer siguiendo las marcas de bronce insertadas en las
piedras; es un aparato que merece la pena conocer y que debe su existencia al insigne
matemático Facundo Novio.
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Éste añadió, sobre el extremo, una bola dorada que proyectaba una sombra definida, porque
si no el extremo puntiagudo del obelisco hubiera arrojado una sombra imprecisa (se dice
que tomó la idea de la cabeza humana). Al cabo de treinta años estas medidas se hicieron
erróneas. No se sabe la causa: quizás ha cambiado por algún motivo astronómico, o porque
toda la tierra se ha movido o simplemente porque el gnomon se ha movido debido a
sacudidas telúricas, o porque las avenidas del río Tíber han provocado un descenso del
obelisco.
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A finales del siglo I a. C. y reinando ya en Roma el emperador Julio Cesar Augusto, un
ingeniero militar llamado Marco Vitruvio Polión escribió el único tratado sobre
arquitectura que, de la antigüedad, haya llegado hasta nosotros. Se sabe que fue arquitecto
en Roma, donde construyó y dirigió su única obra conocida, la Basílica de Fanum (Italia).
Es el autor del tratado sobre arquitectura más antiguo que se conserva y el único de la
Antigüedad clásica, De Architectura, en 10 libros (probablemente escrito entre los años 23
y 27 a.d.C) donde describe la mayoría de los relojes solares conocidos en esa época, al
menos trece tipos distintos de relojes de sol.
Los primeros siete libros tratan de arquitectura, el octavo de construcciones hidráulicas, con
especial aplicación a los métodos para alumbrar y conducir el agua, el noveno trata de la
gnomónica y el décimo de la maquinaria. En el libro noveno, describe un método
geométrico para diseñar relojes de sol denominado analema. El autor no se atribuye la
invención de este método sino que lo asigna a los que él denomina como sus maestros.
Reloj de sol horizontal
Diese el nombre de gnomónica a la ciencia que trata y enseña el arte de hacer relojes
solares. Éstos consisten esencialmente en una superficie sobre la cual la sombra proyectada
por una escuadra metálica, llamada gnomon (en griego: indicador), marca las horas sobre
las líneas allí trazadas. Inspirada en teóricos helenísticos, la obra trata sobre órdenes,
materiales, técnicas decorativas, construcción, tipos de edificios, hidráulica, mecánica y
gnomónica.
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La decadencia del Imperio romano y su caída a causa de las invasiones de los bárbaros,
provocaron en Occidente un largo periodo de oscuridad intelectual. Es necesario esperar
hasta el feudalismo para asistir a la difusión de los relojes de sol por el continente Europeo.
Fue la orden religiosa de los benedictinos (529 d. de C.) y su esmero en cumplir con el
horario que su fundador San Benito dictó, lo que estimuló a estos monjes en el estudio de la
construcción de relojes de sol. Los primeros relojes de sol grabados en las fachadas de
piedra de las iglesias y catedrales empiezan a aparecer a comienzos del siglo VIII. En el
año 1000 se construyeron relojes solares horizontales para los que se utilizaron orificios en
las bóvedas de las catedrales.
Reloj de sol en fachada
Hasta aquí, la duración de las horas que marcaban los relojes de sol dependía de la época
del año, en invierno eran más cortas que en verano, no fue hasta el siglo XIV cuando se
construyeron relojes con horas iguales. En esta nueva clase de relojes se utilizó un estilete
orientado, paralelo al eje de rotación de la Tierra. En las paredes de los edificios, realizados
con la técnica del fresco, los relojes de sol ocupaban un lugar preferente y fue en el siglo
XV cuando estos tuvieron su máximo esplendor.
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Tipos de relojes de sol
Reloj de sol cóncavo romano, siglo IV a.C.
Reloj ecuatorial, semicírculo que representa el ecuador de la tierra
y barra central que representa el eje terrestre
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Reloj Horizontal
Reloj construido sobre una losa horizontal
las horas marcadas regularmente y orientada al sur
Vertical
Formado por un plano vertical colocado en una pared,
donde se han marcado las horas con un estilo
que proyecta su sombra indicándonos la hora
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De Pastor
Está formado por un cilindro con una anilla superior para sujetarlo.
El cilindro se divide verticalmente en los meses del año
y unas curvas lo cruzan indicando las horas
Anular
Es un anillo metálico, donde hay grabados los meses del año en la parte exterior
y las horas en la parte interior.
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. El tiempo también se percibe
a partir de los cambios
manifestados en los objetos
animados e inanimados. La
Dípticos
Dos relojes de sol, uno horizontal y otro vertical
montados dentro de una caja
que se puede cerrar y llevar en el bolsillo que estar un
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2.2.- CLEPSIDRAS Y HOROLOGIOS MUSULMANES.
Clepsidra, la palabra se deriva de Klepto (ladrón) y siderial (tiempo de salida) que da un
significado de "días robados".
Es un instrumento que sirve para medir el tiempo a partir de lo que tarda en caer el agua de
un recipiente a otro:
El hombre se dio cuenta que el reloj de sol no era valido durante la noche y en los días
nublados por eso se atribuye el invento del reloj de agua o clepsidra a Ctesebio alumno de
Arquimedes. Los relojes de agua o clepsidras datan de la antigüedad egipcia y por eso se
usaban especialmente durante la noche,
La antiquísima invención de la clepsidra, se basa en el principio de que una cantidad dada
de agua, que siempre requiere el mismo tiempo para pasar gota a gota de un recipiente a
otro. Este aparato es entonces un cronómetro y no un reloj, pues marca una determinada
cantidad de tiempo pero no da la hora. Al principio se supone que era de barro con un
agujero, cuyo funcionamiento interno regulaba el paso de las horas; fue usada en Egipto y
Babilonia antes del año 1500 a.C., la más antigua fechada es la egipcia de hacia 1380 a.C.
Fragmento de un reloj de agua egipcio
No ha llegado ninguna clepsidra antigua hasta nosotros. Sólo se conoce su funcionamiento
por las descripciones de Vitrubio.
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Clepsidra antigua egipcia
Los primeros relojes de agua consistieron según ya hemos dicho en una vasija cerámica
que contenía agua hasta cierto nivel, con un orificio en la base de un tamaño adecuado para
asegurar la salida del líquido a una velocidad determinada y, por lo tanto, en un tiempo
prefijado. El recipiente disponía en su interior de varias marcas de tal manera que el nivel
de agua indicaba los diferentes periodos, tanto diurnos como nocturnos.
Los relojes de agua también se usaron por los atenienses para señalar el tiempo asignado a
los oradores.
Con el mismo fin más tarde fueron introducidos en los tribunales de Roma, también se
usaban en las campañas militares para señalar las guardias nocturnas. El reloj de agua
egipcio, más o menos modificado, fue durante muchos siglos el instrumento más eficiente
para medir el tiempo
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La ciencia griega desarrolló la clepsidra-horologio en sí misma o en combinación con
autómatas. Fue muy importante la evolución que llevó a la clepsidra de agua entrante, que
seguramente ocurrió un poco después de la de agua saliente, lo que llevó a un mejor control
del tiempo al introducirse un flotador. Vitrubio atribuyó la invención de este flotador a
Ctesibio.
También se describe un reloj al que denomina anafórico, porque hacía girar las
constelaciones del zodiaco sobre el horizonte. Era una clepsidra de entrada de agua
en la que el flotador subía a una velocidad constante; el eje horizontal giraba por completo
cada veinticuatro horas. El uso de la clepsidra fue muy importante, en Roma pues se usaba
para medir la duración de cada carrera en los grandes juegos en el Círculo Máximo.
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El establecimiento de un cómputo horario lo más exacto posible era necesario para la vida
religiosa musulmana, ya que lo exigía el cumplimiento preceptivo de las cinco oraciones
principales del día. En los horologios musulmanes se solían usar piedrecitas o bolitas
metálicas, que con su sonido al caer en un platillo, o cubeta, de metal marcaban la hora.
Es famoso y legendario el reloj que funcionaba por mecánica de agua que regaló el califa
Harún al-Rašíd al emperador Carlomagno.
El tratado griego conocido bajo el nombre de Arquímedes se ha conservado sólo en
traducciones árabes. Es muy interesante ya que describe relojes con artilugios, como el de
los pájaros que dejan caer bolas que suenan en platillos metálicos .La cara de la Gorgona a
la que se le iluminan los ojos, las columnas con anillos que se mueven para marcar las
horas, hombres atados que son decapitados, jinete con espada montado de pie sobre la
grupa del caballo, dos columnas con figuras que suben y bajan según las horas, árbol con
pájaros piando a veces con terror por tener dos serpientes en la base, y pequeñas figuras de
hombres que tocan música.
Del siglo X han aparecido en la ciudad palatina de al-Zahra tres relojes fragmentados de
sol por Félix Hernández Giménez. Dicho arquitecto los encontró en esta esquina de la
terraza y por su situación servirían para avisar de modo constante a los almuédanos del
alminar para que llamasen a las oraciones canónicas.
Al-Zarqali en el siglo XI construyó dos grandes relojes de agua a las orillas del río Tajo en
Toledo, consistían en dos contenedores que de modo gradual se llenaban mientras la luna
crecía, y se vaciaban según la luna menguaba. Estos relojes aún estaban en uso cuando
Toledo se conquistó en 1085, y uno de ellos aún funcionaba más de medio siglo después.
En China se conoció la clepsidra de agua entrante en dos modelos diferentes desde el 202
a.C. al 221 d.C. hasta la Edad Media. En 1090 se construyó una torre-reloj astronómica en
la provincia de Hanan, que en aquel momento era la capital del imperio chino. El texto que
acompaña el dibujo que se ha hecho de este reloj dice
“El mecanismo del reloj movido por una noria y enteramente encerrado dentro de la torre,
hacía girar encima de la plataforma la esfera armilar que servía para resolver problemas
de trigonometría esférica, así como un globo celestial en la planta alta. Figuras de
muñecos avisaban el transcurso de las horas y los cuartos de hora por medio de señales
visuales y auditivas”.
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Uno de los más célebres construido por el maestro del mundo islámico Al-Yazarí es el reloj
de los cinco músicos, que muestra un pabellón cúbico sobre columnas centrado por un arco
donde hay 12 círculos y a cada lado del mismo la base para una cubeta, y por encima de
cada uno, un pequeño arco con un águila. Sobre el arco central de medio punto aparece un
friso con un piso inferior que muestra doce cuadraditos y otro superior con 12 taqas
(pequeñas ventanas), las cuales se cerraban por dos postigos. Remata la estructura del
pabellón, a modo de bóveda, un semicírculo.
Cuando llegaba la hora el mecanismo de la clepsidra funcionaba y mostraba la hora de tres
modos: echaban las águilas de su pico una bolita a los cuencos, o cubetas, metálicos para
dar la hora; al mismo tiempo los cinco músicos empezaban a tocar sus diferentes
instrumentos; si era de noche uno de los 12 círculos del arco se encendía para indicar la
hora nocturna; si era de día, las taqas se abrían, una a cada hora, y mostraban una figurita,
mientras que giraba el semicírculo de remate que simulaba la bóveda e iba mostrando los
12 signos del zodiaco.
Al-Yazarí hizo gran variedad de relojes: El reloj de las velas que se quemaban, el reloj del
barco, el reloj del elefante que es una clepsidra muy completa e interesante y es también
una de las que se han hecho mas copias en los periodos artísticos del Islam.
Este reloj del elefante reúne todos los conocimientos logrados por al-Yazarí con distintos
tipos de clepsidras. Marca las horas y las medias y tiene, en parte, doble sistema de
artilugios para efectuar esta labor: dos halcones, dos serpientes-dragones y dos orzas.
Como la miniatura es una pintura plana sin fondo , no muestra más que una cara del
horologio, pero hay una intención de volumen al representar al conductor del elefante y a
la figura sentada con cálamo vueltos dos tercios de su cuerpo hacia el espectador, lo cual
da una sensación de profundidad. El elefante es de cuerpo rechoncho, patas cortas
adornadas con unas cintas, tiene trompa y rabo demasiado largos, lleva un collar ceñido
al cuello y otro suelto con una campana que anunciaría su movimiento si fuera vivo. El
animal no es articulable; su chapa metálica está pintada y por dentro forrada de plomo
para evitar la oxidación de la clepsidra que alberga.
Se describen también los relojes bizantinos de Antioquía, Constantinopla y la Isla de Malta,
todos ellos son descritos como auténticas maravillas.
Todos ellos funcionaban de día y de noche .Tanto el horologio de Constantinopla como el
de Malta indicaban las horas por figuras.
26
En la segunda mitad del siglo XIII, en la corte del rey de Castilla Alfonso X el Sabio
(1252-1282), el judío Rabbi Isháq ibn Síd inventó el reloj de mercurio, descrito por el rey
Alfonso X en su Libro del saber de astronomía.
Esto nos demuestra que en el-Andalus existían unos conocimientos tecnológicos
importantísimos
Existieron horologios muebles con cuencos metálicos, bolas, pesas y figuritas. Eran objetos
portátiles más o menos grandes, pero ninguno de ellos ha llegado a nuestros días. Del de
Granada es del que se conoce que consumía con fuego el pábilo para quemar las cuerdas y
marcar las horas.
27
2.3º.- LOS ARABES Y LA EDAD MEDIA.
Los árabes perfeccionaron la técnica de los cuadrantes e introdujeron diversas mejoras en la
astronomía y las matemáticas y perfeccionaron el astrolabio. También pusieron a punto el
gnomon agujereado, modalidad que consiste en poner una plaqueta al extremo del estilo
con un diminuto agujero, lo que hace que el punto donde marca esté mucho mejor
delimitado que el perfil a veces confuso de la sombra de la aguja.
En los primeros siglos de la era cristiana, en Europa se produce una decadencia que
caracteriza toda una etapa hasta la Edad Media Alta, tan solo con algunos estudios
relevantes de la astronomía helénica. Existen pocos elementos (sobre todo arqueológicos),
que podemos encontrar: apenas existen escritos que muestren nuevos avances. Aunque en
este periodo la medida del tiempo interesaba poco a la población general, tampoco existen
descripciones científicas precisas.
Ya a comienzos del siglo I los estudios realizados acerca de las obras Vitrubio y Ptolomeo
permiten reconocer por primera vez que hay dos parámetros importantes para el diseño de
un reloj de sol que son la latitud geográfica y la oblicuidad de la eclíptica.
La latitud geográfica: determina el lugar geográfico de la Tierra donde se ubicará el reloj.
Se podría extrapolar como conclusión que estos autores sabían que la Tierra no es plana, la
determinación de su valor depende de la distancia angular de la ubicación del reloj con
respecto al ecuador terrestre, y que fue determinada en la antigüedad observando la
duración del día y la longitud de la sombra equinoccial del gnomon al mediodía (umbra
gnomonis aequinoctialis); ambas funciones determinan de forma unívoca la latitud
geográfica.
La oblicuidad de la eclíptica: parámetro que no dependía de la ubicación geográfica del
reloj solar y del que se suponía erróneamente que era una constante invariable en el tiempo.
Eudemus de Rodas (320 a. C.) fue el primero en observar (que no medir) la oblicuidad de la
eclíptica. Los astrónomos posteriores determinaron su valor en 1/15 de un círculo, e
Hiparco adoptó un mejor valor de 11/83 partes del semicírculo. El primero de los valores es
el que emplea Vitrubio en la construcción de su analematos
Paladio en el siglo IV escribe una obra denominada Re Agrícola compuesta en catorce
libros, divididos de tal forma que cada libro corresponde a las tareas agrícolas típicas de
cada mes. Al final de cada libro pone una especie de tabla que denomina horologium típico
del mes en cuestión.
En dicho horologium indica la longitud de las sombras en pies para cada hora durante los
28
días del mes en cuestión. Indica así el uso que se hacía del cuerpo humano para substituir a
los relojes de sol. En gnomónica se denomina a estos relojes como reloj de pie.
En el siglo VII tomaron relevancia las órdenes benedictinas. En el año 529, el fundador de
esta orden religiosa, san Benito, prescribe desde su monasterio unas Reglas precisas por las
que todos los monjes benedictinos de Europa deben regirse. Como ya hemos comentado
desde sus orígenes, la Iglesia Católica quiso santificar determinadas horas del día con una
oración común. San Benito denominó a estas horas de rezo "horas canónicas", y así se haría
desde el siglo VI. El nombre proviene de las normas o cánones proporcionados por la
Iglesia.
La gnomónica de estos siglos derivó a la construcción de relojes de misa o relojes de horas
canónicas, en ellos se indicaban las horas de rezo, estos relojes se encuentran ubicados
generalmente en las fachadas meridionales de iglesias o monasterios.
En este oscuro periodo medieval, en el que la gnomónica "oficial" era la impuesta por la
Iglesia Católica, mediante el uso de las horas canónicas, existieron autores innovadores
como Cayo Julio Solino que en siglo IV escribió un libro titulado Tractatus de umbra et
luce (‘Tratado de la sombra y la luz’) que mantiene el enlace de conocimiento de la cultura
grecolatina. Existe también otro oscuro autor del siglo VI, Antemio, al que se le atribuye el
códice titulado Problema Sciatéricum.
En el siglo IX entra en escena la astronomía árabe. El califato de Al Mamun marca el
comienzo de una intensa actividad cultural que continuaría en siglos sucesivos con autores
como Averroes, Thabit Ibn Qurrá (826-901), Costa Ebn Luca, Abulphetano, Hazemio, AlBiruni (973-1048). Mientras la Europa cristiana de la época seguía la obra del venerable
Beda, los árabes tenían una actividad intelectual muy agitada continuada a partir de la
destrucción de la Biblioteca de Alejandría. Es sólo a partir del siglo X cuando en Europa se
empieza a ver tímidamente la inmensa labor recopilatoria del conocimiento antiguo
realizada por los árabes.
Este instrumento dividía el periodo del día con sol en 10 partes, a las que añadieron otras
dos correspondientes al amanecer y al anochecer. Consistía en una varilla que hacia de base
y otra perpendicular y horizontal sobre uno de los extremos, que proyectaba su sombra
sobre las marcas horarias de la base. Por las mañanas se orientaba hacia el Este, girándose
al mediodía hacia el Oeste para que indicase las horas de la tarde.
La noche la dividieron en doce horas, de intervalos iguales, señalándose cada hora por la
aparición del decan (determinadas estrellas o constelaciones) correspondiente. Esta tarea
29
era realizada por los vigilantes de las estrellas que desempeñaban sus deberes sacerdotales
anotando la aparición de los decan en el horizonte oriental.
Hasta aquí, como ya he explicado, la duración de las horas que marcaban los relojes de sol
dependía de la época del año, en invierno eran más cortas que en verano, no fue hasta el
siglo XIV cuando se construyeron relojes con horas "iguales". En esta nueva clase de
relojes se utilizó un estilete orientado, paralelo al eje de rotación de la Tierra. En las
paredes de los edificios, realizados con la técnica del fresco, los relojes de sol ocupaban un
lugar preferente y fue en el siglo XV cuando estos tuvieron su máximo esplendor.
Los relojes árabes de esta época medieval eran todos, por lo menos en su gran mayoría,
planos, denominados al-basit (superficie plana), construidos en mármol, o en placas de
cobre. Todos ellos sin inclusiones de elementos esféricos, y con indicación de la dirección
del santuario de la Kaaba en La Meca, debido al precepto religioso de rezar con el rostro
dirigido a ese lugar independendiente del lugar en el que se hallara ubicado. Tal dirección
se denomina Al Qibla. Todos ellos con curiosas curvas para los rezos cotidianos.
En el año 1000 en España se emplea por primera vez el Quadrans vetus cum cursorem del
que se desconoce el inventor. Pero este cuadrante será la primera avanzadilla de los
instrumentos de navegación que con posterioridad usó Cristóbal Colón.
Fue Ermanno Contratto (1013-1054), matemático alemán conocedor del idioma árabe,
quien escribió el primer tratado sobre el astrolabio cerca del año 1026 conservando algunas
de las terminologías árabes. En este libro se encuentran algunas indicaciones para realizar
el reloj de pastor. En el terreno de la gnomónica la traducción de dos códices árabes fue el
punto de traspaso cultural más importante.
ASTROLABIO
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2.4.- LA MEDICION DEL TIEMPO EN LA EDAD MEDIA.
