1 ENTRAR EN LA HISTORIA Marta Vasallo “Un día que los profetas olvidaron…” S. Mallarmé Uno de los lugares comunes en la imagen transmitida sobre las organizaciones político-militares es su ausencia de pensamiento. Esta transmisión ha operado por lo menos de dos maneras: una evocación de los hechos tal que no se percibe idea ninguna, salvo, en el mejor de los casos, la atribución de una disconformidad radical con el statu quo y un objetivo socialista; en este caso las acciones militantes son acciones irracionales, meramente destructivas, o son inspiradas en buenos sentimientos como solidaridad, conciencia de la injusticia. Una segunda manera está representada por posicionamientos explícitos acerca de una tendencia a la acción directa que despreció la necesidad de una fundamentación teórica sólida. Desprecio por la teoría, falta de pensamiento, o incongruencia, suelen esgrimirse muy especialmente para explicar el fracaso de la acción de la izquierda peronista, y de Montoneros como la última de sus expresiones en orden cronológico y la más protagónica desde su surgimiento en 1970. En cuanto al PRT-ERP, su habitual caracterización como trotszkista es algo ligera, salvo que se insista en llamar “trotszkista” a toda variante del marxismo que no tuviera al régimen ruso-soviético como modelo; es cierto que integró en su origen la Cuarta Internacional y que muchos de sus miembros tenían formación trotszkista, pero también es cierto que otros muchos provenían de corrientes nacionalistas de izquierda, entre ellos su jefe, Mario Santucho, quien integró con su hermano Francisco René el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericano Popular); sobre todo, hay que tener en cuenta que el PRT-ERP inició su distanciamiento de la Cuarta Internacional a mediados de 1971, cuando su práctica ya había entrado en conflictos implícitos y explícitos con la organización internacional. La heterodoxia es un rasgo común a las organizaciones políticomilitares, y aun más allá de ellas a las organizaciones de izquierda reconfiguradas en el curso de los años 60. En efecto, la izquierda tradicional representada por los Partidos Comunista y Socialista era objeto de un cuestionamiento profundo, en la medida en que ante los ojos de las jóvenes generaciones abrieron sus perspectivas el maoísmo y la revolución cubana, pero también las guerras de liberación anticolonial contra las metrópolis europeas. La militancia juvenil argentina aspiraba en realidad a la formación de un movimiento revolucionario libre del corsé representado por la guerra fría, de la “obligación” de jugar en uno u otro campo en que estaba dividido el mundo. En ese auge heterodoxo se inscribe la radicalización política de jóvenes católicos, como muchos de los que integraron los grupos originales de Montoneros en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe. 2 Es indudable que aun en su heterodoxia el PRT-ERP se perfiló como una organización de izquierda “pura” (clasista, internacionalista) frente a la “turbiedad” que desde una perspectiva de izquierda significa la reivindicación del peronismo (policlasista y nacional). Una diferencia determinante para la oposición entre “pureza” perretista y “turbiedad” montonera que forma parte del folklore transmitido. Un esquema que pasa por alto, por ejemplo, el carácter nacional de la revolución cubana en su origen. Dado que el PRT-ERP resultó tan arrasado como Montoneros, aunque en etapas distintas (y que ninguna organización de izquierda, ni las más ajenas a la lógica político-militar, lograron la vigencia de sus principios), cabe preguntarse si las derrotas se explican por la ausencia o incongruencia de las teorías, o si a la inversa quienes pusieron el cuerpo revelaron a su propia costa las falencias de las teorías que habían encarnado. La ausencia de teóricos propiamente dichos en esas organizaciones militantes no excluye la existencia de un pensamiento. El intento de deducir ese pensamiento, y por consiguiente buena parte de la significación de esos movimientos revolucionarios, de vida breve y dramática, me parece preferible a exigir la existencia de un sistema teórico previo que las iluminara. La acción y el pensamiento no siempre siguen la misma lógica, y es corriente que la gente de acción acuda a las teorías y al conocimiento del pasado en busca de orientación para su práctica y para sus análisis del presente, aunque esas teorías y conocimientos no estén en el centro de su preocupación, no sean su prioridad. Me interesa centrarme en el pensamiento de la izquierda peronista, un pensamiento de fuentes e inspiración comunes a pesar de la diversidad de formas que cobró en la acción, las diferentes organizaciones en que se plasmó y de sus por momentos violentas discrepancias internas: las disputas sobre quiénes eran los verdaderos herederos de la Resistencia peronista; las fricciones entre movimientismo y foquismo; entre movimientismo y vanguardia; entre alternativismo y seguidismo, entre conducción autónoma, aceptación del liderazgo de Perón, búsqueda de un lugar bajo ese liderazgo, disputa por él, etc. La izquierda peronista ha sido vista como la cuadratura del círculo por las diferentes formas de la izquierda, desde las tradicionales, para quienes el peronismo seguía siendo una forma local de fascismo, a las “nuevas”, insertas en una caracterización negativa del peronismo basada fundamentalmente en su carácter policlasista. Como una herejía por quienes reivindicaban una supuesta “ortodoxia” peronista (En cuanto a la sedicente ortodoxia, fue tal nítidamente frente a la izquierda peronista; no puede decirse lo mismo de sus relaciones con otras fuerzas políticas, sociales y económicas. La denominada ortodoxia se caracterizó por su disposición a las negociaciones mientras duró la Resistencia peronista, por el objetivo aval a las políticas económicas liberales que sustituyeron al Pacto Social Gelbard-CGT después de la muerte de Perón, por sus arreglos con la dictadura militar, por su silencio o su entusiasta fervor ante las políticas menemistas). Finalmente, la izquierda peronista fue percibida como una alarmante confluencia de factores amenazantes: concepciones vanguardistas radicales en contacto con los movimientos de masas fabriles y 3 gremiales, por los sectores más lúcidos de la derecha y por los servicios de inteligencia. En su carácter paradójico, la potencial dimensión teórica de la izquierda peronista captó de modo excepcional la singularidad de la coyuntura. Los elementos teóricos que la alimentaron – los ensayos de Raúl Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui y Arturo Jauretche, los estudios históricos de Rodolfo Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos y Norberto Galasso, el rescate de figuras omitidas o particularmente tergiversadas de la historia argentina, como los que operaron Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña con Facundo Quiroga o Felipe Varela, la poesía y la narrativa de Leopoldo Marechal, la convergencia entre el peronismo y los movimientos consiguientes al triunfo de la revolución cubana que intentó John William Cooke –constituyen un mosaico que no siempre guarda congruencia, y sobre todo representan un pensamiento fragmentario antes que un sistema teórico totalizador. El conocimiento por parte de los militantes de ciertas zonas del pensamiento de Carlos Marx, incluso el de las concepciones estratégicas y políticas de Juan Domingo Perón, era parcial, funcional a la interpretación de lo inmediato y al apuntalamiento de las posiciones tomadas. La lucidez de John William Cooke, cuyos textos son por momentos más cautivantes y sugerentes que los de los ensayistas e historiadores mencionados, no deja de ser la lucidez de un activista, no de un teórico. Rodolfo Walsh pone su prosa deslumbrante, su proclividad al desciframiento de enigmas, al servicio de las investigaciones periodísticas que lo hicieron famoso; su Carta abierta, cuyo poder de persuasión está fundado en buena parte en la construcción de ritmos y en su sonoridad oratoria, es un análisis sin igual de los significados de la última dictadura militar, y una pieza única incluso dentro de su obra. Walsh es un gran narrador, un militante lúcido y férreo, no el autor de un sistema teórico. Un agujero negro Propongo que la izquierda peronista, sin haber elaborado un sistema de pensamiento propiamente dicho, sintomatizó como ninguna otra fuerza hasta entonces en el país el agujero negro que es América Latina en la concepción marxista, la concepción del mundo que en el curso del siglo XX fue la herramienta privilegiada de toda política revolucionaria anticapitalista. La izquierda peronista significó la versión local de la necesidad de pensar América de un modo como la tradición marxista en sus distintas vertientes se había mostrado incapaz de hacerlo. Su heterodoxia encarnaba los déficit del pensamiento marxista, pero sobre todo los déficit de la interpretación del marxismo predominante en las izquierdas locales, relacionados directamente con su ineptitud para lograr sus autoproclamados objetivos en América Latina. Como bien ha escrito José Aricó, quien junto con Enrique Dussel tal vez sean los investigadores argentinos que más y mejor indagaron en este agujero negro, cuando se trata de referencias específicas a América Latina Marx no innovó demasiado respecto de la premisa de Hegel que adscribe América Latina a la zona de los “pueblos sin historia”. El ejemplo más chocante de tal posición tal vez se encuentre en el artículo escrito por Marx en 1858 sobre Bolívar para la New America Cyclopaedia, por encargo de Charles Dana, que ilustra su mirada sobre los procesos independentistas de América Latina. Aparte de la serie de errores 4 históricos, el mismo Dana cuestionó el carácter de diatriba del artículo. Carácter que Marx justificó en una carta a Engels del 14 de febrero de 1858 calificando a Bolívar como “canalla cobarde, brutal y miserable...el verdadero Soulouque...” A través de Soulouque, emperador de Haití en el siglo XIX, Bolívar es comparado con Luis Bonaparte. Al no descifrar los términos de la lucha de clases en el proceso latinoamericano, y al no concebir a la nación como construcción inédita, al estado como posible generador de la sociedad civil, Marx llega implícitamente a una conclusión muy semejante a la de Hegel en el sentido de la incapacidad latinoamericana de acceder a la racionalidad histórica. El desarrollo de la historia latinoamericana aparece apenas como un reflejo de lo que sucede en Europa, aun en lo que cabría considerar las perspectivas más favorables al desarrollo de América Latina, como la denuncia de la intervención franco-anglo-española en México, cuando el gobierno de Benito Juárez dejó de pagar la deuda externa. Aricó distingue tres etapas en el pensamiento de Marx referido a “la expansión de los grandes países del Occidente europeo a expensas del mundo extraeuropeo”: La primera de ellas, entre 1847 y 1856, “combina el repudio moral a las atrocidades del colonialismo con su velada justificación teórica”: el carácter necesariamente progresivo del capitalismo tal como aparece en el Manifiesto comunista (1848) explicaba la celebración por Marx y Engels de la anexión de México a Estados Unidos, por ejemplo: “Constituye un progreso...que un país semejante sea lanzado por la violencia al movimiento histórico”, escribía Engels en 1848. “Es en interés de su propio desarrollo que México está bajo la tutela de Estados Unidos”. Y en 1849: “¿Es una desgracia que la magnífica California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos que no sabrían qué hacer con ella?” En 1853, a propósito del dominio británico sobre la India, Marx había escrito: “a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento inconsciente de la historia al realizar dicha revolución”, “el país industrialmente más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su propio futuro…” Es la etapa de lo que Dussel denomina la visión unilineal de la historia de Marx, a la que él mismo se opondría en etapas ulteriores. Volviendo a Aricó, una segunda etapa, de 1856 a 1864, es de predominio de la crítica a la expansión europea: “En los escritos sobre el mundo colonial o semicolonial prevalecen la denuncia de los atropellos de las potencias y la reivindicación del derecho de los países colonizados a resistir contra la ocupación extranjera”. A esta etapa corresponde la condena que Marx hace en 1861 a la intervención anglo-franco-española en México, a la que denomina “una de las empresas más monstruosas jamás registradas en los anales de la historia internacional” . Mucho antes, las alusiones de Marx en 1853 al bloqueo anglo-francés de Buenos Aires ya tenían el carácter de sarcasmo condenatorio con que se refiere ocho años después a la intervención europea contra el gobierno de Benito Juárez. (1) 5 Tanto Aricó como Dussel insisten en la importancia del viraje del pensamiento de Marx en lo que para Aricó es la tercera etapa, desde 1864 hasta la muerte de Marx en 1883, un viraje en que no fue acompañado por Engels. En efecto, habría que haber atendido más bien, sugiere Aricó, a aplicar a América Latina lo que Marx escribió en esta etapa a propósito de otras cuestiones (fundamentalmente Irlanda o Rusia) para acercarse a una interpretación más adecuada de la especificidad de los procesos en la región, y menos reñida con las experiencias de las masas latinoamericanas. En sus estudios Irlanda aparece en su relación con Inglaterra como el paradigma del país subordinado y del principio del desarrollo desigual y la desigual especialización de las economías de países y regiones; Marx percibe que el proletariado inglés se “beneficia” de la expoliación colonial del pueblo irlandés. Ya no piensa la independencia irlandesa como resultado de la revolución inglesa, sino la emancipación nacional de Irlanda como condición de la emancipación social del proletariado inglés. Deduce la interdependencia entre la lucha de clases y la lucha nacional. Dussel vincula el viraje de Marx con la correspondencia que inició con los populistas rusos desde antes de 1870, especialmente Nikolai Danielson y Nikolai Chernishevski. “La cuestión rusa tiene importancia esencial para un desarrollo creador