FERNANDO VII y su época. Una aproximación patobiográfica. Volver a pagina inicio Historia Autor: Roberto Pelta Fernández. Historiador de la Sociedad Española de Alergología e Inmunología Clínica y Miembro Numerario de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas. Los comienzos de un monarca Como afirma Juan Eslava Galán en su interesante libro "La Historia de España contada para escépticos" (Editorial Planeta S.A., 1995): <<Dios a Fernando VII además de hacerlo feo ("ese narizotas, cara de pastel", lo llamaban) lo hizo vil, falto de escrúpulos, rencoroso, miserable y taimado.>>. Era el primer hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma, siendo considerado a su vez como el último representante del absolutismo en España. Nació el 14 de octubre de 1784 en El Escorial, cuando su madre tenía en su haber varios embarazos que no habían llegado a término y la edad de 33 años. La reina padecía una importante enfermedad hepática, estando únicamente orgullosa de sus brazos, lo que le llevó a pedir la dispensa de tener que llevar guantes en los actos oficiales, para poder lucir aquéllos. En cuanto al nuevo miembro de la familia real, esta era la opinión del comentarista de la "Gaceta de Madrid" el 19 de octubre de 1784, a los 5 días del feliz alumbramiento: <<Sabemos que la reina nuestra señora sigue con la mayor felicidad en su sobreparto y que el señor infante Don Fernando, recién nacido, da señales de que su buena constitución y robustez corresponden a su corpulencia>>. Posteriormente, aunque Fernando fue educado para reinar, nunca mostró interés alguno por ampliar sus conocimientos ni tampoco por la práctica deportiva. Pero además, al parecer sus primeros años de vida estuvieron dominados por los miedos y los temores a casi todo. Para hacernos una idea de cómo era su vida cotidiana a la edad de 11 años retomaremos las palabras que en su libro titulado "Fernando VII.Vida y reinado", reproduce Pedro Voltes, para describir la situación: <<Se levantará su alteza a las seis de la mañana, desde primero de septiembre hasta fin de abril y, luego que esté vestido, asistirá el preceptor y rezará con su alteza el tédeum y la oración correspondiente, dando gracias a Dios por haberle sacado de las tinieblas de la noche y suplicándole le preserve de ofenderle en el día, y quedará al arbitrio del preceptor proponer a su alteza algún punto de meditación o algunas otras oraciones vocales; y después le instruirá en algún punto de gobierno y política cristiana. A las siete se retirará su alteza a estudiar la lección que el maestro de latinidad le enseñare, hasta las ocho, en que desayunará y entrará el maestro a explicarle la lección y ejercitarlo en lo atrasado, para que no se le olvide, y todo durará hasta las nueve. Desde esta hora hasta las diez y cuarto se peinará y oirá misa, y después leerá su alteza la historia que le señalare su maestro. Desde las diez y cuarto hasta las once menos cuarto tomará su alteza la lección de baile. A las once menos cuarto pasará su alteza al cuarto de sus majestades a darles cuenta de su salud y aprovechamiento, y saber cómo han pasado la noche, manifestando a sus augustos padres el afecto y cariño que les profesa y los deseos de complacerles y servirles. Vuelto su alteza al cuarto de su habitación, le esperará el maestro de Historia y le impondrá en los puntos que haya leído, con el tiempo y lugar en que sucedieron los hechos, cuyo ejercicio durará hasta las doce y cuarto. A esta hora se servirá a su alteza la comida y concluida se divertirá en lo que guste o hará la siesta hasta las dos. Desde esta hora hasta las tres estudiará la lección que por la mañana le haya señalado el maestro de latinidad, y a las tres saldrá su alteza al paseo, con su augusto hermano el señor infante don Carlos, y sus respectivos tenientes de ayo; sin excusarse por esto, el preceptor de acompañar a sus altezas las tardes que dispongan sus majestades como se lo tienen prevenido; dando, cuando haya de ser, la orden correspondiente para que se quede en Palacio cualquiera de los dos...>>. Para no alargar mas esta pormenorizada descripción de la vida diaria del joven Fernando VII, diremos que la cena estaba prevista sobre las nueve de la noche y la hora de marcharse a dormir sobre las diez o un poco antes. Por otra parte, desde el 1 de mayo hasta finales de agosto, el príncipe debía de levartarse a las 5 de la mañana. Su preceptor fue un hombre muy culto, el padre Felipe de San Miguel, y probablemente le inculcó su amor por las artes, que le llevaría en el futuro a la creación del Museo del Prado. El primer matrimonio Cuando Fernando alcanzó la edad de 13 años, comenzaron las pesquisas para buscarle pareja. Aunque no prosperó, la idea inicial era casarle con la princesa Augusta, hija del rey de Sajonia, que además de ser bella e inteligente aportaría una cuantiosa dote. Sin embargo, más tarde se barajó la posibilidad de concertar la boda de la infanta María Isabel con el príncipe heredero de Nápoles, pero a ello no se prestó la reina napolitana si al mismo tiempo no se celebraba el matrimonio del príncipe Fernando con su hija María Antonia. Ahora bien, esta última condición no era muy del agrado de la madre del futuro Fernando VII, la reina María Luisa. A su vez, el príncipe heredero de Nápoles, estaba casado con la archiduquesa María Clementina, pero se temía por la vida de aquélla debido a la tuberculosis que padecía. El óbito tuvo lugar el 15 de noviembre de 1801, concertándose unos días después los dos enlaces, que se celebrarían por poderes en Nápoles el 26 de agosto de 1802. Por fín el 4 de octubre de 1802 se casó en Barcelona el futuro rey Fernando VII con María Antonia de Borbón, princesa de las Dos Sicilias, que a su vez era prima suya. Los padres de aquélla eran Don Fernando, hermano de Carlos IV, así como María Carolina de Austria. Siguiendo la costumbre de los Habsburgo, la boda fue doble, pues también Don Francisco, hijo y heredero del rey de las Dos Sicilias, desposó a la infanta María Isabel, que era hermana de Fernando VII. La esposa de éste lloró desconsolada al contemplar por primera vez su imagen, siendo descrito por su suegra como un sujeto "de horrible aspecto", pues era obeso, poseía una voz aflautada y tenía un carácter apático. Según Juan Balansó, María Antonia relataba así en la primera carta que desde Aranjez le dirigió a su cuñado el archiduque Fernando de Toscana, comenzada el 23 de enero y continuada el 11 de febrero de 1803, la impresión inicial tras conocer a Fernando en Barcelona: <<Bajo del coche y veo al Príncipe; creí desmayarme. En el retrato que enviaron a Nápoles parecía más bien feo que guapo, pero comparado con el original es un Adonis, y tan encogido. Os acordaréis que Santo Teodoro, el embajador de Nápoles, escribía que era un buen mozo, muy despierto y amable. Cuando está uno preparado encuentra el mal menor; pero yo, que creí el cuento, quedé espantada al ver que era todo lo contrario.>>. Al mes del enlace, el 10 de noviembre de 1802, la reina María Carolina de Nápoles y suegra de Fernando escribió a su embajador en Madrid una misiva, en los siguientes términos: <<Mi hija está desesperada. Fernando es enteramente memo; ni siquiera un marido físico, y por añadidura un latoso, que no hace nada y no sale de su cuarto.>>. El tono de una nueva carta fechada el 3 de mayo de 1803, era el siguiente: <<Mi hija es completamente desgraciada. Un marido tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado y ni siquiera hombre físicamente, y es fuerte, cosa que a los dieciocho años no se siente nada y que a fuerza de orden y persuasión se hayan hecho inútiles pruebas sin consecuencias: ni placer ni resultado.>>. En cuanto a una apreciación ulterior más reflexiva pronto confesaría la reina la decepción sufrida en su diario íntimo, que a su vez hizo llegar a su progenitora, tras los primeros escarceos sexuales con Fernando VII. Téngase en cuenta que el jóven rey tenía dieciocho años por aquel entonces, había llegado virgen al matrimonio, pero además su educación al respecto era nula y parece ser que tardó varios meses en tomar conciencia de la nueva situación personal; este hecho es atribuído por algunos a una impotencia pasajera, aunque no existe seguridad documental al respecto. Sin embargo en breve iban a cambiar las tornas, granjeándose el rey entre sus súbditos la fama de varón bien dotado, al que algunos creían ver entrando embozado en diversas casas de lenocinio de la capital de España. Veamos lo que escribe al respecto el Marqués de Villa-Urrutia, en un libro publicado en 1943, que tituló "Fernando VII, rey constitucional": <<Era Fernando hombre de muchos y desordenados apetitos, harto dañosos para la enfermedad que padecía; pero no gustaba de solazarse con las damas de su corte, como su ilustre antepasado el gran rey francés, antes de que lo sometiera a su severa disciplina Madame de Maintenon. Aunque muy aficionado a las mujeres, no le inspiraban mayor confianza, sintiendo una instintiva repugnancia a dejarse gobernar por privados o queridas. Solía salir disfrazado por las noches en compañía del Duque de Alagón, tanto para enterarse, a guisa de sultán oriental, de lo que se decía y hacía en la coronada Villa, capital de sus reinos, como para entregarse fuera de palacio a ciertos deportes que los musulmanes practican dentro del harén; siendo las hembras con quienes el amanolado monarca gustaba de platicar y de juntarse mozas de rompe y rasga, de mucho trapío y poco señorío, que en los barrios bajos gozaban de renombre, sin excluir alguna que otra doncella menesterosa que, para dejar de serlo, invocaba como excusa la dura ley de la necesidad y el respeto que hasta en sus deslices impone la realeza.>>. En cuanto a la relación con María Antonia de Borbón, refiere Alquier, que era ministro de Francia en Nápoles, en un despacho fechado el 4 de mayo de 1803, la siguiente anécdota. Una tarde en que la esposa de Fernando quiso retirarse a sus aposentos tras el almuerzo, empeñose él en que se quedara. Ante la negativa de ella, la cogió con violencia del brazo, exclamando: <<Aquí soy yo el amo: tienes que obedecer, y si no te conviene te marchas a tu tierra, que no he de ser yo quien lo sienta>>. Por su parte María Antonia hizo la siguiente reflexión, que leyó a Alquier la reina María Carolina: <<Este proceder, de haberle yo querido, me hubiese hecho morir de pena; pero me sirve de consuelo el desprecio que me inspira su persona.