EL TIEMPO DE TRABAJO EN LA CIUDAD
Desde el siglo III, el Imperio Romano sufrió una crisis que llevó a toda Europa a un
proceso de ruralización de la sociedad que acabó en la Alta Edad Media. Es en esta época
cuando el concepto del tiempo cambia radicalmente con el nacimiento de las ciudades y la
introducción del reloj en la vida urbana. La sociedad campesina en cambio, regía su vida
por un calendario agrícola, que se basaba en los ciclos naturales de las estaciones.
La Edad Media ha sido considerada como una 'edad oscura' y de atraso científico pero a
partir del año Mil, aparecen gremios que gracias a la habilidad de sus artífices medievales
comienzan a realizar grandes invenciones como el reloj, la pólvora, las armas de fuego o
las gafas, todo ellos instrumentos que les hacen cambiar la forma de vida. Es por tanto a
partir de este siglo cuando comienzan a aparecer en Europa nuevas ciudades y a
revitalizarse otras que ya existían desde época romana, pero cuya vida urbana había
permanecido latente durante siglos.
31
Gracias al auge del comercio y de las peregrinaciones religiosas, surgieron grandes
ciudades en los puertos marítimos, en las encrucijadas de caminos y en otros enclaves
mercantiles. En ellas se producían cosméticos, vestidos y zapatos, joyas y objetos de oro y
plata. Pero lo que fue una revolución para el momento, fue la aparición de industrias de
cerámica, vidrio, cuero y, sobre todo, materia textil.
El concepto del tiempo tenía para el hombre medieval dos aspectos diferentes. El primero
tiene un carácter físico: el sol. El segundo tiene un carácter espiritual: las campanas de las
iglesias. Esto ponía de manifiesto la dependencia del ser humano respecto a la naturaleza.
Hasta ese momento, los relojes de sol o de arena, la clepsidra, o las velas eran instrumentos
muy rudimentarios para calcular el tiempo, que durante siglos estuvo en manos de la
Iglesia. Ésta había fomentado el contraste que suponía el día frente a la noche, la luz frente
a la oscuridad, identificándolos con el bien y el mal.
32
A pesar de ello, se evidencia el papel fundamental de la Iglesia en la visión del paso del
tiempo con una definición del calendario cristiano. Los tiempos litúrgicos se acomodaron a
las grandes divisiones del año, las estaciones. Al inicio del invierno, el Adviento anunciaba
el nacimiento de Cristo. Tras él, al comenzar la estación y terminar el año, las fiestas
navideñas (Natividad, Circuncisión, Epifanía), estaban seguidas por un tiempo de
purificación.
La de animales es san Antón, 17 de enero
La de personas: la Candelaria, 2 de febrero; Esta fiesta se celebra para conmemorar la
presentación de Jesús en el Templo y la purificación de la Virgen. También para se
remplazar los grandes festejos de la expiación y purificación (Februa) que tenían lugar en la
antigua Roma a mediados de febrero. La fecha de la celebración pagana se trasladó
entonces al día 2 de febrero, 40 días después de la Navidad; esta distancia respetaba la ley
judía que exigía un rito de purificación en el Templo de las madres de niños varones, a los
40 días del nacimiento del niño.
La de conciencias: Cuaresma, .en la que se recuerdan los 41 días de ayuno de Cristo en el
desierto. La duración del ayuno fue establecido en el siglo IV y alcanzaba una duración de
cuarenta días. En las iglesias orientales, donde los sábados y domingos se consideran
festivos, el periodo de Cuaresma se sitúa las ocho semanas anteriores a Pascua. En las
occidentales, en las que sólo el domingo es considerado día festivo, el periodo de la
cuarentena empieza el miércoles de Ceniza y se prolonga hasta la víspera de Pascua
exceptuando los domingos.
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Con la primavera, llegaba la Pascua (domingo después del primer plenilunio de la
estación), la Ascensión y el Pentecostés. Y con el verano, la festividad de san Juan (24 de
junio), en pleno solsticio estival, donde se celebran ritos cristianos del agua y el fuego, y,
tras él, la Asunción de la Virgen (15 de agosto), la gran fiesta de la fertilidad de las
cosechas.
La llegada del otoño, con la rendición de cuentas y rentas, se puso bajo el título de dos
santos mediadores: San Mateo, el recaudador (21 de septiembre) y San Miguel, el arcángel
encargado de pesar las almas (29 de septiembre). Por fin, el año cristiano, pero también el
de la actividad agrícola, ganadera y pesquera, concluía en torno a Todos los Santos (1 de
noviembre), la conmemoración de los fieles difuntos (día 2), heredados de la tradición
celta, y San Martín (11 de noviembre).
La semana finalmente se estableció en siete días al dividir el mes lunar de 28 días
(sorprende mucho encontrar que esta división ya figuraba en la tradición caldea)
considerando el relato bíblico de la creación del mundo donde se estableció seis días de
trabajo y uno de descanso, en el que se prohíbe cualquier tipo de trabajo incluido los viajes.
Así los 52 domingos del año y todas las fiestas, sobre todo numerosas en mayo y
diciembre, constituían los días de guardar descanso con obligación de asistir a misa y evitar
el trabajo, considerado como obras serviles.
De esta manera, mediante la cristianización de tradiciones antiguas o por imposición de
nuevas, la Iglesia se convirtió en gran dominadora del tiempo en la sociedad europea de
aquella época, incluso el ritmo de las horas estaba inspirado en las reglas monásticas y las
campanadas de las iglesias y monasterios se encargaban de recordarlas. Este sistema de
referencia era el señalado por las horas canónicas que dividía el día y la noche en periodos
iguales:
Maitines (la primera de las horas canónicas, a veces se cantan poco después de la media
noche), laudes (significa alabanza, se canta a primera hora del día antes de empezar las
tareas, es una de las más principales), prima (primera hora después de salir el sol), tercia
(tercera hora después de salir el sol), sexta (sexta hora aproximadamente al mediodía),
nona (novena hora, aproximadamente a las 14), vísperas (viene de “vesper” tarde, al volver
a casa después del trabajo, también es una de las más importantes) y completas (son las
oraciones que se recitan al acostarse).
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Los únicos medios para medir el tiempo hasta ese momento habían sido los relojes de agua,
arena y sol, pero estaban sujetos a una serie de circunstancias físicas que impedían que
fueran exactos, mediciones de forma rigurosa, era necesario por tanto una evolución de los
sistemas técnicos para su correcta medición.
La aparición de una burguesía urbana que se dedicaban fundamentalmente a ser
negociantes provocó que la medida del tiempo fuera muy importante para la buena marcha
de los negocios porque la duración de los viajes, la subida y bajada coyuntural de precios o
el periodo empleado por un artesano para elaborar productos eran factores temporales que
intervenían en los resultados económicos y por eso era necesario medirlo y controlarlo, es
decir, se descubrió que el tiempo tenía su precio, por que era necesario controlar y medir su
discurrir.
Las autoridades eclesiásticas les reprochan que intentaran controlar el tiempo, que
pertenecía a Dios. Comienza así, como nos dice Le Goff, una guerra no declarada entre la
Iglesia y la burguesía que, con la ayuda de los progresos tecnológicos y la aparición del
reloj en las ciudades, modifica el ritmo del tiempo. El tiempo se hace laico, tiempo de los
relojes de las torres o atalayas, que se consolida frente al tiempo clerical de las campanas de
las iglesias.
De esta forma se produce la alteración en el control del tiempo cotidiano por el
desplazamiento de la nona, que desde su localización ideal en torno a las tres de la tarde
había avanzado al mediodía; esta pequeña variación que no fue objeto de ningún tipo de
interpretación por los contemporáneos ha sido explicada, finalmente, por Le Goff como
debida a la necesidad de subdividir el tiempo de trabajo de forma más racional: la nueva
35
situación de la hora nona permitía la división de la jornada de trabajo de sol a sol, en dos
medias jornadas equivalente en cualquier época de año.
Se trata, posiblemente, del primer intento de intervenir en la ordenación del tiempo de todos
por parte de la minoría dirigente. Sin embargo, aún pasarán varios decenios hasta que se
consigan los medios técnicos necesarios para llegar a controlar la división del día en 24
horas invariables y hacer público el paso del tiempo.
El afán de alcanzar las horas ciertas reflejadas en un reloj civil, a las que se refieren en
1335 los burgueses de Aire-sur-la-Lys, pequeña ciudad gobernada por el gremio de
pañeros, a imagen y semejanza de lo que habían logrado unos años antes los de Gante y
Amiens, se convierte en una lucha social que de manera imparable, y sin apenas resistencia,
impondrá un nuevo género de vida a la sociedad urbana europea, comenzando por las áreas
más industrializadas de Flandes, Italia y el norte de Francia, y que cien años después
conduce a que rara era la ciudad o lugar de Europa que no contaba con uno o varios relojes
para controlar el tiempo de sus habitantes.
La respuesta a los nuevos tiempos fue el reloj mecánico europeo, documentado en torno a
1300, que sustituyó el anterior sistema hidráulico por motores que se activaban mediante
pesos colgados de cilindros y mediante engranajes, rodillos y palancas. Por otro lado, los
usos de los molinos eran variadísimos.
Los pólders, por ejemplo, superficies de tierra ganadas al mar en los Países Bajos, surgieron
a partir de la construcción de diques y el drenaje del agua mediante bombas activadas por
molinos de viento. Paralelamente, el notable desarrollo de la metalurgia durante la Edad
media propició numerosas innovaciones tecnológicas además del reloj mecánico:
instrumentos musicales, planchas para imprimir papel, máquinas para la confección de
tejidos, aperos de labranza, armas de guerra e incluso autómatas.
Fue precisamente en el siglo XIII cuando Roger Bacon llegó a definir el «método
científico» como un ciclo de cuatro fases: observación, hipótesis, experimentación y
verificación. Basándose en este método desarrolló estudios de óptica que le condujeron a
diseñar las primeras gafas y a elaborar proyectos de cámaras oscuras (el antecesor a la
cámara fotográfica) entre otras cosas.
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Roger Bacon
Bacon sintió una gran admiración por su coetáneo francés Pierre de Maricourt, quien llevó
a cabo importantes investigaciones en el campo del magnetismo. Un siglo más tarde,
Nicolás de Oresme demostró que era la Tierra la que se movía y no los astros sobre ella,
como hasta entonces se pensaba. Todo ello marcó una época de estudio científico que
llevaron mediante la aplicación de sus estudios a la construcción de máquinas que permitía
mejorar la vida de una sociedad.
En la península Ibérica, en el siglo XIII el rey de Castilla y León, Alfonso X el Sabio
(1224 - 1284) reúne en la ciudad de Toledo un numeroso grupo de astrónomos cristianos,
griegos, hebreos y árabes. Con esta mezcla de sabios hizo traducir al latín gran parte de las
obras escritas en árabe.
En su obra Libros de los relogios incluida en los Libros del Saber de Astronomía describe
cinco tipos de relojes: el reloj de la piedra, que no era más que uno de sol; el reloj de agua o
clepsidra; el reloj de candela, una simple vela de cera con una larga mecha que duraba toda
una noche; el reloj de mercurio o elogio del argent vivo, en esencia una clepsidra con
mercurio, plata viva; y por último el reloj de palacio de las horas, un sistema muy ingenioso
de medida del tiempo, que seguramente nunca llegó a construirse y que consistía en un
enorme reloj de sol del tamaño de un edificio circular con doce aberturas o ventanas por
donde entraría sucesivamente la luz que incidiría reflejada en el suelo.
En España, en un inventario de la catedral de Toledo realizado en la segunda mitad del
37
siglo XIII aparece citado un horologio desbaratado. Por la misma época se supone que un
tal Guillem de Bellester construyó el reloj de una iglesia de Vic. La palabra horologium
designa el reloj de rodamiento, que en la Edad Media englobaba toda clase de instrumentos
para medir el tiempo.
Todos ellos eran artefactos poco fiables a la hora calcular con precisión el tiempo en las
ciudades, que no obstante seguía marcado allí por unas campanas que no sonaban para
indicar los momentos de rezo, sino los tiempos de trabajo. Comenzaban su repicar al
comienzo de la jornada y volvían a sonar a la hora de la comida y después del tiempo de
descanso, para volver a tocar cuando el trabajo terminaba.
Esta campana de trabajo en las ciudades supuso un avance, pero los comerciantes y
artesanos seguían necesitando una forma de medirlo con mayor exactitud. Se dependía de
un encargado que debía de controlar que se diese las campanadas siempre ajustándose a la
referencia que marcaba el reloj de sol, el alba o el ocaso. Lo más importante es lo que
significaron, pues su propagación representa la muerte del tiempo medieval, un tiempo que
A. Gurievich (historiador ruso) califica de prolongado, lento y épico.
El nuevo tiempo ya no es divino y propiedad exclusiva de Dios, sino que pasa a pertenecer
al hombre, a cada uno de los hombres, y se tiene el deber de administrarlo y utilizarlo con
sabiduría, pero que puede también comprarse y venderse. Se convierte en herramienta de
primer orden para el humanista, cuya virtud principal, la templanza, tendrá el atributo
iconográfico del reloj.
Podemos decir que se produce la aparición de un carácter laico en el tiempo, en buena
medida debido a los relojes. La utilización de sistemas de medición del tiempo en las
ciudades será fundamental para el desarrollo de las diversas actividades, siendo
tremendamente importante la difusión de relojes a través de pesas y campanas que serían
instalados en las torres de los ayuntamientos.
Los relojes municipales aportaban una mayor dosis de laicismo a la vida al abandonar la
medición a través de las horas canónicas. Era una manera de rebelión por parte de la
burguesía que se vería reforzada con la aparición, posteriormente, de los relojes de pared.
Aunque es imposible adjudicar a un país o reino el invento del primer reloj mecánico, el
mas antiguo que ha llegado hasta nuestros días es el de la catedral de Salisbury en
Inglaterra del cual existe mención en 1386, aunque se sabe, por las notas de 1271 de un
profesor ingles llamado Robert, que ya entonces se intentaba conseguir un reloj mecánico o
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mejorar uno ya existente. En cualquier caso, aquellos aparatos tenían un nuevo mecanismo
que era toda una revolución que permitía marcar el paso del tiempo mediante las
oscilaciones del propio aparato.
Catedral de Salisbury
Por otra parte sabemos que durante los siglos XIV y XV aparecen relojes mecánicos en
muchas ciudades de Alemania, Francia e Inglaterra. En Italia, fue Milán la primera en
instalar uno en la torre del campanario.
La torre del palacio de la Cité de París tiene el primer reloj público de la ciudad gracias a la
iniciativa del rey Carlos V de Francia. Este reloj aún se conserva, al igual que el de Praga,
uno de los más famosos de Europa. Se trata de un reloj astronómico, denominado
familiarmente “Orloj”, que fue realizado alrededor de 1486 por Nicholas de Kadan y Jan
Sindel.
39
Reloj de la Torre en Paris
El hecho de tener este tipo de relojes comunales provocó que naciera un nuevo oficio: El de
relojero, que fue tan relevante que en una ciudad como Colonia tuviera su propio gremio,
con artesanos especializados que sabían trabajar no sólo con materiales como madera,
hierro, o latón, y hacerlo con exactitud, sino que también tenían que saber leer y escribir,
además de tener conocimientos astronómicos. Existía una especialización ya que era
necesario realizar un trabajo de precisión para diseñar el diámetro de las ruedas dentadas y
piñones que componían el mecanismo de los relojes y gozaban por ello de una posición
ventajosa en relación a otros trabajadores que también participaban en la fabricación de un
reloj, como los carpinteros, los herreros o los que fundían las campanas.
Abad artesano
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Como expertos recibían un buen salario por su trabajo de hasta 2.000 maravedís. Es el caso
del relojero que trabajaba para el ayuntamiento de Segovia a finales del siglo XV.
Algunos relojeros famosos a finales de la Edad Media fueron el italiano Giovanni Dondi,
quien en 1364 proyecto y construyó un ecuatorio accionado automáticamente, el primer
reloj astronómico del mundo; el abad de Saint Albans, Ricardo de Wallingford que también
fabricó uno para su monasterio en el siglo XIV, o el alemán Peter Henlein, quien en 1505
realizó relojes tan pequeños que podemos considerarlos los primeros mecanismos de
bolsillo. Fueron llamaron relojes de saco pues se llevaban dentro de uno, siendo
denominados también huevos de Nuremberg por su forma redondeada. Tenían poca
precisión y tan sólo una autonomía de 40 horas.
Reloj astronómico de Praga
A partir del siglo XVI, algunos personajes acaudalados y de la aristocracia presumían de
tener un reloj en su domicilio, aunque no dejaba de ser una rareza y eran considerados más
un juguete que un instrumento de precisión. De hecho, el hombre del Renacimiento, a pesar
de los avances técnicos en cuestión del cálculo temporal, sigue rigiendo su vida diaria por
las campanas, no siendo hasta años después cuando desprenda su rutina del tiempo natural.
41
De esta forma en el año 1386 se coloca un reloj en la Catedral de Salisbury y en 1400
durante el reinado de Enrique III el doliente se instala en Sevilla, en la torre de la iglesia de
Santa María, el primer reloj mecánico con campanas.
Santa María (Sevilla)
En la Europa renacentista del siglo XV, aparecieron los cronógrafos solares de bolsillo, con
brújula incorporada, formados por dos mitades, que cuando se desplegaban estiraban un
cordel que hacía de gnomon. El problema de este tipo de relojes, es que como su nombre
indica necesitan del sol para funcionar, es decir, no sirven para días nublados, cuando es de
noche o cuando se está en un interior
42
Esta es una reconstrucción del primer reloj astronómico del mundo, fabricado por Giovanni
Dondi. Es astronómico porque, además de dar la hora, mostraba el tiempo estelar de los
movimientos del Sol, la Luna y de cinco planetas.
Reloj astronómico
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Muy pronto, como ya hemos comentado, en los hogares acaudalados, aparecieron los
primeros relojes decorativos y de antesala, considerados juguetes de gran novedad y muy
caros. Poco a poco se estableció la forma convencional de los relojes, se fabricaron
modelos para suspenderlos y aquellos de fantasía, que tomaban formas muy diversas:
botones de flor, flores abiertas, animales, crucifijos y hasta cabezas de muerto.
En Europa en este siglo se realizó un esfuerzo inmenso de divulgación dentro del campo de
la Gnomónica. En este terreno cabe destacar en España al arquitecto y matemático Tomás
Vicente Tosca.
En las colonias europeas de América también se construyeron muchos relojes de sol,
algunos de los cuales todavía se conservan.
En el caso de la zona Intertropical hay que construirlos con un doble disco horario, el disco
que queda hacia el sur se emplea durante una parte del año de agosto a abril y el disco del
otro lado, que mira hacia el norte se usaría el resto del año, cuando el sol se encuentra entre
la latitud de La Asunción y el trópico de Cáncer. Dos días al año, a fines del mes de abril y
a comienzos de agosto, el sol pasa por la vertical del lugar (el cenit) y entonces, como es
lógico, pueden verse las horas en ambos lados del reloj.
Una vez superada la primera etapa, con la Ilustración se populariza la técnica y surge el
oficio de cuadrantero. Se empiezan a construir relojes de sol de todo tipo y con todos los
materiales posibles. De los talleres de estos artesanos salieron verdaderas piezas de lujo,
relojes portátiles de oro o plata que se convirtieron en objetos de puro placer estético antes
que en instrumentos de uso práctico.
Hacia mediados del siglo XVI surgen los primeros relojes mecánicos, casi como un
divertimento de cerrajero que, desde un buen principio, ya sólo se adelantaban una hora
diaria. Pero era necesaria una evolución en la medición del tiempo, los artesanos
necesitaban un instrumento de medición cuya frecuencia fuese independiente de las partes
mecánicas.
Y ese algo era precisamente lo que había descubierto Galileo en 1582 al observar el
movimiento pendular de una lámpara de iglesia: que las oscilaciones de un péndulo son
síncronas. Dice la tradición que todo comenzó en una misa dominical de la catedral de Pisa.
Galileo habría llegado demasiado pronto, cuando el sacristán encendía las solemnes
lámparas de la nave central y sin querer, dio a una de ellas un golpe con el enciende-apagavelas, y la lámpara empezó a oscilar.
44
Y ese algo era precisamente lo que había descubierto Galileo en 1582 al observar el
movimiento pendular de una lámpara de iglesia, que las oscilaciones de un péndulo son
síncronas.