del marxismo latinoamericano contemporáneo…” evalúa. Los populistas rusos se ocuparon de traducir rápidamente al ruso el primer tomo de El Capital de Marx, que se había publicado en alemán en 1867, y reaccionaron con gran entusiasmo a su lectura. Dussel traza incluso una analogía entre los “occidentalistas” rusos y los positivistas latinoamericanos del siglo XIX, hijos por igual de la Ilustración, en su oposición contra los narodniki, un movimiento eslavófilo y conservador, pero también contra el socialismo populista ruso iniciado década antes por Alexandre Herzen y Visarion Bielinski, “una síntesis superadora que postulaba partir del pueblo y su tradición ancestral de la obshchina (comuna rural) (contra los occidentalistas) y producir una revolución rusa hacia adelante (contra el romanticismo conservador)...” Esta caracterización evoca hasta el sobresalto el posicionamiento de la izquierda peronista: postuló partir de las experiencias de las masas peronistas políticamente proscriptas y principales damnificadas por la ortodoxia económica liberal , para lograr una superación histórica hacia la revolución social. No cabe sino vincular el reconocimiento por Marx del carácter desigual del desarrollo capitalista, con su percepción de que la comuna rural primitiva vigente en Rusia abre a ese país la posibilidad de evitar el tránsito por el capitalismo y “desarrollarse directamente como elemento de la producción colectiva a escala nacional”, según su correspondencia con la revista rusa Anales de la patria en 1877; a ese año corresponde un texto de Marx a propósito del planteo de Chernishevski sobre “si Rusia para abrazar el sistema capitalista necesitaría destruir la comunidad rural o si sin necesidad de conocer todos los tormentos de ese sistema podía recoger todos sus frutos por el camino de desarrollar sus propias peculiaridades históricas”: “...si Rusia sigue marchando por el camino que viene recorriendo desde 1861, desperdiciará la más hermosa ocasión que la historia ha ofrecido jamás a un pueblo para esquivar todas las fatales vicisitudes del régimen capitalista”, esto es, la ocasión de eludir el capitalismo. 6 El 16 de febrero de 1881 la populista rusa Vera Zasulich envió una carta a Marx: “No ignora usted que El Capital goza de gran popularidad en Rusia(...) En los últimos tiempos acostumbramos oír que la comuna rural es una forma arcaica que la historia, el socialismo científico, en una palabra todo cuanto hay de indiscutible, condenan a perecer. Las gentes que predican esto se llaman discípulos por excelencia de usted: ‘marxistas’(...) ¿Pero cómo lo deducen de su Capital? (...) Nos interesa su opinión al respecto y el gran servicio que nos prestaría exponiendo sus ideas acerca del posible destino de nuestra comunidad rural y de la teoría de la necesidad histórica para todos los países del mundo de pasar por todas las fases de la producción capitalista...” Tras varios esbozos, Marx elaboró el 8 de marzo de 1881 una respuesta definitiva, que Zasulich no apreció porque había optado por el “marxismo”. Éste es uno de sus pasajes clave: “El análisis presentado en El Capital no da razones ni en pro ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero el estudio especial que de ella he hecho me ha convencido de que esta comuna es el punto de apoyo de la regeneración social de Rusia. Pero para que pueda funcionar como tal será preciso eliminar primeramente las influencias deletéreas que la acosan por todas partes y a continuación asegurarle las condiciones normales para un desarrollo espontáneo…” Los estudios de Marx sobre el porvenir de la comuna rusa implican su admisión de que no todos los países seguían obligatoriamente las mismas etapas en su evolución, y que hasta podía suceder que un país accediera al socialismo sin haber agotado la fase del capitalismo con todas sus violencias. Dussel menciona como un “compromiso” entre las posiciones discrepantes de Marx y Engels el prólogo a una nueva edición rusa del Manifiesto en 1882: “...¿podrá la comunidad rural rusa (... ) pasar directamente a la forma superior de propiedad comunista , o pasará primero por el proceso de disolución que caracteriza el desenvolvimiento histórico de Occidente? La única respuesta que puede darse hoy a la cuestión es la siguiente: si la revolución rusa es la señal de una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podría servir de punto de partida para un desarrollo comunista...” (2) La hipótesis de Dussel es que el pensamiento de Marx bien puede fundar en los países periféricos un socialismo como solución frente a la imposibilidad del desarrollo real propio del capitalismo periférico. Y por consiguiente un socialismo latinoamericano que permita a la región el desarrollo que las características del capitalismo periférico le impiden Lo cierto es que esta evolución del pensamiento de Marx, estas oscilaciones omitidas en la interpretación predominante del marxismo en Argentina, resultan mucho más fructíferas aplicadas a América que aquel artículo sobre Bolívar, más emparentado con las tesis de Sarmiento sobre civilización y barbarie, en virtud de las cuales califica de “bandoleros” a Miguel Martín Güemes o a José Artigas, que a un pensamiento como el de José Martí, incompatible con la tesis de la existencia de una naturaleza negativa americana. Mariátegui, el heterodoxo Dussel pone al pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui como ejemplo de una interpretación latinoamericana original del marxismo, vinculada 7 con su percepción de la posibilidad de un nacionalismo revolucionario. Y establece un paralelo entre la recuperación que intenta Mariátegui del “ayllu”(esto es, el conjunto de familias emparentadas que detentan la propiedad colectiva de la tierra cultivable) y la comuna rural rusa. Paralelo que por otra parte ya había establecido el mismo Mariátegui en sus Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de 1928: “La feudalidad dejó análogamente subsistentes las comunas rurales en Rusia, país con el cual es siempre interesante el paralelo porque a su proceso histórico se aproxima el de esos países agrícolas y semifeudales mucho más que al de los países capitalistas de Occidente”. En efecto, en su ensayo Mariátegui abordó “el problema indígena” como un problema predominantemente económico, y más específicamente agrario. El derecho primordial del indígena, según él, es el derecho a la tierra. El problema indígena es el problema de la liquidación de los latifundios peruanos, esto es, de la feudalidad. El “comunismo agrario” propio de la civilización incaica, a través de la institución del “ayllu”, es para Mariátegui “un factor natural de socialización de la tierra”. Establece una analogía con las comunas rurales rusas, desnaturalizadas por el feudalismo, así como la economía agraria incaica fue destruida por los conquistadores sin ser sustituida por un modelo superador. Comunas rurales en Rusia y comunidades agrarias indígenas en Perú son concebidas como el germen de un sistema socialista basado en los “arraigados hábitos de cooperación” de las respectivas poblaciones campesinas (3). Llanto y acción Un sugerente ensayo del pensador húngaro László Földényi (4), propone que Dostoievski en Siberia, después de haber cumplido cuatro años de trabajos forzados en Omsk, por los cuales el zar Nicolás 1º había conmutado su condena a muerte en 1849, acusado de conspirador, se dedicó a leer con el fiscal Vragel las Lecciones sobre filosofía de la historia universal de Hegel Esas lecciones empiezan precisamente expulsando a Siberia de la historia; Dostoievski se habría puesto a llorar al ver que las concepciones de la historia por las cuales se había jugado la vida lo descartaban a él y a su sufrimiento en Siberia. En efecto, el pensamiento de Hegel había sido el primer contacto con el pensamiento occidental que había enfervorizado al crítico literario y revolucionario demócrata Visaron Belinski; se trata del mismo crítico que había consagrado el inicio de la carrera literaria de Dostoievski cuando publicó Las pobres gentes en 1846, y que había irradiado su fervor hegeliano en los círculos de Petrogrado. Después de esa lectura, Dostoeivski habría resuelto la inanidad del pensamiento moderno occidental, y su opción por el paraíso e infierno siberianos como fuente de la verdad sobre la vida. Los militantes de la llamada izquierda peronista no se pusieron a llorar al saber (en la mayor parte de los casos a intuir) que Europa, incluido el pensamiento de Marx según las interpretaciones vigentes, los expulsaba de la historia. “El que comprendiendo [lo que sucede en su tiempo y su país] no actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto y no en la historia viva de su tierra”, dice el Programa del 1 de mayo de la CGT de los Argentinos, redactado por Rodolfo Walsh en 1968. En marzo del año siguiente Walsh prologaría la crónica de Jorge Masetti en la Sierra Maestra Los que luchan y los que lloran, 8 que data de 1958, y cuya última frase, cuando Masetti emprende el regreso a Argentina desde La Habana, dice: “Y volví a encontrar dentro de mí una extraña, indefinible sensación de que desertaba, de que retornaba al mundo de los que lloran”. Llorar es ver lo que sucede desde la impotencia, comprenderlo sin actuar en consecuencia. La acción, la lucha misma es el modo de salir de esa impotencia. Un reportaje a la organización Montoneros publicado en el nº 28 de Cristianismo y Revolución, de abril de 1971, a la pregunta de por qué decidieron salir al público con el secuestro y asesinato de Aramburu, concluye diciendo: “...ya era hora de que dejáramos de llorar a nuestros caídos; era la hora de que cayeran los de enfrente; era la hora de que llorara el enemigo...” En lugar, entonces, de resignarse a no tener una historia propia, a tener en todo caso una historia que fuera mero reflejo de lo que sucedía en otra parte, se empeñaron en entrar a su manera en la historia que los omitía. (“Buenas noches, historia, agranda tus portones/entramos con Fidel, con el Caballo”, concluye el poema de Juan Gelman “Fidel”). Es significativo el nombre de la organización que inauguró su vida pública con el secuestro y asesinato de Aramburu en 1970, Montoneros. A partir de octubre de 1973, pasó a ser el nombre de una fusión de organizaciones, entre ellas Descamisados, FAR, y donde confluyeron también militantes de FAP. En exacto paralelo con el Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, en Uruguay, cuyo nombre proviene de Tupac Amaru, el jefe inca descuartizado por el poder español, y que es el mismo nombre que tenían los soldados de los ejércitos de José Artigas, se pusieron un nombre histórico, que evoca a los miembros de las montoneras, los ejércitos irregulares que en el siglo XIX peleaban al mando de jefes federales contra la embestida de los intereses comerciales del puerto de Buenos Aires y la imposición del libre cambio; sin escuela ni formación militar, se enfrentaron al ejército de Sarmiento y Mitre, y cuando la guerra de la Triple Alianza se solidarizaron con Paraguay antes que con el ejército nacional. Este alineamiento implica una impugnación de la noción de “progreso” que informa la historiografía liberal, y donde se inscribe la izquierda tradicional. Señala la falacia de la dicotomía civilización-barbarie sobre la que se funda la entera interpretación de la historia y cultura argentinas. El proyecto de una nación fundada sobre la base de la sustitución de la población original por otra supuestamente superior, y sobre la base de una “modernización” consistente en la apertura incondicional al libre comercio internacional. En realidad la concepción sarmientina es perfectamente congruente con la doctrina norteamericana del destino manifiesto, de la misión salvadora de Estados Unidos en el mundo. Sólo que la nación que imaginaba Sarmiento debía dejarse colonizar para acceder a la civilización, no colonizar a otras. A esa concepción se opuso la obra del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, al enunciar la viabilidad de un desarrollo autónomo para América Latina, cuyo paradigma sería el Paraguay del Dr Francia, arrasado por la Guerra de la Triple Alianza: “el Paraguay ha sido en el orden social y económico un experimento demostrativo de la potencialidad de la protoetnia neoamericana , de lo que podrían realizar los pueblos nuevos de América Latina si fueran llevados por una orientación autonomista” (5). 9 Superar la dicotomía civilización/barbarie La inscripción de la izquierda peronista en la vertiente del revisionismo histórico significa modificaciones importantes de esa tradición, tan importantes como la transmutación del nacionalismo conservador en un nacionalismo revolucionario, tal como lo entendió tempranamente José Carlos Mariátegui: “El nacionalismo de las naciones europeas - donde nacionalismo y conservadurismo se identifican y consustancian – se propone fines imperialistas (fascismos)…Pero el nacionalismo de los pueblos coloniales –sí, coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política – tiene un origen y un impulso totalmente diverso. En estos pueblos el nacionalismo es revolucionario, y por ende concluye con el socialismo. En estos pueblos la idea de nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha agotado su misión histórica…”. Así, la reivindicación de Juan Manuel de Rosas propia del revisionismo histórico, que intercambia los signos positivo y negativo que la historiografía oficial asigna a los próceres, se desplaza a la reivindicación de los jefes federales que reclamaron en vano a Rosas la elaboración de una Constitución federal. Mariano Moreno y la revolución nacional, de Norberto Galasso, prologada por Jorge Abelardo Ramos y publicada en Coyoacán en 1963, así como Los caudillos de la revolución de Mayo de Rodolfo Puiggrós publicada en Corregidor en 1971, actualizaron la polémica protagonizada en los últimos años del siglo XIX por Paul Groussac y Norberto Piñero, sobre la atribución o no del Plan de Operaciones a Mariano Moreno. Tanto Galasso como Puiggrós secundan la posición de Piñero con su tesis de que el Plan de Operaciones, fechado el 30 de agosto de 1810, y hallado por el investigador Eduardo Madero en el Archivo General