TU LUZ ES TU MAYOR VIRTUD Ayer al despertarme no quería

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TU LUZ ES TU MAYOR VIRTUD
Ayer al despertarme no quería saber nada del Día de la Hispanidad, ni de ningún
desfile militar; pero mi padre me obligó a ir a uno, como siempre. Estaba allí, con la
bandera flameando al viento en un soleado día casi primaveral. Estaba cambiando de
opinión, ahora me apetecía quedarme, pues la verdad, es que se respiraba orgullo en
el ambiente. Solo sabía una cosa que tenía en común toda esa gente, amaban a su
país de una manera u otra.
El desfile continuaba como siempre. Había legionarios desfilando en medio de la calle,
una muchedumbre de personas viendo el desfile y niños jugando al fútbol detrás. Todo
iba bien hasta que a mi hermana se le ocurrió darle una patada al balón con la máxima
fuerza posible sin importarle a donde fuera el balón, con tan mala suerte que le dio en
la cabeza a un legionario y todo el mundo vio lo que pasó. Rápidamente me abrí paso
entre las personas que tenía delante, salté la valla y recuperé el balón. Antes de salir
de ahí el legionario me dijo:
-
Bien hecho, sigue así y pasa tu luz.
En ese momento no pude reflexionar sobre aquella frase porque solo pensaba en irme
lo más rápidamente posible; pero no me olvidé de ella.
Al llegar a casa mis padres me felicitaron por haber ido sin miedo a por el balón; pero
a mi hermana le echaron una bronca tremenda, pobrecita. Después me fui a mi
habitación a reflexionar un poco sobre aquella frase del legionario; enseguida me di
cuenta de lo que significaba, mi luz es lo bueno de mí, en este caso mi valentía,
porque solo es libre el hombre que no tiene miedo. Entonces deduje que quería
decirme que mi valentía podría ser un buen ejemplo para otras personas.
Seguía dentro de mi habitación, y para entretenerme me puse a mirar el Twitter. Los
hashtags eran los mismos que el anterior Día de la Hispanidad; #Legión, #VivaEspaña
(llenos de patriotas españoles) y #NoHayNadaQueCelebrar y #Genocidio (llenos de
hispanos y catalanes que se dedican a difundir falsos mitos sobre la conquista de
América). Sigo leyendo y leyendo, no hay más que comentarios racistas, slogans
antiespañoles y algunos comentarios de comunistas e independentistas que parece
que solo saben decir que España es una basura. Me enfadé y apagué el ordenador.
-
¿Cómo es posible tal cantidad ingente de odio y rencor? Ellos no han sufrido
nada de racismo ni conocen el genocidio, pero utilizan el racismo como
herramienta de lucha y confrontación. Se quejan de los racistas y, de esa
manera, solo logran convertirse en racistas; menuda vergüenza.
Después de esto seguí reflexionando sobre lo que me dijo el legionario. Cada uno no
tiene una única luz, todos tenemos más de una, y yo no soy una excepción. Lo malo
es que la mayoría no sabe cómo pasar esa luz, o al menos no ha tenido la ocasión, y
eso nos pasa factura a todos; espero ayudar algún día a alguien a pasar su luz.
Mi madre nos llamó para cenar. El comentario del legionario en el desfile, mi manera
de interpretar el significado y la basura que me encontré en el Twitter fueron los temas
de debate, y en todos me dieron la razón.
Al acabar de cenar fui a lavarme los dientes y después a dormir, al día siguiente había
que volver al colegio y quería estar descansado.
Al despertarme hice lo mismo que todos los días, desayuné, me cepillé los dientes, me
vestí y salí en dirección al colegio. Quería contarles a todos lo que me había sucedido
el día anterior en el desfile. Cuando les conté a mis amigos lo del desfile reaccionaron
con incredulidad; pero le prestaron menos atención a las otras cuestiones, que en mi
opinión eran lo realmente importante.
El resto del día estuvimos en clase aburriéndonos, haciendo innumerables actividades.
El día anterior había sido muy bueno y ahora de golpe “la vuelta al cole”, ¡qué fastidio!,
pero hay que aguantarse. Antes de finalizar el horario, en el segundo recreo, Javi, uno
de mis amigos, tiró sin querer un balón de baloncesto a una ventana; los profesores se
enteraron de lo ocurrido, aunque sin conocer al culpable. Estaríamos castigados hasta
que Javi confesara su culpa. Contándole de nuevo lo que me había sucedido en el día
de la Hispanidad conseguí pasarle mi luz y confesó; por suerte no castigaron a nadie,
ni siquiera a Javi.
Ese día pasé mi luz, como el legionario dijo que hiciera. Pasar tu luz no es difícil, así
que hazlo.
Juan José de Ozámiz Pérez-Ardá. 2º ESO
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. A Coruña
LA ILUSIÓN DE COMPARTIR TU ALEGRÍA
13-10-2014:
Me dirigía hacia el aeropuerto de Madrid para coger mi avión con destino a Somalia.
Estaba algo nerviosa por el viaje que iba a realizar. No era la primera vez que hacía un
voluntariado, pero me sentía muy entusiasmada, como cada vez que realizo un viaje.
Llegué al aeropuerto justo a tiempo para embarcar y coger mi avión. Pasadas dos
horas, ya estaba de camino a Somalia.
Mi nombre es Julia y tengo 24 años, me considero una persona emprendedora,
solidaria, empática, activa y con ganas de vivir la vida. Actualmente vivo sola, no tengo
pareja ni la necesito; de momento, solo quiero ser libre y ayudar a la gente que
verdaderamente lo necesita.
Pasadas 4 horas aterricé en el aeropuerto internacional de Mogadiscio, en la capital de
Somalia. Vino a recogerme un taxi y me llevó al hotel. En ese preciso instante
comenzó de verdad mi aventura en África…
14-10-2014:
Era mi primer día por tierras somalíes y tenía que dirigirme a la aldea que me habían
asignado los de la organización. Era una aldea que, por lo general, no era muy grande,
pero sí poblada. Del nombre no consigo acordarme, ya que era bastante raro, eso sí,
solo recuerdo el nombre de la tribu que allí residía: los “Issaq”. Una gran tribu de
origen indígena que se encontraba a orillas del río Juba.
Me sorprendieron mucho las condiciones en las que vivían, sus casas medio
derrumbadas, su escasez de alimentos, de agua y su falta de higiene.
Mi tarea era que, durante dos meses, tenía que ayudar a los habitantes de aquella
aldea a reconstruir algunas casas, a proporcionarles la comida necesaria diaria, a
enseñarles, a suministrarles los medicamentos necesarios, a ayudarles con su higiene
y sobre todo, a devolverles una sonrisa.
El día se me pasó enseguida conociendo a los habitantes y realizando pequeñas
tareas, después me marché de allí para descansar, para el nuevo día que me
esperaba.
15-10-2014:
Ya de buena mañana, me encontraba realizando una batida por la zona para eliminar
restos orgánicos y demás. Mi primera tarea importante era darles de comer a los
niños. Cuando llegué a la zona de comedor, que la organización había montado,
estaba repleto de niños con sus padres pidiendo que se les diera alimentos. Las seis
mesas que había, se llenaron al completo y empezamos a servirles comida. Después
se repitió ese proceso con los adultos y ancianos.
Cuando los veía comer me sentía muy feliz por ellos, ya que no disponían de recursos
pero, a la vez, me sentía mal ya que, cuando yo me marchara de allí, ellos seguirían
su vida igual que antes.
Después de recoger el comedor, me dirigí hacia el lugar de reunión en el poblado para
jugar con los niños un rato y conocerles mejor. Allí se habla en una lengua indígena de
la tribu que no conseguí aprender, pero, hablando inglés me fue muy bien. Así pasé
toda la tarde en aquel lugar con aquella maravillosa gente. Siguiendo esta fantástica
rutina me pasé todo el primer mes y parte del segundo.
30-11-2014
Había pasado ya parte de mi estancia en Somalia y me sentía cada vez mejor
conmigo misma y con los demás. Sentía que esta experiencia estaba sacando lo mejor
de mí; mi lado más vulnerable, sensible y empático, y me consideraba muy afortunada
por poder compartir esta experiencia tan enriquecedora con esas grandes personas,
pero sobre todo, ayudarles a que fueran optimistas pese a sus condiciones de vida.
Me replanteé quedarme unas semanas más para seguir ayudándoles, pero la
organización me negó el permiso de residencia. Me quedaban menos de dos semanas
de voluntariado y me apetecía quedarme más tiempo.
Me encontraba en uno de los lugares más bonitos que jamás había visitado, me
pasaba el día en contacto con la naturaleza. Todo lo que estaba haciendo por esas
personas me llenaba muchísimo. Primero el ser capaz de contagiarles mi entusiasmo,
de que se divirtieran y que olvidaran sus preocupaciones y, al fin y al cabo, que
disfrutaran su vida me hacía sentir muy bien conmigo misma. Después de meditar,
retomé mis tareas pendientes, me fui de excursión con los más pequeños y así acabé
con mi trabajo diario.
12-12-2014
Las dos últimas semanas se me pasaron volando y cuando me di cuenta ya era hora
de volverme a España, hoy era mi último día en la aldea. Se me hizo muy duro
despedirme de esas maravillosas personas, que, en tan poco tiempo, se habían
convertido en mi familia africana y me habían enseñado tanto. Efectivamente, me han
enseñado que cuando tienes poca cantidad de algo debes valorarlo y cuidarlo mucho.
También aprendí que hasta que no te das cuenta de que te falta alguna cosa, no lo
valoras como deberías. Nunca se lo podré agradecer lo suficiente.
Cuando acabaron las despedidas, vino a recogerme en coche la organización para
llevarme al aeropuerto de vuelta a España. En el avión no hacía otra cosa que mirar
por la ventana, reflexionar y ver como el horizonte dejaba atrás los hermosos paisajes
africanos.
En mi opinión, este viaje ha sido uno de los mejores de tantos que he hecho y creo
que con mi granito de arena he contribuido a que estas personas sean más felices, a
que sepan ver el lado bueno de las cosas y que, aunque tengan poco, pueden ser los
más felices del mundo.
Como yo les dije a ellos cuando nos reuníamos, “Aún estáis a tiempo: pasad vuestra
luz a quien la necesite, contagiad vuestra energía…”
Paola Pons Marchal. 2º ESO
Colegio Sagrada Familia. Alcoi (Alicante)
EL CAMINO HACIA LA LUZ
Me llamo Lina y tengo 13 años. Me gusta la música y quedar con las amigas. Sueño
con ser periodista algún día, aunque para esto sé que tengo que estudiar mucho.
Sueño también con viajar a New York. Me encanta dibujar y tocar el viejo piano de mi
tía. También las celebraciones familiares y los deliciosos pasteles de mi madre.
Mi abuela siempre decía que debía desayunar fe, esperanza y una sonrisa, que la vida
era un regalo que debía compartir con las personas que más quiero.
Soy de Siria. Lo que un día fue un país hoy es un infierno en la tierra.
Tiemblo, me duelen los ojos y me cuesta respirar.
Llevo seis meses caminando entre desiertos y países en guerra. La miseria, la
desesperación y la muerte no han dejado de acompañarme cada día desde que
empezó este oscuro viaje. Apenas tengo fuerzas para llorar. Deje mis últimas lágrimas
en Damasco.
Fue una mañana soleada de invierno. La ciudad se había despertado con prisas, como
siempre. La gente corría hacia el trabajo y los niños iban al colegio.
La guerra no detiene las ciudades, lo hacen las bombas.
Ese día me despedí de mis padres. Mi madre me dio el desayuno y un abrazo. Mi
padre una sonrisa y un beso. Eso es todo lo que me queda de ellos.
Antes de llegar al colegio una enorme explosión dejo completamente en silencio la
ciudad por unos segundos. Por desgracia todos sabíamos lo que era. La rutina de la
guerra. Lo que no podía imaginarme es que esta vez la bomba había caído en mi casa
y que esta guerra horrible se había llevado a mis padres, lo que más quiero en la vida.
No solo me quedé sola, sino que el miedo y el terror se apoderaron de mi país. A partir
de ese día miles de personas empezamos a huir de nuestras ciudades. Lo hacemos
cada día. Huimos de una muerte segura que por desgracia conocemos muy bien.
He visto como mi familia, amigos, conocidos iban desapareciendo poco a poco. Ahora
solo me queda la esperanza de encontrar un sitio donde poder vivir en paz.
Llego al puerto de Trípoli a media noche. Estrellas brillantes iluminan un mar oscuro
que parece estar tranquilo. Silencio, tristeza y nervios.
Estoy rodeada de centenares de personas a las que no conozco. Apenas hablamos.
Nuestros rostros cuentan tristes historias en silencio.
Las únicas sonrisas vienen de un grupo de 10 personas armadas que nos ofrecen un
sitio en una vieja barca de madera a cambio de todo lo que llevamos encima.
En una improvisada cola nos desprendemos de lo poco que nos queda. En mi caso la
medalla que me regalaron mis padres. No hay compasión solo miseria.
Asustados, agotados y sin nada subimos a la barca con la esperanza de encontrar un
sitio donde poder vivir en paz. Me siento en la proa, cierro los ojos e intento dormir. Me
duermo.
Gritos y agua llenan un ambiente de pánico horrible. Agua y más agua inunda el barco.
Ese mar tranquilo se ha convertido en un mar nervioso, encrespado, con ganas de
destruir y comérselo todo. Caigo al agua junto a decenas de personas. Siento que me
ahogo.
El ruido del mar ya tranquilo y el graznido de las gaviotas hacen que me despierte. La
intensa luz del sol que ilumina la habitación a través de la ventana me irrita los ojos.
Estoy dentro de un barco, parece de pescadores. Me levanto de lo que aparenta ser
una cama improvisada y salgo de la cabina. Fuera, en la popa del barco hay dos
hombres levantando una red llena de peces.
Con miedo me acerco a esos hombres. El que aparenta ser mayor me mira sonriente.
Lleva una pipa, expulsa el humo y me saluda, o eso creo, me lo dice en un idioma
extraño. Parece ser italiano. Pongo cara de no entender nada. Se ríe.
- Tranquila, hablamos tu idioma. ¿Te encuentras bien? Hoy por la mañana te hemos
encontrado flotando en el mar cerca de Lampedusa.
Asiento con la cabeza, no tengo fuerzas para hablar. Tristemente recuerdo todo lo
sucedido, mi familia, las bombas, el barco naufragando. Me veo reflejada en el mar y
simplemente veo una cara triste sin luz. También veo un corte en la mejilla derecha,
duele. Me lo debí hacer cayendo del barco, aún sangra un poco.
El señor que antes me había hablado, le susurra algo a su compañero. Se acercan y
me dicen con señales que les acompañe. Entro en la misma cabina donde había
dormido. Seguidamente sacan un botiquín y cuidadosamente intentan curarme el
corte.
Con vergüenza y temor les pregunto cómo se llaman. El mayor responde:
-Me llamo Enzo y este es mi compañero Bernardo.- Me preguntan cómo me llamo y
dicen- Lina no te preocupes, te vamos a ayudar. Somos pescadores de Le Castella un
pequeño pueblo de la costa italiana. Ya hemos avisado que te hemos encontrado y
que estamos de vuelta.
Estas palabras me tranquilizan, aunque no sé qué va a pasar a partir de ahora.
Enzo, dice que solo quedan unas horas antes de llegar a Le Castella y me cuenta un
poco como es. No sé imaginarme el precioso lugar que define con entusiasmo. Dice
que es un pueblo pequeño y muy bonito. Se conocen todos y se ayudan. Son como
una familia.
Un viento suave nos acompaña. El barco navega veloz. El sol se retira despacio y
pinta el mar y el cielo de colores rojos, amarillos y azules.
Siento paz. Enzo me da una manta para que no pase frío.
Pronto divisamos la costa y llegamos a un precioso puerto.
Atracamos rápido, Enzo y Bernardo descargan el pescado y me ayudan a bajar del
barco.
Se acerca una mujer con una sonrisa y me saluda.
-Lina estarás muerta de hambre y cansada. Me llamo Bianca, soy hija de Enzo, te he
traído unos pastelitos y te he preparado un plato de pasta en casa. ¿Te apetece?
Rompo a llorar. Bianca me da un abrazo y me dice:
-No te preocupes, vamos para casa, te conviene descansar y dormir.
Casas blancas y puertas azules. Jardines verdes y flores rosas. Supongo que estos
son los colores de la vida. Siento que, por primera vez desde hace mucho tiempo una
luz empieza a emerger dentro de mí. Una luz que me han pasado Enzo, Bernardo y
Bianca.
Entro en casa de Bianca y lo primero que veo son un niño y una niña que vienen
corriendo a abrazarme. Son Elma, la hija mayor de Bianca que tiene mi edad, y
Donatello el pequeño travieso de la familia.
Pronto nos hacemos muy amigos y siento que formo parte de su familia. Nueva
escuela, nuevos amigos, nuevo pueblo, nuevo idioma. Todo pasa muy deprisa.
No puedo olvidar mis padres, mis amigos y mi país, Siria. Pero ahora sé que el terror y
la guerra pueden ser vencidos por personas como Enzo, Bernardo, Bianca….
Hace un año que llegue a Le Castella. Tengo una nueva vida en paz gracias al amor,
la generosidad y la luz de la gente de este precioso pueblo. En el momento más
oscuro y triste de mi vida me dieron esa fe y esperanza de la que me hablaba mi
abuela.
Esta tarde llegan 10 refugiados más al pueblo. En la iglesia nos hemos organizado
para atenderlos y ayudarlos en todo lo que podamos.
La guerra continúa.
Pasa tu luz.
Damasco – Trípoli- Le Castella.
Laia de Tera Pujol. 2º ESO
Colegio Shalom. Barcelona
¿QUÉ ERES?
Eres luz desde el mismo momento de tu nacimiento.
Cuando nacemos colmamos de alegría y amor el corazón de nuestros padres, abuelos
y hermanos; iluminamos con nuestra presencia el hogar.
Vamos creciendo y esa luz nos acompaña y crece con nosotros, se alimenta del
cuidado y ejemplo que dan nuestra familia, que nos cuidan cuando estamos enfermos,
nos consuelan cuando estamos tristes; ellos nos pasan su luz como antes lo hicieron
ellos.
Seguimos con nuestro camino por su luz y por la que nos dan todas aquellas personas
que se cruzan en él: amigos, maestros... Todos nos aportan su granito de arena. De
ellos aprendemos a ser generosos, a ayudar y transmitir nuestra luz a los que lo
necesitan.
Es sencillo sonreír y estar junto a las personas que nos hacen felices a nosotros, pero
es mucho más complicado cuando hay problemas. Ahí tenemos que poner a
disposición de los que sufren nuestra luz, iluminarlos en el camino de la dificultad y el
sufrimiento.
Jesús fue la luz de aquellos que sufrían, la puso a nuestra disposición; por eso no
debemos esconderla. Nuestra luz tiene que estar visible para todos y sentirnos
orgullosos de ser LUZ.
Estamos viviendo en un mundo en el que muchas veces dejamos de lado mirar a
nuestro alrededor; cerramos los ojos a los que sufren y a aquellos que son diferentes;
escondemos nuestra luz, la apagamos y la guardamos en el bolsillo sin compartirla.
Eso nos lleva a que se agote cada día un poquito más hasta que se convierte en una
diminuta llama sin brillo y sin magia; es una luz triste y sin chispa... Pero un día,
alguien se cruza en tu camino y despierta esa pequeña llama.
Esta fue mi historia, la de una amistad que nació por alguien que reanimó mi llama.
Era un niño como yo; mi misma edad y aficiones: el fútbol. Llegó a nuestro equipo una
tarde fría. En principio nada me llamó la atención, pero pasado un tiempo hubo algo
que captó mi interés: estaba solo y nadie lo había acompañado.
Esta situación se repitió durante los siguientes entrenamientos y partidos. Esto me
pareció extraño y me hizo estar alerta; sabía que ese compañero estaba viviendo una
situación especial. Entonces mi luz dormida y pequeñita empezó a crecer y me
propuse conocer su historia.
Aprovechando una tarde de partido en la que estábamos los dos sentados en el
banquillo - no podía centrarme en las jugadas, sólo pensaba en cómo poder iniciar una
conversación para conocer un poco mejor a mi compañero de juego -sin más le
pregunté dónde vivía y si tenía hermanos. No me respondió; me miró y siguió con la
mirada fija en el partido. Su actitud no me dejó indiferente; ahora sabía que ese niño
escondía algo y que, por supuesto, no sería nada agradable.
Pasaron los días sin tener la posibilidad de hablar con él solo. Siempre estábamos
acompañados por el resto de jugadores y yo sabía que así él no hablaría, porque
siempre se mostraba muy retraído y no acaba de integrarse.
Pero un día, por fin, se dieron las circunstancias y volvimos a quedarnos solos. Esta
vez fue él quien empezó la conversación después de un rato de silencio. Me contó que
sus padres tuvieron que dejarlo en un colegio porque no tenían recursos para poder
mantenerlo; que aunque estaba muy bien y no le faltaba de nada, y estaba muy
agradecido por todo lo que estaban haciendo por él, echaba mucho de menos a sus
padres. Me relató que lloraba por las noches deseando, al despertarse, estar en casa
con su familia para reírse, comer y ver la tele con ellos. Deseaba vivir con su familia
aunque no tuvieran nada. Lo que más envidiaba de nosotros no eran las botas de
fútbol ni los teléfonos móviles, sino el poder disfrutar de la familia.
Sus palabras me dolieron y me rompieron el corazón. No podía dejar de pensar en él
cada noche cuando me acostaba y mi madre me daba un beso. A ella le conté la
historia de mi nuevo amigo, que estaba decidido a tenderle mi mano y a hacerlo un
poco más feliz. Mi luz brillaba con fuerza, así que decidimos invitarle a nuestra casa
para que compartiese conmigo a mi familia y se sintiese como en su hogar. Esa noche
recibió el beso de mi madre y el calor de una familia. Se convirtió en un fin de semana
mágico; el primero de los muchos que ha seguido compartiendo con nosotros,
formando parte de nuestro pequeño universo.
Lo más curioso de todo es que compartir con él mi luz hizo que ésta creciera más, que
hiciera sentirme maravillosamente. Por eso quería rendirle un pequeño homenaje y
darle las gracias por todo lo que él me ha dado a cambio de tan poco.
Comparte tu luz, comparte lo que eres, porque ese gesto te devolverá multiplicado por
mil lo que tu ofreces.
Jordi Faus Climent.1º ESO
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. Benirredrá (Valencia)
UNA VELA, UNA VIDA
Me llamo Pilar, en mi cumpleaños en el que cumplí trece me regalaron una vela. No
era una vela normal, mis padres aseguraban que me enseñaría valores importantes en
la vida. Yo, curiosa, observé detenidamente los detalles que tenía. Se veían palabras
escritas en fila: amor, compañerismo, pasión, ilusión, vida,… De distintos colores y
formas. Me daba mucha pena usarla, pero sabía que algún día acabaría
consumiéndose.
Cada vez que andaba por el camino al colegio todas las mañanas, pensaba cuál sería
el propósito de mis padres regalándome esa vela. Decidí encender la vela al día
siguiente para ver si escondía algo especial. Cogí un mechero y acerqué suavemente
la llama a la mecha de la vela. La palabra “amistad” empezó a derretirse, el color verde
de la palabra se fundía con la blanca cera que la llama iba consumiendo lentamente.
La roja palabra "ilusión" se derritió junto al resto. Indignada, cogí la vela y la tiré al
desván al ver que no sucedía nada, llena de rabia por malgastarla.
Al día siguiente, en el colegio, vi a mis amigas y recordé la palabra "amistad" y
enfurecida por lo que había sucedido me alejé de ellas, quedándome sola. La ilusión
de estar con ellas se había esfumado, como aquella palabra que la llama se había
llevado... No aguantaba más, esa vela intentaba enseñarme algo, ¿Pero qué? Volví
corriendo a casa aquel día, abrí el desván y busqué desesperadamente aquella
famosa vela. No me apetecía volver a encenderla, ni malgastarla de nuevo, quería que
aquellas palabras siguieran intactas. Esas seis palabras restantes seguirían decorando
la vela, porque jamás se consumirían de nuevo.
Me olvidé de ella de nuevo después de una semana, estaba demasiado distraída con
la obra que organizaba el colegio, tenía un único objetivo, ser su protagonista. No
paraba de ensayar la obra, todo el día, día tras día, hasta que por fin me dieran el gran
papel. Llegó el día de las audiciones, tocó mi turno y, preparándome físicamente como
mentalmente entré a la sala. Tras mi gran actuación me dieron el papel, al momento,
estaba demasiado alegre como para escuchar cualquier cosa que me dijeran.
