Campaña No habrá Paz Sin las Mujeres Colombia de la Agencia Asturiana de Cooperación al Desarrollo La Agencia Asturiana de Cooperación al Desarrollo lanza un centro de documentación sobre el impacto de la guerra en las mujeres de Colombia y sus estrategias para construir la paz y procesos de justicia. Más de 30 ayuntamientos asturianos colaboran con la campaña mostrando una exposición fotográfica en cartelería sobre algunas de las defensoras de derechos humanos entrevistadas para el centro de documentación. El miércoles 11 de diciembre se presenta la campaña con la inauguración de la web así como de un libro de postales en el Auditorio Príncipe Felipe. Para el acto Marina Gallego, abogada con maestría en derechos humanos y derecho internacional humanitario y coordinadora de la Ruta Pacífica de Mujeres impartirá una conferencia y la Orquesta de Cámara de Siero (OCAS) ofrecerá el concierto “Los caminos solidarios de la música”. Recursos disponibles para los medios de comunicación Vídeos disponibles para su descarga en http://vimeo.com/nohabrapazsinlasmujeres Fotografías disponibles a alta calidad en http://nohabrapazsinlasmujeres.com/descargate-las-postales-y-posters/ Redes sociales de la campaña Facebook https://www.facebook.com/nohabrapazsinlasmujeres?fref=ts Twitter @nopazsinmujeres Igualmente, la directora de la Agencia Asturiana de Cooperación al Desarrollo, Graciela Blanco, así como la ponente Marina Gallego, de reconocido prestigio por su trayectoria de defensa de los derechos humanos en Colombia, estarán disponibles para entrevistas. Campaña No habrá paz sin las mujeres Tras más de medio siglo en guerra, Colombia afronta un esperanzador escenario de negociaciones de paz entre el gobierno y la guerrilla de las FARC. Sin embargo, incumpliendo la resolución 1325 de las Naciones Unidas [pdf]que introduce la perspectiva de género en la resolución de conflictos, las mujeres están ausentes en el proceso pacificador: ni sus problemáticas, reclamaciones ni propuestas de paz están siendo escuchadas. Y precisamente son las mujeres las que más sufren las consecuencias de la guerra: la violencia sexual ha sido empleada por los tres actores de la guerra, los paramilitares, el Estado y la guerrilla; el reclutamiento de menores ha afectada a las niñas como combatientes pero también como esclavas sexuales; son el mayor porcentaje de población desplazada y la mayoría con cargas familiares… Por ello, el Centro de documentación No habrá paz sin las mujeres da la voz a supervivientes, lideresas y profesionales para que sus vidas dedicadas a la paz no queden en el olvido, para aprender de sus experiencias y estrategias, para reivindicar su papel en la lucha por la construcción de una sociedad más justa y para conocer sus propuestas para la paz en los procesos de reconciliación, reconstrucción, reparación y justicia. Desde sus fortalezas, valentía y capacidad de superación de los obstáculos, conocemos sus vidas y sus demandas a través de una exposición fotográfica a gran formato para instalar en mupis cedidos por más de 40 ayuntamientos asturianos y en espacios públicos, un libro fotográfico compuesto por postales con sus historias de vida, así como la web nohabrapazsinlasmujeres.com donde se publicarán entrevistas en vídeo con ellas. En esta web también se podrán encontrar la exposición fotográfica y el libro de postales en formato pdf con el fin de aumentar su divulgación y hacer llegar así el mensaje de estas mujeres al máximo número de personas posibles. Te los puedes descargar aquí y enviar las postales o colgar los pósters donde quieras. La paz se construye entre todos y todas y estas mujeres defensoras de derechos humanos nos van a contar cómo lo hacen ellas en un escenario tan peligroso y complejo como Colombia. Testimonios de la campaña "Sufrí violencia sexual pero no me han vencido" A Yoladis Zuñiga ser pobre, campesina y mujer le ha costado tan caro que muchas mañanas, cuando se despertaba, sólo deseaba estar muerta. En