TU LUZ ES TU MAYOR VIRTUD Ayer al despertarme no quería saber nada del Día de la Hispanidad, ni de ningún desfile militar; pero mi padre me obligó a ir a uno, como siempre. Estaba allí, con la bandera flameando al viento en un soleado día casi primaveral. Estaba cambiando de opinión, ahora me apetecía quedarme, pues la verdad, es que se respiraba orgullo en el ambiente. Solo sabía una cosa que tenía en común toda esa gente, amaban a su país de una manera u otra. El desfile continuaba como siempre. Había legionarios desfilando en medio de la calle, una muchedumbre de personas viendo el desfile y niños jugando al fútbol detrás. Todo iba bien hasta que a mi hermana se le ocurrió darle una patada al balón con la máxima fuerza posible sin importarle a donde fuera el balón, con tan mala suerte que le dio en la cabeza a un legionario y todo el mundo vio lo que pasó. Rápidamente me abrí paso entre las personas que tenía delante, salté la valla y recuperé el balón. Antes de salir de ahí el legionario me dijo: - Bien hecho, sigue así y pasa tu luz. En ese momento no pude reflexionar sobre aquella frase porque solo pensaba en irme lo más rápidamente posible; pero no me olvidé de ella. Al llegar a casa mis padres me felicitaron por haber ido sin miedo a por el balón; pero a mi hermana le echaron una bronca tremenda, pobrecita. Después me fui a mi habitación a reflexionar un poco sobre aquella frase del legionario; enseguida me di cuenta de lo que significaba, mi luz es lo bueno de mí, en este caso mi valentía, porque solo es libre el hombre que no tiene miedo. Entonces deduje que quería decirme que mi valentía podría ser un buen ejemplo para otras personas. Seguía dentro de mi habitación, y para entretenerme me puse a mirar el Twitter. Los hashtags eran los mismos que el anterior Día de la Hispanidad; #Legión, #VivaEspaña (llenos de patriotas españoles) y #NoHayNadaQueCelebrar y #Genocidio (llenos de hispanos y catalanes que se dedican a difundir falsos mitos sobre la conquista de América). Sigo leyendo y leyendo, no hay más que comentarios racistas, slogans antiespañoles y algunos comentarios de comunistas e independentistas que parece que solo saben decir que España es una basura. Me enfadé y apagué el ordenador. - ¿Cómo es posible tal cantidad ingente de odio y rencor? Ellos no han sufrido nada de racismo ni conocen el genocidio, pero utilizan el racismo como herramienta de lucha y confrontación. Se quejan de los racistas y, de esa manera, solo logran convertirse en racistas; menuda vergüenza. Después de esto seguí reflexionando sobre lo que me dijo el legionario. Cada uno no tiene una única luz, todos tenemos más de una, y yo no soy una excepción. Lo malo es que la mayoría no sabe cómo pasar esa luz, o al menos no ha tenido la ocasión, y eso nos pasa factura a todos; espero ayudar algún día a alguien a pasar su luz. Mi madre nos llamó para cenar. El comentario del legionario en el desfile, mi manera de interpretar el significado y la basura que me encontré en el Twitter fueron los temas de debate, y en todos me dieron la razón. Al acabar de cenar fui a lavarme los dientes y después a dormir, al día siguiente había que volver al colegio y quería estar descansado. Al despertarme hice lo mismo que todos los días, desayuné, me cepillé los dientes, me vestí y salí en dirección al colegio. Quería contarles a todos lo que me había sucedido el día anterior en el desfile. Cuando les conté a mis amigos lo del desfile reaccionaron con incredulidad; pero le prestaron menos atención a las otras cuestiones, que en mi opinión eran lo realmente importante. El resto del día estuvimos en clase aburriéndonos, haciendo innumerables actividades. El día anterior había sido muy bueno y ahora de golpe “la vuelta al cole”, ¡qué fastidio!, pero hay que aguantarse. Antes de finalizar el horario, en el segundo recreo, Javi, uno de mis amigos, tiró sin querer un balón de baloncesto a una ventana; los profesores se enteraron de lo ocurrido, aunque sin conocer al culpable. Estaríamos castigados hasta que Javi confesara su culpa. Contándole de nuevo lo que me había sucedido en el día de la Hispanidad conseguí pasarle mi luz y confesó; por suerte no castigaron a nadie, ni siquiera a Javi. Ese día pasé mi luz, como el legionario dijo que hiciera. Pasar tu luz no es difícil, así que hazlo. Juan José de Ozámiz Pérez-Ardá. 2º ESO Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. A Coruña LA ILUSIÓN DE COMPARTIR TU ALEGRÍA 13-10-2014: Me dirigía hacia el aeropuerto de Madrid para coger mi avión con destino a Somalia. Estaba algo nerviosa por el viaje que iba a realizar. No era la primera vez que hacía un voluntariado, pero me sentía muy entusiasmada, como cada vez que realizo un viaje. Llegué al aeropuerto justo a tiempo para embarcar y coger mi avión. Pasadas dos horas, ya estaba de camino a Somalia. Mi nombre es Julia y tengo 24 años, me considero una persona emprendedora, solidaria, empática, activa y con ganas de vivir la vida. Actualmente vivo sola, no tengo pareja ni la necesito; de momento, solo quiero ser libre y ayudar a la gente que verdaderamente lo necesita. Pasadas 4 horas aterricé en el aeropuerto internacional de Mogadiscio, en la capital de Somalia. Vino a recogerme un taxi y me llevó al hotel. En ese preciso instante comenzó de verdad mi aventura en África… 14-10-2014: Era mi primer día por tierras somalíes y tenía que dirigirme a la aldea que me habían asignado los de la organización. Era una aldea que, por lo general, no era muy grande, pero sí poblada. Del nombre no consigo acordarme, ya que era bastante raro, eso sí, solo recuerdo el nombre de la tribu que allí residía: los “Issaq”. Una gran tribu de origen indígena que se encontraba a orillas del río Juba. Me sorprendieron mucho las condiciones en las que vivían, sus casas medio derrumbadas, su escasez de alimentos, de agua y su falta de higiene. Mi tarea era que, durante dos meses, tenía que ayudar a los habitantes de aquella aldea a reconstruir algunas casas, a proporcionarles la comida necesaria diaria, a enseñarles, a suministrarles los medicamentos necesarios, a ayudarles con su higiene y sobre todo, a devolverles una sonrisa. El día se me pasó enseguida conociendo a los habitantes y realizando pequeñas tareas, después me marché de allí para descansar, para el nuevo día que me esperaba. 15-10-2014: Ya de buena mañana, me encontraba realizando una batida por la zona para eliminar restos orgánicos y demás. Mi primera tarea importante era darles de comer a los niños. Cuando llegué a la zona de comedor, que la organización había montado, estaba repleto de niños con sus padres pidiendo que se les diera alimentos. Las seis mesas que había, se llenaron al completo y empezamos a servirles comida. Después se repitió ese proceso con los adultos y ancianos. Cuando los veía comer me sentía muy feliz por ellos, ya que no disponían de recursos pero, a la vez, me sentía mal ya que, cuando yo me marchara de allí, ellos seguirían su vida igual que antes. Después de recoger el comedor, me dirigí hacia el lugar de reunión en el poblado para jugar con los niños un rato y conocerles mejor. Allí se habla en una lengua indígena de la tribu que no conseguí aprender, pero, hablando inglés me fue muy bien. Así pasé toda la tarde en aquel lugar con aquella maravillosa gente. Siguiendo esta fantástica rutina me pasé todo el primer mes y parte del segundo. 30-11-2014 Había pasado ya parte de mi estancia en Somalia y me sentía cada vez mejor conmigo misma y con los demás. Sentía que esta experiencia estaba sacando lo mejor de mí; mi lado más vulnerable, sensible y empático, y me consideraba muy afortunada por poder compartir esta experiencia tan enriquecedora con esas grandes personas, pero sobre todo, ayudarles a que fueran optimistas pese a sus condiciones de vida. Me replanteé quedarme unas semanas más para seguir ayudándoles, pero la organización me negó el permiso de residencia. Me quedaban menos de dos semanas de voluntariado y me apetecía quedarme más tiempo. Me encontraba en uno de los lugares más bonitos que jamás había visitado, me pasaba el día en contacto con la naturaleza. Todo lo que estaba haciendo por esas personas me llenaba muchísimo. Primero el ser capaz de contagiarles mi entusiasmo, de que se divirtieran y que olvidaran sus preocupaciones y, al fin y al cabo, que disfrutaran su vida me hacía sentir muy bien conmigo misma. Después de meditar, retomé mis tareas pendientes, me fui de excursión con los más pequeños y así acabé con mi trabajo diario. 12-12-2014 Las dos últimas semanas se me pasaron volando y cuando me di cuenta ya era hora de volverme a España, hoy era mi último día en la aldea. Se me hizo muy duro despedirme de esas maravillosas personas, que, en tan poco tiempo, se habían convertido en mi familia africana y me habían enseñado tanto. Efectivamente, me han enseñado que cuando tienes poca cantidad de algo debes valorarlo y cuidarlo mucho. También aprendí que hasta que no te das cuenta de que te falta alguna cosa, no lo valoras como deberías. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente. Cuando acabaron las despedidas, vino a recogerme en coche la organización para llevarme al aeropuerto de vuelta a España. En el avión no hacía otra cosa que mirar por la ventana, reflexionar y ver como el horizonte dejaba atrás los hermosos paisajes africanos. En mi opinión, este viaje ha sido uno de los mejores de tantos que he hecho y creo que con mi granito de arena he contribuido a que estas personas sean más felices, a que sepan ver el lado bueno de las cosas y que, aunque tengan poco, pueden ser los más felices del mundo. Como yo les dije a ellos cuando nos reuníamos, “Aún estáis a tiempo: pasad vuestra luz a quien la necesite, contagiad vuestra energía…” Paola Pons Marchal. 2º ESO Colegio Sagrada Familia. Alcoi (Alicante) EL CAMINO HACIA LA LUZ Me llamo Lina y tengo 13 años. Me gusta la música y quedar con las amigas. Sueño con ser periodista algún día, aunque para esto sé que tengo que estudiar mucho. Sueño también con viajar a New York. Me encanta dibujar y tocar el viejo piano de mi tía. También las celebraciones familiares y los deliciosos pasteles de mi madre. Mi abuela siempre decía que debía desayunar fe, esperanza y una sonrisa, que la vida era un regalo que debía compartir con las personas que más quiero. Soy de Siria. Lo que un día fue un país hoy es un infierno en la tierra. Tiemblo, me duelen los ojos y me cuesta respirar. Llevo seis meses caminando entre desiertos y países en guerra. La miseria, la desesperación y la muerte no han dejado de acompañarme cada día desde que empezó este oscuro viaje. Apenas tengo fuerzas para llorar. Deje mis últimas lágrimas en Damasco. Fue una mañana soleada de invierno. La ciudad se había despertado con prisas, como siempre. La gente corría hacia el trabajo y los niños iban al colegio. La guerra no detiene las ciudades, lo hacen las bombas. Ese día me despedí de mis padres. Mi madre me dio el desayuno y un abrazo. Mi padre una sonrisa y un beso. Eso es todo lo que me queda de ellos. Antes de llegar al colegio una enorme explosión dejo completamente en silencio la ciudad por unos segundos. Por desgracia todos sabíamos lo que era. La rutina de la guerra. Lo que no podía imaginarme es que esta vez la bomba había caído en mi casa y que esta guerra horrible se había llevado a mis padres, lo que más quiero en la vida. No solo me quedé sola, sino que el miedo y el terror se apoderaron de mi país. A partir de ese día miles de personas empezamos a huir de nuestras ciudades. Lo hacemos cada día. Huimos de una muerte segura que por desgracia conocemos muy bien. He visto como mi familia, amigos, conocidos iban desapareciendo poco a poco. Ahora solo me queda la esperanza de encontrar un sitio donde poder vivir en paz. Llego al puerto de Trípoli a media noche. Estrellas brillantes iluminan un mar oscuro que parece estar tranquilo. Silencio, tristeza y nervios. Estoy rodeada de centenares de personas a las que no conozco. Apenas hablamos. Nuestros rostros cuentan tristes historias en silencio. Las únicas sonrisas vienen de un grupo de 10 personas armadas que nos ofrecen un sitio en una vieja barca de madera a cambio de todo lo que llevamos encima. En una improvisada cola nos desprendemos de lo poco que nos queda. En mi caso la medalla que me regalaron mis padres. No hay compasión solo miseria. Asustados, agotados y sin nada subimos a la barca con la esperanza de encontrar un sitio donde poder vivir en paz. Me siento en la proa, cierro los ojos e intento dormir. Me duermo. Gritos y agua llenan un ambiente de pánico horrible. Agua y más agua inunda el barco. Ese mar tranquilo se ha convertido en un mar nervioso, encrespado, con ganas de destruir y comérselo todo. Caigo al agua junto a decenas de personas. Siento que me ahogo. El ruido del mar ya tranquilo y el graznido de las gaviotas hacen que me despierte. La intensa luz del sol que ilumina la habitación a través de la ventana me irrita los ojos. Estoy dentro de un barco, parece de pescadores. Me levanto de lo que aparenta ser una cama improvisada y salgo de la cabina. Fuera, en la popa del barco hay dos hombres levantando una red llena de peces. Con miedo me acerco a esos hombres. El que aparenta ser mayor me mira sonriente. Lleva una pipa, expulsa el humo y me saluda, o eso creo, me lo dice en un idioma extraño. Parece ser italiano. Pongo cara de no entender nada. Se ríe. - Tranquila, hablamos tu idioma. ¿Te encuentras bien? Hoy por la mañana te hemos encontrado flotando en el mar cerca de Lampedusa. Asiento con la cabeza, no tengo fuerzas para hablar. Tristemente recuerdo todo lo sucedido, mi familia, las bombas, el barco naufragando. Me veo reflejada en el mar y simplemente veo una cara triste sin luz. También veo un corte en la mejilla derecha, duele. Me lo debí hacer cayendo del barco, aún sangra un poco. El señor que antes me había hablado, le susurra algo a su compañero. Se acercan y me dicen con señales que les acompañe. Entro en la misma cabina donde había dormido. Seguidamente sacan un botiquín y cuidadosamente intentan curarme el corte. Con vergüenza y temor les pregunto cómo se llaman. El mayor responde: -Me llamo Enzo y este es mi compañero Bernardo.- Me preguntan cómo me llamo y dicen- Lina no te preocupes, te vamos a ayudar. Somos pescadores de Le Castella un pequeño pueblo de la costa italiana. Ya hemos avisado que te hemos encontrado y que estamos de vuelta. Estas palabras me tranquilizan, aunque no sé qué va a pasar a partir de ahora. Enzo, dice que solo quedan unas horas antes de llegar a Le Castella y me cuenta un poco como es. No sé imaginarme el precioso lugar que define con entusiasmo. Dice que es un pueblo pequeño y muy bonito. Se conocen todos y se ayudan. Son como una familia. Un viento suave nos acompaña. El barco navega veloz. El sol se retira despacio y pinta el mar y el cielo de colores rojos, amarillos y azules. Siento paz. Enzo me da una manta para que no pase frío. Pronto divisamos la costa y llegamos a un precioso puerto. Atracamos rápido, Enzo y Bernardo descargan el pescado y me ayudan a bajar del barco. Se acerca una mujer con una sonrisa y me saluda. -Lina estarás muerta de hambre y cansada. Me llamo Bianca, soy hija de Enzo, te he traído unos pastelitos y te he preparado un plato de pasta en casa. ¿Te apetece? Rompo a llorar. Bianca me da un abrazo y me dice: -No te preocupes, vamos para casa, te conviene descansar y dormir. Casas blancas y puertas azules. Jardines verdes y flores rosas. Supongo que estos son los colores de la vida. Siento que, por primera vez desde hace mucho tiempo una luz empieza a emerger dentro de mí. Una luz que me han pasado Enzo, Bernardo y Bianca. Entro en casa de Bianca y lo primero que veo son un niño y una niña que vienen corriendo a abrazarme. Son Elma, la hija mayor de Bianca que tiene mi edad, y Donatello el pequeño travieso de la familia. Pronto nos hacemos muy amigos y siento que formo parte de su familia. Nueva escuela, nuevos amigos, nuevo pueblo, nuevo idioma. Todo pasa muy deprisa. No puedo olvidar mis padres, mis amigos y mi país, Siria. Pero ahora sé que el terror y la guerra pueden ser vencidos por personas como Enzo, Bernardo, Bianca…. Hace un año que llegue a Le Castella. Tengo una nueva vida en paz gracias al amor, la generosidad y la luz de la gente de este precioso pueblo. En el momento más oscuro y triste de mi vida me dieron esa fe y esperanza de la que me hablaba mi abuela. Esta tarde llegan 10 refugiados más al pueblo. En la iglesia nos hemos organizado para atenderlos y ayudarlos en todo lo que podamos. La guerra continúa. Pasa tu luz. Damasco – Trípoli- Le Castella. Laia de Tera Pujol. 2º ESO Colegio Shalom. Barcelona ¿QUÉ ERES? Eres luz desde el mismo momento de tu nacimiento. Cuando nacemos colmamos de alegría y amor el corazón de nuestros padres, abuelos y hermanos; iluminamos con nuestra presencia el hogar. Vamos creciendo y esa luz nos acompaña y crece con nosotros, se alimenta del cuidado y ejemplo que dan nuestra familia, que nos cuidan cuando estamos enfermos, nos consuelan cuando estamos tristes; ellos nos pasan su luz como antes lo hicieron ellos. Seguimos con nuestro camino por su luz y por la que nos dan todas aquellas personas que se cruzan en él: amigos, maestros... Todos nos aportan su granito de arena. De ellos aprendemos a ser generosos, a ayudar y transmitir nuestra luz a los que lo necesitan. Es sencillo sonreír y estar junto a las personas que nos hacen felices a nosotros, pero es mucho más complicado cuando hay problemas. Ahí tenemos que poner a disposición de los que sufren nuestra luz, iluminarlos en el camino de la dificultad y el sufrimiento. Jesús fue la luz de aquellos que sufrían, la puso a nuestra disposición; por eso no debemos esconderla. Nuestra luz tiene que estar visible para todos y sentirnos orgullosos de ser LUZ. Estamos viviendo en un mundo en el que muchas veces dejamos de lado mirar a nuestro alrededor; cerramos los ojos a los que sufren y a aquellos que son diferentes; escondemos nuestra luz, la apagamos y la guardamos en el bolsillo sin compartirla. Eso nos lleva a que se agote cada día un poquito más hasta que se convierte en una diminuta llama sin brillo y sin magia; es una luz triste y sin chispa... Pero un día, alguien se cruza en tu camino y despierta esa pequeña llama. Esta fue mi historia, la de una amistad que nació por alguien que reanimó mi llama. Era un niño como yo; mi misma edad y aficiones: el fútbol. Llegó a nuestro equipo una tarde fría. En principio nada me llamó la atención, pero pasado un tiempo hubo algo que captó mi interés: estaba solo y nadie lo había acompañado. Esta situación se repitió durante los siguientes entrenamientos y partidos. Esto me pareció extraño y me hizo estar alerta; sabía que ese compañero estaba viviendo una situación especial. Entonces mi luz dormida y pequeñita empezó a crecer y me propuse conocer su historia. Aprovechando una tarde de partido en la que estábamos los dos sentados en el banquillo - no podía centrarme en las jugadas, sólo pensaba en cómo poder iniciar una conversación para conocer un poco mejor a mi compañero de juego -sin más le pregunté dónde vivía y si tenía hermanos. No me respondió; me miró y siguió con la mirada fija en el partido. Su actitud no me dejó indiferente; ahora sabía que ese niño escondía algo y que, por supuesto, no sería nada agradable. Pasaron los días sin tener la posibilidad de hablar con él solo. Siempre estábamos acompañados por el resto de jugadores y yo sabía que así él no hablaría, porque siempre se mostraba muy retraído y no acaba de integrarse. Pero un día, por fin, se dieron las circunstancias y volvimos a quedarnos solos. Esta vez fue él quien empezó la conversación después de un rato de silencio. Me contó que sus padres tuvieron que dejarlo en un colegio porque no tenían recursos para poder mantenerlo; que aunque estaba muy bien y no le faltaba de nada, y estaba muy agradecido por todo lo que estaban haciendo por él, echaba mucho de menos a sus padres. Me relató que lloraba por las noches deseando, al despertarse, estar en casa con su familia para reírse, comer y ver la tele con ellos. Deseaba vivir con su familia aunque no tuvieran nada. Lo que más envidiaba de nosotros no eran las botas de fútbol ni los teléfonos móviles, sino el poder disfrutar de la familia. Sus palabras me dolieron y me rompieron el corazón. No podía dejar de pensar en él cada noche cuando me acostaba y mi madre me daba un beso. A ella le conté la historia de mi nuevo amigo, que estaba decidido a tenderle mi mano y a hacerlo un poco más feliz. Mi luz brillaba con fuerza, así que decidimos invitarle a nuestra casa para que compartiese conmigo a mi familia y se sintiese como en su hogar. Esa noche recibió el beso de mi madre y el calor de una familia. Se convirtió en un fin de semana mágico; el primero de los muchos que ha seguido compartiendo con nosotros, formando parte de nuestro pequeño universo. Lo más curioso de todo es que compartir con él mi luz hizo que ésta creciera más, que hiciera sentirme maravillosamente. Por eso quería rendirle un pequeño homenaje y darle las gracias por todo lo que él me ha dado a cambio de tan poco. Comparte tu luz, comparte lo que eres, porque ese gesto te devolverá multiplicado por mil lo que tu ofreces. Jordi Faus Climent.1º ESO Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. Benirredrá (Valencia) UNA VELA, UNA VIDA Me llamo Pilar, en mi cumpleaños en el que cumplí trece me regalaron una vela. No era una vela normal, mis padres aseguraban que me enseñaría valores importantes en la vida. Yo, curiosa, observé detenidamente los detalles que tenía. Se veían palabras escritas en fila: amor, compañerismo, pasión, ilusión, vida,… De distintos colores y formas. Me daba mucha pena usarla, pero sabía que algún día acabaría consumiéndose. Cada vez que andaba por el camino al colegio todas las mañanas, pensaba cuál sería el propósito de mis padres regalándome esa vela. Decidí encender la vela al día siguiente para ver si escondía algo especial. Cogí un mechero y acerqué suavemente la llama a la mecha de la vela. La palabra “amistad” empezó a derretirse, el color verde de la palabra se fundía con la blanca cera que la llama iba consumiendo lentamente. La roja palabra "ilusión" se derritió junto al resto. Indignada, cogí la vela y la tiré al desván al ver que no sucedía nada, llena de rabia por malgastarla. Al día siguiente, en el colegio, vi a mis amigas y recordé la palabra "amistad" y enfurecida por lo que había sucedido me alejé de ellas, quedándome sola. La ilusión de estar con ellas se había esfumado, como aquella palabra que la llama se había llevado... No aguantaba más, esa vela intentaba enseñarme algo, ¿Pero qué? Volví corriendo a casa aquel día, abrí el desván y busqué desesperadamente aquella famosa vela. No me apetecía volver a encenderla, ni malgastarla de nuevo, quería que aquellas palabras siguieran intactas. Esas seis palabras restantes seguirían decorando la vela, porque jamás se consumirían de nuevo. Me olvidé de ella de nuevo después de una semana, estaba demasiado distraída con la obra que organizaba el colegio, tenía un único objetivo, ser su protagonista. No paraba de ensayar la obra, todo el día, día tras día, hasta que por fin me dieran el gran papel. Llegó el día de las audiciones, tocó mi turno y, preparándome físicamente como mentalmente entré a la sala. Tras mi gran actuación me dieron el papel, al momento, estaba demasiado alegre como para escuchar cualquier cosa que me dijeran. Llegué a casa alegre, pensando que la vida me había sonreído, al llegar a casa, abrí la puerta y me encontré la vela encendida. Vi como la palabra esfuerzo mezclaba su amarillento color con el resto de la vela, como hubiera sucedido antes, solo una semana antes. Se había hecho el tiempo tan largo…Rápidamente corrí hacía la vela y la apagué, ya era tarde, la palabra se había fundido del todo. Estaba bastante extrañada, ya que nadie había estado en casa antes. De todos modos aún quedaban cinco palabras y eso me tranquilizaba. Al día siguiente, cuando iba hacia el teatro para comenzar mi primer ensayo, vi a una niña de mi edad dando brincos por el escenario; yo, soberbia, subí al escenario y le pedí que se apartara. Ella sin quitar su sonrisa de oreja a oreja me aseguró que le habían dado el papel de protagonista. Segundos de silencio. Le dediqué una mirada fría y sentí rabia en mi interior, ella ya sabía que yo tenía aquel papel, pero aun así, seguía dando saltos y seguidamente se puso a cantar. Muy enfadada, corrí hacía el director y grité indignada que cuál había sido el motivo de mi exclusión. Él, riéndose me dijo que yo solo era la suplente. Estaba tan contenta el día de la audición que no había escuchado aquello. No quise seguir más la obra y la dejé. Al final, todo aquel esfuerzo había sido en vano. Desolada, volví llorando a casa aquella tarde. Cogí la vela y la encendí para que se gastara del todo porque pensaba que esa vela tenía algo que ver. Empezaron a consumirse las palabras, entre ellas: amor, compañerismo, pasión, interés,…La apagué. Dejé la última palabra, “vida”. Hiperventilando, jadeando vi la fina columna de humo que ascendía de la ya casi quemada mecha, la base estaba llena de cera de colores que lo hacía hermoso, pero a la vez daba ganas de tirarla de la mesa y romper el trozo que quedaba con la palabra “vida”. Me tumbé en la cama intentando olvidarlo, e ignorando las llamadas que me hacían mis padres para saber qué tal aquel primer día de actuación…Me dormí acurrucada entre las calientes sábanas. Los días pasaron, y no había más que días lluviosos en mi mente, no tenía pasión, interés, amor, y lo peor fue que perdí mi compañerismo. Me di cuenta de una cosa, la vela me estaba enseñando algo. Solo quedaba una palabra, y no queriendo perder lo más importante, mi vida, corrí a la gran actuación, donde una niña estaba ansiosa por comenzar. Me senté y oí unos gemidos procedentes del escenario. Intrigada, me levanté y subí al escenario donde vi a la niña que iba a ser la protagonista llorando. No se tenía en pie y colorada me miró a los ojos y me dijo: “Me da pánico”. Le agarré la mano, le pedí perdón y ella armándose de valor se levantó y me enseñó la vela que había dejado en casa. “Has aprendido un gran valor, Pilar” me dijo. “Yo te encendía las velas, y tú las apagabas” continuó. Encendió la vela y consumiendo la palabra “vida” desapareció dejando una pluma en el suelo. Ese día aprendí una gran lección, deja tu vela encendida, comparte tu pasión, sueño o tus sentimientos. Pero sobre todo, pasa tu luz. Pilar Martín Belandia. 