Llegué a casa alegre, pensando que la vida me había sonreído, al llegar a casa, abrí la
puerta y me encontré la vela encendida. Vi como la palabra esfuerzo mezclaba su
amarillento color con el resto de la vela, como hubiera sucedido antes, solo una
semana antes. Se había hecho el tiempo tan largo…Rápidamente corrí hacía la vela y
la apagué, ya era tarde, la palabra se había fundido del todo. Estaba bastante
extrañada, ya que nadie había estado en casa antes. De todos modos aún quedaban
cinco palabras y eso me tranquilizaba.
Al día siguiente, cuando iba hacia el teatro para comenzar mi primer ensayo, vi a una
niña de mi edad dando brincos por el escenario; yo, soberbia, subí al escenario y le
pedí que se apartara. Ella sin quitar su sonrisa de oreja a oreja me aseguró que le
habían dado el papel de protagonista. Segundos de silencio. Le dediqué una mirada
fría y sentí rabia en mi interior, ella ya sabía que yo tenía aquel papel, pero aun así,
seguía dando saltos y seguidamente se puso a cantar. Muy enfadada, corrí hacía el
director y grité indignada que cuál había sido el motivo de mi exclusión. Él, riéndose
me dijo que yo solo era la suplente. Estaba tan contenta el día de la audición que no
había escuchado aquello. No quise seguir más la obra y la dejé. Al final, todo aquel
esfuerzo había sido en vano.
Desolada, volví llorando a casa aquella tarde. Cogí la vela y la encendí para que se
gastara del todo porque pensaba que esa vela tenía algo que ver. Empezaron a
consumirse las palabras, entre ellas: amor, compañerismo, pasión, interés,…La
apagué. Dejé la última palabra, “vida”. Hiperventilando, jadeando vi la fina columna de
humo que ascendía de la ya casi quemada mecha, la base estaba llena de cera de
colores que lo hacía hermoso, pero a la vez daba ganas de tirarla de la mesa y romper
el trozo que quedaba con la palabra “vida”. Me tumbé en la cama intentando olvidarlo,
e ignorando las llamadas que me hacían mis padres para saber qué tal aquel primer
día de actuación…Me dormí acurrucada entre las calientes sábanas.
Los días pasaron, y no había más que días lluviosos en mi mente, no tenía pasión,
interés, amor, y lo peor fue que perdí mi compañerismo. Me di cuenta de una cosa, la
vela me estaba enseñando algo. Solo quedaba una palabra, y no queriendo perder lo
más importante, mi vida, corrí a la gran actuación, donde una niña estaba ansiosa por
comenzar. Me senté y oí unos gemidos procedentes del escenario. Intrigada, me
levanté y subí al escenario donde vi a la niña que iba a ser la protagonista llorando. No
se tenía en pie y colorada me miró a los ojos y me dijo: “Me da pánico”. Le agarré la
mano, le pedí perdón y ella armándose de valor se levantó y me enseñó la vela que
había dejado en casa.
“Has aprendido un gran valor, Pilar” me dijo. “Yo te encendía las velas, y tú las
apagabas” continuó. Encendió la vela y consumiendo la palabra “vida” desapareció
dejando una pluma en el suelo.
Ese día aprendí una gran lección, deja tu vela encendida, comparte tu pasión, sueño o
tus sentimientos. Pero sobre todo, pasa tu luz.
Pilar Martín Belandia. 2º ESO
Colegio Esclavas del S. C.-Fátima. Bilbao
EL FARERO DE ALEJANDRÍA
Todo el mundo conoce las siete maravillas del mundo: los Jardines de Babilonia, las
tres grandes pirámides de Egipto, el Coloso de Rodas... En esta historia vamos a
hablar de otra de ellas como es el faro de Alejandría, o más bien de su último farero.
Alejandría fue una gran ciudad de la antigüedad que destacaba por su inmensa
biblioteca y por su magnífico faro, que se necesitaba para que los marineros entrasen
y saliesen del puerto. Esta ciudad, incluido su faro, fue destruida por un terremoto en
el siglo XIV. Dentro del faro vivía nuestro farero, el protagonista de esta historia. Era
un hombre bueno y generoso, del que trata nuestro relato.
En aquella época, todos los fareros formaban parte de una sociedad, en la que cuando
un farero se retiraba le pasaba el cargo a otro junto con un medallón de oro con un
texto muy antiguo en el que se leía "pasa la luz". Este medallón lo llevaban siempre los
fareros colgado del cuello con mucho orgullo.
En esos tiempos todos los faros funcionaban utilizando un fuego que se reflejaba en
unos espejos situados en su parte más alta. La noche que sucedió el terremoto, unos
minutos antes del temblor de tierra, hubo una gran ráfaga de viento que apagó el
fuego y que dejó el faro a oscuras. Cuando ocurrió esto, el farero estaba durmiendo en
una habitación que tenía en la parte baja del faro y así, en el momento del terremoto el
puerto estaba a oscuras y el farero quedó atrapado debajo de unos escombros que le
cayeron encima en el primer instante.
Cuando llegó el momento del terremoto todos los habitantes de la ciudad quisieron
salir de ella en barco, por lo que corrieron hacia el puerto para montarse en los navíos.
Sin embargo, cuando los capitanes decidieron salir se dieron cuenta de que como
estaba el faro apagado no podían, porque nadie les iluminaba el camino. La gente
gritaba horrorizada y el miedo se estableció hasta en el corazón de los más valientes.
En mitad de todo este espanto el farero despertó, preguntándose en primer lugar qué
es lo que habría sucedido con los ciudadanos que querían escapar de aquella ahora
maldita y antes preciosa ciudad. Alzó su mirada para ver si el faro estaba encendido y,
al verlo apagado, fue entonces cuando tuvo que tomar la dura decisión de tener que
subir y encender el faro de nuevo, aunque él estaba muy malherido y las escaleras del
faro medio derrumbadas.
Todos los ciudadanos de Alejandría pensaron entonces que aquello era el final y que
nunca conseguirían escapar de su ciudad medio derruida. Pero el farero sabía que
aunque le costara la vida su obligación no era otra que sacarles de allí, así que con
sus últimas fuerzas subió todos los escalones del faro (en muchos momentos estuvo a
punto de caer por el hueco central de la interminable escalera) y aunque ya no le
quedaban apenas fuerzas consiguió encender el que había sido un maravilloso faro.
A todos los ciudadanos se les encendió en ese momento un rayo de esperanza ya que
sabían que era su única oportunidad para escapar, así que uno a uno fueron saliendo
los barcos del puerto con pena de los que se quedaban allí pero con alegría de salir
por fin de ese infierno.
El último barco que salió del puerto tenía como capitán a un hombre noble y
considerado, que saludó al farero levantando la mano, emocionado y agradecido. El
capitán sabía que si no hubiera sido por él nunca habría salido de allí, pero para
nuestro farero ya era demasiado tarde para ver ese gesto que le hubiera llenado de
alegría.
El farero dio la vida para que otras personas escaparan del horror de morir.
Verdaderamente cumplió su misión pasando su luz a los demás para que pudieran
repartir su alegría por todo el mundo. Pero veréis que la historia no acaba aquí...
2/12/2015
Ultimas noticias recogidas en la prensa de Alejandría:
"Se ha encontrado en el mar, entre unas rocas, un extraño medallón en el que está
grabada una inscripción en un idioma desconocido, y que nadie ha podido descifrar. El
medallón ha sido encontrado por un turista que dice ser controlador aéreo. Este señor
nos ha comunicado que le gustaría quedárselo como amuleto de la suerte, y pasárselo
a su sucesor en la cabina de control. Lo que a él le gustaría es iniciar una costumbre
para que este medallón se vaya pasando de unos a otros a medida que se vayan
jubilando".
Y se sigue pasando la luz...
Alejandra Castillo Campo-Cossío. 1º ESO
Colegio San José. Cádiz
HISTORIA DE LA FELICIDAD
Justo cuando Rosa termina de arreglarse, se empiezan a oír las dulces y alegres risas
de sus sobrinos que ha de cuidar hoy mientras la madre hace unos recados. Cuando
abre la puerta, se encuentra con las caras angelicales de sus dos sobrinos pequeños
impacientes por entrar en la casa y ponerse a jugar inmediatamente.
Una vez se hubieron despedido de la madre tanto Rosa como los niños, entraron a la
casa, donde les daba la bienvenida unas magdalenas que impregnaban con su olor
hasta el lugar más recóndito del salón. De repente, el niño se detuvo a mirar una foto
donde salía su tía. Este, con curiosidad preguntó:
- Tía, ¿dónde es el lugar de la foto?
- Es en el centro de acogida de las afueras – le responde Rosa.
- Tita, ¿por qué vas a esos centros de acogida? – pregunta interesada la pequeña.
- Es una larga historia, cariño – le responde Rosa alborotándole el pelo.
-¡Cuéntanosla, por favor! – exclamaron al unísono los dos.
-De acuerdo.
Rosa se sienta en un sillón, mientras los niños esperan a que su tía empiece, pero se
ve claramente que su mente ya está en otro lugar mucho más lejano que el presente.
Al cabo de unos instantes, Rosa empieza a relatar su historia.
Hace años cuando yo tenía doce años, en el principio del curso escolar, yo estaba
muy feliz e impaciente de ver a las amigas que no había visto durante el verano. El
reencuentro fue muy eufórico y ruidoso, no dejábamos de hablar las unas con las otras
elevando cada vez más las voces. Una vez subimos a la clase, saludamos a los
demás compañeros. Unos minutos después, apareció el profesor y se puso a pasar
lista para ver las personas que había en el aula. Hasta ese momento, nadie,
absolutamente nadie, se dio cuenta de que había una chica nueva en la clase. Se
llamaba Cristal, un nombre que nos resulto extraño pero que se nos olvidó en cuanto
traspasamos la puerta.
Los días fueron pasando y yo me iba en los recreos con mis amigas de siempre. Un
día, noté que alguien me miraba y al volverme vi que era Cristal. Siguieron pasando
los días hasta convertirse en semanas y estos en meses, y Cristal me seguía
observando. Día tras día, me daba cuenta de que siempre se sentaba sola en los
recreos sin nadie más que la acompañase salvo su soledad.
No sé realmente cómo pasó, pero poco a poco me fui distanciando de mis amigas
hasta dejar de importarme hasta lo que hicieran.
Un día en el que me encontraba sola y mis pensamientos vagaban libres y a su antojo,
Cristal se me acercó y se sentó al lado mío. No hablamos, ni tan solo una palabra nos
dirigimos. A la salida, me paró y me dijo que la tenía que acompañar a un lugar esa
misma tarde.
Esa tarde, el sol se encontraba en la cumbre de su esplendor, lo que hizo que el día
fuera más inolvidable de lo que iba a ser de por sí. Cuando vino, se dispuso a andar
sin mediar palabra, por lo que supuse que quería que la siguiese.
No existen palabras en este mundo para describir lo que sentía cuando vi al lugar al
que me llevo Cristal. Era un albergue, cuya fachada necesitaba una mano de pintura y
se notaba que no tenía demasiados medios económicos; aún así, decidí no hacerle el
feo a Cristal y me quedé toda la tarde.
Cuando salimos del albergue, no sabía identificar cuál era el sentimiento que estaba
devorando hasta la última célula de mi ser. Era algo que nunca había sentido, pero
que era realmente agradable. El comentario que me hizo Cristal en ese momento, me
pilló desprevenida:
-Sabía que no hacía mal en traerte aquí y mostrarte la situación de estas personas.
Aún seguía sin poder pronunciar ni una palabra por los recuerdos de esa tarde pero, a
duras penas, le dije que cómo sabía eso.
-Se podría decir que tengo un don, soy capaz de penetrar cada capa que forma a una
persona y llegar a lo más esencial y oculto. En cuanto vi el tuyo, sabía que era
importante que te guiase y mostrase ya no sólo a estas personas sin hogar sino la
felicidad que tienes ahora mismo al haberlas ayudado.
Después de esa tarde, no vi más a Cristal, pero eso no importa. Ese día iluminó mi
interior y sacó a relucir mis valores para que yo misma se las pudiese pasar a los
demás. Estoy segura de que va por el mundo mostrándole las cosas buenas que tiene
cada persona en su interior. Le agradezco profundamente que iluminara las tinieblas
que poblaban mi corazón para que pudiera ayudar a los demás.
Los niños se quedaron sin palabras, y en ese momento, llegó la madre y se los llevó
mientras Rosa daba gracias desde lo más profundo de su ser a una persona cuyo
destino desconocía.
Clara Murcia González. 2º ESO
Colegio Sagrado Corazón. Córdoba
DAVID Y SU LUZ INTERIOR
El grupo joven de una hermandad de Semana Santa casi todos los fines de semana
iban a un camping de excursión. Allí pasaban unos días de convivencia y relación con
otras personas. Un día llego un chico nuevo. Esta persona se llamaba David y era una
persona que le costaba relacionarse con los demás, parecía un chico vergonzoso,
aunque cuando hablaba tenía un lenguaje exquisito con un vocabulario muy amplio.
El comité de organización de fiestas y excursiones organizo una acampada al camping
de Benamahoma para el siguiente fin de semana e invitaron al chico nuevo, a David.
En un principio éste no quería asistir pero sus padres insistieron que era bueno para él
relacionarse con los demás.
El sábado por la mañana partieron en autobús hacia el camping. Cuando llegaron
soltaron sus mochilas en las cabañas de madera que tenían capacidad para grupo de
seis niños. Durante la mañana los excursionistas realizaron un paseo por el bosque y
fueron viendo la vegetación y fauna aquel lugar. El grupo de chicos con el que dormía
David se dieron cuenta que éste seguía sin hablar y sin relacionarse con los demás. El
responsable del grupo le dijo a un compañero que intentara que David estuviera a
gusto y se relacionara con los demás.
En el almuerzo David se sentó solo en una mesa y el grupo de compañeros que
dormían con el en la cabaña se sentaron a su lado y empezaron a preguntarle cosas y
el contestaba con una voz apagada y sin mirar a la cara.
Por la tarde estuvieron visitando el pueblo y asistieron a una misa en la Iglesia donde
el cura les dio la bienvenida. Muchos de los compañeros pensaron en David en la
forma de ayudarlo de que tuviera más luz para poder abrirse a los demás y que los
demás le aceptaran tal y como era.
Por la noche, después de cenar se sentaron a la luz de una fogata. A David le daba
miedo el fuego y no quería sentarse, pero al final consiguieron sentarlo en el círculo al
lado del fuego. Y empezaron a jugar a un juego con un linterna encendida que la iban
pasando de uno a uno e iban presentándose y contando experiencias positivas o no
tan positivas, deseos, sentimientos, pensamientos, o lo que cada uno necesitará decir
en ese momento.
Un chico contó que se sentía muy a gusto en el grupo y que al tener la linterna
encendida con su luz podía sentir que estaba protegido. Una chica contó lo que le
gustaba hacer, que era leer y escribir poesía y que esa luz era la que sentía al escribí
e inventar sus poesías. Otra chica también contó que su infancia no había sido muy
feliz y que su vida había estado repleta de oscuridad hasta que con la ayuda de sus
amigos en el colegio y con la ayuda del grupo católico de la hermandad había
conseguido sentir la luz en su corazón y que ahora estaba en paz con Dios y consigo
misma.
A medida que cada uno iba contando lo que le apetecía a la luz de la linterna, David lo
iba escuchando e iba animándose a hablar. Cuando le tocó el turno a David cogió la
linterna, ilumino su rostro para no ver a los demás y con voz suave comenzó a relatar
su historia: “Me llamo David soy el mayor, tengo una hermana y un hermano. Me
cuesta mirar a la cara cuando hablo, desde pequeño he tenido problemas para
comprender lo que me están diciendo y no tengo amigos. Me siento diferente y la
gente me rechaza. Tengo un trastorno que impide que entienda a los demás”
Todos se quedaron sorprendido de lo que contó David y entendieron que cada uno
tiene una luz propia y que hay que ayudar a los demás si esta luz se esta apagando.
Ayudándonos unos a los otros nuestro corazón se ilumina.
Carlos Márquez Pozo. 2º ESO
Colegio María Medianera Universal. Jerez de la Frontera (Cádiz)
PASA TU LUZ
Me llamo Ángel, y soy un niño español de 12 años. Desde hace unos meses llevo
viendo noticias e imágenes desgarradoras sobre el país de Siria. Yo antes ni sabía ni
me interesaba donde estaba, pero ahora sé que es un país del Oriente Próximo, que
hace frontera con Turquía y que está actualmente sumida en una guerra civil desde
hace más de 4 años. Entre las muchas imágenes que me impactaron, fue la imagen
de una periodista poniendo la zancadilla a un padre que iba con su hijo en brazos
corriendo para cruzar la frontera antes de que la cerraran, me pareció tan cruel... Por
eso quiero que esta historia tenga un toque de humanidad distinto.
La guerra era ya insoportable para la familia de Samira. Una niña de 6 años cuyo
único deseo era que su vida dejase de ser un infierno llamado guerra. La niña había
perdido a su hermano Abbud a causa de un bombardeo y con él la sonrisa. Desde
aquel momento la familia vivía en una tensión constante. Un día el padre de Samira,
Asad, le mencionó a su madre, Aanisa, algo que no llegó a entender, pero por la cara
de pánico de ambos y su reacción de recoger todas las pertenencias necesarias
entendió que no era nada bueno. Aanisa se acercó a Samira, y le dijo que iban a hacer
un largo viaje, dejarían las bombas, la sangre por las calles... en definitiva el horror de
la guerra. Pero a Samira nadie le dijo que también dejaría a sus amigos, su colegio, el
color con que recordaba sus calles cuando no había guerra... sus vecinos y a todos
sus seres queridos como su prima y mejor amiga.
Se levantaron aun de noche y en silencio. Cogieron las pocas cosas que habían
decidido llevarse. Samira echó una rápida mirada al salón, encima de la televisión vio
una fotografía de su hermano y corrió a cogerla. Se la guardó en el bolsillo al tiempo
que su madre le gritaba: ”¡Deprisa, vayámonos!”. Samira vio como su padre entregaba
unas cuantas libras a un hombre que les llevó en su camioneta hasta la frontera con
Turquía junto a dos familias más que permanecieron calladas, aunque con el dolor
reflejado en sus ojos. Llegaron a la frontera con Turquía, su padre se despidió del
conductor con un breve gesto con la cabeza.
En la frontera se empezaron a complicar más las cosas. “Tenemos que saltar esa
valla” dijo su madre agachándose, envolviendo con su brazo izquierdo a su hija y
señalando con el brazo derecho la valla que intentaban escalar todos los que allí
estaban. Había empujones y patadas. Samira pensaba que estaban librando otra
batalla. Sus padres esperaron a que se tranquilizara el ambiente y saltaron la valla.
Primero subió su padre, luego su madre la levantó y su padre la cogió desde arriba. Su
madre subió a duras penas, agarró a Samira para que no se cayese y desde abajo su
padre extendió sus brazos. No necesitaban palabras, Samira sabía que tenía que
saltar, no tenía miedo porque sabía que su padre la cogería. Samira preguntó a su
madre: “¿tendremos que saltar otra vez la valla para volver a casa?” su madre
contestó: ”no hija no, no vamos a volver”. Samira lloró en silencio, procurando ser
fuerte para que sus padres no se preocuparan, pero no pudo contener las lágrimas.
Tenían que llegar a Grecia. Sus padres sabían que era lo más peligroso, ya que tenían
que ir por mar y no sabían nadar. Se encontraban en el lugar donde embarcarían.
Tenían lugar en el centro de una vieja embarcación, pero Samira vio que una mujer
con heridas de alambres y con un bebé de pocos meses en brazos estaba en el borde.
Samira le dijo a sus padres que le dejaran sitio en el centro con ellos. Veía al niño
pequeño muy indefenso y a su madre muy fuerte, pero lo más importante era el niño.
La familia sin poner pegas les dejó un sitio con ellos. La barca se movía mucho,
Samira se agarró fuerte a su madre. Su madre le pasó la mano por la espalda tratando
de tranquilizarla, haciéndola cosquillas. Samira sacó la fotografía de su hermano del
bolsillo, la besó y la volvió a guardar. La madre del pequeño pudo observarla hacer
ese pequeño gesto, y sonrió. El pequeño empezó a llorar y rompió esa sonrisa
dibujada en la cara de su madre.
Llegaron a Macedonia. Samira pregunto: “¿ya ha terminado este viaje?” Su madre
contestó: “no hija no, pero ya ha pasado lo peor” Samira miró a su madre y sonrió. Su
próximo destino era Serbia. Pero ahora les tocaba descansar. Había un montón de
gente y de todas las edades, bebés, adultos ancianos... Esta vez no tendrían que
escalar ni navegar, si no que tendrían que caminar por campos, carreteras, andenes…
Cuando Samira no podía más se quedó atrás por un despiste de su madre. Un coche
se detuvo a su lado y le ofreció una botella de agua. Era un fotógrafo, le pidió sacarla
una fotografía. Sin dudarlo dijo que sí. El fotógrafo guardó su cámara, cogió a Samira y
la llevó con sus padres.
El fotógrafo acompañó a la familia en su viaje. Cuando llegan a Serbia, algunos
afortunados con dinero que aún conservaban pudieron coger autobuses. Ellos no
tenían dinero y se prepararon para seguir caminando. El fotógrafo se les acercó con
un sobre se lo dio y dijo: “no es mucho, pero es lo que me han dado por mi cámara y
por todos sus complementos. Nos dará para ir los cuatro porque voy a ir con vosotros”.
La familia lo abrazó, estaban emocionados.
El viaje fue largo pero por fin llegaron a Alemania. Se acercó alguien por detrás. Era la
mujer que viajó con ellos en el barco. Tenía un regalo para Samira. Un marco
artesanal hecho con palos del tamaño de la foto de su hermano que llevaba en el
bolsillo. Le dio las gracias y volvió con sus padres. El fotógrafo le consiguió un trabajo
a su padre Volvió a ir al colegio y conoció nuevas amigas. Samira puso la fotografía
enmarcada encima de su cama y el fotógrafo la foto de Samira en el salón de su casa.
Esta familia no es real, pero sé que podría ser una de tantas familias que huyen de sus
países en guerra, da igual que sea Siria o cualquier otro lugar del mundo. Sé que sus
vidas son duras, y sus destinos inciertos, pero también sé que hay muchas personas
buenas en el camino que siempre están dispuestas a ayudar... A PASAR SU LUZ a los
demás y hacerles la vida un poco más fácil. Yo, Ángel, un niño de 12 años me siento
contento de estar en un país sin guerra, pero me pongo triste cuando veo estas
noticias. Sé que aunque no pueda hacer nada por ellas, sí puedo PASAR MI LUZ a los
que están a mi alrededor y necesitan mi ayuda.
Sé que los finales felices también existen, aunque haya que buscarlos pero sé que
están ahí.
Ángel Cobos Cuevas. 1º ESO
Colegio Santa Rafaela María. Madrid
LOS VACÍOS
Todos los habitantes de Claro de Bosque se hallan inmersos en la más asombrosa
alegría, secundada por las fiestas y bailes que se están organizando en estos
últimos días. ¿Por qué? Se preguntarán los reinos vecinos, demasiado lejos para
enterarse de la espléndida noticia. Pues simplemente, porque ya tienen a una
sucesora al trono, aquella que, cuando sea mayor, gobernará Claro de Bosque
con justicia y paz, como hicieron sus antecesores.
La reina Medea había quedado estéril hacía muchos años, y el pueblo se había
resignado a que el siguiente gobernante fuese un aristócrata forastero. Pero, sin
saber cómo, la reina había dado a luz la semana pasada a una hermosa niña a la
que nadie había visto todavía.
Lejos de la plaza y de las alborotadas calles del reino, en el palacio real, se
desarrollaba un panorama completamente distinto al de los ciudadanos. En una de
las dependencias del palacio, la reina Medea sollozaba amargamente, el rey
trataba de consolarla, varios consejeros y médicos discutían y el ama de cría
sostenía al bebé en brazos, cubierto de mantas.
El motivo de tanta desesperación era, que en ese momento, la reina se había
enterado de que su adorada hijita era una Vacía.
Los Vacíos eran escasos en los reinos, pero de vez en cuando, la mala suerte
maquinaba una malévola sorpresa y transformaba un precioso bebé en un Vacío.
Los Vacíos, como su propio nombre indica, estaban vacíos, de cuerpo y de
mente. Carecían de personalidad, eran mudos, sordos y ciegos, principalmente
porque no poseían ni orejas, ni ojos, ni boca. Cuando se hacían mayores, se
dedicaban a vagar por ahí, asustando a los vecinos. Eran calvos, y tampoco
poseían nariz ni pelo en el cuerpo.
La reina exhaló un profundo suspiro y se tragó el llanto.
-Rosa, tráeme al bebé.- ordenó.
El ama de cría obedeció. La monarca contempló la cara vacía y sin facciones de su
hija. Aquella niña nunca hablaría, ni vería, no contactaría con el mundo exterior.
Aquel pensamiento la entristeció otra vez.
-Tenemos que hacer algo.