Galileo en una de sus obras
Galileo observó que la lámpara al principio oscilaba mucho y al final muy poco, pero el
período de oscilación parecía ser siempre el mismo. Así deduce que el período no depende
de la amplitud de oscilación. Posteriormente averiguará en su casa que tampoco depende
del peso suspendido. El período de un péndulo sólo depende pues de su longitud (y de la
gravedad del lugar, noción que Galileo desconoce). Y averigua que es proporcional a la raíz
cuadrada de esa longitud. El tiempo se mide de nuevo mediante una longitud, y una
longitud manejable, no como aquellos ejes de las órbitas planetarias.
Los últimos días de su existencia, Galileo ya totalmente ciego dicta cómo debería
construirse un reloj de péndulo.
Galileo en la segunda parte de su segundo diálogo de 1638, maneja con toda naturalidad
los tres conceptos básicos de espacio, tiempo y velocidad. No los define, pues los tres son
para él primitivos. Sólo da las leyes que los relacionan: primero para el movimiento
uniforme, después para el naturalmente acelerado, y por fin para el movimiento compuesto
de ambos que siguen los proyectiles.
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Como detalle anecdótico, veamos cuál es el reloj utilizado por Galileo para medir los
tiempos necesarios para relacionar la velocidad con el espacio y el tiempo. En lo que
respecta a la medida del tiempo, se empleaba un gran cubo lleno de agua, suspendido en
alto, del cual, por un delgado tubito soldado en su fondo, caía un fino hilo de agua, que se
recogía en un pequeño vaso durante el tiempo en que la bola descendía por el canal y por
sus partes. Luego, las partículas de agua recogidas de este modo, se iban pesando cada vez
con una balanza exactísima, dándonos las diferencias y proporciones de sus pesos
Esa primitivísima clepsidra es el reloj descrito por el anciano Galileo en su cinemática
A partir de Galileo, al que se considera el diseñador de una primera herramienta para medir
el tiempo ya en 1582, pero falleció en 1642 sin haber construido sus propios diseños de un
reloj de péndulo.
Fue el matemático y astrónomo neerlandés Christian Huygens y su Horologium oscilatorio
de 1673, quien definió las modernas técnicas de medida del tiempo. Su reloj de péndulo,
construido con ayuda del relojero de La Haya, Simón Coster era capaz de medir el tiempo
con un error de menos de un minuto por día en condiciones ideales de presión y
temperatura. Es decir, aunque la fuerza con que reimpulsaba el escape al péndulo en cada
nueva oscilación variara ligeramente, el ritmo con que el péndulo marcaba el avance de las
agujas permanecía constante
En modelos posteriores fue eliminando sus propios errores: que la longitud no varíe con las
dilataciones térmicas, la fricción y la sensibilidad de las piezas a los cambios de presión y
temperatura hicieron inviable el uso de aquellos relojes en ciertas circunstancias.
Fundamentalmente, sustituyó el péndulo por un oscilador, innovaciones que permitían
miniaturizar los relojes sin tener que renunciar por ello al isocronismo de los péndulos.
También por entonces apareció la manecilla de los minutos y un sistema que permitía que
cada hora sonara una campanilla. Muchos tenían, además, salientes en la carátula para leer
la hora en la oscuridad.
Durante el último tercio del siglo XVII la novedad fueron los relojes de bolsa llamados
cebollas, que se perfeccionaron gracias al invento del muelle-espiral. En esta época la moda
masculina indicaba el uso de un reloj unido a una cadena y luego dentro del bolsillo del
46
chaleco. Las mujeres los llevan en la cintura con frecuencia, colgando de un listón o una
cadenilla.
Reloj de bolsillo
Los relojes eran muy caros y se vendían como objetos de lujo en las joyerías y perfumerías.
El tiempo pertenecía todavía a las clases ricas, granjeros y comerciantes, quienes lo seguían
imponiendo a los demás por medio de las campanas
47
2.5.-FUNCIONAMIENTO DE LOS RELOJES MECANICOS
La producción de relojes con piezas móviles comenzó hacia el siglo XIII, con grandes
artefactos apropiados para Catedrales, Iglesias y Palacios. Inicialmente, el problema es que
debía de haber un responsable de dar las campanadas al cumplirse las horas, pero
afortunadamente esta situación cambió en muy poco tiempo al avanzar los diseños
realizados.
Reloj antiguo, se conserva en Catedral Salisbury
El primer motor de relojería estaba formado por pesas, cuerdas o cadenas alrededor de
ruedas y se iban desenvolviendo. Los relojes medievales más importantes eran de pesas,
construidos en torres y campanarios, como el de Dijón, el del Palacio de Justicia de París y
el de la Catedral de Salisbury.
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Maquinaria reloj mecánico
Y también se construyeron grandes despertadores con este sistema de pesas. Se supone que
este tipo de reloj apareció en el Siglo XIII, y aparece citado (como ya hemos dicho) por
Alfonso X El Sabio en su “Libro del Saber de Astronomía”, pero también se cree que los
primeros experimentos con este mecanismo lo pueden haber realizado los árabes y los
bizantinos.
ALFONSO X
49
En el Siglo XIV algunos nobles y señores comienzan a tener en sus casas relojes privados
de pesas. Estos primeros relojes mecánicos primitivos funcionaban por medio de un peso
colgante, que impulsaba una rueda dentada que engranaba con dos paletas o láminas
adheridas a un eje horizontal, que regulaba el movimiento de las agujas o manecillas. Este
sistema fue conocido como el “sistema de escape”.
Al hecho de dar carga al muelle motriz se suele denominar ‘dar cuerda’, no obstante este
término no es correcto y tanto solo es aplicable a los relojes de pesas, en donde literalmente
se le da cuerda a un cilindro dentro del reloj para que de esa manera continúe el
movimiento de la pesa que da vida al reloj.
Diagrama piezas que forman reloj mecánico de pesas
Dentro de un muelle motriz, se encuentra una banda o cinta de acero templado que al
enrollarse, genera la fuerza de torsión usada por el reloj para mover el mecanismo, bien sea
de marcha o de sonería, por medio de un tren de engranajes se reduce la fuerza y aumenta
50
la velocidad, finalizando en una rueda dentada de manera especial, llamada rueda de
escape, la cual conecta con una pieza llamada Ancora, esta pieza es la encargada de
convertir el movimiento rotatorio de los engranajes en un desplazamiento de izquierda a
derecha que se trasmite o a un péndulo para proveerles de la energía suficiente para oscilar,
es el contacto entre estas dos piezas rueda de escape y Ancora el que produce el famoso tictac.
Es cierto que no se sabe un origen determinado y aceptado por todos los científicos, pero
generalmente se atribuye la invención del primer mecanismo de escape al chino I Hing, en
el año 726. Pero hay diversos tipos de escape: el escape Graham inventado en 1715; el
escape de clavijas en 1753 por el francés Amant y perfeccionado por Pierre Caron; el
escape de áncora inventado en 1759 por Mudge; y el de áncora y clavijas, en 1798 por el
francés Perrón No obstante, de estos inventores de sistemas si se tiene una referencia
histórica.
Reloj de pie de salón
Como hemos comentado con anterioridad, el gran inventor de la relojería mecanizada fue
Galileo quien, alrededor de 1641, proyectó un reloj cuyo péndulo describía un arco en lugar
de un círculo, como era lo habitual en la época. Esta aparente simple característica de
movimiento pendular fue lo que propició la mayor exactitud en su función al reloj de
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péndulo. Propulsado por su inventiva, Galileo también creó el sistema de resorte en espiral,
que facilitó la elaboración posterior de relojes de bolsillo.
Como ejemplo de los primeros relojes mecánicos, se conserva el reloj fabricado en 1364
para el palacio de Carlos V, en París. En estos primitivos relojes el movimiento se
originaba por un peso colgante que impulsaba una rueda dentada o árbol de volante cuyos
dientes estaban dispuestos en forma perpendicular al diámetro de la misma. Dos láminas
llamadas “paletas”, dispuestas sobre un eje horizontal que oscilaba, engranaban en los
dientes del árbol del volante y regulaban su movimiento.
Palacio Real de Madrid, Patrimonio Nacional
Los relojes mecánicos carecen en la mayoría de los casos de componentes electrónicos; este
tipo de relojes cuentan con un sistema mecánico fabricado generalmente en metal, en donde
la fuerza motriz necesaria para poner en marcha la maquinaria es proporcionada por un
muelle motriz o por medio de pesas conectadas por cadenas o cables.
52
Normalmente el número de engranajes que posee un reloj mecánico es consecuencia directa
del tiempo estimado en que el muelle o la pesa le proveen de energía suficiente para
funcionar.
Por ejemplo, si un reloj mecánico tipo despertador, está construido para almacenar 24 horas
de marcha, el número de ruedas será generalmente de cinco, desde el engranaje del muelle
hasta la rueda de escape; por otro lado, si se trata de un reloj de pared, en donde la reserva
de marcha está diseñada para durar 192 horas (ocho días), entonces se añadirá una rueda
extra justo después del muelle motriz para de esta forma aumentar la velocidad del
mecanismo de escape en relación a la velocidad de rotación del muelle motriz, aunque en
estos casos se requerirá de muelles mas poderosos, para compensar la pérdida de fuerza
causada por el aumento en la relación de los engranajes.
En este tipo de relojes la hora se muestra siempre en formato analógico por medio de
manecillas, que usan el giro de los engranajes internos, usualmente la rueda primera para
los relojes de 1 día, y la rueda segunda para los de 8 días, para convertir el movimiento de
los engranajes, controlado por el sistema de escape.
Interior reloj de pesas de pared
Cabe resaltar, que el minutero en el reloj mecánico, a diferencia del horario, no posee un
tren de engranajes independiente que ajuste la relación para marcar la hora, éste se
53
encuentra fijo a la rueda que usualmente conecta con el muelle motriz, dicha rueda posee
un eje que sobre sale, en frente de la maquinaria, y que es de hecho el eje, conocido como
"cañón", donde se conecta el minutero, por lo tanto esta rueda gira una vez cada 60 minutos
exactamente, el horario realiza una reducción de velocidad, usando un pequeño tren de
engranajes ubicado en la parte frontal del reloj justo entre el minutero y el horario, la
relación entre ambos seria entonces de 1/60, este mecanismo también se encuentra en todos
los relojes electrónicos con lectura analógica.
Hasta el siglo XV, la fuente de energía empleada en los relojes mecánicos siempre había
sido la pesa. Fue precisamente en este siglo cuando apareció el resorte espiral que dio
nuevo impulso a la relojería y permitió la invención de los relojes portátiles. La evolución
prosiguió en el siglo XIX, con la difusión de la electricidad y su aplicación en tecnología.
El movimiento de escape por laminillas fue remplazado en el siglo XIX, cuando fue
sustituido por una pieza con forma de pinza cuyos brazos engranaban alternativamente en
el árbol de volante. En cuanto al perfeccionamiento del oscilador, como ya Galileo había
demostrado con anterioridad siglos antes, el péndulo tenía una duración de oscilación más o
menos constante y este hecho físico permitió que fuera incorporado a los relojes en
remplazo de la palanqueta.
El péndulo continuó su desarrollo y perfeccionamiento hasta 1920, cuando el doctor C. E.
Guillaume descubrió el invar, metal prácticamente insensible a la temperatura que permitió
la fabricación de péndulos casi perfectos, pues no variaban su frecuencia de oscilación por
influencia del ambiente exterior.
En lugar de un péndulo (incapaz de ser incorporado en un reloj portátil) puede utilizarse
como oscilador una rueda balancín y un finísimo resorte espiral. Esta innovación
introducida por Huygens en 1675 y la invención del escape de palanca, debida a Thomas
Mudge, en el siglo XIX, determinaron la evolución del reloj portátil que había sido
inventado por Peter Hanlein, alrededor del año 1500.
Desde los relojes de Hanlein “huevos de Nuremberg”, hasta los modernos relojes de
pulsera fabricados en serie, sumergible en el agua, resistentes a los golpes y que se dan
cuerda automáticamente, han pasado 450 años de estudios y experiencias. Hoy en día, los
medidores mecánicos de tiempo afrontan la rivalidad de los medidores eléctricos y
electrónicos.
54
Huevo de Nuremberg
Alexander Bain realizó, durante la década de 1840, en Gran Bretaña, gran parte del trabajo
de investigación relacionado con relojes que funcionaban merced a un sistema eléctrico.
Este método demostró ser capaz tanto de proveer fuerza impulsora al mecanismo de un
reloj, como de sincronizar diversos relojes secundarios a uno “maestro”.
Al comenzar el Siglo XIX, un relojero suizo, Louis Berthoud inventó el cronómetro y fue
perfeccionado el sistema de cuerda. Otro suizo, Louis Philippe, afina los diversos
elementos y trabaja con elementos más pequeños, que lo llevan a trabajar con mecanismos
de precisión y a la utilización de otros materiales y de nuevas aleaciones para resortes y
balancines, para el logro de un punto justo de dureza, inalterabilidad y mínimas variaciones
a los efectos externos.
A fines del Siglo XIX, C. E. Guillaume dio otro paso en la evolución de los relojes,
inventando el invar y el elivar, logrando nuevas aleaciones en resortes y balancines.
El invar se trata de una aleación de hierro y níquel con un coeficiente de dilatación
bajísimo, una décimo-quinta parte inferior al del acero.
El elivar tiene elasticidad invariable, añadiendo a la composición del invar, para
endurecerlo otros metales en pequeñas proporciones como cromo y tungsteno, hierro,
níquel, y cromo, logrando así que la variación del módulo de elasticidad fuese
prácticamente inapreciable.
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Cronometro para marinos
Algunos relojes eléctricos son esencialmente mecánicos, pero poseen un motor eléctrico
que eleva la pesa impulsora, o enrolla el resorte espiral, a intervalos regulares.
Otros relojes eléctricos poseen péndulos que oscilan gracias a impulsos provenientes de
electromagnetos.
En 1957 se introdujeron los primeros relojes de pulsera electrónicos. Impulsados por
minúsculas pilas secas, que mediante electromagnetos hacen oscilar la rueda balancín, no
necesitan del mecanismo de cuerda.
Detalle mecanismo reloj pulsera
Algunos utilizan un diapasón en remplazo del balancín, que vibra por la acción de los
electromagnetos. Como la oscilación dura menos, el reloj es más preciso. Aun se obtiene
56
mayor exactitud si se emplean cristales piezoeléctricos de cuarzo, en vez de un diapasón,
pues su frecuencia de oscilación es mucho mayor.
La gran revolución ha sido la posterior invención de tecnologías modernas electrónicas que
han cambiado el mundo de la relojería, dejando como obsoletos a los sistemas mecánicos.
El reloj que presenta el mayor grado de precisión es el reloj atómico, basado en la
frecuencia de oscilación del Cesio.
Hacia el 1800 los relojes habían perdido su aura de exclusividad, y eran relativamente
populares, pero al no haber ningún tipo de servicio horario, la gente tomaba como
referencia para ajustarlo los relojes público, que a su vez se ponían en hora con los relojes
de sol. En definitiva, cada población se regía por su tiempo local. Sin embargo, al mejorar
las comunicaciones, reducirse las distancias, aumentar el intercambio de información entre
ciudades alejadas se hizo evidente la necesidad de coordinar horarios.
Así en 1884, se adoptó la hora local de Greenwich (GMT – Greenwich Mean Time) como
referencia universal, y se decidió que el sistema internacional de Husos Horarios tuviera en
el meridiano de Greenwich su longitud cero. El tren, el telégrafo y a principio del siglo XX
la invención de la radio, hicieron imprescindible la existencia de un convenio horario a
escala planetaria y jugaron un papel esencial a la hora de difundirlo.
57
Igualmente esencial resultó el uso del cuarzo en las comunicaciones para que se produjera
un nuevo adelanto en el mundo de los relojes.
En 1880, los hermanos Pierre y Jaques Curie habían descubierto la piezoelectricidad, una
propiedad que tienen ciertos cristales, como el cuarzo, de vibrar cuando son sometidos a
una presión o a una corriente alterna.
Debido a la gran estabilidad de sus vibraciones, dicho elemento fue usado a partir de 1920
en la radiodifusión para conseguir ondas electromagnéticas de frecuencias muy estables, y
en 1928 W. A. Morrison y J. W. Horton de los laboratorios Bell, diseñaron y construyeron
el primer reloj con un corazón de cuarzo.
Sin embargo la difusión en serie de estos nuevos modelos tuvo que esperar a 1969, pese a
que la industria relojera se hallaba en continua expansión desde finales del siglo XIX,
cuando la producción anual alcanzó la cifra de dos millones y medio de unidades.
Actualmente se fabrican más de 500 millones de relojes al año.
Pero mucho antes de su exitosa aparición en el mercado, los relojes de cuarzo habían
provocado una autentica revolución al ofrecer una precisión suficiente para que Sheibe y
Adelsberg descubrieran en 1934 que la velocidad de rotación de la Tierra sufría pequeñas
alteraciones. A consecuencia del carácter impredecible de esas mínimas variaciones se hizo
evidente que nuestro planeta ya no era el medidor cronológico más fiable.
En 1967, la 13ª Conferencia General de Pesos y Medidas decidió prescindir de los sucesos
astronómicos como patrón de tiempo para usar el suceso atómico.
De esta forma, la unidad temporal conocida como segundo pasó de ser una de las 86.400
partes en que se dividía un día solar medio a definirse como “la duración de 9.192.631.770
periodos de la radiación correspondiente a la transición entre dos niveles hiperfinos de
estado de base del átomo de cesio 133”.
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Reloj atómico Laboratorio Nacional del Reino Unido
No en vano, el cesio se había convertido en el elemento empleado en los más avanzados
relojes atómicos desde que en 1955 fuera fabricado el primer ejemplar en el Nationarl
Physical Laboratoriy (NPL) e Gran Bretaña. Después a lo largo de la segunda mitad del
siglo XX se han ido creando modelos cada vez más precisos, hasta llegar al NIST-F1 de
1999, atrasa un segundo cada 20 millones de años.
Todos los relojes atómicos se basan en el mismo principio teórico: la oscilación del nivel de
energía de los electrones entre dos posibles valores al ser forzados por una radicación
extrema de microondas, seguida del hecho de que los electrones, como consecuencia de esa
oscilación, emiten radicación de una frecuencia extremadamente estable.
A su vez, esa radiación, mediante los circuitos adecuados, sirve para corregir
constantemente a un oscilador de cuarzo, que es el que realiza la cuenta. Sin duda, el
elemento mas complejo del reloj atómico es el resonador, el elemento que compara las dos
frecuencias, la del cesio y la del cuarzo.
59
Cuanto mayor sea el número de oscilaciones por segundo, tanto mayor será la precisión. De
ahí que las investigaciones sean encaminadas al obtener relojes cada vez mas exactos
apunten en la dirección de encontrar procesos de oscilación mas rápidos susceptibles de ser
forzados con láseres que trabajen en frecuencias mas altas que las microondas.
Actualmente, científicos del Instituto Nacional de Estándares y Tecnología de Estados
Unidos (NIST) realizan pruebas
con un ion de mercurio que absorbe la luz
electromagnética que absorbe luz ultravioleta de una frecuencia igual a unos 400 billones
de oscilaciones por segundo, lo que permitiría construir un reloj óptico entre 100 y 1.000
veces mas precisos que los relojes atómicos. Por el momento el problema se encuentra en la
localización de un contador que pueda trabajar con tan fabulosa frecuencia.
En realidad un reloj atómico funciona igual que cualquier otro, incluso como el primitivo
reloj de verga y foliote. Todos ellos disponen de un elemento que proporciona energía,
(electricidad en un caso, la gravedad terrestre que tira de los pesos en el otro), de un
elemento que fuerza las oscilaciones (radiación de microondas o luz ultravioleta, rueda de
escape), de otro elemento que marca el ritmo (oscilaciones de los electrones, oscilaciones
del foliote) y de un último elemento que cuenta las oscilaciones producidas (oscilador de
cuarzo y resonador en un caso, y tren de engranajes y manecillas en el otro).
Sin embargo pese a su gran precisión, sería erróneo pensar que los relojes atómicos nos han
desvinculado de los astros.
Actualmente el tiempo atómico internacional obtenido como media de las señales horarias
60
enviadas por los relojes atómicos de todo el mundo a la oficina Internacional de la Hora en
Paris, se coordina con el tiempo astronómico marcado por el paso de cuásares (objetos
lejanos que emiten grandes cantidades de energía, con radiaciones similares a las de las
estrellas) para obtener el tiempo universal coordinado, que es el patrón que rige hoy en día
en todo el mundo.
Una escala que hace confluir en nuestros relojes no solo 4.000 años de historia sino también
el mundo inimaginablemente diminuto de los subatómico y el abrumador lejano de los
cuásares.