2º ESO Colegio Esclavas del S. C.-Fátima. Bilbao EL FARERO DE ALEJANDRÍA Todo el mundo conoce las siete maravillas del mundo: los Jardines de Babilonia, las tres grandes pirámides de Egipto, el Coloso de Rodas... En esta historia vamos a hablar de otra de ellas como es el faro de Alejandría, o más bien de su último farero. Alejandría fue una gran ciudad de la antigüedad que destacaba por su inmensa biblioteca y por su magnífico faro, que se necesitaba para que los marineros entrasen y saliesen del puerto. Esta ciudad, incluido su faro, fue destruida por un terremoto en el siglo XIV. Dentro del faro vivía nuestro farero, el protagonista de esta historia. Era un hombre bueno y generoso, del que trata nuestro relato. En aquella época, todos los fareros formaban parte de una sociedad, en la que cuando un farero se retiraba le pasaba el cargo a otro junto con un medallón de oro con un texto muy antiguo en el que se leía "pasa la luz". Este medallón lo llevaban siempre los fareros colgado del cuello con mucho orgullo. En esos tiempos todos los faros funcionaban utilizando un fuego que se reflejaba en unos espejos situados en su parte más alta. La noche que sucedió el terremoto, unos minutos antes del temblor de tierra, hubo una gran ráfaga de viento que apagó el fuego y que dejó el faro a oscuras. Cuando ocurrió esto, el farero estaba durmiendo en una habitación que tenía en la parte baja del faro y así, en el momento del terremoto el puerto estaba a oscuras y el farero quedó atrapado debajo de unos escombros que le cayeron encima en el primer instante. Cuando llegó el momento del terremoto todos los habitantes de la ciudad quisieron salir de ella en barco, por lo que corrieron hacia el puerto para montarse en los navíos. Sin embargo, cuando los capitanes decidieron salir se dieron cuenta de que como estaba el faro apagado no podían, porque nadie les iluminaba el camino. La gente gritaba horrorizada y el miedo se estableció hasta en el corazón de los más valientes. En mitad de todo este espanto el farero despertó, preguntándose en primer lugar qué es lo que habría sucedido con los ciudadanos que querían escapar de aquella ahora maldita y antes preciosa ciudad. Alzó su mirada para ver si el faro estaba encendido y, al verlo apagado, fue entonces cuando tuvo que tomar la dura decisión de tener que subir y encender el faro de nuevo, aunque él estaba muy malherido y las escaleras del faro medio derrumbadas. Todos los ciudadanos de Alejandría pensaron entonces que aquello era el final y que nunca conseguirían escapar de su ciudad medio derruida. Pero el farero sabía que aunque le costara la vida su obligación no era otra que sacarles de allí, así que con sus últimas fuerzas subió todos los escalones del faro (en muchos momentos estuvo a punto de caer por el hueco central de la interminable escalera) y aunque ya no le quedaban apenas fuerzas consiguió encender el que había sido un maravilloso faro. A todos los ciudadanos se les encendió en ese momento un rayo de esperanza ya que sabían que era su única oportunidad para escapar, así que uno a uno fueron saliendo los barcos del puerto con pena de los que se quedaban allí pero con alegría de salir por fin de ese infierno. El último barco que salió del puerto tenía como capitán a un hombre noble y considerado, que saludó al farero levantando la mano, emocionado y agradecido. El capitán sabía que si no hubiera sido por él nunca habría salido de allí, pero para nuestro farero ya era demasiado tarde para ver ese gesto que le hubiera llenado de alegría. El farero dio la vida para que otras personas escaparan del horror de morir. Verdaderamente cumplió su misión pasando su luz a los demás para que pudieran repartir su alegría por todo el mundo. Pero veréis que la historia no acaba aquí... 2/12/2015 Ultimas noticias recogidas en la prensa de Alejandría: "Se ha encontrado en el mar, entre unas rocas, un extraño medallón en el que está grabada una inscripción en un idioma desconocido, y que nadie ha podido descifrar. El medallón ha sido encontrado por un turista que dice ser controlador aéreo. Este señor nos ha comunicado que le gustaría quedárselo como amuleto de la suerte, y pasárselo a su sucesor en la cabina de control. Lo que a él le gustaría es iniciar una costumbre para que este medallón se vaya pasando de unos a otros a medida que se vayan jubilando". Y se sigue pasando la luz... Alejandra Castillo Campo-Cossío. 1º ESO Colegio San José. Cádiz HISTORIA DE LA FELICIDAD Justo cuando Rosa termina de arreglarse, se empiezan a oír las dulces y alegres risas de sus sobrinos que ha de cuidar hoy mientras la madre hace unos recados. Cuando abre la puerta, se encuentra con las caras angelicales de sus dos sobrinos pequeños impacientes por entrar en la casa y ponerse a jugar inmediatamente. Una vez se hubieron despedido de la madre tanto Rosa como los niños, entraron a la casa, donde les daba la bienvenida unas magdalenas que impregnaban con su olor hasta el lugar más recóndito del salón. De repente, el niño se detuvo a mirar una foto donde salía su tía. Este, con curiosidad preguntó: - Tía, ¿dónde es el lugar de la foto? - Es en el centro de acogida de las afueras – le responde Rosa. - Tita, ¿por qué vas a esos centros de acogida? – pregunta interesada la pequeña. - Es una larga historia, cariño – le responde Rosa alborotándole el pelo. -¡Cuéntanosla, por favor! – exclamaron al unísono los dos. -De acuerdo. Rosa se sienta en un sillón, mientras los niños esperan a que su tía empiece, pero se ve claramente que su mente ya está en otro lugar mucho más lejano que el presente. Al cabo de unos instantes, Rosa empieza a relatar su historia. Hace años cuando yo tenía doce años, en el principio del curso escolar, yo estaba muy feliz e impaciente de ver a las amigas que no había visto durante el verano. El reencuentro fue muy eufórico y ruidoso, no dejábamos de hablar las unas con las otras elevando cada vez más las voces. Una vez subimos a la clase, saludamos a los demás compañeros. Unos minutos después, apareció el profesor y se puso a pasar lista para ver las personas que había en el aula. Hasta ese momento, nadie, absolutamente nadie, se dio cuenta de que había una chica nueva en la clase. Se llamaba Cristal, un nombre que nos resulto extraño pero que se nos olvidó en cuanto traspasamos la puerta. Los días fueron pasando y yo me iba en los recreos con mis amigas de siempre. Un día, noté que alguien me miraba y al volverme vi que era Cristal. Siguieron pasando los días hasta convertirse en semanas y estos en meses, y Cristal me seguía observando. Día tras día, me daba cuenta de que siempre se sentaba sola en los recreos sin nadie más que la acompañase salvo su soledad. No sé realmente cómo pasó, pero poco a poco me fui distanciando de mis amigas hasta dejar de importarme hasta lo que hicieran. Un día en el que me encontraba sola y mis pensamientos vagaban libres y a su antojo, Cristal se me acercó y se sentó al lado mío. No hablamos, ni tan solo una palabra nos dirigimos. A la salida, me paró y me dijo que la tenía que acompañar a un lugar esa misma tarde. Esa tarde, el sol se encontraba en la cumbre de su esplendor, lo que hizo que el día fuera más inolvidable de lo que iba a ser de por sí. Cuando vino, se dispuso a andar sin mediar palabra, por lo que supuse que quería que la siguiese. No existen palabras en este mundo para describir lo que sentía cuando vi al lugar al que me llevo Cristal. Era un albergue, cuya fachada necesitaba una mano de pintura y se notaba que no tenía demasiados medios económicos; aún así, decidí no hacerle el feo a Cristal y me quedé toda la tarde. Cuando salimos del albergue, no sabía identificar cuál era el sentimiento que estaba devorando hasta la última célula de mi ser. Era algo que nunca había sentido, pero que era realmente agradable. El comentario que me hizo Cristal en ese momento, me pilló desprevenida: -Sabía que no hacía mal en traerte aquí y mostrarte la situación de estas personas. Aún seguía sin poder pronunciar ni una palabra por los recuerdos de esa tarde pero, a duras penas, le dije que cómo sabía eso. -Se podría decir que tengo un don, soy capaz de penetrar cada capa que forma a una persona y llegar a lo más esencial y oculto. En cuanto vi el tuyo, sabía que era importante que te guiase y mostrase ya no sólo a estas personas sin hogar sino la felicidad que tienes ahora mismo al haberlas ayudado. Después de esa tarde, no vi más a Cristal, pero eso no importa. Ese día iluminó mi interior y sacó a relucir mis valores para que yo misma se las pudiese pasar a los demás. Estoy segura de que va por el mundo mostrándole las cosas buenas que tiene cada persona en su interior. Le agradezco profundamente que iluminara las tinieblas que poblaban mi corazón para que pudiera ayudar a los demás. Los niños se quedaron sin palabras, y en ese momento, llegó la madre y se los llevó mientras Rosa daba gracias desde lo más profundo de su ser a una persona cuyo destino desconocía. Clara Murcia González. 2º ESO Colegio Sagrado Corazón. Córdoba DAVID Y SU LUZ INTERIOR El grupo joven de una hermandad de Semana Santa casi todos los fines de semana iban a un camping de excursión. Allí pasaban unos días de convivencia y relación con otras personas. Un día llego un chico nuevo. Esta persona se llamaba David y era una persona que le costaba relacionarse con los demás, parecía un chico vergonzoso, aunque cuando hablaba tenía un lenguaje exquisito con un vocabulario muy amplio. El comité de organización de fiestas y excursiones organizo una acampada al camping de Benamahoma para el siguiente fin de semana e invitaron al chico nuevo, a David. En un principio éste no quería asistir pero sus padres insistieron que era bueno para él relacionarse con los demás. El sábado por la mañana partieron en autobús hacia el camping. Cuando llegaron soltaron sus mochilas en las cabañas de madera que tenían capacidad para grupo de seis niños. Durante la mañana los excursionistas realizaron un paseo por el bosque y fueron viendo la vegetación y fauna aquel lugar. El grupo de chicos con el que dormía David se dieron cuenta que éste seguía sin hablar y sin relacionarse con los demás. El responsable del grupo le dijo a un compañero que intentara que David estuviera a gusto y se relacionara con los demás. En el almuerzo David se sentó solo en una mesa y el grupo de compañeros que dormían con el en la cabaña se sentaron a su lado y empezaron a preguntarle cosas y el contestaba con una voz apagada y sin mirar a la cara. Por la tarde estuvieron visitando el pueblo y asistieron a una misa en la Iglesia donde el cura les dio la bienvenida. Muchos de los compañeros pensaron en David en la forma de ayudarlo de que tuviera más luz para poder abrirse a los demás y que los demás le aceptaran tal y como era. Por la noche, después de cenar se sentaron a la luz de una fogata. A David le daba miedo el fuego y no quería sentarse, pero al final consiguieron sentarlo en el círculo al lado del fuego. Y empezaron a jugar a un juego con un linterna encendida que la iban pasando de uno a uno e iban presentándose y contando experiencias positivas o no tan positivas, deseos, sentimientos, pensamientos, o lo que cada uno necesitará decir en ese momento. Un chico contó que se sentía muy a gusto en el grupo y que al tener la linterna encendida con su luz podía sentir que estaba protegido. Una chica contó lo que le gustaba hacer, que era leer y escribir poesía y que esa luz era la que sentía al escribí e inventar sus poesías. Otra chica también contó que su infancia no había sido muy feliz y que su vida había estado repleta de oscuridad hasta que con la ayuda de sus amigos en el colegio y con la ayuda del grupo católico de la hermandad había conseguido sentir la luz en su corazón y que ahora estaba en paz con Dios y consigo misma. A medida que cada uno iba contando lo que le apetecía a la luz de la linterna, David lo iba escuchando e iba animándose a hablar. Cuando le tocó el turno a David cogió la linterna, ilumino su rostro para no ver a los demás y con voz suave comenzó a relatar su historia: “Me llamo David soy el mayor, tengo una hermana y un hermano. Me cuesta mirar a la cara cuando hablo, desde pequeño he tenido problemas para comprender lo que me están diciendo y no tengo amigos. Me siento diferente y la gente me rechaza. Tengo un trastorno que impide que entienda a los demás” Todos se quedaron sorprendido de lo que contó David y entendieron que cada uno tiene una luz propia y que hay que ayudar a los demás si esta luz se esta apagando. Ayudándonos unos a los otros nuestro corazón se ilumina. Carlos Márquez Pozo. 2º ESO Colegio María Medianera Universal. Jerez de la Frontera (Cádiz) PASA TU LUZ Me llamo Ángel, y soy un niño español de 12 años. Desde hace unos meses llevo viendo noticias e imágenes desgarradoras sobre el país de Siria. Yo antes ni sabía ni me interesaba donde estaba, pero ahora sé que es un país del Oriente Próximo, que hace frontera con Turquía y que está actualmente sumida en una guerra civil desde hace más de 4 años. Entre las muchas imágenes que me impactaron, fue la imagen de una periodista poniendo la zancadilla a un padre que iba con su hijo en brazos corriendo para cruzar la frontera antes de que la cerraran, me pareció tan cruel... Por eso quiero que esta historia tenga un toque de humanidad distinto. La guerra era ya insoportable para la familia de Samira. Una niña de 6 años cuyo único deseo era que su vida dejase de ser un infierno llamado guerra. La niña había perdido a su hermano Abbud a causa de un bombardeo y con él la sonrisa. Desde aquel momento la familia vivía en una tensión constante. Un día el padre de Samira, Asad, le mencionó a su madre, Aanisa, algo que no llegó a entender, pero por la cara de pánico de ambos y su reacción de recoger todas las pertenencias necesarias entendió que no era nada bueno. Aanisa se acercó a Samira, y le dijo que iban a hacer un largo viaje, dejarían las bombas, la sangre por las calles... en definitiva el horror de la guerra. Pero a Samira nadie le dijo que también dejaría a sus amigos, su colegio, el color con que recordaba sus calles cuando no había guerra... sus vecinos y a todos sus seres queridos como su prima y mejor amiga. Se levantaron aun de noche y en silencio. Cogieron las pocas cosas que habían decidido llevarse. Samira echó una rápida mirada al salón, encima de la televisión vio una fotografía de su hermano y corrió a cogerla. Se la guardó en el bolsillo al tiempo que su madre le gritaba: ”¡Deprisa, vayámonos!”. Samira vio como su padre entregaba unas cuantas libras a un hombre que les llevó en su camioneta hasta la frontera con Turquía junto a dos familias más que permanecieron calladas, aunque con el dolor reflejado en sus ojos. Llegaron a la frontera con Turquía, su padre se despidió del conductor con un breve gesto con la cabeza. En la frontera se empezaron a complicar más las cosas. “Tenemos que saltar esa valla” dijo su madre agachándose, envolviendo con su brazo izquierdo a su hija y señalando con el brazo derecho la valla que intentaban escalar todos los que allí estaban. Había empujones y patadas. Samira pensaba que estaban librando otra batalla. Sus padres esperaron a que se tranquilizara el ambiente y saltaron la valla. Primero subió su padre, luego su madre la levantó y su padre la cogió desde arriba. Su madre subió a duras penas, agarró a Samira para que no se cayese y desde abajo su padre extendió sus brazos. No necesitaban palabras, Samira sabía que tenía que saltar, no tenía miedo porque sabía que su padre la cogería. Samira preguntó a su madre: “¿tendremos que saltar otra vez la valla para volver a casa?” su madre contestó: ”no hija no, no vamos a volver”. Samira lloró en silencio, procurando ser fuerte para que sus padres no se preocuparan, pero no pudo contener las lágrimas. Tenían que llegar a Grecia. Sus padres sabían que era lo más peligroso, ya que tenían que ir por mar y no sabían nadar. Se encontraban en el lugar donde embarcarían. Tenían lugar en el centro de una vieja embarcación, pero Samira vio que una mujer con heridas de alambres y con un bebé de pocos meses en brazos estaba en el borde. Samira le dijo a sus padres que le dejaran sitio en el centro con ellos. Veía al niño pequeño muy indefenso y a su madre muy fuerte, pero lo más importante era el niño. La familia sin poner pegas les dejó un sitio con ellos. La barca se movía mucho, Samira se agarró fuerte a su madre. Su madre le pasó la mano por la espalda tratando de tranquilizarla, haciéndola cosquillas. Samira sacó la fotografía de su hermano del bolsillo, la besó y la volvió a guardar. La madre del pequeño pudo observarla hacer ese pequeño gesto, y sonrió. El pequeño empezó a llorar y rompió esa sonrisa dibujada en la cara de su madre. Llegaron a Macedonia. Samira pregunto: “¿ya ha terminado este viaje?” Su madre contestó: “no hija no, pero ya ha pasado lo peor” Samira miró a su madre y sonrió. Su próximo destino era Serbia. Pero ahora les tocaba descansar. Había un montón de gente y de todas las edades, bebés, adultos ancianos... Esta vez no tendrían que escalar ni navegar, si no que tendrían que caminar por campos, carreteras, andenes… Cuando Samira no podía más se quedó atrás por un despiste de su madre. Un coche se detuvo a su lado y le ofreció una botella de agua. Era un fotógrafo, le pidió sacarla una fotografía. Sin dudarlo dijo que sí. El fotógrafo guardó su cámara, cogió a Samira y la llevó con sus padres. El fotógrafo acompañó a la familia en su viaje. Cuando llegan a Serbia, algunos afortunados con dinero que aún conservaban pudieron coger autobuses. Ellos no tenían dinero y se prepararon para seguir caminando. El fotógrafo se les acercó con un sobre se lo dio y dijo: “no es mucho, pero es lo que me han dado por mi cámara y por todos sus complementos. Nos dará para ir los cuatro porque voy a ir con vosotros”. La familia lo abrazó, estaban emocionados. El viaje fue largo pero por fin llegaron a Alemania. Se acercó alguien por detrás. Era la mujer que viajó con ellos en el barco. Tenía un regalo para Samira. Un marco artesanal hecho con palos del tamaño de la foto de su hermano que llevaba en el bolsillo. Le dio las gracias y volvió con sus padres. El fotógrafo le consiguió un trabajo a su padre Volvió a ir al colegio y conoció nuevas amigas. Samira puso la fotografía enmarcada encima de su cama y el fotógrafo la foto de Samira en el salón de su casa. Esta familia no es real, pero sé que podría ser una de tantas familias que huyen de sus países en guerra, da igual que sea Siria o cualquier otro lugar del mundo. Sé que sus vidas son duras, y sus destinos inciertos, pero también sé que hay muchas personas buenas en el camino que siempre están dispuestas a ayudar... A PASAR SU LUZ a los demás y hacerles la vida un poco más fácil. Yo, Ángel, un niño de 12 años me siento contento de estar en un país sin guerra, pero me pongo triste cuando veo estas noticias. Sé que aunque no pueda hacer nada por ellas, sí puedo PASAR MI LUZ a los que están a mi alrededor y necesitan mi ayuda. Sé que los finales felices también existen, aunque haya que buscarlos pero sé que están ahí. Ángel Cobos Cuevas. 1º ESO Colegio Santa Rafaela María. Madrid LOS VACÍOS Todos los habitantes de Claro de Bosque se hallan inmersos en la más asombrosa alegría, secundada por las fiestas y bailes que se están organizando en estos últimos días. ¿Por qué? Se preguntarán los reinos vecinos, demasiado lejos para enterarse de la espléndida noticia. Pues simplemente, porque ya tienen a una sucesora al trono, aquella que, cuando sea mayor, gobernará Claro de Bosque con justicia y paz, como hicieron sus antecesores. La reina Medea había quedado estéril hacía muchos años, y el pueblo se había resignado a que el siguiente gobernante fuese un aristócrata forastero. Pero, sin saber cómo, la reina había dado a luz la semana pasada a una hermosa niña a la que nadie había visto todavía. Lejos de la plaza y de las alborotadas calles del reino, en el palacio real, se desarrollaba un panorama completamente distinto al de los ciudadanos. En una de las dependencias del palacio, la reina Medea sollozaba amargamente, el rey trataba de consolarla, varios consejeros y médicos discutían y el ama de cría sostenía al bebé en brazos, cubierto de mantas. El motivo de tanta desesperación era, que en ese momento, la reina se había enterado de que su adorada hijita era una Vacía. Los Vacíos eran escasos en los reinos, pero de vez en cuando, la mala suerte maquinaba una malévola sorpresa y transformaba un precioso bebé en un Vacío. Los Vacíos, como su propio nombre indica, estaban vacíos, de cuerpo y de mente. Carecían de personalidad, eran mudos, sordos y ciegos, principalmente porque no poseían ni orejas, ni ojos, ni boca. Cuando se hacían mayores, se dedicaban a vagar por ahí, asustando a los vecinos. Eran calvos, y tampoco poseían nariz ni pelo en el cuerpo. La reina exhaló un profundo suspiro y se tragó el llanto. -Rosa, tráeme al bebé.