-Pero querida, es una Vacía.- repuso el rey.- Y el hada que te curó lo dijo bien claro.
Sólo un niño.
-Tenemos que hacer algo por nuestra hija, a la que llamaremos Trinn, que en
clariano significa: “La que se curará”.
-Pero, ¿Qué haremos?
-Preguntar. En nuestro reino viven toda clase de criaturas sobrenaturales,
¿No? Seguro que nos pueden ayudar.
Y así fue como los reyes empezaron a indagar.
-Vayamos a la biblioteca.- sugirió el rey.
-Allí no habrá nada.- suspiró la reina.- ya lo habríamos encontrado.
-Puede que no.
Cuando llegaron, admiraron las altas estanterías repletas de
empezaron a buscar. Tras varios angustiosos minutos, la reina exclamó:
libros,
y
-¡Aquí!
La mujer sacó un grueso tomo polvoriento oculto entre dos filas de libros. En su
portada rezaba: “Guía de enfermedades sobrenaturales”. Pasaron las
quebradizas hojas rápida y angustiosamente, ávidos de información. De pronto, el
rey tomó del brazo a la reina y señaló la página abierta. Los dos leyeron
silenciosamente: “Para curar a un vacío, se necesita a varias criaturas con rasgos
llamativos para cada parte del cuerpo”
-¡Necesitamos las cualidades de varias criaturas y que puedan otorgárselas a Trinn!
¡Buena vista, excelente oído, magnífico olfato…!
-¡El bufón! ¡Habla y ríe muy bien, y tiene una gran boca!
-¡Perfecto!
Acto seguido, los reyes bajaron las escaleras hasta la planta baja, los aposentos
de los sirvientes. Los criados, aunque extrañados de encontrarse a los reyes allí,
les indicaron la habitación del bufón.
Tocaron a la puerta, y el cómico les abrió, muy extrañado. En la habitación, los reyes
le relataron brevemente la historia, y la remataron con un:
-Por favor, pasa tus cualidades. Pasa tu luz.
-Lo intentaré, sus majestades.
Acto seguido, cerró los ojos y abrió la boca. Alzó las manos, y allí se materializaron
dos pequeñas llamas de luz. Abrió los ojos y las esparció por el cuerpo de la
princesita, a la que habían traído consigo, y la colmó de sus dones y valores.
En el rostro vacío de la niña se creó una pequeña boquita sin dientes, que
estaba permanentemente sonriendo. La reina lloró de emoción. Le dieron las
gracias al bufón y salieron corriendo.
Después de una corta discusión, acordaron ver a Frida, la cocinera real. Era
famosa por detectar veneno en cualquier tipo de comida y supusieron que le
podrían pedir su olfato. Cuando llegaron a las cocinas, la operación fue la misma. La
cocinera pasó sus cualidades, su luz, y en el rostro de la pequeña se creó una
pequeña naricilla.
En el jardín del palacio, el gran tigre albino Ilim, le transmitió uno de sus tesoros más
ocultos, la aguda visión, y en el rostro del bebé se abrieron unos preciosos ojos azul
zafiro.
Gracias a las cualidades del hada Branwen, a Trinn le crecieron unos pequeños
tirabuzones dorados, y gracias al duende Aelfraed, unas pequeñas orejitas.
Los enanos Burp y Blinn le transmitieron valentía y sabiduría, respectivamente, y el
cisne Leida le otorgó sensibilidad.
Cada uno de ellos pasó sus luces, sus cualidades, para que la pequeña princesa
las disfrutara y las poseyera. Sana y como un torrente exultante de vida se
encontraba Trinn; "La que se curará".
Diego Gallego Montero. 2º ESO
Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Madrid
PREMIO PRIMER CICLO DE ESO
TODO SE SUPERA
Te preguntarás por qué me dirijo a ti. Ni siquiera yo sabría contestarte. Simplemente
me gustaría contarte algo.
Como todos sabemos, la vida no es fácil. Todos tenemos, tuvimos o tendremos
problemas. Algunas veces parece que no pueden solucionarse, y nos entran ganas de
rendirnos. La clave está en querer solucionarlos. Así costará menos.
Bueno, esta es mi historia:
Nunca había estado delgada. No tenía problemas de obesidad pero me sobraban unos
kilos. Yo no lo veía tan grave, pero los que me rodeaban sí lo hacían.
En ninguna etapa de la vida es agradable estar sola, y menos en la adolescencia,
cuando eres más vulnerable sentimentalmente. Mi madre era la única persona que de
verdad me quería. Ella se encargaba de que siempre tuviera una sonrisa.
Pasaba seis horas diarias en el colegio. Es muy duro que las personas que te rodean
te desprecien. Una vez, un chico me llamó Cachalote. Se ve que a los demás les
gustó, porque a partir de entonces ese fue mi nombre. ¿Acaso sabían cuál era el
verdadero? Creo que no.
Tras mucho pensar, decidí, de manera errónea, empezar a adelgazar, pues quería un
cambio en mi vida. ¡Cómo no hacerlo! Las chicas de mi clase tenían un cuerpo
envidiable, y siempre estaban rodeadas de gente. Parecía lo más lógico.
Comencé por reducir la ingesta de alimentos a la mitad. Incluso acabé eliminándola
casi por completo. Poco a poco, notaba cómo adelgazaba, pero el proceso no era lo
suficientemente rápido. Empecé a hacer ejercicio. Mucho ejercicio. Demasiado. Claro
que yo eso no lo sabía.
En el colegio empezaron a tratarme mejor. ¡Me empezaron a llamar por mi nombre!
Por cierto, es Vanessa. Ya no me despreciaban, al menos no tanto como antes.
Entonces pensé: “Si estando así de delgada me aprecian, si sigo adelgazando, me
adorarán”.
Con ese pensamiento lo único que conseguí fue que a los 16 me diagnosticaran
Anorexia Nerviosa Restrictiva.
Antes de que nos lo dijeran, mi madre y yo no parábamos de discutir. Yo notaba que
me alteraba con frecuencia. Además, lloraba mucho, sin saber siquiera por qué. Mi
madre me convenció para ir al psicólogo. Éste no consiguió nada. Me recomendó ir al
médico, donde me dijeron lo que en realidad me pasaba.
Yo no creía que fuera para tanto. Me miraba en el espejo y no veía a una persona
flaca. De hecho, cada vez que me observaba me veía más gorda. No hice caso de los
consejos que los médicos me daban. Empeoré.
Sufría bastante a menudo desmayos, fatigas y el corazón se me aceleraba demasiado
sin motivo aparente.
Un día me asusté de verdad, ya que me dio un infarto. Estuve unos días en el hospital.
Durante ese tiempo reflexioné. Decidí, aunque no tenía ninguna gana, ingresar en un
centro médico especializado en trastornos alimenticios, en Barcelona.
Durante mi tiempo allí, mi madre me visitaba a menudo. Viajaba desde Madrid, donde
vivía, hasta Barcelona.
A los 20 años salí del centro, rehabilitada. Seguía siendo delgada, pero no tanto. Me
sentía feliz. Tras mucho tiempo tenía ganas de vivir.
Entré en la universidad Carlos III de Madrid. Comencé a estudiar Derecho. Siempre
había querido hacer esa carrera. Además de estudiar, para pagarme la universidad,
trabajaba unas horas cada día en una cafetería, como camarera. Era mucho trabajo y
me costaba bastante hacerlo todo, pero lo sobrellevaba.
Al principio me costó adaptarme a estar rodeada de gente, pero me acostumbré. Allí
había gente de todo tipo: altos, bajos, delgados… No había tantos prejuicios. Estaba a
gusto. Lo malo era que justo había coincidido en la misma clase con la chica que más
me odiaba del colegio. Habían pasado tantos años que ya no me importaba, pero a
ella sí. Yo la ignoraba, hasta que un día difundió una foto mía de pequeña (de cuando
estaba gordita). ¡Qué vergüenza! Aunque no tenía razón empezó a llamarme
Cachalote de nuevo. Se supone que éramos mayores y que habíamos madurado
pero… ¡Me afectaba mucho que me llamara así!
Por su culpa volví al infierno. Yo no me daba cuenta de que mi mente volvía a
distorsionar mi imagen frente al espejo. Solo volvía a ver a la chica gordita a la que
todos despreciaban. Temía volver a engordar, así que dejé de comer de nuevo. Tenía
22 años cuando me diagnosticaron la recaída.
Volví a ingresar en el centro. Estaba segura de que esa vez no saldría de allí.
¿Sobrevivir a algo así por segunda vez? Imposible.
Se ve que la suerte estuvo de mi parte. Hoy estoy hablando contigo.
Esa es mi historia. Al contártela me he acordado de lo que tenía que decirte. La vida
no es perfecta. Todos vivimos situaciones malas, las mías duraron muchos años, pero
aquí estoy: 35 años, casada, con una hija…. ¿qué más podría pedir?
Yo he compartido esto contigo para que te des cuenta de que todo se supera, por
muy difícil que sea. Yo te he pasado mi LUZ. ¿A quién le pasarás tú la tuya?
Isabel Moriano Conde. 1º ESO
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. Salamanca
LUZ, SOLO LUZ
Me desperté como un día cualquiera. Era lunes, de nuevo. Los días se repetían una y
otra vez. Siempre era lunes 17 de febrero de 2018. Las horas eran cada día más
largas y cada vez me iba desvaneciendo más y más. Casi se me olvidaba deciros que,
efectivamente, soy un fantasma. Vivía en el mundo de los humanos porque aún no
había cumplido el trato que hice con la luna. El trato consistía en que antes de ir al
inframundo y liberar mi alma debería pagar por lo que mis seres queridos habían
hecho. No lo entendía. ¿Qué tenía que pagar? ¿Las facturas de Hacienda? Tal vez.
¿La factura de la televisión por cable? No, seguramente no sería ninguna de esas
cosas. La luna era engañosa y siempre utilizaba metáforas que no entendía ni ella
misma. Yo solía vivir con mi madre, Tiffany y con mi padrastro, Thomas. Thomas era
lo peor conmigo. Nunca me dio los buenos días ni se molestaba en preguntarme cómo
me había ido el día. Lo único que hacía era sentarse en el sofá y pedirme cosas como
“Louis pásame el mando de la televisión aunque lo tengo enfrente de mí” o “tráeme
una cerveza o si no te quedarás sin esa PS4 que tanto quieres”. Sí hombre, me podía
hacer lo que quisiera, pero si se atrevía a tocar mi PS4 ya hubiera sido pasarse. Pero
yo pienso que como yo no le quería y él tampoco me quería a mí no creo que tenga
mucho que ver con la apuesta de la luna, así que nos podremos olvidar de él por un
momento. Vivíamos en una casa de campo a las afueras de la ciudad, pero ahora que
ya no tenían que cuidar de mí se habían comprado la casa más cara. Ni siquiera me
enterraron. Pero no los puedo culpar por ello porque puede que nadie haya
encontrado mi cuerpo. La casa nueva era un tanto peculiar porque mi padrastro había
decorado la mayor parte. Aunque no me gustara, tenía que reconocer que era
bastante moderna. Así que allí estaba yo, bajando las escaleras tranquilamente hasta
que tropecé a causa de un grito. Un grito femenino. Mi madre. Bajé las escaleras
corriendo pero en vez de ver a mi madre llorando la vi saltando de alegría con un test
de embarazo en la mano. No podía ser verdad. No lo era. Aunque no lo reconociera,
sabía que era verdad. Estaba embarazada.
Pero entonces él me vio. Mi padrastro. Me miró y gritó mi nombre.
-¡Louis! eres tú.
Parecía bastante más contento de lo que pensaba que estaría.
-Deja de tener alucinaciones. Louis se fue de casa hace un mes y dijo textualmente
que no volvería.-dijo mi madre con tristeza en la mirada.
-No lo ves. Mira, justo ahí-Thomas me apuntó con el dedo índice.
-Cariño, se ha ido. Tienes que aceptarlo.
Estuvieron hablando sobre el bebé durante más de una hora y él no me quitaba la
mirada de encima. ¿Cómo podía verme? ¿Era el único? Mientras todos estos
pensamientos rondaban por mi cabeza tampoco pude contenerme y empecé a mirarlo
fijamente.
Cuando toda la charla sobre los pañales y sobre qué cuna comprar hubo terminado,
se acercó y me dijo con dulzura:
-Hola chico.
No le respondí, estaba muy enfadado.
-Sé que no te traté bien. Fue la idea de tener que criar a un hijo, la idea de que no me
aceptaras como padre. Tenía miedo.
Seguía sin responder, no pensaba perdonarle. Jamás lo haría.
-Perfecto, pero sigo sin perdonarte. Ahora vete a comprar pañales, un biberón… O lo
que sea que tengas que comprar-dije con un tono enfadado.
Se le cayó una lágrima por la mejilla. Ni me inmuté.
En un instante mi madre bajó por las escaleras con una sonrisa radiante y le dijo a
Thomas:
-¿Vamos?
Me subí en el coche porque no tenía nada mejor que hacer. Mi madre se acababa de
comprar un BMW X6 rojo. El coche de sus sueños. El coche tenía una tapicería blanca
que hacía buen contraste con el color del coche. El camino fue corto. Llegamos a la
tienda. “Baby Master”. Menuda cursilada. La cuna fue lo primero que compraron,
perdón, compramos. Después compramos unos mil paquetes de pañales
superabsorbentes y un biberón con estrellitas. De camino a casa empezó a llover. Los
cristales estaban empañados y cada vez costaba más ver a través de ellos. La
carretera nunca se acababa y el sudor empezaba a caer de la frente de mi padre, digo,
mi padrastro. Después de eso, solo recuerdo un frenazo y un accidente.
Me levanté del suelo y vi un coche en llamas. No podía estar pasando. Ahora no.
Corrí, era lo único que podía hacer. Pero algo hizo que me frenara en seco. Un grito.
Pero esta vez no era de alegría sino de miedo, dolor y tristeza. Me giré y vi a mi madre
en perfecto estado al lado del coche. Giré mi cabeza hacía el coche y lo vi. Le vi a él.
Thomas estaba atrapado en el coche. Tenía que sacarlo por mi madre. Le agarré del
brazo y tiré con fuerza. No respiraba. Estaba muerto. Pero… Sí que había una
manera de salvarlo. Pero eso haría que yo muriera de verdad y no volviera a despertar
jamás. Debía hacerlo, por mi madre. Le puse las manos en el pecho y empecé a
pasarle mi luz. Mis recuerdos alegres. Todas las cosas felices que me habían pasado
en la vida. Mi alegría, mi entusiasmo. Todo.
-Te quiero-dije antes de desvanecerme por completo.
Pero no pasó nada. Al contrario, me elevé hacia la luna y me sentí más vivo que
nunca. La luna había cumplido su trato.
Pablo Soriano Vergés. 1º ESO
Colegio Sagrado Corazón - Esclavas. Valencia
EL MENSAJE DE LA LUZ
Tomás se levantó a las seis y media, como cada mañana, para ir a trabajar.
¿Qué si le gustaba su trabajo? Nadie lo sabía y por lo menos, no parecía encantarle.
A su edad, Tomás solo pensaba en jubilarse al año siguiente y dejar la cafetería “La
Luz” en manos de su sobrino.
Se vistió y tomó un café apresuradamente, dispuesto a dirigirse al local.
Pero aquel día hizo algo diferente, algo que cambiaría su vida y la de muchos otros;
aquel día abrió la puerta con una sonrisa.
No sabía por qué lo hacía, pero estuvo todo el camino sonriendo como si fuera a pasar
algo bueno.
A la entrada de la cafetería, había una mujer esperando a que abriera. Por su
vestimenta negra y blanca, Tomás dedujo que se trataba de una camarera, Marisa.
Tomás la saludó alegremente. Ella le devolvió el saludo algo extrañada, pues hacía
tiempo que no veía a su jefe de buen humor.
El día fue tranquilo, poco más que los clientes habituales cruzaron la puerta de
entrada.
Al final del día, una hora antes de la hora de cerrar entró una mendiga.
Tomás estaba frente al ordenador donde registraban las cuentas cuando Marisa se
acercó a él.
-Ha entrado una mendiga… ¿Quiere que le diga amablemente que se vaya?
Un día cualquiera Tomás hubiera aceptado la proposición de su empleada, pero
debido a su inesperado buen humor, decidió decirle a Marisa que la atendiese como a
una clienta más.
La mujer pidió un café con una pieza de bollería.
Al cabo de cinco minutos, pidió la cuenta y acto seguido se acercó a la barra donde
estaba Tomás sentado frente a su ordenador.
-Disculpe – dijo con la mujer con voz temblorosa – me falta un euro para poder pagar.
Lo siento mucho. Mañana se lo devolveré, se lo prometo.
De pronto la pantalla del ordenador se quedó en blanco y apareció un mensaje en
letras grandes y de un azul muy brillante: Pasa tu luz.
Tomás hizo click con el ratón varias veces, pretendiendo que el mensaje
desapareciera.
Al ver que sus esfuerzos eran en vano, Tomás repitió interiormente la misteriosa frase.
“Pasa tu luz”… ¿Qué querría decir?
-Señor, lo siento mucho… - dijo la mendiga viendo que Tomás no contestaba.
Tomás levantó la vista del ordenador y la dirigió a la mujer.
-No se preocupe – dijo mientras esbozaba una sonrisa – hoy su cena se la pago yo.
La mujer sonrió y se dirigió a Tomás con una voz igual de temblorosa, pero esta vez
más dulce.
-Muchísimas gracias, que Dios le bendiga –dijo antes de girarse para dirigirse hacia la
puerta.
Mientras la mujer salía, Tomás pensó en su buena acción. Se sentía muy bien. Hacía
mucho tiempo que no tenía esa sensación. Y todo debido al inesperado buen humor
con el que se había levantado.
Al salir del establecimiento, a la mendiga se le cayó un papel.
Tomás lo cogió y salió a la calle para devolvérselo. La buscó con la mirada, más no la
encontró.
Al entrar de nuevo en el local, leyó el papelito. En él había un mensaje escrito en el
mismo color en el que lo estaba el mensaje que apareció en su ordenador.
“La luz que das…” decía. Acababa con puntos suspensivos, lo que daba a entender
que a esa frase le faltaba su final.
Tomás guardó el papel en un bolsillo de su pantalón y volvió a sentarse frente al
ordenador.
A los pocos minutos Marisa se le acercó.
-He acabado mi turno, debo irme. – dijo poniéndose el bolso sobre el hombro. –
Buenas noches.
-De acuerdo, igualmente. – Respondió Tomás.
Marisa salió del local y acto seguido entró un hombre muy alto y de traje.
El hombre se acercó a Tomás y le pidió un café. Pasaron poco más de cinco minutos
cuando se dirigió a la barra para pagarle a Tomás.
Faltaba poco para que llegase la hora de cerrar. Tomás estaba recogiendo las mesas
cuando encontró un fajo de billetes donde se acababa de sentar el hombre de traje.
Un día cualquiera se los hubiera quedado, pero aquel día salió a la calle para ver si
con algo de suerte lo encontraba y le entregaba los billetes que había perdido.
Tomás lo divisó a lo lejos y se acercó a él con paso rápido.
-Disculpe señor, se ha dejado esto en mi cafetería – dijo Tomás.
El hombre se quedó sorprendido y sonrió.
-Muchísimas gracias, ¡que despistado soy! – respondió.
Y a continuación comenzó a buscar algo en su bolsillo. Sacó un papel doblado y se lo
entregó a Tomás.
-Esto es para usted – dijo mientras se daba media vuelta y se iba.
Tomás, atónito desdobló el papel.
En él había un mensaje “… es la que te alumbrará”.
Tomás se acordó del papel que se le había caído a la mendiga. Lo sacó rápidamente
de bolsillo de su pantalón.
Leyó los mensajes en alto. “La luz que das es la que te alumbrará”.
Tomás le dio vueltas y vueltas al mensaje de los papelillos sin entenderlo durante todo
el camino de vuelta al bar.
De pronto se dio cuenta.
Sonrió. Hacía tiempo que no se preocupaba por los demás. Y ese día, el día que lo
hizo al cabo de muchos años pareció cobrar luz propia. Una luz creada por él mismo, y
pasada por los demás.
Adriana Lado López. 3º ESO
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. A Coruña
LA LUZ, UNA “CHISPA” DE VIDA
Cuando me despierto, lo primero que veo es oscuridad, afuera el sol todavía no ha
salido y las luces de mi habitación están apagadas. No es hasta que enciendo el
interruptor cuando logro ver algo, aunque el contraste de oscuridad a luz me
desorienta.
Me encuentro cansado, no lo estaría si me levantase a las seis de la mañana, y
apagado, como si mi cuerpo estuviera en este mundo pero mi mente no. Me preparo
para ducharme, esta vez entro un poco más tarde de lo habitual porque mi hermana se
ha pasado un poco en el baño. Me desvisto y me relajo mientras caen sobre mí las
gotas de agua caliente.
Hoy tengo un día complicado, tengo que hacer dos exámenes y me toca, además,
voluntariado, aunque no me molesta tanto. No sé cómo voy a poder aguantar el día sin
acabar agotado.
Salgo de la ducha, me visto rápidamente y me quedo frente al espejo. Espero que este
día se pase rápido, no lo podré soportar más.
Salgo del baño y tomo mi habitual desayuno que suelo comer antes de ir al colegio, un
vaso de zumo de naranja y galletas. Nada más acabar, dejo el vaso en la cocina y
vuelvo al baño a lavarme los dientes.
Termino en menos que canta un gallo, cojo mi mochila, la reviso y la dejo en el
comedor y repaso un poco para los exámenes. Estoy tan cansado que ni me puedo
concentrar en mi repaso, ojalá tuviésemos tres días de fin de semana…
A cinco minutos de irme, mi hermana nos pide a mis padres y a mí que le deseemos
suerte. Cuando se lo digo no puedo evitar que se me escape una leve sonrisa en mi
rostro. Es un acto reflejo, algo que me hace un cosquilleo en el estómago, y no es que
tenga hambre.
Ya salgo de casa, le doy un beso a mi padre y me suelta su típico: “al ataque
compañero” y, posteriormente, a mi madre. Cierro la puerta sin mucha fuerza para no
despertar a los vecinos, les digo un último adiós y bajo las escaleras hasta la planta
baja.
Abro la puerta de cristal que da a la salida y empiezo mi trayecto hacia la casa de mi
amiga, la que suele bajar un poco tarde, a veces. Cruzo el paso de cebra y me
encuentro con un señor. Él me sonríe y yo le respondo con una misma sonrisa. Una
vez, alguien experimentó con otras personas de la calle. Esa persona se dedicaba a
sonreír a la gente, la mayoría le respondía y contaba unos comentarios cómicos, esa
sí que es una buena manera de empezar bien el día.
Llego a la casa de mi amiga, que baja un poco tarde, ¡qué raro! Empiezo a dar vueltas
hasta que me doy cuenta de que sigo sonriendo. Ese señor me ha devuelto la sonrisa
a mi rostro y, cada vez más, me siento lleno de vida.
Baja mi compañera, que me pregunta por qué estoy sonriendo teniendo dos exámenes
el día de hoy y levantándose a las seis para poder repasar un poco, yo le respondo
con una simple sonrisa y una pequeña carcajada. Ella también se ríe, es algo
complicado de explicar pero, como dicen, un gesto vale más que mil palabras.
Llegamos al colegio, reencontrarse con los amigos después de un corto fin de semana
me reconforta y me alegra la mañana. Incluso tenemos planeado ir a la feria ese
sábado e ir a cenar por ahí todos juntos. Empiezan las clases y entramos en el
colegio.
Ya han pasado unas horas, ahora estamos descansando en el patio y ya hemos
realizado los dos exámenes. Todos compartimos qué nos ha pasado este fin de
semana. Algunos han ido al centro comercial, otros han ido de cena, e incluso han
celebrado una fiesta. Yo, por el contrario, he estado con los amigos de la infancia para
celebrar el “cumple vidas” de un padre que ha pasado por un cáncer. Una buena forma
de celebrar la vida misma, cumpliendo los años en que se sigue con vida. Ciertamente
es reconfortante saber que una persona puede sobrevivir a un cáncer, al menos
durante un tiempo, y vivir la vida como antes.
Se acaban las clases y vuelvo a mi casa para hacer el deber, comer y estudiar. Una
vez que acabo, recuerdo que tengo que ir al voluntariado del colegio a las cinco de la
tarde. Ya son las cuatro y media.
Me preparo la chaqueta, cojo las llaves y envío un mensaje por el móvil a mis amigos,
avisándoles de que ya salgo de mi casa y de que se preparen.
Le digo nuevamente a mi madre un adiós, pero le suelto un “te quiero”. Le hace gracia,
empieza a reírse y yo la sigo, aunque la corto para poder irme.
Bajo de casa, mis amigos me están esperando, deseosos de llegar al colegio para
ayudar a los pequeñajos con sus deberes o para repasar para sus exámenes.