>>. Pero a su vez la joven esposa estaba asediada por dos frentes, pues la reina María Luisa se refería a su nuera de esta guisa: <<Escupitina de su madre, víbora ponzoñosa, animalito sin sangre y sí todo hiel y veneno, rana a medio morir, diabólica sierpe>>. Pero además la siniestra suegra controlaba desde los trajes que debía de lucir hasta las lecturas que según ella le convenían, llegando a expresar en una carta las siguientes palabras: <<María Antonia ha tenido hoy su terciana, nada le he dicho de los libros por estar así y porque me han dicho que los que son, dudo lo diga y sí los guardé; dicen son de aquéllos malos con unas estampitas diabólicas, y que nada tras un abanico, como uno que dicen había visto a una dama, pero que no aparecen lo que son viéndolos al vislumbre, qué haré, pues eso es intolerable. Dicen que Fernando echa ojeadas a esas estampas. Esto lo han dicho las Daquieres, que son las mozas de retrete que vinieron de allá. El rey ha visto hoy uno de los libros que tenía allí, en papel rústico azul, creo que su título es Les folies de ces temps: An neuvième de la République, impreso en París, que le ha parecido malo por una lámina que tenía al principio. Maleará a Fernando. Esas mozas de retrete me parece que no convienen, pues por lo mismo que son dos mujeres que no suenan en el mundo pueden hacer más daño, y en aquel cuarto todas las respetan por las alas que les da su ama.>>. Según el Marqués de Villa-Urrutia, autor de los libros "Las cuatro mujeres de Fernando VII", "La reina gobernadora" y "La reina María Luisa de Parma", dichos libros debían ser textos de ilustrados del siglo XVIII, que probablemente abundaban en la biblioteca de Valençay y que el infante Don Antonio salvó del fuego por no entender el francés, eliminando únicamente sus laminas. La primera esposa de Fernando VII falleció en Aranjuez el 21 de enero de 1806, a consecuencia de una tuberculosis, tras dos embarazos malogrados con los consiguientes abortos, habidos en noviembre de 1804 y agosto de 1805, respectivamente; no faltó la opinión de algunos que vieron como causa posible del óbito un envenenamiento ordenado por Godoy, al que luego me referiré. Pero probablemente contribuyeron al fatal desenlace el clima de Madrid y el ambiente frío que disfrutó durante su estancia en el Palacio Real. Surgen las intrigas y llega la guerra Tras la muerte de la reina el intrigante canónigo Juan de Escoiquiz, que había sido uno de los encargados de la educación de Fernando VII, contactó secretamente con Napoleón, solicitando como nueva esposa a una princesa de la familia Bonaparte. Las conspiraciones que se sucedieron dieron lugar al llamado "Proceso de El Escorial", entre octubre de 1807 y enero de 1808. Fernando VII lideró un partido de oposición al de Manuel Godoy, primer ministro del Gobierno durante el reinado de su progenitor Carlos IV, que aprovechando el descontento popular motivado por la invasión de nuestro territorio por las tropas napoleónicas desencadenó la revuelta conocida como motín de Aranjuez, en marzo de 1808. Cabe reseñar ahora que Manuel Godoy y Alvárez de Paria de los Rios Sánchez Zornoza, que así se llamaba el personaje, era el apuesto amante de la reina María Luisa de Parma, con la anuencia o quizás la ignorancia del bonachón Carlos IV. La curiosa pareja se había conocido un día de otoño del año 1788, cuando Doña María Luisa viajaba a Segovia y observó que Godoy, entonces oficial de los guardias de Corps, fue arrojado al suelo por el caballo que montaba; pero el gallardo oficial tomó al alazán con decisión por el bocado, volviéndolo a montar de un salto. María Luisa quedó tan impresionada por lo sucedido y el comportamiento del galán, que días después le hizo llamar a Palacio. Volviendo ahora al referido motín, diré que su consecuencia fue la abdicación de Carlos IV, tras la destitución de Godoy, comenzando a reinar Fernando VII el 19 de marzo de 1808. Pero acto seguido el nuevo monarca, al igual que el resto de la Familia Real fue llamado a Bayona por Napoleón, partiendo hacia el país galo el 10 de abril de aquel año. El Emperador le forzó a renunciar a la corona de España abdicando Fernando nuevamente en su padre, Carlos IV, que a su vez renunciaba al trono en favor del hermano de Napoleón, el cual reinaría como José I. Pero cuando las tropas sacaban del Palacio Real al infante Francisco de Paula para llevarlo a Francia, el 2 de mayo de 1808, el heroico pueblo madrileño se alzó en armas, uniéndose a la causa algunos destacamentos del ejército y los capitanes del parque de artillería Daoíz y Velarde. Goya retrató magistralmente con sus pinceles dos escenas de la gloriosa jornada: la carga de los mercenarios egipcios que servían a sueldo en el ejército francés, los llamados mamelucos, en la Puerta del Sol, así como los fusilamientos de la Moncloa aquella misma noche, a la luz de los faroles. Se iniciaba de este modo la Guerra de la Independencia. Entretanto Fernando VII, su hermano y su tío dedicaban sus ociosas existencias en Valençay a bordar, jugar al billar y a la lotería, mientras nuestros compatriotas se batían con los franceses. Pero numerosos ilustrados que eran admiradores de la cultura gala, los llamados "afrancesados", aceptaron al hermano de Napoleón como rey, permaneciendo en el trono hasta 1814, siendo designado por nuestros compatriotas como "Pepe Botella". Aunque dicho rey era totalmente abstemio, su imagen se vió degradada por la infamia popular, que le acusaba injustamente de abusar de las bebidas alcohólicas. Sirva como prueba de la felonía de Fernando el contenido de esta carta dirigida a Napoleón, elogiando la decisión de aquél de haber colocado a su hermano en el trono de España: <<Señor: he recibido con sumo gusto la carta de V.M.I. y R. de 15 de corriente, y le doy las gracias por las expresiones afectuosas con que me honra, y con las cuales yo he contado siempre (...). Doy muy sinceramente, en mi nombre y de mi hermano y tío, a V.M.I. y R., la enhorabuena de la satisfacción de ver instalado a su querido hermano el rey José en el trono de España. Habiendo sido objeto de todos nuestros deseos la felicidad de la generosa nación que habita en tan dilatado terreno, no podemos ver a la cabeza de ella a un monarca más digno ni más propio por sus virtudes para asegurársela, ni dejar de participar al mismo tiempo el grande consuelo que nos da esta circunstancia...>>. Pero aún cabe más ignominia, pues cuando el pueblo español estaba en plena lucha con el enemigo galo, Fernando le dirigía a Napoleón esta otra misiva: <<Señor: El placer que he tenido viendo en los papeles públicos las victorias que la Providencia corona sucesivamente la augusta frente de V.M.I. y R., y el grande interés que tomamos mi hermano, mi tío y yo en la satisfacción de V.M.I y R. nos estimulan a felicitarle con el respeto, el amor, la sinceridad y reconocimiento en que vivimos bajo la protección de V.M.I. y R.>>. Además era tal el grado de adulación de Bonaparte por parte de Fernando, que llegó a pedirle a aquél la mano de su sobrina Lolotte, hija de Luciano Bonaparte y de Catalina Boyer. Asimismo, los miedos que Fernando arrastraba desde la infancia, le hicieron salir de Madrid para tener un encuentro con el Emperador de los franceses, paralizándole de tal modo que no pudo detenerse en Vitoria para intentar la fuga, con la consiguiente abdicación del trono español. Ya que Fernando parecía sentirse como un miembro más de la familia Bonaparte, no cejó en su empeño de emparentar con ellos. Y entonces llegó a tener la feliz ocurrencia de pedir la mano de Zenaida Bonaparte, hija del rey intruso José I y de Julia Clary. En el transcurso de la Guerra de la Independencia se constituyeron una serie de "juntas", para organizar la resistencia. La de Andalucía logró reunir un ejército nada despreciable, que derrotó en Bailén a las tropas del general Dupont. Como consecuencia de esta victoria creció la moral de los españoles, viéndose obligado José I a abandonar Madrid. Durante la referida contienda el Consejo de Regencia, que se constituyó para oponerse al rey francés, reunió a las Cortes en Cádiz el año 1810, declarando <<único y legítimo rey de la nación española a Don Fernando VII de Borbón>>. Ello explica que en sus años de ausencia de nuestro territorio fuera llamado por el pueblo con el sobrenombre de "El Deseado". Tanto Fernando, como su hermano Carlos y su tío Antonio partieron al cautiverio del castillo de Valençay, pasando allí casi 6 años, dando continuas muestras de adhesión a Napoleón; entretanto el pueblo español combatía denodadamente en la Guerra de la Independencia, tras propagarse rápidamente por toda España la insurreción madrileña del 2 de mayo. La referida victoria del general Castaños en Bailén forzó la retirada de las tropas francesas hasta el Ebro, desembarcando un ejército inglés en Portugal. Tras la invasión napoleónica españoles e ingleses fueron derrotados en varias batallas, como las de Tudela y Uclés, debiendo retirarse nuestros compatriotas al sur y viéndose obligados a reembarcar los ingleses. El año 1813 José Bonaparte es perseguido por Wellington y se retira al norte, siendo derrotado en Vitoria y San Marcial, con lo que se pone fín a la Guerra. En diciembre de ese mismo año Bonaparte firmó la paz con Fernando, en el llamado "Tratado de Valençay", concediéndole la libertad. Un monarca absoluto En 1814, una vez que acabó la contienda con los franceses, Fernando VII regresó a España, con la intención, según sus propias palabras, de ser <<un rey absolutamente absoluto>>. Dio buena prueba de sus propósitos, pues al llegar a Madrid ordenó a la comitiva que le acompañaba que evitase el paso ante el edificio de las Cortes, donde le aguardaban los representantes del pueblo que había luchado por su regreso. José Antonio Vidal Sáles, en su libro "Los Borbones: una dinastía trágica" (Editorial Mitre. Barcelona, 1985), hace la siguiente observación al respecto: <<Es la época en la que el espíritu de la Ilustración gravita sobre los intelectuales, que junto a los patriotas apoyados por los ingleses se disponen ahora a recibir al nuevo y legítimo rey, hasta ese momento cautivo en la fortaleza francesa de Valençay>>. A la llegada de Fernando VII a Valencia un grupo de diputados reaccionarios le presentó el llamado "Manifiesto de los Persas", que era un documento en el que le aconsejaban derogar la Constitución elaborada en 1812 en las Cortes de Cádiz, conocida como "La Pepa", por haber sido promulgada el día de San José. La primera etapa de su gobierno se caracterizó por el absolutismo (1814-1820) y tuvo lugar la persecución y depuración de liberales y afrancesados, así como por un intento de sanear la economía y la Hacienda Pública. Fue un período de privación de libertades, teniendo lugar el cierre de universidades, la supresión de publicaciones y el acoso a los liberales rebeldes. La ruina absoluta de la Hacienda Pública hacía imposible la añorada reconquista de las colonias americanas emancipadas, viéndose frustrada a su vez la posibilidad de elevar a España al rango de potencia europea. A partir de 1816 se fueron sucediendo las victorias de San Martín, Bolívar y Sucre, haciendo desvanecerse la idea de mantener el dominio español en territorio americano. Pronto pasó el monarca de ser el "rey deseado", a convertirse en "rey malquerido" y "rey felón". Se trata de una época en que los constitucionales, cuando ven pasar al rey por la calle, le increpan diciendo: <<¡Vivan las cadenas!