La izquierda peronista ha sido vista como la cuadratura del círculo

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ENTRAR EN LA HISTORIA
Marta Vasallo
“Un día que los profetas olvidaron…”
S. Mallarmé
Uno de los lugares comunes en la imagen transmitida sobre las
organizaciones político-militares es su ausencia de pensamiento. Esta
transmisión ha operado por lo menos de dos maneras: una evocación de los
hechos tal que no se percibe idea ninguna, salvo, en el mejor de los casos, la
atribución de una disconformidad radical con el statu quo y un objetivo
socialista; en este caso las acciones militantes son acciones irracionales,
meramente destructivas, o son inspiradas en buenos sentimientos como
solidaridad, conciencia de la injusticia.
Una segunda manera está representada por posicionamientos explícitos
acerca de una tendencia a la acción directa que despreció la necesidad de una
fundamentación teórica sólida.
Desprecio por la teoría, falta de pensamiento, o incongruencia, suelen
esgrimirse muy especialmente para explicar el fracaso de la acción de la
izquierda peronista, y de Montoneros como la última de sus expresiones en
orden cronológico y la más protagónica desde su surgimiento en 1970.
En cuanto al PRT-ERP, su habitual caracterización como trotszkista es
algo ligera, salvo que se insista en llamar “trotszkista” a toda variante del
marxismo que no tuviera al régimen ruso-soviético como modelo; es cierto que
integró en su origen la Cuarta Internacional y que muchos de sus miembros
tenían formación trotszkista, pero también es cierto que otros muchos
provenían de corrientes nacionalistas de izquierda, entre ellos su jefe, Mario
Santucho, quien integró con su hermano Francisco René el FRIP (Frente
Revolucionario Indoamericano Popular); sobre todo, hay que tener en cuenta
que el PRT-ERP inició su distanciamiento de la Cuarta Internacional a
mediados de 1971, cuando su práctica ya había entrado en conflictos implícitos
y explícitos con la organización internacional.
La heterodoxia es un rasgo común a las organizaciones políticomilitares, y aun más allá de ellas a las organizaciones de izquierda
reconfiguradas en el curso de los años 60. En efecto, la izquierda tradicional
representada por los Partidos Comunista y Socialista era objeto de un
cuestionamiento profundo, en la medida en que ante los ojos de las jóvenes
generaciones abrieron sus perspectivas el maoísmo y la revolución cubana,
pero también las guerras de liberación anticolonial contra las metrópolis
europeas. La militancia juvenil argentina aspiraba en realidad a la formación de
un movimiento revolucionario libre del corsé representado por la guerra fría, de
la “obligación” de jugar en uno u otro campo en que estaba dividido el mundo.
En ese auge heterodoxo se inscribe la radicalización política de jóvenes
católicos, como muchos de los que integraron los grupos originales de
Montoneros en Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe.
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Es indudable que aun en su heterodoxia el PRT-ERP se perfiló como
una organización de izquierda “pura” (clasista, internacionalista) frente a la
“turbiedad” que desde una perspectiva de izquierda significa la reivindicación
del peronismo (policlasista y nacional). Una diferencia determinante para la
oposición entre “pureza” perretista y “turbiedad” montonera que forma parte del
folklore transmitido. Un esquema que pasa por alto, por ejemplo, el carácter
nacional de la revolución cubana en su origen.
Dado que el PRT-ERP resultó tan arrasado como Montoneros, aunque
en etapas distintas (y que ninguna organización de izquierda, ni las más ajenas
a la lógica político-militar, lograron la vigencia de sus principios), cabe
preguntarse si las derrotas se explican por la ausencia o incongruencia de las
teorías, o si a la inversa quienes pusieron el cuerpo revelaron a su propia costa
las falencias de las teorías que habían encarnado.
La ausencia de teóricos propiamente dichos en esas organizaciones
militantes no excluye la existencia de un pensamiento. El intento de deducir ese
pensamiento, y por consiguiente buena parte de la significación de esos
movimientos revolucionarios, de vida breve y dramática, me parece preferible a
exigir la existencia de un sistema teórico previo que las iluminara. La acción y
el pensamiento no siempre siguen la misma lógica, y es corriente que la gente
de acción acuda a las teorías y al conocimiento del pasado en busca de
orientación para su práctica y para sus análisis del presente, aunque esas
teorías y conocimientos no estén en el centro de su preocupación, no sean su
prioridad.
Me interesa centrarme en el pensamiento de la izquierda peronista, un
pensamiento de fuentes e inspiración comunes a pesar de la diversidad de
formas que cobró en la acción, las diferentes organizaciones en que se plasmó
y de sus por momentos violentas discrepancias internas: las disputas sobre
quiénes eran los verdaderos herederos de la Resistencia peronista; las
fricciones entre movimientismo y foquismo; entre movimientismo y vanguardia;
entre alternativismo y seguidismo, entre conducción autónoma, aceptación del
liderazgo de Perón, búsqueda de un lugar bajo ese liderazgo, disputa por él,
etc.