- ordenó. El ama de cría obedeció. La monarca contempló la cara vacía y sin facciones de su hija. Aquella niña nunca hablaría, ni vería, no contactaría con el mundo exterior. Aquel pensamiento la entristeció otra vez. -Tenemos que hacer algo. -Pero querida, es una Vacía.- repuso el rey.- Y el hada que te curó lo dijo bien claro. Sólo un niño. -Tenemos que hacer algo por nuestra hija, a la que llamaremos Trinn, que en clariano significa: “La que se curará”. -Pero, ¿Qué haremos? -Preguntar. En nuestro reino viven toda clase de criaturas sobrenaturales, ¿No? Seguro que nos pueden ayudar. Y así fue como los reyes empezaron a indagar. -Vayamos a la biblioteca.- sugirió el rey. -Allí no habrá nada.- suspiró la reina.- ya lo habríamos encontrado. -Puede que no. Cuando llegaron, admiraron las altas estanterías repletas de empezaron a buscar. Tras varios angustiosos minutos, la reina exclamó: libros, y -¡Aquí! La mujer sacó un grueso tomo polvoriento oculto entre dos filas de libros. En su portada rezaba: “Guía de enfermedades sobrenaturales”. Pasaron las quebradizas hojas rápida y angustiosamente, ávidos de información. De pronto, el rey tomó del brazo a la reina y señaló la página abierta. Los dos leyeron silenciosamente: “Para curar a un vacío, se necesita a varias criaturas con rasgos llamativos para cada parte del cuerpo” -¡Necesitamos las cualidades de varias criaturas y que puedan otorgárselas a Trinn! ¡Buena vista, excelente oído, magnífico olfato…! -¡El bufón! ¡Habla y ríe muy bien, y tiene una gran boca! -¡Perfecto! Acto seguido, los reyes bajaron las escaleras hasta la planta baja, los aposentos de los sirvientes. Los criados, aunque extrañados de encontrarse a los reyes allí, les indicaron la habitación del bufón. Tocaron a la puerta, y el cómico les abrió, muy extrañado. En la habitación, los reyes le relataron brevemente la historia, y la remataron con un: -Por favor, pasa tus cualidades. Pasa tu luz. -Lo intentaré, sus majestades. Acto seguido, cerró los ojos y abrió la boca. Alzó las manos, y allí se materializaron dos pequeñas llamas de luz. Abrió los ojos y las esparció por el cuerpo de la princesita, a la que habían traído consigo, y la colmó de sus dones y valores. En el rostro vacío de la niña se creó una pequeña boquita sin dientes, que estaba permanentemente sonriendo. La reina lloró de emoción. Le dieron las gracias al bufón y salieron corriendo. Después de una corta discusión, acordaron ver a Frida, la cocinera real. Era famosa por detectar veneno en cualquier tipo de comida y supusieron que le podrían pedir su olfato. Cuando llegaron a las cocinas, la operación fue la misma. La cocinera pasó sus cualidades, su luz, y en el rostro de la pequeña se creó una pequeña naricilla. En el jardín del palacio, el gran tigre albino Ilim, le transmitió uno de sus tesoros más ocultos, la aguda visión, y en el rostro del bebé se abrieron unos preciosos ojos azul zafiro. Gracias a las cualidades del hada Branwen, a Trinn le crecieron unos pequeños tirabuzones dorados, y gracias al duende Aelfraed, unas pequeñas orejitas. Los enanos Burp y Blinn le transmitieron valentía y sabiduría, respectivamente, y el cisne Leida le otorgó sensibilidad. Cada uno de ellos pasó sus luces, sus cualidades, para que la pequeña princesa las disfrutara y las poseyera. Sana y como un torrente exultante de vida se encontraba Trinn; "La que se curará". Diego Gallego Montero. 2º ESO Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Madrid PREMIO PRIMER CICLO DE ESO TODO SE SUPERA Te preguntarás por qué me dirijo a ti. Ni siquiera yo sabría contestarte. Simplemente me gustaría contarte algo. Como todos sabemos, la vida no es fácil. Todos tenemos, tuvimos o tendremos problemas. Algunas veces parece que no pueden solucionarse, y nos entran ganas de rendirnos. La clave está en querer solucionarlos. Así costará menos. Bueno, esta es mi historia: Nunca había estado delgada. No tenía problemas de obesidad pero me sobraban unos kilos. Yo no lo veía tan grave, pero los que me rodeaban sí lo hacían. En ninguna etapa de la vida es agradable estar sola, y menos en la adolescencia, cuando eres más vulnerable sentimentalmente. Mi madre era la única persona que de verdad me quería. Ella se encargaba de que siempre tuviera una sonrisa. Pasaba seis horas diarias en el colegio. Es muy duro que las personas que te rodean te desprecien. Una vez, un chico me llamó Cachalote. Se ve que a los demás les gustó, porque a partir de entonces ese fue mi nombre. ¿Acaso sabían cuál era el verdadero? Creo que no. Tras mucho pensar, decidí, de manera errónea, empezar a adelgazar, pues quería un cambio en mi vida. ¡Cómo no hacerlo! Las chicas de mi clase tenían un cuerpo envidiable, y siempre estaban rodeadas de gente. Parecía lo más lógico. Comencé por reducir la ingesta de alimentos a la mitad. Incluso acabé eliminándola casi por completo. Poco a poco, notaba cómo adelgazaba, pero el proceso no era lo suficientemente rápido. Empecé a hacer ejercicio. Mucho ejercicio. Demasiado. Claro que yo eso no lo sabía. En el colegio empezaron a tratarme mejor. ¡Me empezaron a llamar por mi nombre! Por cierto, es Vanessa. Ya no me despreciaban, al menos no tanto como antes. Entonces pensé: “Si estando así de delgada me aprecian, si sigo adelgazando, me adorarán”. Con ese pensamiento lo único que conseguí fue que a los 16 me diagnosticaran Anorexia Nerviosa Restrictiva. Antes de que nos lo dijeran, mi madre y yo no parábamos de discutir. Yo notaba que me alteraba con frecuencia. Además, lloraba mucho, sin saber siquiera por qué. Mi madre me convenció para ir al psicólogo. Éste no consiguió nada. Me recomendó ir al médico, donde me dijeron lo que en realidad me pasaba. Yo no creía que fuera para tanto. Me miraba en el espejo y no veía a una persona flaca. De hecho, cada vez que me observaba me veía más gorda. No hice caso de los consejos que los médicos me daban. Empeoré. Sufría bastante a menudo desmayos, fatigas y el corazón se me aceleraba demasiado sin motivo aparente. Un día me asusté de verdad, ya que me dio un infarto. Estuve unos días en el hospital. Durante ese tiempo reflexioné. Decidí, aunque no tenía ninguna gana, ingresar en un centro médico especializado en trastornos alimenticios, en Barcelona. Durante mi tiempo allí, mi madre me visitaba a menudo. Viajaba desde Madrid, donde vivía, hasta Barcelona. A los 20 años salí del centro, rehabilitada. Seguía siendo delgada, pero no tanto. Me sentía feliz. Tras mucho tiempo tenía ganas de vivir. Entré en la universidad Carlos III de Madrid. Comencé a estudiar Derecho. Siempre había querido hacer esa carrera. Además de estudiar, para pagarme la universidad, trabajaba unas horas cada día en una cafetería, como camarera. Era mucho trabajo y me costaba bastante hacerlo todo, pero lo sobrellevaba. Al principio me costó adaptarme a estar rodeada de gente, pero me acostumbré. Allí había gente de todo tipo: altos, bajos, delgados… No había tantos prejuicios. Estaba a gusto. Lo malo era que justo había coincidido en la misma clase con la chica que más me odiaba del colegio. Habían pasado tantos años que ya no me importaba, pero a ella sí. Yo la ignoraba, hasta que un día difundió una foto mía de pequeña (de cuando estaba gordita). ¡Qué vergüenza! Aunque no tenía razón empezó a llamarme Cachalote de nuevo. Se supone que éramos mayores y que habíamos madurado pero… ¡Me afectaba mucho que me llamara así! Por su culpa volví al infierno. Yo no me daba cuenta de que mi mente volvía a distorsionar mi imagen frente al espejo. Solo volvía a ver a la chica gordita a la que todos despreciaban. Temía volver a engordar, así que dejé de comer de nuevo. Tenía 22 años cuando me diagnosticaron la recaída. Volví a ingresar en el centro. Estaba segura de que esa vez no saldría de allí. ¿Sobrevivir a algo así por segunda vez? Imposible. Se ve que la suerte estuvo de mi parte. Hoy estoy hablando contigo. Esa es mi historia. Al contártela me he acordado de lo que tenía que decirte. La vida no es perfecta. Todos vivimos situaciones malas, las mías duraron muchos años, pero aquí estoy: 35 años, casada, con una hija…. ¿qué más podría pedir? Yo he compartido esto contigo para que te des cuenta de que todo se supera, por muy difícil que sea. Yo te he pasado mi LUZ. ¿A quién le pasarás tú la tuya? Isabel Moriano Conde. 1º ESO Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. Salamanca LUZ, SOLO LUZ Me desperté como un día cualquiera. Era lunes, de nuevo. Los días se repetían una y otra vez. Siempre era lunes 17 de febrero de 2018. Las horas eran cada día más largas y cada vez me iba desvaneciendo más y más. Casi se me olvidaba deciros que, efectivamente, soy un fantasma. Vivía en el mundo de los humanos porque aún no había cumplido el trato que hice con la luna. El trato consistía en que antes de ir al inframundo y liberar mi alma debería pagar por lo que mis seres queridos habían hecho. No lo entendía. ¿Qué tenía que pagar? ¿Las facturas de Hacienda? Tal vez. ¿La factura de la televisión por cable? No, seguramente no sería ninguna de esas cosas. La luna era engañosa y siempre utilizaba metáforas que no entendía ni ella misma. Yo solía vivir con mi madre, Tiffany y con mi padrastro, Thomas. Thomas era lo peor conmigo. Nunca me dio los buenos días ni se molestaba en preguntarme cómo me había ido el día. Lo único que hacía era sentarse en el sofá y pedirme cosas como “Louis pásame el mando de la televisión aunque lo tengo enfrente de mí” o “tráeme una cerveza o si no te quedarás sin esa PS4 que tanto quieres”. Sí hombre, me podía hacer lo que quisiera, pero si se atrevía a tocar mi PS4 ya hubiera sido pasarse. Pero yo pienso que como yo no le quería y él tampoco me quería a mí no creo que tenga mucho que ver con la apuesta de la luna, así que nos podremos olvidar de él por un momento. Vivíamos en una casa de campo a las afueras de la ciudad, pero ahora que ya no tenían que cuidar de mí se habían comprado la casa más cara. Ni siquiera me enterraron. Pero no los puedo culpar por ello porque puede que nadie haya encontrado mi cuerpo. La casa nueva era un tanto peculiar porque mi padrastro había decorado la mayor parte. Aunque no me gustara, tenía que reconocer que era bastante moderna. Así que allí estaba yo, bajando las escaleras tranquilamente hasta que tropecé a causa de un grito. Un grito femenino. Mi madre. Bajé las escaleras corriendo pero en vez de ver a mi madre llorando la vi saltando de alegría con un test de embarazo en la mano. No podía ser verdad. No lo era. Aunque no lo reconociera, sabía que era verdad. Estaba embarazada. Pero entonces él me vio. Mi padrastro. Me miró y gritó mi nombre. -¡Louis! eres tú. Parecía bastante más contento de lo que pensaba que estaría. -Deja de tener alucinaciones. Louis se fue de casa hace un mes y dijo textualmente que no volvería.-dijo mi madre con tristeza en la mirada. -No lo ves. Mira, justo ahí-Thomas me apuntó con el dedo índice. -Cariño, se ha ido. Tienes que aceptarlo. Estuvieron hablando sobre el bebé durante más de una hora y él no me quitaba la mirada de encima. ¿Cómo podía verme? ¿Era el único? Mientras todos estos pensamientos rondaban por mi cabeza tampoco pude contenerme y empecé a mirarlo fijamente. Cuando toda la charla sobre los pañales y sobre qué cuna comprar hubo terminado, se acercó y me dijo con dulzura: -Hola chico. No le respondí, estaba muy enfadado. -Sé que no te traté bien. Fue la idea de tener que criar a un hijo, la idea de que no me aceptaras como padre. Tenía miedo. Seguía sin responder, no pensaba perdonarle. Jamás lo haría. -Perfecto, pero sigo sin perdonarte. Ahora vete a comprar pañales, un biberón… O lo que sea que tengas que comprar-dije con un tono enfadado. Se le cayó una lágrima por la mejilla. Ni me inmuté. En un instante mi madre bajó por las escaleras con una sonrisa radiante y le dijo a Thomas: -¿Vamos? Me subí en el coche porque no tenía nada mejor que hacer. Mi madre se acababa de comprar un BMW X6 rojo. El coche de sus sueños. El coche tenía una tapicería blanca que hacía buen contraste con el color del coche. El camino fue corto. Llegamos a la tienda. “Baby Master”. Menuda cursilada. La cuna fue lo primero que compraron, perdón, compramos. Después compramos unos mil paquetes de pañales superabsorbentes y un biberón con estrellitas. De camino a casa empezó a llover. Los cristales estaban empañados y cada vez costaba más ver a través de ellos. La carretera nunca se acababa y el sudor empezaba a caer de la frente de mi padre, digo, mi padrastro. Después de eso, solo recuerdo un frenazo y un accidente. Me levanté del suelo y vi un coche en llamas. No podía estar pasando. Ahora no. Corrí, era lo único que podía hacer. Pero algo hizo que me frenara en seco. Un grito. Pero esta vez no era de alegría sino de miedo, dolor y tristeza. Me giré y vi a mi madre en perfecto estado al lado del coche. Giré mi cabeza hacía el coche y lo vi. Le vi a él. Thomas estaba atrapado en el coche. Tenía que sacarlo por mi madre. Le agarré del brazo y tiré con fuerza. No respiraba. Estaba muerto. Pero… Sí que había una manera de salvarlo. Pero eso haría que yo muriera de verdad y no volviera a despertar jamás. Debía hacerlo, por mi madre. Le puse las manos en el pecho y empecé a pasarle mi luz. Mis recuerdos alegres. Todas las cosas felices que me habían pasado en la vida. Mi alegría, mi entusiasmo. Todo. -Te quiero-dije antes de desvanecerme por completo. Pero no pasó nada. Al contrario, me elevé hacia la luna y me sentí más vivo que nunca. La luna había cumplido su trato. Pablo Soriano Vergés. 1º ESO Colegio Sagrado Corazón - Esclavas. Valencia EL MENSAJE DE LA LUZ Tomás se levantó a las seis y media, como cada mañana, para ir a trabajar. ¿Qué si le gustaba su trabajo? Nadie lo sabía y por lo menos, no parecía encantarle. A su edad, Tomás solo pensaba en jubilarse al año siguiente y dejar la cafetería “La Luz” en manos de su sobrino. Se vistió y tomó un café apresuradamente, dispuesto a dirigirse al local. Pero aquel día hizo algo diferente, algo que cambiaría su vida y la de muchos otros; aquel día abrió la puerta con una sonrisa. No sabía por qué lo hacía, pero estuvo todo el camino sonriendo como si fuera a pasar algo bueno. A la entrada de la cafetería, había una mujer esperando a que abriera. Por su vestimenta negra y blanca, Tomás dedujo que se trataba de una camarera, Marisa. Tomás la saludó alegremente. Ella le devolvió el saludo algo extrañada, pues hacía tiempo que no veía a su jefe de buen humor. El día fue tranquilo, poco más que los clientes habituales cruzaron la puerta de entrada. Al final del día, una hora antes de la hora de cerrar entró una mendiga. Tomás estaba frente al ordenador donde registraban las cuentas cuando Marisa se acercó a él. -Ha entrado una mendiga… ¿Quiere que le diga amablemente que se vaya? Un día cualquiera Tomás hubiera aceptado la proposición de su empleada, pero debido a su inesperado buen humor, decidió decirle a Marisa que la atendiese como a una clienta más. La mujer pidió un café con una pieza de bollería. Al cabo de cinco minutos, pidió la cuenta y acto seguido se acercó a la barra donde estaba Tomás sentado frente a su ordenador. -Disculpe – dijo con la mujer con voz temblorosa – me falta un euro para poder pagar. Lo siento mucho. Mañana se lo devolveré, se lo prometo. De pronto la pantalla del ordenador se quedó en blanco y apareció un mensaje en letras grandes y de un azul muy brillante: Pasa tu luz. Tomás hizo click con el ratón varias veces, pretendiendo que el mensaje desapareciera. Al ver que sus esfuerzos eran en vano, Tomás repitió interiormente la misteriosa frase. “Pasa tu luz”… ¿Qué querría decir? -Señor, lo siento mucho… - dijo la mendiga viendo que Tomás no contestaba. Tomás levantó la vista del ordenador y la dirigió a la mujer. -No se preocupe – dijo mientras esbozaba una sonrisa – hoy su cena se la pago yo. La mujer sonrió y se dirigió a Tomás con una voz igual de temblorosa, pero esta vez más dulce. -Muchísimas gracias, que Dios le bendiga –dijo antes de girarse para dirigirse hacia la puerta. Mientras la mujer salía, Tomás pensó en su buena acción. Se sentía muy bien. Hacía mucho tiempo que no tenía esa sensación. Y todo debido al inesperado buen humor con el que se había levantado. Al salir del establecimiento, a la mendiga se le cayó un papel. Tomás lo cogió y salió a la calle para devolvérselo. La buscó con la mirada, más no la encontró. Al entrar de nuevo en el local, leyó el papelito. En él había un mensaje escrito en el mismo color en el que lo estaba el mensaje que apareció en su ordenador. “La luz que das…” decía. Acababa con puntos suspensivos, lo que daba a entender que a esa frase le faltaba su final. Tomás guardó el papel en un bolsillo de su pantalón y volvió a sentarse frente al ordenador. A los pocos minutos Marisa se le acercó. -He acabado mi turno, debo irme. – dijo poniéndose el bolso sobre el hombro. – Buenas noches. -De acuerdo, igualmente. – Respondió Tomás. Marisa salió del local y acto seguido entró un hombre muy alto y de traje. El hombre se acercó a Tomás y le pidió un café. Pasaron poco más de cinco minutos cuando se dirigió a la barra para pagarle a Tomás. Faltaba poco para que llegase la hora de cerrar. Tomás estaba recogiendo las mesas cuando encontró un fajo de billetes donde se acababa de sentar el hombre de traje. Un día cualquiera se los hubiera quedado, pero aquel día salió a la calle para ver si con algo de suerte lo encontraba y le entregaba los billetes que había perdido. Tomás lo divisó a lo lejos y se acercó a él con paso rápido. -Disculpe señor, se ha dejado esto en mi cafetería – dijo Tomás. El hombre se quedó sorprendido y sonrió. -Muchísimas gracias, ¡que despistado soy! – respondió. Y a continuación comenzó a buscar algo en su bolsillo. Sacó un papel doblado y se lo entregó a Tomás. -Esto es para usted – dijo mientras se daba media vuelta y se iba. Tomás, atónito desdobló el papel. En él había un mensaje “… es la que te alumbrará”. Tomás se acordó del papel que se le había caído a la mendiga. Lo sacó rápidamente de bolsillo de su pantalón. Leyó los mensajes en alto. “La luz que das es la que te alumbrará”. Tomás le dio vueltas y vueltas al mensaje de los papelillos sin entenderlo durante todo el camino de vuelta al bar. De pronto se dio cuenta. Sonrió. Hacía tiempo que no se preocupaba por los demás. Y ese día, el día que lo hizo al cabo de muchos años pareció cobrar luz propia. Una luz creada por él mismo, y pasada por los demás. Adriana Lado López. 3º ESO Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. A Coruña LA LUZ, UNA “CHISPA” DE VIDA Cuando me despierto, lo primero que veo es oscuridad, afuera el sol todavía no ha salido y las luces de mi habitación están apagadas. No es hasta que enciendo el interruptor cuando logro ver algo, aunque el contraste de oscuridad a luz me desorienta. Me encuentro cansado, no lo estaría si me levantase a las seis de la mañana, y apagado, como si mi cuerpo estuviera en este mundo pero mi mente no. Me preparo para ducharme, esta vez entro un poco más tarde de lo habitual porque mi hermana se ha pasado un poco en el baño. Me desvisto y me relajo mientras caen sobre mí las gotas de agua caliente. Hoy tengo un día complicado, tengo que hacer dos exámenes y me toca, además, voluntariado, aunque no me molesta tanto. No sé cómo voy a poder aguantar el día sin acabar agotado. Salgo de la ducha, me visto rápidamente y me quedo frente al espejo. Espero que este día se pase rápido, no lo podré soportar más. Salgo del baño y tomo mi habitual desayuno que suelo comer antes de ir al colegio, un vaso de zumo de naranja y galletas. Nada más acabar, dejo el vaso en la cocina y vuelvo al baño a lavarme los dientes. Termino en menos que canta un gallo, cojo mi mochila, la reviso y la dejo en el comedor y repaso un poco para los exámenes. Estoy tan cansado que ni me puedo concentrar en mi repaso, ojalá tuviésemos tres días de fin de semana… A cinco minutos de irme, mi hermana nos pide a mis padres y a mí que le deseemos suerte. Cuando se lo digo no puedo evitar que se me escape una leve sonrisa en mi rostro. Es un acto reflejo, algo que me hace un cosquilleo en el estómago, y no es que tenga hambre. Ya salgo de casa, le doy un beso a mi padre y me suelta su típico: “al ataque compañero” y, posteriormente, a mi madre. Cierro la puerta sin mucha fuerza para no despertar a los vecinos, les digo un último adiós y bajo las escaleras hasta la planta baja. Abro la puerta de cristal que da a la salida y empiezo mi trayecto hacia la casa de mi amiga, la que suele bajar un poco tarde, a veces. Cruzo el paso de cebra y me encuentro con un señor. Él me sonríe y yo le respondo con una misma sonrisa. Una vez, alguien experimentó con otras personas de la calle. Esa persona se dedicaba a sonreír a la gente, la mayoría le respondía y contaba unos comentarios cómicos, esa sí que es una buena manera de empezar bien el día. Llego a la casa de mi amiga, que baja un poco tarde, ¡qué raro! Empiezo a dar vueltas hasta que me doy cuenta de que sigo sonriendo. Ese señor me ha devuelto la sonrisa a mi rostro y, cada vez más, me siento lleno de vida. Baja mi compañera, que me pregunta por qué estoy sonriendo teniendo dos exámenes el día de hoy y levantándose a las seis para poder repasar un poco, yo le respondo con una simple sonrisa y una pequeña carcajada. Ella también se ríe, es algo complicado de explicar pero, como dicen, un gesto vale más que mil palabras. Llegamos al colegio, reencontrarse con los amigos después de un corto fin de semana me reconforta y me alegra la mañana. Incluso tenemos planeado ir a la feria ese sábado e ir a cenar por ahí todos juntos. Empiezan las clases y entramos en el colegio. Ya han pasado unas horas, ahora estamos descansando en el patio y ya hemos realizado los dos exámenes. Todos compartimos qué nos ha pasado este fin de semana. Algunos han ido al centro comercial, otros han ido de cena, e incluso han celebrado una fiesta. Yo, por el contrario, he estado con los amigos de la infancia para celebrar el “cumple vidas” de un padre que ha pasado por un cáncer. Una buena forma de celebrar la vida misma, cumpliendo los años en que se sigue con vida. Ciertamente es reconfortante saber que una persona puede sobrevivir a un cáncer, al menos durante un tiempo, y vivir la vida como antes. Se acaban las clases y vuelvo a mi casa para hacer el deber, comer y estudiar. Una vez que acabo, recuerdo que tengo que ir al voluntariado del colegio a las cinco de la tarde. Ya son las cuatro y media. Me preparo la chaqueta, cojo las llaves y envío un mensaje por el móvil a mis amigos, avisándoles de que ya salgo de mi casa y de que se preparen. Le digo nuevamente a mi madre un adiós, pero le suelto un “te quiero”. Le hace gracia, empieza a reírse y yo la sigo, aunque la corto para poder irme. Bajo de casa, mis amigos me están esperando, deseosos de llegar al colegio para ayudar a los pequeñajos con sus deberes o para repasar para sus exámenes. Hoy nos toca ayudar a los niños de primero de primaria, ellos nos acogen con una sonrisa y un abrazo. Este momento es uno de los que te sientes feliz y lleno de vida. Ayudo a un pequeño de origen marroquí con las matemáticas, simplemente son sumas y restas, pero las domina a la perfección, así que avanzo un poco más y le preparo una serie de operaciones con números más grandes. Al principio le cuestan un poco, aunque, finalmente, consigue realizarlas. Cada vez siento un cosquilleo mayor en mi interior, es como una luz que quiere salir o hacerse más grande, es una sensación que me da calor y alegría, tal vez sea eso la vida... Se acaba el voluntariado y todos volvemos a nuestras casas. Cuando llegamos a la de cada uno, me despido con un abrazo.Cada día doy gracias por tener unos amigos tan buenos y que se preocupan por mí, que me preguntan cuando me pasa algo... Ellos también transmiten una luz propia que hace felices y ayuda a los demás. Y así acabo, con una llama intensa de luz en mi interior, deslumbrando el camino hacia una buena vida para mí y para los demás. Miguel Reig Valor. 