>>. Además, en palabras del referido Vidal Sáles: <<El rey alterna su viudez con las escapadas a los burdeles y el trasiego celestinesco de cardenales y embajadores, que no descansan en seducir vírgenes de estirpe real para arrojarlas al lecho del felón>>. Un nuevo matrimonio En 1818, tras 8 años de viudez, Fernando VII contrajo segundas nupcias con María Isabel de Braganza. Afirma González-Doria en su libro "Las reinas de España", en relación con este asunto, lo siguiente: <<Lo que en verdad conviene ahora al rey de España es tener un aliado importante que sea vecino de los territorios coloniales de América, en los que va prendiendo la antorcha de la insurrección, y da por ello en pensar que nadie mejor que su cuñado Juan VI de Portugal, casado con su hermana mayor la infanta Doña Carlota Joaquina, quienes están instaurando la monarquía imperial del Brasil, en donde se encuentran desde que las tropas napoleónicas se aprestaron a invadir el territorio lusitano. Tienen los monarcas portugueses tres hijas y dos hijos: María Teresa, Isabel, Pedro, María Francisca y Miguel. La mayor de las hermanas ha casado en 1810 con un primo hermano de su madre, el infante Don Pedro de Borbón, hijo del infante Don Gabriel y nieto del rey Carlos III; están solteras, por tanto, en este momento Isabel y María Francisca; Fernando VII elige para sí a la mayor de éstas, y adjudica la otra a su hermano Don Carlos, pero previamente tiene que convencer al infante para que vuelva atrás de su propósito de mantenerse célibe, lo que más hubiese valido, pues se habría ahorrado España posiblemente la escisión dinástica que, originada por este infante, se producirá años después.>>. La nueva esposa de Fernando era poco agraciada, gorda, mofletuda, con la cara pálida, los ojos saltones, una gran nariz y la boca torcida, así como corta de entendederas. Un madrileño anónimo colocó un papel en una de las puertas del Palacio Real, con la siguiente inscripción: Fea, pobre y portuguesa... ¡Chúpate ésa!. A los dos meses de casada, la reina sintió los primeros síntomas de embarazo, pero Fernando continuó con sus excursiones nocturnas, acudiendo a las tabernas madrileñas y a una casa de lenocinio que regentaba una tal Pepa, apodada "La Malagueña". La nueva esposa le dio a Fernando una hija, nacida el 21 de agosto de 1817, a la que pusieron el nombre de María Luisa, como su abuela paterna, pero fallecería a los 5 meses de edad. Tras el luctuoso suceso el rey parecía muy apenado, pero sin embargo continuó frecuentando las casas de mala nota. Asimismo el monarca se trajo a Madrid a una apuesta moza de Sacedón, el pueblo alcarreño al que iba a tomar los baños para aliviar sus ataques de gota, pero además visitaba a una viuda en Aranjuez. Surge entonces la anécdota, pues el coronel Trinidad Balboa, representante de la recién creada Policía, se vanagloriaba de que ni el propio rey escapaba a su vigilancia. Cierto día escribió en uno de sus partes, la siguiente nota: <<Que no ocurría más novedad que la alarma en que vivían los fieles súbditos de su majestad temiendo que los aires fríos y húmedos de la noche en los jardines atacaran su preciosa salud.>>. Cuando el rey tuvo noticia del hecho, le previno de que <<cierta clase de indagaciones podrían concluir con un viaje a Ceuta>>. A partir de entonces Balboa debió de guardar gran discreción, ya que más tarde llegaría a alcanzar el generalato. En cuanto al matrimonio del rey con la princesa portuguesa cabe decir que no se mantuvo ni tres años, muriendo también la reina en diciembre de 1818, cuando todavía no había cumplido los veintiún años tras el mal parto de su segunda hija, que a su vez nació muerta por cesárea el 26 de diciembre de dicho mes. Según Juan Balansó, autor de varios libros sobre la realeza española, la carnicería que llevaron a cabo los médicos fue tal que la sangre corría a raudales por la habitación donde se llevó a cabo la intervención quirúrgica. La tercera esposa En octubre de 1819 el rey celebró un nuevo matrimonio con María Josefa Amalia de Sajonia, que era natural de Dresde, prima segunda de Fernando e hija de Maximiliano de Sajonia y de Carolina Teresa de Parma; se trataba de una joven muy devota y aficionada a la poesía, poco agraciada físicamente y a la que su progenitor confinó en un convento a orillas del Elba, cuando aún era muy pequeña. La nueva soberana tenía tan sólo 15 años y creo que es sumamente demostrativo el relato que hace Vidal Sáles de la noche de bodas, cuando afirma al referirse a la esposa: << Una muchacha de dieciséis años (no los había cumplido todavía), rigurosamente educada en el marco conventual de un colegio monjil, donde ha aprendido bordado, música y pintura. Noche nupcial de singulares y pintorescos aconteceres: la princesa, recordando las máximas religiosas de sus monjas, evoca el pecado mortal y le sugiere a su esposo el rey rezar el Santo Rosario. Pero cuando finaliza el rezo y el rey está que arde, empieza a acariciarla. Ella lanza entonces un alarido y se orina de miedo, mojando al rey que sale de estampía de la alcoba. Todo esto, volverá a repetirse, con algunas variantes, durante semanas y semanas...>>. Veamos ahora la versión de González-Doria, sobre el comportamiento sexual de la nueva esposa: <<No había cumplido la reina todavía los dieciséis años, cuando se veía casada con un hombre casi veinte mayor que ella, quien además de resultar un galán más que corrido, y ya con algunos achaques por su dolencia de gota, era físicamente un verdadero adefesio. A Doña María Josefa nadie se había tomado la molestia de ponerle en antecedentes de algunas circunstancias, por lo que la pobrecilla no tenía ni la más remota idea de que los niños no vienen al mundo merced a los desinteresados servicios de una amable cigüeña, como le habían dicho las monjitas de su convento de las orillas del Elba, sino en virtud de realizar determinadas prácticas, que le causaron tal horror cuando estuvo a punto de poder experimentarlas la noche de bodas, que la ingenua soberana, presa de verdadero pánico, no pudo evitar orinarse en el lecho, dando lugar a que Fernando VII, a poco de haber entrado en la regia alcoba, salió de ella más que de prisa, en paños muy menores, echando pestes y apestando a demonios.>>. Probablemente las aguas menores se acompañaron de una defecación imprevista, con el consiguiente olor desagradable. A partir de entonces la reina se cierra en banda para hacer el amor con su marido, por lo que Fernando se ve obligado a recurrir al Sumo Pontífice, enviándole un mensaje urgente, para que con sus consejos intente convencer a la esposa de que entra dentro de sus cometidos el facilitar la consumación del matrimonio. Uno de los consejeros reales lee el escrito, intentando explicarle al rey que los términos empleados son muy duros, respondiéndole el monarca con estas palabras: <<¡Demasiado suave!. ¡O yo jodo de una vez con esa pazguata o que el Santo Padre anule mi matrimonio!.>>. El Papa hace que María Josefa llegue a <<aceptar como bueno el obligado tributo conyugal, bendecido por la Santa Madre Iglesia>>, pero efectuando previamente el consabido rezo del rosario. Aún así las cosas el empeño de conseguir descendencia parece inútil, y al tener conocimiento el rey de los efectos beneficiosos sobre la frigidez y la esterilidad de las aguas de Solán de Cabras, se traslada con su mujer a Beteta, en la provincia de Cuenca, para tomar aquéllas. Era un caluroso mes de agosto, discurriendo la comitiva en coche de mulas por caminos polvorientos. El ritual se repite año tras año, hasta que un día Fernando VII le hace un corte de mangas a uno de sus oficiales y afirma lo siguiente: <<¡En estos viajes acabaremos todos preñados menos la reina!>>. En cuanto a las costumbres de Fernando VII no practicaba la caza, ni tampoco hacía ejercicio físico alguno, probablemente debido al asma bronquial que padecía. Por el contrario frecuentaba las corridas de toros, dirigiendo la lidia con una serie de gestos secretos. Tras la etapa liberal vuelve el absolutismo En 1820 tuvo lugar el pronunciamiento liberal de Rafael del Riego, en Cabezas de San Juan (Sevilla), que fue seguido por otras guarniciones, obligando al rey a jurar la referida Constitución liberal. Se inauguraba así la segunda etapa del reinado de Fernando VII (1820-1823), llamada "trienio liberal", aboliéndose los privilegios de clase y los mayorazgos, además de suprimirse la Santa Inquisición y de producirse la ruptura de relaciones con la Santa Sede. Pero en 1822 surgió un movimiento contrarrevolucionario, denominado "Regencia de Urgell", con el apoyo interior de campesinos y el exterior de la llamada "Santa Alianza", que desde Centroeuropa abogaba por defender los derechos de los monarcas absolutos. Los soberanos que integraban la Santa Alianza, a la que a su vez solicitó ayuda Fernando VII tras un fracasado levantamiento de la guardia real en julio de 1822, celebraron entre octubre y noviembre de 1822 un congreso en Verona, confiando a Francia la misión de acabar con el régimen liberal español. El 7 de abril de 1823 entraron en España bajo el mando del general Duque de Angulema los "Cien Mil Hijos de San Luis", que habían sido llamados por el rey, a los que se sumaron algunas tropas españolas, en un intento de restaurar el absolutismo en la persona de Fernando VII. Así se logró suprimir nuevamente la Constitución, restableciéndose todas las instituciones vigentes en enero de 1820, a excepción de la Inquisición. Tras recobrar el poder el rey inició una gran represión, con un absolutismo extremo, que abarcó la llamada "década ominosa" o "década absolutista" (1823-1833); en dicha etapa la represión fue mayor y más cruel que en los años anteriores. Durante dicha etapa el monarca vivió sumido en el temor a sus enemigos