La izquierda peronista ha sido vista como la cuadratura del círculo por
las diferentes formas de la izquierda, desde las tradicionales, para quienes el
peronismo seguía siendo una forma local de fascismo, a las “nuevas”, insertas
en una caracterización negativa del peronismo basada fundamentalmente en
su carácter policlasista. Como una herejía por quienes reivindicaban una
supuesta “ortodoxia” peronista (En cuanto a la sedicente ortodoxia, fue tal
nítidamente frente a la izquierda peronista; no puede decirse lo mismo de sus
relaciones con otras fuerzas políticas, sociales y económicas. La denominada
ortodoxia se caracterizó por su disposición a las negociaciones mientras duró la
Resistencia peronista, por el objetivo aval a las políticas económicas liberales
que sustituyeron al Pacto Social Gelbard-CGT después de la muerte de Perón,
por sus arreglos con la dictadura militar, por su silencio o su entusiasta fervor
ante las políticas menemistas). Finalmente, la izquierda peronista fue percibida
como una alarmante confluencia de factores amenazantes: concepciones
vanguardistas radicales en contacto con los movimientos de masas fabriles y
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gremiales, por los sectores más lúcidos de la derecha y por los servicios de
inteligencia.
En su carácter paradójico, la potencial dimensión teórica de
la izquierda peronista captó de modo excepcional la singularidad de la
coyuntura. Los elementos teóricos que la alimentaron – los ensayos de Raúl
Scalabrini Ortiz, Juan José Hernández Arregui y Arturo Jauretche, los estudios
históricos de Rodolfo Puiggrós, Jorge Abelardo Ramos y Norberto Galasso, el
rescate de figuras omitidas o particularmente tergiversadas de la historia
argentina, como los que operaron Eduardo Duhalde y Rodolfo Ortega Peña con
Facundo Quiroga o Felipe Varela, la poesía y la narrativa de Leopoldo
Marechal, la convergencia entre el peronismo y los movimientos consiguientes
al triunfo de la revolución cubana que intentó John William Cooke –constituyen
un mosaico que no siempre guarda congruencia, y sobre todo representan un
pensamiento fragmentario antes que un sistema teórico totalizador. El
conocimiento por parte de los militantes de ciertas zonas del pensamiento de
Carlos Marx, incluso el de las concepciones estratégicas y políticas de Juan
Domingo Perón, era parcial, funcional a la interpretación de lo inmediato y al
apuntalamiento de las posiciones tomadas. La lucidez de John William Cooke,
cuyos textos son por momentos más cautivantes y sugerentes que los de los
ensayistas e historiadores mencionados, no deja de ser la lucidez de un
activista, no de un teórico. Rodolfo Walsh pone su prosa deslumbrante, su
proclividad al desciframiento de enigmas, al servicio de las investigaciones
periodísticas que lo hicieron famoso; su Carta abierta, cuyo poder de
persuasión está fundado en buena parte en la construcción de ritmos y en su
sonoridad oratoria, es un análisis sin igual de los significados de la última
dictadura militar, y una pieza única incluso dentro de su obra. Walsh es un gran
narrador, un militante lúcido y férreo, no el autor de un sistema teórico.
Un agujero negro
Propongo que la izquierda peronista, sin haber elaborado un sistema de
pensamiento propiamente dicho, sintomatizó como ninguna otra fuerza hasta
entonces en el país el agujero negro que es América Latina en la concepción
marxista, la concepción del mundo que en el curso del siglo XX fue la
herramienta privilegiada de toda política revolucionaria anticapitalista. La
izquierda peronista significó la versión local de la necesidad de pensar América
de un modo como la tradición marxista en sus distintas vertientes se había
mostrado incapaz de hacerlo. Su heterodoxia encarnaba los déficit del
pensamiento marxista, pero sobre todo los déficit de la interpretación del
marxismo predominante en las izquierdas locales, relacionados directamente
con su ineptitud para lograr sus autoproclamados objetivos en América Latina.
Como bien ha escrito José Aricó, quien junto con Enrique Dussel tal vez
sean los investigadores argentinos que más y mejor indagaron en este agujero
negro, cuando se trata de referencias específicas a América Latina Marx no
innovó demasiado respecto de la premisa de Hegel que adscribe América
Latina a la zona de los “pueblos sin historia”.
El ejemplo más chocante de tal posición tal vez se encuentre en el
artículo escrito por Marx en 1858 sobre Bolívar para la New America
Cyclopaedia, por encargo de Charles Dana, que ilustra su mirada sobre los
procesos independentistas de América Latina. Aparte de la serie de errores
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históricos, el mismo Dana cuestionó el carácter de diatriba del artículo.
Carácter que Marx justificó en una carta a Engels del 14 de febrero de 1858
calificando a Bolívar como “canalla cobarde, brutal y miserable...el verdadero
Soulouque...” A través de Soulouque, emperador de Haití en el siglo XIX,
Bolívar es comparado con Luis Bonaparte. Al no descifrar los términos de la
lucha de clases en el proceso latinoamericano, y al no concebir a la nación
como construcción inédita, al estado como posible generador de la sociedad
civil, Marx llega implícitamente a una conclusión muy semejante a la de Hegel
en el sentido de la incapacidad latinoamericana de acceder a la racionalidad
histórica.