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CAPITULO 3
LA MEDICION DEL TIEMPO Y LA FILOSOFIA
62
"Si nadie me lo pregunta, lo sé; si me lo preguntan y quiero explicarlo, ya no lo sé". Esta
frase de San Agustín expresa muy bien la confusión que siempre ha suscitado la pregunta
de la existencia del tiempo entre los filósofos y su dificultad para definir en qué consiste. Se
trata de un debate sin fin que arranca con los antiguos pensadores griegos, encabezados por
Platón y Aristóteles; continua con la Edad Media temprana, cuando destacan las ideas
agustinianas; alcanza su punto álgido en el siglo XVIII, con el desencuentro entre las
posturas de Newton y Kant, y llega hasta nuestros días.
La reflexión acerca del tiempo constituye uno de los hilos conductores de la historia de la
filosofía, y a lo largo de dicha historia el significado del mismo ha sufrido numerosas
variaciones, generalmente relacionadas con los acontecimientos tanto sociales, políticos y
religiosos que han sucedido a lo largo de la historia del pensamiento y que por tanto lo han
hecho variar.
La determinación de la naturaleza del tiempo es, sin duda, uno de los núcleos centrales de
todo el pensamiento filosófico, e incluso se puede afirmar que toda la ontología clásica ha
sido, en su propia esencia, una filosofía del tiempo.
Por otra parte, en la medida en que la reflexión sobre el tiempo es también uno de los
elementos fundamentales de la ciencia, la concepción que se tenga de él aparece como uno
de los nexos básicos de unión entre el pensamiento filosófico y el científico.
Es fácil entender, por tanto, que se hace imposible proporcionar una definición que unifique
tal sucesión de significados, de modo que lo que procede es una consideración de tipo
histórico.
Tanto en la vida cotidiana como en las diferentes ramas del saber, manejamos
continuamente nociones temporales; antes, después, ahora, ya, simultáneamente, tarde,
temprano, ayer, mañana,... El mundo se nos ofrece como una realidad que cambia
incesantemente y la percepción del cambio, de la sucesión o de la duración de las cosas nos
sugiere la idea del tiempo. Es indudable que tenemos experiencia del tiempo y hasta nos
atrevemos a calcularlo mediante diversos procedimientos: el curso del sol, la sucesión de
los días y las noches, el desplazamiento de las agujas del reloj.
En la historia de la filosofía, vemos que la reflexión sobre la naturaleza del tiempo es
común desde sus mismos inicios entre los presocráticos (Tales de Mileto, Anaximandro,
Anaxímenes, Pitágoras etc). La filosofía presocrática puede seguirse como un proceso de
consolidación del enfrentamiento entre la naturaleza y el lenguaje, entre lo que las cosas
son por sí mismas y lo que las cosas son en tanto son expresadas en un lenguaje que
presenta problemas a causa de su convencionalidad.
63
Observando la naturaleza se ve que esta no tiene un carácter estable sino que es vista como
algo en constante cambio, se puede entender que el tiempo se presenta siempre como algo
ligado a este devenir de los acontecimientos, y que el lenguaje lo que pretende es llegar a
mencionarlo en su constante cambio. Los textos más representativos de esta concepción son
seguramente los de Heráclito, cuando emplea en ellos esta denominación para su principio
del devenir de todas las cosas.
Pero ya en el primer texto filosófico conservado de Anaximandro relaciona la pregunta por
la totalidad de lo existente con el tiempo, que es el que impone el orden, es decir, el que
permite que exista el cosmos.
Anaximandro
De esta manera, ya desde los inicios de la filosofía, la pregunta por el sentido del mundo y
del ser, remite al tiempo. También el filósofo Parménides analiza el sentido del tiempo,
puesto que la eternidad de su ser no se concibe como un devenir infinito, sino precisamente
como la ausencia de todo devenir, la ausencia, en definitiva, de tiempo.
Parménides, al declarar que el ser no fue ni será, sino que es, a la vez, uno, continuo y
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entero, formula la primera noción de eternidad. Meliso de Samos, al declarar que el ser
siempre es, siempre fue y siempre será, formula la noción de sempiternidad ( algo que ha
tenido principio y que no tendrá fin). En cualquier caso, el problema del ser se plantea
conjuntamente con la cuestión del tiempo, lo que no es ajeno al uso de la noción de
sustancia entendida como presencia.
Parménides
Este planteamiento que vincula el ser al tiempo y, en especial, a la presencia, reaparece en
Platón.
Platón es uno de los filósofos más transcendentes de la antigüedad (nació aproximadamente
el 427 a.C. en Atenas, discípulo de Sócrates), en su dialogo Timeo es el primero en
ocuparse de la realidad temporal de un modo especial, aunque en forma de relato mítico
más que como una formulación lógica:
“Pero entonces el Hacedor del devenir y el Universo, es un ser viviente eterno
intentó que este mundo lo fuera también en lo posible. Pero dado que la naturaleza
del mundo ideal es sempiterna y esta cualidad no se le puede otorgar completamente
a lo generado, procuró hacer una imagen móvil de la eternidad y, al ordenar el
cielo, hizo de la eternidad, que permanece siempre en un punto, una imagen eterna
que marchaba según el número, ese que llamamos tiempo. Estas son todas partes del
tiempo y el era y el será son formas devenidas del tiempo que de una manera
incorrecta aplicamos al ser eterno, pues decimos que era, es y será, pero según el
razonamiento verdadero sólo le corresponde es, era y el será conviene que sean
predicados de la generación que procede en el tiempo, pues ambos representan
65
movimientos, pero lo que es siempre idéntico e inmutable no ha de envejecer ni
volverse más joven en el tiempo ni corresponde que haya sido generado, ni esté
generado ahora, ni lo sea en un futuro... El Tiempo por tanto nació con el Universo
para que generados simultáneamente, también desaparezcan a la vez, si en alguna
ocasión tiene lugar una eventual disolución suya y fue hecho según el modelo de la
naturaleza eterna para que este mundo tuviera la mayor similitud posible con el
mundo ideal.”
Según su narración, el tiempo fue creado después del universo para perfeccionar el
movimiento de los astros de una forma explicada con un modelo matemático de una
realidad superior, el mundo de las Ideas. De esta forma, el tiempo que marcan los astros en
su perpetuo vaivén resulta la imagen móvil de la eternidad.
66
Para Platón el tiempo es una imagen móvil de la eternidad, imita la eternidad y se desarrolla
en círculo (concepción cíclica del tiempo) según el número. Considera que el tiempo nace
con el cielo, y el movimiento de los astros mide el tiempo. Así, lo que es, es una
participación en el Ser según el tiempo. En la medida en que el conocimiento verdadero nos
permite conocer las ideas eternas, la palabra que las designa es una representación de la
eternidad en el tiempo.
Platón distingue en la realidad dos mundos separados: el mundo inteligible y el mundo
sensible. A las manifestaciones del mundo inteligible, las denomina “ideas”, y las clasifica
como inmateriales, eternas, indestructibles. A esta concepción, Platón denominó Teoría de
las Ideas, pero no la enunció como tal, sino que expuso los fundamentos en sus distintas
obras, por lo que es la base de toda su filosofía.
Se cree que la gran diferencia entre los primeros hombres y el resto de los animales, fue la
capacidad de agrupar las cosas en conjuntos, desarrollando así el lenguaje. El ser humano
tiene la asombrosa capacidad de concebir las ideas, que engloban a todas las cualidades de
cada conjunto de objetos y que permiten clasificarlos. A este tipo de ideas, Platón las llama
arquetipos.
Es decir, que las ideas son la esencia de las cosas del mundo sensible, el mundo que
percibimos a través de los sentidos, son la cualidad absoluta que los define y los objetos del
mundo sensible, no son más que un pálido reflejo del mundo de las ideas. No hay que
confundir las ideas con pensamiento, son cosas distintas. Los propios pensamientos
necesitan de ideas que estructuran y definen las cosas. Las ideas, por tanto, son algo
superior, que subsisten sean pensadas o no, es decir independientes del sujeto pensante.
El verdadero significado de cada cosa, su esencia, sólo la encontraríamos en el mundo
inteligible, de las ideas, y nunca en la realidad sensible.
En consecuencia, Platón sabía que no sería nada fácil concebir y entender al mundo de las
ideas, ya que nacimos y vivimos en una realidad que sólo nos muestra esas ideas de forma
imperfecta, errada, de las que sólo podemos extraer opiniones relativas. En su obra La
República lo expresa de la siguiente manera:
Imaginaos una gruta subterránea donde los hombres yacen encadenados,
de tal suerte que no conocen del exterior más que las sombras que se
proyectan y se mueven en las paredes de la caverna. Supongamos que
estos hombres son incapaces de comunicarse sus pensamientos. ¿No es
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cierto que todos estarían convencidos de que las sombras son objetos
reales? Supongamos también, que quitan las cadenas a uno de ellos y le
obligan a levantarse y mirar la luz del sol. No podría hacerlo sin dolor y
la luz le impediría distinguir los objetos reales de los que nunca vio más
que las sombras. ¿Cuál sería la respuesta de ese hombre si le dijeran que
lo visto antes no eran más que sombras y que ahora es cuando contempla
verdaderamente las cosas por primera vez?
Y decía que algo parecido ocurre cuando intentamos elevarnos del mundo sensorial del ver,
oír, oler, tocar, etc. en el que nos hallamos ‘encadenados’ por nuestros sentidos, hacia el
mundo de la verdad, de las ideas. Platón llega a la conclusión de que estos dos mundos
están íntimamente ligados y no acepta que el mundo sensible sea una mera ilusión. Aunque
su nivel de realidad, por decirlo de alguna manera, no tenga comparación con el de las
ideas, tiene cierta consistencia, que permite que las ideas se manifiesten, al menos como
sombras proyectadas por los objetos reales.
Por consiguiente, ahora Platón se enfrenta a un gran problema: ¿en cuál de las realidades
ubicar al tiempo? El mundo sensible se caracteriza fundamentalmente por el cambio y la
transformación, es decir por el transcurrir del tiempo. Pero también las cosas en esa
realidad son una vaga imitación de las ideas, del mundo inteligible. Entonces podríamos
decir que lo que percibimos como tiempo en el mundo sensorial no es más que algo
equivocado de la verdadera idea tiempo.
Platón
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Es decir, en el mundo sensible el tiempo estaría sometido al cambio, y que la
transformación está transformándose, mientras que en el mundo inteligible, el tiempo no
deja de ser lo que es, y permanece estático, eterno, aunque sea el símbolo del cambio.
Pero Platón no se dejó abrumar por aparentes contradicciones y concibió (hoy frase célebre,
frecuentemente malinterpretada) que:
El tiempo es una imagen móvil de la eternidad.
Platón indica que el tiempo es una imagen, una atroz imitación de la eternidad inmóvil, del
mundo de las ideas. Por lo que, la verdadera naturaleza de las cosas, es permanecer estática
y eterna, y la sombra de esa inmovilidad es justamente el cambio, el tiempo. Declara, por
tanto, que la transformación, el movimiento, el devenir, son una prueba contundente de que
estamos contemplando tiempo, un tiempo cíclico.
Es decir que tiempo no es una idea; es la imagen de una idea, que es la eternidad pero ya no
es la negación del tiempo, sino que es su fundamento. Porque al depender el mundo
sensible del mundo de las ideas, coherentemente el tiempo se desprende de la eternidad.
Además, Platón, se adelanta al pensamiento contemporáneo, ya que en base a su filosofía se
extrae que el tiempo es meramente subjetivo y relativo, es una idea (la eternidad) que es
perfecta y ajena al mundo sensorial.
Pero es su discípulo Aristóteles, uno de los más grandes filósofos de la antigüedad que
nació en 384 a. C., quien ofrece en la obra titulada Física, una primera explicación racional,
al observar que la percepción del tiempo es conjunta a la del movimiento.
Que fuera discípulo de Platón no significa que aceptara sus teorías, por ejemplo criticó
fuertemente la Teoría de las Ideas de su maestro. Por otro lado fue quien desmontó las
paradojas de Zenón y es considerado hoy en día como el padre de la Lógica.
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Aristóteles
Fue el pensamiento de este gran filósofo el que le llevó a darse cuenta que eso que
llamamos tiempo, no es un tema para nada sencillo, que necesita un análisis realizado con
gran detenimiento.
Aristóteles suprime la distinción entre la realidad y la apariencia del tiempo: no tiene
sentido explicar la physis a través de algo que está más allá de ella. De ahí que la eternidad
de la que habla Platón pase a corresponderse con el suceder del tiempo susceptible de
percepción. Ahora bien, lo que da lugar a la percepción del tiempo es el movimiento, de
modo que el tiempo no puede concebirse sino como algo consustancial al mismo
Para Aristóteles, no tenía sentido dividir la realidad en un mundo al alcance de los sentidos
y en otro que esté más allá (como el mundo de las ideas, de Platón), del cual no podemos
extraer ningún conocimiento partiendo de la experiencia y experimentación. Él pensaba que
la esencia de las cosas se encontraba precisamente en ellas, y que no era necesario duplicar
este mundo en otro perfeccionista, que habría que explicar también.
Aristóteles le dedicó un gran empeño al estudio del tiempo, su naturaleza y estructura y se
dio cuenta que viéndolo por el lado que se lo vea, presenta una profunda incertidumbre.
Una parte del tiempo ha acontecido y ya no es, y otra está por venir pero aún no es ¿el
tiempo es o no es? Entonces ¿en qué parte nos encontramos nosotros?, porque
aparentemente somos, existimos. Cierto que podemos estar en la oscuridad y no percibirlo
al no ver moverse ningún cuerpo, razona el filosofo, sin embargo basta un movimiento en
la mente para darnos cuenta de que el tiempo transcurre. Siguiendo con su argumentación,
Aristóteles cree que "el tiempo es la medida del movimiento según el antes y el después".
Pero entonces ¿qué sucede con el efímero "ahora"? ¿Donde está lo pasado antes de hacerse
presente y qué ocurre con este, que se ha desvanecido al instante?
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Ahí reside el problema del tiempo para Aristóteles, parte del mismo es pasado y ya no
existe, y la otra parte es futuro y no existe todavía y sin embargo, es difícil concebir que
participa de la realidad algo que está hecho de cosas que no existen. Es decir, sería lógico
pensar, que puesto que no hay presente, ni pasado, ni futuro no hay tiempo.
Para abordar la cuestión del tiempo, su naturaleza y estructura, Aristóteles lo vincula al
movimiento, pero lo separa de éste, ya que un movimiento puede ser rápido o lento,
mientras que esto no tiene sentido decirlo del tiempo, ya que la rapidez o lentitud lo son
respecto de él. El tiempo, dice, es algo que pertenece al movimiento, es el número del
movimiento según lo anterior-posterior.
El tiempo no es, pues, un movimiento, pero no existiría sin él, ya que solamente existe
cuando el movimiento comporta un número. Ahora bien, el problema es si existiría el
tiempo sin el alma ya que, si no existe nada que verifique la operación de numerar, nada
habría susceptible de ser numerado y, por tanto, tampoco habría número ni tiempo. De esta
manera, no puede haber tiempo sin el alma.
Si decimos que existimos en el ahora (que parece ser el límite que existe entre el pasado y
el futuro, es decir que en él no hay nada de pasado ni de futuro), este ahora debería ser parte
del tiempo. Tengamos en cuenta lo siguiente: Que una parte es unidad de medida del todo y
el todo tiene que estar compuesto por partes.
Esto quiere decir, que para que un ahora sea parte del tiempo, debería tener duración, ya
que si no la tuviese, el tiempo tampoco tendría duración. Pero si un ahora tuviese duración,
esto quiere decir que una parte ocurriría antes y otra después. Y si así fuese, no sería
propiamente el límite entre el pasado y el futuro, y no sería un ahora; entonces el ahora no
puede tener duración, y por consiguiente el tiempo no puede estar compuesto de ahoras.
Aristóteles hace una analogía con una línea, que no está formada por puntos, sino que éstos
solo la delimitan y permiten su continuidad. Y así como los puntos no tienen longitud, los
ahoras no tienen duración. Entonces, en un intervalo de tiempo delimitado por ahoras, se
podrían encontrar infinitos límites pasado-futuro: infinitos ahoras.
¿Y por qué no podría un continuo estar compuesto de indivisibles contiguos?, para que sea
continuo no pueden haber espacios vacíos intermedios. Pero esto no parece tener sentido,
porque un punto tendría que estar en contacto con el anterior y con el siguiente, es decir,
una parte del punto con el anterior y otra parte con el siguiente, pero el punto no tiene
partes. Precisamente por este motivo decimos que es indivisible.
71
Hay también otro problema con el ahora: si es siempre el mismo o si cambia siempre. Si
fuera siempre distinto, el ahora anterior sería destruido en el siguiente, pero esto no tiene
sentido, puesto que los ahoras no tienen duración, y entre dos de éstos hay una cantidad
infinita de ahoras. Es decir que no existe un ahora siguiente a otro, como en una línea no
hay un punto seguido por otro. Y si el ahora, por el contrario, “permaneciese siempre el
mismo, y las cosas anteriores y posteriores estuvieran en este ahora presente, entonces los
acontecimientos de hace diez mil años serían simultáneos con los actuales”…
Por tanto, Aristóteles concibe finalmente que el tiempo y el movimiento están
estrechamente relacionados pero que no son lo mismo puesto que el movimiento sólo está
en aquello que es movido, en cambio el tiempo pensaba que se encuentra por igual en todos
lados, y además el primero puede ser rápido o lento, es decir que está determinado por el
tiempo, mientras que el tiempo no parece estar determinado por el propio tiempo.
Cuando no observamos cambio, es decir, sino percibimos diferencia de ahora, parece que
no hubiera transcurrido tiempo alguno. Pero cuando se es consciente del cambio o
movimiento, se dice que ha transcurrido tiempo. Entonces Aristóteles concluía que:
Sin movimiento no hay tiempo.
Sin tiempo no hay movimiento.
Sin alma que perciba el movimiento, no hay tiempo.
El movimiento se percibe únicamente cuando disponemos de un intervalo de tiempo,
entonces si tomamos a un ahora como unidad y no como el límite anterior-posterior, no
encontramos movimiento y no parecerá que hubiera transcurrido tiempo. Pero si percibimos
un antes y un después, entonces hablamos de tiempo. Así que la definición de Aristóteles
era:
El tiempo es el número del movimiento según el antes y el después.
Lo explicaba indicando que si distinguimos lo mayor y lo menor por el número, y el
movimiento mayor o menor por el tiempo, por lo tanto el tiempo es un número, el número
del movimiento. Así que existe tiempo sólo cuando el movimiento comporta un número
(cuando hay movimiento) y existe un alma capaz de percibirlo. Si no existiese nadie que
numere ¿podría existir el número? Si no existiese nadie que perciba el tiempo ¿éste
existiría? Pero si los movimientos pueden ser rápidos y lentos, ¿así también el tiempo?
72
Además no solo es la medida del movimiento, sino también del reposo, aunque todo ello
parezca un poco contradictorio, ya que decir que no existe movimiento, no implica afirmar
que existe reposo. Para afirmar que algo está en reposo, precisamos necesariamente tiempo,
para asegurarnos de que no está en movimiento. Pero que no esté en movimiento no
significa que no esté en tiempo, ya que el tiempo no es un movimiento.
Estos conceptos son muy importantes ya que permiten profundizar en la no temporalidad de
los ahoras, y en la continuidad, es decir la no cuantización del tiempo. Sin movimiento no
hay tiempo y sin tiempo no hay movimiento.
Por otro lado, el ahora, que se encuentra después del pasado y antes del futuro, si tuviera
duración, sería un punto medio que como está después del pasado, necesariamente estará en
el futuro, pero también, está antes del futuro, por lo que estará en el pasado. ¿Cómo puede
estar en el pasado y el futuro simultáneamente? Es un razonamiento absurdo y por tanto
Aristóteles concluye que el ahora no puede tener duración y el tiempo debe ser continuo e
infinitamente divisible.
Aristóteles tenía claro qué no es el ahora: que no posee duración, que en él no hay
movimiento ni reposo, que no constituye ni es parte del tiempo pero que permite su
continuidad, que dos ahoras no son contiguos. Pero entonces, ¿qué es un ahora? Aristóteles
admite que es un concepto borroso; lo menciona como un accidente del tiempo, pero sin
embargo si no hubiese ahora, no habría tiempo y además dice que siempre es el mismo pero
nunca es el mismo.