absolutistas y liberales, reprimiendo con severidad los pronunciamientos liberales, que llegaban generalmente en forma de desembarcos organizados desde Gibraltar, aunque también lo hacían a través de los Pirineos. Surge la cuestión sucesoria La tercera esposa de Fernando VII falleció en Aranjuez el año 1829, a los 10 años de su matrimonio y cuando contaba 26 años de edad, como consecuencia de haber contraído unas "fiebres malignas". En los últimos años se había dedicado a obsequiar a su marido con unos versos insufribles, por lo que cuando habían transcurrido unos días desde el momento en que sucedió el óbito y sus allegados le aconsejaron que debía de buscar nueva pareja, dio un golpe con el puño sobre la mesa de su escritorio, gritando: ¡Estoy hasta los cojones de rosarios y de versos!. Al poco tiempo, el 9 de Diciembre de 1829, se casó en Aranjuez con su sobrina María Cristina de Borbón y Borbón, que era hija de su hermana María Isabel y de Francisco I de las Dos Sicilias, rey de Nápoles. Se trataba de una atractiva mujer, con un cuerpo escultural y una mirada ardiente, que había nacido en Palermo el 27 de abril de 1806. En su libro "La reina gobernadora", el Marqués de Villa-Urrutia, nos da en 1925 la siguiente descripción de la nueva soberana: <<Era considerada Cristina como hermosa, no por la corrección de sus facciones, sino por el conjunto, según se puede apreciar en el retrato de Don Vicente López, cuyo pincel, como el de Goya, no pecó de cortesano y lisonjero. Su cabello era castaño; los ojos, pardos, parecían negros a distancia, y sin ser grandes resultaban expresivos y dominantes; la boca, graciosa, con propensión constante a la sonrisa...>>. Fernando tenía entonces 45 años, pero estaba muy desgastado por sus excesos, padeciendo además gota, retención urinaria y una hernia. Afirma Villa-Urrutia al respecto: <<El valetudinario monarca, de cuarenta y cinco años de edad y ochenta de experiencia, lamentaba haber prodigado sin tino sus energías en el pasado, porque lo cierto es que sus fuerzas viriles ya no eran lo que antaño fueron, aunque todavía se sentía capaz, pese a la villana gota, de comportarse cumplidamente con una dama.>>. A la nueva esposa le gustaba participar del juego del amor, refiriéndose a ella Fernando como su "pichona". La salud del rey era objeto de preocupación por parte de los liberales, en tanto que los absolutistas veían mal el nuevo enlace matrimonial pues tenían su esperanza en que el hermano de Fernando, Don Carlos María Isidro, que era conocido por su fanatismo religioso y su odio a la Masonería, pudiese llegar al trono de España. Pronto se hizo popular el hecho de que la reina tenía ideas liberales, influyendo notablemente en el rey Fernando y en la política que se siguió en nuestro país. Se abrieron nuevamente las universidades e inclusive hubo algunos indicios de amnistía. De cara a la sucesión, que se planteó en los años finales del reinado de Fernando VII, desde 1713 estaba vigente la Ley Sálica, promulgada por Felipe V, que impedía el acceso al trono a las mujeres. Por ello en 1789 las Cortes aprobaron a instancias de Carlos IV una Pragmática Sanción que la derogaba, aunque no se publicó hasta 1830, cuando el rey esperaba un sucesor de su nueva esposa. Se restablecía así la tradición española, que se había iniciado en Las Partidas de Alfonso X el Sabio, cobrando de nuevo actualidad un uso que había imperado en toda la Península, a excepción de Aragón. Tras el nacimiento un tiempo después de la princesa Isabel, que ostentó el titulo de Princesa de Asturias y que reinaría en el futuro como Isabel II, se formó en la corte un grupo de carlistas que defendían la sucesión en el trono del hermano de Fernando VII, Don Carlos María Isidro de Borbón, negando la referida Pragmática Sanción. La segunda hija del cuarto matrimonio de Fernando VII sería la infanta Luisa Fernanda, que a los 14 años se uniría en matrimonio con el Duque de Montpensier. Este nuevo nacimiento aumentó el grado de oposición del infante Don Carlos para reconocer a su sobrina Isabel como sucesora en el trono español, pues además aquél estaba bajo las influencias de su esposa Doña María Francisca, que odiaba a María Cristina. El 14 de septiembre de 1832, que el rey cayó gravemente enfermo en La Granja de San Ildefonso, a consecuencia de la gota que padecía, varios cortesanos carlistas convencieron al ministro Francisco Tadeo Calomarde, que era responsable de Gracia y Justicia, para que obligase al monarca a firmar un Decreto derogatorio de la Pragmática Sanción, entrando nuevamente en vigor la ley Sálica. En presencia de otros ministros Calomarde logró que el rey estampase un garabato ilegible, pero cuando transcurrido un tiempo el monarca se recobró comprendió el alcance de lo ocurrido. Mientras el rey parecía que agonizaba los carlistas intentaron dar un golpe palaciego en la Granja de San Ildefonso, pero nuevamente fracasaron. A su vez el hermano menor del rey, Francisco de Paula, que era liberal y masón, se presentó en el palacio de La Granja en compañía de su esposa, Luisa Carlota. Esta, a sabiendas de que el ministro Calomarde era el que más podía influir en la reina para que cediera a las demandas de Carlos María Isidro y en consecuencia aquélla le haría firmar a su regio esposo, se encaró con Calomarde. Cuando tuvo en sus manos el original de la revocación de la referida Pragmática, lo arrojó a las llamas de una chimenea; al intentar salvarlo de la quema el ministro, aquella dama de armas tomar le dio una sonora bofetada. A dicha agresión respondió Calomarde, en los siguientes términos: <<Señora, manos blancas nunca ofenden>>. El infante Don Carlos marchó a Portugal, comenzando la isurrección carlista. En dicha etapa María Cristina se convirtió en reina gobernante, iniciándose una etapa de conciliación. Con motivo de la enfermedad de Fernando VII se constituyó un equipo de médicos bajo el mando del Doctor Pedro Castelló y Ginestá, que era de ideas liberales y había sido encarcelado en 1824 por el régimen absolutista. Ante la gravedad de la enfermedad real fue sacado de la prisión y conducido a Palacio, siendo curado el monarca en el plazo de un mes. Tras superar el rey aquel percance que puso en peligro su salud destituyó a Calomarde, el cual marchó al exilio, pasando a dirigir el Gobierno Francisco Cea Bermúdez, que nuevamente puso en vigor la Pragmática. En la hora final Tras la momentánea recuperación del rey, después del percance acontecido durante su estancia en el Palacio de La Granja, aparecieron nuevos achaques. Había noches que las pasaba recostado en un sillón, pues tenía gran sensación de falta de aire por el asma que padecía. Asimismo, continuaron asediándole la gota y la hidropesía. El 29 de septiembre de 1833, según el relato de Diego San José: <<Don Fernando hizo su vida habitual de enfermo. Despertóse temprano; rezó sus oraciones; vio a sus hijas; habló largo rato con Cristina sin sentirse muy acuciado por los achaques consabidos; almorzó con desgana, pues la enfermedad le quitó el buen apetito de que siempre hizo alarde, y luego del almuerzo durmió una breve siesta. Despertóse al cabo de una hora, y, sintiendo un poco de desmayo, se reanimó con una copa de vino seco que le sirvió la misma reina.>>. A primera hora de la tarde los médicos fueron a examinarle, como de costumbre, observando que tenía hinchada la mano derecha, por lo que le aplicaron dos cantáridas en el pecho y dos más en los pies. Dicha terapéutica consistía en el empleo de unos insectos coleópteros, para la fabricación de vejigatorios. Pero en breve sufrió el rey un episodio de apoplejía, que según Emilio Calderón, autor del libro "El rey ha muerto" (Editorial Cirene. Madrid, 1991), fue <<tan fulminante, que a los cinco minutos, poco más o menos, terminó su preciosa existencia>>. Añade este autor en su obra, como dato curioso, que fue tal el grado de descomposición del cadáver que el féretro hubo de ser soldado, para evitar el mal olor. Se abre una nueva etapa para España En el momento del óbito Fernando VII tenía 49 años de edad, dando comienzo el reinado de Isabel II. Triunfaron así los isabelinos, pero los carlistas se prepararon para la lucha. La viuda de Fernando iba a encontrar un pronto consuelo para su soledad, pues al cabo de dos semanas de la muerte de aquél, camino de La Granja de San Ildefonso, y según relata en sus memorias Doña Eulalia de Borbón, hija menor de Isabel II, ocurrió lo siguiente: <<A mitad del camino comenzó mi abuela a echar sangre por la nariz, y la hemorragia continuó hasta consumir los pañuelos de que disponían sus damas de honor. Fue preciso, en el apuro, acudir al oficial de la escolta, que, doblegándose sobre la montura, extendió hasta la acongojada reina un pañuelo. Un minuto después, pasado el mal, Cristina sacó del coche la mano, pulida y blanca, y con amable sonrisa devolvió la prenda al capitán Muñoz, quien, bizarramente y con gesto galante, se lo llevó a los labios...>>. La reina, por su parte, correspondió con una sonrisa.n Carlos marchó a Portugal, comenzando la isurrección carlista. En dicha etapa María Cristina se convirtió en reina gobernante, iniciándose una etapa de conciliación. Con motivo de la enfermedad de Fernando VII se constituyó un equipo de médicos bajo el mando del Doctor Pedro Castelló y Ginestá, que era de ideas liberales y había sido encarcelado en 1824 por el régimen absolutista. Ante la gravedad de la enfermedad real fue sacado de la prisión y conducido a Palacio, siendo curado el monarca en el plazo de un mes. Tras superar el rey aquel percance que puso en peligro su salud destituyó a Calomarde, el cual marchó al exilio, pasando a dirigir el Gobierno Francisco Cea Bermúdez, que nuevamente puso en vigor la Pragmática. En la hora final Tras la momentánea recuperación del rey, después del percance acontecido durante su estancia en el Palacio de La Granja, aparecieron nuevos achaques. Había noches que las pasaba recostado en un sillón, pues tenía gran sensación de falta de aire por el asma que padecía. Asimismo, continuaron asediándole la gota y la hidropesía. El 29 de septiembre de 1833, según el relato de Diego San José: <<Don Fernando hizo su vida habitual de enfermo. Despertóse temprano; rezó sus oraciones; vio a sus hijas; habló largo rato con Cristina sin sentirse muy acuciado por los achaques consabidos; almorzó con desgana, pues la enfermedad le quitó el buen apetito de que siempre hizo alarde, y luego del almuerzo durmió una breve siesta. Despertóse al cabo de una hora, y, sintiendo un poco de desmayo, se reanimó con una copa de vino seco que le sirvió la misma reina.