El desarrollo de la historia latinoamericana aparece apenas como un
reflejo de lo que sucede en Europa, aun en lo que cabría considerar las
perspectivas más favorables al desarrollo de América Latina, como la denuncia
de la intervención franco-anglo-española en México, cuando el gobierno de
Benito Juárez dejó de pagar la deuda externa.
Aricó distingue tres etapas en el pensamiento de Marx referido a “la
expansión de los grandes países del Occidente europeo a expensas del mundo
extraeuropeo”:
La primera de ellas, entre 1847 y 1856, “combina el repudio moral a las
atrocidades del colonialismo con su velada justificación teórica”: el carácter
necesariamente progresivo del capitalismo tal como aparece en el Manifiesto
comunista (1848) explicaba la celebración por Marx y Engels de la anexión de
México a Estados Unidos, por ejemplo: “Constituye un progreso...que un país
semejante sea lanzado por la violencia al movimiento histórico”, escribía
Engels en 1848. “Es en interés de su propio desarrollo que México está bajo la
tutela de Estados Unidos”. Y en 1849: “¿Es una desgracia que la magnífica
California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos que no sabrían qué
hacer con ella?”
En 1853, a propósito del dominio británico sobre la India, Marx había
escrito: “a pesar de todos sus crímenes, Inglaterra fue el instrumento
inconsciente de la historia al realizar dicha revolución”, “el país industrialmente
más desarrollado no hace sino mostrar al menos desarrollado la imagen de su
propio futuro…”
Es la etapa de lo que Dussel denomina la visión unilineal de la historia
de Marx, a la que él mismo se opondría en etapas ulteriores.
Volviendo a Aricó, una segunda etapa, de 1856 a 1864, es de
predominio de la crítica a la expansión europea: “En los escritos sobre el
mundo colonial o semicolonial prevalecen la denuncia de los atropellos de las
potencias y la reivindicación del derecho de los países colonizados a resistir
contra la ocupación extranjera”. A esta etapa corresponde la condena que
Marx hace en 1861 a la intervención anglo-franco-española en México, a la que
denomina “una de las empresas más monstruosas jamás registradas en los
anales de la historia internacional” . Mucho antes, las alusiones de Marx en
1853 al bloqueo anglo-francés de Buenos Aires ya tenían el carácter de
sarcasmo condenatorio con que se refiere ocho años después a la intervención
europea contra el gobierno de Benito Juárez. (1)
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Tanto Aricó como Dussel insisten en la importancia del viraje del
pensamiento de Marx en lo que para Aricó es la tercera etapa, desde 1864
hasta la muerte de Marx en 1883, un viraje en que no fue acompañado por
Engels.
En efecto, habría que haber atendido más bien, sugiere Aricó, a aplicar a
América Latina lo que Marx escribió en esta etapa a propósito de otras
cuestiones (fundamentalmente Irlanda o Rusia) para acercarse a una
interpretación más adecuada de la especificidad de los procesos en la región, y
menos reñida con las experiencias de las masas latinoamericanas. En sus
estudios Irlanda aparece en su relación con Inglaterra como el paradigma del
país subordinado y del principio del desarrollo desigual y la desigual
especialización de las economías de países y regiones; Marx percibe que el
proletariado inglés se “beneficia” de la expoliación colonial del pueblo irlandés.
Ya no piensa la independencia irlandesa como resultado de la revolución
inglesa, sino la emancipación nacional de Irlanda como condición de la
emancipación social del proletariado inglés. Deduce la interdependencia entre
la lucha de clases y la lucha nacional.
Dussel vincula el viraje de Marx con la correspondencia que inició con
los populistas rusos desde antes de 1870, especialmente Nikolai Danielson y
Nikolai Chernishevski. “La cuestión rusa tiene importancia esencial para un
desarrollo creador del marxismo latinoamericano contemporáneo…” evalúa.
Los populistas rusos se ocuparon de traducir rápidamente al ruso el primer
tomo de El Capital de Marx, que se había publicado en alemán en 1867, y
reaccionaron con gran entusiasmo a su lectura. Dussel traza incluso una
analogía entre los “occidentalistas” rusos y los positivistas latinoamericanos del
siglo XIX, hijos por igual de la Ilustración, en su oposición contra los narodniki,
un movimiento eslavófilo y conservador, pero también contra el socialismo
populista ruso iniciado década antes por Alexandre Herzen y Visarion Bielinski,
“una síntesis superadora que postulaba partir del pueblo y su tradición
ancestral de la obshchina (comuna rural) (contra los occidentalistas) y producir
una revolución rusa hacia adelante (contra el romanticismo conservador)...”
Esta caracterización evoca hasta el sobresalto el posicionamiento de la
izquierda peronista: postuló partir de las experiencias de las masas peronistas
políticamente proscriptas y principales damnificadas por la ortodoxia económica
liberal , para lograr una superación histórica hacia la revolución social.