los años 90, lideró un comité campesino para exigir una mejora de las condiciones de vida de su comunidad, en la que construyeron la primera escuela con sus propias manos. Las mismas que años después recogerían el cuerpo acribillado de su marido. En el año 2000, Yoladis fue violada por diez paramilitares delante de su esposo, que después fue asesinado, en una masacre que acabó con la vida de 100 personas en sólo cuadro días en El Salado. Miembros de la Infantería de Marina colaboraron en la matanza. Como el resto de sus vecinos, Yoladis fue obligada a abandonar su pueblo. “Huir con tus hijos escondiéndote entre los árboles mientras te disparan es algo que te marca para siempre”. Sin ninguna ayuda del Estado, como la mayoría de los 5 millones de desplazados que la guerra ha generado en Colombia, tuvo que prostituirse para sacar adelante a sus niños. Gracias al apoyo de la Corporación Sisma Mujeres y otras ONG, se ha capacitado para apoyar a otras mujeres víctimas de la violencia sexual, un arma de guerra empleada por los tres actores del conflicto: las guerrillas, los paramilitares y el Estado. La Corte Constitucional ha advertido que la violación, la esclavitud sexual y la prostitución forzada son prácticas habituales, sistemáticas e invisibilizadas en el país. “El dolor no se va, pero te acostumbras a vivir con él. Me siento muy orgullosa de saberme más fuerte que los que me violaron. Yo tuve tres intentos de suicidio, pero ya no me quiero quitar la vida. Ayudar a otras personas te da ganas de seguir adelante”. "La palabra motiva, el ejemplo convence" Cuando Mari La Negra nació y su padre descubrió que era niña, se negó a aceptarla. No fue hasta ocho meses después, cuando la encontró sangrando por un tropiezo, cuando la miró por primera vez y “desde entonces se convirtió en mi mejor amigo”. De ahí dice que le viene su lucha contra el patriarcado a esta afrodescendiente nacida en Cartagena, ciudad internacionalmente conocida como destino turístico. Su vocación social la llevo ya a los catorce años a adentrarse en los barrios más invisibilizados y empobrecidos de una ciudad que soporta más de un 70% de desempleo. Con apenas veinte años y un bebé, esta trabajadora social es encarcelada y violada por agentes del Estado para torturarla por su relación con el sindicalismo. Colombia es uno de los países más peligrosos para las personas sindicadas: según la ONU más de 2.800 han sido asesinadas desde 1984 y el 99% de los casos siguen impunes. Mari se refugió entonces en la mina de El Cerrejón donde, disfrazada de hombre, arrancaba carbón sin descanso para no pensar. Pocos meses después, lideraba la formación del primer sindicato en esta empresa que, veinte años después, exporta carbón a Asturias. Las amenazas volvieron a obligarla a huir, pero allá donde ha ido en estos cuarenta años no ha cejado en su empeño por mejorar las condiciones de vida de las víctimas de la guerra y la pobreza: construyendo colegios y fomentando el asociacionismo y la denuncia social. "Nuestra primera obligación es estar vivas. No nos podemos dejar matar" nos dice esta mujer que irradia alegría, que ha sufrido varios atentados y que nos regala esta entrevista donde relata muchos hechos por primera vez “por lo que me pueda pasar”. "La emancipación de las mujeres pasa por destruir los privilegios" Marta Restrepo López aprendió ya de niña, en su barrio humilde de Medellín, que para proponer modelos de sociedades más justas no quedaba otra que hacer política y con lo que se tuviera a mano. Cuando los líderes sociales que la rodeaban empezaron a ser amenazados y asesinados en los años 80, intuyó que eran sólo las primeras de las tantas pérdidas que vendrían después. “Llega un momento en que tienes mala conciencia por seguir viva y te preguntas si será porque no has arriesgado lo suficiente”. Marta ha dedicado su vida a denunciar los feminicidios que acaban con la vida de más de 1.100 mujeres al año en Colombia, la trata de mujeres con fines de explotación