3º ESO Colegio Sagrada Familia. Alcoi (Alicante) ME ASUSTA LA LUZ -Está todo en regla, puede pasar a la sala de espera. Espere, mejor le acompaño, no vaya a perderse. La amable recepcionista entrelaza su brazo con el mío y nos dirigimos juntos a la salita donde aguardaré pacientemente mi turno. Al llegar, me acomodo en la silla más cercana a la puerta. Me indica que espere ahí, que el doctor Wilson me llamará en cualquier momento y se marcha. Realmente, ha sido una suerte encontrar una enfermera de habla hispana por aquí. Saco un libro de la mochila. No soy muy aficionado a la lectura, pero sé que la espera se puede volver larga y no quiero quedarme sin hacer nada. Aun así, me gusta leer El Lazarillo de Tormes ya que me siento algo identificado con el ciego, no es que yo sea una persona mezquina y avara, pero me considero astuto y me fascinan sus artimañas. Hojeo cerca de medio libro hasta llegar a la página 256. Coloco mi dedo índice sobre la primera palabra y empiezo a deslizarlo suavemente por toda la hoja. En diez minutos apenas he leído 3 páginas, (el sistema braille nunca se me ha dado demasiado bien, aunque tampoco le he puesto mucho interés). Pero eso ya da igual. Tal vez no hayáis entendido lo que acabo de narrar, así que ahí va una pequeña aclaración: Mi nombre es Francisco y tengo 37 años. Vivo en Barcelona. Habito en un pequeño piso acompañado únicamente de mi perro Otto. Nací con una enfermedad genética llamada amaurosis congénita de Leber que me impide ver. Muchos de vosotros lo llamaríais simplemente ceguera. Vivo gracias a las subvenciones que me da el Estado. Me encanta escuchar música. Soy feliz. La mayoría de la gente cree que ser invidente es una desgracia, pero yo no lo veo así. A mi parecer, la invidencia también tiene ventajas. Tengo el olfato tan desarrollado como un perro y puedo oír a la perfección cosas que vosotros ni percibiríais. Mis impuestos son inferiores. No me tengo que levantar tempano para ir a trabajar en algo que no me agrada. Cada día salgo a la calle sonriendo: no hay días grises ni malas caras. ¿Ojeras? Nunca he tenido. En mi mundo no existen razas ni diferencias físicas: altos y bajos, gordos y flacos, guapos, feos, blancos, negros… ¡Todos son iguales! Conozco a la gente por lo que sale de su boca, y por lo que hay en su corazón. Pero tampoco quiero engañaros. La ceguera cierra muchas puertas. Nunca he visto el cielo azul, ni siquiera sé cómo es el azul. No soy capaz de conducir ni de practicar muchos deportes. No puedo disfrutar de unas buenas vistas de la montaña o de una playa paradisiaca. Mi seguridad personal es baja (han estado a punto de atropellarme al menos veinte veces) y la libertad relativa. Hay gente que no me respeta y, en caso de pedir ayuda, me ignoran. Yo no puedo verles, pero ellos no quieren verme Por todas estas razones me encuentro aquí en este momento. Os lo voy a contar de manera simple y concisa: hace poco más de una década, la Universidad americana de Harvard, en Massachusetts, llevó a cabo un extenso número de investigaciones sobre la amaurosis congénita de Leber. Los primeros resultados fueron un tanto improductivos, pero los pacientes empezaban a vislumbrar tenues resplandores y alguna que otra sombra. Fue un gran avance para la oftalmología mundial. Desde ese momento los avances han ido incrementando sin cesar. Ésta es la razón por la que he viajado más de catorce horas en avión hasta la ciudad de Boston. Voy a operarme. Durante la intervención (que durará más de nueve horas) me inyectaran un virus con un gen determinado, que mejorará significativamente la sensibilidad de los conos y los bastones de mis dos ojos. Esto potenciará mi sentido de la vista en un 20% e irá incrementándose con el transcurso de las semanas. Dentro de un año aproximadamente, mi visión será casi total. De repente, la voz de la enfermera me hace volver a la realidad. -Señor Plazas, por favor acompáñeme. Me apoyo en ella y andamos hasta una cómoda camilla la cual supongo que se encontrará dentro o cerca del quirófano. Mi acompañante me abandona ahí sin darme explicación alguna. Oigo infinidad de pasos a lo largo del pasillo y alguna que otra voz. Percibo el singular e indescriptible aroma de hospital, compuesto por la gran cantidad de desinfectantes y fármacos empleados por el centro. Percibo la aproximación de un individuo. -Buenos días, – me dice con cierto acento americano- soy el doctor Wilson. ¿Está preparado? Asiento con la cabeza. Por el tono y la profundidad de su voz, intuyo que se trata de un hombre grande y fuerte. Sin perder un instante, comienza a desplazar mi camilla hacia el quirófano. Un extraño sentimiento de inseguridad recorre mi cuerpo. No le encuentro explicación. Llevo demasiado tiempo esperando este momento. Debería estar encantado y seguro. Pero por alguna extraña razón estoy confuso. ¿Y si no hago lo correcto? Es decir: ¿Y si nací para ser ciego?, ¿Puede ser que todo esto haya sido un terrible error? Recapacito. ¿Por qué tanto miedo a una simple intervención? Ya me han operado varias veces sin problema. Reflexiono y lo entiendo. No tengo miedo a la intervención. No tengo miedo a la inyección del gen ni a la anestesia. Tengo miedo al futuro. A la inseguridad del mundo sin ayudas especiales. A ser tratado como a un igual. A ver la realidad tal como es y que ella me vea a mí. Temo ver lo que no debería ver. Me preocupa cambiar completamente mi mundo. Me asusta la luz. Inesperadamente, noto un pequeño pinchazo en el brazo. A un aviso del doctor, inicio la cuenta atrás: diez, nueve, ocho, siete, seis… Empiezo a perder la consciencia. Tal vez es lo mejor. No hay vuelta atrás. Daniel Camino Julibert. 4º ESO Colegio Shalom. Barcelona PASA TU LUZ Hola, me llamo Sonia, tengo 45 años y soy fundadora de mi propia fundación en África. Nací en un pueblo muy cerca de Valencia y allí me crie, hasta que cumplí los 18 años y me fui a vivir a Camerún. Vengo a contaros mi historia un poco resumida y a mostraros las múltiples maneras que tenéis para pasar vuestra luz. Tuve una infancia muy bonita. Tengo una hermana mayor, pero al ser hijas solo del mismo padre, no nos veíamos mucho. Más tarde, creo que tendría nueve años, mis padres se separaron y mi padre se fue a vivir a Berlín. Allí se casó, creó una nueva familia y no quiso saber nada más de nosotras. Mi madre encontró trabajo en una gasolinera. Vivíamos con mi tía, la cual no estaba muy cuerda, y el borracho de su marido. A mí me daba mucha vergüenza decir en el colegio cómo estaba mi situación actual, así que empecé a aislarme en mi propio mundo. Pasamos dos años horrorosos, con constantes peleas en casa de mis tíos. Mi madre y yo tuvimos que dormir en la calle muchos días, ya que con el sueldo mínimo de mi madre no teníamos ni para comer. Cuando pensaba que nada podía ir a peor, la gasolinera donde trabajaba mi madre fue atracada por dos individuos, y la apuñalaron hasta dejarla allí muerta. Ese fue el momento en el que mi alma se apagó. Pero tuve fe en mí, y como el ave fénix, supe renacer de mis cenizas. Tan solo tenía 12 años cuando dejé los estudios y me puse a trabajar para una familia muy adinerada de un pueblo cercano al mío. Supliqué y propuse trabajar gratis, simplemente buscaba comida y un techo bajo el que dormir. No puedo guardarles rencor, porque a pesar de que me hicieran trabajar casi 24 horas los siete días de la semana, me dieron durante tres años comida y cama, y para mí eso fue suficiente. Cuando cumplí los 15 años decidí marcharme de aquella casa. Estaba agotada y ya no me compensaba el peso del trabajo pese a mi corta edad. No tuve más remedio que buscar trabajo en un prostíbulo. La verdad, me aterrorizaba la idea de tener que mantener cualquier tipo de contacto con la clase de hombres que entraban ahí. Por primera vez en años la suerte me sonrió al hacer que mi jefa solo me obligase a limpiar aquel antro. Como era de esperar, no me pagaba, pero me daba de comer y me dejaba una habitación para pasar las noches. Llegaron mis 18 y ya había visto todo tipo de cosas, cada una más horrible que la anterior. El día de mi cumpleaños me senté en las escaleras del porche del prostíbulo y me paré a pensar en todo lo que me había ocurrido en la vida. En resumidas cuentas era una chica huérfana sin ningún tipo de bien material que quería dejar todo su pasado atrás y empezar una nueva vida. Lo que no sabía era cómo hacerlo. Pero, gracias a Dios, algo hizo que por fin la vida me diera una nueva oportunidad. Al día siguiente, mi jefa me sorprendió en la habitación con una carta con remitente del pueblo de mi tía. Al principio dudé en abrirla, pero tal era mi curiosidad, que las dudas desaparecieron rápido. Me quedé atónita al ver que la carta no la escribía mi tía, sino mi primo Salvador. Él se fue a vivir a Camerún unos años atrás, montó su propio negocio allí y en ese momento estaba casado y con un hijo en camino. Me escribió para explicarme que había venido a España para visitar a sus padres y que hacía tanto tiempo que no nos veíamos que le gustaría pasar un rato conmigo. Contesté enseguida y le dije que nos veríamos en la plaza del pueblo de su madre. Cuando acudí allí al día siguiente no me lo podía creer. Hacía exactamente 6 años que no veía a ningún familiar. Me explicó su experiencia en África y me aseguró que no entraba en sus planes volverse a vivir a España. En ese instante, como si entrara en trance se me pasó por la cabeza la idea más loca, y sin duda la más acertada, que podría haber tenido jamás. “Me voy contigo a Camerún” solté de repente. Mi primo se quedó en shock y le juré por la memoria de mi madre que estaba hablando completamente en serio. No tenía nada que perder, y me apasionaba la idea de ir a un país como aquel, pudiendo ayudar a tanta gente, tantos niños, y hacer lo posible por evitar casos como los míos. Dos semanas más tarde, después de despedirme de mi jefa y de todas las chicas que trabajaban para ella, a las cuales les llegué a coger mucho cariño, me hallaba en otro continente, en el país que me devolvería las ganas de vivir. No voy a explayarme mucho más. Resumiéndoos: mi primo me dejó una parte de su casa para montarme un estudio y una habitación. Me presentó a un amigo y socio suyo, nos enamoramos y actualmente es mi marido y el padre de mis hijos. Samuel y yo volvimos a España para pedir préstamos y construir nuestra propia escuela en Camerún; además de montar varios negocios muy beneficiosos en España para poder costear nuestra primera fundación. Me encontré en una época de mi vida en la cual me sentía la persona más afortunada del mundo. Tenía mi hogar en Camerún con mi marido y mis dos hijos, varias escuelas dispersas por el país, una fundación con miles de personas de todas partes del mundo colaborando con ella, con médicos a nuestra disposición, profesores, etc. Por eso quiero que veáis como una persona que parece que lo ha perdido todo, puede volver a nacer y empezar una nueva vida consiguiendo su felicidad y la de los demás. Fijaos, mi madre me pasó su luz cuando era una niña y me hizo buena persona. La familia que me acogió me pasó su luz haciéndome responsable. La mujer del prostíbulo me pasó su luz haciéndome fuerte y madura. Mi primo y su familia me pasaron su luz ayudándome a empezar de cero. Mi marido me pasó su luz trayéndome felicidad y dándome a lo que más quiero en esta vida, mis dos hijos, los cuales me pasan su luz cada vez que me sonríen o me dicen que me quieren. Todas las personas a las que he cuidado y cuido me pasan su luz diariamente. Lo bueno es que yo también he pasado mi luz a todas estas personas, incluso cuándo he pensado que no quedaba más luz dentro de mí. Solo así conseguiremos un mundo mejor, dando todo lo bueno de nosotros a los demás. Y tú, ¿pasas tu luz? Ana Gandía Casasnovas. 3º ESO Colegio Esclavas del sagrado Corazón. Benirredrá (Valencia) ¡QUE BELLO ES VIVIR! “Espero que mi recuerdo perviva en tu memoria. Aprende a vivir la vida con intensidad. No esperes momentos perfectos, hazlos tu perfectos!. No intentes vencer siempre, lo más importante es no darse nunca por vencido. Supérate a ti misma y lucha por lo que más deseas” (Amama Flori) Había estado lloviendo. Los nervios no me dejaron dormir en toda la noche. Mi hermana Justa y yo nos levantamos muy pronto aquella mañana del 6 de mayo de 1937. Yo tenía 18 años y mi hermana 22. Aquel día, salíamos del Puerto de Bilbao en Santurce rumbo a Francia. Mi madre lloraba desconsolada y mi padre con semblante muy serio, no podía hacer otra cosa que intentar animarla. Nos esperaba el buque HABANA. Por aquellas fechas, estábamos viviendo una de las mayores tragedias que pueden vivir los seres humanos; una guerra entre hermanos, Una Guerra Civil. Dos bandos enfrentados luchando en el frente. 2273 niños, 72 maestras, enfermeras y auxiliares embarcaríamos con destino a Francia como exiliados de guerra. Durante la Guerra Civil, miles de familias vascas tuvieron que tomar una decisión muy dura; la de enviar a sus hijas e hijos a otros países con el objetivo de alejarles de los desastres de una guerra que se presentaba especialmente cruel con la población civil. El bombardeo de Bilbao el 4 de Enero de 1937, causó una honda impresión en la población y llevó al Gobierno Vasco a tomar en consideración una propuesta de la Embajada republicana de París para acoger temporalmente a los niños que vivían próximos a la zona en conflicto. Y aunque el objetivo principal del Gobierno Vasco era la evacuación de menores de entre 5 y 12 años, mis padres consiguieron, después de muchos esfuerzos, incluirnos como personal auxiliar de apoyo a los niños refugiados. Guernica había sido bombardeada el 26 de abril de aquel mismo año. Nos despedimos de nuestros padres entre abrazos y lágrimas, prometiendo que en cuanto conociéramos nuestro destino, mantendríamos permanente correspondencia a la espera de que la contienda llegara a su fin y pudiésemos volver. La travesía duró dos días. Llegamos al puerto francés de La Pallice en La Rochelle. El barco zozobraba tanto que la mayor parte de los niños se marearon. Tuvimos que ayudar en la atención de muchos de ellos. Al llegar al puerto habían preparado unas grandes tiendas de campaña blancas donde médicos y enfermeras franceses nos atendieron muy amablemente. Nos dieron comida pero primero fuimos desinfectados y vacunados. Las autoridades galas habían determinado también una primera serie de departamentos de acogida. Íbamos a ser repartidos por toda Francia. Justa y yo fuimos destinadas al departamento de Burdeos. Allí nos acogió una familia con la que vivimos durante unos meses. Los señores Beaumont. Como no teníamos dinero, nuestra única manera de poder colaborar con nuestra manutención era buscando un trabajo en la ciudad. Primero en tareas domésticas y cuidado de niños de las familias más adineradas. No hablábamos una palabra de francés y ellos solo sabían decir Olé. Pero en poco tiempo aprendimos lo suficiente como para poder entendernos. Mi experiencia profesional era muy corta pero con 14 años me enviaron a un taller de costura para aprender el oficio de modista. Hacía cuatro años que mi hermana ya trabaja allí. En la calle Henao había un salón muy afamado que estaba dirigido por Severina Aguirrezabal que nos acogió y nos enseñó todo lo que ella sabía de corte y confección. El patronaje venía de París y la clientela era de lo más selecta. Por aquella época vestíamos a la burguesía de Bilbao y a muchas actrices de gran renombre como María Fernanda Ladrón de Guevara que solía venir a Bilbao con su compañía de teatro. Siempre hemos tenido fama de vestir muy bien. Con 18 años era capaz de hacer un traje con cuatro retales. Estando acogidas en Burdeos hicimos algunos trabajos de costura para las señoras de la ciudad y nos ganamos un buen sueldo que nos permitía disfrutar de algunos pequeños lujos, como comprarnos medias y zapatos de tacón. Mi hermana había trabajado de modelo en el salón de Doña Severina, pasando los diseños y modelos confeccionados en el taller. Justa tenía un tipo estupendo y vestía con mucha clase. Cualquier cosa que se ponía le sentaba a las mil maravillas. Aquél invierno, llegaron instrucciones del Gobierno Vasco en el exilio que ordenaban nuestro traslado a París. El 7 de Enero de 1938 subimos a un tren con destino a la capital. En la estación nos despedimos de todos aquellos amigos que tanto nos habían ayudado y con los que después de muchos años seguiríamos manteniendo contacto. No sabíamos lo que nos deparaba el futuro. Cuando llegamos a París teníamos instrucciones de ponernos en contacto con la colonia vasca en el exilio porque necesitábamos buscar casa y trabajo. El alojamiento corría por cuenta del gobierno francés que nos buscó un piso pequeñito que ellos llamaban apartamento en el mismo centro de París, en la Rue Saint Honoré. No era difícil encontrar trabajo en Francia en aquellos tiempos y al cabo de una semana yo estaba trabajando en cosmética vendiendo productos de Gerlain en unos grandes almacenes en los Campos Elíseos. No sabía nada del mundo del perfume pero en Francia y en especial en París, el culto a la moda, el diseño y la estética es su sello de identidad. Los laboratorios estaban en el mismo París y nuestros jefes controlaban las ventas de todos nuestros productos en los almacenes y tiendas de la ciudad. Valoraban las opiniones de sus vendedores y colaboradores y nos hacían partícipes de todos los eventos de interés para el negocio. Empecé a visitar ferias de COSMÉTICA con GERLAIN. Gracias al gerente de la firma, tuvimos la ocasión de poder ver un poco más de cerca el mundo de la Alta Costura. Porque los franceses para esto del diseño y la estética, han sido gente muy lista y todo lo han desarrollado conjuntamente. Mi hermana empezó a desfilar en las pasarelas de moda de las casas de alta costura. Con 22 años estaba preciosa, tenía unas medidas de vértigo y además desfilaba con mucha clase. En aquella época no existía el pret a porter y las clientas adineradas frecuentaban los salones de las casas de moda para conocer las tendencias y así realizar sus encargos de ropa. Tuve la ocasión de conocer a Ernest Beaux, perfumista creador del mítico CHANEL Nº 5 de la reconocida casa de modas COCO CHANEL. En resumidas cuentas, éramos dos chicas españolas en París buscándonos la vida de la mejor manera posible. Pero no era el momento de volver a casa. Ansiábamos tener noticias de la familia y éstas llegaron con los peores augurios. En España las cosas iban de mal en peor. Mi padre y mi hermano Estanis habían sido detenidos y acusados de espionaje de guerra. Mi madre se había quedado sola con mi hermana Julia que por entonces había tenido un bebé y lo único que podíamos hacer era enviarles dinero Éramos más útiles en Francia porque con nuestros sueldos podíamos mantener a la familia que se había quedado en España. Al comienzo de la guerra mi hermano estaba trabajando para la empresa británica del cable submarino The Direct Spanish Telegraph. Hablaba inglés a la perfección aunque nunca había pisado suelo británico. Le acusaron de enviar información secreta al gobierno vasco en el exilio ayudado por los británicos. Nunca supimos lo que pudo motivar tales sospechas pero mi padre terminó en la cárcel de Larrínaga y a mi hermano lo mandaron a un penal en Cádiz, en El Puerto de Santa María. Por el contrario nuestras vidas eran muy distintas. En París se vivía bien. Éramos jóvenes y aunque echábamos de menos a nuestra familia, la vida resultaba fácil. Nuestro francés mejoraba y gozábamos de las simpatías de los franceses que nos habían acogió con gran generosidad. El futuro nos sonreía porque mi posición laboral mejoró cuando pasé al laboratorio donde ayudaba a los químicos cosmetólogos a elaborar los perfumes. Justa seguía trabajando de modelo. Ganaba un dinero que nos venía muy bien pero no era un salario fijo. Una mañana recibió una carta de la casa de modas Balenciaga. Aquél mismo año Cristóbal Balenciaga había abierto su salón en el número 10 de la calle George V. Le citaban para una entrevista de trabajo. Desde luego era una gran oportunidad. Le gustaba el mundo de la moda. Sabía diseñar, cortar y coser. Cristóbal Balenciaga había llegado a París en el año 1936 desde San Sebastián. Estaba formando su equipo de trabajo y precisaba modistas. Ella se presentó a la entrevista aunque no sabía quién era Balenciaga. Él mismo la entrevistó. Fue un auténtico flechazo profesional. Pensó que simplemente conversaría con una modista a la que evaluaría en conocimientos pero descubrió a una profesional que con los años fue su fiel colaboradora hasta el final de sus días. La prueba consistía en montar un vestido simplemente con un paño de tela y un busto. Ella lo había hecho cientos de veces en el taller de la calle Henao. Ambos conocían la profesión. Él era sastre y había aprendido a coser en su casa de Guetaria con su madre y sus tías. Ella, en los talleres de Doña Severina Aguirrezabal, conocía el oficio y los gustos de la clientela. Fue una relación profesional y de amistad de casi 40 años. Compartían su pasión por la moda y eran unos perfeccionistas. Les obsesionaba el trabajo bien hecho. Nadie ha revelado este dato hasta la fecha, pero el vestido de novia de Fabiola de Bélgica fue realizado en los talleres de la casa Balenciaga bajo la supervisión de Cristóbal Balenciaga y Justa Castillo. Los detalles de visón blanco que adornaban el vestido fueron idea de mi hermana. La boda se celebró el 15 de Diciembre de 1960 y los adornos de piel en el vestido fueron todo un acierto. No he visto un vestido de novia más maravilloso que el que lució la reina Fabiola de Bélgica. George Laffite, responsable creativo de la empresa en la que yo trabajaba, me pidió que le presentara a mi hermana y comenzó a cortejarla, se enamoraron y un año después se casaron. Como os podéis imaginar mi hermana se quedó a vivir en Francia, pero todos los años cuando su trabajo se lo permitía, volvía a Bilbao para ver a la familia. Justa continuó trabajando junto a uno de los hombres que ha llevado el concepto del vestir al grado de la excelencia. Su vida personal y profesional no pudo ser más completa. Por supuesto su vestido de novia fue confeccionado en la casa Balenciaga. En 1994 la Asociación Promotora de la Fundación Cristóbal Balenciaga presidida por un alumno aventajado del Sr. Balenciaga; Hubert de Givenchy, se puso en contacto con mi hermana. Se conocían muy