Hoy nos toca ayudar a los niños de primero de primaria, ellos nos acogen con una
sonrisa y un abrazo. Este momento es uno de los que te sientes feliz y lleno de vida.
Ayudo a un pequeño de origen marroquí con las matemáticas, simplemente son
sumas y restas, pero las domina a la perfección, así que avanzo un poco más y le
preparo una serie de operaciones con números más grandes. Al principio le cuestan
un poco, aunque, finalmente, consigue realizarlas.
Cada vez siento un cosquilleo mayor en mi interior, es como una luz que quiere salir o
hacerse más grande, es una sensación que me da calor y alegría, tal vez sea eso la
vida...
Se acaba el voluntariado y todos volvemos a nuestras casas. Cuando llegamos a la de
cada uno, me despido con un abrazo.Cada día doy gracias por tener unos amigos tan
buenos y que se preocupan por mí, que me preguntan cuando me pasa algo... Ellos
también transmiten una luz propia que hace felices y ayuda a los demás.
Y así acabo, con una llama intensa de luz en mi interior, deslumbrando el camino
hacia una buena vida para mí y para los demás.
Miguel Reig Valor. 3º ESO
Colegio Sagrada Familia. Alcoi (Alicante)
ME ASUSTA LA LUZ
-Está todo en regla, puede pasar a la sala de espera. Espere, mejor le acompaño, no
vaya a perderse.
La amable recepcionista entrelaza su brazo con el mío y nos dirigimos juntos a la salita
donde aguardaré pacientemente mi turno. Al llegar, me acomodo en la silla más
cercana a la puerta. Me indica que espere ahí, que el doctor Wilson me llamará en
cualquier momento y se marcha. Realmente, ha sido una suerte encontrar una
enfermera de habla hispana por aquí.
Saco un libro de la mochila. No soy muy aficionado a la lectura, pero sé que la espera
se puede volver larga y no quiero quedarme sin hacer nada. Aun así, me gusta leer El
Lazarillo de Tormes ya que me siento algo identificado con el ciego, no es que yo sea
una persona mezquina y avara, pero me considero astuto y me fascinan sus
artimañas.
Hojeo cerca de medio libro hasta llegar a la página 256. Coloco mi dedo índice sobre
la primera palabra y empiezo a deslizarlo suavemente por toda la hoja. En diez
minutos apenas he leído 3 páginas, (el sistema braille nunca se me ha dado
demasiado bien, aunque tampoco le he puesto mucho interés). Pero eso ya da igual.
Tal vez no hayáis entendido lo que acabo de narrar, así que ahí va una pequeña
aclaración:
Mi nombre es Francisco y tengo 37 años. Vivo en Barcelona. Habito en un pequeño
piso acompañado únicamente de mi perro Otto. Nací con una enfermedad genética
llamada amaurosis congénita de Leber que me impide ver. Muchos de vosotros lo
llamaríais simplemente ceguera. Vivo gracias a las subvenciones que me da el Estado.
Me encanta escuchar música. Soy feliz. La mayoría de la gente cree que ser invidente
es una desgracia, pero yo no lo veo así. A mi parecer, la invidencia también tiene
ventajas.
Tengo el olfato tan desarrollado como un perro y puedo oír a la perfección cosas que
vosotros ni percibiríais. Mis impuestos son inferiores. No me tengo que levantar
tempano para ir a trabajar en algo que no me agrada. Cada día salgo a la calle
sonriendo: no hay días grises ni malas caras. ¿Ojeras? Nunca he tenido. En mi mundo
no existen razas ni diferencias físicas: altos y bajos, gordos y flacos, guapos, feos,
blancos, negros… ¡Todos son iguales! Conozco a la gente por lo que sale de su boca,
y por lo que hay en su corazón.
Pero tampoco quiero engañaros. La ceguera cierra muchas puertas. Nunca he visto el
cielo azul, ni siquiera sé cómo es el azul. No soy capaz de conducir ni de practicar
muchos deportes. No puedo disfrutar de unas buenas vistas de la montaña o de una
playa paradisiaca. Mi seguridad personal es baja (han estado a punto de atropellarme
al menos veinte veces) y la libertad relativa. Hay gente que no me respeta y, en caso
de pedir ayuda, me ignoran. Yo no puedo verles, pero ellos no quieren verme Por
todas estas razones me encuentro aquí en este momento.
Os lo voy a contar de manera simple y concisa: hace poco más de una década, la
Universidad americana de Harvard, en Massachusetts, llevó a cabo un extenso
número de investigaciones sobre la amaurosis congénita de Leber. Los primeros
resultados fueron un tanto improductivos, pero los pacientes empezaban a vislumbrar
tenues resplandores y alguna que otra sombra. Fue un gran avance para la
oftalmología mundial. Desde ese momento los avances han ido incrementando sin
cesar.
Ésta es la razón por la que he viajado más de catorce horas en avión hasta la ciudad
de Boston. Voy a operarme. Durante la intervención (que durará más de nueve horas)
me inyectaran un virus con un gen determinado, que mejorará significativamente la
sensibilidad de los conos y los bastones de mis dos ojos. Esto potenciará mi sentido
de la vista en un 20% e irá incrementándose con el transcurso de las semanas. Dentro
de un año aproximadamente, mi visión será casi total.
De repente, la voz de la enfermera me hace volver a la realidad.
-Señor Plazas, por favor acompáñeme.
Me apoyo en ella y andamos hasta una cómoda camilla la cual supongo que se
encontrará dentro o cerca del quirófano. Mi acompañante me abandona ahí sin darme
explicación alguna. Oigo infinidad de pasos a lo largo del pasillo y alguna que otra voz.
Percibo el singular e indescriptible aroma de hospital, compuesto por la gran cantidad
de desinfectantes y fármacos empleados por el centro.
Percibo la aproximación de un individuo.
-Buenos días, – me dice con cierto acento americano- soy el doctor Wilson. ¿Está
preparado?
Asiento con la cabeza. Por el tono y la profundidad de su voz, intuyo que se trata de
un hombre grande y fuerte. Sin perder un instante, comienza a desplazar mi camilla
hacia el quirófano. Un extraño sentimiento de inseguridad recorre mi cuerpo. No le
encuentro explicación. Llevo demasiado tiempo esperando este momento. Debería
estar encantado y seguro. Pero por alguna extraña razón estoy confuso. ¿Y si no hago
lo correcto? Es decir: ¿Y si nací para ser ciego?, ¿Puede ser que todo esto haya sido
un terrible error? Recapacito. ¿Por qué tanto miedo a una simple intervención? Ya me
han operado varias veces sin problema.
Reflexiono y lo entiendo. No tengo miedo a la intervención. No tengo miedo a la
inyección del gen ni a la anestesia. Tengo miedo al futuro. A la inseguridad del mundo
sin ayudas especiales. A ser tratado como a un igual. A ver la realidad tal como es y
que ella me vea a mí. Temo ver lo que no debería ver. Me preocupa cambiar
completamente mi mundo. Me asusta la luz.
Inesperadamente, noto un pequeño pinchazo en el brazo. A un aviso del doctor, inicio
la cuenta atrás: diez, nueve, ocho, siete, seis… Empiezo a perder la consciencia. Tal
vez es lo mejor. No hay vuelta atrás.
Daniel Camino Julibert. 4º ESO
Colegio Shalom. Barcelona
PASA TU LUZ
Hola, me llamo Sonia, tengo 45 años y soy fundadora de mi propia fundación en
África. Nací en un pueblo muy cerca de Valencia y allí me crie, hasta que cumplí los 18
años y me fui a vivir a Camerún. Vengo a contaros mi historia un poco resumida y a
mostraros las múltiples maneras que tenéis para pasar vuestra luz.
Tuve una infancia muy bonita. Tengo una hermana mayor, pero al ser hijas solo del
mismo padre, no nos veíamos mucho. Más tarde, creo que tendría nueve años, mis
padres se separaron y mi padre se fue a vivir a Berlín. Allí se casó, creó una nueva
familia y no quiso saber nada más de nosotras. Mi madre encontró trabajo en una
gasolinera. Vivíamos con mi tía, la cual no estaba muy cuerda, y el borracho de su
marido. A mí me daba mucha vergüenza decir en el colegio cómo estaba mi situación
actual, así que empecé a aislarme en mi propio mundo. Pasamos dos años
horrorosos, con constantes peleas en casa de mis tíos. Mi madre y yo tuvimos que
dormir en la calle muchos días, ya que con el sueldo mínimo de mi madre no teníamos
ni para comer. Cuando pensaba que nada podía ir a peor, la gasolinera donde
trabajaba mi madre fue atracada por dos individuos, y la apuñalaron hasta dejarla allí
muerta. Ese fue el momento en el que mi alma se apagó. Pero tuve fe en mí, y como
el ave fénix, supe renacer de mis cenizas.
Tan solo tenía 12 años cuando dejé los estudios y me puse a trabajar para una familia
muy adinerada de un pueblo cercano al mío. Supliqué y propuse trabajar gratis,
simplemente buscaba comida y un techo bajo el que dormir. No puedo guardarles
rencor, porque a pesar de que me hicieran trabajar casi 24 horas los siete días de la
semana, me dieron durante tres años comida y cama, y para mí eso fue suficiente.
Cuando cumplí los 15 años decidí marcharme de aquella casa. Estaba agotada y ya
no me compensaba el peso del trabajo pese a mi corta edad. No tuve más remedio
que buscar trabajo en un prostíbulo. La verdad, me aterrorizaba la idea de tener que
mantener cualquier tipo de contacto con la clase de hombres que entraban ahí. Por
primera vez en años la suerte me sonrió al hacer que mi jefa solo me obligase a
limpiar aquel antro. Como era de esperar, no me pagaba, pero me daba de comer y
me dejaba una habitación para pasar las noches.
Llegaron mis 18 y ya había visto todo tipo de cosas, cada una más horrible que la
anterior. El día de mi cumpleaños me senté en las escaleras del porche del prostíbulo
y me paré a pensar en todo lo que me había ocurrido en la vida. En resumidas cuentas
era una chica huérfana sin ningún tipo de bien material que quería dejar todo su
pasado atrás y empezar una nueva vida. Lo que no sabía era cómo hacerlo.
Pero, gracias a Dios, algo hizo que por fin la vida me diera una nueva oportunidad. Al
día siguiente, mi jefa me sorprendió en la habitación con una carta con remitente del
pueblo de mi tía. Al principio dudé en abrirla, pero tal era mi curiosidad, que las dudas
desaparecieron rápido. Me quedé atónita al ver que la carta no la escribía mi tía, sino
mi primo Salvador. Él se fue a vivir a Camerún unos años atrás, montó su propio
negocio allí y en ese momento estaba casado y con un hijo en camino. Me escribió
para explicarme que había venido a España para visitar a sus padres y que hacía
tanto tiempo que no nos veíamos que le gustaría pasar un rato conmigo. Contesté
enseguida y le dije que nos veríamos en la plaza del pueblo de su madre.
Cuando acudí allí al día siguiente no me lo podía creer. Hacía exactamente 6 años que
no veía a ningún familiar. Me explicó su experiencia en África y me aseguró que no
entraba en sus planes volverse a vivir a España. En ese instante, como si entrara en
trance se me pasó por la cabeza la idea más loca, y sin duda la más acertada, que
podría haber tenido jamás. “Me voy contigo a Camerún” solté de repente. Mi primo se
quedó en shock y le juré por la memoria de mi madre que estaba hablando
completamente en serio. No tenía nada que perder, y me apasionaba la idea de ir a un
país como aquel, pudiendo ayudar a tanta gente, tantos niños, y hacer lo posible por
evitar casos como los míos.
Dos semanas más tarde, después de despedirme de mi jefa y de todas las chicas que
trabajaban para ella, a las cuales les llegué a coger mucho cariño, me hallaba en otro
continente, en el país que me devolvería las ganas de vivir.
No voy a explayarme mucho más. Resumiéndoos: mi primo me dejó una parte de su
casa para montarme un estudio y una habitación. Me presentó a un amigo y socio
suyo, nos enamoramos y actualmente es mi marido y el padre de mis hijos. Samuel y
yo volvimos a España para pedir préstamos y construir nuestra propia escuela en
Camerún; además de montar varios negocios muy beneficiosos en España para poder
costear nuestra primera fundación. Me encontré en una época de mi vida en la cual
me sentía la persona más afortunada del mundo.
Tenía mi hogar en Camerún con mi marido y mis dos hijos, varias escuelas dispersas
por el país, una fundación con miles de personas de todas partes del mundo
colaborando con ella, con médicos a nuestra disposición, profesores, etc.
Por eso quiero que veáis como una persona que parece que lo ha perdido todo, puede
volver a nacer y empezar una nueva vida consiguiendo su felicidad y la de los demás.
Fijaos, mi madre me pasó su luz cuando era una niña y me hizo buena persona. La
familia que me acogió me pasó su luz haciéndome responsable. La mujer del
prostíbulo me pasó su luz haciéndome fuerte y madura. Mi primo y su familia me
pasaron su luz ayudándome a empezar de cero. Mi marido me pasó su luz
trayéndome felicidad y dándome a lo que más quiero en esta vida, mis dos hijos, los
cuales me pasan su luz cada vez que me sonríen o me dicen que me quieren. Todas
las personas a las que he cuidado y cuido me pasan su luz diariamente. Lo bueno es
que yo también he pasado mi luz a todas estas personas, incluso cuándo he pensado
que no quedaba más luz dentro de mí.
Solo así conseguiremos un mundo mejor, dando todo lo bueno de nosotros a los
demás.
Y tú, ¿pasas tu luz?
Ana Gandía Casasnovas. 3º ESO
Colegio Esclavas del sagrado Corazón. Benirredrá (Valencia)
¡QUE BELLO ES VIVIR!
“Espero que mi recuerdo perviva en tu memoria. Aprende a vivir la vida con
intensidad. No esperes momentos perfectos, hazlos tu perfectos!. No intentes vencer
siempre, lo más importante es no darse nunca por vencido. Supérate a ti misma y
lucha por lo que más deseas” (Amama Flori)
Había estado lloviendo. Los nervios no me dejaron dormir en toda la noche. Mi
hermana Justa y yo nos levantamos muy pronto aquella mañana del 6 de mayo de
1937. Yo tenía 18 años y mi hermana 22. Aquel día, salíamos del Puerto de Bilbao en
Santurce rumbo a Francia. Mi madre lloraba desconsolada y mi padre con semblante
muy serio, no podía hacer otra cosa que intentar animarla. Nos esperaba el buque
HABANA. Por aquellas fechas, estábamos viviendo una de las mayores tragedias que
pueden vivir los seres humanos; una guerra entre hermanos, Una Guerra Civil. Dos
bandos enfrentados luchando en el frente.
2273 niños, 72 maestras, enfermeras y auxiliares embarcaríamos con destino a
Francia como exiliados de guerra. Durante la Guerra Civil, miles de familias vascas
tuvieron que tomar una decisión muy dura; la de enviar a sus hijas e hijos a otros
países con el objetivo de alejarles de los desastres de una guerra que se presentaba
especialmente cruel con la población civil. El bombardeo de Bilbao el 4 de Enero de
1937, causó una honda impresión en la población y llevó al Gobierno Vasco a tomar
en consideración una propuesta de la Embajada republicana de París para acoger
temporalmente a los niños que vivían próximos a la zona en conflicto. Y aunque el
objetivo principal del Gobierno Vasco era la evacuación de menores de entre 5 y 12
años, mis padres consiguieron, después de muchos esfuerzos, incluirnos como
personal auxiliar de apoyo a los niños refugiados. Guernica había sido bombardeada
el 26 de abril de aquel mismo año.
Nos despedimos de nuestros padres entre abrazos y lágrimas, prometiendo que en
cuanto conociéramos nuestro destino, mantendríamos permanente correspondencia a
la espera de que la contienda llegara a su fin y pudiésemos volver. La travesía duró
dos días. Llegamos al puerto francés de La Pallice en La Rochelle. El barco zozobraba
tanto que la mayor parte de los niños se marearon. Tuvimos que ayudar en la atención
de muchos de ellos. Al llegar al puerto habían preparado unas grandes tiendas de
campaña blancas donde médicos y enfermeras franceses nos atendieron muy
amablemente. Nos dieron comida pero primero fuimos desinfectados y vacunados. Las
autoridades galas habían determinado también una primera serie de departamentos
de acogida. Íbamos a ser repartidos por toda Francia.
Justa y yo fuimos destinadas al departamento de Burdeos. Allí nos acogió una familia
con la que vivimos durante unos meses. Los señores Beaumont. Como no teníamos
dinero, nuestra única manera de poder colaborar con nuestra manutención era
buscando un trabajo en la ciudad. Primero en tareas domésticas y cuidado de niños de
las familias más adineradas. No hablábamos una palabra de francés y ellos solo
sabían decir Olé. Pero en poco tiempo aprendimos lo suficiente como para poder
entendernos.
Mi experiencia profesional era muy corta pero con 14 años me enviaron a un taller de
costura para aprender el oficio de modista. Hacía cuatro años que mi hermana ya
trabaja allí. En la calle Henao había un salón muy afamado que estaba dirigido por
Severina Aguirrezabal que nos acogió y nos enseñó todo lo que ella sabía de corte y
confección. El patronaje venía de París y la clientela era de lo más selecta. Por aquella
época vestíamos a la burguesía de Bilbao y a muchas actrices de gran renombre
como María Fernanda Ladrón de Guevara que solía venir a Bilbao con su compañía
de teatro. Siempre hemos tenido fama de vestir muy bien. Con 18 años era capaz de
hacer un traje con cuatro retales. Estando acogidas en Burdeos hicimos algunos
trabajos de costura para las señoras de la ciudad y nos ganamos un buen sueldo que
nos permitía disfrutar de algunos pequeños lujos, como comprarnos medias y zapatos
de tacón. Mi hermana había trabajado de modelo en el salón de Doña Severina,
pasando los diseños y modelos confeccionados en el taller. Justa tenía un tipo
estupendo y vestía con mucha clase. Cualquier cosa que se ponía le sentaba a las mil
maravillas.
Aquél invierno, llegaron instrucciones del Gobierno Vasco en el exilio que ordenaban
nuestro traslado a París. El 7 de Enero de 1938 subimos a un tren con destino a la
capital. En la estación nos despedimos de todos aquellos amigos que tanto nos habían
ayudado y con los que después de muchos años seguiríamos manteniendo contacto.
No sabíamos lo que nos deparaba el futuro. Cuando llegamos a París teníamos
instrucciones de ponernos en contacto con la colonia vasca en el exilio porque
necesitábamos buscar casa y trabajo. El alojamiento corría por cuenta del gobierno
francés que nos buscó un piso pequeñito que ellos llamaban apartamento en el mismo
centro de París, en la Rue Saint Honoré. No era difícil encontrar trabajo en Francia en
aquellos tiempos y al cabo de una semana yo estaba trabajando en cosmética
vendiendo productos de Gerlain en unos grandes almacenes en los Campos Elíseos.
No sabía nada del mundo del perfume pero en Francia y en especial en París, el culto
a la moda, el diseño y la estética es su sello de identidad. Los laboratorios estaban en
el mismo París y nuestros jefes controlaban las ventas de todos nuestros productos en
los almacenes y tiendas de la ciudad. Valoraban las opiniones de sus vendedores y
colaboradores y nos hacían partícipes de todos los eventos de interés para el negocio.
Empecé a visitar ferias de COSMÉTICA con GERLAIN. Gracias al gerente de la firma,
tuvimos la ocasión de poder ver un poco más de cerca el mundo de la Alta Costura.
Porque los franceses para esto del diseño y la estética, han sido gente muy lista y todo
lo han desarrollado conjuntamente. Mi hermana empezó a desfilar en las pasarelas de
moda de las casas de alta costura. Con 22 años estaba preciosa, tenía unas medidas
de vértigo y además desfilaba con mucha clase. En aquella época no existía el pret a
porter y las clientas adineradas frecuentaban los salones de las casas de moda para
conocer las tendencias y así realizar sus encargos de ropa.
Tuve la ocasión de conocer a Ernest Beaux, perfumista creador del mítico CHANEL
Nº 5 de la reconocida casa de modas COCO CHANEL.
En resumidas cuentas, éramos dos chicas españolas en París buscándonos la vida de
la mejor manera posible. Pero no era el momento de volver a casa. Ansiábamos tener
noticias de la familia y éstas llegaron con los peores augurios. En España las cosas
iban de mal en peor. Mi padre y mi hermano Estanis habían sido detenidos y acusados
de espionaje de guerra. Mi madre se había quedado sola con mi hermana Julia que
por entonces había tenido un bebé y lo único que podíamos hacer era enviarles dinero
Éramos más útiles en Francia porque con nuestros sueldos podíamos mantener a la
familia que se había quedado en España.
Al comienzo de la guerra mi hermano estaba trabajando para la empresa británica del
cable submarino The Direct Spanish Telegraph. Hablaba inglés a la perfección aunque
nunca había pisado suelo británico. Le acusaron de enviar información secreta al
gobierno vasco en el exilio ayudado por los británicos. Nunca supimos lo que pudo
motivar tales sospechas pero mi padre terminó en la cárcel de Larrínaga y a mi
hermano lo mandaron a un penal en Cádiz, en El Puerto de Santa María.
Por el contrario nuestras vidas eran muy distintas. En París se vivía bien. Éramos
jóvenes y aunque echábamos de menos a nuestra familia, la vida resultaba fácil.
Nuestro francés mejoraba y gozábamos de las simpatías de los franceses que nos
habían acogió con gran generosidad.
El futuro nos sonreía porque mi posición laboral mejoró cuando pasé al laboratorio
donde ayudaba a los químicos cosmetólogos a elaborar los perfumes. Justa seguía
trabajando de modelo. Ganaba un dinero que nos venía muy bien pero no era un
salario fijo. Una mañana recibió una carta de la casa de modas Balenciaga. Aquél
mismo año Cristóbal Balenciaga había abierto su salón en el número 10 de la calle
George V. Le citaban para una entrevista de trabajo. Desde luego era una gran
oportunidad. Le gustaba el mundo de la moda. Sabía diseñar, cortar y coser. Cristóbal
Balenciaga había llegado a París en el año 1936 desde San Sebastián. Estaba
formando su equipo de trabajo y precisaba modistas. Ella se presentó a la entrevista
aunque no sabía quién era Balenciaga. Él mismo la entrevistó. Fue un auténtico
flechazo profesional. Pensó que simplemente conversaría con una modista a la que
evaluaría en conocimientos pero descubrió a una profesional que con los años fue su
fiel colaboradora hasta el final de sus días. La prueba consistía en montar un vestido
simplemente con un paño de tela y un busto. Ella lo había hecho cientos de veces en
el taller de la calle Henao. Ambos conocían la profesión. Él era sastre y había
aprendido a coser en su casa de Guetaria con su madre y sus tías. Ella, en los talleres
de Doña Severina Aguirrezabal, conocía el oficio y los gustos de la clientela. Fue una
relación profesional y de amistad de casi 40 años. Compartían su pasión por la moda y
eran unos perfeccionistas. Les obsesionaba el trabajo bien hecho.
Nadie ha revelado este dato hasta la fecha, pero el vestido de novia de Fabiola de
Bélgica fue realizado en los talleres de la casa Balenciaga bajo la supervisión de
Cristóbal Balenciaga y Justa Castillo. Los detalles de visón blanco que adornaban el
vestido fueron idea de mi hermana. La boda se celebró el 15 de Diciembre de 1960 y
los adornos de piel en el vestido fueron todo un acierto. No he visto un vestido de
novia más maravilloso que el que lució la reina Fabiola de Bélgica.
George Laffite, responsable creativo de la empresa en la que yo trabajaba, me pidió
que le presentara a mi hermana y comenzó a cortejarla, se enamoraron y un año
después se casaron.
Como os podéis imaginar mi hermana se quedó a vivir en Francia, pero todos los años
cuando su trabajo se lo permitía, volvía a Bilbao para ver a la familia. Justa continuó
trabajando junto a uno de los hombres que ha llevado el concepto del vestir al grado
de la excelencia. Su vida personal y profesional no pudo ser más completa. Por
supuesto su vestido de novia fue confeccionado en la casa Balenciaga.
En 1994 la Asociación Promotora de la Fundación Cristóbal Balenciaga presidida por
un alumno aventajado del Sr. Balenciaga; Hubert de Givenchy, se puso en contacto
con mi hermana. Se conocían muy bien. Habían trabajado juntos. Existía un proyecto
de construcción del MUSEO BALENCIAGA en Guetaria. Le pedían consejo y
referencias del maestro. Aunque ella ya estaba retirada del mundo de la moda y
residía largas temporadas en su Bilbao natal, se prestó encantada. Tenía 81 años y
conservaba el estilo y la prestancia que le había caracterizado a pesar del paso del
tiempo. Incluso en su armario guardaba ropa confeccionada en el taller y que años
más tarde fue donada para la colección permanente del museo.