>>. A primera hora de la tarde los médicos fueron a examinarle, como de costumbre, observando que tenía hinchada la mano derecha, por lo que le aplicaron dos cantáridas en el pecho y dos más en los pies. Dicha terapéutica consistía en el empleo de unos insectos coleópteros, para la fabricación de vejigatorios. Pero en breve sufrió el rey un episodio de apoplejía, que según Emilio Calderón, autor del libro "El rey ha muerto" (Editorial Cirene. Madrid, 1991), fue <<tan fulminante, que a los cinco minutos, poco más o menos, terminó su preciosa existencia>>. Añade este autor en su obra, como dato curioso, que fue tal el grado de descomposición del cadáver que el féretro hubo de ser soldado, para evitar el mal olor. Se abre una nueva etapa para España En el momento del óbito Fernando VII tenía 49 años de edad, dando comienzo el reinado de Isabel II. Triunfaron así los isabelinos, pero los carlistas se prepararon para la lucha. La viuda de Fernando iba a encontrar un pronto consuelo para su soledad, pues al cabo de dos semanas de la muerte de aquél, camino de La Granja de San Ildefonso, y según relata en sus memorias Doña Eulalia de Borbón, hija menor de Isabel II, ocurrió lo siguiente: <<A mitad del camino comenzó mi abuela a echar sangre por la nariz, y la hemorragia continuó hasta consumir los pañuelos de que disponían sus damas de honor. Fue preciso, en el apuro, acudir al oficial de la escolta, que, doblegándose sobre la montura, extendió hasta la acongojada reina un pañuelo. Un minuto después, pasado el mal, Cristina sacó del coche la mano, pulida y blanca, y con amable sonrisa devolvió la prenda al capitán Muñoz, quien, bizarramente y con gesto galante, se lo llevó a los labios...>>. La reina, por su parte, correspondió con una sonrisa. Fue tal el flechazo que el 28 de diciembre de 1833, que era la víspera de cumplirse los 3 meses de la muerte de Fernando VII, se celebró la boda en el Palacio Real. El pueblo de Madrid, haciendo uso de su peculiar gracejo, llamaría a partir de entonces a Fernando Muñoz con el sobrenombre de Fernando VIII. El nuevo matrimonio formado por María Cristina y su antiguo guardia de Corps, tuvo 8 hijos. Referencia bibliográfica -CELEBRES ASMATICOS. R.Pelta, M.A.Arribas (coordinadores/autores). E.U.R.O.M.E.D.I.C.E, Ediciones Médicas, S.L. Badalona (Barcelona), 2003. Fernando VII (1808) 1º reinado (1813 - 1833) 2º reinado Fernando VII, el Deseado, nació en El Escorial el 14 de octubre de 1784. Era el tercer hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma. Con la subida al trono de su padre, en 1788, Fernando era reconocido como príncipe de Asturias por las Cortes. Fue educado por el canónigo Escoiquiz quien le alentó la desconfianza y le inculcó un feroz odio a sus padres y a Godoy por manipularlos a su antojo. Su carácter se hizo frío, reservado e impasible a cualquier sentimiento. En 1802 se casó con María Antonia de Nápoles. Con el tiempo su esposa le tomó afecto y le movió a afirmar su personalidad, pero la princesa falleció en 1806 y Escoiquiz recuperó toda su influencia sobre Fernando, alentándole en sus conspiraciones, hasta que fue descubierto diendo lugar al conocido proceso de El Escorial. Un par de meses más tarde el motín de Aranjuez provocó que Godoy fuese destituido y Carlos IV abdicara en su hijo. Así, Fernando VII comenzó a reinar el 19 marzo 1808 con la aclamación popular, que no veía en él a un mal hijo sino a una víctima más de Godoy. Fernando VII, fue citado en Bayona, donde estaba su padre exiliado, por Napoleón Bonaparte, quien arbitró para que renunciase a la Corona española en su favor.Con las abdicaciones de Bayona de 1808, Napoleón nombró rey de España a su hermano José, empezando así la Guerra de la Independencia. José Bonaparte reinó en España hasta 1813 con el nombre de José I. Durante la guerra de la Independencia, el Consejo de Regencia, reunió en 1810 las Cortes en Cádiz y se declaró "único y legítimo rey de la nación española a don Fernando VII de Borbón", así como nula y sin efecto la cesión de la Corona a favor de Napoleón. Las derrotas de las tropas francesas a manos de los españoles llevaron a la firma del Tratado de Valençay el 11 de noviembre de 1813 por el que la Corona española era restaurada en la persona de Fernando. Fernando VII regresó a España. en 1814. Un grupo de diputados absolutistas le presentó el denominado Manifiesto de los Persas, en el que le aconsejaban la restauración del sistema absolutista y la derogación de la Constitución elaborada en las Cortes de Cádiz de 1812. Los primeros años de su gobierno, se produjo una depuración de afrancesados y liberales. En el Ejército se produjeron pronunciamientos liberales que obligaron al rey a jurar la Constitución. Poniendo en marcha el llamado Trienio Liberal o Constitucional (1820-1823) donde se continuó la obra reformista iniciada en 1810: abolición de los privilegios de clase, supresión de los señoríos, abolición de los mayorazgos, supresión de la Inquisición, preparación del Código Penal y recuperación de la vigencia de la Constitución de 1812. Desde 1822, toda esta política reformista tuvo su respuesta en una contrarrevolución surgida en la corte, la denominada Regencia de Urgell, apoyada por elementos campesinos y, en el exterior, con el de la Santa Alianza, que desde el centro de Europa defendía los derechos de los monarcas absolutos. Al año siguiente se iniciaría la llamada Década Ominosa en la que se consolidaría el absolutismo como forma de gobierno coincidiendo con el período en que la mayoría de las colonias americanas conseguían su independencia. El 7 de abril de 1823 entraron en España las tropas francesas mandadas por el general duque de Angulema, los Cien Mil Hijos de San Luis, a los que se sumaron tropas realistas españolas. Sin apenas oposición, el absolutismo fue restaurado. La última etapa del reinado de Fernando VII fue de nuevo absolutista. Se suprimió nuevamente la Constitución y se restablecieron todas las instituciones existentes en enero de 1820, salvo la Inquisición. Los años finales del reinado se centraron en la cuestión sucesoria. A pesar de haber contraído matrimonio en cuatro ocasiones, sólo su última mujer le dio descendientes, dos niñas. Desde 1713 estaba vigente la Ley Sálica, que impedía reinar a las mujeres. En 1789, las Cortes aprobaron una Pragmática Sanción que la derogaba, pero ésta no fue publicada hasta 1830, cuando el rey, en su cuarto matrimonio, con María Cristina de Borbón, esperaba un sucesor. Poco después, nació la princesa Isabel. En la corte se formó entonces un grupo que defendían la candidatura al trono del hermano del rey, don Carlos María Isidro de Borbón, y negaban la legalidad de la Pragmática publicada en 1830. En 1832, durante una grave enfermedad del rey, cortesanos carlistas convencieron al ministro Francisco Tadeo Calomarde, quien logró que Fernando VII firmara un Decreto derogatorio de la Pragmática, que dejaba otra vez en vigor la Ley Sálica. Con la mejoría de salud del rey el gobierno dirigido por Francisco Cea Bermúdez puso de nuevo en vigor la Pragmática, con lo que, a la muerte del rey, el 29 de septiembre de 1833, quedaba como heredera su primogénita Isabel, quien reinó en Espña como Isabel II. Enlaces de interés Breve acercamiento a la España de 1808, fecha del primer reinado de Fernando VII, hasta la de 1814 cuando vuelve a retomar el trono Escueto Breves resumen sobre la situación política de España bajo el reinado de Fernando VII biografías http://www.boadilla.com/pages/fernando7.htm http://buscabiografias.com/cgi-bin/verbio.cgi?id=646 Biografías Historia de la vida y reinado de Fernando VII de España : con documentos justificados, órdenes reservadas y numerosas cartas del mismo monarca, Pio VII, Carlos IV, María Luisa, Napoleón, Luis XVIII, El Infante Don Carlos y otros personages.. -- Madrid : Imprenta de Repullés, 1842. v. ; 21 cm. Contiene: Tomo I - Tomo II - Tomo III. Artola, Miguel La España de Fernando VII / Miguel Artola ; introducción por Carlos Seco Serrano. -- Madrid : Espasa, D.L. 1999 788 p. : il. ; 23 cm. -- (Espasa forum) Díaz Plaja, Fernando Fernando VII : el más querido y el más odiado de los reyes españoles / Fernando Díaz-Plaja. -Barcelona : Planeta-Agostini, 1996 232 p. : il.. -- (Memoria de la Historia ; 34) Voltes Bou, Pedro Fernando VII vida y reinado / Pedro Voltes. -- Barcelona : Juventud, 1985 267 p. : lám. ; 22 cm . -- (Grandes Biografías) Fernando VII Fernando VII de España (El Escorial, 14-X-1784 - Madrid 29-IX-1833). Rey de España (1808; 1814-1833), hijo de Carlos IV y de María Luisa de Parma. Se casó en 1802 con María Antonia de Nápoles. Entre 1806 y 1808 dirigió sin éxito la Conspiración de El Escorial contra Godoy. Recibió la corona al abdicar su padre tras el Motín de Aranjuez, el 19 de marzo de 1808. Su primer reinado finalizó el 6 de mayo de 1808, debido al papel del general Murat, que le atrajo a Bayona, en donde se vio obligado a abdicar en favor de su padre y este, a su vez, en favor de Napoleón, el cual cedió la corona a su hermano José I. Mientras en la península se libraba la Guerra de la independencia y en Cádiz se establecía un Régimen constitucional (reconociendo como único rey a Fernando VII), Fernando quedo recluido en el castillo francés de Valençay. En unas notas viles, felicita a Napoleón por las repetidas victorias en España firmando al pie como "el más humilde súbdito de su majestad Imperial y Real, cuya augusta frente corona la Providencia". Solicita a Napoleón la mano de una sobrina, primogénita de José I "para quitarle a un pueblo ciego y furioso el pretexto de continuar cubriendo de sangre la patria". Las cortes de Cádiz aprueban la Constitución de 1812. El 11 de diciembre de 1813, se firmó el tratado de Valençay por el cual Napoleón reconocía a Fernando VII como rey de España. El 4 de mayo de 1814 atendiendo al manifiesto de los persas, redactó un decreto por el que anulaba todos los actos de las cortes realizados en su ausencia, volviendo a un régimen absolutista. Fernando llevó personalmente la gestión de su gobierno, incluyendo la depuración de afrancesados y liberales. Tras las batallas americanas de Chacabuco (1817), Maipú (1818) y Boyacá (1819) los independentistas Bolivar y San Martín consiguieron la emancipación de las colonias. Los movimientos liberales realizaron varios levantamientos: Mina (1814), Porlier (1815), la conspiración del triángulo (1816), Lacy (1817), Vidal (1819), hasta el finalmente triunfante coronel Riego en Cabezas de San Juan (1820). El 9 de marzo