bien. Habían trabajado juntos. Existía un proyecto de construcción del MUSEO BALENCIAGA en Guetaria. Le pedían consejo y referencias del maestro. Aunque ella ya estaba retirada del mundo de la moda y residía largas temporadas en su Bilbao natal, se prestó encantada. Tenía 81 años y conservaba el estilo y la prestancia que le había caracterizado a pesar del paso del tiempo. Incluso en su armario guardaba ropa confeccionada en el taller y que años más tarde fue donada para la colección permanente del museo. Se inauguró el 7 en Junio de 2011. Mi hermana no tuvo ocasión de poder disfrutarlo. Había fallecido dos años antes a la edad de 96 años. Y aunque el museo es un homenaje a un hombre genial, también representa un tributo a todos aquellos colaboradores que con tanta dedicación y profesionalidad trabajaron junto al maestro. Las noticias de España empezaron a llegar con más asiduidad y cada vez eran mejores. A principios de 1940 liberaron a mi padre pero mi hermano Estanis continuó preso por un año más en el penal del Puerto de Santa María. Yo seguía en Francia por aquella época pero era consciente de que mi familia me necesitaba más que nunca y que debía volver a Bilbao para ayudarles. La guerra había terminado y las circunstancias políticas habían cambiado de forma radical. El Gobierno Vasco tuvo que permanecer en el exilio. Algunos amigos de nuestra familia no pudieron volver a España y otros no lo deseaban. Se marcharon a otras tierras pensando que encontrarían una vida mejor con la esperanza de vivir en un mundo más libre. Mi vuelta a casa supuso grandes sacrificios para mí. Mi hermana ya casada y viviendo en Francia, no tenía intención de retornar. Su vida estaba en su casa y con su marido. Deje un trabajo que me reportaba satisfacción e independencia y muy buenos amigos. Pero mi obligación era volver a España con los míos porque me necesitaban. La noche del 10 de abril de 1940 tomé el tren en la Gare de Montparnasse en dirección a Hendaya. Llegué a Bilbao el día 12. Mis padres y mi hermana Julia me esperaban en la estación del Norte. Me marché de Bilbao con 18 años y volvía con 21. Solo habían pasado tres años pero la guerra había dejado una profunda huella en mis padres. Parecían dos ancianos. Además mi padre había contraído una enfermedad pulmonar en la cárcel que resultó crónica hasta su muerte. Mi hermana Julia se había separado de su marido y con un hijo de tres años y mis padres vivían todos juntos en la casa familiar. Necesitaba encontrar un trabajo que me permitiera mantener a la familia. Por aquella época la fábrica de Martini & Rossi en Alameda de Urquijo, cerca de la Plaza de Arriquibar estaba buscando mano de obra para la cadena de embotellado. Las oficinas comerciales y administrativas también estaban en el mismo edificio. El trabajo era muy duro y debíamos limpiar las botellas de vidrio que por entonces se reutilizaban. Había unas pozas de agua helada y con unos cepillos frotábamos y lavábamos los botellines. En muchas ocasiones no sentía las manos pero los italianos pagaban bien y el dinero nos hacía mucha falta. Mi experiencia en Francia trabajando con material de laboratorio sumamente delicado me facilitó el traslado a las oficinas para realizar los controles de calidad que en aquella época se hacían tomando muestras de los líquidos para el consumo y testándolos en un laboratorio de la fábrica. Los jefes venían directamente de Italia. El gobierno de Franco había permitido la entrada de empresas extranjeras afines a su política dictatorial. La posguerra española fue durísima para todos los que sobrevivimos a la guerra y trabajábamos para comer. Esa era nuestra única preocupación. Además la escasez de alimentos provocó un comercio de estraperlo que nos obligaba a conseguir comida a unos precios desorbitados. Teníamos la comida racionada y no disponíamos de alimentos de primera necesidad. La vida en la ciudad estaba volviendo a la normalidad. Nos fuimos a vivir a la calle Licenciado Poza nº 36. Eran unas viviendas que hasta tenían cuarto de baño con bañera y todo. Cuatro habitaciones un comedor de diario y cocina. Ésta daba a un patio de manzana enorme donde la luz entraba a raudales. El trabajo no me maravillaba pero no había otra cosa. Una mañana el jefe de contabilidad, el Sr. De Luca, me mandó pasar a recoger unos libros de contabilidad que en aquella época se encuadernaban para mandarlos a la central de Pessione, en Turín. La encuadernación estaba ubicada en el número 12 de la calle Ledesma, Encuadernaciones Pellanne. Entré en un taller destartalado a pie de calle y salió un joven bien parecido al que pregunté por el encargo. Me lo entregó, pagué y cuando me estaba marchando, me soltó una lindeza tal, que no pude por menos que ruborizarme. Aquella misma tarde a la salida del trabajo, aquél joven que me había atendido en la encuadernación estaba plantado como un poste en la acera de enfrente. Disimulé haciendo como que no le había visto y me encaminé hacia Alameda Recalde para dirigirme a mi casa en Licenciado Poza. Observé por el rabillo del ojo que me seguía y me empecé a preocupar. Llegando al portal de mi casa tuve que detenerme para sacar las llaves y en aquel momento me abordó. De manera muy educada se presentó; me dijo que se llamaba Antonio Pellanne y que si le daba permiso para que me fuera a buscar al trabajo de vez en cuando y así acompañarme a mi casa. Estaba desconcertada, era un hombre atractivo y de maneras educadas pero no le conocía de nada. Me contó que se había tomado la libertad de llamar a la empresa para preguntar por la persona que había pasado a recoger el encargo de libros pero que no le habían proporcionado ningún tipo de información. Ni corto ni perezoso, se presentó a la puerta de la fábrica al final de la jornada y así poder presentarse. Todos los días durante las semanas siguientes estaba esperándome en la calle cuando yo salía de trabajar y así con el paso del tiempo nos fuimos conociendo. Me contaba como era su trabajo, sus aficiones. No le gustaba el fútbol y era un gran aficionado a la ópera. Lamentablemente hacía tiempo que no se representaban óperas en Bilbao porque las circunstancias no lo permitían. El domingo me venía a buscar a mi casa para dar un paseo, Gran Vía arriba y Gran Vía abajo. Paseábamos mucho porque además de ser muy sano, era muy barato. Poco tiempo después lo presenté a mis padres y al cabo de tres meses nos casamos. No había dinero para grandes celebraciones y no queríamos esperar. Me casé con un vestido negro y una mantilla que era de mi madre y Antonio con el traje de los domingos. No teníamos dinero ni para comprar unas alianzas de oro así que con unas de plata nos tuvimos que arreglar y celebramos nuestra boda en la iglesia de la Encarnación de Atxuri. Pasamos un fin de semana en Pamplona. Ese fue nuestro viaje de novios. El lunes me incorporaba a trabajar con mi marido al taller de encuadernación de la calle Ledesma. Vivimos juntos más de 50 años. Estuve casada con un hombre magnifico y trabajador. Buen padre y generoso con todos. Su familia era lo primero. Fumaba y trabajaba demasiado y siempre se lamentaba de haber nacido demasiado pronto. Le gustaba la ingeniería y la mecánica. Nunca pudo estudiar porque en su casa no había medios para ello pero fue un autodidacta genial. Gran dibujante y un artesano de primera. Los mejores libros encuadernados salían de su taller. Recuerdo que renombradas notarías de Madrid realizaban los pedidos para encuadernar sus Aranzadi. Enviábamos a oficiales encuadernadores a las propias notarías porque los libros no podían salir de los despachos. Fue un trabajador incansable y un perfeccionista enfermizo. He trabajado toda mi vida y nunca me he arrepentido de las decisiones tomadas. Si me hubiera quedado en Francia, quizás hubiera conseguido un mayor éxito profesional como le ocurrió a mi hermana Justa, pero no tengo la menor duda de que salí ganando en el terreno personal. Pertenecimos a una generación perdida por una guerra cruel que nos robó nuestros mejores años pero que nos hizo muy fuertes. He vivido intensamente y he sido muy feliz con los míos. “La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. Ésta no es perfecta, no es coherente, no es fácil, no es eterna pero a pesar de todo “LA VIDA ES BELLA” (Roberto Benigni) Este relato está basado en hechos reales. Procede de las historias que mi bisabuela Flora le contó a mi madre. Ella me ha facilitado los datos y yo he contado la historia. Patricia Hernández Flor. 4º ESO Colegio Esclavas del S. C. – Fátima. Bilbao CARTAS A BAKARY 21-09-15 CARTA DE PRESENTACIÓN Te preguntarás quien soy y el porqué de esta carta, te responderé a la segunda pregunta porque no creo que la primera importe demasiado. Acaba de empezar el curso, y en el colegio nos han mandado un trabajo que consiste en escribir cartas a alguien que creamos que se sienta solo, para contar nuestra experiencia al acabar el último trimestre. La mayoría de los niños de mi clase han escogido a gente de su entorno con problemas, otros, a personas mayores que se encuentran en asilos, y el resto, o no se deciden, o lo consideran una pérdida de tiempo. Yo sin embargo he decidido ser un poco más original, y por eso te escribo a ti Bakary, debes sentirte muy solo, estar encerrado hasta el día de tu muerte en una celda no debe ser muy agradable. Te he elegido frente al resto de los presos por dos cosas: la primera porque tu familia materna es mexicana, por lo que entiendes español a la perfección, y tengo que decir que en una prisión de Gambia no es fácil encontrar a alguien que hable este idioma; y la segunda, que me ha hecho ver que eres la persona idónea para recibir estas cartas es que cuando te vi en la foto, ahí sonriente, no me importó ni el crimen que hubieses cometido, ni la fecha de tu condena. Estabas feliz, afrontabas tu destino, o por lo menos eso parecía. Bakary Salek, el único preso de todos capaz de sonreír. Espero que mis cartas te ayuden a pasar un buen rato, te mandaré la próxima lo antes posible. Pd: sigue sonriendo. 08-10-15 UN PRESO CON CORAZÓN Hasta ahora solo sabía tu nombre, pero esta semana he estado buscando información sobre ti, el crimen que te llevó a prisión, tu vida antes de entrar en la celda... Según algunas biografías que he leído naciste en un pueblo de Gambia, ya que tu familia paterna es de allí, tuviste una infancia tranquila, sin muchos problemas. Ya más mayor, debido a los problemas económicos de tus padres, te fuiste al norte del país con el fin de encontrar trabajo, a los veintitrés años fuiste a algunos países africanos, como Níger, que eran todavía más pobres que el tuyo para ayudar a huérfanos y a personas que vivían en una pobreza extrema. Resumidamente: dedicaste tu vida a los demás. Te condenaron al corredor de la muerte hace tan solo cuatro meses por el asesinato de un hombre en un mercado, esa es la única información que hay sobre tu condena por lo que no sé ni por qué lo hiciste ni si tus intenciones eran las de matarle. Que seas culpable o no me trae sin cuidado, considero que ya hay mucha gente que te trata como una persona espantosa solo por estar en una celda, pero yo estoy segura de que las personas espantosas no dedican su vida a los demás. Al parecer falta poco para que den la fecha de tu ejecución, eso debe ser duro, saber el día que vas a morir, hasta entonces no te preocupes, que mis cartas te seguirán llegando. Pd: sigue pasando tu luz. 13-12-15 MISIONES Siento haber estado tanto tiempo sin escribirte, los exámenes no me dejan ni respirar, aun así he conseguido sacar un rato para escribirte. Ya se ha dado con exactitud la fecha de tu ejecución, el 5 de junio del año que viene, aún me queda tiempo para seguir comunicándome contigo, eso me alegra. Esta semana en clase de religión hemos estado hablando de las misiones, lo que me ha hecho acordarme de ti, tú fuiste a Níger, no debió ser nada fácil; y yo, que vivo en un país desarrollado y con una familia sin problemas de por medio, estoy todo el rato pensando solo en mí. Me propongo ayudar como tú lo hiciste, empezando por mi familia y compañeros de clase, y, si el futuro me lo permite, yéndome a otro país subdesarrollado. Para mí eres todo un ejemplo. Pd: la Navidad se acerca, mi mejor regalo sería una carta tuya, aunque sé que eso no es posible. 23-01-16 ¿AMIGOS? Feliz año nuevo Bakary. Es la primera vez que te escribo este año, y como no he recibido ninguna carta tuya (ya sé que es porque en la prisión no os dejan) me voy a tomar la libertad de llamarte Baku, en una autobiografía que he leído, dices que tu familia y amigos más cercanos te llaman así, y que eso te gusta porque te recuerda a tu pueblo de origen, donde todos os conocíais. De modo que, Baku, te considero mi amigo, espero que tú también pienses lo mismo. Me has enseñado muchas cosas sin ni siquiera haberte conocido. Un hombre condenado al corredor de la muerte que ha hecho más bien que cualquiera que esté libre, tiene gracia. Pd: no sabes lo que me ha costado traducir tu autobiografía, que por si no lo recuerdas está escrita en wólof. 19-03-16 PLANES DE VIDA Sigo sin creerme que alguien como tú haya acabado en prisión. No te voy a mentir, a pesar de todo lo bueno que has hecho, no se me olvida que has cometido un crimen, quisiera saber por qué lo hiciste, pero como eso no es posible, me limitaré a contarte mis planes para el futuro. Se podría decir que hoy en clase de historia he hecho de todo menos prestar atención, de todos modos no considero que haya perdido el tiempo. He estado pensando en ti Baku, en tu vida, yo quiero ser como tú, no quiero limitarme a tener una vida dedicada solo a mí y a mi familia ignorando como millones de personas se mueren de hambre. Me propongo ir de misiones a Níger, al Congo, y a todas los rincones que la vida me permita; y todo lo haré pensando en ti, que me has enseñado a dar lo mejor de mí solo con tu propia historia. Pd: da siempre lo mejor de ti. 30-05-16 CARTA DE DESPEDIDA Ya han pasado ocho meses desde que te escribí la primera carta, parece mentira. Quiero que sepas que no me arrepiento de haberte escrito, tengo una muy buena experiencia que contar. No te preocupes Baku, sé que falta poco para el 5 de junio, si estuviese en mi mano haría todo lo posible por eliminar ese día del calendario, pero vete tranquilo, has dado lo mejor de ti y además me has ayudado a mí a conseguirlo. No se me ocurre otra cosa que darte las gracias. Estos días he estado ayudando más en casa y he colaborado en una campaña solidaria organizada por el colegio, por algo se empieza ¿no? Y es que poco a poco y paso a paso entre todos podemos lograr un mundo mejor. Creo que después de tanto tiempo mereces saber al menos quien soy, me llamo Victoria y tengo dieciséis años, soy una chica que ha necesitado leerse la biografía de un preso para darse cuenta de lo importante que es dar lo mejor de uno mismo, así que a todo el que me escuche: todos podemos dar lo mejor de nosotros mismos, todos podemos ser Bakary. Pd: no me cansaré de decirlo: GRACIAS. 04-06-16 LA CARTA JAMÁS ENVIADA Hola Victoria, aquí te doy tu regalo de Navidad, aunque un poco con retraso, no sabes lo que me gustaría que leyeses esta carta, pero sé que no va a salir de las cuatro paredes que cubren mi celda. Aun así voy a imaginar por un momento que te llega esta carta, eso me tranquiliza. Quiero que sepas que el asesinato en el mercado no fue un incidente, disparé a ese hombre porque había estado amenazando a mi familia, no debí hacerlo pero ya no hay vuelta atrás. Pensé que mi vida no valía nada, pero tus cartas me han ayudado tanto a distraerme, como a sentirme mejor. Yo también te tengo que dar las gracias Victoria, pero ya es hora de dejar de escribir cartas que nunca se enviarán. Pd: yo siempre seré Baku para ti. Sonsoles Ruiz Manrique. 3º ESO Colegio San José. Cádiz PASA TU LUZ La nota que había encontrado Clary decía: “Ahora te toca a ti. Pasa tu luz.” -No lo sé, Clary. Es muy raro. Quiero decir, pides un deseo a una estrella fugaz, se cumple y al día siguiente aparece esta nota pegada a tu ventana. ¿Y si es de un chiflado que quiere asustarte? O de Dylan. Ya sabes que siempre quiere asustarte y gastarte bromas. Clarissa, más conocida como Clary, y su mejor amiga Olivia iban por el centro comercial hablando de lo que le había pasado a Clary. -Ya te lo he dicho Olivia. Ayer por la noche fui a la playa con mis primos porque había lluvia de estrellas, ya sabes. Nos llevamos toda la noche esperando y cuando por fin apareció una, pedí mi deseo: ese libro que vi en la papelería de enfrente de mi casa y que nadie quería comprármelo. Cuando me he despertado esta mañana el libro estaba en mi mesita y pegada a la ventana de al lado del escritorio, esa nota. Ya está. Ambas chicas se sentaron en la terraza de su heladería favorita y pidieron lo de siempre. Vistas desde lejos, no se parecían en nada. Y si las conocías mejor, menos todavía. Clary es una chica larguirucha y delgada, de melena pelirroja y rizada, la cual casi siempre se resiste a un buen peinado. Tiene los ojos verdes y la cara llena de pecas. Es una chica muy simple que prefiere quedarse en casa leyendo un libro a irse de fiesta. Lo cual es el caso contrario a Olivia. Rubia, pelo totalmente liso, chica esbelta y con mucha clase. Cara perfectamente maquillada y sin una peca. Lo único que envidia de Clary son sus ojos, ya que los suyos son marrones. Puede que prefiera ir de fiesta y estar siempre a la última, pero es la mejor amiga de Clary desde los 6 años y teniendo en cuenta que ahora tienen 16, son muchos años de amistad. -¿Sabes qué, pelirroja? Yo digo que nos olvidemos del tema y disfrutemos del helado. Al fin y al cabo, cuando menos nos lo esperemos, estamos de vuelta al instituto. ¡Por lo menos es nuestro último año! – Olivia podía llegar a ser un poco bipolar. “Estrella Alexia, a 5.000 años luz de la Tierra” “Esta noche volveremos a ser visibles en la Tierra, lo que quiere decir que volverán a llegar más deseos. Esta mañana debería de haberos llegado una persona a la que adjudicarle el deseo para que “pase su luz”. Debéis comunicaros con vuestro humano o humana y decirle lo que debe hacer. Buenos días y a trabajar.” El comunicado sonó por todo el recinto y después de escuchar atento, Luka se levantó de su asiento y se fue corriendo hacia la cabina para hacer comunicados, Ahí había ya una gran cola y se puso el último para esperar su turno. Luka, y todos los que había allí, no eran del todo humanos. Es decir, habían sido humanos, pero en vez de haberse quedado donde se supone que se queda alguien cuando muere les destinaron a una “estrella fugaz” y ellos aceptaron. Luka tenía el aspecto de un chico de 16 años de pelo liso y algo largo, marrón, y ojos marrones. Había muerto a los 16 pero allí en la estrella no se envejece ni se cambia de ninguna manera, así que todos los de allí tenían el aspecto y la edad de cuando murieron. Su trabajo era recoger deseos de los humanos, guardarlos en la computadora donde los guardaban y comunicarle al humano asignado para “pasar su luz” el deseo y la persona a la que debería ayudar. -Hey Luka, ¿a quién te han asignado esta vez? – Era Maia, una chica de unos 12 años de pelo negro y ojos verdes. -Emm, hola Maia. A una tal Clarissa Eaton, 16 años, de Chicago. “Planeta Tierra” -¡Ya estoy en casa mamá! Oh espera, que te has ido de viaje con tu nuevo novio y me has dejado sola. Perfecto -. Clary cerró la puerta de su casa, subió a su cuarto y se tumbó en la cama a leer su libro nuevo. Otra vez más dudas sobre la nota. Las consiguió apartar de su cabeza y siguió leyendo. El reloj de su mesita dio las seis y treinta y siete y una forma humana se materializó delante de la cama de Clary, haciendo que ésta diera un salto y pegara un grito. -¡Eh, tranquila, tranquila! Eres Clarissa Eaton ¿verdad? 16 años. Pediste un libro como deseo la noche pasada, ¿no? Oh, mira, si lo tienes ahí Emm, muy bien, muy bien. Emm, ¿te está gustando? Yo, ah, vale, sí, esto… Bien. Estoy nervioso ¿vale? No me juzgues, por favor. -Yaaaa… Vale, vale. A ver, tú sabes mi nombre, aunque no sé cómo, pero yo no sé el tuyo. Así que ¿cómo te llamas? -Oh, eh, Luka. Me llamo Luka. -Bien. Y ¿de dónde vienes? ¿Qué es lo que quieres? ¿Cómo sabes todo eso de mí? ¿Es esto una broma de Olivia o algo así? ¿Te ha llamado ella? Porque si es así que sepas que no tiene ninguna gracia. -Hey, hey, ahora eres tú la que se tiene que tranquilizar ¿eh? Vale, a ver. Vengo de la Estrella Alexia, aquella a la que le pediste el deseo ayer por la noche, ¿lo recuerdas? Se supone que cuando alguien pide un deseo a la estrella su nombre se queda grabado y su deseo va encargado a otra persona que anteriormente pidió un deseo. A eso lo llamamos “pasar tu luz”, porque estás haciendo feliz a otra persona, estás pasando tu luz. ¿Lo pillas? Bien, tu nombre quedó grabado anoche y yo soy el encargado de comunicarte el deseo que te toca realizar esta noche y llevarte donde sea necesario para que lo cumplas. ¿Algo más? -Sí, ¿Qué eres tú? -Oh. Soy una persona que ha muerto. Bueno, soy el aspecto de esa persona antes de morir. Me destinaron a esa estrella porque quería ayudar a la gente. -Vaya. ¿Y cómo falleciste? -Accidente de coche. Por suerte mis padres y mi hermana pequeña sobrevivieron. -Lo siento. ¿Qué deseo me ha tocado? -Te lo diré esta noche a las doce y veinte. Tras eso, el chico desapareció y Clary se quedó mirando al lugar donde había estado, intentando decidir si todo había sido producto de su imaginación o había sido real. -Lo tendré que descubrir esta noche. “00:18” -Vale. Chaquetón, sí. Linterna, sí. Tenis, sí. Móvil, sí. Creo que no me olvido nada. Pues a esperar. Clary se había duchado, había cenado y había preparado todo lo que creía que le iba a ser necesario. Puede que un chaquetón sonara raro teniendo en cuenta que era finales de agosto, pero Clary era muy friolera y esa noche hacía fresquillo. A las doce y veinte justas, Luka volvió a aparecer delante de Clary. Esta vez, solo dio un pequeño salto, pero le dijo: -Tendrías que dejar de hacer eso o acabarás matándome y no podré “pasar mi luz”, ¿sabes? -Lo siento. Vale. Te ha tocado un tal Marcus Fray, 57 años. El verano pasado perdió a su mujer. Tenía cáncer. Ha pe-Espera, espera. ¿No habrá pedido que vuelva de entre los muertos o algo así verdad? Porque yo no pienso hacer una invocación. Ni de broma. -No, no -. Luka soltó una pequeña carcajada -. Quiere un colgante con una foto de ellos dos que perdió poco después de que ella falleciera. Ya lo tenemos -. Se sacó un colgante muy bonito del bolsillo del pantalón -. Nos vamos a Australia. Acto seguido todo se volvió negro. Cuando Clary abrió los ojos, estaba en una habitación muy bonita y cuando fue a dar un paso tropezó con la mesita de noche, haciendo que Marcus diese un ronquido y se girase, pero no llegó a despertarse. Luka le echó una mirada bastante acusadora. Clary se encogió de hombros. Se dio la vuelta, dejó el colgante en la mesita, y cogió una pequeña nota que tenía en el bolsillo de su chaquetón. La pegó en la ventana, se acercó a Marcus y le susurró: “Lo siento. A lo mejor ella está en una estrella. Quién sabe”. Cuando se iba a dar la vuelta para avisar a Luka, todo volvió a ser negro. Abrió sus ojos y volvía a estar en su habitación. Se dio la vuelta y le dijo a Luka: -Gracias. Ahora me siento mejor. Si alguna vez me destinan a una estrella cuando muera, pediré que me manden a la tuya. Me caes bien. -También me caes bien. Y me aseguraré de que te envíen a la mía. Ahora duerme. Debes de estar muy cansada. Luka desapareció y Clary se echó en la cama, quedándose dormida instantáneamente. Mientras, lejos, muy lejos de allí, Marcus se despertaba, y lo primero que veía era ese colgante que tanto anhelaba. Lo abrió con los ojos llorosos y cuando levantó la vista, vio pegada en la ventana una nota que decía: “Ahora te toca a ti. Pasa tu luz.” Erika Martínez Rodríguez. 