Se inauguró el 7 en Junio de 2011. Mi hermana no tuvo ocasión de poder disfrutarlo.
Había fallecido dos años antes a la edad de 96 años. Y aunque el museo es un
homenaje a un hombre genial, también representa un tributo a todos aquellos
colaboradores que con tanta dedicación y profesionalidad trabajaron junto al maestro.
Las noticias de España empezaron a llegar con más asiduidad y cada vez eran
mejores. A principios de 1940 liberaron a mi padre pero mi hermano Estanis continuó
preso por un año más en el penal del Puerto de Santa María.
Yo seguía en Francia por aquella época pero era consciente de que mi familia me
necesitaba más que nunca y que debía volver a Bilbao para ayudarles. La guerra
había terminado y las circunstancias políticas habían cambiado de forma radical. El
Gobierno Vasco tuvo que permanecer en el exilio. Algunos amigos de nuestra familia
no pudieron volver a España y otros no lo deseaban. Se marcharon a otras tierras
pensando que encontrarían una vida mejor con la esperanza de vivir en un mundo
más libre.
Mi vuelta a casa supuso grandes sacrificios para mí. Mi hermana ya casada y viviendo
en Francia, no tenía intención de retornar. Su vida estaba en su casa y con su marido.
Deje un trabajo que me reportaba satisfacción e independencia y muy buenos amigos.
Pero mi obligación era volver a España con los míos porque me necesitaban.
La noche del 10 de abril de 1940 tomé el tren en la Gare de Montparnasse en
dirección a Hendaya. Llegué a Bilbao el día 12. Mis padres y mi hermana Julia me
esperaban en la estación del Norte. Me marché de Bilbao con 18 años y volvía con 21.
Solo habían pasado tres años pero la guerra había dejado una profunda huella en mis
padres. Parecían dos ancianos. Además mi padre había contraído una enfermedad
pulmonar en la cárcel que resultó crónica hasta su muerte. Mi hermana Julia se había
separado de su marido y con un hijo de tres años y mis padres vivían todos juntos en
la casa familiar.
Necesitaba encontrar un trabajo que me permitiera mantener a la familia. Por aquella
época la fábrica de Martini & Rossi en Alameda de Urquijo, cerca de la Plaza de
Arriquibar estaba buscando mano de obra para la cadena de embotellado. Las oficinas
comerciales y administrativas también estaban en el mismo edificio.
El trabajo era muy duro y debíamos limpiar las botellas de vidrio que por entonces se
reutilizaban. Había unas pozas de agua helada y con unos cepillos frotábamos y
lavábamos los botellines. En muchas ocasiones no sentía las manos pero los italianos
pagaban bien y el dinero nos hacía mucha falta. Mi experiencia en Francia trabajando
con material de laboratorio sumamente delicado me facilitó el traslado a las oficinas
para realizar los controles de calidad que en aquella época se hacían tomando
muestras de los líquidos para el consumo y testándolos en un laboratorio de la fábrica.
Los jefes venían directamente de Italia. El gobierno de Franco había permitido la
entrada de empresas extranjeras afines a su política dictatorial. La posguerra española
fue durísima para todos los que sobrevivimos a la guerra y trabajábamos para comer.
Esa era nuestra única preocupación. Además la escasez de alimentos provocó un
comercio de estraperlo que nos obligaba a conseguir comida a unos precios
desorbitados. Teníamos la comida racionada y no disponíamos de alimentos de
primera necesidad.
La vida en la ciudad estaba volviendo a la normalidad. Nos fuimos a vivir a la calle
Licenciado Poza nº 36. Eran unas viviendas que hasta tenían cuarto de baño con
bañera y todo. Cuatro habitaciones un comedor de diario y cocina. Ésta daba a un
patio de manzana enorme donde la luz entraba a raudales.
El trabajo no me maravillaba pero no había otra cosa. Una mañana el jefe de
contabilidad, el Sr. De Luca, me mandó pasar a recoger unos libros de contabilidad
que en aquella época se encuadernaban para mandarlos a la central de Pessione, en
Turín. La encuadernación estaba ubicada en el número 12 de la calle Ledesma,
Encuadernaciones Pellanne. Entré en un taller destartalado a pie de calle y salió un
joven bien parecido al que pregunté por el encargo. Me lo entregó, pagué y cuando me
estaba marchando, me soltó una lindeza tal, que no pude por menos que ruborizarme.
Aquella misma tarde a la salida del trabajo, aquél joven que me había atendido en la
encuadernación estaba plantado como un poste en la acera de enfrente. Disimulé
haciendo como que no le había visto y me encaminé hacia Alameda Recalde para
dirigirme a mi casa en Licenciado Poza. Observé por el rabillo del ojo que me seguía y
me empecé a preocupar. Llegando al portal de mi casa tuve que detenerme para sacar
las llaves y en aquel momento me abordó. De manera muy educada se presentó; me
dijo que se llamaba Antonio Pellanne y que si le daba permiso para que me fuera a
buscar al trabajo de vez en cuando y así acompañarme a mi casa.
Estaba desconcertada, era un hombre atractivo y de maneras educadas pero no le
conocía de nada. Me contó que se había tomado la libertad de llamar a la empresa
para preguntar por la persona que había pasado a recoger el encargo de libros pero
que no le habían proporcionado ningún tipo de información. Ni corto ni perezoso, se
presentó a la puerta de la fábrica al final de la jornada y así poder presentarse.
Todos los días durante las semanas siguientes estaba esperándome en la calle
cuando yo salía de trabajar y así con el paso del tiempo nos fuimos conociendo. Me
contaba como era su trabajo, sus aficiones. No le gustaba el fútbol y era un gran
aficionado a la ópera. Lamentablemente hacía tiempo que no se representaban óperas
en Bilbao porque las circunstancias no lo permitían. El domingo me venía a buscar a
mi casa para dar un paseo, Gran Vía arriba y Gran Vía abajo. Paseábamos mucho
porque además de ser muy sano, era muy barato.
Poco tiempo después lo presenté a mis padres y al cabo de tres meses nos casamos.
No había dinero para grandes celebraciones y no queríamos esperar. Me casé con un
vestido negro y una mantilla que era de mi madre y Antonio con el traje de los
domingos. No teníamos dinero ni para comprar unas alianzas de oro así que con unas
de plata nos tuvimos que arreglar y celebramos nuestra boda en la iglesia de la
Encarnación de Atxuri. Pasamos un fin de semana en Pamplona. Ese fue nuestro viaje
de novios. El lunes me incorporaba a trabajar con mi marido al taller de
encuadernación de la calle Ledesma.
Vivimos juntos más de 50 años. Estuve casada con un hombre magnifico y trabajador.
Buen padre y generoso con todos. Su familia era lo primero. Fumaba y trabajaba
demasiado y siempre se lamentaba de haber nacido demasiado pronto. Le gustaba la
ingeniería y la mecánica. Nunca pudo estudiar porque en su casa no había medios
para ello pero fue un autodidacta genial. Gran dibujante y un artesano de primera. Los
mejores libros encuadernados salían de su taller. Recuerdo que renombradas notarías
de Madrid realizaban los pedidos para encuadernar sus Aranzadi. Enviábamos a
oficiales encuadernadores a las propias notarías porque los libros no podían salir de
los despachos. Fue un trabajador incansable y un perfeccionista enfermizo.
He trabajado toda mi vida y nunca me he arrepentido de las decisiones tomadas. Si
me hubiera quedado en Francia, quizás hubiera conseguido un mayor éxito profesional
como le ocurrió a mi hermana Justa, pero no tengo la menor duda de que salí ganando
en el terreno personal.
Pertenecimos a una generación perdida por una guerra cruel que nos robó nuestros
mejores años pero que nos hizo muy fuertes. He vivido intensamente y he sido muy
feliz con los míos.
“La vida a veces duele, a veces cansa, a veces hiere. Ésta no es perfecta, no es
coherente, no es fácil, no es eterna pero a pesar de todo “LA VIDA ES BELLA”
(Roberto Benigni)
Este relato está basado en hechos reales. Procede de las historias que mi bisabuela
Flora le contó a mi madre. Ella me ha facilitado los datos y yo he contado la historia.
Patricia Hernández Flor. 4º ESO
Colegio Esclavas del S. C. – Fátima. Bilbao
CARTAS A BAKARY
21-09-15
CARTA DE PRESENTACIÓN
Te preguntarás quien soy y el porqué de esta carta, te responderé a la segunda
pregunta porque no creo que la primera importe demasiado. Acaba de empezar el
curso, y en el colegio nos han mandado un trabajo que consiste en escribir cartas a
alguien que creamos que se sienta solo, para contar nuestra experiencia al acabar el
último trimestre. La mayoría de los niños de mi clase han escogido a gente de su
entorno con problemas, otros, a personas mayores que se encuentran en asilos, y el
resto, o no se deciden, o lo consideran una pérdida de tiempo. Yo sin embargo he
decidido ser un poco más original, y por eso te escribo a ti Bakary, debes sentirte muy
solo, estar encerrado hasta el día de tu muerte en una celda no debe ser muy
agradable. Te he elegido frente al resto de los presos por dos cosas: la primera porque
tu familia materna es mexicana, por lo que entiendes español a la perfección, y tengo
que decir que en una prisión de Gambia no es fácil encontrar a alguien que hable este
idioma; y la segunda, que me ha hecho ver que eres la persona idónea para recibir
estas cartas es que cuando te vi en la foto, ahí sonriente, no me importó ni el crimen
que hubieses cometido, ni la fecha de tu condena. Estabas feliz, afrontabas tu destino,
o por lo menos eso parecía. Bakary Salek, el único preso de todos capaz de sonreír.
Espero que mis cartas te ayuden a pasar un buen rato, te mandaré la próxima lo antes
posible.
Pd: sigue sonriendo.
08-10-15
UN PRESO CON CORAZÓN
Hasta ahora solo sabía tu nombre, pero esta semana he estado buscando información
sobre ti, el crimen que te llevó a prisión, tu vida antes de entrar en la celda... Según
algunas biografías que he leído naciste en un pueblo de Gambia, ya que tu familia
paterna es de allí, tuviste una infancia tranquila, sin muchos problemas. Ya más
mayor, debido a los problemas económicos de tus padres, te fuiste al norte del país
con el fin de encontrar trabajo, a los veintitrés años fuiste a algunos países africanos,
como Níger, que eran todavía más pobres que el tuyo para ayudar a huérfanos y a
personas que vivían en una pobreza extrema. Resumidamente: dedicaste tu vida a los
demás. Te condenaron al corredor de la muerte hace tan solo cuatro meses por el
asesinato de un hombre en un mercado, esa es la única información que hay sobre tu
condena por lo que no sé ni por qué lo hiciste ni si tus intenciones eran las de matarle.
Que seas culpable o no me trae sin cuidado, considero que ya hay mucha gente que
te trata como una persona espantosa solo por estar en una celda, pero yo estoy
segura de que las personas espantosas no dedican su vida a los demás. Al parecer
falta poco para que den la fecha de tu ejecución, eso debe ser duro, saber el día que
vas a morir, hasta entonces no te preocupes, que mis cartas te seguirán llegando.
Pd: sigue pasando tu luz.
13-12-15
MISIONES
Siento haber estado tanto tiempo sin escribirte, los exámenes no me dejan ni respirar,
aun así he conseguido sacar un rato para escribirte. Ya se ha dado con exactitud la
fecha de tu ejecución, el 5 de junio del año que viene, aún me queda tiempo para
seguir comunicándome contigo, eso me alegra.
Esta semana en clase de religión hemos estado hablando de las misiones, lo que me
ha hecho acordarme de ti, tú fuiste a Níger, no debió ser nada fácil; y yo, que vivo en
un país desarrollado y con una familia sin problemas de por medio, estoy todo el rato
pensando solo en mí. Me propongo ayudar como tú lo hiciste, empezando por mi
familia y compañeros de clase, y, si el futuro me lo permite, yéndome a otro país
subdesarrollado. Para mí eres todo un ejemplo.
Pd: la Navidad se acerca, mi mejor regalo sería una carta tuya, aunque sé que eso no
es posible.
23-01-16
¿AMIGOS?
Feliz año nuevo Bakary. Es la primera vez que te escribo este año, y como no he
recibido ninguna carta tuya (ya sé que es porque en la prisión no os dejan) me voy a
tomar la libertad de llamarte Baku, en una autobiografía que he leído, dices que tu
familia y amigos más cercanos te llaman así, y que eso te gusta porque te recuerda a
tu pueblo de origen, donde todos os conocíais. De modo que, Baku, te considero mi
amigo, espero que tú también pienses lo mismo. Me has enseñado muchas cosas sin
ni siquiera haberte conocido. Un hombre condenado al corredor de la muerte que ha
hecho más bien que cualquiera que esté libre, tiene gracia.
Pd: no sabes lo que me ha costado traducir tu autobiografía, que por si no lo recuerdas
está escrita en wólof.
19-03-16
PLANES DE VIDA
Sigo sin creerme que alguien como tú haya acabado en prisión. No te voy a mentir, a
pesar de todo lo bueno que has hecho, no se me olvida que has cometido un crimen,
quisiera saber por qué lo hiciste, pero como eso no es posible, me limitaré a contarte
mis planes para el futuro. Se podría decir que hoy en clase de historia he hecho de
todo menos prestar atención, de todos modos no considero que haya perdido el
tiempo. He estado pensando en ti Baku, en tu vida, yo quiero ser como tú, no quiero
limitarme a tener una vida dedicada solo a mí y a mi familia ignorando como millones
de personas se mueren de hambre. Me propongo ir de misiones a Níger, al Congo, y a
todas los rincones que la vida me permita; y todo lo haré pensando en ti, que me has
enseñado a dar lo mejor de mí solo con tu propia historia.
Pd: da siempre lo mejor de ti.
30-05-16
CARTA DE DESPEDIDA
Ya han pasado ocho meses desde que te escribí la primera carta, parece mentira.
Quiero que sepas que no me arrepiento de haberte escrito, tengo una muy buena
experiencia que contar. No te preocupes Baku, sé que falta poco para el 5 de junio, si
estuviese en mi mano haría todo lo posible por eliminar ese día del calendario, pero
vete tranquilo, has dado lo mejor de ti y además me has ayudado a mí a conseguirlo.
No se me ocurre otra cosa que darte las gracias. Estos días he estado ayudando más
en casa y he colaborado en una campaña solidaria organizada por el colegio, por algo
se empieza ¿no? Y es que poco a poco y paso a paso entre todos podemos lograr un
mundo mejor. Creo que después de tanto tiempo mereces saber al menos quien soy,
me llamo Victoria y tengo dieciséis años, soy una chica que ha necesitado leerse la
biografía de un preso para darse cuenta de lo importante que es dar lo mejor de uno
mismo, así que a todo el que me escuche: todos podemos dar lo mejor de nosotros
mismos, todos podemos ser Bakary.
Pd: no me cansaré de decirlo: GRACIAS.
04-06-16
LA CARTA JAMÁS ENVIADA
Hola Victoria, aquí te doy tu regalo de Navidad, aunque un poco con retraso, no sabes
lo que me gustaría que leyeses esta carta, pero sé que no va a salir de las cuatro
paredes que cubren mi celda. Aun así voy a imaginar por un momento que te llega
esta carta, eso me tranquiliza. Quiero que sepas que el asesinato en el mercado no
fue un incidente, disparé a ese hombre porque había estado amenazando a mi familia,
no debí hacerlo pero ya no hay vuelta atrás. Pensé que mi vida no valía nada, pero tus
cartas me han ayudado tanto a distraerme, como a sentirme mejor. Yo también te
tengo que dar las gracias Victoria, pero ya es hora de dejar de escribir cartas que
nunca se enviarán.
Pd: yo siempre seré Baku para ti.
Sonsoles Ruiz Manrique. 3º ESO
Colegio San José. Cádiz
PASA TU LUZ
La nota que había encontrado Clary decía:
“Ahora te toca a ti. Pasa tu luz.”
-No lo sé, Clary. Es muy raro. Quiero decir, pides un deseo a una estrella fugaz,
se cumple y al día siguiente aparece esta nota pegada a tu ventana. ¿Y si es
de un chiflado que quiere asustarte? O de Dylan. Ya sabes que siempre quiere
asustarte y gastarte bromas.
Clarissa, más conocida como Clary, y su mejor amiga Olivia iban por el centro
comercial hablando de lo que le había pasado a Clary.
-Ya te lo he dicho Olivia. Ayer por la noche fui a la playa con mis primos porque
había lluvia de estrellas, ya sabes. Nos llevamos toda la noche esperando y
cuando por fin apareció una, pedí mi deseo: ese libro que vi en la papelería de
enfrente de mi casa y que nadie quería comprármelo. Cuando me he
despertado esta mañana el libro estaba en mi mesita y pegada a la ventana de
al lado del escritorio, esa nota. Ya está.
Ambas chicas se sentaron en la terraza de su heladería favorita y pidieron lo de
siempre. Vistas desde lejos, no se parecían en nada. Y si las conocías mejor,
menos todavía.
Clary es una chica larguirucha y delgada, de melena pelirroja y rizada, la cual
casi siempre se resiste a un buen peinado. Tiene los ojos verdes y la cara llena
de pecas. Es una chica muy simple que prefiere quedarse en casa leyendo un
libro a irse de fiesta. Lo cual es el caso contrario a Olivia. Rubia, pelo
totalmente liso, chica esbelta y con mucha clase. Cara perfectamente
maquillada y sin una peca. Lo único que envidia de Clary son sus ojos, ya que
los suyos son marrones. Puede que prefiera ir de fiesta y estar siempre a la
última, pero es la mejor amiga de Clary desde los 6 años y teniendo en cuenta
que ahora tienen 16, son muchos años de amistad.
-¿Sabes qué, pelirroja? Yo digo que nos olvidemos del tema y disfrutemos del
helado. Al fin y al cabo, cuando menos nos lo esperemos, estamos de vuelta al
instituto. ¡Por lo menos es nuestro último año! – Olivia podía llegar a ser un
poco bipolar.
“Estrella Alexia, a 5.000 años luz de la Tierra”
“Esta noche volveremos a ser visibles en la Tierra, lo que quiere decir que
volverán a llegar más deseos. Esta mañana debería de haberos llegado una
persona a la que adjudicarle el deseo para que “pase su luz”. Debéis
comunicaros con vuestro humano o humana y decirle lo que debe hacer.
Buenos días y a trabajar.”
El comunicado sonó por todo el recinto y después de escuchar atento, Luka se
levantó de su asiento y se fue corriendo hacia la cabina para hacer
comunicados, Ahí había ya una gran cola y se puso el último para esperar su
turno.
Luka, y todos los que había allí, no eran del todo humanos. Es decir, habían
sido humanos, pero en vez de haberse quedado donde se supone que se
queda alguien cuando muere les destinaron a una “estrella fugaz” y ellos
aceptaron. Luka tenía el aspecto de un chico de 16 años de pelo liso y algo
largo, marrón, y ojos marrones. Había muerto a los 16 pero allí en la estrella no
se envejece ni se cambia de ninguna manera, así que todos los de allí tenían el
aspecto y la edad de cuando murieron. Su trabajo era recoger deseos de los
humanos, guardarlos en la computadora donde los guardaban y comunicarle al
humano asignado para “pasar su luz” el deseo y la persona a la que debería
ayudar.
-Hey Luka, ¿a quién te han asignado esta vez? – Era Maia, una chica de unos
12 años de pelo negro y ojos verdes.
-Emm, hola Maia. A una tal Clarissa Eaton, 16 años, de Chicago.
“Planeta Tierra”
-¡Ya estoy en casa mamá! Oh espera, que te has ido de viaje con tu nuevo
novio y me has dejado sola. Perfecto -. Clary cerró la puerta de su casa, subió
a su cuarto y se tumbó en la cama a leer su libro nuevo. Otra vez más dudas
sobre la nota. Las consiguió apartar de su cabeza y siguió leyendo.
El reloj de su mesita dio las seis y treinta y siete y una forma humana se
materializó delante de la cama de Clary, haciendo que ésta diera un salto y
pegara un grito.
-¡Eh, tranquila, tranquila! Eres Clarissa Eaton ¿verdad? 16 años. Pediste un
libro como deseo la noche pasada, ¿no? Oh, mira, si lo tienes ahí Emm, muy
bien, muy bien. Emm, ¿te está gustando? Yo, ah, vale, sí, esto… Bien. Estoy
nervioso ¿vale? No me juzgues, por favor.
-Yaaaa… Vale, vale. A ver, tú sabes mi nombre, aunque no sé cómo, pero yo no
sé el tuyo. Así que ¿cómo te llamas?
-Oh, eh, Luka. Me llamo Luka.
-Bien. Y ¿de dónde vienes? ¿Qué es lo que quieres? ¿Cómo sabes todo eso
de mí? ¿Es esto una broma de Olivia o algo así? ¿Te ha llamado ella? Porque
si es así que sepas que no tiene ninguna gracia.
-Hey, hey, ahora eres tú la que se tiene que tranquilizar ¿eh? Vale, a ver. Vengo
de la Estrella Alexia, aquella a la que le pediste el deseo ayer por la noche, ¿lo
recuerdas? Se supone que cuando alguien pide un deseo a la estrella su
nombre se queda grabado y su deseo va encargado a otra persona que
anteriormente pidió un deseo. A eso lo llamamos “pasar tu luz”, porque estás
haciendo feliz a otra persona, estás pasando tu luz. ¿Lo pillas? Bien, tu nombre
quedó grabado anoche y yo soy el encargado de comunicarte el deseo que te
toca realizar esta noche y llevarte donde sea necesario para que lo cumplas.
¿Algo más?
-Sí, ¿Qué eres tú?
-Oh. Soy una persona que ha muerto. Bueno, soy el aspecto de esa persona
antes de morir. Me destinaron a esa estrella porque quería ayudar a la gente.
-Vaya. ¿Y cómo falleciste?
-Accidente de coche. Por suerte mis padres y mi hermana pequeña
sobrevivieron.
-Lo siento. ¿Qué deseo me ha tocado?
-Te lo diré esta noche a las doce y veinte.
Tras eso, el chico desapareció y Clary se quedó mirando al lugar donde había
estado, intentando decidir si todo había sido producto de su imaginación o
había sido real.
-Lo tendré que descubrir esta noche.
“00:18”
-Vale. Chaquetón, sí. Linterna, sí. Tenis, sí. Móvil, sí. Creo que no me olvido
nada. Pues a esperar.
Clary se había duchado, había cenado y había preparado todo lo que creía que
le iba a ser necesario. Puede que un chaquetón sonara raro teniendo en cuenta
que era finales de agosto, pero Clary era muy friolera y esa noche hacía
fresquillo.
A las doce y veinte justas, Luka volvió a aparecer delante de Clary. Esta vez,
solo dio un pequeño salto, pero le dijo:
-Tendrías que dejar de hacer eso o acabarás matándome y no podré “pasar mi
luz”, ¿sabes?
-Lo siento. Vale. Te ha tocado un tal Marcus Fray, 57 años. El verano pasado
perdió a su mujer. Tenía cáncer. Ha pe-Espera, espera. ¿No habrá pedido que vuelva de entre los muertos o algo así
verdad? Porque yo no pienso hacer una invocación. Ni de broma.
-No, no -. Luka soltó una pequeña carcajada -. Quiere un colgante con una foto
de ellos dos que perdió poco después de que ella falleciera. Ya lo tenemos -.
Se sacó un colgante muy bonito del bolsillo del pantalón -. Nos vamos a
Australia.
Acto seguido todo se volvió negro. Cuando Clary abrió los ojos, estaba en una
habitación muy bonita y cuando fue a dar un paso tropezó con la mesita de
noche, haciendo que Marcus diese un ronquido y se girase, pero no llegó a
despertarse. Luka le echó una mirada bastante acusadora. Clary se encogió de
hombros.
Se dio la vuelta, dejó el colgante en la mesita, y cogió una pequeña nota que
tenía en el bolsillo de su chaquetón. La pegó en la ventana, se acercó a Marcus
y le susurró: “Lo siento. A lo mejor ella está en una estrella. Quién sabe”.
Cuando se iba a dar la vuelta para avisar a Luka, todo volvió a ser negro.
Abrió sus ojos y volvía a estar en su habitación. Se dio la vuelta y le dijo a
Luka:
-Gracias. Ahora me siento mejor. Si alguna vez me destinan a una estrella
cuando muera, pediré que me manden a la tuya. Me caes bien.
-También me caes bien. Y me aseguraré de que te envíen a la mía. Ahora
duerme. Debes de estar muy cansada.
Luka desapareció y Clary se echó en la cama, quedándose dormida
instantáneamente. Mientras, lejos, muy lejos de allí, Marcus se despertaba, y lo
primero que veía era ese colgante que tanto anhelaba. Lo abrió con los ojos
llorosos y cuando levantó la vista, vio pegada en la ventana una nota que
decía:
“Ahora te toca a ti. Pasa tu luz.”