de Indias de Sevilla a fines del siglo XIX, se trata de un documento secreto elaborado por Mariano Moreno. En ese documento Norberto Galasso cree ver “el programa económico y político del nacionalismo revolucionario”, y señala su coherencia con otras obras y sobre todo con los hechos de Moreno. En Moreno se combinarían el jacobinismo con el nacionalismo, para cimentar el programa del desarrollo de un capitalismo nativo. No sería el defensor del puro libre comercio presentado tradicionalmente por los textos escolares, sino un revolucionario que asume el ejercicio de la violencia y aun del terror, y una doble vara según se juzgue a los partidarios de la revolución o a sus enemigos. La derrota de Moreno dejaría sin programa a los líderes de interior, movilizados detrás de intereses afines a los de Moreno, pero faltos de su concepción integral. La obra de Puiggrós es una revisión y ampliación de sus ensayos anteriores: Mariano Moreno y la revolución democrática argentina, Ed Problemas, Buenos Aires, 1941; y Los caudillos de la Revolución de mayo. Del Plan de moreno al Tratado de Pilar, Ed Problemas, Buenos Aires, 1942. La atribución a Moreno del documento se convierte en una clave de interpretación de la historia argentina que la saca de la alternativa binaria encarnada en “liberales” y “nacionales”, y arroja una luz nueva sobre la Revolución de Mayo, desestimada por la corriente rosista. “Sin duda que el Plan fue uno de los motivos capitales o el capital de la resignación de Moreno del cargo de secretario de la Primera Junta y de su viaje con características de deportación a Europa”, había escrito Puiggrós. La tesis de Puiggrós es que el Plan de Operaciones de Moreno fue “el verdadero programa de la Revolución de Mayo” 10 . “El rasgo más genial de Moreno… es haber orientado la política revolucionaria hacia la unificación de los intereses de la burguesía comercial y los dueños de las tierras, sobre la base del comercio libre, pero desatando y apoyándose en el movimiento de masas surgido contra las formas de producción y relaciones de clase feudales, terminando con la esclavitud y la servidumbre , elevando al pueblo a la función gubernativa…” Y también: “Mariano Moreno…colocaba en la base del movimiento revolucionario que conduciría al nuevo orden, la insurrección de las masas, es decir la transformación total del país, elevando al pueblo a las funciones públicas e instalando una verdadera democracia. Si se hubiera limitado a representar y defender los intereses del comercio inglés, de los terratenientes ganaderos o de ambos a la vez, no hubiese caído del poder a fines de 1810…” Después de muerto Moreno, sostiene Puiggrós, José Gervasio Artigas “siguió la línea trazada por el secretario de la Primera Junta, midió en todo su alcance las consecuencias de la insurrección de las masas orientales… En la vecina Entre Ríos… Francisco Ramírez, López Jordán, Bartolomé Zapata y Vicente Zapata se habían pronunciado por la Revolución de Mayo…”(6) . En el mismo sentido, los documentos de jefes federales como Angel Peñaloza y Felipe Varela reproducidos por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde, muestran que se remitían en su acción a la república y a la Revolución de Mayo contra el absolutismo de las monarquías europeas, rompiendo la dicotomía cosmopolitismo ilustrado/atraso hispánico en la que tan cómodamente navega la historiografía mitrista. Este neorevisionismo centra la atención en el rol histórico de los derrotados, traza una línea que desde los jacobinos de Mayo (Moreno, Castelli, Monteagudo, Dorrego) pasando por las guerrillas por la independencia y luego por las rebeliones en defensa de las economías regionales arrasadas por el libre cambio, y contra la guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, no fue reasumida ni por la organización nacional ni por el pacto con Avellaneda. En el siglo XX, esta concepción se aferra a la continuidad entre los movimientos de masas que son el irigoyenismo y peronismo establecida por el grupo FORJA en los años 40. La historia se percibe como una gesta inconclusa de la que se trata de reasumir esa línea de los derrotados para darles finalmente el triunfo. Ese triunfo se funde con recorrer una vía nacional hacia el socialismo a través del peronismo, último avatar de un movimiento de masas destinado a cimentar una nación libre. Esta concepción implica una concepción de la historia teleológica como la de Hegel y el marxismo. Pero al cuestionar el supuesto bien de ser arrojado a la historia a través de un baño de sangre, problematiza la exaltación del carácter invariablemente revolucionario del capitalismo, con él toda idea lineal de progreso, que ya ha estallado en este comienzo del siglo XXI. “Algún día resplandecerá la hermosura de sus hechos, y la de tantos otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin...” escribe Rodolfo Walsh en ¿Quién mató a Rosendo? (CGT, 1968, editado en Ediciones de la Flor en 1984) a propósito de quienes enfrentaron al vandorismo dentro de la CGT de los años 60, pero la frase condensa, seguramente sin saberlo, la concepción de la historia y de la propia acción que alentó a la izquierda peronista. Lo interesante de esa concepción es que contiene en germen la superación de la dicotomía civilización/barbarie que ha aprisionado en un esquema caduco toda la interpretación de la historia argentina, al tender un 11 posible puente entre la ideología emancipadora de las revoluciones de la independencia y los intereses de quienes se sublevaron contra la imposición del libre cambio: “Es llegado el momento solemne de reivindicar los sagrados derechos que los traidores y perjuros nos usurparon. La Patria nos llama de nuevo a afianzar en nuestras provincias el imperio de la ley y las sabias instituciones que surgieron el gran día del pensamiento de mayo y se establecieron en Caseros bajo la noble dirección del capitán general Urquiza (…) Guardias nacionales de los pueblos todos, al abrir esta campaña no olvidéis…lleváis la enseña de la Ley del venerado Código de Mayo ante cuya divinidad haréis postrar a esos hijos perjuros que olvidando sus deberes fueron a servir de instrumento ciego de las miras de sus propios enemigos…” (Proclama de Angel Peñaloza, 26-3-1863). Y en el Manifiesto del General Felipe Varela del 1 de enero de 1868 en Potosí: “…Cuando el actual presidente de la República Boliviana indicó al Continente el medio de ser fuerte, invencible, grande, glorioso… la Alianza de las Repúblicas para repeler las ambiciones monárquicas de Europa, los ojos americanos se fijaron…en las costas uruguayas y argentinas como la llave principal de todos los pueblos que se extienden desde esta costas a las del Pacífico… No era pues una idea enteramente nueva en la sociedad sudamericana la de la alianza de sus poderes democráticos…Los pueblos generosos de América… acogieron llenos de entusiasmo la iniciación de esta grande idea [por] la evidencia práctica de los hechos mismos que han tenido lugar en nuestro joven Continente en los primeros años de este siglo cuando las ideas de democracia y república comenzaban a germinar