No cabe sino vincular el reconocimiento por Marx del carácter desigual
del desarrollo capitalista, con su percepción de que la comuna rural primitiva
vigente en Rusia abre a ese país la posibilidad de evitar el tránsito por el
capitalismo y “desarrollarse directamente como elemento de la producción
colectiva a escala nacional”, según su correspondencia con la revista rusa
Anales de la patria en 1877; a ese año corresponde un texto de Marx a
propósito del planteo de Chernishevski sobre “si Rusia para abrazar el sistema
capitalista necesitaría destruir la comunidad rural o si sin necesidad de conocer
todos los tormentos de ese sistema podía recoger todos sus frutos por el
camino de desarrollar sus propias peculiaridades históricas”: “...si Rusia sigue
marchando por el camino que viene recorriendo desde 1861, desperdiciará la
más hermosa ocasión que la historia ha ofrecido jamás a un pueblo para
esquivar todas las fatales vicisitudes del régimen capitalista”, esto es, la
ocasión de eludir el capitalismo.
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El 16 de febrero de 1881 la populista rusa Vera Zasulich envió una carta
a Marx: “No ignora usted que El Capital goza de gran popularidad en Rusia(...)
En los últimos tiempos acostumbramos oír que la comuna rural es una forma
arcaica que la historia, el socialismo científico, en una palabra todo cuanto hay
de indiscutible, condenan a perecer. Las gentes que predican esto se llaman
discípulos por excelencia de usted: ‘marxistas’(...) ¿Pero cómo lo deducen de
su Capital? (...) Nos interesa su opinión al respecto y el gran servicio que nos
prestaría exponiendo sus ideas acerca del posible destino de nuestra
comunidad rural y de la teoría de la necesidad histórica para todos los países
del mundo de pasar por todas las fases de la producción capitalista...” Tras
varios esbozos, Marx elaboró el 8 de marzo de 1881 una respuesta definitiva,
que Zasulich no apreció porque había optado por el “marxismo”. Éste es uno de
sus pasajes clave: “El análisis presentado en El Capital no da razones ni en pro
ni en contra de la vitalidad de la comuna rural, pero el estudio especial que de
ella he hecho me ha convencido de que esta comuna es el punto de apoyo de
la regeneración social de Rusia. Pero para que pueda funcionar como tal será
preciso eliminar primeramente las influencias deletéreas que la acosan por
todas partes y a continuación asegurarle las condiciones normales para un
desarrollo espontáneo…”
Los estudios de Marx sobre el porvenir de la comuna rusa implican su
admisión de que no todos los países seguían obligatoriamente las mismas
etapas en su evolución, y que hasta podía suceder que un país accediera al
socialismo sin haber agotado la fase del capitalismo con todas sus violencias.
Dussel menciona como un “compromiso” entre las posiciones
discrepantes de Marx y Engels el prólogo a una nueva edición rusa del
Manifiesto en 1882: “...¿podrá la comunidad rural rusa (... ) pasar directamente
a la forma superior de propiedad comunista , o pasará primero por el proceso
de disolución que caracteriza el desenvolvimiento histórico de Occidente? La
única respuesta que puede darse hoy a la cuestión es la siguiente: si la
revolución rusa es la señal de una revolución proletaria en Occidente, de modo
que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia
podría servir de punto de partida para un desarrollo comunista...” (2)
La hipótesis de Dussel es que el pensamiento de Marx bien puede
fundar en los países periféricos un socialismo como solución frente a la
imposibilidad del desarrollo real propio del capitalismo periférico. Y por
consiguiente un socialismo latinoamericano que permita a la región el
desarrollo que las características del capitalismo periférico le impiden
Lo cierto es que esta evolución del pensamiento de Marx, estas
oscilaciones omitidas en la interpretación predominante del marxismo en
Argentina, resultan mucho más fructíferas aplicadas a América que aquel
artículo sobre Bolívar, más emparentado con las tesis de Sarmiento sobre
civilización y barbarie, en virtud de las cuales califica de “bandoleros” a Miguel
Martín Güemes o a José Artigas, que a un pensamiento como el de José Martí,
incompatible con la tesis de la existencia de una naturaleza negativa
americana.
Mariátegui, el heterodoxo
Dussel pone al pensador marxista peruano José Carlos Mariátegui como
ejemplo de una interpretación latinoamericana original del marxismo, vinculada
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con su percepción de la posibilidad de un nacionalismo revolucionario. Y
establece un paralelo entre la recuperación que intenta Mariátegui del
“ayllu”(esto es, el conjunto de familias emparentadas que detentan la propiedad
colectiva de la tierra cultivable) y la comuna rural rusa. Paralelo que por otra
parte ya había establecido el mismo Mariátegui en sus Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, de 1928: “La feudalidad dejó
análogamente subsistentes las comunas rurales en Rusia, país con el cual es
siempre interesante el paralelo porque a su proceso histórico se aproxima el de
esos países agrícolas y semifeudales mucho más que al de los países
capitalistas de Occidente”. En efecto, en su ensayo Mariátegui abordó “el
problema indígena” como un problema predominantemente económico, y más
específicamente agrario. El derecho primordial del indígena, según él, es el
derecho a la tierra. El problema indígena es el problema de la liquidación de los
latifundios peruanos, esto es, de la feudalidad. El “comunismo agrario” propio
de la civilización incaica, a través de la institución del “ayllu”, es para Mariátegui
“un factor natural de socialización de la tierra”. Establece una analogía con las
comunas rurales rusas, desnaturalizadas por el feudalismo, así como la
economía agraria incaica fue destruida por los conquistadores sin ser sustituida
por un modelo superador. Comunas rurales en Rusia y comunidades agrarias
indígenas en Perú son concebidas como el germen de un sistema socialista
basado en los “arraigados hábitos de cooperación” de las respectivas
poblaciones campesinas (3).