3º ESO Colegio Nuestra Señora de Lourdes. El Puerto de Santa María (Cádiz) PASA TU LUZ Hace un día nublado y con amenazas de lluvia, estoy solo en la calle y lo único que veo son chaquetones de colores que pasan a mi lado sin ni siquiera alzar la vista. De repente, empieza a llover como si de una tormenta se tratara, no tengo ningún objeto que me resguarde, por lo que empiezo a correr buscando cobijo. Consigo encontrar una cornisa lo suficientemente grande como para cubrirme, pero el agua cae de lado y me llega hasta la cintura. Estoy tiritando y chasqueando los dientes cuando una débil voz me sugiere que me cubra con su paraguas, yo acepto sin dilación y me cubro a toda prisa. Llevamos un rato caminando cuando me fijo por primera vez de quien se trata. Es una mujer mayor, muy mayor, tiene el pelo canoso y corto, de piel pálida, pero de una expresión sonriente y cálida, es de estatura baja y está muy delgada. Me suena mucho su cara, pero no recuerdo quien es. Le pregunto por su nombre y me responde que se llama Claudia… ¡Claudia! Ya sé quién es, es la mujer que tenía una tienda de sombreros en la plaza del barrio, pero que cerró hace años. Conversamos de que hacemos aquí, ella me comenta que va a hacer la compra, también me comenta que al ser tan mayor y tener problemas de espalda, tiene que hacer varios viajes desde el supermercado hasta su casa. Al escuchar esto me siento algo confuso y le pregunto por sus hijos, su reacción es cuanto menos triste. Me cuenta que tiene tres hijos, y que el que se “preocupa” más de ella viene cada dos meses. Se me encoge el corazón y lo primero que siento es furia, pero acto seguido tristeza. Después de esto pasan algunos minutos de silencio y decido romper el hielo afirmándole que la voy a ayudar a hacer la compra, su primera reacción es de negativa, pero consigo convencerla. Al final del día me siento mejor que de costumbre, seguramente por haber ayudado a Claudia, pero siento un vacío y decido pensar en qué hacer para ayudarla. Se me ocurren muchas ideas, pero todas descabelladas, pero al fin encuentro algo que me puede servir. Hoy es Nochebuena y Claudia lo único que hace es pensar y pensar en su marido, aquel hombre mayor regordete que era tan cariñoso con todo el mundo y a los niños nos regalaba caramelos cada vez que nos veía. Por lo que piensa Claudia, es por lo que piensan muchas personas mayores, en su media naranja. Lo que alguna vez fue el día más feliz para ella, ahora es un infierno con el que tiene que cargar sola todos los años. Hoy no es día de festejo para ella, por lo tanto intenta pasar este día como uno normal. De camino al supermercado Claudia se encuentra con aquel joven que la ayudó. Le propongo acompañarla y me dice con una sonrisa forzada que está encantada. De camino para allá conversamos de muchos temas, pero no sugerimos nada sobre la Navidad. Llegamos al supermercado y mira con tristeza y nostalgia todos los productos navideños, desde el árbol hasta las luces de colores. Me fijo que compró prácticamente lo mismo que la última vez, absolutamente nada en especial. De vuelta me atrevo a sacar el tema de la Navidad, y parece que he abierto una brecha que ha intentado cerrar durante años. Hablo prácticamente yo solo, creo que ella no puede e intento avivar un poco la cosa. Nada. Llegamos al bloque y subimos las escaleras hasta el piso quinto. Claudia saca las llaves y busca la correspondiente a su casa, las introduce, da dos vueltas a la llave y entramos. Lo que sucede a continuación es entre mágico e increíble. La idea que pensé fue la de hacer una fiesta sorpresa a una persona que de verdad se lo merece, Claudia. Su reacción es llevarse las manos a la boca y a continuación llorar desconsoladamente. La abrazo y la llevo hasta el salón, donde hemos preparado entre los vecinos una cena de nochebuena en condiciones. El resto fue maravilloso, cenamos hasta hartarnos, cantamos villancicos y hasta bailamos, pero lo mejor fue ver tan feliz a una persona que ha sufrido tanto. Cuando terminamos, salí a la calle para ir a mi casa, y me di cuenta de que estaba nevando, ¡Nevando!, hacía años que no nevada en nuestra localidad, llamé a los que quedaban en su casa y todos miramos maravillados como caían lentamente los copos de nieve… Y así fue como empecé a ayudar, como empecé a pasar mi luz. Antonio Jesús Díaz Zarazúa. 3ºESO Colegio María Medianera Universal. Jerez de la Frontera (Cádiz) EL MEJOR REGALO Un día más, me despierta el mismo ruido estridente y desagradable de todas las mañanas. Mi cuerpo aún dormido logra ponerse en pie casi sin esfuerzo, todavía es de noche y la habitación está envuelta en una nube oscura. Sorprendentemente, las pequeñas líneas que forman mis ojos me permiten llegar al baño sin tropezar con ningún objeto. Cierro la puerta y me preparo para ducharme. Mi cuerpo entra en contacto con el agua transportándome al mundo oculto tras mis pensamientos, el laberinto que me atrapa durante horas mientras intento huir del gran monstruo que lo habita, un oso de un tamaño colosal con garras afiladas de recuerdos dañinos, ojos color miedo y el pelo duro y mortal como el rencor. Por suerte, termino de ducharme y consigo salir del misterioso mundo sin ningún rasguño. Esta vez mi visita fue rápida y el oso no pudo atraparme. 3-2, voy remontando. Me visto rápidamente, cojo la mochila y salgo a la calle. Empieza a amanecer, un pequeño rayo de luz alcanza mis ojos y me ciega durante unos instantes. Cuando vuelvo a mi ser, ya he llegado a la puerta del instituto donde encuentro las caras largas de siempre. A cinco metros de distancia puedo sentir sus miradas de desprecio atravesándome el alma. Giro la cara hacia un lado con indiferencia, pero entonces vuelve a aparecer el mundo. El oso está cerca, oigo sus pensamientos, viene directo hacia mí. Yo me hago pequeñita, me escondo tras un arbusto y cierro los ojos con fuerza intentando desaparecer. Llegan a mi mente multitud de recuerdos bonitos con la gente que ahora me odia y siento impotencia. Suena el claxon de un coche, recupero el control de mi mente y noto mis mejillas humedecidas, me veo reflejada en un charco del suelo, veo como caen por mi barbilla pequeñas gotas inundadas de desesperación y sufrimiento. Me seco la cara y entro en clase mostrando una falsa fuerza llena de inseguridad. Allí me espera mi pupitre sucio y lleno de pintadas, junto a la vieja silla. Al asomarme encuentro sobre la silla afiladas chinchetas, la gracia sin gracia de todas las semanas (al menos esta vez no me pusieron pegamento), retiro los pequeños metales y me dispongo a copiar los apuntes que dicta el profesor. Las clases pasan volando y temo la llegada de la hora del recreo, mis manos temblorosas se esconden bajo los bolsillos de mi sudadera, mis dedos empiezan a jugar entre ellos, acaricio mi mano, me pongo y me quito los anillos, dibujo círculos con los pulgares y froto las palmas de mis manos. Escucho la campana, la suerte está echada, me dispongo a salir por la inmensa puerta que da al patio, intento pensar en la clase de sociales: la Ilustración es un movimiento intelectual propio de la Europa del siglo XVIII, surgido en Francia, yo también soy inteligente, si hubiese nacido poco antes de esa época yo sería una ilustrada reconocida. Está aquí de nuevo: viene un fuerte viento de soledad que vacía mi alma. Suenan ruidos de pisadas cerca de mí. Alzo la mirada y para mi sorpresa encuentro ante mis pupilas un chico alto con la palabra seguridad plasmada en sus ojos. Oigo el “hola” que sale de su boca, unas extrañas figuras de color perla se asoman lenta y tímidamente tras las suaves nubes que forman sus labios. Millones de hormiguitas recorren mi cuerpo del estómago a la cabeza provocándome un inmenso cosquilleo. De forma inevitable, mis labios se estremecen. De pronto, siento un cálido frío invernal en todo el cuerpo y el sentimiento de serenidad me acelera ese misterioso botón rojo escondido tras las costillas, cerca de los pulmones, colocado estratégicamente para sentir hasta el último aliento. Como si de un huracán desorientado se tratase, desorganiza mis pensamientos más profundos y mis sentimientos más sinceros. Cuando quiero darme cuenta, tengo dibujada en mi rostro una sonrisa fruto de su sonrisa. Vuelvo a mi mundo y todo ha cambiado, ya no hay oso, ha desaparecido, y el laberinto se ha convertido en una llanura llena de flores que huelen a inocencia, respiro felicidad y emoción. • ¿Estás bien? Pareces triste. Cierro la boca y recupero la expresión de la cara, tomo aire y cojo las fuerzas necesarias para contestar a su pregunta. • Hola, sí, estoy bien, solo pensaba. Se sienta a mi lado y mis manos empiezan a temblar de nuevo. Él me mira fijamente a los ojos, parece no juzgarme y presta mucha atención a mis palabras. Hablamos durante el recreo, intercambiamos teléfonos y nos despedimos. Estoy ilusionada. Ahora más que nunca, voy y vuelvo a mi pequeño mundo, pero ya no me duele, me siento a gusto y estoy tranquila. El pasillo se llena de luz intensa. Parecemos existir solo él y yo. Voy a casa y rápidamente me encierro en mi habitación. Al revisar mi teléfono móvil, encuentro un mensaje suyo. “Hola, soy yo, Adrián, solo quería decirte que me has parecido una chica estupenda y que me encantaría quedar contigo algún día”. Empiezo a saltar en la cama, por fin tengo un amigo. Ya ha pasado un año desde entonces, hoy he vuelto a ver a Adrián. • Hola Adrián • Hola Aída, ¿qué tal las navidades? • Genial, he ido a esquiar con mi familia y después de cincuenta caídas, conseguí mantenerme en pie. Por cierto tengo un regalo para ti. • ¿Sí? ¿Y qué es? • ¿Recuerdas aquel día que nos conocimos? • Sí, claro que lo recuerdo. • Pues ese día me hiciste el mejor regalo del mundo: me dedicaste tu sonrisa más sincera y sin saberlo hiciste que dejase atrás una época oscura de mi vida. Por eso, yo quería agradecértelo con el regalo más valioso que he podido descubrir en toda mi vida: te regalo mi tiempo, amor y cariño, te regalo mi sinceridad y mis futuros recuerdos, te regalo mi amistad. Claudia Rueda Olmedo. ESO II Colegio Santa Rafaela María. Madrid CARTA ENTRE DOS DESDICHADOS. Conozco una historia de dos almas opuestas, de dos personas separadas entre sí por varios kilómetros de distancia que a través de la tinta y el papel eran capaces de hacer brotar las lágrimas, de alegrar los días grises, de endulzar la vida, de conquistar imperios, naciones y de hacer sonreír al ser más mezquino y ruin. Una de ellas, ajena al tiempo, podría pasarse días y días escribiendo con tal de hacer callar a la voz del diablo y despojarse del dolor que le atormentaba. Humilde y generosa, la bella Charlotte era víctima de una sociedad represora, había perdido a sus padres a temprana edad y permanecía el resto de sus días aislada en un mundo insolidario. Sin embargo, al apoderarse de una máquina de escribir, transformaba el dolor en oro y podía transportarse a lugares de ensueño y a reinos encantados cálidos y amables, habitados por honestos caballeros deseosos de conquistar a damas esbeltas. La magia siempre estaba presente, era la mejor manera que tenía de evadirse de sus problemas. Un día recibió la carta de un extraño que firmaba bajo el nombre de Matthew. Sorprendida de que alguien por fin se hubiera dignado a escribirle, la abrió y pudo ver su contenido. Al terminar de leerla su corazón parecía mirarla con otros ojos. Aquel desconocido caballero había oído hablar de ella, de sus hermosas historias y de la miseria en la que vivía y le escribía con el propósito de poder deleitarse con uno de sus relatos. Este señor, al parecer, también había sufrido las consecuencias de vivir en una tierra hostil, donde el cariño y el apoyo brillan por su ausencia y donde lo único que se recibe es indiferencia y rechazo. Aún no daba crédito a lo que acababa de leer, ¡por fin una persona que no había perdido la empatía! Todo esto le animó a escribir con más vigor que antes y le ayudó a escribir historias más intimistas y reflexivas, más profundas y elaboradas. Decidió contarle su vida a través de pequeños relatos. Le habló de campesinos que trabajaban con el propósito de encontrar algo que llevarse a la boca y cuyos cultivos nunca daban fruto. Plasmó también la muerte de sus familiares en forma de crueles enfermedades causadas por sus lamentables condiciones de vida. Se definió a sí misma como un ser “especial” que permanecía invisible ante los ojos de todos los hombres y mujeres, los cuales no le brindaron ninguna muestra de apoyo… Y todo ello camuflado bajo palabras grandilocuentes y una malintencionada ironía, donde vestía de finísimos y delicados ropajes a los ciudadanos más ricos (que curiosamente eran los más insolidarios). Satisfecha con lo que había escrito, le envió la carta a Matthew con la esperanza de obtener respuesta. Lo que ella no imaginaba es que ese fuera el comienzo de una bonita amistad. Así, ella le escribía y él le respondía cubriéndola de elogios. El tiempo no pasaba por ellos, que se hallaban involucrados en una dimensión fascinante e inmutable donde las penas ya no hacían mella en su moral. Llegaron a un extremo en el que cada uno de ellos lo sabía todo sobre el otro: sus aficiones, inseguridades, secretos íntimos, recuerdos del pasado… Era extraordinario poder hablar con alguien que tuviera tantas cosas en común con ella y poder escribirle historias cada día. Pero todos sabemos que lo bueno es efímero. Pasaron ya varios años, y Charlotte ya no era la joven entusiasta del pasado. Una enfermedad se había apoderado de ella y parecía que eso le iba a afectar en su relación con su querido amigo Matthew. Como la esperanza es lo último que se pierde, le dedicó el más lírico de sus relatos, cargado de una belleza y humanidad sobrecogedoras. Quería demostrarle que incluso cuando todo parece perdido, siempre tendremos algo o alguien que nos sacará de las pesadillas más oscuras. Palabra por palabra, frase por frase, logró por fin terminar su historia. Le pedía a Matthew que acudiera a su casa, que la protegiera, que la acompañara el resto de sus días, pues su rostro ya empezaba a mostrar síntomas de agotamiento. La vida se estaba apagando, ya no daba más de sí y deseaba con todas sus fuerzas tenerlo a su lado para poder continuar escribiendo, ya que era lo único que la mantenía despierta, abierta al mundo. Metió la carta cuidadosamente en el sobre y se limitó a enviarla. Se sentó en la silla de madera que adornaba su habitación en espera de su visita. Mientras tanto, agarró con fuerza la pluma y escribió sobre un papel: “Gracias por iluminar mis días y mis noches. Gracias por todos estos años juntos, porque aunque no nos veamos cara a cara, he podido ver la belleza que hay en tu corazón. Mi vida no ha sido como yo hubiera planeado y lamentablemente no sé si podré conocerte en persona, mi delicado estado de salud me hace tener serias dudas al respecto. Pronto abandonaré este mundo, pero recuerda que si algún día vienes a esta humilde casa y lees esto que nunca te olvidaré. Las personas buenas nunca se olvidan y sin embargo son las primeras en partir. Gracias de todo corazón por ser mi único amigo.” Y tras escribir la última frase, se desplomó sobre el escritorio. Pasaron los días y por fin Matthew recibió la carta que solicitaba su visita a la casa de Charlotte. Entusiasmado por conocer en persona a la mujer que tantos años le había amenizado su dolorosa existencia, cerró la puerta de su habitación, cogió el dinero que había estado ahorrando para cualquier cosa que pudiera pasar y abandonó su casa. Se hallaba entonces paseando bajo las calles más sucias de Londres pero él no perdía la esperanza de reunirse con ella. Aunque en su pelo ya se podían ver los primeros síntomas de vejez, corrió lo más rápido posible, llegó al aeropuerto y pudo coger el avión que tenía como destino la maravillosa París, ciudad donde vivía Charlotte. Aunque el viaje fue largo, por fin consiguió su cometido y siguiendo las indicaciones que le daba Charlotte en la carta, llegó a su casa. A simple vista, la estética era lamentable, desentonaba mucho en una ciudad como París, pero aun así entró en la casa, subió las escaleras que conducían a su habitación y al abrir la puerta encontró el cuerpo sin vida de Charlotte. Matthew no podía creer que aquella persona que en su día le escribía maravillosas historias estuviera allí, sin vida. Se acercó a ella y vio que había un sobre que descansaba solo, en la mesa del escritorio. Lo abrió y lo leyó y justamente al terminar las lágrimas empezaron a cubrir su rostro. La besó, abandonó la habitación y mientras miraba al cielo gritó. “Gracias a ti por ser mi luz”. Y, así, tristemente se marchó, dejando a la persona con la que tantos momentos había compartido y que le había iluminado el resto de sus días. “Las buenas personas son las primeras en partir”, concluyó. María Marín Pérez. 4º ESO Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Madrid PLANETA ARTE “Érase una vez un pequeño planeta, de una lejana galaxia, en otro universo, a dos o tres eternidades de la Tierra. Sus habitantes, lejos de ser unos despiadados, codiciosos y crueles humanos, eran la viva imagen del amor. Allí no existía el odio, ni la violencia, ni las desigualdades, ni la esclavitud... No hacían falta normas, ni leyes, tampoco patrias o fronteras. No había ejércitos ni armas, puesto que por encima de todo se hallaba el amor hacia una bandera carente de asta, tela o distintivo: La libertad. Este curioso planeta escondía tras de sí una peculiar característica. Para que el mundo no parase de latir, de girar, para que no se convirtiera en unas ruinas asoladas por las guerras; brillaba con grandeza en lo alto del cielo una gran estrella, que daba luz al planeta evitando que se sumiese en la oscuridad. Pero esta estrella debía ser alimentada cada día por los propios habitantes del planeta. El arte era el combustible de aquella estrella. Sí, el arte. Cada verso, cada nota, cada acorde... poemas y canciones movían el planeta. Desde las sosegadas palabras de Neruda, los fulminantes ‘te quiero’ de Benedetti que ‘no se rinde, no cede’. La rasgada voz de Sabina y los acordes de su cínica guitarra saliendo a galopar como versos de Alberti. Todo era arte en aquel lugar. Las miradas de enamorados se entrecruzaban, mirando fijamente al alma y no a un cuerpo como objeto. No es que las cosas sucedieran o se hicieran por amor al arte, sino que el amor era el mayor arte. La juventud aprendía a amar a la madre naturaleza y al prójimo, todos convivían en armonía con los animales. Aquellos seres no anteponían un papel pintado a ninguna vida. Ni tampoco conducían máquinas metálicas que ensucian el azul cielo con su negro humo. En el firmamento se extendían campos y campos, bosques y bosques, libres de la amenaza de algún ser codicioso. En los mares rielaba la luz de una también resplandeciente y bella Luna, no arrastraban basuras ni tenían enormes manchas negras. En el cielo miríadas de estrellas brillaban, sonriendo con dulzura a aquel bello planeta. No había minerales preciosos sólo sonrisas, la gente amaba sus diferencias en vez de criticarlas y considerarse superiores unos a otros. Allí Krahe hubiera fumado tan a gusto su pipa de la paz. Dicen que allí la felicidad existía, puesto que los habitantes conocían bien el significado de la libertad y del amor. Letanías de versos se escribían cada día al compás de un tango o un vals. Los niños corrían alegremente por las calles libres de ningún peligro ni residuo, hasta había animales que campaban libres por las calles. A nadie se le ocurría en ningún momento establecer algún tipo de superioridad del hombre sobre la mujer. Era una sociedad libre, sin prejuicios, sin odio, una sociedad en la que todos convivían como hermanos y se amaban como tales Firmado: Un anónimo delirista y utópico soñador.” Así concluía la historia. Dejé aquella extraña carta en su lugar. Un escondido cajón en el desván del abuelo. No me paré a pensar en quién la habría escrito. Me limité a imaginar por un momento poder vivir en aquel planeta. Al día siguiente sonó el despertador, como de costumbre si no fuera porque era domingo. Decidí levantarme para aprovechar el día, aunque la verdad no tenía nada que hacer. Levanté la persiana y me percaté de que aún el sol apenas se esbozaba tímidamente en la lejanía. Era verdaderamente temprano. La mañana avanzó realmente lenta. No hice más que ojear algún que otro libro y ver las últimas noticias. Los titulares retrataban fielmente la gran antítesis que es nuestro planeta al lado del de aquella historia. Casi un millar de muertos en Lampedusa, refugiados que buscan entrar a Europa en la frontera de Hungría, desconocedores de su futuro. En Siria ya no quedan hospitales ni colegios, niños que lloran desconsoladamente al ver cómo la OTAN les ayuda bombardeando sus casas. Millones de niños esclavos trabajando en Asia para que nosotros disfrutemos de nuestra cómoda vida. Desconecté de todo esto para que no me provocara un ataque de misantropía. Bajé al supermercado a por el pan, en la puerta se encontraba una joven mujer pidiendo. Al salir le di lo que me había sobrado, le tendí la mano (supongo que no le resulta común porque vaciló unos segundos) y le deseé suerte. Sonrió y sonreí. Al volver a casa más de lo mismo. El telediario me agobia demasiado mientras como, a veces no lo soporto. Quería desconectar del mundo, un mundo que en algunas ocasiones, directamente me repugna. La tarde no se presentaba con muchas expectativas. Estaba demasiado perdido en mis pensamientos. Ni siquiera estaba escuchando la música. Rara vez no tengo puesta música en mi cuarto, aunque no la esté escuchando. Oía de fondo a Sabina preguntando que quién le había robado el mes de Abril. Quité la música, necesitaba un momento de reflexión. La historia que había leído el otro día me había marcado. Era mi mundo ideal. Me gustaría poder vivir eternamente en aquel lugar. Pero aquello chocaba tan de frente con la realidad… Tras deprimirme por ese inalcanzable mundo, decidí una cosa. No iba a cambiar este planeta. Ni yo ni nadie. Pero yo mismo podía construir mi propio planeta acorde con el de aquella historia. Convertí mi habitación en aquel planeta. La cama pronto se llenó de partituras, y las cuerdas de mi guitarra de canciones de Extremoduro. En mi escritorio quise volver a intentarlo. Volver a escribir el poema más bonito del mundo. Aunque ya jamás podré volver a escribirlo, desde que perdí a mi musa nada era igual sobre el folio. Lo dejé de un lado para no volver a caer en la misma historia de siempre. Tenía que hacerlo. Tenía que seguir adelante, y hacer de mi vida aquel mundo. Repartiendo arte, repartiendo amor. Iluminando un poco la Tierra, como aquellos seres hacían con su estrella. Decidí convertirme en estrella, y aunque mi luz fuera pequeña, iluminar un poco mi alrededor. Recuerda, tú también puedes ser estrella, brillar tan solamente depende de ti… Daniel Ávila Sánchez. 