Es decir que, no es posible que un ahora sea remplazado por el siguiente, ya que no hay
siguiente, pero tampoco podría permanecer por siempre el mismo. Entonces, confiesa que
el ahora es siempre el mismo en número, pero distinto en ser.
Una de las consecuencias de la continuidad del tiempo, es que todo lo que está moviéndose,
tuvo que haberse movido ya antes infinitas veces, ya que cuando decimos que algo está en
movimiento, tuvo que empezar a moverse en algún momento, pero entre dos ahoras
cualesquiera hay infinitos ahoras intermedios. Es decir que cuando algo comienza a
moverse (o cambia de velocidad), ya lo hizo antes infinitas veces. Según Zenón (filósofo
griego), decir que algo es infinito es sinónimo de imposible, pero Aristóteles se encarga de
diferenciar dos tipos de infinitos: el infinito en división y el infinito en extensión.
De hecho, no sólo la posición aristotélica deja muchos interrogantes sin contestar, sino que,
a veces, Aristóteles elude realmente enfrentarse a ellos. Por ejemplo, se pregunta si el
tiempo debe colocarse entre los seres o entre los no seres, y su respuesta es ambigua. Como
ya hemos dicho declara que es el número del movimiento, pero no depende sólo de éste,
73
sino que depende también de un alma que numere, etc.
Consciente de la dificultad del estudio del tiempo, Aristóteles mismo plantea algunas de las
principales aporías (paradojas irresolubles) que esta noción engendra. Así, por ejemplo,
estudia la noción de instante, al que declara, respecto del tiempo, análogo al punto respecto
del espacio, es decir, el tiempo no se compone de instantes, de la misma manera que una
línea no se compone de puntos, pero ambos conceptos expresan una noción de límite, en el
cual se anulan las características propias del tiempo y del espacio (un instante no dura,
como un punto no tiene extensión). Ambos, instante y punto, son, a la vez, unión y
separación. Esta analogía entre el instante y el punto, así como la concepción del tiempo en
función del movimiento, nos revela la íntima conexión entre el tiempo y el espacio.
Por otra parte, al igual que la estructura del espacio, la estructura del tiempo es considerada
continua por Aristóteles. De la misma manera, lo concibe como infinito. También plantea
los problemas de las relaciones entre el pasado (que ya no es), el futuro (que todavía no es)
y el presente que, en la medida en que continuamente está fluyendo y no puede detenerse
en un instante que posea una duración, tampoco es propiamente. Así, la cuestión del tiempo
nos remite a las paradojas de lo uno y lo múltiple, y de la identidad y la diferencia.
Con el aristotelismo nace una nueva concepción del tiempo, pues pasa de ser considerado
un efecto de los acontecimientos (son estos los que lo delimitan) a ser el marco infinito
previamente dado que los contiene y que podemos considerar, por tanto, que forma parte de
la explicación que a priori puede darse de la physis, del movimiento. En definitiva,
Aristóteles acaba por concebir el tiempo como el movimiento total e infinito, eterno, como
marco en el que los acontecimientos particulares, finitos, pasan a poder ser concebidos
como partes.
Dicha concepción aristotélica es la que está en la base de las dos grandes formas de
interpretar el tiempo:
Una lo enfoca desde una perspectiva física (el tiempo como medida del movimiento) y la
otra, desde una perspectiva psicológica (no habría tiempo sin un alma que midiera o, lo que
es lo mismo, no habría propiamente tiempo sin conciencia).
Claro que estas dificultades pueden soslayarse si se piensa como el filosofo alejandrino
Plotino (siglo III), que el tiempo es, además de una imagen móvil de la eternidad al estilo
platónico, algo real en el alma. Y aun mejor si dejamos de empeñarnos en que el tiempo es
algo externo que está ahí, como están las cosas, y lo radicamos enteramente en el alma.
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Plotino
Con la consolidación del cristianismo, la noción de tiempo experimenta un importante
cambio ya que esta religión niega la posibilidad de un tiempo cíclico. La pasión, muerte y
resurrección de Jesucristo son hechos únicos, irrepetibles, y dan un sentido a la existencia
humana.
De esta manera el tiempo aparece como fundamentalmente lineal y orientado hacia el
futuro, y el sentido de toda la historia aparece como un devenir en el tiempo, que tiene su
origen en la creación ex nihilo (de la nada o desde la nada) y que culminará en el juicio
final, que es el final de los tiempos. De modo que la filosofía cristiana, se fue desarrollando
en base a estos dos sistemas temporales: por un lado el tiempo lineal en el mundo terrenal,
y por otro lado el tiempo en o de Dios, la eternidad concebible por los humanos, por medio
de la fe
La concepción cristiana del tiempo, en la medida en que está vinculada a la noción de la
Creación y de la venida del Mesías, procede de la concepción judía, pero a su vez, en la
medida en que el pensamiento cristiano se edificó sobre la filosofía griega, expresa esta
tensión entre ambas concepciones del tiempo.
75
En especial, se vincula a la concepción platónica interpretada religiosamente a través del
neoplatonismo, pues el tiempo de los hombres (el de la historia), depende de la eternidad
divina.
Toda la historia de la humanidad no es más que el camino hacia la segunda venida de
Cristo, y está dividida en diversas etapas o edades del mundo. En líneas generales, pues,
puede considerarse que la concepción cristiana del tiempo es resultado de una mezcla entre
la concepción judía, la platónica y la aristotélica.
En efecto, parece mantenerse la concepción de una eternidad constituyente del marco en el
cual tienen cabida los acontecimientos de límites definibles en el tiempo, pero sin que ello
impida que esa eternidad sea nuevamente apartada del mundo sensible para constituir un
ámbito trascendente.
Tendremos, por tanto, el tiempo del mundo terreno, creado, por un lado, y el tiempo de
Dios, la eternidad, por otro. Llegar a concebir esta eternidad es cuestión de fe.
Así lo propone San Agustín, para quien pasado, presente y futuro adquieren otro
significado al identificarse con memoria, atención y espera. Distanciándose de la filosófica
de los antiguos griegos Platón y Aristóteles, concibe el tiempo desligándolo del
movimiento y estrechamente vinculado al alma, aunque también manifiesta una profunda
perplejidad con el concepto del tiempo resaltando la paradoja del presente.
Según el celebre teólogo y filósofo del siglo IV, el pasado es aquello que se recuerda, el
presente es a lo que se está atento y el futuro, lo que se espera. Son entidades que no poseen
realidad propia, salvo la que les regala el ser humano.
Si decimos de algo que es presente, estamos afirmando que ya no será y que pasará al
mundo de lo inexistente. El presente propiamente no es, sino que pasa, deja de ser, carece
de dimensión y sólo lo podemos caracterizar relacionándolo con el futuro, que todavía no
existe, y con el pretérito, que ya ha dejado de ser.
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Agustín de Hipona. Pintura de Sandro Botticelli.
El tiempo es un "ahora", que no es, porque el "ahora" no se puede detener, ya que si se
pudiera detener no sería tiempo. No hay presente, no hay ya pasado, no hay todavía futuro.
Por lo tanto, la medida del tiempo no es el movimiento, no son los seres que cambian; la
verdadera medida del tiempo es el alma, el yo, el espíritu. El pasado es aquello que
recordamos; el futuro, aquello que esperamos; el presente, aquello a lo que prestamos
atención. Pasado, futuro y presente aparecen, pues, como memoria, espera y atención.
San Agustín inaugura así una tendencia filosófica que cree que la idea de tiempo tiene su
origen en el interior del ser humano, sea en su vertiente psicológica, racional o espiritual.
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Los siguientes pasajes revelan la filosofía implícita en la perplejidad que le causaba la
escurridiza realidad llamada tiempo y sobre todo la idea de realidad vivida como algo que
se vive o se vivió o se vivirá. Es la concepción psicológica del tiempo.
¿Quién puede negar que las cosas pasadas no son ya? Y, sin embargo, la
memoria de lo pasado permanece en nuestro espíritu.
¿Quién puede negar que las cosas futuras no son todavía? Y, sin embargo,
la espera de ellas se halla en nuestro espíritu.
¿Quién puede negar que el presente no tiene extensión, por cuanto pasa en
un instante? Y, sin embargo, nuestra atención permanece y por ella lo que no
es todavía se apresura a llegar para desvanecerse".
San Agustín dirá que puede encontrar la presencia de Dios en el alma y que, por tanto, el
tiempo infinito puede llegar a captarse por el razonamiento, aunque en última instancia es
la iluminación lo que revela el mundo trascendente.
Este planteamiento agustiniano se separa de la reflexión física del tiempo para centrarse en
su aspecto psicológico y moral. Después de señalar que la noción de un tiempo “antes” de
la Creación no tiene sentido, ya que sin la Creación no puede haber ningún “antes” es decir,
después de volver a insistir en que el tiempo sólo puede surgir junto con el cosmos, plantea
la cuestión desde una perspectiva moral.
Para él un tiempo cíclico es tan solo sinónimo de desesperación, solamente un modelo
lineal y progresivo del tiempo puede fundamentar la esperanza, ya que tanto ésta como la fe
se remiten a un futuro, y este no existiría si los tiempos pasados y venideros fuesen meras
etapas de un ciclo.
Aborda de nuevo la teoría de un tiempo que es un fue que ya no es, un ahora que no es, y
un será que aún no es, lo que lo pone en contacto con el planteamiento aristotélico. Pero,
según San Agustín, esta teoría desaparece cuando en lugar de querer entender el tiempo
como algo externo, lo situamos en el alma. Presente, pasado y futuro están en el alma como
visión o atención, memoria y expectación o espera.
El tiempo no es, pues, el movimiento de ningún cuerpo, sino que lo concibe estrictamente
de forma psicológica. El pasado existe ahora como imagen presente de hechos ya ocurridos,
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y el futuro existe como anticipación de hechos que están por venir. De esta forma, afirma
que no existe un único tiempo presente, sino tres tipos de presentes: que es tiempo presente
de cosas pasadas, tiempo presente del presente, y tiempo presente de cosas futuras. El
tiempo mismo solamente existe como una tendencia a la nada, es decir, como algo que
pasa: es la vida misma del alma.
Pero no es un presente que permanece –en ese caso sería la eternidad, no el tiempo– sino
que es un presente que deja de ser, pero que no es destruido completamente. Sino ¿cómo
puede ser concebido lo que constantemente deja de existir, y no se detiene en ningún
momento para ser? ¿Cómo es posible, entonces, que podamos percibir el cambio? Aquí se
encuentra el papel fundamental del alma ya que nos muestra lo que ya no existe, de modo
que podamos armar una secuencia de infinitas etapas, que asimilamos como tiempo. Por
ejemplo, cuando visualizas algo que viste en el pasado, estás contemplando cosas que ya no
son y esta cualidad es propia y única del alma, según San Agustín
Consciente de la linealidad del tiempo, Agustín admite que éste no pudo surgir en algún
otro momento que no fuera el punto de Creación. Pero ¿qué quiere decir “en algún otro
momento”? Decir esto, está indicando necesariamente la presencia de tiempo, aunque
paradójicamente estamos tratando de hallar el momento en que surge éste. Por lo tanto, la
proposición “el tiempo surgió en tal momento” carece de sentido; de la misma forma que
decir “el Universo surgió en tal lugar”.
De esta forma, pensamientos filosóficos como el de San Agustín, plantarían la semilla del
análisis psicológico de nuestra percepción del tiempo. En Confesiones XI (serie de trece
libros en los que San Agustín narra parte de su vida y de su pensamiento) plantea la
siguiente reflexión:
Y, sin embargo, Señor, sentimos los intervalos de los tiempos y los
comparamos entre sí, y decimos que unos son más largos y otros más breves.
Mas los pasados, que ya no son, o los futuros, que todavía no son, ¿quién los
podrá medir? A no ser que se atreva alguien a decir que se puede medir lo
que no existe. Porque cuando pasa el tiempo puede sentirse y medirse; pero
cuando ha pasado ya, no puede, porque no existe. Mido el tiempo, lo sé;
pero ni mido el futuro, que aún no es; ni mido el presente, que no se extiende
por ningún espacio; ni mido el pretérito, que ya no existe. ¿Qué es, pues, lo
que mido?
Cuando medimos el tiempo ¿qué estamos midiendo realmente? Aristóteles respondería que
estaríamos midiendo el movimiento, pero San Agustín analiza el asunto desde otra
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perspectiva. ¿Cómo podríamos medir el pasado que ya no es, y el futuro que aún no es? Lo
único que podríamos medir, es el “pasar” del presente, pero no el presente mismo, ya que
éste no posee duración. Pero si no posee duración ¿cómo es posible que podamos medir
algo de él?
Este filósofo reflexiona que la única forma de que esto sea posible, es por medio de un
alma, como dijimos, que tiene la cualidad de mostrarnos lo ya no existe. Concluye,
entonces, que el tiempo de por sí solo, no existe como algo físico, si no es asimilado por
alguien, y hasta propone que el alma misma sea finalmente eso lo que llamamos tiempo.
La concepción intimista y psicológica del concepto del tiempo de San Agustín consolida
una de las dos tendencias que surgen a partir del análisis aristotélico: la del análisis
psicológico del tiempo, relegando a un segundo plano el análisis físico. Durante la Edad
Media se repitieron las concepciones anteriores, hasta que, con la invención y difusión del
reloj mecánico, especialmente en el siglo XIV, se fue extendiendo una noción cada vez más
laica del tiempo.
Inicialmente el uso del reloj mecánico fue condenado por muchos teólogos, quienes veían
en tal artilugio una máquina infernal que usurpaba un derecho divino: la medida del tiempo.
De esta manera se empezó a oponer un tiempo eclesiástico (marcado por las fiestas
religiosas y las «horas» de los rezos), al tiempo de los mercaderes (jornada laboral medida
por los relojes). No obstante, la cronología generalmente aceptada seguía basándose en la
Biblia, de forma que todavía en el siglo XVII el obispo Ussher (obispo de Irlanda del norte)
fijó, en base a los datos bíblicos, la fecha de la creación en el año 4004 a.C.
Mecanismo de un reloj de resortes,
(alias máquina de infierno)
80
Sin embargo, no todos los pensadores admiten esta concepción filosófica del tiempo de San
Agustín. En el siglo XIII, santo Tomas de Aquino define el tiempo como fue defendido por
Aristóteles, el tiempo es el movimiento según el antes y el después. Es decir, recoge la vieja
idea de que tiempo es algo externo, pero no resuelve las dudas acerca de la realidad que lo
constituye.
Tomás de Aquino, (nacido en Italia, a finales de 1224) fue un teólogo y filósofo católico
perteneciente a la Orden de Predicadores, y es el principal representante de la tradición
escolástica, y fundador de la escuela tomista de teología y filosofía.
Santo Tomás de Aquino
Santo Tomás tomó el concepto de eternidad de Boecio, quien desarrolla la definición en
‘La Consolación de la Filosofía’ a partir del pasaje del Timeo de Platón. Según el filósofo
se toma el concepto de eternidad del propio concepto de tiempo
“nuestra noción del tiempo está causada por la percepción del fluir de la hora, y la
de eternidad, lo está por la idea de la hora permanente”
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Boecio
En el propio texto se indica que se ve que es propio de la eternidad la actualidad absoluta,
lo cual no es compatible con el cambio o movimiento pues la perfección del ser está dada
total y simultáneamente. Es por eso una noción enteramente trascendente, que difícil de
comprender por no tener ninguna experiencia al respecto debido a nuestra condición
temporal, es imposible imaginar la ausencia de movimiento y debido a esta limitación sólo
podemos concebirla.
Santo Tomás indicaba que esta duración en la que consiste la eternidad es propia de Dios,
pero que de algún modo se le ha comunicado a la criatura intelectual. En efecto, en la
visión beatífica al contemplar a Dios nos hacemos eternos por participación, al contemplar
las razones eternas de todas las cosas y la misma eternidad de Dios en que consiste la
Divina Esencia; porque el intelecto cuando conoce algo recibe de forma consciente la
forma de la cosa conocida lo que le permite conocer en una visión beatífica la misma
Forma Divina, comunicándole su propia eternidad.
Por eso, Santo Tomás referencia al propio San Agustín que dice que Dios es autor de la
eternidad, es decir la eternidad que le comunica a algunos, esto es a los bienaventurados.
Porque Dios más que autor de la eternidad es la misma eternidad sustancial.
82
La noción de eternidad sigue a la noción metafísica de Esse Subsistens, (esencia y
existencia) que es la noción trascendente en que se funda toda la metafísica tomista. Platón
en el Timeo indica que indebidamente indicamos de Dios que era, es y será, Santo Tomás
indica que es la idea por la cual tomamos la noción de eternidad.
Finalmente concluye el filósofo que de tal modo que la eternidad es la duración en que
consiste la misma vida de Dios, es propia de Dios. El tiempo es la medida de la duración de
la criatura compuesta sujeta a generación y corrupción. Y entre la eternidad y el tiempo está
la duración propia de las criaturas espirituales no sujetas a generación y corrupción, pero
las que sí tienen la esencia y acto de ser y les compete tener cambios o movimientos en
cuanto a sus afectos y operaciones intelectuales.
Esta medida de duración se llama evo y está entre el tiempo y la eternidad. Tiene principio
pero no fin, no le es propio el movimiento pero no excluye esa noción mientras que al
tiempo le es propio el movimiento. Es decir el tiempo tiene antes y después, el evo no tiene
antes ni después en sí mismo pero pueden juntársele y la eternidad no tiene antes ni después
ni es compatible con ellos, las criaturas espirituales, en cuanto a los pensamientos y afectos,
en los cuales hay duración se miden por el tiempo, pero en cuanto a su ser natural, se miden
por el evo, y en cuanto a la visión beatífica participan de la eternidad. Y continúa la
duración del evo es infinita en cuanto a que no está limitada por el tiempo.
"El tiempo" Miguel March (pintor barroco español, Siglo XVII)
Representa al tiempo como a un señor con barba blanca vigilando el paso de las horas en un
reloj de arena.
83
Con la revolución científica, especialmente a partir de Galileo, la noción de tiempo cambia
drásticamente. Aparece la noción de un tiempo abstracto, concebido como un parámetro o
una variable física que vale para todo movimiento, y no sólo para el uniforme, como lo
había considerado Aristóteles. Ya no existían movimientos absolutos, sino que estos son
relativos. Galileo, al estudiar el problema de la velocidad instantánea de un cuerpo en
movimiento, da un nuevo impulso en la comprensión de la noción de tiempo, a la vez que
suscita los problemas que darán lugar a la aparición del cálculo infinitesimal. Entonces se
empieza a desarrollar el otro camino de investigación que el mismo Aristóteles había
apuntado.
Tiempo, espacio y materia serán los tres grandes conceptos de la física moderna clásica, es
decir, del mecanicismo. Así, desvinculado de su relación con el alma, el análisis del tiempo
se enfocó desde la perspectiva física. No obstante, se podía entender de dos maneras
distintas: como una realidad absoluta o como una relación.
Galileo Galilei
En el siglo XVII, el omnipresente inglés Isaac Newton (1643-1727), desarrolló entre otras
cosas una explicación matemática sólida para el movimiento de los cuerpos y sus
interacciones, además de la Ley de la Gravitación Universal. El gran físico distingue en su
gran obra "Principios Matemáticos de la Filosofía Natural" dos tiempos, uno absoluto y
otro relativo, perdiendo definitivamente su carácter transcendente y deviene nuevamente
una realidad, pero que posee ahora entidad por sí misma y no mantiene ya, por tanto, su
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esencial solidaridad con el movimiento ni con un fin, lo cual, por otro lado, no deja de ser
la consecuencia de la culminación del paso de una visión teleológica del acontecer a una
mecanicista.
El tiempo absoluto, "verdadero y matemático, por si mismo y por su propia naturaleza,
fluye uniformemente sin relación con nada externo, y se le llama asimismo duración El
espacio absoluto, por su naturaleza, y sin relación con nada externo, permanece siempre
semejante e inmóvil".
El segundo, el tiempo relativo, "aparente y común es una medida sensible y externa de la
duración por medio del movimiento, que es comúnmente usada en vez del tiempo
verdadero". Los cambios que apreciamos sensiblemente en las cosas lo son, pues, en
relación con un tiempo uniforme que se sirve de marco vacío en un sentido análogo a como
se suponía que los cuerpos se hallan en el espacio.
Isaac Newton. Pintura de Godfrey Kneller.