Llanto y acción
Un sugerente ensayo del pensador húngaro László Földényi (4), propone
que Dostoievski en Siberia, después de haber cumplido cuatro años de trabajos
forzados en Omsk, por los cuales el zar Nicolás 1º había conmutado su
condena a muerte en 1849, acusado de conspirador, se dedicó a leer con el
fiscal Vragel las Lecciones sobre filosofía de la historia universal de Hegel Esas
lecciones empiezan precisamente expulsando a Siberia de la historia;
Dostoievski se habría puesto a llorar al ver que las concepciones de la historia
por las cuales se había jugado la vida lo descartaban a él y a su sufrimiento en
Siberia. En efecto, el pensamiento de Hegel había sido el primer contacto con
el pensamiento occidental que había enfervorizado al crítico literario y
revolucionario demócrata Visaron Belinski; se trata del mismo crítico que había
consagrado el inicio de la carrera literaria de Dostoievski cuando publicó Las
pobres gentes en 1846, y que había irradiado su fervor hegeliano en los
círculos de Petrogrado. Después de esa lectura, Dostoeivski habría resuelto la
inanidad del pensamiento moderno occidental, y su opción por el paraíso e
infierno siberianos como fuente de la verdad sobre la vida.
Los militantes de la llamada izquierda peronista no se pusieron a llorar al
saber (en la mayor parte de los casos a intuir) que Europa, incluido el
pensamiento de Marx según las interpretaciones vigentes, los expulsaba de la
historia. “El que comprendiendo [lo que sucede en su tiempo y su país] no
actúa, tendrá un lugar en la antología del llanto y no en la historia viva de su
tierra”, dice el Programa del 1 de mayo de la CGT de los Argentinos, redactado
por Rodolfo Walsh en 1968. En marzo del año siguiente Walsh prologaría la
crónica de Jorge Masetti en la Sierra Maestra Los que luchan y los que lloran,
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que data de 1958, y cuya última frase, cuando Masetti emprende el regreso a
Argentina desde La Habana, dice: “Y volví a encontrar dentro de mí una
extraña, indefinible sensación de que desertaba, de que retornaba al mundo de
los que lloran”. Llorar es ver lo que sucede desde la impotencia, comprenderlo
sin actuar en consecuencia. La acción, la lucha misma es el modo de salir de
esa impotencia. Un reportaje a la organización Montoneros publicado en el nº
28 de Cristianismo y Revolución, de abril de 1971, a la pregunta de por qué
decidieron salir al público con el secuestro y asesinato de Aramburu, concluye
diciendo: “...ya era hora de que dejáramos de llorar a nuestros caídos; era la
hora de que cayeran los de enfrente; era la hora de que llorara el enemigo...”
En lugar, entonces, de resignarse a no tener una historia propia, a tener
en todo caso una historia que fuera mero reflejo de lo que sucedía en otra
parte, se empeñaron en entrar a su manera en la historia que los omitía.
(“Buenas noches, historia, agranda tus portones/entramos con Fidel, con el
Caballo”, concluye el poema de Juan Gelman “Fidel”).
Es significativo el nombre de la organización que inauguró su vida
pública con el secuestro y asesinato de Aramburu en 1970, Montoneros. A
partir de octubre de 1973, pasó a ser el nombre de una fusión de
organizaciones, entre ellas Descamisados, FAR, y donde confluyeron también
militantes de FAP. En exacto paralelo con el Movimiento de Liberación
Nacional Tupamaros, en Uruguay, cuyo nombre proviene de Tupac Amaru, el
jefe inca descuartizado por el poder español, y que es el mismo nombre que
tenían los soldados de los ejércitos de José Artigas, se pusieron un nombre
histórico, que evoca a los miembros de las montoneras, los ejércitos irregulares
que en el siglo XIX peleaban al mando de jefes federales contra la embestida
de los intereses comerciales del puerto de Buenos Aires y la imposición del
libre cambio; sin escuela ni formación militar, se enfrentaron al ejército de
Sarmiento y Mitre, y cuando la guerra de la Triple Alianza se solidarizaron con
Paraguay antes que con el ejército nacional.
Este alineamiento implica una impugnación de la noción de “progreso”
que informa la historiografía liberal, y donde se inscribe la izquierda tradicional.
Señala la falacia de la dicotomía civilización-barbarie sobre la que se funda la
entera interpretación de la historia y cultura argentinas. El proyecto de una
nación fundada sobre la base de la sustitución de la población original por otra
supuestamente superior, y sobre la base de una “modernización” consistente
en la apertura incondicional al libre comercio internacional. En realidad la
concepción sarmientina es perfectamente congruente con la doctrina
norteamericana del destino manifiesto, de la misión salvadora de Estados
Unidos en el mundo. Sólo que la nación que imaginaba Sarmiento debía
dejarse colonizar para acceder a la civilización, no colonizar a otras. A esa
concepción se opuso la obra del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro, al
enunciar la viabilidad de un desarrollo autónomo para América Latina, cuyo
paradigma sería el Paraguay del Dr Francia, arrasado por la Guerra de la Triple
Alianza: “el Paraguay ha sido en el orden social y económico un experimento
demostrativo de la potencialidad de la protoetnia neoamericana , de lo que
podrían realizar los pueblos nuevos de América Latina si fueran llevados por
una orientación autonomista” (5).