4º ESO Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. Salamanca PREMIO SEGUNDO CICLO DE ESO LA LUZ QUE LUCHA EN LA OSCURIDAD La luz, la luz o el alma, es lo que cada uno de nosotros tenemos en el interior. La luz puede tornarse oscura y negra si otro ser oscuro y negro te muerde o directamente te quita la vida. Estos seres se llaman lugros, y yo vivo para matarlos. Me llamo Andrea, Andy para los amigos, y soy una calur, una cazadora de lugros. Pertenezco a la hermandad de los C.E.L (Cazadores de Élite de Lugros). Así ha sido desde que mis padres murieron asesinados por estos demonios, o eso me contaron. Mis padres eran de los mejores calurs y murieron cuando tenía tan solo 5 años. Ahora mismo, estoy en medio de una pelea contra un lugro, y es un Miwa. Los lugros se clasifican en 3 niveles: Los Yucas que son los pequeños e insignificantes, y muy fáciles de matar; los Miwas, con espinas ponzoñosas y bastante difíciles de matar, y por último, los Narbos, los más poderosos, muy grandes, su aliento te asfixia, y su piel está cubierta con un pelaje que le hace camuflarse con facilidad y pasar inadvertido, sus habilidades aún son del todo desconocidas para nosotros .Tan sólo los conozco por los libros. Son los más temidos, pero a mí me atrae la idea de poder enfrentarme a alguno un día de estos. En realidad creo que tan sólo me estoy haciendo la valiente. -¡Vamos Jake!- Le digo a mi compañero. Era un lugro bastante feo, con cola y dientes afilados como cuchillas. Casi me impacta con su fuerte cola, pero consigo saltar a tiempo, luego subo por su espalda y con mi vara le empiezo a ahogar. -¡Ahora!-. Jake señala con los dedos al lugro y grita: - ¡Sellado! -. Y el lugro se queda inmóvil. Luego dice: - ¡Liberado!- Entonces sale el alma negra del lugro y desaparece su luz oscura en las sombras de la noche… (Ya en el cuartel) -Bueno, bueno..., ¿que tenemos aquí? Tú 78º misión y sigues de una pieza… Es admirable ver como siendo tan joven, eres tan buena en tu trabajo. -Me dice el director. -Tengo 16 años ya no soy tan pequeña señor.- Le digo con un tono un tanto pícaro. -¿Qué quiere que le diga? El tiempo vuela. Parece que fue ayer cuando te trajeron aquí…- Me dice algo melancólico-En fin, ¿cuál es mi siguiente misión, señor? -Para el carro! Acabas de volver de tu misión. Descansa un poco y mañana te asignaré otra. Esa misma noche, en el jardín… -Ya queda menos para el número 100 ¿Eh, Jakie?- Le digo emocionada -Tampoco me hace mucha gracia Andy, ¡Tendremos que enfrentarnos a un feroz Narbo! -Mira que eres negativo, lo mejor de todo es, que si conseguimos derrotar al Narbo, nuestras armas subirán de nivel y evolucionarán. ¿No quieres que tu sable se convierta en una espada súper chula? -¡Claro que sí! Eso si conseguimos derrotarlo, pero… ¿Y si no?- Refunfuñó Jakie. -¡Perder no es una opción! -Lo que tu digas Andy, yo me voy a dormir. -Y yo. Ya es tarde. Buenas noches. -Buenas noches compañera. Al día siguiente el director las reunió en el cuartel. -Andy, Jake aquí tenéis vuestra misión, tenéis que derrotar a otro Miwa. Está en el Bosque del Sur. -Entendido- Dijimos a la vezDe camino al bosque, nos ataca una manada de lobos salvajes, por sorpresa. Desenfundo mi bastón, Jake su sable, y ambos comenzamos a luchar. Después de un rato de tensión, peleando en equipo conseguimos derrotarles. Lo malo es que nos han dejado muy malheridos y agotados. Así nos será más difícil combatir con el Miwa. Al llegar al bosque, decidimos dividirnos para buscar al Miwa, pero tras un largo e infructuoso rato, no lo encontrábamos. Decidimos subirnos a las copas de los árboles. Fuimos saltando de rama en rama sin hallar al lugro que queríamos encontrar. Luego de una búsqueda desesperada, sin dar con el objetivo, estamos cansados y sin ánimos. Sin embargo, Jake tiene la brillante idea de coger polvo de gezmín. El gezmín es un polvo especial que nos ayuda a encontrar lugros pero es difícil de conseguir, ya que se haya en las setas gezminas, que son muy pequeñas y escasas. Cuando al fin conseguimos encontrar las setas, soplamos por encima de ellas y sale el polvillo, que se alza en el aire y se empieza a mover. Al detenerse, nos escondemos detrás de unos setos, ya que el polvo se para 5 metros por delante del lugro. Esperamos a que aparezca, y cuando oímos ruidos, salimos del escondite y nos enfrentamos a él. Para nuestra sorpresa, no era un simple Miwa si no que eran letras mayores, ¡Era un Narbo! -¡Qué!- Grito sorprendida-¿Pero qué demonios?- Exclama Jake casi a la vez-¿Qué hace un Narbo aquí!- Pregunta Jake horrorizada, sintiendo la adrenalina recorrer mi cuerpo.-El director se confundiría y nos mandó a un Narbo- le digo mientras esquivo las espinas ponzoñosas que me lanza. -Bien ¿Cuál es el plan Jakie? -¡Ja!, ¿Me lo preguntas a mi? Tú eres la de los planes. ¡Jake esquiva su cola! -Genial… Pues vamos bien porque no se me ocurre… ¡Un segundo!- Digo alterada. -¡En un libro leí, que la única manera de matar a un Narbo, es con un golpe doble y para eso tenemos que sincronizar nuestras luces! Le golpeo con mi bastón para aturdirlo. –Magnífico. ¿Y cómo se hace eso?- pregunta Jake con desesperación. -Se supone que tenemos que concentrarnos cada uno en la luz del otro entonces se juntan en una bola de poder y se la tenemos… ¡Ahhh!- Mi alarido estalló en el silencio del bosque. En ese preciso instante sentí como una puñalada en el costado derecho de mi espalda,...Me había mordido. -¡Andy! ¡¿Estás bien?!- Me dijo mientras me llevaba al reguardo de una gran roca desprendida, donde no nos veía el Narbo. -¡Corre! ¡Huye! ahora que estás a tiempo mientras está distraído buscándonos. -¿Estás loca? Llamaré a la hermandad.-Susurró Jake. -Es tarde para mí. Mi luz se está volviendo oscura. Jake se queda pensando triste y desolado sin saber qué hacer. -Te pasaré mi luz.-Me dice serio. -No Jake, no lo hagas. Eres mi mejor amigo. Entonces Jake puso sus manos en mí. Su luz fue pasando a través de sus manos hacia mi cuerpo, hasta que se apagó. Murió al acto. Conseguí sobrevivir gracias a él y volver al cuartel. Llevo su luz dentro de mí. Siempre la llevaré. Y algún día encontraré a ese Narbo y lo mataré. ¡Lo haré por Jake! Lorena Moreno Fuster. 3ºESO Colegio Sagrado Corazón-Esclavas. Valencia “EL CAMINO: SU LINTERNA DE VIDA” ¿Habéis visto alguna vez a todas esas personas tiradas en la calle, sin un techo que les cubra, ni unas paredes que les protejan del frío o de la lluvia? A todas esas personas que se ven obligadas a llamar hogar a lo que para nosotros sería un simple portal, un cajero automático o incluso el callejón más inhóspito de toda la ciudad, amueblado con la sencillez y humildad que le otorgan los cartones que la decoran. Esas personas que no ven otra salida que la de ponerse a pedir dinero a las puertas de un supermercado con la esperanza de que un alma caritativa se apiade de ellos. ¿Qué por qué lo sé? Pues bien, aquí donde me veis, yo era una de estas desafortunadas personas. Todo empezó hace aproximadamente un año, aún recuerdo aquel día como si hubiese sido hoy. Me levante, como cualquier día las seis y media de la mañana. Me duche, vestí y desayune, y me dispuse a salir de mi pequeño apartamento, no sin antes ponerme un bonito reloj plateado en mi muñeca izquierda. Se trataba de un reloj sencillo. La esfera era de un azul oscuro que contrastaba con el plateado de los números romanos. La correa era fina, formada por eslabones, también plateados, que recorrían toda mi muñeca. Es posible que, comercialmente no tuviese mucho valor, pero, el valor sentimental que este tenía para mí, era incalculable. Se trataba del único objeto que había sobrevivido al incendio que había acabado con la vida de mis dos abuelos, hacía ya dos años, y por lo tanto, lo único que conservaba de estos. Mi madre había muerto muy joven, el día que me dio a luz, y de mi padre nunca supe nada, por lo tanto, habían sido mis abuelos quienes se habían encargado de mi educación. Llevar conmigo este reloj me aportaba tranquilidad, me hacía sentir bien, me ayudaba a sobrellevar el, a veces, complejo día a día. Era mi luz cuando me sentía a oscuras en mi solitaria vida, me hacía feliz, o por lo menos, eso era lo que yo pensaba. Aquella mañana de enero, salí de casa y me dispuse a ir al trabajo. Trabajaba en un banco. Yo era quien se encargaba de gestionar las hipotecas y decidir qué casos acababan en desahucio. Ganaba bastante dinero, la verdad, me encantaba viajar, por lo que a la mínima que ahorraba algo de dinero, lo invertía en algún viaje, en los que no reparaba en ninguna clase de lujo. Nunca me privaba de nada. Ir a cenar a los restaurantes más caros de la ciudad, casi a diario, no suponía ningún problema para mí. La verdad es que no siempre había sido así. Antes de que muriesen mis abuelos, solía disfrutar de las pequeñas cosa, no era tan materialista. Trabajaba en una pequeña tienda de barrio, y recuerdo, que me encantaba compartir toda lo que ganaba. Disfrutaba haciendo regalos a todos aquellos que quería, pero las cosas habían cambiado, aunque tarde tiempo en darme cuenta de esto. Pues bien, llegue a la oficina, y me fui a mi despacho, pero me lo encontré desierto. De las paredes habían desaparecido todos los extravagantes cuadros que yo misma había comprado, y en las estanterías yo no se encontraban los recuerdos de los diversos viajes que había hecho. Me di cuenta de que algo pasaba, y que desde luego, no era nada bueno. No entendía que ocurría así que, enfadada, fui en busca de mi superior. Le exigí una explicación, y él me la dio. Sentí que el mundo se me venía encima, nada estaba en su sitio. De repente, me encontraba a la deriva, sin nada a lo que agarrarme, vagando en este mundo y sin nadie que me guiase. Y entonces me di cuenta. Estaba sola, mis abuelos se habían ido y yo, poco a poco, me había ido apartando del mundo. Había ido substituyendo todos aquellos amigos que tenía por el dinero, que se había ido convirtiendo con el tiempo en mi gran aliado. Lo único que me importaba de verdad era aquel estúpido reloj, que a fin de cuentas no era más que un reloj. Me había quedado sin trabajo, ¿y que tenía? Un apartamento, que ni siquiera era mío, ya que era de alquiler y un montón de ropa en el armario. Decidí no preocuparme, intentar no pensar en la situación que me encontraba. Había trabajado cinco años en ese banco que ahora había quebrado, pero yo había hecho bien mi trabajo, así que pensé que ya me buscarían, que la gente se pelearía por mí, por contratarme, así que vi el mundo con otra perspectiva: era mi momento, tenía la oportunidad de divertirme, vivir como si no hubiese mañana. Y eso hice. Al principio todo iba muy bien: viaje para aquí, cena para allá... era un sin parar, pero claro, el dinero no es eterno. Cuatro meses fue lo que tardé en arruinarme. Ya no tenía nada. Había pasado el tiempo y nadie me había llamado, no tenía ya dinero con el que pagar el apartamento en el que estaba residiendo. Vi que solo me quedaba una opción: vender todo lo que tenía. Y eso hice, me deshice de toda mi ropa, de los cuadros... quedándome únicamente con lo justo y necesario. No tenía otra opción. Conseguí pagar el alquiler de la casa durante dos meses más pero entonces ocurrió. Me quede absolutamente sin nada. No tenía a nadie a quien acudir. Mi familia ya no estaba conmigo, y los pocos amigos que tenía los había perdido cuando empecé a trabajar en el banco, por lo que no podía acudir en su ayuda. Me puse a pensar, y solo vi una salida, al otro lado de la ciudad se encontraba un albergue para todas aquellas personas que no tenían un techo que les cubriese: ¡yo! Cuando llegue me recibió una mujer no muy alta, de unos treinta años, delgada, de pelo castaño y ligeramente ondulado. El caso es que a mi esta mujer me sonaba. No sabía dónde ni cuándo; pero yo la había visto antes. Por su cara de sorpresa, me dio la sensación de que a ella le había ocurrido lo mismo, pero aún así, no dijo nada, se limitó a sonreír y conducirme a un amplio comedor donde me sirvieron un plato de sopa caliente, y luego, me indicó el lugar donde debería dormir: un gimnasio con los suelos cubiertos por todo tipo de colchones y esterillas donde cabrían unas cincuenta personas. Apenas pude dormir esa noche. No paraba de dar vueltas sobre mí misma. Estaba completamente perdida, me encontraba en un túnel oscuro donde no se veía ninguna clase de luz. Decidí que eso no podía seguir así. Necesitaba conseguir un trabajo. Me arrepentía muchísimo de todos aquellos meses en los que me creía invencible, al ver a todas aquellas personas que se encontraban a mi alrededor, en las mismas circunstancias que yo o incluso peores, y pese a eso, les escuchaba reír, bromear entre ellos...Yo no entendía nada. ¡Mi sitio no era aquel! No podía seguir así, y al día siguiente me dispuse a buscar trabajo, de lo que fuera, pero no encontré nada. Dos semanas estuve así: me levantaba, desayunaba, buscaba trabajo y volvía al albergue donde siempre me recibía alguien con la mejor de sus sonrisas. Necesitaba dinero como fuera así que solo me quedaba una opción: decidí vender el reloj que tanto quería. Me dirigí a la casa de empeños. Casualidades de la vida, justo en la puerta me encontré con la mujer del albergue, aquella de la cara tan familiar. Me saludó amablemente y yo le devolví la sonrisa. Seguía sin saber de qué me sonaba. Entré en la tienda y el dependiente me ofreció 50 euros por el reloj, una miseria, pero no me quedaba más remedio, por lo menos con eso igual podría salir adelante algún día más. Me deshice de lo único que de verdad me importaba, y con la cara cubierta de lágrimas, cogí el billete que me ofrecía. Salí de la tienda, todavía muy apenada, y observé que la mujer de cara conocida seguía allí. Me observaba fijamente, pero no dijo nada, así que me fui. La gran sorpresa me la lleve al día siguiente, el día en el que mi vida cambió radicalmente. Los rayos de luz que entraban por las ventanas del gimnasio del albergue me despertaron. No había pasado una buena noche. No podía parar de pensar en el reloj, en que había perdido lo único que conservaba de mis abuelos. Así que me pareció ver un espejismo cuando me gire y observe que encima de la almohada estaba el reloj. Necesitas descansar, pensé, así que cerré los ojos, pero me parecía que el reloj era demasiado real. Volví a abrir los ojos y allí estaba. Lo agarré con mis manos, lo observé con muchísima atención hasta cerciorarme de que era real, no estaba soñando. Luego me di cuenta de que debajo del reloj había un sobre, que solo tenía una frase: No dejes nunca de mostrar tu luz. Tardé en darme cuenta de quién era el autor de esa nota pero por fin lo comprendí, la oscuridad en la que me encontraba no me dejaba ver, me cegaba, pero ahora lo veía claro. Aquella mujer de rostro conocido, claro que la conocía, había sido una muy buena amiga de la infancia a la que ahora ya ni recordaba. Corrí en su busca, para darle las gracias, no por el reloj, sino, por abrirme los ojos. Había comprendido lo confundida que había estado todo este tiempo. En el mundo había un montón de gente necesitada de ayuda, como todos los residentes de aquel albergue, y yo nunca me había preocupado por prestarles mi ayuda, compartir lo que tenía, ni siquiera por molestarme en saber que había sido de todas aquellas amistades que yo misma había decidido perder, pero que pese a todo, ellas no se habían olvidado de mí, y me habían devuelto la vida. Pero aquel día hizo algo diferente, algo que cambiaría su vida y la de muchos otros; aquel día abrió la puerta a su nuevo modo de ver la vida. Desde aquel día soy otra persona. Finalmente acabe encontrando trabajo, como cajera de un gran supermercado, pero lo más importante, en cuanto salgo voy al albergue que me acogió durante algún tiempo, para ayudar en lo que pueda, o simplemente para hacer compañía a los que allí se encuentran, simplemente, a trasmitir la alegría que había recuperado, mis ganas de vivir, de compartir, de regalar felicidad... en definitiva... de PASAR MI LUZ, y es que todas las mañanas me despertaba y aquella sencilla nota cuya frase me había cambiado la vida: “No dejes nunca de mostrar tu luz”. Carmen Guimaraens Raso.2º Bachillerato Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. A Coruña PASA MI LUZ Hola, mi nombre es Simón. Soy un interruptor. Pero no un interruptor cualquiera. Soy el interruptor de una central eléctrica que da luz a toda una ciudad llamada Bobalina situada al norte de Europa, donde normalmente los años suelen ser bastante fríos y sobre todo el invierno nevado. En la central oigo ruidos de las personas que trabajan, que cada día hablan de temas diferentes de actualidad, pero no estoy muy atento. El día 24 de diciembre pude oír cómo hablaban de lo bonitas que estaban las calles del centro de la ciudad iluminadas con las luces de Navidad y, al oír todos los comentarios de los trabajadores de la central, me sentí muy feliz al saber que podía ayudar a la población de Bobalina. Yo recibo energía del agua que llega por un río que nace allí lejos, en las montañas, donde la nieve llega en invierno y permanece todo el año en un glaciar y que, cuando llega la primavera, se va deshaciendo poco a poco. Cuando yo recibo la luz para ir enviándola progresivamente a la ciudad, siento un fuerte calambre que me genera una mayor fuerza para poder enviar la luz, es una energía que me aporta la pureza del aire de la montaña, el olor fresco de la hierba, la alegría del canto de los pájaros y el chapoteo de los peces del río. También me aporta la alegría de los hombres que trabajan en la presa que hace que el agua tenga la fuerza necesaria para producir esa energía, sus risas, sus preocupaciones, sus sentimientos y los de su familia. Una energía de vida, de luminosidad, de alegría, de trabajo y también, a veces, de llanto y de tristeza. Me aporta la calma y el remanso del pantano, el lento discurrir del río, la preocupación por las reservas de agua cuando no llueve, y el exceso de energía cuando llueve demasiado. Me hace llegar las risas de los niños que en verano reman y se bañan en el pantano, la emoción de los pescadores del río cuando consiguen un pez enorme, la vitalidad de los alevines cuando nacen de los huevos dejados por sus padres, y también la tristeza de los salmones que mueren una vez han desovado. Toda esa energía se convierte en luz. Una luz que yo me encargo de enviar a la ciudad, para que los que allí viven sean más felices, puedan trabajar, puedan calentarse, puedan disfrutar de las luces en Navidad y puedan disfrutar viendo cine, televisión, oyendo música, cocinando o comiendo lo que otros cocinan con la energía que yo envío. También es verdad, que mi energía y mi luz se utilizan en los hospitales para ayudar a curar a los enfermos y que, muchas veces, la vida de ellos depende de mi fuerza, sobre todo en los enfermos que sufren del corazón y que en un momento dado necesitan una descarga de mi energía. Es ahí donde me vuelco, donde lo doy todo hasta quedarme casi agotado, intentando ayudar a los médicos a salvarle la vida a las personas. Además, desde hace pocos años, también ayudo a mantener el cielo limpio. Ya sabes, se están empezando a utilizar los vehículos eléctricos. Me encanta recargar sus baterías, ver cómo se desplazan sin hacer prácticamente ruido y viendo cómo alcanzan cada vez más autonomía sin sacar ni una pizca de humo. De igual manera me encanta alimentar al trolebús, sí, ese autobús que va con ruedas de goma pero cogido a los cables eléctricos y que se usa en muchas ciudades para no contaminarlas. Igual que me encanta alimentar al tranvía, que hace muchos años era un medio de transporte urbano habitual, pero que llegó a desparecer en algunas ciudades, y que gracias a las energías limpias como la mía, se está volviendo a poner de moda. Me encanta ver cómo viaja mi energía por los cables, enviando mensajes, conectando con Internet, buscando hoteles, billetes para las vacaciones, pero también ayudando a trabajar, a investigar y sobre todo, a que la gente del mundo se conecte, se hable y hasta se conozca. Mi fuerza ayuda a los jóvenes del mundo, que siempre están cortos de batería en sus móviles. Yo les recargo sus baterías, y en ellas cargo esa luz que aparece luego en sus pantallas, esas letras que aparecen en sus textos y que tanto les ayudan a comunicarse. No puedo olvidarme de los transportes, como el ferrocarril. Primero sustituimos el carbón, luego el motor diesel. Cada vez hemos dado más energía, más velocidad, ponemos cada vez a las personas más cerca, a velocidades increíbles, que hace tan sólo uno años nadie podría imaginar. Ayudo a conectar ciudades, países, pero sobre todo personas. Y el comercio. Qué sería de los comercios sin mi luz. Los ilumino, les hago brillar sus carteles de neón para que atraigan a la gente, doy luz a sus escaparates donde pueden lucir sus mejores productos. Ayudo a los restaurantes, manteniendo frías las neveras y congeladores donde se mantienen sus productos. Doy energía a sus batidoras, hornos y otras maquinarias que transforman esos productos en exquisitos manjares para el paladar de mis ciudadanos. ¿Y qué decir de la industria? No es que me sienta el tipo más importante del mundo, pero sin mi ayuda el mundo no sería lo que es, o al menos la ciudad de Bobalina, no sería lo que es. Doy luz, energía, potencia, pongo grandes y pequeñas máquinas en funcionamiento, las mantengo funcionando todas las horas del día, durante todos los días del año, produciendo sin parar, ofreciendo trabajo a los ciudadanos, ofreciendo productos que salen de esas máquinas a los propios ciudadanos y a los que nos visitan, y en definitiva aportando riqueza e ingresos a mi ciudad. Me encanta calentar los hogares de mi ciudad. Aunque muchos siguen usando la leña para evitar el frío, cada vez más gente de Bobalina utiliza mi energía para calentar sus casas con aparatos eléctricos de bajo consumo, o bien con agua que yo me encargo de calentar a través de la energía de la caldera para luego transmitirla a los radiadores, que ponen esa temperatura tan acogedora de los hogares. También calentando el agua que permite a la gente tomar un merecido baño después de su jornada laboral, o una buena ducha matutina para despertarse. Ayudo a muchas otras personas a estudiarme, personas que algún día vivirán de mi energía, sí, los electricistas, esas personas que son mis cirujanos, que me reparan y me devuelven la fuerza y la potencia que preciso, que me regulan cuando me excedo o cuando me deprimo, que reparan mis canales de reparto, que me ponen en marcha o me apagan según las necesidades de Bobalina. En definitiva, transmitiendo vida, alegría, y luz, sobre todo, mucha luz. No podría imaginarme un centro de la ciudad de Bobalina sin luces, sin que la gente se divirtiera contando bombillas e incluso luces que van a ir cambiando de colores. Pero tened cuidado. A veces, el transmitir energía nos hace olvidarnos de que al otro lado hay alguien que la recibirá. Si no transmitimos con cuidado, con amor, con mimo, puede que esa energía se convierta en algo peligroso, en algo nocivo que en lugar de darnos vida, alegría y luz, provoque todo lo contrario, muerte, tristeza y un gran apagón, con grandes descargas eléctricas que puedan electrocutar a quienes queremos, igual que puede ocurrir con la energía que yo envío a mi ciudad. Debo enviar la cantidad justa, ni más ni menos, si me paso puedo quemar los cables, y, si no llego, dejaré la ciudad a oscuras. Por eso, al igual que yo recibo una energía maravillosa de la montaña, del río, de los hombres de la presa, y la transformo en luz para que tú puedas disfrutarla, te pido que pases a la demás gente la luz que yo te envío, hazlo a tu manera, pero haciendo disfrutar a los demás, haciendo que sean más felices, más vitales, más alegres. No los