de 1820, instalado un gobierno provisional (la Junta Provisional Consultiva), Fernando firmo la constitución de 1812, iniciándose el trienio liberal. Se suprimieron la Inquisición, los mayorazgos y los señoríos. No obstante la oposición intransigente de los absolutistas, la regencia de Urgel, forzaron a Fernando VII a solicitar ayuda a las potencias de la Santa Alianza. En abril de 1823 entra en España el ejercito de los Cien Mil Hijos de San Luis, al mando de Luis Antonio de Borbón, duque de Angulema, el gobierno liberal abandona Madrid y se lleva prisionero a Fernando VII hasta Cádiz. Que tras la toma de la misma por los franceses, liberan al rey y le restituyen todos sus poderes iniciándose la década ominosa (1823-1833). Se restablecieron las instituciones previas a 1820, salvo la Inquisición. La represión fue muy rigurosa, la mayor parte de los elementos liberales emigraron y la presión de las potencias europeas provocó el decreto de amnistía del 1 de mayo de 1824. Esta política causaría la aparición del partido de los apostólicos (ultra), posteriormente configurado entorno al hermano del rey Carlos María Isidro, que daría origen al carlismo. Llevando a cabo en Cataluña la guerra dels malcontents (1827). Por el lado liberal abundaron también las conspiraciones: la conspiración de los emigrados, dirigida por Mina (1824), el desembarco de los hermanos Bazán en Guardamar (1826), la expedición de Mina (1830) y la de Torrijos (1831), todas fallidas. Tras enviudar de María Antonia de Nápoles (1802-1806), Isabel de Portugal (1816-1818), María Josefa Amalia de Sajonia (119-1829) se casa con María Cristina de Borbón-Nápoles (1829) con la que tuvo a Isabel y a María Luisa Fernanda. Para posibilitar el acceso al trono de sus hijas, derogó la ley sálica en 1830. Realmente fue derogada por las cortes en 1789, aprobando una Pragmática Sanción, pero no fue publicada hasta 1830. Un grupo de realistas puros, apoyados por la Santa Alianza, negó la legalidad de la Pragmática e intentaron en los sucesos de la Granja de 1832, la sucesión en favor de Carlos María Isidro, hermano menor de Fernando VII. Aprovechando una grave enfermedad de Fernando VII, consiguieron que este firmara un Decreto derogatorio de la Pragmática. Repuesto el rey, el gobierno de Francisco Cea Bermúdez, repuso la Pragmática, solucionada la sucesión en favor de su hija Isabel II y con ello el régimen liberal se estableció definitivamente en España. El 3 de octubre de 1833, ya muerto el rey Fernando VII y en vísperas de su entierro, tiene lugar el primer levantamiento carlista. Introduccion Fernando VII era hijo de Carlos IV y María Luisa de Parma. Está comprobado que el rey, en el trato particular tenía buen carácter; su sencillez y su condescendencia son reconocidas casi con unanimidad. Esta llaneza que le llevaba a mantener conversaciones con sus criados había de ser motivo de reprobaciones por parte de sus adversarios políticos al estimar que estas relaciones significaban un rebajamiento de la realeza. La verdad es que la personalidad del rey jugó un papel mínimo en la manera que tuvo de conducir su política dado que la camarilla se impuso muy pronto como el órgano de gobierno principal de su régimen. Así dice J. Quin: " El Rey no era ni apasionado ni cruel, su carácter se inclinaba más bien hacia la indiferencia, pero la deplorable reunión que había formado en torno a él inspirábale continuas alarmas sobre su seguridad personal ". Después del motín de Aranjuez contra su padre y el válido de este Godoy, Carlos IV abdicó en favor de su hijo. Fernando, el Deseado como más tarde le llamarían sus contemporáneos partió hacia Bayona al encuentro de Napoleón. Fernando VII creía que el emperador galo deseaba legitimar la monarquía española, pero esto no fue así, y Napoleón le obligó a abdicar el trono en la persona de su hermano José que pasó a reinar bajo el nombre de José I, más comúnmente llamado "Pepe Botella". Tras este primer episodio de la vida política de Fernando VII, este permaneció exiliado en Valençay bajo la orden de Napoleón. No obstante este alejamiento de la península le valió el atraerse la simpatía de la mayoría de los españoles que lucharon para destituir al rey intruso y favorecer el regreso de Fernando VII. 1814-1820: PRIMER PERIODO ABSOLUTISTA A. La restauración de la monarquía absoluta En el mes de marzo de 1814 Fernando VII regresa a la península. Desde un principio cambia completamente el itinerario que le habían fijado las Cortes. Entra por la frontera catalana y a lo largo de su viaje hacia Valencia recibe muestras de afección de una gran mayoría de la población que le aclama. En Valencia el nuevo monarca tenía que presentarse ante las Cortes y jurar la Constitución de 1812 como lo había prometido desde Valençay donde estaba exiliado. Pero Fernando VII había cambiado de planes y acompañado por el duque de San Carlos y el capitán general Elío, se reúne en Valencia con los diputados absolutistas que le presentaron un escrito que reconocía la monarquía absoluta y el derecho divino del monarca. Este escrito recibió el nombre de Manifiesto de los Persas, esta denominación deriva del primer párrafo con el que comienza, aludiendo a una costumbre de los antiguos persas por la cual se toleraba la anarquía durante cinco días después de la muerte del soberano. Pocos días después se publicó en Madrid un decreto que abolía toda la obra de las Cortes y en el que Fernando declaraba que no juraría la Constitución. El Rey tomó entonces la monarquía de 1808 como punto de partida para ir aportando sobre esta base todas las reformas y mejoras determinadas por los cambios sociales. Toda la legislación de Cádiz fue derogada, con las consecuencias inevitables en la estructura económica y social del país: desamortización de baldíos y bienes comunales, secularización de bienes de los conventos…También se intentó contener la inflación sobrevenida después de la guerra, con medidas clásicas de restricción a la extracción y circulación de metales preciosos. No obstante, hay que señalar que la economía española apenas era aún mercantil puesto que la mayoría de la población agraria vivía en un ciclo primitivo de economía cerrada. Fernando VII nombró entonces nuevos ministros, el primero de ellos fue el duque de San Carlos y así empezó una era de represión contra todo sospechoso de liberalismo o de simpatía a la obra de las Cortes. Ninguno de los acuerdos firmados por el rey durante su captura entró en vigor y los jefes liberales fueron condenados por no someterse a la autoridad del soberano. En 1815 viendo que la justicia era demasiado lenta, Fernando VII decretó el arresto y decidió, el mismo, las penas a las que fueron condenados los liberales que intentaron oponerse a la monarquía absoluta. A partir de aquel momento, el verdadero gobierno del país era llevado por la camarilla del rey. La camarilla era un grupo de individuos allegados al monarca que constituían una verdadera organización paralela de gobierno. Los principales personajes de esta agrupación eran el infante Don Antonio, el canónigo Escoiquiz y también el barón Tatischeff, encargado de los intereses del zar de Rusia. No es posible hablar de administración ni de gobierno del Estado en semejante situación. Varios ministros fueron nombrados durante este periodo, pero según numerosas fuentes solo Martín Garay fue competente, era un liberal al que apelaron los absolutistas para sanear las finanzas pero dada la crisis que atravesaba el país su misión se vio seriamente dificultada. Al mismo tiempo, el clero reclamó y obtuvo la restauración del tribunal de la Inquisición y el restablecimiento de los jesuitas en España, considerados como indispensables para mantener la seguridad de la monarquía y de la Iglesia. Fernando VII resucitó el antiguo sistema de gobierno y escogió a sus ministros en función de sus posiciones reaccionarias. Además del descontento de los militares, numerosos intelectuales que habían estado prisioneros en Francia se habían hecho masones y se establecieron numerosas logias en España. La masonería siempre había estado opuesta a la Iglesia y al Gobierno absolutista. Así, estas organizaciones secretas constituyeron , en un principio la única oposición al gobierno absolutista y a las clases sociales que lo apoyaban. B. La política exterior y el inicio del problema de las Américas El cambio de orientación política que supuso en España la restauración del Antiguo Régimen coincidió con el restablecimiento de la soberanía española en la mayor parte de los territorios que se habían declarado en favor de la independencia. La política del gobierno de Fernando VII fue en un principio más benévola que la mantenida por sus antecesores. La situación se estabilizó durante los primeros años de la monarquía absoluta pero en 1816 la resistencia apareció de nuevo y bajo la forma de un movimiento independentista. Poco a poco, numerosos proclamaron su independencia: el general San Martín en Chile (1817) y Bolívar organizó el congreso de Angostura en 1819. Sólo algunas zonas aisladas de Colombia y Perú permanecían fieles a la Corona en 1820. La posición liberal ante las revueltas americanas fue desde un principio muy clara, interpretando la emancipación de los territorios coloniales como una señal de protesta frente al despotismo fernandino. En cualquier caso, tanto los absolutistas como los liberales sabían que la situación tanto económica como social de España no permitía una intervención inmediata en América. Al no poder contar con las tropas nacionales, el gobierno español pidió la intervención de la Santa Alianza, pero esta última no accedió a los deseos de Fernando VII lo que debilitó aún más la posición española a nivel internacional. Otro de los problemas al que se enfrentó el gobierno fue la abolición de la trata de negros. La oposición inglesa a este tipo de prácticas no influirá en la posición del monarca español, en un principio, puesto que este último decidió incrementar el número de esclavos en las colonias. Pero finalmente ante la presión extranjera, España tuvo que firmar en 1817 un tratado con el que el que el comercio de esclavos quedaba abolido al norte del Ecuador y en 1820 este tratado fue generalizado a toda América. Además de las perdidas en América del Sur, España reconoció por el tratado de Washington en 1820 todas las concesiones de territorios hechas antes de enero de 1818. Así Florida, Luisana pasaron a formar parte definitivamente de los estados Unidos, en plena expansión a principios del siglo XIX. Al final del primer período absolutista de Fernando