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Superar la dicotomía civilización/barbarie
La inscripción de la izquierda peronista en la vertiente del revisionismo
histórico significa modificaciones importantes de esa tradición, tan importantes
como la transmutación del nacionalismo conservador en un nacionalismo
revolucionario, tal como lo entendió tempranamente José Carlos Mariátegui: “El
nacionalismo de las naciones europeas - donde nacionalismo y
conservadurismo se identifican y consustancian – se propone fines
imperialistas (fascismos)…Pero el nacionalismo de los pueblos coloniales –sí,
coloniales económicamente, aunque se vanaglorien de su autonomía política –
tiene un origen y un impulso totalmente diverso. En estos pueblos el
nacionalismo es revolucionario, y por ende concluye con el socialismo. En
estos pueblos la idea de nación no ha cumplido aún su trayectoria ni ha
agotado su misión histórica…”.
Así, la reivindicación de Juan Manuel de Rosas propia del revisionismo
histórico, que intercambia los signos positivo y negativo que la historiografía
oficial asigna a los próceres, se desplaza a la reivindicación de los jefes
federales que reclamaron en vano a Rosas la elaboración de una Constitución
federal.
Mariano Moreno y la revolución nacional, de Norberto Galasso,
prologada por Jorge Abelardo Ramos y publicada en Coyoacán en 1963, así
como Los caudillos de la revolución de Mayo de Rodolfo Puiggrós publicada en
Corregidor en 1971, actualizaron la polémica protagonizada en los últimos años
del siglo XIX por Paul Groussac y Norberto Piñero, sobre la atribución o no del
Plan de Operaciones a Mariano Moreno.
Tanto Galasso como Puiggrós secundan la posición de Piñero con su
tesis de que el Plan de Operaciones, fechado el 30 de agosto de 1810, y
hallado por el investigador Eduardo Madero en el Archivo General de Indias de
Sevilla a fines del siglo XIX, se trata de un documento secreto elaborado por
Mariano Moreno. En ese documento Norberto Galasso cree ver “el programa
económico y político del nacionalismo revolucionario”, y señala su coherencia
con otras obras y sobre todo con los hechos de Moreno. En Moreno se
combinarían el jacobinismo con el nacionalismo, para cimentar el programa del
desarrollo de un capitalismo nativo. No sería el defensor del puro libre comercio
presentado tradicionalmente por los textos escolares, sino un revolucionario
que asume el ejercicio de la violencia y aun del terror, y una doble vara según
se juzgue a los partidarios de la revolución o a sus enemigos. La derrota de
Moreno dejaría sin programa a los líderes de interior, movilizados detrás de
intereses afines a los de Moreno, pero faltos de su concepción integral.
La obra de Puiggrós es una revisión y ampliación de sus ensayos
anteriores: Mariano Moreno y la revolución democrática argentina, Ed
Problemas, Buenos Aires, 1941; y Los caudillos de la Revolución de mayo. Del
Plan de moreno al Tratado de Pilar, Ed Problemas, Buenos Aires, 1942. La
atribución a Moreno del documento se convierte en una clave de interpretación
de la historia argentina que la saca de la alternativa binaria encarnada en
“liberales” y “nacionales”, y arroja una luz nueva sobre la Revolución de Mayo,
desestimada por la corriente rosista. “Sin duda que el Plan fue uno de los
motivos capitales o el capital de la resignación de Moreno del cargo de
secretario de la Primera Junta y de su viaje con características de deportación
a Europa”, había escrito Puiggrós. La tesis de Puiggrós es que el Plan de
Operaciones de Moreno fue “el verdadero programa de la Revolución de Mayo”
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. “El rasgo más genial de Moreno… es haber orientado la política revolucionaria
hacia la unificación de los intereses de la burguesía comercial y los dueños de
las tierras, sobre la base del comercio libre, pero desatando y apoyándose en
el movimiento de masas surgido contra las formas de producción y relaciones
de clase feudales, terminando con la esclavitud y la servidumbre , elevando al
pueblo a la función gubernativa…” Y también: “Mariano Moreno…colocaba en
la base del movimiento revolucionario que conduciría al nuevo orden, la
insurrección de las masas, es decir la transformación total del país, elevando al
pueblo a las funciones públicas e instalando una verdadera democracia. Si se
hubiera limitado a representar y defender los intereses del comercio inglés, de
los terratenientes ganaderos o de ambos a la vez, no hubiese caído del poder a
fines de 1810…” Después de muerto Moreno, sostiene Puiggrós, José
Gervasio Artigas “siguió la línea trazada por el secretario de la Primera Junta,
midió en todo su alcance las consecuencias de la insurrección de las masas
orientales… En la vecina Entre Ríos… Francisco Ramírez, López Jordán,
Bartolomé Zapata y Vicente Zapata se habían pronunciado por la Revolución
de Mayo…”(6) .