Con anterioridad como ya hemos explicado, la filosofía Aristotélica decía que sin
movimiento, sin cambio, no hay tiempo, y por tanto definía a éste como la medida del
movimiento, agregando la condición de la necesidad de un alma que perciba el cambio: si
nadie lo percibe no se puede decir que exista como tal. Pero Newton afirmó que el tiempo
85
es algo puramente objetivo y físico, que fluye sin relación con nada externo. Sería, junto
con el espacio, como un gran contenedor del acontecer físico, que fluiría
independientemente de si hay cambio o no lo hay, o si hay sujeto o no.
Es decir, que el tiempo no es la medida del cambio ni de ninguna otra cosa, aunque
utilizamos algún movimiento (como por ejemplo el de las agujas de un reloj, el de los
planetas, el de las estrellas) para tener una noción relativa del tiempo, y que usamos en
vano para intentar comprender lo que en verdad es el tiempo, el tiempo absoluto.
De este modo, este inglés se encarga de diferenciar el tiempo absoluto y verdadero, del
relativo y vulgar, en su obra "Principios Matemáticos de la Filosofía Natural":
"El tiempo absoluto, verdadero y matemático, en sí y por su propia naturaleza sin
relación a nada externo fluye uniformemente, y se dice con otro nombre “duración”. El
tiempo relativo, aparente y vulgar es una medida sensible y exterior, precisa o
imprecisa, de la duración mediante el movimiento, usada por el vulgo en lugar del
verdadero tiempo; hora, día, mes y año, etc. Es posible que no exista un movimiento
uniforme con el cual medir exactamente el tiempo absoluto. Todos los movimientos
pueden ser acelerados o retardados, pero el flujo del tiempo absoluto no puede ser
alterado."
Si el tiempo es homogéneo, quiere decir que cualquier parte que tomemos de él, debe ser
exactamente igual a cualquier otra de la misma duración. Entonces, el tiempo no podría
haber tenido origen ni fin, ya que esos límites romperían con la naturaleza homogénea del
tiempo. El tiempo debió existir desde siempre y por siempre, independientemente de
cuándo Dios decidiese crear al Universo; lo mismo sucede con el espacio. Entonces, el
tiempo absoluto se extiende desde el infinito hasta el infinito, sin relación alguna con los
objetos que lo rodean.
86
Newton no niega la relatividad del movimiento, no es un concepto absoluto, pero sí la del
tiempo y del espacio. Considera que el tiempo relativo es el tiempo subjetivo intuitivo que
tenemos habitualmente hay momentos que parecen muy breves y otros muy largos, debido
a la percepción psicológica de las cosas que nos rodean, si una persona se siente feliz le
parece el tiempo muy corto en cambio si en ese momento hay sufrimiento en su vida la
percepción del paso del tiempo se hace casi infinito.
En la física iniciada por Newton, el tiempo cumple el papel de ubicar y ordenar los sucesos
de manera fija, como si el Universo fueran una serie de acontecimientos que nunca pueden
ser alterados. En lo que respecta a cuestiones más metafísicas, Newton señala que si el
espacio y el tiempo son infinitos, eternos, omniscientes, tal como los atributos de Dios,
cabría considerar que, de hecho, el espacio y el tiempo no son nada menos que los “sentidos
de Dios“.
Por la misma época, el alemán Gottfried Leibniz (1646-1716) que estuvo enfrentado con su
contemporáneo Isaac Newton, entre otros motivos por quién había descubierto primero el
Cálculo Infinitesimal, por aspectos físicos y filosóficos muy interesantes, como la
naturaleza del tiempo y el espacio: si éstos son absolutos o racionales, si son objetivos o
subjetivos, por ejemplo, si dependen de los cuerpos y movimientos o son independientes de
ellos. Es decir, se encargaría de reducir toda esta concepción del tiempo hasta el absurdo,
adelantándose hasta tres siglos a la teoría de la relatividad de Albert Einstein.
Gottfried Wilhelm von Leibniz.
Christoph Bernhard Francke.
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Para Leibniz, el tiempo es algo puramente relativo, ideal y local. No es que haya un ritmo
universal de tiempo; el tiempo es local en cada acontecimiento. Esto quiere decir que el
tiempo no es independiente de las cosas materiales, sino todo lo contrario: sin materia no
hay sucesos, sin sucesos no hay tiempo.
Este filósofo utilizó los siguientes argumentos para desmontar que el tiempo sea un
concepto absoluto:
Principio de razón suficiente: ningún hecho puede ser verdadero o existente, sin que haya
una razón suficiente para que así sea, y no de otro modo. Es decir que todas las acciones,
todos los acontecimientos que existen y existieron tienen una razón por la cual son, si no la
tuvieran, no podrían existir. Por ejemplo el mundo, la vida,
Principio de perfección: afirma que Dios eligió la mejor de todas las infinitas posibilidades
alternativas con las que contó para crear nuestro mundo. Es decir que de todos los mundos
posibles, el nuestro es el mejor.
Como enfrentaría la filosofía y la ciencia la cantidad de dudas que tal estudio conllevaba
Principio de identidad de los indiscernibles o Ley de Leibniz: dice que no existen dos cosas
que puedan ser exactamente iguales, que puedan ser indiscernibles, ya que aun teniendo las
mismas características, no dejan de ser dos cosas. Por ejemplo si decimos que esta letra A
es exactamente igual que esta otra letra A, estamos equivocados, porque aunque sean
iguales cualitativamente, no son la misma cosa.
Leibniz finalmente concluía que dos intervalos de tiempo pueden ser exactamente iguales,
pero siguen siendo dos cosas, por lo tanto, son diferentes. Entonces cada parte del tiempo
debe ser totalmente diferente a las demás, como si el tiempo se fuese renovando
constantemente.
Por otro lado, si el tiempo se extendiese desde infinito hasta el infinito, Leibniz preguntó:
¿contó Dios con una Razón Suficiente para crear el Universo en el momento (y en el lugar)
en que lo hizo y no en cualquier otro? Si el tiempo es totalmente homogéneo no hay nada
que indique que un momento sea especial, ni un espacio especial. Por lo que siguiendo la
descripción de Newton, Dios no pudo contar con ningún motivo para elegir algún momento
ni lugar en donde hacer su creación, lo cual, según el alemán, es inaceptable. Newton
argumentaría que la voluntad de Dios ya es razón suficiente, y que no tiene sentido el
cuestionamiento. Pero el Leibniz no podía aceptar de ninguna manera que una voluntad
fuera una razón, todos los acontecimientos deben tener una razón suficiente para que así
sean, y no de otro modo, es decir, no podía asumir que las decisiones de Dios fueran
simplemente caprichos.
88
De modo que si Dios tuviera una razón suficiente para elegir un punto determinado en el
tiempo, se estaría declarando que no es homogéneo, sino que consta de partes discernibles.
De este modo, las reflexiones de Leibniz indican que el tiempo no puede ser absoluto.
Definió al tiempo como las relaciones de los sucesos: sin acontecimientos físicos, no
tendría sentido afirmar que el tiempo fluye. A su vez, los acontecimientos necesitan de las
substancias materiales para tener lugar. En consecuencia, el tiempo es relacional se
relaciona totalmente con la materia y depende de ella, si ésta no existiese, entonces no
tendría sentido hablar de tiempo. El tiempo queda así definido como una abstracción
mental, como algo ideal, aunque sean reales las relaciones que producen esa construcción
mental la materia.
El sueño del caballero. Antonio Pereda
Sin embargo, el tiempo no es el orden de sucesos cualesquiera, sino de los medidos
localmente desde un marco de referencia. Sí, Leibniz introduce la noción del marco de
referencia que hace que cada observador tenga una línea de tiempo propia, cada
observador puede medir un orden de sucesos, con distintas características que otro. Por lo
tanto, decir que si dos sucesos son simultáneos para alguien, así también para cualquiera, es
89
algo incorrecto. Curiosamente estas reflexiones de Leibniz se adelantan a la Teoría de la
Relatividad de Einstein.
Como si esto fuera poco, Leibniz propone que el Universo está compuesto por unas
unidades infinitamente pequeñas que llama con el nombre de mónadas (que se puede
traducir como unidad). Estas mónadas, carentes de pares, son totalmente diferentes unas de
otras y constituyen toda la materia del Universo. Cada mónada es como un pequeño mundo,
que tiene un programa interno de infinitos pasos, que le indica todos los movimientos y
cambios que debe realizar durante su existencia. Es decir, que en un principio Dios realizó
la programación de todos los sucesos que le deberían ocurrir a cada substancia individual,
a cada mónada.
El filósofo acabó concluyendo que no existe la casualidad no hay causas que originen
efectos, es solo una ilusión, que cada mónada tiene un tiempo propio como marco de
referencia sigue su propio orden de cambios, su propio tiempo, que el destino está escrito
cada mónada contiene dentro de si su propio programa del futuro y finalmente que la
voluntad es una ilusión ya que solo seguimos movimientos preestablecidos.
Hay que indicar que en su época las teorías de Leibniz que consideraban el tiempo como
una relación, el orden universal de los cambios, el orden de sucesiones fueron rechazadas
frente a las de Newton que defendía el tiempo absoluto. No obstante, estas dos
concepciones, la absolutista y la relacional compartían la creencia en una serie de
propiedades del tiempo, ya que ambas lo consideraban continuo, homogéneo, ilimitado,
fluyente, único e isotrópico.
Por ello, a pesar de lo importante, que resultaba caracterizar al tiempo como realidad
absoluta o como mera relación, a efectos prácticos, las dos concepciones eran igualmente
deudoras de los principios fundamentales del mecanicismo, o mejor a la inversa, el
mecanicismo era deudor de esta concepción del tiempo.
Sin embargo, unas cuantas décadas después de Newton, Immanuel Kant devuelve el origen
del tiempo al ser humano, pero no desde el punto de vista de la experiencia del individuo,
sino desde la perspectiva del sujeto universal y su modo de conocer la realidad. Para este
pensador alemán, el tiempo es una intuición que forma parte de la estructura del
conocimiento, con la cual se da orden a los fenómenos del mundo según la sucesión y la
simultaneidad.
90
Kant
Con Newton y Kant, la polémica había llegado a su formulación mas refinada, pero la gran
cuestión seguía en el aire sin encontrar solución definitiva. Es mas, a día de hoy los
pensadores continúan preguntándose en que consiste el tiempo y si su origen es interno o
externo al ser humano. Por más que constituya una realidad mensurable, no ha dejado de
ser un enigma
Por eso fue una salida la del francés Henri Bergson, filósofo y premio Nobel de Literatura
en 1927, cuando quiso consolidar el concepto del tiempo orgánico propuesto con
anterioridad por otros grandes poetas y pensadores. Frente a la concepción del tiempo como
flujo medible de la física newtoniana y de la filosofía kantiana, aparece el tiempo de la
experiencia, fundado en la unidad orgánica, en el tiempo vital, en los ritmos de los procesos
orgánicos, en los relojes internos de los organismos.
El filosofo Immanuel Kant (1724-1804), en la antigua Prusia, transformaría el modo de
concebir el mundo y con ella la concepción de la naturaleza del tiempo.
El gran pensador se planteó el concepto de conocimiento: ¿qué es el conocimiento?
91
¿Conocemos el conocimiento? ¿Todo nuestro conocimiento se adquiere en la experiencia,
es decir, lo que nos muestran nuestros sentidos sobre el mundo? ¿O existen conocimientos
apartados de toda experiencia? Y preguntas sobre el concepto del tiempo ¿el tiempo, es un
conocimiento que sacamos de la experiencia?, ¿o está en nosotros a priori, previo a los
conocimientos que obtenemos con los sentidos? ¿Es el tiempo mismo, la facultad de
conocer? Kant fue el primero en reflexionar sobre estas cuestiones tan fundamentales, que
llevan a planteamientos como si es lógicamente posible o no que el tiempo no exista, si hay
conocimientos que no impliquen tiempo o están todos sometidos a este concepto.
Kant se planteó que las cosas que percibimos son consideradas habitualmente como
elementos fuera de nosotros y que lo que nos dicen los sentidos indican lo que realmente
son. Es decir, el único acceso que tenemos a la realidad fuera de nosotros, es por medio de
nuestros sentidos. Pero no basta con que esa información proveniente de los sentidos nos
sea dada, esa información necesita ser pensada.
Pero es necesario tener un mecanismo previo que indique cómo ha de ser procesada esa
información. A este mecanismo diferenciado y previo a todos los datos que obtenemos por
los sentidos, Kant lo llama conocimientos a priori. En cambio, a lo que adquirimos por la
experiencia, lo llama conocimientos empíricos. Los conocimientos empíricos, nunca
pueden ser universales, ya que existe la posibilidad lógica de demostrar lo contrario,
encontrando una excepción que lo invalide. En cambio, con los conocimientos a priori
sucede todo lo contrario. Como están apartados de toda experiencia, no hay posibilidad de
que sean refutados por ésta, por lo que tienen universalidad y certeza necesariamente
válida.
Entonces, lo que llamamos entendimiento de algo, no es la cosa en sí ni mucho menos, sino
ciertos conocimientos empíricos que obtenemos con los sentidos, interpretados por los
conocimientos a priori que sirven de base.
Las dos fuentes de conocimientos son empírica y a priori. La a priori no depende de nada
externo, mientras que la empírica son las intuiciones, es decir la facultad de recibir
información de los sentidos, quienes son los encargados de tomar ciertos datos de los
objetos en sí. Pero estos conocimientos no bastan con que estén ahí y nada más, necesitan
ser pensados. Entonces, no existe una conexión directa realidad conocimiento, y no tiene
sentido preguntarnos cómo son las cosas en sí, sino sólo, qué es lo que podemos conocer de
ellas.
Kant, reflexiona que el tiempo no puede ser algo que aprehendemos de la experiencia, sino
que debe ser totalmente a priori. Para Kant el tiempo no existe como una realidad en sí
92
exterior a nosotros, ni como algo que tienen las cosas en movimiento, sino como una
manera de percibir propia del hombre. El tiempo existe en cada uno de nosotros como una
forma de ordenar nuestra experiencia interna.
Para Kant, el espacio y el tiempo son formas puras de la percepción. Por ejemplo, en su
Opus póstumo dice así:
Espacio y tiempo no son objetos de la intuición, sino formas de la intuición misma, y de la
relación sintética de la multiplicidad dada en el espacio y en el tiempo, y proceden a priori
previamente a la existencia de los objetos sensibles. Sólo hay un espacio y un tiempo, en
esto consiste la infinitud y sólo una experiencia. Espacio y tiempo son formas de la
intuición externa e interna, dadas a priori en una representación sintética.
El tiempo no es una idea obtenida por abstracción a partir de la observación de los
acontecimientos, no es un concepto empírico, sino una estructura necesaria para cualquier
observación. El tiempo es la posibilidad que hay en nosotros, en cuanto a observadores, de
percibir los acontecimientos.
Tanto el tiempo como el espacio no son más que relaciones entre las cosas en cuanto que
son percibidas. Cualquier experiencia tiene como condición el tiempo, de manera que éste
es la condición general de todas las experiencias, superior incluso al espacio, no siempre
necesario. Nuestra experiencia externa está sometida a las coordenadas espacio temporales,
mas la interna sólo lo está a la temporal.
Según Kant, no podemos saber si fuera las cosas se suceden, pues cuando intentamos
atisbarlas ya lo hacemos desde el tiempo, que es una cualidad de la conciencia del hombre.
La sensibilidad humana lleva el tiempo como una manera de ser suya. El tiempo es una
forma a priori de la sensibilidad que condiciona y hace posible toda experiencia. Kant
indica entonces, que el tiempo es un conocimiento fundamental a priori y que es imposible
abstraerlo o eliminarlo. Si no hay tiempo, no hay conocimiento.
Como conclusión se podría indicar que el tiempo no es inherente a los objetos en sí, sino al
sujeto, como la condición necesaria para intuir y conocer los objetos. El sujeto no tiene la
menor idea y no puede saber si fuera de él existe el tiempo realmente, pues no tiene sentido
preguntarse cómo es la realidad en sí, sino sólo qué podemos conocer de ella, según este
filósofo. Él dice: fuera del sujeto, el tiempo no es nada en sí. Entonces ¿el tiempo es real o
no es real? El tiempo es real, sí, pero la forma real de la representación de los
conocimientos en el sujeto, es decir, la condición necesaria para que podamos pensar tanto
los conocimientos que provienen de la experiencia como los a priori. El tiempo es por
tanto, una intuición pura o una forma a priori, trascendental de la sensibilidad, y constituye
93
junto con el espacio la forma de toda percepción posible desde el punto de vista de la
sensibilidad. Es trascendentalmente ideal y empíricamente real.
EL PUENTE DE LA VIDA
Siglo XIX. Pintor Walter Crane
Refleja la existencia humana como el cruce de un río, con final en la orilla donde aguarda la
barca de Caronte.
Si bien la noción de tiempo juega un papel fundamental en el pensamiento de Kant, en
realidad es reseñable destacar el llamado «temporalismo» que marcó la filosofía del siglo
XX y que aportó una nueva manera de enfocar la temporalidad. En la filosofía
contemporánea, la meditación sobre el tiempo arraiga profundamente en las tendencias que
más impulsaron el desarrollo de las ciencias humanas, tales como el historicismo, el
vitalismo y el existencialismo.
Por eso fue una salida la del filósofo francés Henri Bergson, filósofo y premio Nobel de
Literatura en 1927, cuando quiso consolidar el concepto del tiempo orgánico propuesto con
anterioridad por otros grandes poetas y pensadores.
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Frente a la concepción del tiempo como flujo medible de la física newtoniana y de la
filosofía kantiana, aparece el tiempo de la experiencia, fundado en la unidad orgánica, en el
tiempo vital, en los ritmos de los procesos orgánicos, en los relojes internos de los
organismos.
H. Bergson
Bergson, filósofo francés, uno de los que más atención ha dedicado al estudio del tiempo,
distingue dos modos diferentes de durar los seres en dos distintas temporalidades: el tiempo
numerado, que está mezclado con el espacio, y el tiempo puro, que es mera duración
interna.
El filósofo tomó como punto de partida de su análisis, la crítica al pensamiento positivista
acerca de los fenómenos psíquicos, donde o bien se prescinde de la noción de tiempo o bien
se reduce a una forma de espacio, ya que estudia los estados de conciencia como si de
hechos exteriores se tratase, midiéndolos, por tanto, cuantitativamente y ordenándolos al
modo como se ordenan las cosas en el espacio.
95
Frente a esta concepción, en cambio Bergson afirma que los fenómenos psíquicos tienen un
carácter cualitativo (cualidad) que es irrepetible e irreversible y no puede ordenarse de una
manera reversible y homogénea, pues se interpretan y se funden entre sí formando un fluir
único, una continuidad inseparable (duración). De ahí, pues, que marque una clara
diferencia entre el tiempo numerado, que es el tiempo físico que contempla la ciencia de
forma mezclada con el espacio y el tiempo puro y auténtico como duración de la vida
interior de la conciencia, el puro movimiento en el que no pueden ser diferenciados los
momentos como estados distintos
El tiempo numerado es la duración exterior del mundo de las cosas, es un tiempo
materializado que se desarrolla en el espacio, es la paralización del movimiento. En esta
duración el tiempo es un mero espectador que no penetra en su realidad. Así, por ejemplo,
si una sustancia química se hallase en debidas condiciones de conservación, no
experimentaría ninguna variación con el paso del tiempo. Y si la experimentara, se podría
indicar que ha envejecido, pero en realidad en ella se habría operado un proceso químico.
Si no hubiera un ser consciente que contemplara estos hechos del mundo material, no
podría decirse que en él existiera tiempo, sino sólo coexistencia y sucesión de realidades
atemporales.
A juicio de Bergson, se han confundido espacio y tiempo, pues el movimiento dividido en
momentos estáticos no es más que espacio, y sólo adquiere sentido de movimiento si hay
un espectador que opere la síntesis mental de lo acaecido. Pero esta síntesis es un puro
proceso psíquico. De hecho, fuera de nosotros, únicamente existen situaciones estáticas del
móvil en el espacio.
Muy diferente es lo que ocurre en la vida interior, en la duración que constituye la vida de
cada uno, donde no es posible retornar a situaciones pasadas. El avance temporal y el paso
del presente a pasado es un hecho radical e insuperable, porque el tiempo psicológico es
irreversible.
A veces se sueña con volver a situaciones pasadas, con volver a comenzar la vida pero,
aunque todas las circunstancias del entorno se repitieran (lugar, compañía, ocupación) para
situarnos en el ambiente pasado, pronto se comprendería que ni nosotros ni los que nos
rodean somos ya los mismos.