VII una parte de las colonias americanas habían conseguido su emancipación, Chile, Nueva Granada y parte de Venezuela eran ya independientes. En cuanto a las relaciones que España mantenía con las potencias europeas señalemos que, no eran todo lo buenas que se podía esperar tras la guerra de la Independencia. Inglaterra que había apoyado a las fuerzas españolas durante la lucha contra el ejército napoleónico y Francia donde se había restablecido la monarquía borbónica no estaban de acuerdo con la política represiva iniciada en España tras el regreso de Fernando VII. En estas condiciones todas las simpatías del monarca español iban hacia la alianza Rusia, por el prestigio que esta nación había adquirido tras la victoria de sus tropas contra las Napoleón. El monarca español aspiraba a contraer matrimonio con la hermana del zar Alejandro I, pero al no poder esta abjurar su religión ortodoxa le fue preciso renunciar al matrimonio eslavo. Todas estas circunstancias favorecieron lo que más tarde se conoció con el nombre de aislamiento español. El país se vio muy pronto sin aliados y aunque la Santa Alianza Ayudó más tarde a Fernando a restablecer la monarquía absoluta, dicha organización no quiso participar en la cuestión de los territorios coloniales. C. La sociedad española La sociedad española atravesaba una de las situaciones más críticas que ha conocido en su historia. La guerra de la Independencia que había provocado un gran número de víctimas y la peste fueron las principales causas de la mortalidad durante el principio del siglo XIX. A nivel demográfico, las cifras de las que disponemos, sitúan en 11,6 millones de habitantes de la península en 1821aunque subsisten diferencias notables entre el reparto de la población en el interior y en las zonas costeras. En efecto, a excepción de Madrid las mayores concentraciones de individuos estaban situadas en las urbes periféricas tales como Cataluña, Valencia, el País Vasco y Galicia. En lo que respecta a la economía, el país seguía en plena Edad Media el comercio era casi inexistente. Asimismo los medios de comunicación eran de lo más de arcaico y se tardaba varios días en ir de una ciudad a otra. A nivel cultural, el reinado de Fernando VII se traduce por una ausencia casi total de libertad de expresión. La Inquisición no cesó de condenar todo cuanto fuese sospechoso de liberalismo y las únicas ideas que circulaban eran las absolutistas. Asimismo, las universidades y los colegios tuvieron que someterse a los caprichos del absolutismo, primeramente reformando sus enseñanzas y más tarde cerrando sus puertas. A primera vista la situación de los intelectuales era en esa época de sumisión total al régimen, pero en un segundo plano , las sociedades secretas y las logias masónicas difundieron las ideas liberales procedentes de los países vecinos. A pesar de todo lo negativo de este período, muchos autores sugieren que durante fue precisamente en ese momento que cristalizó lo que se denomina: la conciencia de la nación española. Tras la lucha contra los franceses en la que todos los españoles se unieron para combatir al rey intruso, surge un verdadero espíritu nacional. Los visitantes extranjeros percibían la España de principios del siglo XIX como un país hostil y orgulloso que vivía creyendo en una vuelta ala gloriosa época del antiguo Imperio. La sociedad fernandina vivía en una especie de autarquía que impedía modernización alguna. Todo lo extranjero era percibido como negativo y como ya lo destacamos precedentemente, esto no hizo más que agravar las relaciones entre España y los países vecinos. Otro de los aspectos que indudablemente favoreció la restauración de la monarquía absoluta fue la importancia de la religión. El clero constituía uno de los órganos de poder más importante, atraerse los favores de la Iglesia equivalía a contar con un apoyo político de primer orden. En la mayoría de las zonas rurales, la religión y sus representantes constituían el único lazo entre el pueblo y el gobierno. De hecho, los consejeros del Rey no tardaron en restaurar los privilegios eclesiásticos para así controlar a los párrocos y de alguna manera a las clases rurales. Como vemos, la situación española seguía privilegiando a los estamentos más altos y dejaba de lado a las clases más modestas. El descontento de estas últimas fue aumentando con los años y las revueltas en contra del monarca fueron mermando el poderío del absolutismo como veremos a continuación. EL TRIENIO LIBERAL (1820-1823) A. Los pronunciamientos y la caída del Antiguo régimen En un país como la España de 1814 en el que la opinión pública no existía, donde no había ni partidos políticos, ni libertad de asociación ni de prensa, el ejército y el clero eran las únicas fuerzas sociales que disponían de cierta organización. El ejército sufrió una profunda transformación al final de la guerra de la Independencia y se convirtió en un medio de promoción social. Así numerosos oficiales eran originarios de las clases más modestas y no sólo de la nobleza como anteriormente. A este movimiento de apertura del ejército hay que añadir que los oficiales españoles mantenían numerosos contactos con sus homólogos europeos, lo que les permitió adquirir la conciencia y el espíritu crítico que les faltaban a la mayoría de sus compatriotas. De esta manera los militares formaban algo así como una clase media instruida, capaz de apoyar las nuevas tendencias liberales. El ejército va a desempeñar un papel cada vez más importante y la intervención de los militares en la vida política dará lugar a un gran número de pronunciamientos. El objetivo de estos levantamientos específicos a la sociedad española, no era colocar en el poder a los oficiales del ejército; sino pronunciarse en favor de la tendencia ideológica que consideraban más apta para dirigir el país. Como ya dijimos anteriormente, los pronunciamientos militares constituyeron la única resistencia visible de los liberales ante el despotismo impuesto Fernando VII. A partir de 1815, en numeroso puntos de la península, varias guarniciones intentaron derrocar el régimen absolutista, pero la falta de coordinación de los jefes militares impidió que se lograse la caída del régimen. Tanto Espoz y Mina en Navarra en 1814 como Porlier en Galicia al año siguiente intentaron en vano oponerse al ejército fernandino y este último será incluso condenado a muerte y ejecutado. En 1817 se produce un nuevo pronunciamiento del general Lacy en Cataluña apoyado por la burguesía catalana y por los militares. Dos años después otro levantamiento esta a punto de acabar con el régimen absolutista pero los realistas descubren la conspiración y el general Vidal fue ejecutado. Todos estos pronunciamientos tenían varias características comunes. Tenían lugar en las ciudades de la periferia, no eran movimientos populares sino militares y su principal objetivo no era eliminar al rey sino que pretendían restaurar la constitución y limitar el poder del monarca. Tras todos estos intentos fallidos, el pronunciamiento de Riego en 1820 benefició de circunstancias mucho más favorables que los anteriores. El desencanto general de la población dio lugar a numerosas conspiraciones en las que intervinieron los liberales de la nueva generación encabezados por Alcalá Galiano y el negociante Juan Alvarez Mendizábal. Así el 1 de enero de 1820 las tropas, que estaban a punto de zarpar rumbo a las Américas, mandadas por el coronel Riego se alzaron en las Cabezas de San Juan y restauraron la Constitución de 1812. Otras regiones van a seguir este ejemplo y ante la amenaza de un levantamiento a nivel nacional el rey se inclinó y proclamó que gobernaría acatando los principios de la Constitución de 1812. Pocos días después Fernando VII juró la Constitución redactada en Cádiz 8 años antes, lo que dará paso a tres años de régimen constitucional. B. El gobierno liberal Las Cortes excepcionales convocadas el 9 de julio de 1820 contaban con una mayoría de liberales. Las primeras medidas que tomaron fueron: la supresión de la Inquisición, la restauración de la libertad de prensa y también de la libertad de asociación. También se votaron un plan de instrucción pública y una reforma de la administración municipal y provincial. Los liberales intentaron sanear la economía y mantener sus posiciones gracias a la milicia nacional. Fernando VII aceptó todas estas medidas aunque se opuso, en principio al cierre de los conventos y a la confiscación de los bienes de la Iglesia. Finalmente y presionado por la mayoría de los diputados que veían en este hecho una posible causa de nuevos disturbios, el rey aceptó la propuesta de las Cortes. Todas estas medidas contribuyeron a la mejora de la situación del país a corto plazo pero poco a poco la población, sobre todo las clases medias y altas se sometieron de nuevo al yugo gubernamental.. En el bando liberal pronto surgieron las primeras divergencias y la nueva generación de liberales, encabezada por el militar Alacalá Gliano y por el hombre de negocios Mendizábal, reprochaban a los doceañistas su pasividad y la timidez de las reformas emprendidas. El partido liberal se dividió rápidamente en dos grupos: los moderados y los exaltados o progresistas, los primeros eran más bien partidarios de un acercamiento a la Corona mientras que para los segundos la soberanía nacional debía recaer en el pueblo. En 1922 se producen numerosas revueltas lo que provocó que se convocasen nuevas elecciones a Cortes. Las urnas darán la victoria a los exaltados pero el encargado de formar un nuevo, será una vez más un representante de la tendencia moderada, Martínez de la Rosa. El descontento popular y los enfrentamientos entre la Milicia nacional y la Guardia real obligaron a Fernando VII a nombrar como jefe del gobierno a un representante de la tendencia exaltada. El sistema liberal impuesto por Evaristo San Miguel y los últimos gobiernos exaltados que se nombraron en los últimos meses del Trienio no fueron capaces de resistir a los embates de las fuerzas del Antiguo Régimen de dentro como de fuera de España como lo veremos a continuación. C. La intervención extranjera y el regreso de Fernando VII Durante el trienio liberal, Fernando VII no dejó de apoyar a los absolutistas aunque no quiso romper las relaciones que le unían a los liberales, mayoritarios en las Cortes. La constitución aunque limitaba considerablemente su poder, le dejaba un cierto margen de maniobra y seguía siendo la autoridad suprema del Estado. El monarca aprovechó este hecho y las divisiones interiores de los interiores de los