Ética del consumo por Manuel Torres y Mila Leoz responsables del Centro de Psicología Ética “Pienso, luego compro”. En buena medida, ésta sería la ética del Homo aeconomicus, la de un sujeto que decide racionalmente en una sociedad adulta, responsable e implicada en construir su propio bienestar mediante elecciones reflexivas y calculadas. Pero lo cierto es que cuando Adam Smith acuñó el concepto en los aledaños de la Revolución Industrial, jamás pudo imaginar el impacto posterior de la Navidad y en qué se iba a convertir el misterio universal de un pesebre, símbolo por definición de la pobreza y de la esperanza. Es verdad que el consumo sigue siendo una de las fuerzas más pujantes que conforman el comportamiento humano, pero esta actividad no es resultado de la economía, sino que es un instinto, y como tal parte de nuestra paradójica naturaleza humana. Tanto es así, que durante estas fiestas las ciudades se transforman en grandes hipermercados con miles de mensajes que incitan a adquirir artículos que no necesitamos o productos que ni siquiera conocíamos, pero con la enmascarada satisfacción de vernos compelidos a comprarlos. Es lo que llamamos consu- algo que impide controlar el gasto de forma racional. Las tarjetas de crédido nos incitan a consumir con una aparente sensación de libertad total, produciendo en realidad un sobreendeudamiento que no sirve sino para engrosar dicha adicción. Según un reciente estudio (Dirección Gral. de Consumo de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha), un 33% de la población adulta (32% de hombres, 34% de mujeres) tiene problemas de adicción a las compras y falta de control del gasto; un 18% de ellos de forma moderada; un 15% presenta un nivel importante de adicción y un 3% llega a niveles que podrían considerarse patológicos y, como tales, tratados en sentido psicológico estricto. Por otro lado, el estudio rompe con algunos tópicos. Por ejemplo, la falsa idea de que la adicción al consumo se acentúa más en mujeres con tendencia depresiva, desmientiendo asimismo la creencia popular de que ellas gastan más que los varones. En cuanto a la población más joven, el porcentaje de adictos sube hasta el 46% (53% en chicas y 39% en chicos), con un 8% que se aproxima a niveles patológicos. De hecho, los jóvenes son los más vulnerables ante este fenómeno. En una muestra europea y española, con una media de 16 años, comprar se percibe como una de las actividades más estimulantes que puede ofrecer una ciudad. A los jóvenes les gusta entrar en centros comerciales, sienten el deseo irrefrenable de adquirir cosas nuevas con un alto grado de impulsividad, total ausencia de autocontrol y una deficiente responsabilidad económica. La razón es sencilla: la adolescencia es una etapa en la que hay mayores dificultades para controlar los impulsos, además los jóvenes son los que, equivocadamente, asocian consumo con felicidad, éxito social y prestigio personal. En menor medida, la adicción también se relaciona con la baja autoestima. mismo, acción alimentada por la influencia de una publicidad basada en ideas tan falsas y simples como que la felicidad depende de la compra de ciertos objetos, o que adquirir una marca determinada nos facilita prestigio social. No cabe duda de que el consumo es sobre todo un reflejo de nuestro estado de ánimo y de nuestro tiempo. Es por eso que el universo comercial tiene una batalla abierta hacia el consumidor potencial durante la Navidad. Anuncios en TV, medios de comunicación, comercios, etc. realizan un bombardeo contínuo con escenas de felicidad, satisfacción y plenitud, al objeto de espolear nuestro saturado cerebro para que nos lancemos a realizar compras compulsivas. Un ejemplo de lo anterior podría ser los anuncios de perfumes y colonias, donde la banalidad, la desmesura y la superficialidad adquieren cotas dificilmente alcanzables en cualquier otra época del año. Asincerémonos un poco. En una sociedad como la nuestra, netamente consumista, no sólo sentimos cada vez mayor dependencia de algunos bienes materiales, sino que el consumo se ha convertido en un elemento de significación social. Se compra para mejorar la autoestima, para ser admirado, envidiado y/o deseado. En definitiva, para poder sentirnos mejor. A este respecto, podemos precisar que hay tres fenómenos que le son propios y que juntos producen lo que se denomina la adicción al consumo: En primer lugar, estaría la tendencia irrefrenable a ir de compras, en emplear parte de nuestro tiempo en grandes almacenes o escudriñándo escaparates como una forma de huir del tedio. En segundo lugar, el deseo intenso de comprar algo que no se necesita y que, una vez adquirido, pierde todo su interés, inclinación que se relaciona con situaciones de insatisfacción vital. Por último, y asociada a la compra compulsiva, la adicción al crédito, Ante esta situación, la mejor terapia es ser realista. Cabe recordar que no es necesario hacer grandes regalos para demostrar grandes afectos. Una cena de Nochebuena más cara no garantiza la calidad de unas relaciones personales o familiares. Al contrario, cuando finalicen las fiestas, posiblemente aumente el estrés y ansiedad debido a que se tendrá que hacer frente a más gastos. Es mejor recuperar la esencia de las fiestas: el descanso personal, sobre todo a nivel emocional y, por encima de todo, el sano ejercicio de divertirse, que para eso son días de celebración y encuentro social, algo que por suerte está al alcance de todos nosotros y de nuestros bolsillos. La clave consiste pues en potenciar nuestros afectos más que nuestras pretensiones materiales, de modo que lo verdaderamente importante esté en compartir tiempo y vivencias con los seres queridos. Todo lo demás, es accesorio.