sexual que, en muchos casos, acaban siendo prostituidas en España y el resto de Europa, y la explotación de las mujeres como moneda de cambio de la economía de guerra que rige el país. Es una de las impulsoras de la Escuela de formación feminista dirigida a niños y niñas de las comunas donde residen las familias de desplazados por el conflicto y donde más fuerte es el control paramilitar. Se les orienta en la prevención contra la discriminación de las mujeres, la trata, el racismo, el reclutamiento forzoso... Una labor promovida por el colectivo de Mujeres Feministas Antimilitaristas, al que pertenece, y cuyas acciones de denuncia en las calles las expone a importantes riesgos para su integridad. "Si nos dejáramos comer por el miedo, no saldríamos a la calle”, sentencia Marta. "Los pobres molestamos en todos lados" Luz Elena Ibarra creció recorriendo y arañando las montañas buscando raicilla, una planta medicinal que su familia vendía para subsistir. Apenas siendo una adolescente decidió asentarse en un terreno baldío con otras familias sin tierra donde fueron construyendo sus casas, calles e Iglesia. Pero en el año 95 los paramilitares empezaron a asesinar a sus vecinos acusándoles de vínculos con la guerrilla. Recuerda Luz Elena que el Ejército se retiraba a las inmediaciones del pueblo cuando una masacre iba a ser cometida. Fue secuestrada por paramilitares pero consiguió huir y refugiarse en una ciudad cercana. Tras dormir al raso, esta mujer de edad avanzada decidió trasladarse a Medellín, donde vivía su hija que había sufrido previamente el desplazamiento forzoso. Recién llegada, Luz Elena tuvo que liberarla de unos guerrilleros que la mantenían en cautiverio para obligarla a emparejarse con uno de ellos. “Les dije: 'Yo no he parido hijas para que fueran a la guerra'. Y me la llevé. Siempre fui una mujer resuelta”. Desde entonces, ha fundado y participa en asociaciones como LATEPAZ o la Ruta Pacífica de Mujeres, desde las que lucha por los derechos de los más de 5 millones de personas que han sido obligadas a huir de sus tierras por el paramilitarismo, las guerrillas o los crímenes del Estado. Colombia es el país con más desplazados internos del mundo. “Me encanta la movilización porque es la manera que tenemos de expresar lo que sentimos, de denunciar lo que nos aqueja, de presionar al gobierno”, nos explica esta lideresa que vuelve a recorrer las laderas, ahora para socorrer y coger de la mano a los que no pueden volver a sus hogares porque la guerra sigue matando, desplazando y empobreciendo en Colombia. “No tengo miedo de hablar porque si hoy permitimos que nos acaben, mañana lo harán con todos". Luz Marina Flor sostiene su bastón de mando mientras amamanta a su bebé. Es la gobernadora del cabildo de la comunidad indígena nasa Raíces de Oriente. Una imborrable noche de marzo de 2013 fueron expulsados a sangre y fuego de la finca en la que vivían en el Cauca. Les disparaban unos 60 hombres, muchos de ellos antiguos vecinos campesinos, acompañados por otros con aspecto de paramilitares, mientras Luz Marina y el resto de las familias se escondían tras los arbustos con sus criaturas. Luz Marina creció errando con su familia en busca un terreno en el que poder vivir. La concentración de tierras en Colombia es una de las más altas del mundo y la reforma agraria sigue siendo la eterna cuestión pendiente: el 77% está en manos del 13% de la población. De éstos, un exiguo 3,6% acumula el 30% del territorio. Ella logró superar todos los obstáculos que se encuentran las mujeres indígenas para llegar a la universidad, pero la falta de dinero la obligó a arrinconar su sueño de seguir formándose. Empezó a trabajar entonces como promotora de salud en distintas comunidades. Un grupo armado, no especifica cuál, intentó reclutarla forzosamente. Una vez más, tuvo que empezar de cero escondiéndose en otra población que la acogió y protegió. Ahora, su resistencia a dejar estas tierras abandonadas en las que construyeron