liberales para pedir ayuda a las potencias europeas. Así a finales de 1821 condena el régimen impuesto por los liberales y envía una misiva a la Santa Alianza para que esta intervenga en su favor. Al año siguiente pide ayuda directamente Luis XVIII, rey del país vecino, quien le otorga su protección pero le niega cualquier ayuda militar para restablecer el absolutismo. Ese mismo año, el tema de la monarquía española fue abordado en el congreso de Verona que reunía a las principales potencias de la Santa Alianza (Inglaterra, Francia, Rusia y Prusia). El recién nombrado ministro de Asuntos Exteriores y conocido escritor, Chateaubriand va a presionar los órganos de decisión para que acepten una intervención en favor de la restauración de la monarquía absoluta en España. De esta consiguió convencer a los representantes de Rusia, Austria y Prusia. En enero de 1823 Luis XVIII anuncia la inminente intervención en España de un ejército francés constituido por cien mil hombres y denominado los Cien mil hijos de San Luis. El 23 de mayo la escuadra francesa encabezada por el duque de Angulema entra en España y aunque muchos pretenden que la resistencia de los liberales fue mínima, las tropas francesas tardaron varios meses en llegar a Cádiz. Los liberales exigieron que Fernando los siguiese a esta ciudad y nombraron una regencia provisional. A finales de septiembre con el acuerdo de las Cortes, Fernando VII se reunió con el duque de Angulema y nada más dejó la ciudad anuló todas las medidas adoptadas por el gobierno liberal desde 1820 y restableció con el apoyo de las juntas absolutistas el despotismo monárquico. 1824-1833: LA AGONIA DEL ANTIGUO REGIMEN A. El gobierno fernandino durante la década ominosa Tranquilizado el monarca con la presencia del ejército francés, la represión empezó de nuevo con una violencia y crueldad increíbles. Anulando toda la obra del trienio liberal, Fernando VII reimplantó los mayorazgos, los gremios y anuló la reforma universitaria. En un principio se cerraron las universidades de provincia y se prohibió la enseñanza de las matemáticas y de la astronomía para en 1830 cerrar definitivamente todas las universidades. Sin embargo, ni Fernando ni la camarilla podían detener la evolución de las mentalidades que se había iniciado en España con las Cortes de Cádiz. No obstante, el atraso industrial, la ausencia de capital y las trabas del régimen absolutista situaban al país en una postura crítica. Tras la brutal y sanguinaria represión emprendida por el gobierno fernandino, se esconde una situación financiera desastrosa y una crisis social sin precedentes. Los apostólicos se opusieron rápidamente a la política del gobierno fernandino puesto que deseaban la restauración de las instituciones y de las Cortes del Antiguo y se oponían a cualquier reforma. La revuelta de los agraviados en Cataluña no hizo más que confirmar la falta de adhesión de una parte de los realistas que en adelante se convirtieron en carlistas. Fernando VII rompió definitivamente con los apostólicos e intentó atraerse los favores de los afrancesados de antaño ahora convertidos a un liberalismo moderado. Ante esta maniobra los apostólicos deciden brindar su apoyo a Don Carlos en la lucha por la sucesión al trono español. Fernando, al morir la reina Amelia (1829) contrajo nuevas nupcias con María Cristina de Nápoles de cuyo matrimonio nacieron dos hijas Isabel y Luisa. A partir de ese momento quedó planteada la cuestión de la sucesión al trono lo que determinó un nuevo agrupamiento de los sectores políticos. Mientras tanto, los liberales se encontraban refugiados en el extranjero principalmente en Londres donde mantenían relaciones con los dirigentes liberales locales. Durante esta época completaron su formación ideológica y años más tarde tendrán un papel importante en la difusión de las ideas que determinaran la vida española hasta mediados del siglo XIX. Hay que señalar que durante esta época ocupó la cabeza del gobierno Calomarde. Este ministro de Fernando VII era uno de esos personajes al que siempre le interesó más su prosperidad personal que la de la nación. B. La emancipación de América Tras el fracaso de su represente Canning durante el congreso de Viena en el que se decidió la intervención de las tropas francesas para restaurar la monarquía española, Inglaterra decidió adoptar una postura favorable al reconocimiento de los nuevos estados americanos. Poco a poco, las potencias europeas obligaron a Fernando VII a cambiar su política americana. La preocupación represiva y restauradora manifestada por el monarca no permitieron ninguna maniobra diplomática o política respecto a los insurgentes americanos. Asimismo, la situación del ejército peninsular no permitía una intervención en los territorios coloniales con lo que el problema de los territorios coloniales pasó a ocupar el segundo plano de la política del régimen absolutista. El rey francés Luis XVIII mostró en un principio cierto interés por la cuestión de las colonias españolas pero no pudo prestar ayuda a España La defensa de la causa española en América quedó reducida a efectivos de tropas cada vez más limitados y a una parte de la población fiel aún a la metrópoli. Los años pasaban y el que fuera imperio español se iba reduciendo cada vez más y a excepción de Cuba y Puerto Rico la mayoría de las colonias habían dejado de serlo. En 1824 las fuerzas americanas mandadas por Sucre derrotaron en Ayacucho a las tropas metropolitanas y poco después la caída de la fortaleza del Callao marcó el fin de la dominación española. El fin de los combates no sirvió para modificar la postura del gobierno peninsular que en vez de adaptarse a las nuevas circunstancias trató por todos los medios de reconquistar los territorios perdidos. Nuevas tropas fueron enviadas a América pero nada pudieron hacer y fueron rápidamente derrotadas. A pesar de este revés Fernando VII durante los últimos años de su reinado no cesó en su afán de reconquista de los territorios del antiguo Imperio. Este deseo de reconquista le condujo a tomar pésimas decisiones que convirtieron al ejército español en el hazme reír de las potencias europeas. Derrota tras derrota se fueron mermando las posiciones españolas y al final del reinado de Fernando VII solo Cuba y Filipinas permanecían bajo el yugo de la Corona de España. El monarca privilegiando la solución armada a la vía diplomática no hizo más que condenar a España a una lenta agonía que dio lugar al desastre de 1898 que todos conocemos. C. La muerte de Fernando VII La grave enfermedad que padeció Fernando VII en septiembre de 1832 sirvió para desatar la lucha sucesoria. Los partidarios del infante don Carlos, hermano del monarca, intentaron restablecer la ley sálica abolida en ........ por Carlos IV, que prohibía el acceso de las mujeres al trono español. El Rey no supo hacer frente a las conspiraciones de su propia camarilla y accedió a la petición de sus oponentes. Así, restableció en un principio la ley sálica para aconsejado por su esposa, abolirla de nuevo pocos meses más tarde. Tras la querella entre isabelinos y carlistas se escondía una realidad mucho más importante, una lucha ideológica entre los partidarios del absolutismo más intransigente y los adeptos de un acercamiento a los liberales moderados y de una política de reformas. María Cristina se apoyó en los medios menos intransigentes y fue nombrada Regente mientras durase la enfermedad del Rey. A finales de 1832 comenzó una situación de transición que se ha llamado " despotismo ilustrado ". El ministro de Fernando VII, Calomarde, fue sustituido por el liberal moderado Cea Bermúdez, el cual estaba a favor de un acercamiento a la Corona y de la instauración de una monarquía parlamentaria. Durante el período que duró este gobierno de transición se promulgó una amnistía que permitió el regreso a España de miles de liberales desterrados, se reformó el ejército y se abrieron las universidades. A partir del mes de enero de 1833 el Rey volvió a ocuparse de los asuntos del estado pero fue María Cristina quien siguió dominando la situación. El 29 de septiembre de ese mismo año moría Fernando VII y su testamento convertía a su esposa en Regente hasta la mayoría de edad de Isabel. Ante la presión carlista María Cristina decidió acercarse a los liberales pues era la única manera de defender el trono de su hija. Sin embargo, la separación de lo que se ha denominado las dos Españas era mucho más compleja. Con Don Carlos se encontraban la mayoría de la opinión de País Vasco, parte de Cataluña y Navarra, hostil a la dinastía que les había privado de sus libertades particulares (fueros). La nobleza en cambio, al frente de los grandes latifundios apoyaba a la Corona, que era el régimen en que se habían perpetuado esos privilegios. Cea Bermúdez no era el hombre idóneo para resolver tal situación. Así las presiones de numerosos militares condujeron a la Regente a sustituirle por Martínez de la Rosa a principios de 1834. La era constitucional había entonces empezado. CONCLUSION Sería injusto acusar a Frenando VII de todos los males de España a principios del siglo XIX. La grave crisis que atravesó el país no sólo fue consecuencia de las medidas decretadas por el monarca sino también del importante retraso que España había acumulado con respecto a las otras potencias europeas a nivel económico y social. El Rey no consiguió en ningún momento alcanzar un consenso que pudiese satisfacer a los representantes de las diferentes facciones políticas. Rompiendo toda relación con el liberalismo, pero también con los absolutistas más radicales que luego apoyarán a Don Carlos, sólo consiguió atraerse las críticas de la mayoría de la población. En ningún momento quiso recurrir a las ideas liberales y persiguió implacablemente a todo aquel que las defendía. Sólo se fió en su camarilla sin percatarse de que los miembros de esta, cuidaban más de sus intereses personales que de los de la nación. Es indudable que los años del reinado fernandino constituyeron una indudable vuelta atrás, a las ideas del Antiguo Régimen. La monarquía había dejado de ser el régimen político capaz de integrar las ideas y las aspiraciones del pueblo español. Ya no constituía una respuesta a las esperanzas de los ciudadanos, ni un modo legítimo de gobierno para una nación profundamente dividida. Fernando VII quiso imponer al pueblo una manera de gobernar, la monarquía absoluta, que ya había en sus tiempos pasado a la historia, el resultado fue catastrófico para España y no hizo más que retrasar el advenimiento de la era constitucional.