En el mismo sentido, los documentos de jefes federales como Angel
Peñaloza y Felipe Varela reproducidos por Rodolfo Ortega Peña y Eduardo
Luis Duhalde, muestran que se remitían en su acción a la república y a la
Revolución de Mayo contra el absolutismo de las monarquías europeas,
rompiendo la dicotomía cosmopolitismo ilustrado/atraso hispánico en la que tan
cómodamente navega la historiografía mitrista. Este neorevisionismo centra la
atención en el rol histórico de los derrotados, traza una línea que desde los
jacobinos de Mayo (Moreno, Castelli, Monteagudo, Dorrego) pasando por las
guerrillas por la independencia y luego por las rebeliones en defensa de las
economías regionales arrasadas por el libre cambio, y contra la guerra de la
Triple Alianza contra Paraguay, no fue reasumida ni por la organización
nacional ni por el pacto con Avellaneda. En el siglo XX, esta concepción se
aferra a la continuidad entre los movimientos de masas que son el irigoyenismo
y peronismo establecida por el grupo FORJA en los años 40. La historia se
percibe como una gesta inconclusa de la que se trata de reasumir esa línea de
los derrotados para darles finalmente el triunfo. Ese triunfo se funde con
recorrer una vía nacional hacia el socialismo a través del peronismo, último
avatar de un movimiento de masas destinado a cimentar una nación libre. Esta
concepción implica una concepción de la historia teleológica como la de Hegel
y el marxismo. Pero al cuestionar el supuesto bien de ser arrojado a la historia
a través de un baño de sangre, problematiza la exaltación del carácter
invariablemente revolucionario del capitalismo, con él toda idea lineal de
progreso, que ya ha estallado en este comienzo del siglo XXI.
“Algún día resplandecerá la hermosura de sus hechos, y la de tantos
otros, ignorados, perseguidos y rebeldes hasta el fin...” escribe Rodolfo Walsh
en ¿Quién mató a Rosendo? (CGT, 1968, editado en Ediciones de la Flor en
1984) a propósito de quienes enfrentaron al vandorismo dentro de la CGT de
los años 60, pero la frase condensa, seguramente sin saberlo, la concepción de
la historia y de la propia acción que alentó a la izquierda peronista.
Lo interesante de esa concepción es que contiene en germen la
superación de la dicotomía civilización/barbarie que ha aprisionado en un
esquema caduco toda la interpretación de la historia argentina, al tender un
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posible puente entre la ideología emancipadora de las revoluciones de la
independencia y los intereses de quienes se sublevaron contra la imposición
del libre cambio: “Es llegado el momento solemne de reivindicar los sagrados
derechos que los traidores y perjuros nos usurparon. La Patria nos llama de
nuevo a afianzar en nuestras provincias el imperio de la ley y las sabias
instituciones que surgieron el gran día del pensamiento de mayo y se
establecieron en Caseros bajo la noble dirección del capitán general Urquiza
(…) Guardias nacionales de los pueblos todos, al abrir esta campaña no
olvidéis…lleváis la enseña de la Ley del venerado Código de Mayo ante cuya
divinidad haréis postrar a esos hijos perjuros que olvidando sus deberes fueron
a servir de instrumento ciego de las miras de sus propios enemigos…”
(Proclama de Angel Peñaloza, 26-3-1863). Y en el Manifiesto del General
Felipe Varela del 1 de enero de 1868 en Potosí: “…Cuando el actual presidente
de la República Boliviana indicó al Continente el medio de ser fuerte,
invencible, grande, glorioso… la Alianza de las Repúblicas para repeler las
ambiciones monárquicas de Europa, los ojos americanos se fijaron…en las
costas uruguayas y argentinas como la llave principal de todos los pueblos que
se extienden desde esta costas a las del Pacífico… No era pues una idea
enteramente nueva en la sociedad sudamericana la de la alianza de sus
poderes democráticos…Los pueblos generosos de América… acogieron llenos
de entusiasmo la iniciación de esta grande idea [por] la evidencia práctica de
los hechos mismos que han tenido lugar en nuestro joven Continente en los
primeros años de este siglo cuando las ideas de democracia y república
comenzaban a germinar en nuestro corazón oprimido por el yugo
monárquico… Buenos Aires es la metrópoli de la República Argentina como
España lo fue de América. Ser partidario de Buenos Aires es ser ciudadano
amante de su patria pero ser amigo de la libertad de las provincias y de que
entienden el goce de sus derechos… es ser traidor a la patria y es por
consiguiente un delito que pone a los ciudadanos fuera de la ley. He ahí los
tiempos del coloniaje existentes en miniatura en la República y la guerra de
1810 reproducida en 1866-7 entre los pueblos de Buenos Aires (España) y las
provincias del Plata (colonias americanas)…”
Las alianzas de la izquierda clásica
Enrique Dussel en 1990 analiza las consecuencias del alineamiento
internacional de los Partidos Comunistas latinoamericanos con los aliados
triunfantes en la segunda guerra europea, resultado de su incondicional
subordinación a las razones de estado de la URSS: después de una etapa en
que la línea antiimperialista de los Partidos Comunistas se superpuso con el
antiimperialismo de las burguesías nacionales populistas, el cambio de línea
determinado por la entrada en la guerra antialemana de la Unión Soviética los
alejó de sus aliados: los populistas, explica Dussel, fueron “frecuentemente
simpatizantes de la causa del Eje por levantarse contra el poder anglosajón
que dominaba a América Latina”, situación que “ entrega [a los comunistas] en
manos de sus antiguos enemigos: las oligarquías liberales, terratenientes
exportadores ligados con Londres o Nueva York, o con las burguesías
nacionales. Su prédica antifascista se tornará incomprensible para los que
hasta la víspera habían sufrido el poder del capitalismo imperialista de los
‘aliados’”…El antifascismo a favor de los aliados dejará de negativo, dice
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Dussel,
la destrucción de las bases de la izquierda latinoamericana,
absorbidas por los populismos, cardenista en México... varguista en Brasil,
peronista en Argentina...