El tiempo no ha sido para nosotros espectador de unos procesos reversibles, sino que ha
constituido nuestra propia esencia, la trama misma de nuestro ser. En cada momento de
96
nuestra vida está todo el pasado, de forma que el momento presente es una especie de
condensación de la vida anterior, y el yo que en él actúa es un producto de la experiencia
pasada.
LAS TRES EDADES
GUSTAV KLIMT
97
El tiempo puro, piensa Bergson, es cualidad, interioridad, duración, devenir, intensidad. El
tiempo verdadero es el puro fluir en nuestro interior, desprovisto de sentido como algo
cualitativo. El tiempo verdadero es un devenir indivisible, innumerable, incontable. Fuera
de nosotros sólo hay espacio. En nuestro interior, en cambio, existe la verdadera duración:
el proceso por el que se va viviendo una sucesión de hechos psicológicos.
El momento propicio para analizar el sentido de la duración verdadera es el sueño, porque
en él se altera la comunicación entre el yo y el mundo exterior y, en consecuencia, se evita
el riesgo de confundirla con el espacio. En estas circunstancias ya no medimos la duración,
sino que únicamente la sentimos; deja de ser cuantitativa para convertirse en cualitativa y
desaparece toda apreciación matemática del tiempo pasado.
El tiempo bergsoniano, además de indivisible, es inconmensurable.
Si habitualmente medimos el tiempo, es debido a que lo proyectamos sobre el espacio. Un
ser ajeno al espacio tendría una noción pura del tiempo, noción que podemos obtener si no
separamos el presente de los estados anteriores, porque la duración pura no sobrepone
estados, sino que los fusiona. La medida del tiempo no es posible, porque el tiempo no es
homogéneo. Medirlo, por tanto, es exteriorizarlo, espacializarlo y degenerarlo.
El tiempo para Bergson es el fundamento de toda la realidad.
El fluir, que es la esencia del tiempo, embarga al hombre y a todas las cosas. El fluir, que es
vida, cambio, tiempo, aunque nos es íntimamente conocido, resulta, sin embargo,
indefinible, porque sólo se puede definir lo material y el tiempo no es una realidad material.
Para captar la duración real hemos de utilizar la intuición en lugar del pensamiento.
El tiempo de la física es un tiempo falsificado, porque, al medir y mecanizar, falsea la
realidad, aunque permite su utilización.
El tiempo verdadero es duración de algo que cambia, y ese algo es la conciencia, la vida
interior del sujeto psíquico, para quien el tiempo reviste un carácter radical, porque el
hombre posee un ser de naturaleza temporal. Es el sujeto psíquico el que introduce la
noción de tiempo en el universo material, donde sólo hay sucesión de fenómenos
atemporales.
98
LAS EDADES Y LA MUERTE
HANS BALDUNG GRIEN
99
Dilthey (filósofo alemán) también analiza la problemática del tiempo como eje central de
su filosofía, aunque de forma de concepción del tiempo como "historia". Su principal
fundamento es las llamadas por él como ciencias del espíritu (política, derecho, historia,
arte, literatura,) pues mientras considera que las ciencias de la naturaleza tienen resuelto su
temporalidad, la realidad histórico-social ha sido malinterpretada y mutilada por los
positivistas al pretender adaptarla para su análisis a los métodos de las ciencias de la
naturaleza.
Para Dilthey la vida es una realidad que no se puede separar de la historia y que no puede
ser interpretada como sustancia, sujeto, etc. que sitúen los acontecimientos dentro de un
marco de sucesión espacio-temporal, sino que debe de interpretarse como un fluir continuo.
Wilhelm Dilthey
Es decir narrar los acontecimientos desde fuera supone introducir un tiempo implicado en
la narración. Eso si, aunque es este el modelo que puede ser válido en las ciencias de la
naturaleza, no debe utilizarse para interpretar la realidad histórica, puesto que no capta el
movimiento mismo, sino que sólo tiene en cuenta los hechos individualmente a los que con
posterioridad introduce como algo añadido.
La concepción que Dilthey reclama de la vida supone no sólo un alejamiento de la
concepción del tiempo como marco desde el cual poder ordenar, analizar y explicar los
hechos englobándolos en etapas históricas, sino que también implica postular un tiempo no
100
dado a priori ni añadido a posteriori, un tiempo que emerge con la vida misma en su
acontecer histórico, en su realización concreta.
Después otro filosofo, Martin Heidegger, (filósofo alemán) confirmo en su obra “Ser y
Tiempo” la distinción entre el tiempo propio al que dio una función existencial del ser
humano, y el tiempo del mundo como medida.
La infancia, la juventud, la madurez, la ancianidad y la muerte articulan el camino vital de
toda persona, el cual halla su regulación social en las instituciones y en las costumbres.
La experiencia humana a lo largo de las diversas etapas de la vida constituye una autentica
vivencia del tiempo en si, muy distinta de la experiencia de contar y utilizar un tiempo
'vacío'. Todo individuo experimenta que el horizonte abierto del futuro se estrecha sobre si
de día en día. Se trata de una experiencia histórica, que entraña la conciencia de nacimiento,
de evolución, de caducidad y sobre todo de muerte.
En definitiva, la vida, es una carrera hacia la muerte, sostiene Heidegger. Y con ello ha
derivado, partiendo del problema del tiempo, hacia el tema de la muerte, otro de los grandes
enigmas tratados intermitentemente en la historia de la filosofía y con el que está
estrechamente relacionado.
M. Heidegger
Heidegger, descubre al hombre como un ser incompleto e inacabado, que tiene que hacer y
proyectar su propia vida, anticipándose a lo que va a ser, porque el futuro, entendido como
101
posibilidad de existir, constituye una dimensión de su ser.
Pero el futuro implica el pasado, puesto que nuestra esencia de ser se plantea desde lo que
ya ha sido. Por lo tanto, también el pasado constituye una dimensión del ser del hombre. El
presente aparece envuelto por la relación entre futuro y pasado, ya que la comprensión de lo
que ya ha sido determina la comprensión de lo que en la actualidad somos. Estas tres
dimensiones pasado, presente y futuro constituyen la unidad del ser humano y reciben el
nombre de temporalidad.
MUERTE Y VIDA
G. KLIMT
102
El hombre es esencialmente un ser temporal y esta temporalidad es, en realidad, el tiempo
originario, a diferencia del tiempo cósmico. El tiempo es la textura más profunda de la
existencia humana, que se formaliza como preocupación, y la preocupación cobra sentido
en el tiempo, en el futuro, pasado y presente.
También el filósofo Ortega y Gasset, al establecer las categorías que definen la vida, señala
la temporalidad como raíz misma de la vida. La temporalidad es la esencia de la vida
humana. El hombre está sujeto al tiempo, su vida transcurre en el tiempo, está sometido a
un continuo ser y dejar de ser, impulsado por el pasado va proyectando y avanzando hacia
el futuro. No sólo es lo que realmente es, lo que ha sido, sino también lo que ha de ser.
Ortega y Gasset
La realidad específicamente humana se caracteriza por su consistencia temporal y, por ello,
la historia es la propia vida de los hombres y de la sociedad. El hombre no tiene naturaleza,
sino que tiene historia. La filosofía orteguiana empieza con el reconocimiento del tiempo y
de la historia como elementos fundamentales de la vida humana. Toda noción referente a la
vida específicamente humana es función del tiempo histórico.
Este somero recorrido por la historia del pensamiento, amén de proporcionarnos una serie
de datos sumamente interesantes sobre la multiplicidad de teorías que se han formulado
103
acerca del tiempo, nos permite extraer algunas consideraciones en nuestro afán reflexivo de
captación del tiempo.
Realizando un análisis de las múltiples teorías filosóficas sobre el concepto tiempo, es
evidente que no es un concepto unívoco ni tiene el mismo sentido si lo aplicamos al mundo
o si lo aplicamos al hombre. Tal indistinción es la génesis de muchas aporías y dificultades
en la comprensión del tiempo.
Y es que hay dos maneras de hablar y de pensar sobre el tiempo: el tiempo del mundo y el
tiempo del alma. El primero es un tiempo medible, objetivo y cosmológico. El segundo es
un tiempo medido, subjetivo y antropológico. Disponemos de instrumentos, calendarios,
relojes que nos permiten medir con facilidad el tiempo del mundo. Pero carecemos de
procedimientos que nos permitan expresar la experiencia humana del tiempo, porque esta
experiencia es heterogénea, plural y siempre cambiante.
Conviene, por lo tanto, distinguir dos conceptos temporales: el tiempo cosmológico y el
tiempo psicológico. El tiempo cosmológico es el tiempo físico, objetivo, homogéneo,
susceptible de ser medido y calculado y gracias al cual podemos hablar de la edad de los
astros. El tiempo psicológico, en cambio, es el tiempo de nuestra vida según nuestra propia
experiencia. Es un tiempo subjetivo y variable, porque unas veces nos parece que transcurre
muy deprisa y otras muy despacio; unas veces nos parece que lo aprovechamos y otras lo
dejamos pasar; hay esperas interminables y momentos que nunca acaban. Es nuestra
vivencia personal del tiempo.
A estos dos conceptos fundamentales podríamos añadir un tercero, no menos importante,
que no se identifica con ninguno de los dos y que viene a ocupar un lugar intermedio entre
ambos: el tiempo histórico, el tiempo de los acontecimientos de la humanidad. El tiempo
histórico nos permite comprender la existencia de épocas diferentes, así como los cambios
continuos a que todo está sometido.
En cierto modo, es el intento de integrar el tiempo personal en el tiempo universal. En el
tiempo histórico nuestra propia vida se inscribe en el tiempo del mundo, por ejemplo a
través de los calendarios.
Estas tres formas de dividir nos permite percibir mejor el tiempo, aun así no resuelve la
problemática que entraña tan compleja noción. Así, por ejemplo, podríamos preguntarnos si
existen tres tiempos, pasado, presente y futuro o si el tiempo reviste un carácter unitario y
presencial.
104
El pasado ha sido, pero ya no es; el futuro será, pero aún no es; sólo el presente es, aunque
su modo de ser es instantáneo y fugaz, porque muy pronto deja de ser.
Por lo tanto, parece que los tres tiempos convergen en el momento actual como si sólo
existiera el presente, un presente de las cosas pasadas, un presente de las cosas presentes y
un presente de las cosas futuras.
He aquí lo paradójico del tiempo. Por un lado, se percibe como una realidad instantánea, y
fugaz, como algo que se escapa y da a nuestra vida un sentido inestable y efímero. De ahí
que intentemos aferrarnos al momento presente, como si quisiéramos sujetar el tiempo,
porque somos conscientes de la brevedad de nuestra vida y necesitamos vivirla
intensamente, porque el tiempo pasa y mañana, quizás, sea tarde.
Relojes blandos. Dalí
Pero, por otro lado, experimentamos como un rechazo hacia esa fugacidad del tiempo y
tendemos a dilatarlo en el pasado y a proyectarlo en el futuro, instalándonos en una especie
de eternidad como si nuestra vida nunca fuera a tener fin.
105
Este sentido paradójico, que comporta la temporalidad, hace que el tiempo constituya una
dimensión fundamental de la vida humana, ya que sin él seríamos incapaces de entender
nuestra vida, porque somos seres limitados en el tiempo y porque éste va marcando nuestro
propio devenir y el de la humanidad. El hombre es un ser histórico, cuya vida se inscribe en
el transcurso del mundo.
Gracias a esta dimensión temporal, de la que es imposible prescindir, el ser humano intenta
entenderse a sí mismo y a los otros en relación con el tiempo de su vida. Esto hace que
pertenezcamos a una generación, es decir, a un grupo de personas que comparten un tiempo
específico: el tiempo que dura nuestra vida.
Y esto hace también que podamos decir que las personas que compartimos una misma edad
histórica somos coetáneos, porque somos hijos de nuestro tiempo y recibimos unas
costumbres, una cultura y un modo de concebir la realidad dependientes del tiempo que nos
ha tocado vivir.
Los principales filósofos a finales del siglo XIX pensaban que la mecánica clásica de
Newton describía los conceptos de velocidad y fuerza para todos los observadores (o
sistemas de referencia).
Sin embargo, grandes científicos como el físico Lorentz, habían comprobado que las
ecuaciones de Maxwell, que gobiernan el electromagnetismo, no se comportaban de
acuerdo a las leyes de Newton cuando el sistema de referencia varía (por ejemplo, cuando
se considera el mismo problema físico desde el punto de vista de dos observadores que se
mueven uno respecto del otro).
Albert Einstein, ya a finales del siglo XIX y principios del XX, observó que el tiempo es
relativo al movimiento y desarrolló el concepto del continuo espacio-tiempo para explicar
todos los acontecimientos físicos.
En realidad sus teorías intentan explicar el dinamismo real de los entes físicos. Los físicos
sin el movimiento reducen su estudio a pura geometría y Einstein hace la observación
introduciendo el continuo tiempo en unidad con el espacio a fin de explicar la realidad del
movimiento.
106
El experimento de Michelson y Morley sirvió para confirmar que la velocidad de la luz
permanecía constante, independientemente del sistema de referencia en el cual se medía,
contrariamente a lo esperado de aplicar las transformaciones de Galileo.
En 1905, por entonces un desconocido físico alemán publicó un artículo que cambió
radicalmente la percepción del espacio y el tiempo que se tenía. Albert Einstein revolucionó
al mundo al postular lo que ahora conocemos como Teoría de la Relatividad Especial.
La teoría permitió establecer la equivalencia entre masa y energía y una nueva definición
del espacio-tiempo. De ella se derivaron predicciones y surgieron curiosidades. Por
ejemplo, un observador atribuye a un cuerpo en movimiento una longitud más corta que la
que tiene el cuerpo en reposo y la duración de los eventos que afecten al cuerpo en
movimiento son más largos con respecto al mismo evento medido por un observador en el
sistema de referencia del cuerpo en reposo.
Albert Einstein
Primer postulado - Principio especial de relatividad - Las leyes de la física son las mismas
en todos los sistemas de referencia inerciales. En otras palabras, no existe un sistema
inercial de referencia privilegiado, que se pueda considerar como absoluto.
Segundo postulado - La velocidad de la luz en el vacío es una constante universal, que es
independiente del movimiento de la fuente de luz.
107
Como conclusiones a la teoría de Einstein, se puede indicar que, el espacio en sus tres
dimensiones es una realidad continua, mientras que el tiempo es una realidad que se va
haciendo en virtud del movimiento según el antes y el después.
Por tanto no es posible establecer un continuo entre dos realidades que son de distinta
naturaleza y la expresión matemática de este continuo, no corresponde a una realidad dada
en la naturaleza. Es decir, el ser corpóreo es ser en el espacio y en el tiempo, pero no ser en
el espacio-tiempo como extrapolación del aquí y ahora de la existencia concreta corpórea.
La Teoría de la relatividad especial estableció nuevas ecuaciones que permitían pasar de un
sistema de referencia inercial a otro. Las ecuaciones correspondientes conducen a
fenómenos que chocan con el sentido común, siendo uno de los más asombrosos y más
famosos la llamada paradoja de los gemelos.
Einstein
Es relevante señalar que la teoría de la relatividad especial no fue solo importante para la
Física sino que también tuvo un impacto en la filosofía, eliminando toda posibilidad de
existencia de un tiempo y de un espacio absoluto en el conjunto del universo.
108
Einstein postuló que el tiempo medido entre dos sucesos depende del movimiento de quien
lo mide. Es decir, indicó que no existe un tiempo absoluto, ni un espacio absoluto.
El hecho de que el tiempo no transcurre en forma igual para observadores distintos es una
de las predicciones más sorprendentes de la teoría de Einstein. Nuestro sentido común,
basado en la práctica cotidiana, indica que los relojes funcionan de la misma forma, sin
importar cómo se mueven. ¿No es entonces absurdo pretender que el tiempo medido es
relativo al observador? Es importante señalar que el efecto predicho por Einstein sólo es
perceptible a velocidades cercanas a la de la luz.
Así, la razón por la que no percibimos variaciones de tiempo en nuestra experiencia diaria
es que estamos acostumbrados a movernos a velocidades extremadamente pequeñas con
respecto a la velocidad de la luz. Si la velocidad de la luz fuera muchísimo menor de lo que
es, estaríamos acostumbrados a variaciones del tiempo, y no hubiera sido necesario
demostrar que el tiempo es relativo a quien lo mide.
Pero entonces, ¿es imposible determinar en forma única la duración de un fenómeno?, ¿nos
condena la relatividad a perder el concepto del tiempo? Nada de eso. El tiempo que marca
un reloj es un concepto perfectamente bien definido. De acuerdo con la teoría de la
relatividad, el tiempo de ese reloj no coincide con el que marca otro reloj que se mueve con
respecto al primero, pero la relación entre los dos tiempos se puede determinar
perfectamente.
Todos los fenómenos físicos tienen su tiempo asociado: los relojes de cuarzo que se
utilizan en la actualidad miden el tiempo contando el número de vibraciones
electromagnéticas emitidas por los átomos en un cristal de cuarzo, y ese tiempo es el
mismo para todos los relojes del mundo. Si un cosmonauta realizara un viaje por el espacio
a una velocidad cercana a la de la luz, no percibiría nada de particular con respecto a su
propio tiempo, pero al regresar a la Tierra notaría que su reloj no coincide con el de los que
se quedaron en ella.
Es decir, si queremos medir el tiempo transcurrido entre dos sucesos, nos conviene hacerlo
en un sistema de referencia en el que los dos sucesos ocurren en el mismo punto. Al tiempo
así medido, los físicos llaman tiempo propio. En otro sistema de referencia que se mueve
con respecto al primero, los dos sucesos no parecen ocurrir en el mismo sitio y el tiempo
transcurrido entre ellos difiere del tiempo propio por un factor llamado constante de
Lorentz.
Otra consecuencia sorprendente de la teoría de Einstein es que el espacio, al igual que el
tiempo, también es relativo a quien lo mide. Tal y como sucede con el tiempo, esta
contracción aparente es imperceptible si la velocidad del objeto es mucho menor que la
velocidad de la luz.
109
Una de las paradojas mas famosas es la de los gemelos, formulada por Paul Langevin.
Supongamos que hay dos hermanos gemelos idénticos. El primero de ellos decide hacer un
largo viaje hasta un lejano planeta, que se encuentra a varios años-luz de la Tierra y viaja
velocidades cercana a la velocidad de la luz, mientras que el otro gemelo decide quedarse
en la Tierra.
A la vuelta, el gemelo viajero es más joven que el gemelo terrestre. De acuerdo con la
teoría de la relatividad de Einstein y según su predicción de la dilatación del tiempo, el
gemelo que se queda en la Tierra envejecerá más que el gemelo que viaja por el espacio
(con velocidad cercana a la de la luz) porque el tiempo propio del gemelo de la nave
espacial va más lento que el tiempo del que permanece en la Tierra y, por tanto, este último
envejece más rápido que su hermano.
Es decir, visto desde la Tierra, el tiempo del gemelo viajero pasa muy lentamente, de modo
que, al volver, en vez de haber pasado muchos años, para él han pasado pocos y es joven,
mientras que el gemelo que se quedó en la Tierra es viejo.
Pero la paradoja surge cuando se hace la siguiente observación: visto desde la perspectiva
del gemelo que va dentro de la nave, el que se está alejando, en realidad, es el gemelo en la
110
Tierra y por tanto, cabría esperar que, de acuerdo con los cálculos de este gemelo, su
hermano en la Tierra fuese quien tendría que envejecer menos por moverse respecto de él a
velocidades cercanas a la de la luz. Esto es, el gemelo de la nave es quien tendría que
envejecer más rápido
La paradoja quedaría resuelta finalmente por Einstein con la teoría de la relatividad, al
precisar quién de los dos gemelos envejece más rápido realmente y qué hay de erróneo en
la suposición de que, de acuerdo con los cálculos del gemelo de la nave, es el gemelo
terrestre quien envejece menos, ya que es justo al contrario, es el gemelo de la Tierra quien
envejece más rápido.
Para dilucidar la aparente paradoja es necesario realizar los cálculos desde el punto de vista
del gemelo que permanece en la Tierra y desde el punto de vista del gemelo viajero, y ver
que las estimaciones de tiempo transcurrido coinciden examinadas desde ambos puntos de
vista.
El cálculo desde el punto de vista del gemelo terrestre es sencillo de realizar. El cálculo
desde el punto de vista del gemelo viajero es más complejo porque requiere realizar
cálculos en un sistema de matemáticas complejas.