Erika Martínez Rodríguez. 3º ESO
Colegio Nuestra Señora de Lourdes. El Puerto de Santa María (Cádiz)
PASA TU LUZ
Hace un día nublado y con amenazas de lluvia, estoy solo en la calle y lo único que
veo son chaquetones de colores que pasan a mi lado sin ni siquiera alzar la vista. De
repente, empieza a llover como si de una tormenta se tratara, no tengo ningún objeto
que me resguarde, por lo que empiezo a correr buscando cobijo. Consigo encontrar
una cornisa lo suficientemente grande como para cubrirme, pero el agua cae de lado y
me llega hasta la cintura. Estoy tiritando y chasqueando los dientes cuando una débil
voz me sugiere que me cubra con su paraguas, yo acepto sin dilación y me cubro a
toda prisa. Llevamos un rato caminando cuando me fijo por primera vez de quien se
trata. Es una mujer mayor, muy mayor, tiene el pelo canoso y corto, de piel pálida,
pero de una expresión sonriente y cálida, es de estatura baja y está muy delgada. Me
suena mucho su cara, pero no recuerdo quien es. Le pregunto por su nombre y me
responde que se llama Claudia… ¡Claudia! Ya sé quién es, es la mujer que tenía una
tienda de sombreros en la plaza del barrio, pero que cerró hace años. Conversamos
de que hacemos aquí, ella me comenta que va a hacer la compra, también me
comenta que al ser tan mayor y tener problemas de espalda, tiene que hacer varios
viajes desde el supermercado hasta su casa. Al escuchar esto me siento algo confuso
y le pregunto por sus hijos, su reacción es cuanto menos triste. Me cuenta que tiene
tres hijos, y que el que se “preocupa” más de ella viene cada dos meses. Se me
encoge el corazón y lo primero que siento es furia, pero acto seguido tristeza. Después
de esto pasan algunos minutos de silencio y decido romper el hielo afirmándole que la
voy a ayudar a hacer la compra, su primera reacción es de negativa, pero consigo
convencerla. Al final del día me siento mejor que de costumbre, seguramente por
haber ayudado a Claudia, pero siento un vacío y decido pensar en qué hacer para
ayudarla. Se me ocurren muchas ideas, pero todas descabelladas, pero al fin
encuentro algo que me puede servir.
Hoy es Nochebuena y Claudia lo único que hace es pensar y pensar en su marido,
aquel hombre mayor regordete que era tan cariñoso con todo el mundo y a los niños
nos regalaba caramelos cada vez que nos veía. Por lo que piensa Claudia, es por lo
que piensan muchas personas mayores, en su media naranja. Lo que alguna vez fue
el día más feliz para ella, ahora es un infierno con el que tiene que cargar sola todos
los años. Hoy no es día de festejo para ella, por lo tanto intenta pasar este día como
uno normal. De camino al supermercado Claudia se encuentra con aquel joven que la
ayudó.
Le propongo acompañarla y me dice con una sonrisa forzada que está encantada. De
camino para allá conversamos de muchos temas, pero no sugerimos nada sobre la
Navidad. Llegamos al supermercado y mira con tristeza y nostalgia todos los
productos navideños, desde el árbol hasta las luces de colores. Me fijo que compró
prácticamente lo mismo que la última vez, absolutamente nada en especial. De vuelta
me atrevo a sacar el tema de la Navidad, y parece que he abierto una brecha que ha
intentado cerrar durante años. Hablo prácticamente yo solo, creo que ella no puede e
intento avivar un poco la cosa. Nada.
Llegamos al bloque y subimos las escaleras hasta el piso quinto. Claudia saca las
llaves y busca la correspondiente a su casa, las introduce, da dos vueltas a la llave y
entramos.
Lo que sucede a continuación es entre mágico e increíble. La idea que pensé fue la de
hacer una fiesta sorpresa a una persona que de verdad se lo merece, Claudia. Su
reacción es llevarse las manos a la boca y a continuación llorar desconsoladamente.
La abrazo y la llevo hasta el salón, donde hemos preparado entre los vecinos una
cena de nochebuena en condiciones. El resto fue maravilloso, cenamos hasta
hartarnos, cantamos villancicos y hasta bailamos, pero lo mejor fue ver tan feliz a una
persona que ha sufrido tanto.
Cuando terminamos, salí a la calle para ir a mi casa, y me di cuenta de que estaba
nevando, ¡Nevando!, hacía años que no nevada en nuestra localidad, llamé a los que
quedaban en su casa y todos miramos maravillados como caían lentamente los copos
de nieve… Y así fue como empecé a ayudar, como empecé a pasar mi luz.
Antonio Jesús Díaz Zarazúa. 3ºESO
Colegio María Medianera Universal. Jerez de la Frontera (Cádiz)
EL MEJOR REGALO
Un día más, me despierta el mismo ruido estridente y desagradable de todas las
mañanas. Mi cuerpo aún dormido logra ponerse en pie casi sin esfuerzo, todavía es
de noche y la habitación está envuelta en una nube oscura. Sorprendentemente, las
pequeñas líneas que forman mis ojos me permiten llegar al baño sin tropezar con
ningún objeto. Cierro la puerta y me preparo para ducharme.
Mi cuerpo entra en contacto con el agua transportándome al mundo oculto tras mis
pensamientos, el laberinto que me atrapa durante horas mientras intento huir del
gran monstruo que lo habita, un oso de un tamaño colosal con garras afiladas de
recuerdos dañinos, ojos color miedo y el pelo duro y mortal como el rencor.
Por suerte, termino de ducharme y consigo salir del misterioso mundo sin
ningún rasguño. Esta vez mi visita fue rápida y el oso no pudo atraparme. 3-2, voy
remontando.
Me visto rápidamente, cojo la mochila y salgo a la calle. Empieza a amanecer, un
pequeño rayo de luz alcanza mis ojos y me ciega durante unos instantes. Cuando
vuelvo a mi ser, ya he llegado a la puerta del instituto donde encuentro las caras largas
de siempre. A cinco metros de distancia puedo sentir sus miradas de desprecio
atravesándome el alma.
Giro la cara hacia un lado con indiferencia, pero entonces vuelve a aparecer el mundo.
El oso está cerca, oigo sus pensamientos, viene directo hacia mí. Yo me hago
pequeñita, me escondo tras un arbusto y cierro los ojos con fuerza intentando
desaparecer. Llegan a mi mente multitud de recuerdos bonitos con la gente que ahora
me odia y siento impotencia.
Suena el claxon de un coche, recupero el control de mi mente y noto mis mejillas
humedecidas, me veo reflejada en un charco del suelo, veo como caen por mi barbilla
pequeñas gotas inundadas de desesperación y sufrimiento.
Me seco la cara y entro en clase mostrando una falsa fuerza llena de inseguridad. Allí
me espera mi pupitre sucio y lleno de pintadas, junto a la vieja silla. Al asomarme
encuentro sobre la silla afiladas chinchetas, la gracia sin gracia de todas las semanas
(al menos esta vez no me pusieron pegamento), retiro los pequeños metales y me
dispongo a copiar los apuntes que dicta el profesor.
Las clases pasan volando y temo la llegada de la hora del recreo, mis manos
temblorosas se esconden bajo los bolsillos de mi sudadera, mis dedos empiezan a
jugar entre ellos, acaricio mi mano, me pongo y me quito los anillos, dibujo círculos
con los pulgares y froto las palmas de mis manos.
Escucho la campana, la suerte está echada, me dispongo a salir por la inmensa
puerta que da al patio, intento pensar en la clase de sociales: la Ilustración es un
movimiento intelectual propio de la Europa del siglo XVIII, surgido en Francia, yo
también soy inteligente, si hubiese nacido poco antes de esa época yo sería una
ilustrada reconocida. Está aquí de nuevo: viene un fuerte viento de soledad que vacía
mi alma.
Suenan ruidos de pisadas cerca de mí. Alzo la mirada y para mi sorpresa encuentro
ante mis pupilas un chico alto con la palabra seguridad plasmada en sus ojos. Oigo el
“hola” que sale de su boca, unas extrañas figuras de color perla se asoman lenta y
tímidamente tras las suaves nubes que forman sus labios.
Millones de hormiguitas recorren mi cuerpo del estómago a la cabeza provocándome
un inmenso cosquilleo. De forma inevitable, mis labios se estremecen. De pronto,
siento un cálido frío invernal en todo el cuerpo y el sentimiento de serenidad me
acelera ese misterioso botón rojo escondido tras las costillas, cerca de los pulmones,
colocado estratégicamente para sentir hasta el último aliento. Como si de un huracán
desorientado se tratase, desorganiza mis pensamientos más profundos y mis
sentimientos más sinceros.
Cuando quiero darme cuenta, tengo dibujada en mi rostro una sonrisa fruto de su
sonrisa. Vuelvo a mi mundo y todo ha cambiado, ya no hay oso, ha desaparecido, y el
laberinto se ha convertido en una llanura llena de flores que huelen a inocencia,
respiro felicidad y emoción.
•
¿Estás bien? Pareces triste.
Cierro la boca y recupero la expresión de la cara, tomo aire y cojo las fuerzas
necesarias para contestar a su pregunta.
•
Hola, sí, estoy bien, solo pensaba.
Se sienta a mi lado y mis manos empiezan a temblar de nuevo. Él me mira fijamente a
los ojos, parece no juzgarme y presta mucha atención a mis palabras. Hablamos
durante el recreo, intercambiamos teléfonos y nos despedimos. Estoy ilusionada.
Ahora más que nunca, voy y vuelvo a mi pequeño mundo, pero ya no me duele, me
siento a gusto y estoy tranquila. El pasillo se llena de luz intensa. Parecemos existir
solo él y yo.
Voy a casa y rápidamente me encierro en mi habitación. Al revisar mi teléfono móvil,
encuentro un mensaje suyo. “Hola, soy yo, Adrián, solo quería decirte que me has
parecido una chica estupenda y que me encantaría quedar contigo algún día”.
Empiezo a saltar en la cama, por fin tengo un amigo.
Ya ha pasado un año desde entonces, hoy he vuelto a ver a Adrián.
•
Hola Adrián
•
Hola Aída, ¿qué tal las navidades?
•
Genial, he ido a esquiar con mi familia y después de cincuenta caídas,
conseguí mantenerme en pie. Por cierto tengo un regalo para ti.
•
¿Sí? ¿Y qué es?
•
¿Recuerdas aquel día que nos conocimos?
•
Sí, claro que lo recuerdo.
•
Pues ese día me hiciste el mejor regalo del mundo: me dedicaste tu sonrisa
más sincera y sin saberlo hiciste que dejase atrás una época oscura de mi
vida. Por eso, yo quería agradecértelo con el regalo más valioso que he podido
descubrir en toda mi vida: te regalo mi tiempo, amor y cariño, te regalo mi
sinceridad y mis futuros recuerdos, te regalo mi amistad.
Claudia Rueda Olmedo. ESO II
Colegio Santa Rafaela María. Madrid
CARTA ENTRE DOS DESDICHADOS.
Conozco una historia de dos almas opuestas, de dos personas separadas
entre sí por varios kilómetros de distancia que a través de la tinta y el papel eran
capaces de hacer brotar las lágrimas, de alegrar los días grises, de endulzar la vida,
de conquistar imperios, naciones y de hacer sonreír al ser más mezquino y ruin.
Una de ellas, ajena al tiempo, podría pasarse días y días escribiendo con tal
de hacer callar a la voz del diablo y despojarse del dolor que le atormentaba.
Humilde y generosa, la bella Charlotte era víctima de una sociedad represora, había
perdido a sus padres a temprana edad y permanecía el resto de sus días aislada en
un mundo insolidario. Sin embargo, al apoderarse de una máquina de escribir,
transformaba el dolor en oro y podía transportarse a lugares de ensueño y a reinos
encantados cálidos y amables, habitados por honestos caballeros deseosos de
conquistar a damas esbeltas. La magia siempre estaba presente, era la mejor
manera que tenía de evadirse de sus problemas.
Un día recibió la carta de un extraño que firmaba bajo el nombre de Matthew.
Sorprendida de que alguien por fin se hubiera dignado a escribirle, la abrió y pudo
ver su contenido. Al terminar de leerla su corazón parecía mirarla con otros ojos.
Aquel desconocido caballero había oído hablar de ella, de sus hermosas historias y
de la miseria en la que vivía y le escribía con el propósito de poder deleitarse con
uno de sus relatos. Este señor, al parecer, también había sufrido las consecuencias
de vivir en una tierra hostil, donde el cariño y el apoyo brillan por su ausencia y
donde lo único que se recibe es indiferencia y rechazo.
Aún no daba crédito a lo que acababa de leer, ¡por fin una persona que no
había perdido la empatía! Todo esto le animó a escribir con más vigor que antes y
le ayudó a escribir historias más intimistas y reflexivas, más profundas y
elaboradas.
Decidió contarle su vida a través de pequeños relatos. Le habló de
campesinos que trabajaban con el propósito de encontrar algo que llevarse a la boca
y cuyos cultivos nunca daban fruto. Plasmó también la muerte de sus familiares en
forma de crueles enfermedades causadas por sus lamentables condiciones de vida.
Se definió a sí misma como un ser “especial” que permanecía invisible ante los ojos
de todos los hombres y mujeres, los cuales no le brindaron ninguna muestra de
apoyo… Y todo ello camuflado bajo palabras grandilocuentes y una malintencionada
ironía, donde vestía de finísimos y delicados ropajes a los ciudadanos más ricos (que
curiosamente eran los más insolidarios).
Satisfecha con lo que había escrito, le envió la carta a Matthew con la
esperanza de obtener respuesta. Lo que ella no imaginaba es que ese fuera el
comienzo de una bonita amistad. Así, ella le escribía y él le respondía cubriéndola
de elogios. El tiempo no pasaba por ellos, que se hallaban involucrados en una
dimensión fascinante e inmutable donde las penas ya no hacían mella en su moral.
Llegaron a un extremo en el que cada uno de ellos lo sabía todo sobre el otro: sus
aficiones, inseguridades, secretos íntimos, recuerdos del pasado… Era
extraordinario poder hablar con alguien que tuviera tantas cosas en común con ella
y poder escribirle historias cada día. Pero todos sabemos que lo bueno es efímero.
Pasaron ya varios años, y Charlotte ya no era la joven entusiasta del pasado.
Una enfermedad se había apoderado de ella y parecía que eso le iba a afectar en
su relación con su querido amigo Matthew. Como la esperanza es lo último que se
pierde, le dedicó el más lírico de sus relatos, cargado de una belleza y humanidad
sobrecogedoras. Quería demostrarle que incluso cuando todo parece perdido,
siempre tendremos algo o alguien que nos sacará de las pesadillas más oscuras.
Palabra por palabra, frase por frase, logró por fin terminar su historia. Le pedía a
Matthew que acudiera a su casa, que la protegiera, que la acompañara el resto de
sus días, pues su rostro ya empezaba a mostrar síntomas de agotamiento. La vida
se estaba apagando, ya no daba más de sí y deseaba con todas sus fuerzas tenerlo
a su lado para poder continuar escribiendo, ya que era lo único que la mantenía
despierta, abierta al mundo. Metió la carta cuidadosamente en el sobre y se limitó a
enviarla. Se sentó en la silla de madera que adornaba su habitación en espera de su
visita. Mientras tanto, agarró con fuerza la pluma y escribió sobre un papel: “Gracias
por iluminar mis días y mis noches. Gracias por todos estos años juntos, porque
aunque no nos veamos cara a cara, he podido ver la belleza que hay en tu corazón.
Mi vida no ha sido como yo hubiera planeado y lamentablemente no sé si podré
conocerte en persona, mi delicado estado de salud me hace tener serias dudas al
respecto. Pronto abandonaré este mundo, pero recuerda que si algún día vienes a
esta humilde casa y lees esto que nunca te olvidaré. Las personas buenas nunca se
olvidan y sin embargo son las primeras en partir. Gracias de todo corazón por ser mi
único amigo.”
Y tras escribir la última frase, se desplomó sobre el escritorio.
Pasaron los días y por fin Matthew recibió la carta que solicitaba su visita a la
casa de Charlotte. Entusiasmado por conocer en persona a la mujer que tantos
años le había amenizado su dolorosa existencia, cerró la puerta de su habitación,
cogió el dinero que había estado ahorrando para cualquier cosa que pudiera pasar y
abandonó su casa. Se hallaba entonces paseando bajo las calles más sucias de
Londres pero él no perdía la esperanza de reunirse con ella. Aunque en su pelo ya
se podían ver los primeros síntomas de vejez, corrió lo más rápido posible, llegó al
aeropuerto y pudo coger el avión que tenía como destino la maravillosa París, ciudad
donde vivía Charlotte. Aunque el viaje fue largo, por fin consiguió su cometido y
siguiendo las indicaciones que le daba Charlotte en la carta, llegó a su casa. A
simple vista, la estética era lamentable, desentonaba mucho en una ciudad como
París, pero aun así entró en la casa, subió las escaleras que conducían a su
habitación y al abrir la puerta encontró el cuerpo sin vida de Charlotte. Matthew no
podía creer que aquella persona que en su día le escribía maravillosas historias
estuviera allí, sin vida. Se acercó a ella y vio que había un sobre que descansaba
solo, en la mesa del escritorio. Lo abrió y lo leyó y justamente al terminar las
lágrimas empezaron a cubrir su rostro. La besó, abandonó la habitación y mientras
miraba al cielo gritó. “Gracias a ti por ser mi luz”. Y, así, tristemente se marchó,
dejando a la persona con la que tantos momentos había compartido y que le había
iluminado el resto de sus días. “Las buenas personas son las primeras en partir”,
concluyó.
María Marín Pérez. 4º ESO
Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Madrid
PLANETA ARTE
“Érase una vez un pequeño planeta, de una lejana galaxia, en otro universo, a dos o
tres eternidades de la Tierra. Sus habitantes, lejos de ser unos despiadados,
codiciosos y crueles humanos, eran la viva imagen del amor. Allí no existía el odio, ni
la violencia, ni las desigualdades, ni la esclavitud... No hacían falta normas, ni leyes,
tampoco patrias o fronteras. No había ejércitos ni armas, puesto que por encima de
todo se hallaba el amor hacia una bandera carente de asta, tela o distintivo: La
libertad.
Este curioso planeta escondía tras de sí una peculiar característica. Para que el
mundo no parase de latir, de girar, para que no se convirtiera en unas ruinas asoladas
por las guerras; brillaba con grandeza en lo alto del cielo una gran estrella, que daba
luz al planeta evitando que se sumiese en la oscuridad. Pero esta estrella debía ser
alimentada cada día por los propios habitantes del planeta.
El arte era el combustible de aquella estrella. Sí, el arte. Cada verso, cada nota, cada
acorde... poemas y canciones movían el planeta. Desde las sosegadas palabras de
Neruda, los fulminantes ‘te quiero’ de Benedetti que ‘no se rinde, no cede’. La rasgada
voz de Sabina y los acordes de su cínica guitarra saliendo a galopar como versos de
Alberti. Todo era arte en aquel lugar. Las miradas de enamorados se entrecruzaban,
mirando fijamente al alma y no a un cuerpo como objeto. No es que las cosas
sucedieran o se hicieran por amor al arte, sino que el amor era el mayor arte.
La juventud aprendía a amar a la madre naturaleza y al prójimo, todos convivían en
armonía con los animales. Aquellos seres no anteponían un papel pintado a ninguna
vida. Ni tampoco conducían máquinas metálicas que ensucian el azul cielo con su
negro humo. En el firmamento se extendían campos y campos, bosques y bosques,
libres de la amenaza de algún ser codicioso. En los mares rielaba la luz de una
también resplandeciente y bella Luna, no arrastraban basuras ni tenían enormes
manchas negras. En el cielo miríadas de estrellas brillaban, sonriendo con dulzura a
aquel bello planeta. No había minerales preciosos sólo sonrisas, la gente amaba sus
diferencias en vez de criticarlas y considerarse superiores unos a otros. Allí Krahe
hubiera fumado tan a gusto su pipa de la paz.
Dicen que allí la felicidad existía, puesto que los habitantes conocían bien el
significado de la libertad y del amor. Letanías de versos se escribían cada día al
compás de un tango o un vals. Los niños corrían alegremente por las calles libres de
ningún peligro ni residuo, hasta había animales que campaban libres por las calles. A
nadie se le ocurría en ningún momento establecer algún tipo de superioridad del
hombre sobre la mujer. Era una sociedad libre, sin prejuicios, sin odio, una sociedad
en la que todos convivían como hermanos y se amaban como tales
Firmado: Un anónimo delirista y utópico soñador.”
Así concluía la historia. Dejé aquella extraña carta en su lugar. Un escondido cajón en
el desván del abuelo. No me paré a pensar en quién la habría escrito. Me limité a
imaginar por un momento poder vivir en aquel planeta.
Al día siguiente sonó el despertador, como de costumbre si no fuera porque era
domingo. Decidí levantarme para aprovechar el día, aunque la verdad no tenía nada
que hacer. Levanté la persiana y me percaté de que aún el sol apenas se esbozaba
tímidamente en la lejanía. Era verdaderamente temprano. La mañana avanzó
realmente lenta. No hice más que ojear algún que otro libro y ver las últimas noticias.
Los titulares retrataban fielmente la gran antítesis que es nuestro planeta al lado del de
aquella historia. Casi un millar de muertos en Lampedusa, refugiados que buscan
entrar a Europa en la frontera de Hungría, desconocedores de su futuro. En Siria ya no
quedan hospitales ni colegios, niños que lloran desconsoladamente al ver cómo la
OTAN les ayuda bombardeando sus casas. Millones de niños esclavos trabajando en
Asia para que nosotros disfrutemos de nuestra cómoda vida. Desconecté de todo esto
para que no me provocara un ataque de misantropía.
Bajé al supermercado a por el pan, en la puerta se encontraba una joven mujer
pidiendo. Al salir le di lo que me había sobrado, le tendí la mano (supongo que no le
resulta común porque vaciló unos segundos) y le deseé suerte. Sonrió y sonreí. Al
volver a casa más de lo mismo. El telediario me agobia demasiado mientras como, a
veces no lo soporto. Quería desconectar del mundo, un mundo que en algunas
ocasiones, directamente me repugna.
La tarde no se presentaba con muchas expectativas. Estaba demasiado perdido en
mis pensamientos. Ni siquiera estaba escuchando la música. Rara vez no tengo
puesta música en mi cuarto, aunque no la esté escuchando. Oía de fondo a Sabina
preguntando que quién le había robado el mes de Abril. Quité la música, necesitaba un
momento de reflexión. La historia que había leído el otro día me había marcado. Era
mi mundo ideal. Me gustaría poder vivir eternamente en aquel lugar. Pero aquello
chocaba tan de frente con la realidad…
Tras deprimirme por ese inalcanzable mundo, decidí una cosa. No iba a cambiar este
planeta. Ni yo ni nadie. Pero yo mismo podía construir mi propio planeta acorde con el
de aquella historia. Convertí mi habitación en aquel planeta. La cama pronto se llenó
de partituras, y las cuerdas de mi guitarra de canciones de Extremoduro. En mi
escritorio quise volver a intentarlo. Volver a escribir el poema más bonito del mundo.
Aunque ya jamás podré volver a escribirlo, desde que perdí a mi musa nada era igual
sobre el folio. Lo dejé de un lado para no volver a caer en la misma historia de
siempre. Tenía que hacerlo. Tenía que seguir adelante, y hacer de mi vida aquel
mundo. Repartiendo arte, repartiendo amor. Iluminando un poco la Tierra, como
aquellos seres hacían con su estrella.
Decidí convertirme en estrella, y aunque mi luz fuera pequeña, iluminar un poco mi
alrededor. Recuerda, tú también puedes ser estrella, brillar tan solamente depende de
ti…
Daniel Ávila Sánchez. 4º ESO
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. Salamanca
PREMIO SEGUNDO CICLO DE ESO
LA LUZ QUE LUCHA EN LA OSCURIDAD
La luz, la luz o el alma, es lo que cada uno de nosotros tenemos en el interior. La luz
puede tornarse oscura y negra si otro ser oscuro y negro te muerde o directamente te
quita la vida. Estos seres se llaman lugros, y yo vivo para matarlos.
Me llamo Andrea, Andy para los amigos, y soy una calur, una cazadora de lugros.
Pertenezco a la hermandad de los C.E.L (Cazadores de Élite de Lugros). Así ha sido
desde que mis padres murieron asesinados por estos demonios, o eso me contaron.
Mis padres eran de los mejores calurs y murieron cuando tenía tan solo 5 años.