en nuestro corazón oprimido por el yugo monárquico… Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina como España lo fue de América. Ser partidario de Buenos Aires es ser ciudadano amante de su patria pero ser amigo de la libertad de las provincias y de que entienden el goce de sus derechos… es ser traidor a la patria y es por consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley. He ahí los tiempos del coloniaje existentes en miniatura en la República y la guerra de 1810 reproducida en 1866-7 entre los pueblos de Buenos Aires (España) y las provincias del Plata (colonias americanas)…” Las alianzas de la izquierda clásica Enrique Dussel en 1990 analiza las consecuencias del alineamiento internacional de los Partidos Comunistas latinoamericanos con los aliados triunfantes en la segunda guerra europea, resultado de su incondicional subordinación a las razones de estado de la URSS: después de una etapa en que la línea antiimperialista de los Partidos Comunistas se superpuso con el antiimperialismo de las burguesías nacionales populistas, el cambio de línea determinado por la entrada en la guerra antialemana de la Unión Soviética los alejó de sus aliados: los populistas, explica Dussel, fueron “frecuentemente simpatizantes de la causa del Eje por levantarse contra el poder anglosajón que dominaba a América Latina”, situación que “ entrega [a los comunistas] en manos de sus antiguos enemigos: las oligarquías liberales, terratenientes exportadores ligados con Londres o Nueva York, o con las burguesías nacionales. Su prédica antifascista se tornará incomprensible para los que hasta la víspera habían sufrido el poder del capitalismo imperialista de los ‘aliados’”…El antifascismo a favor de los aliados dejará de negativo, dice 12 Dussel, la destrucción de las bases de la izquierda latinoamericana, absorbidas por los populismos, cardenista en México... varguista en Brasil, peronista en Argentina... La situación no es una exclusividad argentina, es el resultado de las políticas de los Partidos Comunistas stalinistas en toda América: “En Perú los ‘marxistas’ se unieron a la oligarquía liberal tradicional (Frente democrático); Colombia apoya al Partido Liberal; en Cuba se apoya a Fulgencio Batista; en Argentina se unirán con la Unión Democrática contra Perón. Por lo general entonces contra todas las causas ‘nacionales’ y ‘populares’. La política ‘nacional’ de la Unión Soviética ...nulificó la posibilidad de una análisis nacional del proceso político concreto... Desde el fin de la guerra, en 1945, los partidos comunistas latinoamericanos estaban completamente desacreditados...” (Dussel, pág. 284). Lo que los estudios correspondientes denominan “peronización” de la clase media y de sectores de la izquierda en el curso de la década del 60 es la práctica resultante de una revisión crítica de esa enajenación de la izquierda respecto de lo que hubieran sido sus bases sociales naturales. En el paisaje político local se traduce en una reacción contra la denominada Revolución Libertadora que interrumpió con un golpe militar la segunda presidencia de Perón. Anticipo del golpe militar de 1976 autodenominado Proceso de Reorganización Nacional, el golpe militar de 1955, apoyado por un amplio espectro político que iba desde el catolicismo integrista a la izquierda pasando por el liberalismo, enjuició en nombre de la democracia (que no practicaba) a los protagonistas y acciones de un gobierno inserto en la legalidad democrática, independientemente de la opinión que se tuviera sobre él, que era el segundo mandato presidencial de Perón. El antiperonismo volvía a su lógica de 1945: tardíamente, volvía a aplicar a la situación local el esquema europeo de los aliados contra el nazifascismo. La izquierda peronista no se comprende sin remontarse a esos dos momentos claves: 45 y 55. La descripción del acto de nacimiento del peronismo, el 17-1045, que trazó la izquierda contemporánea, socialista y comunista, ilustra como pocos la matriz positivista y racista desde la que es interpretado por esa izquierda el pensamiento de Marx. Sale explícitamente a la superficie la noción de un proletariado ideal, al que sólo podían acercarse los contingentes de inmigrantes llegados de países europeos donde había una tradición de socialismo obrero, la tradición civilizadora; una noción acorde con la concepción sarmientina según la cual una nación sólo podía cimentarse sobre la base de una población “superior” que sustituyera a la local. El proletariado de origen europeo debía ser la fuente de inspiración y la vanguardia del resto, cuya existencia misma resulta casi una sorpresa; y que es comparado peyorativamente, hasta en su estilo de manifestar, de encolerizarse o celebrar, con los sectores de población de origen africano adictos al régimen de Juan Manuel de Rosas en el siglo XIX, y conducidos por la mazorca: “Viva la Santa Federación, vociferaba la mazorca en la época más nefasta de la historia nacional(...) Viva el coronel Perón, vociferan las hordas desenfrenadas de la reacción y el odio ...Así los estamos viendo noche a noche por las calles porteñas ante el asombro y la indignación de quienes, indefensos, se encuentran a expensas de los bárbaros redivivos...” se lee en La Hora, del 13 de noviembre de 1945, publicación del Partido Comunista 13 dirigida por Rodolfo Ghioldi. En el Editorial de Orientación, del 24 de octubre del 45, del mismo partido, se menciona “el peronismo bárbaro y desatado” , “el rostro sangriento y bandolero” del peronismo. “...Entre los saqueadores y asesinos del miércoles y jueves próximo pasado y los que vivaban al tirano Rosas al son del candombe había una extraña similitud...”. En un artículo de esa publicación titulado “Pueblo y horda” se lee: “Se ha visto...el espectáculo de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la ciudad no representan a ninguna clase de la sociedad argentina. Era el malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo y Previsión... Ni siquiera faltó la rampante estampa de aquel degollador, el mazorquero Salomón, que llevaba al centro las comparsas de Rosas. Cipriano Reyes ya es personaje del cuadro siniestro de esta nueva mazorca...”” El diario La Vanguardia del Partido Socialista es si cabe más contundente en su estupor ante una fracción desconocida de la población, que al no encajar en las categorías propias de su doctrina es demonizada como si se tratara de resaca, de un desecho social: El editorial de La Vanguardia del 23 de octubre de 1945 dice: “Durante un tiempo pudimos haber pensado que el país en la renovada y cruenta lucha de la civilización contra la barbarie había alcanzado un nivel suficiente de estabilidad, convivencia pacífica y cultura social que lo excluía de hecho y derecho de la lista de las republiquetas southamericanas (sic) con que a la distancia calificaban los pueblos cultos de la tierra a las turbulentas sociedades de centro y sud América. Ahora, avergonzados, disminuidos y entristecidos, hemos descubierto que había un fondo de primitividad y miseria listo para ser utilizado por caudillos militares con el fin de implantar un gobierno fuerte, personal y dictatorial...” “...Así se fabricaron las desoladoras jornadas del miércoles y jueves de la semana anterior, que fueron saturnales a la criolla, y festividades de tipo rosista...” “La clase trabajadora organizada y esclarecida no ha participado en aquella movilización entre lamentable y pintoresca que acampó en la Plaza de Mayo...” Las multitudes del 17 de octubre son denominadas “candombe blanco”, “marcha de los candomberos”, “malón venido de extamuros...” “Los obreros que desde hace años han sostenido y sostienen sus organizaciones gremiales y sus luchas contra el capital, los que sienten la dignidad de sus funciones... no estaban allí....una horda, una mascarada, una balumba que a veces degeneraba en murga...