quemes, no los electrocutes, y así conseguirás que esta luz llegue con la fuerza precisa y la iluminación justa que permita a todos los rincones del mundo y a todas las personas que en él habitan tener siempre una luz de referencia en su vida y que ilumine su camino para que todo sea mucho mejor. David Laínez Navarro. Bachillerato Colegio Shalom. Barcelona PREMIO DE BACHILLERATO EL CAMINO DE MI VIDA Y, por fin hoy, a mis noventa y cinco años recién cumplidos, me dan la oportunidad de descansar del gobierno de esta preciosa ciudad de Atenas. Pero llegar hasta aquí no ha sido camino fácil ya que desde pequeño me separaron de mis padres y me juntaron con otros niños y niñas en una comuna donde nadie sabía quién era hijo o hija de quién, por lo que así, todos los niños que allí vivíamos, independientemente de a qué familia procediera tenían la misma oportunidad de estudiar. Así pasé mis veinte primeros años, rodeado de niños y niñas, estudiando todos juntos gimnasia y música. Cuando terminamos de estudiar estas asignaturas, muchos con los que había crecido dejaron de estudiar y se pusieron a trabajar, pero yo seguí estudiando otros diez años más, las llamadas por mi maestro Platón las ciencias predilecticas, las cuales eran: Astronomía, Geometría, Aritmética y Armonía. En el transcurso de estos años de estudios, hice muchas amistades con compañeros con los que por alguna razón u otra, a pesar de haber vivido siempre juntos, nunca nos habíamos hecho cercanos, pero cuando terminamos estos estudios muchos otros los volvieron a dejar y quedamos solo cien estudiantes de los mil que empezamos al principio. Durante los cinco años siguientes estudiando la Dialéctica con Platón, en una ocasión, mientras daba un paseo por la ciudad con mi maestro, le pregunté el por qué de que los niños dejasen los estudios y se pusiesen a trabajar mientras yo seguía estudiando junto con otros. Este, me contestó muy tranquilo a mi cuestión. Me dijo, que aquellos que tienen la capacidad de abstraerse a medida que se adquiere conocimiento, son aquellos que en un futuro pueden llegar a gobernar el pueblo y velar por el bienestar de los ciudadanos. Tras los cinco años del estudio de la Dialéctica, de los cien que empezamos, solo veinte conseguimos algún puesto de responsabilidad en alguna sección del gobierno no muy importante para el pueblo. Pero aun así, teníamos que permanecer otros quince años siguiendo inmunes a los títulos o el poder que pudiera proporcionarnos el puesto de responsabilidad. Aquellos que flaquearon alguna vez ya fuese por un motivo u otro, fueron echados y puestos en mandos inferiores donde no requería mucha responsabilidad. Finalmente, logre destacar más que mis compañeros, logrando así, el poder del gobierno. En una charla con Platón en el Ágora, aparecieron todos aquellos que algún día fueron mis compañeros en la comuna. Todos ellos ya con una familia formada y con niños que pronto entrarían en a la comuna donde un día fue mí hogar y el de sus padres. Todos los sábados nos reuníamos los ciudadanos atenienses en el ágora para discutir distintos puntos que preocupaban a unos u a otros, por lo que se hizo una costumbre el que las mujeres del pueblo nos trajeran alimentos y agua fresca ya que dependiendo de la cantidad de temas que teníamos que tratar entre nosotros, nos podíamos pasar más de medio día allí sentados discutiendo o dando razonamientos de por qué hacer una cosa para resolver un problema u otro. Un día llegamos a pasar allí sentados toda una jornada ya que a pesar de haber muchos temas que tratar, la búsqueda de soluciones para estos se alargó debido a que no nos podíamos poner de acuerdo ya que había varias personas que dieron una opinión distinta entre si al igual que algún que otro comentario, por lo que hasta que uno de ellos no convenció a los demás, la reunión en el ágora no finalizo. Ser el gobernante de una ciudad es un puesto muy importante, ya que a pesar de demostrar que has sido aquel que ha destacado por encima de los demás, ello acarrea algunas ventajas, también hay que destacar que este puesto posee muchas desventajas que por desgracia hay que pagar un alto precio por ellas. Como por ejemplo: el amor. Cuando yo tenía veinte años, me enamoré de una de mis compañeras de estudios, yo me enamoré de ella y ella de mí. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntos, ya que los dos éramos muy inteligentes resolvíamos todos los problemas que nos planteaban juntos. Todo era muy bonito mientras duró ya que ella abandonó los estudios al finalizar la etapa en la que estábamos y comenzó a trabajar. Aun así seguimos estando juntos a pesar de que ella quería casarse y yo no podía ya que estaba estudiando ya que era mi deber y Platón prohibió que nos centráramos en muchachas en vez de en los estudios, por lo que María, así se llamaba aquella que consiguió mi amor, me dijo que me esperaría hasta que yo terminase de estudiar la dialéctica. Antes de terminarla Platón nos llevó a mis compañeros y a mí a otra ciudad para así completar toda nuestra enseñanza por unos meses. La sorpresa, me la llevé cuando regresamos y fui a ver a María para contarle toda esa experiencia. Allí, en su casa, me dijeron que se había ido a vivir con su marido, ya que se había casado hace unos meses. Me desilusioné, pero lo que verdaderamente me destrozó el corazón fue que, a pesar de saber que estaba casada, fui a verla, y cuando abrió la puerta, bajo su vestido blanco de seda sobresalía un enorme vientre de embarazada. Ahí supe que ya no podría volver a verla, ya que, ahora era la mujer de otro y no mía. Pasaron los años y yo no volví a verla, pero de tiempo en tiempo me llegaban noticias de que había tenido más niños. Finalmente, un día que paseaba por la ciudad tranquilamente, me encontré a un niño llorando en la calle, le dije que le ayudaría a volver a donde su madre y cuando quise darme cuenta de quién era ese niño, tenía a María tan bella con siempre delante de mis ojos, pero eso sí, rodeada de unos cinco niños, aparte del que yo había encontrado llorando. Una vez hechos los saludos adecuados me alejé admirando la hermosa familia que había formado ella y su esposo, mientras yo, no tenía ni una mujer a la que amar ni un hijo y tampoco una familia. Mientras le comentaba a mi maestro la añoranza que sentía en mi pecho por no tener una familia, este, me contestó que eso no era cierto, ya que todos los ciudadanos eran mis hijos e hijas, y todo el pueblo era mi familia y que era mi responsabilidad cuidar de todos ellos. A partir de ese momento nunca más me sentí triste por ello ya que siempre tenía que ayudar a alguno de mis “hijos”. Así, pase el resto de mi vida como gobernador querido Julio, espero que ahora en adelante, trates a todos los ciudadanos como hijos tuyos al igual que os trate yo. Sé que ya estoy llegando a mi final, ahora siento que ya puedo descansar en paz ya que tú seguirás mi legado y cuidaras de todos tanto de la ciudad como de los ciudadanos. Garazi Villa Rodríguez. Bachillerato Colegio Esclavas del S. C.- Fátima CLAVELES BLANCOS A veces me pregunto si aún sabe que estoy ahí. Llevo a su lado toda la vida, por así decirlo, y no quiero tener que separarme nunca de ella. Me gusta observar cómo estudia, cómo se coloca el pelo detrás de la oreja, y cómo frunce el ceño cuando no entiende algo. Son tantos años que conozco ya todas y cada una de sus manías. Aún recuerdo cuando llegó a la casa, tan pequeña e inocente, todavía sin haber probado la crueldad del mundo. Siempre supe que ella sería especial, lo sentí en cuanto la vi. Dicen que los niños son capaces de ver cosas que los adultos no pueden notar, y la verdad es que ella lo hacía. De pequeña siempre me miraba con esos ojos grises e intensos, y aunque ya no lo haga, sé que me recuerda. Antes de que ella llegara, mi existencia era solitaria, vacía. No me sentía perteneciente a ninguna parte, tan sólo atado a esta vieja casa, de la que no creo que me aleje nunca. Tanto tiempo en soledad no es bueno para nadie ¿verdad? Intento no pensar en mi pasado, ni en el de ninguna de las generaciones que han habitado la casa, son demasiados recuerdos amargos. Pero es inevitable. La vida es algo tan frágil, tan efímero. Son tantas las vidas que he visto pasar que ya ni siquiera me inmuto ante la tragedia. Pienso que algunas personas son demasiado puras para este mundo cruel y lleno de maldad, por eso mismo intenté marcharme. Pero aquí estoy, cuidando de una chica que no sabe que aún estoy a su lado. Ella es la que le da un poco de sentido a todo esto. Si tan solo pudiera hablarle, hacerle saber que siempre estaré ahí para lo que necesite… Por eso mismo, intento dejarle señales para que lo sepa. Sé que le encantan los claveles blancos, igual que a mí y, de vez en cuando, dejo uno de los que siempre han crecido en el jardín de atrás sobre su escritorio. Sabe que soy yo porque sonríe y mira a su alrededor cada vez que los encuentra, quizás esperando atisbar alguna otra señal. Es inteligente, y buena, siempre me lamento por no haber conocido a nadie como ella en mi época. Estoy seguro que de haberla conocido antes, no hubiera cometido aquel grandísimo error. Pero las cosas son como son y ya no hay nada que se pueda hacer para arreglarlo. Es triste, pero es la realidad. Ella pasa cada vez menos tiempo en casa, es duro ver cómo se hace mayor. Yo simplemente la observo y veo cómo va progresando en su vida. Sé que llegará a donde se proponga y que logrará grandes cosas. Formará una familia, será feliz como yo no lo fui. Solo espero que no se olvide de mí, como yo nunca me olvidaré de ella vaya a donde vaya. Me resulta difícil seguir adelante, pero no tengo otra alternativa más que esperar. Esperar… No sé muy bien a qué, pero es lo único que puedo hacer. Creo que ni siquiera soy consciente del tiempo que llevo así, ni del que me queda. Vivir en la incertidumbre es mi realidad. Quizás me quedó un asunto pendiente en vida o simplemente es mi castigo, quién sabe. Yo solo puedo asegurar que esto es insoportable. Hoy está rara, la veo lacia y sin brillo. Lleva toda la semana actuando de forma distinta, no tiene esa ilusión característica en los ojos. Y creo que conozco ese comportamiento. Yo pasé por lo mismo. No. No puedo dejar que se vaya, no puedo dejar que sufra de la misma manera que yo lo hice y sigo haciéndolo. La sigo hasta el baño, impotente, no sé qué puedo hacer, pero debo pararla. Cuando vuelve a su habitación, con las pastillas en la mano, el impulso me lleva a tirar una pequeña estantería para llamar su atención. Asustada por el ruido, se gira hacia la pared. Donde antes se encontraba la estantería, ahora hay un hueco en la pared tapado con una fina plancha de madera. Se aproxima y la destapa, sacando algo de su interior. Es un papel, arrugado y amarillento por el paso de los años, y... parece que hay algo escrito en él. Al abrirlo un clavel blanco seco cae al suelo, me acerco e inmediatamente reconozco la letra, y entonces el mundo se para. “17 de marzo de 1804, miércoles. No puedo más. Ya nada merece la pena. Este mundo no es para mí. Ya no hay bondad en ninguna parte. Solo queda esta rutina de soledad. ¿Cuál es el sentido de seguir aquí? La vida que han construido para mí no es la que estoy dispuesto a seguir. Le he dado muchas vueltas a esto, pero está decidido, y lo hago siendo plenamente consciente de lo que significa. La idea de permanecer un minuto más en este mundo hipócrita, egoísta y cruel me estremece. Un mundo del que reniego y al que no quiero pertenecer. No sé cómo pude llegar a pensar que encontraría mi lugar. Abrí mi corazón de par en par y dejé que se llevaran todo cuanto quisieran hasta dejarme sin nada. He dado todo por los demás y solo he recibido incomprensión, desprecio y la más absoluta y dolorosa ignorancia. He hecho todo lo que estaba en mi mano pero no ha salido bien. Me voy de este mundo y me voy solo”. Es mi carta de suicidio. Ni siquiera recordaba haberla escrito, pero ahora todos esos pensamientos me asaltan. Ella había comenzado a llorar, se seca las lágrimas como puede y recoge el clavel del suelo. Lo mira fijamente, y luego levanta la cabeza susurrando – “Lo sabía. Gracias por estar siempre ahí”. Una hermosa sonrisa comienza a aparecer en sus labios y hace brillar su rostro. Yo me sorprendo también sonriendo, es más, algo parecido a una carcajada quiere escapar de mis labios por tantos años silenciosos. Eso era lo que tanto esperaba. Un poco de comprensión, importarle a alguien, y por fin me sentía diferente. No dijo mucho, pero su expresión no necesitaba palabras que la acompañaran. Eran esos ojos inexplicables, que te decían que todo saldría bien. De repente, todo se oscureció y apareció una luz al final del pasillo. La seguí con paso decidido, sabiendo que por fin llegaba mi descanso. En vida no logré apenas nada, nunca fui relevante, pasaba desapercibido. Pero al ver esa mirada de gratitud supe que había cambiado su vida, y con eso me bastaba. Por fin mi llama terminaba de apagarse pero solo para avivar el fuego de su vida. Isabel González Recio. Bachillerato Colegio San José. Cádiz LA LUZ DE UNA SONRISA -¡Jefe! Esta máquina no funciona. -Pero, ¡¿cómo?! Ayer mismo funcionaba bien. No puede ser, y se acerca la hora. No podemos dejar de mandar sueños, pues si no el niño que no reciba el suyo, aunque sea en blanco, tendrá una pesadilla y entonces habremos perdido la batalla. -Sí jefe, pero esto no se arregla solito. -Por supuesto que no. En el manual de instrucciones se explica que, llegados a este punto, se tiene que conseguir una sonrisa de felicidad de nuestro niño. -¡Ah bueno!, eso es facilísimo. Todo el mundo está continuamente sonriendo. -¿Pero lo hacen por ser felices? * * * <<No entiendo por qué todo el mundo me mira. Tienen una cierta expresión de asombro. ¿Tengo algo en la cara? Creo que esta mañana me la he lavado para venir al colegio... Creo... Mi pelo está bien peinado, ¿no?, y mi nariz sigue estando en su sitio... La boca... Sí, estoy sonriendo. No es extraño, ¿vale?; yo también sonrío.>> <<No tengo escapatoria. Estoy en un callejón sin salida. Esos pasos me siguen, alguien viene hacia mí, corriendo. Lo sé: oigo el ruido de sus pisadas sobre el pavimento mojado. Dudan en un principio, pero no se detienen. ¿Quién es? ¿Quiénes son? ¿Quiénes...?>> -¡Jorge, ya va siendo hora de apagar el despertador, que lleva sonando unos diez minutos! <<Y otra vez el runrún de "Jorge cállate", "Jorge me estás enfadando", "Jorge no se qué." En serio, ¿no se da cuenta de que paso olímpicamente de lo que me está diciendo? Que no me lo repita más porque ya lo puede intentar por cielo y tierra, que yo no voy a cambiar. Y quien tenga algún problema que se aguante, que yo he nacido así.>> -¡Jorge, ya basta hombre! -Jorge, haz caso a tu madre. <<Y otra vez. ¿Pero acaso le digo yo a ella lo que tiene que hacer? ¿Acaso le digo yo al mundo lo que me molesta? ¿Acaso critico yo a alguien? Bueno, es que hay algunos pringados... Si se miraran al espejo hasta ellos se asustarían. Y vale que sea mi madre, pero un poquito de tranquilidad, que porque llegue diez minutos tarde no pasa nada. En fin...>> * * * -¿Me estás tomando el pelo? ¿De ese adolescente? ¡Pero jefe, eso es imposible! -Hay que pensar algo, y rápido. * * * <<Y vamos un día más al colegio. Los mismos compañeros, las mismas asignaturas, los mismos profesores, las mismas broncas, la misma rutina, el mismo aburrimiento. Pasar por la panadería y tener que saludar al amigo de mis padres, que NO es mi amigo; pasar por el porche de mi casa y que me caiga agua, ¿pero no pueden regar las plantas a otra hora?; que me pillen todos los semáforos en rojo y que la gente me mire como si fuese un extraño. ¿Tengo monos en la cara? Y para colmo, el mismo indigente pidiendo en la misma esquina de la calle, al lado de la tienda de chuminadas que tanto odio. Menuda basura de vida. Y ya lo que faltaba: demasiados mensajes de WhatsApp en el móvil. ¿Sabes? Paso. Y todavía me queda aguantar el colegio, y acaba de empezar el día.>> <<Un momento, qué es ese pitido. ¡Que pare de una vez!>> -¡Pero niño apártate! -¡Cuidado, corre! -Demasiado tarde... -¡Que alguien llame a una ambulancia, por favor! -Tiene pulso pero está inconsciente así que dentro de unos minutos se despertará. -Menudo susto... * * * -Ahora jefe, aproveche que está inconsciente. Es nuestra oportunidad; ponle uno de esos sueños que reserva para ocasiones especiales. * * * <<-Mami, mami, ¿que vamos hacer hoy para comer? Yo te ayudo. ¿Y luego te vienes a dar un paseo con papi y conmigo? -Ayer vi un señor sentado en un rincón de la calle. Tenía la mano extendida. ¿Qué le pasaba, mami, por qué estaba allí? -Verás Jorgito, hay personas que no tienen las mismas oportunidades que nosotros. -¿Y por qué no? -Porque este mundo ha repartido lo que tiene de manera un poco injusta y desigual. ¿Y por qué yo tengo tanto, y me sobra?¿Y entonces por qué pido más? Mami, entonces tengo mucha suerte, ¿no? -Muchísima, hijo. -¿Y por qué lloro entonces? Debería estar siempre feliz como los dibujos animados de la tele. Además, hoy el panadero me ha saludado y me ha dado una chuche. Me ha dicho que te dé a ti y a papá un beso de su parte. Yo también quiero amigos así. -Ya los tendrás cuando crezcas. Lo que hace falta es que seas bueno con ellos. -Mami, yo lo intento...¿Cuándo sea mayor seguirá el mundo igual? -No sé, hijo. Algunas cosas cambiarán. Eso lo tendrás que descubrir tú, como si fueses un detective secreto. -Mami ¿sabes?, me gusta mucho este mundo. Me gusta que seas mi madre y papi mi padre: Luis el de mi clase no tiene padres y vive con su abuela; me gusta que me despiertes por las mañanas con un besito y que me des las buenas noches; me gusta salir a la calle y ver gente un poco rara: me hacen reír; me gusta tener suerte y que en el cole me enseñen: me lo paso muy bien jugando. Lo único que no me gusta es que se me pasan muy rápido los días, y que quiero crecer ya para ser mayor.>> -Se está despertando. Ha abierto un poco los ojos. <<Qué mareo. Puf, no me puedo creer que me haya dormido en clase y que no me hayan descubierto. Siento que me está mirando mucha gente. ¿Pero se puede saber que hacen mis padres en el colegio? No lo entiendo, no conozco a esta gente. Mejor me vuelvo a dormir.>> * * * -Jefe, creo que hemos fallado. No funciona. -Neurona, dale tiempo, no seas impaciente. * * * -Jorge, despierta hijo. <<Sí, la verdad es que debería despertarme ya. Mi madre se está preocupando demasiado. Es que reconozco que no le doy más que disgustos. Yo no aguantaría a un hijo así. No sé ni cómo me aguanto a mí mismo.>> -Estoy bien, gracias. ¿Qué me ha pasado? -Cruzaste en rojo, Jorge. -Menudo fallo. Lo siento, pero estoy bien, gracias. -No me vuelvas a dar un susto así que me quedo sin hijo y no sé qué hago. <<Ya se nos pone sensible. En realidad me gusta que se preocupe tanto por mí; se nota que me quiere. Qué suerte tengo. No, no, no, y ahora quieren que les dé un abrazo. Lo llevan claro. Eso sí que no. Padres, no. Que no. Que...Me rindo.>> -Bueno ya, que llego tarde al colegio. -Pasa un buen día hijo, y cuida tu torpeza por favor. <<Me parto con mi padre y su sentido del humor. ¡Hala!, si estoy sonriendo y todo. Pues oye, me gusta esta sensación. ¿Y por qué la gente no sonríe? Menudos sosos. Yo creo que me miran raro. Bueno, pero luego me sonríen y antes no lo hacían. Aunque yo antes no sonreía. Es que es como un efecto mariposa. No lo comprendo: sigo teniendo exactamente lo mismo que tenía esta mañana, pero ahora soy feliz. Supongo que la felicidad está en conformarte con lo que tienes y mirar al mundo con los ojos de un niño de seis años. Hombre, visto así no es tan complicado ser feliz. De hecho, es un regalo. Será que estamos tan pendientes de despotricar contra lo que queremos que nos moleste, que ahogamos nuestra ilusión y echamos arena para enterrar la de los demás. Pero, ¿seremos bobos? Además, es que soy yo quien digo que mi rutina es un aburrimiento. Decidido: desde hoy, ya no lo va a ser más.>> -Perdón, llego tarde, ¿puedo pasar? A delante <<Qué silencio hay en clase. Qué vergüenza. Me están mirando todos y ya me he sentado. Me han dicho mis padres que no tenía marcas del accidente en la cara. ¿Por qué me siguen mirando? ¡Ah claro! La sonrisa. Me están entrando ganas de reír. Por favor que paren, ¡que no las aguanto! Me rindo. ¿Pero por qué ahora todo el mundo se está riendo a carcajada limpia? Parece una onda que se va transmitiendo de unos a otros. El profesor va a pensar que estamos pirados. ¡Ah no!, que él también se está riendo. Definitivamente todos parecemos una panda de locos.>> Gemma de Orbe Izquierdo. 1º Bachillerato Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Madrid ENERO Recuerdo, siempre que no quiero recordar, las noches de aquel enero. Tanto si alguien me preguntara si hay algo en mi vida que me gustaría olvidar, como si me preguntaran cuál es mi recuerdo más preciado, la respuesta serían esas amargas y bellas noches frías. No fueron solo noches, también fueron madrugadas, y mañanas, y ayeres, y personas, y cosas; pero sobre todo, lo que más fueron, son palabras. Esas noches se escapaban de mi alma. Me encantaría que alguien me mirara a los ojos, sin la cara de asombro habitual, y me susurrara un tenue ‘’ te entiendo’’. Hace tanto tiempo que todos caminamos tan perdidos, que acabamos por refugiarnos en ese hotel de Barcelona, donde siempre se ven esas luces que no llegan más allá de las pupilas, y todos leen ensimismados, en la parada del autobús, el relato que narra sus vidas. Pero lo curioso, es que siempre que huimos, es enero. Después de todo, las cosas no me han ido tan mal, pero hay una parte de mí, la más ingenua y niña, que se quedó dentro de esa maleta perdida que da vueltas en los aeropuertos sin que nadie vuelva a por ella. Abandoné tantas cosas. Pero lo juro, yo no podía recoger esa maleta. Pesaba, y aún pesa, demasiado. Poner en antecedentes todo lo que pasó me parece una tarea francamente aburrida, por lo que lo único que diré es que caí enferma. De repente, sin yo ni siquiera verlo venir, me dispararon un balazo de realidad, y poco a poco, todo se fue infectando. Casi me costaba trabajo caer un poco más bajo. Toque el fondo del pozo del que yo una vez había sacado agua. Esas noches de principios de año, cómo me acuerdo de ellas, perdí la noción del tiempo, no conseguía distinguir si yo era sueño o realidad, no entendía qué era la vida. Los conceptos que tan inconscientemente asimilamos, y con tanta facilidad aceptamos, se desordenaron de una manera casi sobrenatural. Lo que siempre había tenido tan claro, mis anclajes, se habían tomado vacaciones. Yo permanecí en mi habitación de Barcelona, viendo cómo la luz del mundo rebotaba en mi ventana, sin iluminar ni un ápice de mi oscura estancia. Dicen que Barcelona nació en la noche, y no me extraña, es el lugar más sencillo al que se puede pertenecer. Al fin y al cabo, sin luz no vemos nada, ni bueno ni malo, simplemente no vemos absolutamente nada. La mejor parte fue cuando llegaste, y menos mal que lo hiciste. Irrumpiste sin ningún permiso y con toda autoridad en mi oscuridad más absoluta. Suerte que la brusquedad nunca fue lo nuestro. Tú tampoco traías linterna contigo, pero nuestras palabras, transportadas por las brisas del invierno, prendieron fuego. Qué miedo me produjo aquel incendio, pero, al convertirnos en él, empezamos a pertenecer a las luces que iluminan Barcelona. Fuimos, desde ese momento, enero. Luisa Cervera Bravo. Bachillerato Colegio Sagrado Corazón – Esclavas. Valencia