su hogar, le está costando amenazas contra su vida y la de sus hijos. A Luz Marina le indigna especialmente que la pelea haya llegado a ser “entre los pobres, cuando debería ser contra el Estado que siempre favorece a los ricos”. Esta lideresa que es capaz de sentarse ante un tribunal y reclamar justicia a un juez apocado por el poder de los despojadores, se siente orgullosa de ser indígena y advierte que “aunque quieran exterminarnos, no lo conseguirán”. "En todos los procesos de paz deben participar activamente las mujeres" La madre de Alejandra Gaviria Serna le contó cuando tenía seis años que su padre había sido desaparecido, y probablemente asesinado, por pensar diferente. “Entonces no lo entendía”, pero ahora una de sus reivindicaciones es tan obvia como urgente: “En este país tiene que existir el derecho a que cada uno piense como quiera y eso no puede ser nunca razón para ser asesinado”. Su padre, Francisco Gaviria, líder estudiantil, habría sido periodista si no hubiera sido ejecutado como otros 4.000 militantes y simpatizantes del partido Unión Patriótica por agentes del Estado y paramilitares entre 1985 y 1994 en una campaña de genocidio político. Alejandra, historiadora y documentalista, funda en 2005 con otros huérfanos el colectivo H.I.J.O.S. “porque era necesario que la sociedad supiera quiénes eran nuestros padres, porque si no se sabe el dolor y los proyectos de vida que ha costado este conflicto, no se va a transformar”, nos explica. En estos 8 años de existencia, H.I.J.O.S. ha demostrado el valor de la memoria frente a la manipulación mediática y la omnipresente ingeniería estructural de la guerra. “Hay gente que cree que las víctimas queremos venganza, pero precisamente porque sabemos el coste del conflicto, sabemos la necesidad que hay de que pare. Yo he aprendido a valorar la vida”. Intervenciones artísticas, redes sociales, vídeos, documentales, concentraciones... Una creatividad que ha cambiado la caricaturizada e interesada imagen que se difundía de las víctimas, o apocadas o sospechosas de vínculos con las guerrilleras. "He aprendido que las pequeñas acciones pueden transformar la realidad", sentencia, con conocimiento de causa, esta historiadora. "Campesinas contra la fiebre del oro" Mayra, Luz Marina y Memba llevan desde enero de 2013 turnándose en un puente para impedir la entrada de las máquinas de Anglo Gold Ashanti en su pueblo, Piedras (Tolima). La multinacional pretende construir en esta región, de importantes acuíferos y que vive de la agricultura y la ganadería, la mina de oro a cielo abierto más grande de Colombia. Más del 40% del territorio colombiano -una extensión casi del tamaño del Estado español- está asignado y/o solicitado por empresas mineras internacionales. Los grupos armados paramilitares, del narcotráfico y, en menor medida, la guerrilla de las FARC han encontrado también en la minería una vía barata para blanquear el dinero procedente de la cocaína. Tras numerosas manifestaciones y enfrentamientos con los representantes de la mina, los vecinos de Piedra aliados con universitarios celebraron en julio de 2013 un referéndum que se resolvió con 2.971 votos en contra de la mina y 24 a favor. Sin embargo, el gobierno de Juan Manuel Santos ha ninguneado el resultado amparándose en que sólo la Administración nacional tiene potestad sobre el subsuelo. Judith, una de las habitantes de Piedras que por primera vez ha participado en una movilización ciudadana, resume con estos meses de resistencia: “El aprendizaje más grande que he tenido es que tenemos derechos y que los podemos defender, que la unión hace la fuerza, que si yo no puedo sola, puedo hablar con los vecinos y entre todos podemos hacer mucho. Porque hay personas que, como yo, no sabían que existe una Constitución, unas leyes, y eso es una lección muy bonita porque no defiendo sólo mi comunidad, sino el futuro de mis hijos y de todos nosotros”. Y sonríe mientras añade: “Porque nadie ha dicho que yo me vaya a morir