¿Qué obrero argentino actúa en una manifestación en demanda de sus derechos como lo haría en un desfile de carnaval?” Como bien señala Maristella Svampa, la asimilación del peronismo al rosismo en los años 40 corresponde antes a los opositores que a Perón: “El estatuto orgánico del partido peronista en 1954 prohibía de manera explícita a los asociados y dirigentes tomar partido en la polémica revisionismoantirevisionismo [lo cual] no impidió a sectores peronistas adoptar la lectura revisionista para ver en Perón al representante de las masas históricamente vencidas… Aun cuando Perón no introdujo el revisionismo histórico en su discurso, hubo dos rasgos importantes en el mismo que facilitaron la activación política de esta visión: en primera instancia, los ataques a la oligarquía como enemigo mayor de la sociedad argentina. En segundo lugar, el carácter del sujeto Pueblo…” (6) 14 Diez años más tarde, la percepción de la izquierda argentina no había hecho otra cosa que acentuarse dado el mutuo ensañamiento entre el gobierno peronista y los partidos de izquierda que aparecieron aliados con las fuerzas armadas, la Iglesia, el liberalismo y el conservadurismo en la voluntad golpista de 1955. La Vanguardia del 20 de octubre de 1955 reproduce la Declaración del Partido Socialista del 24 de septiembre pasado, cuando esta publicación todavía no había vuelto a salir: “...Los socialistas argentinos saludan emocionados el gran esfuerzo de liberación de la tiranía que acaba de realizar el pueblo argentino con la ayuda principal y decisiva de la aviación, de la escuadra y el ejército, y confía en que la magna tarea de reordenamiento que espera al gobierno militar será conducida hasta el fin con la misma decisión, cordura y patriotismo con que ha sido llevada hasta aquí...” Es preciso recordar que el golpe militar del 16 de septiembre de 1955 había sido precedido por un intento fallido que incluyó el bombardeo de la casa de gobierno y la Plaza de Mayo, con el resultado de alrededor de 400 muertos. La Vanguardia pretende exceptuar a la denominada Revolución Libertadora del carácter de golpe militar que la emparentaría con el golpe militar de José Félix Uriburu contra Hipólito Irigoyen en 1930: “La Revolución Libertadora de septiembre no es un motín militar semejante a las clásicas revueltas de cuartel que no tenían más miras que derrocar un equipo gobernante y poner en su lugar a otro de usufructuarios...se hizo para poner fin a la era de los golpes militares y pone al país en posesión de sus instituciones democráticas y republicanas...” (24-11-55). Esta publicación califica como “bastarda” a la Constitución de 1949: “Declarada la nulidad de la reforma del 49 queda subsistente la de 1853... en cuanto no es obstáculo para el cumplimiento de los fines de la Revolución...Los fines de la Revolución que limitan la aplicabilidad de la Constitución del 53 han sido claramente enunciados: destruir la dictadura personal, destruir la sociedad totalitaria, restituir las instituciones democráticas y republicanas, restituir el imperio del derecho, reprimir los abusos de poder y los enriquecimientos ilícitos de la clase gobernante...” El Partido Socialista reafirma su adhesión al dictador Pedro Eugenio Aramburu en ocasión de los fusilamientos del 9 de junio de 1956: “Los hechos de la noche del sábado 9 y domingo 10...definen circunstancias y posiciones...Es dato fundamental ...la absoluta determinación del gobierno de reprimir con energía todo intento devolver al pasado. Se acabó la leche de la clemencia. Ahora todos saben que nadie intentará con riesgo de vida alterar el orden porque es impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política los argentinos necesitan aprender que la letra con sangre entra... El gangsterismo político sufrió un rudo golpe...” (14-6-1956). A diferencia de los socialistas, el Partido Comunista condenó en cambio la intentona de junio de 1955. Sin embargo, una vez consumado el golpe del 16 de septiembre, Victorio Codovilla en el mensuario Nueva Era nº 5, Año VII, octubre-noviembre 1955, se entrega a una sinuosa evaluación: “...Entre los militares que actuaron en común para derrocar el gobierno de Perón existen distintas opiniones respecto a la orientación política y económica, interna y externa a dar al nuevo gobierno. Entre las varias corrientes en lucha por el predominio en el poder para imprimir al gobierno una u otra orientación política se destacan dos fundamentales: una la que encabeza el general Lonardi, que 15 sufre una fuerte influencia clerical y proimperialista yanqui que lo empuja hacia la derecha; otra, la que encabeza el contraalmirante Rojas, vicepresidente, que se inclina hacia posiciones democráticas y de cierta resistencia al imperialismo...” “El golpe de Estado militar-clerical de septiembre pasado si bien se proponía y propone detener el ascenso de la combatividad obrera y el pueblo...al desarticular el aparato de Estado corporativo fascista creado por Perón ha abierto una brecha en el muro de contención de las masas levantado por aquel...” A Videla con cariño Más directo es el apoyo expresado en publicaciones del Partido Comunista al golpe de 1976 conducido por el general Jorge Videla: “La jefatura de las Fuerzas Armadas no abandonó su criterio profesionalista, ya que la destitución del gobierno anterior aparece como un paso ineludible en el marco de la erradicación de la violencia subversiva...” (Tribuna popular, Año 1, nº 1, 84-76) “Cuando diversas organizaciones internacionales con asiento en Europa han producido resoluciones condenando en bloque al gobierno argentino por una supuesta violación generalizada de los derechos humanos, ignorando las extralimitaciones de las bandas de ultraderecha y ultraizquierda...” (Coincidencia, Año1, nº1, diciembre de 1977) “Fiel a sus convicciones personales, el general Videla prefiere hablar de objetivos y no de plazos. Y sus objetivos que ha reiterado con saludable énfasis se cifran en una democracia republicana, representativa y federalista... Sólo los ultrismos de derecha e izquierda quedarán automarginados del proceso hacia el gran objetivo de esa democracia sobre la que el presidente ha sabido insistir...” (Idem). El Partido Socialista a través de La Vanguardia saluda al golpe militar del 24 de marzo de 1976 porque “pusieron fin a un clima de angustia, abatieron a un gobierno corrupto y signaron el término de un Estado jurídica y administrativamente muy singular..”