Contrariamente a lo que piensa la gente, la paradoja no es el hecho de que un gemelo
envejezca más rápido que otro, sino en el razonamiento que sugiere que los dos gemelos
concluirían que es el otro quien ha de envejecer más.
El hecho de que el tiempo transcurra de diferentes maneras para diferentes observadores, y
que dos observadores puedan rencontrarse de nuevo en el mismo punto del espacio-tiempo
habiendo envejecido uno menos que otro no constituye ninguna paradoja en teoría de la
relatividad, sino que de hecho se trata de un hecho probado.
En realidad, el experimento más claro que mostró el efecto de dilatación temporal no se
llevó a cabo con un par de gemelos sino con dos relojes idénticos.
En 1971, J. C. Hafele y R. Keating, subieron varios relojes atómicos de cesio a bordo de
aviones comerciales durante más de 40 horas y se comparó la lectura de estos con otro
idéntico en Tierra sincronizado con el primero. El avión despegó e hizo un largo viaje, y
aterrizó en el mismo punto de salida. Al comparar los dos relojes atómicos después del
viaje, el del avión y el de la Tierra, ya no estaban sincronizados.
111
El reloj atómico que había volado estaba ligeramente retrasado (muy ligeramente pero
medible con dichos relojes, la diferencia de tiempos era de unas pocas centésimas de
milésima de millonésima de segundo). Tras descontar ciertos efectos gravitatorios
secundarios, y asumiendo que no hubo ningún error de medida, lo cual se comprobó
controlando las condiciones y repitiendo el experimento varias veces, se concluyó que la
única explicación posible venía por la teoría de la relatividad de Einstein.
Hoy en día existen otras explicaciones más avanzadas basadas en la física cuántica y la
mecánica estadística según las cuales un objeto sometido a una aceleración centrípeta
envejece más rápido debido a que sufre mayor número de interacciones por unidad de
tiempo consigo mismo y su entorno. Por ejemplo ciertas partículas inestables tardan mucho
más en desintegrarse cuando viajan a velocidades más altas, lo cual se interpreta como que
en su sistema de referencia el tiempo propio transcurre más lentamente.
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CAPITULO 4
ARQUITECTURA CON RELOJES
113
Existen grandes construcciones donde figura de una forma muy representativa un gran
reloj.
Los relojes han sido testigos de la evolución y grandeza humana a través del tiempo; los
hemos colocado en torres, pilares, edificios y parques, para que desde ahí marquen el ritmo
de nuestras vidas. Estos singulares relojes han marcado el momento exacto del día a
oriundos y turistas.
Los relojes de torre y fachada constituyen un excelente complemento de cualquier proyecto
de arquitectura o urbanismo.
Originalmente los edificios públicos más importantes de la ciudad se diseñaron con relojes
públicos cuya función era establecer la hora oficial de la ciudad e informar a los vecinos a
través de la sonería, campanas, que resultaban escuchadas a mucha distancia del reloj.
Posteriormente los arquitectos incluyeron al reloj en los diseños de arquitectura más
variados con el fin de jerarquizar los edificios y prestar un servicio al público.
Hoy en día los relojes de torres vuelven a ser tenidos en cuenta como un interesante
elemento decorativo en los nuevos proyectos de arquitectura.
114
4.1.-BIG BEN
Big Ben es el nombre con que se conoce a la Gran campana de Westminster, la mayor de
las campanas que se encuentran en la Torre del Reloj que forman parte del Gran Reloj de
Westminster del Palacio de Westminster, ubicado en la ciudad de Londres.
Aunque este nombre le corresponde a la gran campana, popularmente también se le aplica
a la Torre del Reloj en su conjunto. Esta campana se encarga de contar las horas, su peso
aproximado es de 13 toneladas.
La Torre de San Esteban (St. Stephen's Tower) o la Torre del Reloj de Westminster,
popularmente conocida como "Big Ben", fue levantada como parte del nuevo edificio
diseñado por Charles Barry, después de que el viejo palacio de Westminster fuera destruido
por el fuego la noche del 16 de octubre de 1834.
La torre está diseñada al estilo gótico victoriano, y tiene 96,3 m de altura y un peso
aproximado de 8,8 Toneladas. El estilo gótico fue elegido finalmente por la necesidad del
imperio británico de diferenciarse del resto de naciones en aquellos días, que ellos
consideraban menos fuertes, donde sus parlamentos se regían principalmente por el estilo
clásico.
La torre se encuentra en la esquina noroeste del edificio que alberga la sede de las dos
Cámaras del Parlamento Británico. Aunque no abierta al público, los residentes en el Reino
Unido pueden visitar la torre a través de sus representantes parlamentarios. Este reloj es
uno de los símbolos representativos de Londres.
El Big Ben fue construido en el año 1858. Se cree que recibe su nombre en honor al primer
encargado de la construcción, Benjamin Hall, o quizás para homenajear al boxeador Ben
Caunt, muy popular en 1858, año en el que la campana fue fundida.
115
El mecanismo del reloj fue completado en el año 1854, pero la torre no fue completamente
construida sino hasta el 7 de septiembre de 1859. Las cuatro laterales del reloj y sus esferas
fueron diseñadas por Augustus Pugin. El reloj de la torre fue el más grande del mundo en
su tiempo, capaz de dar cada hora con la precisión de un segundo.
El cuerpo de la torre de 61 m de altura, consiste en un enladrillado con revestimiento de
piedra; los 35 metros restantes los forman la aguja de hierro fundido con que se corona la
torre. La torre está asentada sobre una base de 15 metros de lado y tiene un peso estimado
en 8.667 toneladas. Los cuatro relojes están situados a 55 metros de altura.
116
El palacio de Westminster y la Torre del Reloj
Debido a las condiciones de tierra donde se asienta la construcción, la torre se inclina
levemente al noroeste, unos 220 mm. También oscila anualmente algunos milímetros al
este y al oeste, debido a los efectos térmicos.
Cada lateral tiene una estructura esférica de hierro de 23 pies de diámetro que contiene 312
piezas de cristal opaco. Algunas de estas piezas pueden ser quitadas para revisar las
manecillas del reloj. En la base de cada cara del reloj hay una inscripción en latín:
DOMINE SALVAM FAC REGINAM NOSTRAM VICTORIAM PRIMAM (Dios guarde
a nuestra reina Victoria I). La manecilla que marca las horas mide 2,7 metros de largo,
mientras que la que marca los minutos mide 4,3 metros.
117
El nombre "Big Ben" fue puesto a la campana original de 16 toneladas de la torre, fundida
en 1856. Dado que la torre no estaba aún finalizada, la campana fue instalada en el "New
Palace Yard", pero la campana se rompió, y finalmente se rehízo en una campana de 13,8
toneladas, la cual se usa hoy. La nueva campana fue montada en la torre en 1858 junto a
cuatro campanas más, que se encargan de dar los cuartos.
El 7 de septiembre de 1859 el reloj entró en funcionamiento.
118
El reloj es famoso por su exquisita puntualidad, dado por su gran precisión. Esto es debido
a la habilidad de su diseñador, Edmund Beckett Denison, quien inventó un sistema de
escape de gravedad, que consiste en un péndulo con una estrella de tres puntas que gira
cuando el péndulo bate los segundos, lo que hace que el péndulo no sea alterado por la
acumulación de nieve en las agujas, por el viento o por la temperatura a los cuales está
sometido constantemente debido al clima. Esto resolvía el problema de los grandes relojes
de mover grandes agujas en un ambiente ventoso y tormentoso, sin perder exactitud. Por
esto Denison fue nombrado Lord por la Reina Victoria a mediados del siglo XIX.
Prueba de esta fiabilidad es que durante el bombardeo que sufrió la ciudad de Londres
durante la Segunda Guerra Mundial por parte de la Aviación Alemana el reloj siguió
funcionando y dando la hora con perfecta puntualidad.
Pero el "Big Ben" también ha sufrido varios incidentes a lo largo de su historia:
En la Nochevieja de 1962, el reloj se atrasó debido a la gran cantidad de nieve acumulada
entre las agujas, por lo que el año nuevo entró con 10 minutos de retraso.
El 5 de agosto de 1976, el reloj sufrió su primera y por ahora única avería. Debido al
desgaste del metal, el mecanismo del repique del reloj se rompió. El reloj fue reactivado de
nuevo el 9 de mayo de 1977.
El 30 de abril de 1997, el día antes de las elecciones generales, se detuvo. Tres semanas
después, se volvió a parar.
El viernes 27 de mayo de 2005, el reloj se detuvo durante 90 minutos desde las 22:07,
posiblemente debido al clima caluroso (las temperaturas en Londres habían alcanzado los
31,8 °C). Volvió a funcionar pero se detuvo a las 22:20 y permaneció quieto durante 90
minutos antes de volver a funcionar.
El 29 de octubre de 2005, el "Big Ben" se detuvo durante aproximadamente 33 horas para
revisarlo. Fue el mantenimiento más largo en 22 años.
El péndulo del Big Ben para estar ajustado con mayor precisión, es calibrado por medio de
monedas apiladas en la base del péndulo que se agregan o se quitan de vez en cuando.
En el año 2005, se descubrieron documentos en casa de Abu Hamza en los cuales el "Big
Ben" aparecía como un posible objetivo terrorista. En estos documentos también
aparecieron como objetivos la Estatua de la Libertad y la Torre Eiffel. En su juicio negó
todo conocimiento de esos documentos.
En agosto de 2007, lo pararon para una revisión.
119
4.2º.- RELOJ ASTRONÓMICO DE PRAGA
Fue construido durante la Edad Media y es una de las atracciones turísticas más importantes
de la República Checa.
La Torre del Reloj Astronómico se encuentra en la pared sur del ayuntamiento de la Ciudad
Vieja de Praga. Fue creado en 1410 por el relojero Nicolás de Kadan y el profesor Jan
Šindel, al reloj se le fue poco a poco incorporando nuevos elementos arquitectónicos como
las esculturas góticas que decoran la fachada, el calendario y la figuras móviles de los
apóstoles.
El reloj cuenta con dos caras y sus principales componentes son el cuadrante astronómico
que representa las posiciones del sol y de la luna en el cielo y Venus, además de tres horas
diferentes: la europea, en números romanos; la bohemia, en la parte exterior del reloj; y la
hora babilónica, representada en cifras arábigas en la parte interior del reloj.
Además, tiene un calendario circular con medallones que representan los mese del año y las
figuras animadas llamadas “El paseo de los Apóstoles”, donde cada hora en punto, la
figura del esqueleto que representa a la muerte situada la derecha de la esfera superior tira
de la cuerda y hace tocar la campana.
Acto seguido, dos ventanas se abren para ver a los 12 apóstoles con San Pedro a la cabeza.
120
Figuras animadas
Las cuatro figuras que flanquean el reloj son cuatro alegorías. De izquierda a derecha son:
-
La Vanidad representada por un hombre que sostiene un espejo.
-
La Avaricia representada por un comerciante judío con su bolsa.
-
La Muerte representada por un esqueleto matando el tiempo.
-
La Lujuria representada por un príncipe turco con su mandolina.
Cada hora entre las 9 de la mañana y las nueve de la noche las figuras se ponen en
movimiento. El vanidoso se mira en el espejo, el avariento mueve su bolsa, el esqueleto
blande su guadaña y tira de una cuerda, el lujurioso mueve la cabeza para mostrar que
acecha siempre. Las dos ventanas se abren y empieza "El Paseo de los apóstoles". Los doce
apóstoles desfilan lentamente asomándose a la ventana precedidos por San Pedro, gracias
a un mecanismo circular en el interior sobre el que están ubicados seis a cada lado.
Ventana izquierda
Aparece San Pablo manteniendo y una espada y un libro, le sigue Santo Tomás con un
arpón, San Judas Tadeo con un libro en su mano izquierda, San Simón mostrando una
sierra pues es el patrón de los leñadores, San Bartolomé con un libro y San Bernabé con un
papiro.
Ventana derecha
San Pedro con una llave, pues guarda las llaves del cielo. Le siguen San Mateo con un
hacha pues es el patrón de constructores, carpinteros y herreros, San Juan, San Andrés con
una cruz y Santiago.
Cuando las ventanas se cierran un gallo añadido en 1882 aletea y canta, después suenan las
campanas en formato de 24 horas.
121
Vista General y Detalle
Filósofo y Ángel.
Astrónomo y Cronista.
El calendario fue añadido al reloj en 1870. Los doce medallones representan los doce meses
del año. Son obra del pintor checo Josef Mánes.
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4.3.- RELOJ ASTRONOMICO. VENECIA
Reloj astronómico
Plaza San Marcos. Venecia
123
Situado en la Plaza de San Marcos de Venecia entre las columnas de San Marcos y San
Marcos y San Teodoro y en una Torre de estilo renacentista se encuentra este reloj
astronómico. También se conoce esta torre como la de los Moros debido a lasa dos figuras
de bronce que cada hora salen a tocar la campana.
Este reloj se considera como una auténtica obra de ingeniería. El primer reloj, ya que ha
sido restaurado varias veces, fue construido por Gian Paulo y Gian Carlo Rainieri, padre e
hijo, entre 1496 y 1499 y fue uno de los más grandes relojes astronómicos de toda Europa
en los Siglos XIV y XV.
Se puede admirar el enorme reloj, destacando su esmalte azul y dorado que nos proporciona
la información de los relojes astronómicos, las horas, las fases de la luna y el zodiaco.
También tenía una utilidad náutica ya que avisaba a los navegantes de los movimientos de
las mareas
Entre la hora en números romanos y los minutos que están en números arábigos hay un
nicho con una Virgen, y a los lados están dos puertas. En el siglo XV cuando se construyó
el reloj, cada hora salían las figuras de los tres Reyes Magos y un Angel con trompeta que
pasaban y se inclinaban delante de la Virgen. En este momento sólo salen en ocasiones o
fechas importantes.
Esfera del reloj astronómico. Venecia
124
Las actuales figuras en madera de los Magos y del Angel
Giobatta Alviero año 1755
Se puede contemplar el juego de pesos y contrapesos que son los que marcan el ritmo de las
horas, los minutos y todo lo demás. La compleja máquina del reloj puede verse desde
dentro.
También se puede ver los restos antiguos que se conservan de la máquina original del
Cuatrocento.
En la parte superior de la Torre se encuentra una escultura de un León Alado. El León de
San Marcos o León Alado es la representación simbólica del evangelista San Marcos.
Este León ha sido el símbolo tradicional de Venecia
125
En el punto más alto de la torre hay dos estatuas de bronce, los célebres moros, que se
llaman así por la pátina oscura. Gracias al mecanismo del aparato son los que marcan las
horas tocando la campana y moviéndose hacia ellas. Estos "moros" fueron fundidos por
Ambrogio delle Ancore en 1497.
126
4.4.- RELOJ DE ESTRASBURGO
Reloj Astronómico de Estrasburgo, ubicado en la catedral de dicha ciudad. Fue construido
en 1843 y puede calcular eclipses lunares y solares. Cada noche, a las 12:30 muestra una
procesión de figuras de tamaño natural de Cristo y los Apóstoles.
Más que una máquina para medir el tiempo o dar la hora, es una computadora astronómica
estrictamente mecánica, capaz de seguir el rastro de
las estrellas fijas, regula
automáticamente las variantes del calendario y muestra los años bisiestos.
Según su último constructor, Jean-Baptiste Schwilgué, el reloj de Estrasburgo fue equipado
para funcionar hasta el año 9999. Schwilgué no tuvo dudas sobre la validez de su sistema.
Preparó los engranajes para que, cada cuatro años, detecten un febrero de 29 días, y supo
que todo lo que había que hacer era confiar en la seriedad de su tarea.
Es importante saber que el reloj tiene cuatro ruedas, la primera gira en 24 horas, la segunda
en 365 días, la tercera cada siglo y la cuarta una vez cada 2500 años.
127
4.5.- RELOJ DE LA PUERTA DEL SOL
Es obra del prestigioso relojero leonés José Rodríguez de Losada, que se lo regaló al pueblo
de Madrid el día 6 de Noviembre de 1866 en una ceremonia a la que asistió la reina
Isabel II.
Lo más singular del aparato es que cuenta con un orificio por el que, al dar las 12, de la
noche una bola desciende y señala que comienza un nuevo día.
Al principio el reloj tuvo fallos que poco a poco Losada va corrigiendo y pronto el reloj de
la Puerta del Sol se convirtió en un emblema de Madrid, punto de referencia y lugar de cita
sobre todo en la noche de San Silvestre (31 de Diciembre).
128
La tradición de tomar las 12 uvas el 31 de diciembre se remonta a principios del siglo XX,
cuando en el año 1909, un grupo de viticultores alicantinos que no sabían qué hacer con el
excedente de la cosecha, pensaron en darle salida pregonando que consumir uvas el día de
Nochevieja daba buena suerte para el siguiente año.
Este reloj marcaba la hora de salida de las diligencias y coches de alquiler y ha sido
escenario de múltiples acontecimientos de todo tipo.
Los maestros relojeros de Casa Losada, son los encargados del mantenimiento del reloj y
los responsables de que todo funcione a la perfección, ya que alguna vez ha tenido un
pequeño desajuste de un segundo, anomalía existente entre los relojes atómicos y el tiempo
astronómico, basado en el eje de rotación de La Tierra.
Como curiosidad diré, que en la esfera el número cuatro está puesto no como es normal en
los números romanos, sino de esta manera “IIII”.
Es un punto de interés en la ciudad y todo el que pasa por allí alza la vista para
contemplarlo.
129
4.6.- RELOJ DE NUEVA YORK
Como un reloj curioso, pongo este reloj situado en Nueva York, es un reloj conocido
famoso y referente, no es evidentemente un reloj astronómico medieval, pero según las
estadísticas alrededor de 750.000 personas consultan la hora en sus esferas diariamente.
Está ubicado en la Grand Central, la principal Terminal de Ferrocarril y Metro del Norte,
sitio de una afluencia extrema. Al entrar en el vestíbulo se encuentra uno con él, que mira
en todas las direcciones y sirve de información para todos aquellos que necesitan consultar
la hora.
Las caras del reloj están construidas con una piedra semipreciosa, el ópalo. Dicen que su
valor hoy día estaría entre los diez o incluso los veinte millones de dólares.
130
CAPITULO 5
CONCLUSIONES
131
Este trabajo ha sido para mi muy importante, porque al tener tantos aspectos me ha
permitido investigar en diferentes facetas, historia, filosofía, ciencia, arte y varias más que
al irlas leyendo, acudían a mí como preguntas que me interesaban.
¿Que parte me ha gustado más? No podría decirlo, porque según iba terminando los
capítulos pensaba que ese último era el que me había llenado más, pero al pasar al siguiente
me encontraba otra vez con la ilusión de seguir investigando cada vez con más
profundidad.
Me hubiera gustado hacer el apartado de Mitología, que según tengo explorado, es
realmente curioso con todos sus significados en las diversas épocas y su influencia en el ser
humano.
También la lista de los relojes famoso del mundo es sólo una pequeña muestra de todos los
que existen. Y ya no en Catedrales o ciudades famosas, sino también, sin ser famosos,
viajando he advertido en España y Europa que no hay un pueblecito por pequeño que sea
que no tenga un reloj emblemático digno de ser contemplado.
Tengo infinidad de fotos de todos ellos, pero añado solamente como un pequeño homenaje
a la ciudad de Castellón donde esta ubicada la Universidad Jaime I, la foto de la
Concatedral de la ciudad con su Reloj de Sol.
132
6º.- BIBLIOGRAFIA
Metafísica de Aristóteles. Editorial Gredos
Diálogos, Platón. Editorial Omega
Diálogos de Galileo. Editorial Maxtor
La República. Platón. Alianza Editorial
Filosofía medieval y moderna. Imanuel Kant. Torre de Babel Ediciones
El tiempo desde una perspectiva filosófica. Francisco Titos Lomas. Fund. El Legado
Andalusi
Historia del tiempo. Del Big Ban a los agujeros negros. Stephen Hawking. Alianza Ed.
Clepsidras y Relojes musulmanes. Antonio Fernández-Puertas. Fund. El Legado Andalusi
Sobre la teoría de la relatividad. Einstein. Alianza Editorial
El tiempo a través del tiempo. Eco y Gombrich. Ed. Grijalbo
El tiempo en la historia. Whitrow. Ed. Critica
El péndulo del tiempo. Jo Barnett. Ed. Peninsula
El mundo de los relojes. Jean Lassaussois. Ultramar Editores-Iberlibro
Enciclopedia del reloj de bolsillo. Barquero Cabrero. Amat Editorial
133
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