mañana”. Eso sí, Judit es conocedora de los crímenes contra la población civil de Ghana y República Democrática del Congo por los que Anglo Gold Ashanti es investigada internacionalmente. "El apoyo internacional ha sido fundamental para visibilizar que en Colombia se comenten crímenes de lesa humanidad" Luz Marina Bernal se despidió de su hijo Fair Leonardo el 8 de enero de 2008 al mediodía. No lo encontró hasta 8 meses después, tras buscarlo bajo cielo y tierra, incluso entre las personas sin hogar de su región. El cadáver de este joven con discapacidad mental fue localizado a 600 kilómetros de su hogar. Tras años de lucha con otras familiares de desaparecidos y con el apoyo de organizaciones como Amnistía Internacional, las llamadas Madres de Soacha lograron demostrar que sus hijos habían sido asesinados por militares como parte de una estrategia por la que ejecutaban extrajudicialmente a muchachos pobres a los que después disfrazaban de guerrilleros y presentaban como bajas en combate, con el fin de mejorar la imagen del Ejército en su contienda contra las FARC. Los asesinos de los llamados 'falsos positivos' recibían a cambio días libres, bonificaciones y ascensos. En un juicio histórico en julio de 2013, el Tribunal Superior de Colombia condenó a prisión a cuatro de los seis militares que asesinaron a Fair Leonardo por homicidio, desaparición forzada y, por primera vez, crímenes de lesa humanidad. Según la ONU, más de 3000 personas podrían haber sido víctimas de ejecuciones extrajudiciales a manos de agentes del Estado, la mayoría entre los años 2004 y 2008. Hasta ahora, sólo un 5% de los casos se han resuelto con condenas para los asesinos, aunque según la Fiscalía de la Corte Penal Internacional, “la mayoría de los procedimientos no se han centrado en quienes podrían ser los máximos responsables de estos crímenes”. “Debido a las amenazas que venimos recibiendo he tenido que sacar a mis otros dos hijos de la casa. Estos militares destruyeron a mi familia. Por eso, mi lucha ahora es ayudar a otras madres e impedir que estos crímenes se vuelvan a repetir”, nos dice Luz Marina. “No dejen que nos maten a los colombianos pobres. Ayúdennos, por favor”. Hace un mes destrozaron mis árboles frutales y mi casa. Para mí era una elegancia porque era la mía y de mis hijos. No tengo nada”. No es la primera vez que a Marisol Perea le arrebatan lo poco que la guerra y la pobreza le han permitido construir, un hogar de tablas y las plantas a las que como buena campesina, les rinde amor y con las que apacigua el hambre que de tantas veces que la ha sufrido, no hay ya quien le calme el rastro de su desasosiego en la boca del estómago. La primera vez fue en 1995, cuando a punta de pistola fue expulsada con sus seis hijos de la finquita en la que vivía en el Urabá antioqueño. Su marido huyó a Venezuela y nunca más volvió a saber de él. Llegó huyendo hasta Barranquilla, donde empezó vendiendo comida en la calle y después trabajando de sol a sol en un bar. “Fue muy duro, les llevaba para comer a mis hijos la lechuga y aguacates que me regalaban”. Hace cinco años se unió a otros campesinos desplazados por la guerra que se habían asentado en un terreno abandonado que llamaron Tamarindo. Desde hace tres años, con la implantación de una multinacional en las cercanías, varios terratenientes se lo disputan y emplean hombres armados de civiles (“antes los llamábamos paramilitares”), apoyados por la policía para desalojarlos. “Aquí, los campesinos tenemos que construir nuestra vida como los parajitos, en el aire, sin saber a qué hora nos va a llevar el viento”. Uno de sus vecinos, que como Marisol se resistía a volver a perder su hogar, fue asesinado hace unos meses. El crimen sigue en la más absoluta impunidad. “Los multimillonarios se quedan con todas las tierras. ¿Qué van a hacer con los campesinos? ¿Será que van a hacer un horno y quemarnos a todos? ¿Hasta dónde va a llegar Colombia? Ya no sabemos qué camino vamos a coger ni adónde ir”.