Ahora mismo, estoy en medio de una pelea contra un lugro, y es un Miwa. Los lugros
se clasifican en 3 niveles: Los Yucas que son los pequeños e insignificantes, y muy
fáciles de matar; los Miwas, con espinas ponzoñosas y bastante difíciles de matar, y
por último, los Narbos, los más poderosos, muy grandes, su aliento te asfixia, y su piel
está cubierta con un pelaje que le hace camuflarse con facilidad y pasar inadvertido,
sus habilidades aún son del todo desconocidas para nosotros .Tan sólo los conozco
por los libros. Son los más temidos, pero a mí me atrae la idea de poder enfrentarme a
alguno un día de estos. En realidad creo que tan sólo me estoy haciendo la valiente.
-¡Vamos Jake!- Le digo a mi compañero.
Era un lugro bastante feo, con cola y dientes afilados como cuchillas. Casi me impacta
con su fuerte cola, pero consigo saltar a tiempo, luego subo por su espalda y con mi
vara le empiezo a ahogar.
-¡Ahora!-. Jake señala con los dedos al lugro y grita: - ¡Sellado! -. Y el lugro se queda
inmóvil. Luego dice: - ¡Liberado!- Entonces sale el alma negra del lugro y desaparece
su luz oscura en las sombras de la noche…
(Ya en el cuartel)
-Bueno, bueno..., ¿que tenemos aquí? Tú 78º misión y sigues de una pieza… Es
admirable ver como siendo tan joven, eres tan buena en tu trabajo. -Me dice el
director.
-Tengo 16 años ya no soy tan pequeña señor.- Le digo con un tono un tanto pícaro.
-¿Qué quiere que le diga? El tiempo vuela. Parece que fue ayer cuando te trajeron
aquí…- Me dice algo melancólico-En fin, ¿cuál es mi siguiente misión, señor?
-Para el carro! Acabas de volver de tu misión. Descansa un poco y mañana te
asignaré otra.
Esa misma noche, en el jardín…
-Ya queda menos para el número 100 ¿Eh, Jakie?- Le digo emocionada
-Tampoco me hace mucha gracia Andy, ¡Tendremos que enfrentarnos a un feroz
Narbo!
-Mira que eres negativo, lo mejor de todo es, que si conseguimos derrotar al Narbo,
nuestras armas subirán de nivel y evolucionarán. ¿No quieres que tu sable se
convierta en una espada súper chula?
-¡Claro que sí! Eso si conseguimos derrotarlo, pero… ¿Y si no?- Refunfuñó Jakie.
-¡Perder no es una opción!
-Lo que tu digas Andy, yo me voy a dormir.
-Y yo. Ya es tarde. Buenas noches.
-Buenas noches compañera.
Al día siguiente el director las reunió en el cuartel.
-Andy, Jake aquí tenéis vuestra misión, tenéis que derrotar a otro Miwa. Está en el
Bosque del Sur.
-Entendido- Dijimos a la vezDe camino al bosque, nos ataca una manada de lobos salvajes, por sorpresa.
Desenfundo mi bastón, Jake su sable, y ambos comenzamos a luchar. Después de un
rato de tensión, peleando en equipo conseguimos derrotarles. Lo malo es que nos han
dejado muy malheridos y agotados. Así nos será más difícil combatir con el Miwa.
Al llegar al bosque, decidimos dividirnos para buscar al Miwa, pero tras un largo e
infructuoso rato, no lo encontrábamos. Decidimos subirnos a las copas de los árboles.
Fuimos saltando de rama en rama sin hallar al lugro que queríamos encontrar.
Luego de una búsqueda desesperada, sin dar con el objetivo, estamos cansados y sin
ánimos. Sin embargo, Jake tiene la brillante idea de coger polvo de gezmín. El gezmín
es un polvo especial que nos ayuda a encontrar lugros pero es difícil de conseguir, ya
que se haya en las setas gezminas, que son muy pequeñas y escasas.
Cuando al fin conseguimos encontrar las setas, soplamos por encima de ellas y sale el
polvillo, que se alza en el aire y se empieza a mover. Al detenerse, nos escondemos
detrás de unos setos, ya que el polvo se para 5 metros por delante del lugro.
Esperamos a que aparezca, y cuando oímos ruidos, salimos del escondite y nos
enfrentamos a él.
Para nuestra sorpresa, no era un simple Miwa si no que eran letras mayores, ¡Era un
Narbo!
-¡Qué!- Grito sorprendida-¿Pero qué demonios?- Exclama Jake casi a la vez-¿Qué hace un Narbo aquí!- Pregunta Jake horrorizada, sintiendo la adrenalina
recorrer mi cuerpo.-El director se confundiría y nos mandó a un Narbo- le digo mientras esquivo las
espinas ponzoñosas que me lanza.
-Bien ¿Cuál es el plan Jakie?
-¡Ja!, ¿Me lo preguntas a mi? Tú eres la de los planes. ¡Jake esquiva su cola!
-Genial… Pues vamos bien porque no se me ocurre… ¡Un segundo!- Digo alterada.
-¡En un libro leí, que la única manera de matar a un Narbo, es con un golpe doble y
para eso tenemos que sincronizar nuestras luces!
Le golpeo con mi bastón para aturdirlo. –Magnífico. ¿Y cómo se hace eso?- pregunta
Jake con desesperación.
-Se supone que tenemos que concentrarnos cada uno en la luz del otro entonces se
juntan en una bola de poder y se la tenemos… ¡Ahhh!- Mi alarido estalló en el silencio
del bosque. En ese preciso instante sentí como una puñalada en el costado derecho
de mi espalda,...Me había mordido.
-¡Andy! ¡¿Estás bien?!- Me dijo mientras me llevaba al reguardo de una gran roca
desprendida, donde no nos veía el Narbo.
-¡Corre! ¡Huye! ahora que estás a tiempo mientras está distraído buscándonos.
-¿Estás loca? Llamaré a la hermandad.-Susurró Jake.
-Es tarde para mí. Mi luz se está volviendo oscura.
Jake se queda pensando triste y desolado sin saber qué hacer.
-Te pasaré mi luz.-Me dice serio.
-No Jake, no lo hagas. Eres mi mejor amigo.
Entonces Jake puso sus manos en mí. Su luz fue pasando a través de sus manos
hacia mi cuerpo, hasta que se apagó. Murió al acto.
Conseguí sobrevivir gracias a él y volver al cuartel. Llevo su luz dentro de mí. Siempre
la llevaré. Y algún día encontraré a ese Narbo y lo mataré. ¡Lo haré por Jake!
Lorena Moreno Fuster. 3ºESO
Colegio Sagrado Corazón-Esclavas. Valencia
“EL CAMINO: SU LINTERNA DE VIDA”
¿Habéis visto alguna vez a todas esas personas tiradas en la calle, sin un techo que
les cubra, ni unas paredes que les protejan del frío o de la lluvia? A todas esas
personas que se ven obligadas a llamar hogar a lo que para nosotros sería un simple
portal, un cajero automático o incluso el callejón más inhóspito de toda la ciudad,
amueblado con la sencillez y humildad que le otorgan los cartones que la decoran.
Esas personas que no ven otra salida que la de ponerse a pedir dinero a las puertas
de un supermercado con la esperanza de que un alma caritativa se apiade de ellos.
¿Qué por qué lo sé? Pues bien, aquí donde me veis, yo era una de estas
desafortunadas personas.
Todo empezó hace aproximadamente un año, aún recuerdo aquel día como si hubiese
sido hoy.
Me levante, como cualquier día las seis y media de la mañana. Me duche, vestí y
desayune, y me dispuse a salir de mi pequeño apartamento, no sin antes ponerme un
bonito reloj plateado en mi muñeca izquierda. Se trataba de un reloj sencillo. La esfera
era de un azul oscuro que contrastaba con el plateado de los números romanos. La
correa era fina, formada por eslabones, también plateados, que recorrían toda mi
muñeca. Es posible que, comercialmente no tuviese mucho valor, pero, el valor
sentimental que este tenía para mí, era incalculable.
Se trataba del único objeto que había sobrevivido al incendio que había acabado con
la vida de mis dos abuelos, hacía ya dos años, y por lo tanto, lo único que conservaba
de estos.
Mi madre había muerto muy joven, el día que me dio a luz, y de mi padre nunca supe
nada, por lo tanto, habían sido mis abuelos quienes se habían encargado de mi
educación.
Llevar conmigo este reloj me aportaba tranquilidad, me hacía sentir bien, me ayudaba
a sobrellevar el, a veces, complejo día a día. Era mi luz cuando me sentía a oscuras
en mi solitaria vida, me hacía feliz, o por lo menos, eso era lo que yo pensaba.
Aquella mañana de enero, salí de casa y me dispuse a ir al trabajo. Trabajaba en un
banco. Yo era quien se encargaba de gestionar las hipotecas y decidir qué casos
acababan en desahucio.
Ganaba bastante dinero, la verdad, me encantaba viajar, por lo que a la mínima que
ahorraba algo de dinero, lo invertía en algún viaje, en los que no reparaba en ninguna
clase de lujo. Nunca me privaba de nada. Ir a cenar a los restaurantes más caros de la
ciudad, casi a diario, no suponía ningún problema para mí. La verdad es que no
siempre había sido así. Antes de que muriesen mis abuelos, solía disfrutar de las
pequeñas cosa, no era tan materialista. Trabajaba en una pequeña tienda de barrio, y
recuerdo, que me encantaba compartir toda lo que ganaba. Disfrutaba haciendo
regalos a todos aquellos que quería, pero las cosas habían cambiado, aunque tarde
tiempo en darme cuenta de esto.
Pues bien, llegue a la oficina, y me fui a mi despacho, pero me lo encontré desierto.
De las paredes habían desaparecido todos los extravagantes cuadros que yo misma
había comprado, y en las estanterías yo no se encontraban los recuerdos de los
diversos viajes que había hecho. Me di cuenta de que algo pasaba, y que desde luego,
no era nada bueno.
No entendía que ocurría así que, enfadada, fui en busca de mi superior. Le exigí una
explicación, y él me la dio.
Sentí que el mundo se me venía encima, nada estaba en su sitio. De repente, me
encontraba a la deriva, sin nada a lo que agarrarme, vagando en este mundo y sin
nadie que me guiase. Y entonces me di cuenta. Estaba sola, mis abuelos se habían
ido y yo, poco a poco, me había ido apartando del mundo. Había ido substituyendo
todos aquellos amigos que tenía por el dinero, que se había ido convirtiendo con el
tiempo en mi gran aliado. Lo único que me importaba de verdad era aquel estúpido
reloj, que a fin de cuentas no era más que un reloj. Me había quedado sin trabajo, ¿y
que tenía? Un apartamento, que ni siquiera era mío, ya que era de alquiler y un
montón de ropa en el armario.
Decidí no preocuparme, intentar no pensar en la situación que me encontraba. Había
trabajado cinco años en ese banco que ahora había quebrado, pero yo había hecho
bien mi trabajo, así que pensé que ya me buscarían, que la gente se pelearía por mí,
por contratarme, así que vi el mundo con otra perspectiva: era mi momento, tenía la
oportunidad de divertirme, vivir como si no hubiese mañana. Y eso hice. Al principio
todo iba muy bien: viaje para aquí, cena para allá... era un sin parar, pero claro, el
dinero no es eterno. Cuatro meses fue lo que tardé en arruinarme. Ya no tenía nada.
Había pasado el tiempo y nadie me había llamado, no tenía ya dinero con el que pagar
el apartamento en el que estaba residiendo. Vi que solo me quedaba una opción:
vender todo lo que tenía. Y eso hice, me deshice de toda mi ropa, de los cuadros...
quedándome únicamente con lo justo y necesario. No tenía otra opción.
Conseguí pagar el alquiler de la casa durante dos meses más pero entonces ocurrió.
Me quede absolutamente sin nada. No tenía a nadie a quien acudir. Mi familia ya no
estaba conmigo, y los pocos amigos que tenía los había perdido cuando empecé a
trabajar en el banco, por lo que no podía acudir en su ayuda.
Me puse a pensar, y solo vi una salida, al otro lado de la ciudad se encontraba un
albergue para todas aquellas personas que no tenían un techo que les cubriese: ¡yo!
Cuando llegue me recibió una mujer no muy alta, de unos treinta años, delgada, de
pelo castaño y ligeramente ondulado. El caso es que a mi esta mujer me sonaba. No
sabía dónde ni cuándo; pero yo la había visto antes. Por su cara de sorpresa, me dio
la sensación de que a ella le había ocurrido lo mismo, pero aún así, no dijo nada, se
limitó a sonreír y conducirme a un amplio comedor donde me sirvieron un plato de
sopa caliente, y luego, me indicó el lugar donde debería dormir: un gimnasio con los
suelos cubiertos por todo tipo de colchones y esterillas donde cabrían unas cincuenta
personas. Apenas pude dormir esa noche. No paraba de dar vueltas sobre mí misma.
Estaba completamente perdida, me encontraba en un túnel oscuro donde no se veía
ninguna clase de luz. Decidí que eso no podía seguir así. Necesitaba conseguir un
trabajo. Me arrepentía muchísimo de todos aquellos meses en los que me creía
invencible, al ver a todas aquellas personas que se encontraban a mi alrededor, en las
mismas circunstancias que yo o incluso peores, y pese a eso, les escuchaba reír,
bromear entre ellos...Yo no entendía nada. ¡Mi sitio no era aquel!
No podía seguir así, y al día siguiente me dispuse a buscar trabajo, de lo que fuera,
pero no encontré nada. Dos semanas estuve así: me levantaba, desayunaba, buscaba
trabajo y volvía al albergue donde siempre me recibía alguien con la mejor de sus
sonrisas.
Necesitaba dinero como fuera así que solo me quedaba una opción: decidí vender el
reloj que tanto quería. Me dirigí a la casa de empeños. Casualidades de la vida, justo
en la puerta me encontré con la mujer del albergue, aquella de la cara tan familiar. Me
saludó amablemente y yo le devolví la sonrisa. Seguía sin saber de qué me sonaba.
Entré en la tienda y el dependiente me ofreció 50 euros por el reloj, una miseria, pero
no me quedaba más remedio, por lo menos con eso igual podría salir adelante algún
día más. Me deshice de lo único que de verdad me importaba, y con la cara cubierta
de lágrimas, cogí el billete que me ofrecía. Salí de la tienda, todavía muy apenada, y
observé que la mujer de cara conocida seguía allí. Me observaba fijamente, pero no
dijo nada, así que me fui.
La gran sorpresa me la lleve al día siguiente, el día en el que mi vida cambió
radicalmente.
Los rayos de luz que entraban por las ventanas del gimnasio del albergue me
despertaron. No había pasado una buena noche. No podía parar de pensar en el reloj,
en que había perdido lo único que conservaba de mis abuelos. Así que me pareció ver
un espejismo cuando me gire y observe que encima de la almohada estaba el reloj.
Necesitas descansar, pensé, así que cerré los ojos, pero me parecía que el reloj era
demasiado real. Volví a abrir los ojos y allí estaba. Lo agarré con mis manos, lo
observé con muchísima atención hasta cerciorarme de que era real, no estaba
soñando. Luego me di cuenta de que debajo del reloj había un sobre, que solo tenía
una frase: No dejes nunca de mostrar tu luz.
Tardé en darme cuenta de quién era el autor de esa nota pero por fin lo comprendí, la
oscuridad en la que me encontraba no me dejaba ver, me cegaba, pero ahora lo veía
claro. Aquella mujer de rostro conocido, claro que la conocía, había sido una muy
buena amiga de la infancia a la que ahora ya ni recordaba. Corrí en su busca, para
darle las gracias, no por el reloj, sino, por abrirme los ojos. Había comprendido lo
confundida que había estado todo este tiempo. En el mundo había un montón de
gente necesitada de ayuda, como todos los residentes de aquel albergue, y yo nunca
me había preocupado por prestarles mi ayuda, compartir lo que tenía, ni siquiera por
molestarme en saber que había sido de todas aquellas amistades que yo misma había
decidido perder, pero que pese a todo, ellas no se habían olvidado de mí, y me habían
devuelto la vida.
Pero aquel día hizo algo diferente, algo que cambiaría su vida y la de muchos otros;
aquel día abrió la puerta a su nuevo modo de ver la vida.
Desde aquel día soy otra persona. Finalmente acabe encontrando trabajo, como
cajera de un gran supermercado, pero lo más importante, en cuanto salgo voy al
albergue que me acogió durante algún tiempo, para ayudar en lo que pueda, o
simplemente para hacer compañía a los que allí se encuentran, simplemente, a
trasmitir la alegría que había recuperado, mis ganas de vivir, de compartir, de regalar
felicidad... en definitiva... de PASAR MI LUZ, y es que todas las mañanas me
despertaba y aquella sencilla nota cuya frase me había cambiado la vida: “No dejes
nunca de mostrar tu luz”.
Carmen Guimaraens Raso.2º Bachillerato
Colegio Esclavas del Sagrado Corazón. A Coruña
PASA MI LUZ
Hola, mi nombre es Simón.
Soy un interruptor. Pero no un interruptor cualquiera. Soy el interruptor de una central
eléctrica que da luz a toda una ciudad llamada Bobalina situada al norte de Europa,
donde normalmente los años suelen ser bastante fríos y sobre todo el invierno nevado.
En la central oigo ruidos de las personas que trabajan, que cada día hablan de temas
diferentes de actualidad, pero no estoy muy atento. El día 24 de diciembre pude oír
cómo hablaban de lo bonitas que estaban las calles del centro de la ciudad iluminadas
con las luces de Navidad y, al oír todos los comentarios de los trabajadores de la
central, me sentí muy feliz al saber que podía ayudar a la población de Bobalina.
Yo recibo energía del agua que llega por un río que nace allí lejos, en las montañas,
donde la nieve llega en invierno y permanece todo el año en un glaciar y que, cuando
llega la primavera, se va deshaciendo poco a poco.
Cuando yo recibo la luz para ir enviándola progresivamente a la ciudad, siento un
fuerte calambre que me genera una mayor fuerza para poder enviar la luz, es una
energía que me aporta la pureza del aire de la montaña, el olor fresco de la hierba, la
alegría del canto de los pájaros y el chapoteo de los peces del río.
También me aporta la alegría de los hombres que trabajan en la presa que hace que el
agua tenga la fuerza necesaria para producir esa energía, sus risas, sus
preocupaciones, sus sentimientos y los de su familia. Una energía de vida, de
luminosidad, de alegría, de trabajo y también, a veces, de llanto y de tristeza.
Me aporta la calma y el remanso del pantano, el lento discurrir del río, la preocupación
por las reservas de agua cuando no llueve, y el exceso de energía cuando llueve
demasiado.
Me hace llegar las risas de los niños que en verano reman y se bañan en el pantano,
la emoción de los pescadores del río cuando consiguen un pez enorme, la vitalidad de
los alevines cuando nacen de los huevos dejados por sus padres, y también la tristeza
de los salmones que mueren una vez han desovado.
Toda esa energía se convierte en luz.
Una luz que yo me encargo de enviar a la ciudad, para que los que allí viven sean más
felices, puedan trabajar, puedan calentarse, puedan disfrutar de las luces en Navidad y
puedan disfrutar viendo cine, televisión, oyendo música, cocinando o comiendo lo que
otros cocinan con la energía que yo envío.
También es verdad, que mi energía y mi luz se utilizan en los hospitales para ayudar a
curar a los enfermos y que, muchas veces, la vida de ellos depende de mi fuerza,
sobre todo en los enfermos que sufren del corazón y que en un momento dado
necesitan una descarga de mi energía. Es ahí donde me vuelco, donde lo doy todo
hasta quedarme casi agotado, intentando ayudar a los médicos a salvarle la vida a las
personas.
Además, desde hace pocos años, también ayudo a mantener el cielo limpio. Ya sabes,
se están empezando a utilizar los vehículos eléctricos. Me encanta recargar sus
baterías, ver cómo se desplazan sin hacer prácticamente ruido y viendo cómo
alcanzan cada vez más autonomía sin sacar ni una pizca de humo.
De igual manera me encanta alimentar al trolebús, sí, ese autobús que va con ruedas
de goma pero cogido a los cables eléctricos y que se usa en muchas ciudades para no
contaminarlas. Igual que me encanta alimentar al tranvía, que hace muchos años era
un medio de transporte urbano habitual, pero que llegó a desparecer en algunas
ciudades, y que gracias a las energías limpias como la mía, se está volviendo a poner
de moda.
Me encanta ver cómo viaja mi energía por los cables, enviando mensajes, conectando
con Internet, buscando hoteles, billetes para las vacaciones, pero también ayudando a
trabajar, a investigar y sobre todo, a que la gente del mundo se conecte, se hable y
hasta se conozca.
Mi fuerza ayuda a los jóvenes del mundo, que siempre están cortos de batería en sus
móviles. Yo les recargo sus baterías, y en ellas cargo esa luz que aparece luego en
sus pantallas, esas letras que aparecen en sus textos y que tanto les ayudan a
comunicarse.
No puedo olvidarme de los transportes, como el ferrocarril. Primero sustituimos el
carbón, luego el motor diesel. Cada vez hemos dado más energía, más velocidad,
ponemos cada vez a las personas más cerca, a velocidades increíbles, que hace tan
sólo uno años nadie podría imaginar. Ayudo a conectar ciudades, países, pero sobre
todo personas.
Y el comercio. Qué sería de los comercios sin mi luz. Los ilumino, les hago brillar sus
carteles de neón para que atraigan a la gente, doy luz a sus escaparates donde
pueden lucir sus mejores productos.
Ayudo a los restaurantes, manteniendo frías las neveras y congeladores donde se
mantienen sus productos. Doy energía a sus batidoras, hornos y otras maquinarias
que transforman esos productos en exquisitos manjares para el paladar de mis
ciudadanos.
¿Y qué decir de la industria?
No es que me sienta el tipo más importante del mundo, pero sin mi ayuda el mundo no
sería lo que es, o al menos la ciudad de Bobalina, no sería lo que es.
Doy luz, energía, potencia, pongo grandes y pequeñas máquinas en funcionamiento,
las mantengo funcionando todas las horas del día, durante todos los días del año,
produciendo sin parar, ofreciendo trabajo a los ciudadanos, ofreciendo productos que
salen de esas máquinas a los propios ciudadanos y a los que nos visitan, y en
definitiva aportando riqueza e ingresos a mi ciudad.
Me encanta calentar los hogares de mi ciudad. Aunque muchos siguen usando la leña
para evitar el frío, cada vez más gente de Bobalina utiliza mi energía para calentar sus
casas con aparatos eléctricos de bajo consumo, o bien con agua que yo me encargo
de calentar a través de la energía de la caldera para luego transmitirla a los
radiadores, que ponen esa temperatura tan acogedora de los hogares. También
calentando el agua que permite a la gente tomar un merecido baño después de su
jornada laboral, o una buena ducha matutina para despertarse.
Ayudo a muchas otras personas a estudiarme, personas que algún día vivirán de mi
energía, sí, los electricistas, esas personas que son mis cirujanos, que me reparan y
me devuelven la fuerza y la potencia que preciso, que me regulan cuando me excedo
o cuando me deprimo, que reparan mis canales de reparto, que me ponen en marcha
o me apagan según las necesidades de Bobalina.
En definitiva, transmitiendo vida, alegría, y luz, sobre todo, mucha luz. No podría
imaginarme un centro de la ciudad de Bobalina sin luces, sin que la gente se divirtiera
contando bombillas e incluso luces que van a ir cambiando de colores.
Pero tened cuidado. A veces, el transmitir energía nos hace olvidarnos de que al otro
lado hay alguien que la recibirá. Si no transmitimos con cuidado, con amor, con mimo,
puede que esa energía se convierta en algo peligroso, en algo nocivo que en lugar de
darnos vida, alegría y luz, provoque todo lo contrario, muerte, tristeza y un gran
apagón, con grandes descargas eléctricas que puedan electrocutar a quienes
queremos, igual que puede ocurrir con la energía que yo envío a mi ciudad. Debo
enviar la cantidad justa, ni más ni menos, si me paso puedo quemar los cables, y, si no
llego, dejaré la ciudad a oscuras.
Por eso, al igual que yo recibo una energía maravillosa de la montaña, del río, de los
hombres de la presa, y la transformo en luz para que tú puedas disfrutarla, te pido que
pases a la demás gente la luz que yo te envío, hazlo a tu manera, pero haciendo
disfrutar a los demás, haciendo que sean más felices, más vitales, más alegres. No los
quemes, no los electrocutes, y así conseguirás que esta luz llegue con la fuerza
precisa y la iluminación justa que permita a todos los rincones del mundo y a todas las
personas que en él habitan tener siempre una luz de referencia en su vida y que
ilumine su camino para que todo sea mucho mejor.
David Laínez Navarro. Bachillerato
Colegio Shalom. Barcelona
PREMIO DE BACHILLERATO
EL CAMINO DE MI VIDA
Y, por fin hoy, a mis noventa y cinco años recién cumplidos, me dan la oportunidad de
descansar del gobierno de esta preciosa ciudad de Atenas. Pero llegar hasta aquí no
ha sido camino fácil ya que desde pequeño me separaron de mis padres y me
juntaron con otros niños y niñas en una comuna donde nadie sabía quién era hijo o
hija de quién, por lo que así, todos los niños que allí vivíamos, independientemente de
a qué familia procediera tenían la misma oportunidad de estudiar.