· (7-4-76). Atribuye a la dictadura “la tarea de esclarecer”, al peronismo la responsabilidad de todos los males: “El peor de los males de que es responsable el populismo consiste en haber provocado la acción militar, el derrumbe económico que en el oscilar del péndulo había de generar una política de elevado costo social [se refiere al plan económico de José Martínez de Hoz, cuyo “promisorio éxito” ante la banca norteamericana y canadiense celebra en el número del 23-6-76]. Exalta el “estilo” de los discursos del general Videla: “A la parrafada estridente habíale sucedido la oración sobria y pausada; a la promesa vana el anuncio del sacrificio común; a la creencia en las soluciones fáciles y repentinas la advertencia de que ‘ha llegado la hora de la verdad’…” (21-4-76). “Sin banda y sin bastón, sin abrazos y sin aplausos de comité, y otras efusiones ligeras en que había caído el ritual republicano, la palabra presidencial trae un aire de sosegada grandeza…” (313-76). Al año de dictadura evalúa: “El 24 de marzo de 1976 marca el cierre de un ciclo histórico en el que salvo breves periodos de orden y tranquilidad pública el país soportó los desbordes de la demagogia y el totalitarismo instaurados desde el advenimiento peronista…” (24-3-77). De modo análogo al Partido Comunista, del que se desmarca sin embargo insistentemente, atribuye los inocultables crímenes de la dictadura a la acción de extremos descontrolados, y defiende al régimen de las denuncias 16 de que es objeto desde el exterior, defensa en la que cumplió un rol importante el socialista Américo Ghioldi como embajador argentino en Portugal durante la dictadura: “Frente a la campaña mundial de descrédito contra nuestro país (…) se impone correr el velo que hasta ahora ha venido ocultando la verdad sobre el origen preciso del terrorismo y la guerrilla entre nosotros…” (7-8-76) “La violencia y la guerrilla fueron acunadas por el justicialismo (…) Esa muerte sucia la heredamos del justicialismo…” (11-8-76). Ignora por completo a las corrientes de izquierda no peronistas y su rica evolución en el curso de los años 60 y 70. Esta izquierda no vaciló en hacerse policlasista en el año 45, en el 55 y en el 76, cuando se trató de enfrentar al peronismo. Su bizarra alianza con la oligarquía, las fuerzas armadas y el empresariado se envolvió en los ropajes de la institucionalidad democrática. Así es como pudo aliarse con la Sociedad Rural en el 45, con la Libertadora en el 55 y con la dictadura de Videla en 1976. Si Europa no hubiera sido en su concepción la sede por excelencia de la historia, hubiera sido más evidente la confrontación del peronismo no con el fascismo y el franquismo europeos, sino con movimientos análogos de masas en América Latina: el APRA peruano de Haya de la Torre, el varguismo brasileño, la Revolución mexicana en su etapa cardenista, el MNR boliviano. Una izquierda antipositivista La confluencia de la resistencia peronista con el acceso a la política de jóvenes radicalizados de muy diverso origen en el curso de los años 60 puso el acento en la significación de la experiencia histórica de las masas peronistas, tanto en su acceso a la participación política y a la integración social durante los gobiernos peronistas como en su resistencia al despojo de las conquistas sociales y a la clandestinización política perpetradas a partir del golpe militar de 1955. El surgimiento de la izquierda peronista en sus distintas vertientes en el curso de la década de 1960 y comienzos del 70 y su significado histórico es incomprensible fuera del tablero de fuerzas políticas donde jugó, y ese tablero incluye a las fuerzas tradicionales de izquierda, a las fuerzas que en nombre del parlamentarismo liberal justificaron distintas formas de dictadura y proscripción, y la Doctrina de la Seguridad Nacional, elaborada en Estados Unidos en el curso de los años 60. Ese surgimiento reconfiguró el mapa político del país, agudizando las contradicciones del peronismo, e inaugurando una confrontación social y política que anticipaba un nuevo realineamiento de fuerzas. La izquierda argentina debe a la izquierda peronista el único momento de la historia nacional en que dejó de ser una fuerza minoritaria referida a algún centro de poder con sede en el exterior para convertirse en un movimiento tumultuoso, lo suficientemente audaz como para negarse a imitar a nadie, cargado de atractivo para las jóvenes generaciones. Los comienzos del siglo XXI enfrentan a los países latinoamericanos con reacomodamientos de fuerzas que no en todos los casos se han plasmado todavía en fuerzas políticas correspondientes. Tradiciones y estructuras heredadas, que no representan adecuadamente los nuevos posicionamientos, coexisten con innovaciones audaces y amenazadas. Esa reconfiguración de 17 fuerzas y conflictos resulta propicia para que los países latinoamericanos, Argentina entre ellos, recuperen, reelaborándolas, sus significativas pero acalladas tradiciones de nacionalismo revolucionario. Cuba tendría la oportunidad de volver al carácter nacionalista y autónomo de su revolución, previo a su alineamiento con la URSS, y la integración latinoamericana actuar como salida a la tentación de caer en la huella del modelo chino. En la medida en que el distanciamiento del neoliberalismo, favorecido además por el estallido de la crisis financiera surgida en el corazón del establishment financiero, se convierte en cauce común para los países de la región, la generación militante masacrada en los 70 puede percibirse no sólo como última representante de una modernidad prometeica, sino también como precursora de una viabilidad para el desarrollo de América Latina. Sus militantes no pudieron resistir la lógica de la guerra fría donde se enmarcó su acción ni la ferocidad de las dictaduras de la doctrina de la seguridad nacional. Pero representan la afirmación de una posible alternativa al orden impuesto desde los países centrales, alternativa cuyo desarrollo requiere emanciparse de opciones y procedimientos anacrónicos, tanto como de una interpretación de elementos teóricos cuya rigidez se diría más propia de la lectura de textos sagrados que de la búsqueda de una orientación para interpretar realidades siempre esquivas en su complejidad y en su irreductible riqueza. Notas al pie: 1 Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina, Cuadernos de pasado y presente n. 30, Siglo XXI, México, 1972. 2 Enrique Dussel, El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana, Siglo XXI, México, 1990. 3 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1970. 4 Dostoievski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006. 5 Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1972. 6 Véase Mariano Moreno, Plan de Operaciones, Buenos Aires, Biblioteca Nacional, 2007. Edición del controvertido documento que incluye el registro de las interpretaciones y polémicas a que dio lugar. 7 En El dilema argentino, civilización o barbarie, Buenos Aires, Taurus, 2006. Marta Vassallo Buenos Aires, 2008