Así pasé mis veinte primeros años, rodeado de niños y niñas, estudiando todos juntos
gimnasia y música. Cuando terminamos de estudiar estas asignaturas, muchos con los
que había crecido dejaron de estudiar y se pusieron a trabajar, pero yo seguí
estudiando otros diez años más, las llamadas por mi maestro Platón las ciencias
predilecticas, las cuales eran: Astronomía, Geometría, Aritmética y Armonía. En el
transcurso de estos años de estudios, hice muchas amistades con compañeros con
los que por alguna razón u otra, a pesar de haber vivido siempre juntos, nunca nos
habíamos hecho cercanos, pero cuando terminamos estos estudios muchos otros los
volvieron a dejar y quedamos solo cien estudiantes de los mil que empezamos al
principio.
Durante los cinco años siguientes estudiando la Dialéctica con Platón, en una ocasión,
mientras daba un paseo por la ciudad con mi maestro, le pregunté el por qué de que
los niños dejasen los estudios y se pusiesen a trabajar mientras yo seguía estudiando
junto con otros. Este, me contestó muy tranquilo a mi cuestión. Me dijo, que aquellos
que tienen la capacidad de abstraerse a medida que se adquiere conocimiento, son
aquellos que en un futuro pueden llegar a gobernar el pueblo y velar por el bienestar
de los ciudadanos.
Tras los cinco años del estudio de la Dialéctica, de los cien que empezamos, solo
veinte conseguimos algún puesto de responsabilidad en alguna sección del gobierno
no muy importante para el pueblo. Pero aun así, teníamos que permanecer otros
quince años siguiendo inmunes a los títulos o el poder que pudiera proporcionarnos el
puesto de responsabilidad. Aquellos que flaquearon alguna vez ya fuese por un motivo
u otro, fueron echados y puestos en mandos inferiores donde no requería mucha
responsabilidad.
Finalmente, logre destacar más que mis compañeros, logrando así, el poder del
gobierno. En una charla con Platón en el Ágora, aparecieron todos aquellos que algún
día fueron mis compañeros en la comuna. Todos ellos ya con una familia formada y
con niños que pronto entrarían en a la comuna donde un día fue mí hogar y el de sus
padres. Todos los sábados nos reuníamos los ciudadanos atenienses en el ágora
para discutir distintos puntos que preocupaban a unos u a otros, por lo que se hizo una
costumbre el que las mujeres del pueblo nos trajeran alimentos y agua fresca ya que
dependiendo de la cantidad de temas que teníamos que tratar entre nosotros, nos
podíamos pasar más de medio día allí sentados discutiendo o dando razonamientos
de por qué hacer una cosa para resolver un problema u otro. Un día llegamos a pasar
allí sentados toda una jornada ya que a pesar de haber muchos temas que tratar, la
búsqueda de soluciones para estos se alargó debido a que no nos podíamos poner de
acuerdo ya que había varias personas que dieron una opinión distinta entre si al igual
que algún que otro comentario, por lo que hasta que uno de ellos no convenció a los
demás, la reunión en el ágora no finalizo.
Ser el gobernante de una ciudad es un puesto muy importante, ya que a pesar de
demostrar que has sido aquel que ha destacado por encima de los demás, ello
acarrea algunas ventajas, también hay que destacar que este puesto posee muchas
desventajas que por desgracia hay que pagar un alto precio por ellas. Como por
ejemplo: el amor.
Cuando yo tenía veinte años, me enamoré de una de mis compañeras de estudios, yo
me enamoré de ella y ella de mí. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntos, ya
que los dos éramos muy inteligentes resolvíamos todos los problemas que nos
planteaban juntos. Todo era muy bonito mientras duró ya que ella abandonó los
estudios al finalizar la etapa en la que estábamos y comenzó a trabajar. Aun así
seguimos estando juntos a pesar de que ella quería casarse y yo no podía ya que
estaba estudiando ya que era mi deber y Platón prohibió que nos centráramos en
muchachas en vez de en los estudios, por lo que María, así se llamaba aquella que
consiguió mi amor, me dijo que me esperaría hasta que yo terminase de estudiar la
dialéctica. Antes de terminarla Platón nos llevó a mis compañeros y a mí a otra ciudad
para así completar toda nuestra enseñanza por unos meses.
La sorpresa, me la llevé cuando regresamos y fui a ver a María para contarle toda esa
experiencia. Allí, en su casa, me dijeron que se había ido a vivir con su marido, ya que
se había casado hace unos meses. Me desilusioné, pero lo que verdaderamente me
destrozó el corazón fue que, a pesar de saber que estaba casada, fui a verla, y cuando
abrió la puerta, bajo su vestido blanco de seda sobresalía un enorme vientre de
embarazada. Ahí supe que ya no podría volver a verla, ya que, ahora era la mujer de
otro y no mía.
Pasaron los años y yo no volví a verla, pero de tiempo en tiempo me llegaban
noticias de que había tenido más niños. Finalmente, un día que paseaba por la ciudad
tranquilamente, me encontré a un niño llorando en la calle, le dije que le ayudaría a
volver a donde su madre y cuando quise darme cuenta de quién era ese niño, tenía a
María tan bella con siempre delante de mis ojos, pero eso sí, rodeada de unos cinco
niños, aparte del que yo había encontrado llorando. Una vez hechos los saludos
adecuados me alejé admirando la hermosa familia que había formado ella y su
esposo, mientras yo, no tenía ni una mujer a la que amar ni un hijo y tampoco una
familia. Mientras le comentaba a mi maestro la añoranza que sentía en mi pecho por
no tener una familia, este, me contestó que eso no era cierto, ya que todos los
ciudadanos eran mis hijos e hijas, y todo el pueblo era mi familia y que era mi
responsabilidad cuidar de todos ellos. A partir de ese momento nunca más me sentí
triste por ello ya que siempre tenía que ayudar a alguno de mis “hijos”. Así, pase el
resto de mi vida como gobernador querido Julio, espero que ahora en adelante, trates
a todos los ciudadanos como hijos tuyos al igual que os trate yo. Sé que ya estoy
llegando a mi final, ahora siento que ya puedo descansar en paz ya que tú seguirás mi
legado y cuidaras de todos tanto de la ciudad como de los ciudadanos.
Garazi Villa Rodríguez. Bachillerato
Colegio Esclavas del S. C.- Fátima
CLAVELES BLANCOS
A veces me pregunto si aún sabe que estoy ahí. Llevo a su lado toda la vida, por así
decirlo, y no quiero tener que separarme nunca de ella. Me gusta observar cómo
estudia, cómo se coloca el pelo detrás de la oreja, y cómo frunce el ceño cuando no
entiende algo. Son tantos años que conozco ya todas y cada una de sus manías. Aún
recuerdo cuando llegó a la casa, tan pequeña e inocente, todavía sin haber probado la
crueldad del mundo. Siempre supe que ella sería especial, lo sentí en cuanto la vi.
Dicen que los niños son capaces de ver cosas que los adultos no pueden notar, y la
verdad es que ella lo hacía. De pequeña siempre me miraba con esos ojos grises e
intensos, y aunque ya no lo haga, sé que me recuerda.
Antes de que ella llegara, mi existencia era solitaria, vacía. No me sentía perteneciente
a ninguna parte, tan sólo atado a esta vieja casa, de la que no creo que me aleje
nunca. Tanto tiempo en soledad no es bueno para nadie ¿verdad? Intento no pensar
en mi pasado, ni en el de ninguna de las generaciones que han habitado la casa, son
demasiados recuerdos amargos. Pero es inevitable. La vida es algo tan frágil, tan
efímero. Son tantas las vidas que he visto pasar que ya ni siquiera me inmuto ante la
tragedia.
Pienso que algunas personas son demasiado puras para este mundo cruel y lleno de
maldad, por eso mismo intenté marcharme. Pero aquí estoy, cuidando de una chica
que no sabe que aún estoy a su lado. Ella es la que le da un poco de sentido a todo
esto. Si tan solo pudiera hablarle, hacerle saber que siempre estaré ahí para lo que
necesite… Por eso mismo, intento dejarle señales para que lo sepa. Sé que le
encantan los claveles blancos, igual que a mí y, de vez en cuando, dejo uno de los que
siempre han crecido en el jardín de atrás sobre su escritorio. Sabe que soy yo porque
sonríe y mira a su alrededor cada vez que los encuentra, quizás esperando atisbar
alguna otra señal. Es inteligente, y buena, siempre me lamento por no haber conocido
a nadie como ella en mi época. Estoy seguro que de haberla conocido antes, no
hubiera cometido aquel grandísimo error. Pero las cosas son como son y ya no hay
nada que se pueda hacer para arreglarlo. Es triste, pero es la realidad.
Ella pasa cada vez menos tiempo en casa, es duro ver cómo se hace mayor. Yo
simplemente la observo y veo cómo va progresando en su vida. Sé que llegará a
donde se proponga y que logrará grandes cosas. Formará una familia, será feliz como
yo no lo fui. Solo espero que no se olvide de mí, como yo nunca me olvidaré de ella
vaya a donde vaya.
Me resulta difícil seguir adelante, pero no tengo otra alternativa más que esperar.
Esperar… No sé muy bien a qué, pero es lo único que puedo hacer. Creo que ni
siquiera soy consciente del tiempo que llevo así, ni del que me queda. Vivir en la
incertidumbre es mi realidad. Quizás me quedó un asunto pendiente en vida o
simplemente es mi castigo, quién sabe. Yo solo puedo asegurar que esto es
insoportable.
Hoy está rara, la veo lacia y sin brillo. Lleva toda la semana actuando de forma
distinta, no tiene esa ilusión característica en los ojos. Y creo que conozco ese
comportamiento. Yo pasé por lo mismo. No. No puedo dejar que se vaya, no puedo
dejar que sufra de la misma manera que yo lo hice y sigo haciéndolo. La sigo hasta el
baño, impotente, no sé qué puedo hacer, pero debo pararla. Cuando vuelve a su
habitación, con las pastillas en la mano, el impulso me lleva a tirar una pequeña
estantería para llamar su atención. Asustada por el ruido, se gira hacia la pared.
Donde antes se encontraba la estantería, ahora hay un hueco en la pared tapado con
una fina plancha de madera. Se aproxima y la destapa, sacando algo de su interior. Es
un papel, arrugado y amarillento por el paso de los años, y... parece que hay algo
escrito en él. Al abrirlo un clavel blanco seco cae al suelo, me acerco e
inmediatamente reconozco la letra, y entonces el mundo se para.
“17 de marzo de 1804, miércoles. No puedo más. Ya nada merece la pena. Este
mundo no es para mí. Ya no hay bondad en ninguna parte. Solo queda esta rutina de
soledad. ¿Cuál es el sentido de seguir aquí? La vida que han construido para mí no es
la que estoy dispuesto a seguir. Le he dado muchas vueltas a esto, pero está decidido,
y lo hago siendo plenamente consciente de lo que significa. La idea de permanecer un
minuto más en este mundo hipócrita, egoísta y cruel me estremece. Un mundo del que
reniego y al que no quiero pertenecer. No sé cómo pude llegar a pensar que
encontraría mi lugar. Abrí mi corazón de par en par y dejé que se llevaran todo cuanto
quisieran hasta dejarme sin nada. He dado todo por los demás y solo he recibido
incomprensión, desprecio y la más absoluta y dolorosa ignorancia. He hecho todo lo
que estaba en mi mano pero no ha salido bien. Me voy de este mundo y me voy solo”.
Es mi carta de suicidio. Ni siquiera recordaba haberla escrito, pero ahora todos esos
pensamientos me asaltan. Ella había comenzado a llorar, se seca las lágrimas como
puede y recoge el clavel del suelo. Lo mira fijamente, y luego levanta la cabeza
susurrando – “Lo sabía. Gracias por estar siempre ahí”. Una hermosa sonrisa
comienza a aparecer en sus labios y hace brillar su rostro. Yo me sorprendo también
sonriendo, es más, algo parecido a una carcajada quiere escapar de mis labios por
tantos años silenciosos.
Eso era lo que tanto esperaba. Un poco de comprensión, importarle a alguien, y por
fin me sentía diferente. No dijo mucho, pero su expresión no necesitaba palabras que
la acompañaran. Eran esos ojos inexplicables, que te decían que todo saldría bien. De
repente, todo se oscureció y apareció una luz al final del pasillo. La seguí con paso
decidido, sabiendo que por fin llegaba mi descanso. En vida no logré apenas nada,
nunca fui relevante, pasaba desapercibido. Pero al ver esa mirada de gratitud supe
que había cambiado su vida, y con eso me bastaba. Por fin mi llama terminaba de
apagarse pero solo para avivar el fuego de su vida.
Isabel González Recio. Bachillerato
Colegio San José. Cádiz
LA LUZ DE UNA SONRISA
-¡Jefe! Esta máquina no funciona.
-Pero, ¡¿cómo?! Ayer mismo funcionaba bien. No puede ser, y se acerca la
hora. No podemos dejar de mandar sueños, pues si no el niño que no reciba el suyo,
aunque sea en blanco, tendrá una pesadilla y entonces habremos perdido la batalla.
-Sí jefe, pero esto no se arregla solito.
-Por supuesto que no. En el manual de instrucciones se explica que,
llegados a este punto, se tiene que conseguir una sonrisa de felicidad de nuestro
niño.
-¡Ah bueno!, eso es facilísimo. Todo el mundo está continuamente sonriendo.
-¿Pero lo hacen por ser felices?
*
*
*
<<No entiendo por qué todo el mundo me mira. Tienen una cierta expresión de
asombro.
¿Tengo algo en la cara? Creo que esta mañana me la he lavado para venir al
colegio... Creo... Mi pelo está bien peinado, ¿no?, y mi nariz sigue estando en su sitio...
La boca... Sí, estoy sonriendo. No es extraño, ¿vale?; yo también sonrío.>>
<<No tengo escapatoria. Estoy en un callejón sin salida. Esos pasos me siguen,
alguien viene hacia mí, corriendo. Lo sé: oigo el ruido de sus pisadas sobre el
pavimento mojado. Dudan en un principio, pero no se detienen. ¿Quién es? ¿Quiénes
son? ¿Quiénes...?>>
-¡Jorge, ya va siendo hora de apagar el despertador, que lleva sonando
unos diez minutos!
<<Y otra vez el runrún de "Jorge cállate", "Jorge me estás enfadando",
"Jorge no se qué." En serio, ¿no se da cuenta de que paso olímpicamente de
lo que me está diciendo? Que no me lo repita más porque ya lo puede intentar por
cielo y tierra, que yo no voy a cambiar. Y quien tenga algún problema que se
aguante, que yo he nacido así.>>
-¡Jorge, ya basta hombre!
-Jorge, haz caso a tu madre.
<<Y otra vez. ¿Pero acaso le digo yo a ella lo que tiene que hacer? ¿Acaso le
digo yo al mundo lo que me molesta? ¿Acaso critico yo a alguien? Bueno, es que
hay algunos pringados... Si se miraran al espejo hasta ellos se asustarían. Y vale que
sea mi madre, pero un poquito de tranquilidad, que porque llegue diez minutos tarde
no pasa nada. En fin...>>
*
*
*
-¿Me estás tomando el pelo? ¿De ese adolescente? ¡Pero jefe, eso es
imposible!
-Hay que pensar algo, y rápido.
*
*
*
<<Y vamos un día más al colegio. Los mismos compañeros, las mismas
asignaturas, los mismos profesores, las mismas broncas, la misma rutina, el
mismo aburrimiento. Pasar por la panadería y tener que saludar al amigo de mis
padres, que NO es mi amigo; pasar por el porche de mi casa y que me caiga agua,
¿pero no pueden regar las plantas a otra hora?; que me pillen todos los semáforos
en rojo y que la gente me mire como si fuese un extraño. ¿Tengo monos en la cara?
Y para colmo, el mismo indigente pidiendo en la misma esquina de la calle, al lado
de la tienda de chuminadas que tanto odio. Menuda basura de vida. Y ya lo que
faltaba: demasiados mensajes de WhatsApp en el móvil. ¿Sabes? Paso. Y todavía
me queda aguantar el colegio, y acaba de empezar el día.>>
<<Un momento, qué es ese pitido. ¡Que pare de una vez!>>
-¡Pero niño apártate!
-¡Cuidado, corre!
-Demasiado tarde...
-¡Que alguien llame a una ambulancia, por favor!
-Tiene pulso pero está inconsciente así que dentro de unos minutos se
despertará.
-Menudo susto...
*
*
*
-Ahora jefe, aproveche que está inconsciente. Es nuestra oportunidad;
ponle uno de esos sueños que reserva para ocasiones especiales.
*
*
*
<<-Mami, mami, ¿que vamos hacer hoy para comer? Yo te ayudo. ¿Y luego te vienes
a dar un paseo con papi y conmigo?
-Ayer vi un señor sentado en un rincón de la calle. Tenía la mano extendida. ¿Qué
le pasaba, mami, por qué estaba allí?
-Verás Jorgito, hay personas que no tienen las mismas oportunidades que nosotros.
-¿Y por qué no?
-Porque este mundo ha repartido lo que tiene de manera un poco injusta y desigual.
¿Y por qué yo tengo tanto, y me sobra?¿Y entonces por qué pido más? Mami,
entonces tengo mucha suerte, ¿no?
-Muchísima, hijo.
-¿Y por qué lloro entonces? Debería estar siempre feliz como los dibujos animados
de la tele. Además, hoy el panadero me ha saludado y me ha dado una chuche.
Me ha dicho que te dé a ti y a papá un beso de su parte. Yo también quiero amigos
así.
-Ya los tendrás cuando crezcas. Lo que hace falta es que seas bueno con ellos.
-Mami, yo lo intento...¿Cuándo sea mayor seguirá el mundo igual?
-No sé, hijo. Algunas cosas cambiarán. Eso lo tendrás que descubrir tú, como si
fueses un detective secreto.
-Mami ¿sabes?, me gusta mucho este mundo. Me gusta que seas mi madre y papi
mi padre: Luis el de mi clase no tiene padres y vive con su abuela; me gusta que
me despiertes por las mañanas con un besito y que me des las buenas noches; me
gusta salir a la calle y ver gente un poco rara: me hacen reír; me gusta tener suerte y
que en el cole me enseñen: me lo paso muy bien jugando. Lo único que no me gusta
es que se me pasan muy rápido los días, y que quiero crecer ya para ser mayor.>>
-Se está despertando. Ha abierto un poco los ojos.
<<Qué mareo. Puf, no me puedo creer que me haya dormido en clase y
que no me hayan descubierto. Siento que me está mirando mucha gente. ¿Pero
se puede saber que hacen mis padres en el colegio? No lo entiendo, no conozco a
esta gente. Mejor me vuelvo a dormir.>>
*
*
*
-Jefe, creo que hemos fallado. No funciona.
-Neurona, dale tiempo, no seas impaciente.
*
*
*
-Jorge, despierta hijo.
<<Sí, la verdad es que debería despertarme ya. Mi madre se está
preocupando demasiado. Es que reconozco que no le doy más que disgustos. Yo no
aguantaría a un hijo así. No sé ni cómo me aguanto a mí mismo.>>
-Estoy bien, gracias. ¿Qué me ha pasado?
-Cruzaste en rojo, Jorge.
-Menudo fallo. Lo siento, pero estoy bien, gracias.
-No me vuelvas a dar un susto así que me quedo sin hijo y no sé qué hago.
<<Ya se nos pone sensible. En realidad me gusta que se preocupe tanto por
mí; se nota que me quiere. Qué suerte tengo. No, no, no, y ahora quieren que les dé
un abrazo. Lo llevan claro. Eso sí que no. Padres, no. Que no. Que...Me rindo.>>
-Bueno ya, que llego tarde al colegio.
-Pasa un buen día hijo, y cuida tu torpeza por favor.
<<Me parto con mi padre y su sentido del humor. ¡Hala!, si estoy sonriendo y
todo. Pues oye, me gusta esta sensación. ¿Y por qué la gente no sonríe? Menudos
sosos. Yo creo que me miran raro. Bueno, pero luego me sonríen y antes no lo hacían.
Aunque yo antes no sonreía. Es que es como un efecto mariposa. No lo
comprendo: sigo teniendo exactamente lo mismo que tenía esta mañana, pero
ahora soy feliz. Supongo que la felicidad está en conformarte con lo que tienes y
mirar al mundo con los ojos de un niño de seis años. Hombre, visto así no es tan
complicado ser feliz. De hecho, es un regalo. Será que estamos tan pendientes de
despotricar contra lo que queremos que nos moleste, que ahogamos nuestra
ilusión y echamos arena para enterrar la de los demás. Pero, ¿seremos bobos?
Además, es que soy yo quien digo que mi rutina es un aburrimiento. Decidido:
desde hoy, ya no lo va a ser más.>>
-Perdón, llego tarde, ¿puedo pasar?
A
delante
<<Qué silencio hay en clase. Qué vergüenza. Me están mirando todos y
ya me he sentado. Me han dicho mis padres que no tenía marcas del accidente en
la cara. ¿Por qué me siguen mirando? ¡Ah claro! La sonrisa. Me están entrando
ganas de reír. Por favor que paren, ¡que no las aguanto! Me rindo. ¿Pero por qué
ahora todo el mundo se está riendo a carcajada limpia? Parece una onda que se va
transmitiendo de unos a otros. El profesor va a pensar que estamos pirados. ¡Ah
no!, que él también se está riendo. Definitivamente todos parecemos una panda de
locos.>>
Gemma de Orbe Izquierdo. 1º Bachillerato
Colegio Sagrado Corazón de Jesús. Madrid
ENERO
Recuerdo, siempre que no quiero recordar, las noches de aquel enero.
Tanto si alguien me preguntara si hay algo en mi vida que me gustaría olvidar, como si
me preguntaran cuál es mi recuerdo más preciado, la respuesta serían esas amargas
y bellas noches frías.
No fueron solo noches, también fueron madrugadas, y mañanas, y ayeres, y personas,
y cosas; pero sobre todo, lo que más fueron, son palabras. Esas noches se escapaban
de mi alma.
Me encantaría que alguien me mirara a los ojos, sin la cara de asombro habitual, y me
susurrara un tenue ‘’ te entiendo’’. Hace tanto tiempo que todos caminamos tan
perdidos, que acabamos por refugiarnos en ese hotel de Barcelona, donde siempre se
ven esas luces que no llegan más allá de las pupilas, y todos leen ensimismados, en la
parada del autobús, el relato que narra sus vidas. Pero lo curioso, es que siempre que
huimos, es enero.
Después de todo, las cosas no me han ido tan mal, pero hay una parte de mí, la más
ingenua y niña, que se quedó dentro de esa maleta perdida que da vueltas en los
aeropuertos sin que nadie vuelva a por ella. Abandoné tantas cosas. Pero lo juro, yo
no podía recoger esa maleta. Pesaba, y aún pesa, demasiado.
Poner en antecedentes todo lo que pasó me parece una tarea francamente aburrida,
por lo que lo único que diré es que caí enferma. De repente, sin yo ni siquiera verlo
venir, me dispararon un balazo de realidad, y poco a poco, todo se fue infectando. Casi
me costaba trabajo caer un poco más bajo. Toque el fondo del pozo del que yo una
vez había sacado agua.
Esas noches de principios de año, cómo me acuerdo de ellas, perdí la noción del
tiempo, no conseguía distinguir si yo era sueño o realidad, no entendía qué era la vida.
Los conceptos que tan inconscientemente asimilamos, y con tanta facilidad
aceptamos, se desordenaron de una manera casi sobrenatural. Lo que siempre había
tenido tan claro, mis anclajes, se habían tomado vacaciones.
Yo permanecí en mi habitación de Barcelona, viendo cómo la luz del mundo rebotaba
en mi ventana, sin iluminar ni un ápice de mi oscura estancia.
Dicen que Barcelona nació en la noche, y no me extraña, es el lugar más sencillo al
que se puede pertenecer. Al fin y al cabo, sin luz no vemos nada, ni bueno ni malo,
simplemente no vemos absolutamente nada.
La mejor parte fue cuando llegaste, y menos mal que lo hiciste. Irrumpiste sin ningún
permiso y con toda autoridad en mi oscuridad más absoluta. Suerte que la brusquedad
nunca fue lo nuestro. Tú tampoco traías linterna contigo, pero nuestras palabras,
transportadas por las brisas del invierno, prendieron fuego.
Qué miedo me produjo aquel incendio, pero, al convertirnos en él, empezamos a
pertenecer a las luces que iluminan Barcelona. Fuimos, desde ese momento, enero.
Luisa Cervera Bravo. Bachillerato
Colegio Sagrado Corazón – Esclavas. Valencia
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