La situación no es una exclusividad argentina, es el resultado de las
políticas de los Partidos Comunistas stalinistas en toda América: “En Perú los
‘marxistas’ se unieron a la oligarquía liberal tradicional (Frente democrático);
Colombia apoya al Partido Liberal; en Cuba se apoya a Fulgencio Batista; en
Argentina se unirán con la Unión Democrática contra Perón. Por lo general
entonces contra todas las causas ‘nacionales’ y ‘populares’. La política
‘nacional’ de la Unión Soviética ...nulificó la posibilidad de una análisis nacional
del proceso político concreto... Desde el fin de la guerra, en 1945, los partidos
comunistas latinoamericanos estaban completamente desacreditados...”
(Dussel, pág. 284).
Lo que los estudios correspondientes denominan “peronización” de la
clase media y de sectores de la izquierda en el curso de la década del 60 es la
práctica resultante de una revisión crítica de esa enajenación de la izquierda
respecto de lo que hubieran sido sus bases sociales naturales. En el paisaje
político local se traduce en una reacción contra la denominada Revolución
Libertadora que interrumpió con un golpe militar la segunda presidencia de
Perón. Anticipo del golpe militar de 1976 autodenominado Proceso de
Reorganización Nacional, el golpe militar de 1955, apoyado por un amplio
espectro político que iba desde el catolicismo integrista a la izquierda pasando
por el liberalismo, enjuició en nombre de la democracia (que no practicaba) a
los protagonistas y acciones de un gobierno inserto en la legalidad
democrática, independientemente de la opinión que se tuviera sobre él, que era
el segundo mandato presidencial de Perón.
El antiperonismo volvía a su lógica de 1945: tardíamente, volvía a aplicar
a la situación local el esquema europeo de los aliados contra el nazifascismo.
La izquierda peronista no se comprende sin remontarse a esos dos momentos
claves: 45 y 55. La descripción del acto de nacimiento del peronismo, el 17-1045, que trazó la izquierda contemporánea, socialista y comunista, ilustra como
pocos la matriz positivista y racista desde la que es interpretado por esa
izquierda el pensamiento de Marx. Sale explícitamente a la superficie la noción
de un proletariado ideal, al que sólo podían acercarse los contingentes de
inmigrantes llegados de países europeos donde había una tradición de
socialismo obrero, la tradición civilizadora; una noción acorde con la
concepción sarmientina según la cual una nación sólo podía cimentarse sobre
la base de una población “superior” que sustituyera a la local. El proletariado de
origen europeo debía ser la fuente de inspiración y la vanguardia del resto,
cuya existencia misma resulta casi una sorpresa; y que es comparado
peyorativamente, hasta en su estilo de manifestar, de encolerizarse o celebrar,
con los sectores de población de origen africano adictos al régimen de Juan
Manuel de Rosas en el siglo XIX, y conducidos por la mazorca:
“Viva la Santa Federación, vociferaba la mazorca en la época más
nefasta de la historia nacional(...) Viva el coronel Perón, vociferan las hordas
desenfrenadas de la reacción y el odio ...Así los estamos viendo noche a noche
por las calles porteñas ante el asombro y la indignación de quienes,
indefensos, se encuentran a expensas de los bárbaros redivivos...” se lee en
La Hora, del 13 de noviembre de 1945, publicación del Partido Comunista
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dirigida por Rodolfo Ghioldi. En el Editorial de Orientación, del 24 de octubre
del 45, del mismo partido, se menciona “el peronismo bárbaro y desatado” , “el
rostro sangriento y bandolero” del peronismo. “...Entre los saqueadores y
asesinos del miércoles y jueves próximo pasado y los que vivaban al tirano
Rosas al son del candombe había una extraña similitud...”. En un artículo de
esa publicación titulado “Pueblo y horda” se lee: “Se ha visto...el espectáculo
de las hordas de desclasados haciendo de vanguardia del presunto orden
peronista. Los pequeños clanes con aspecto de murga que recorrieron la
ciudad no representan a ninguna clase de la sociedad argentina. Era el
malevaje reclutado por la policía y los funcionarios de la Secretaría de Trabajo
y Previsión... Ni siquiera faltó la rampante estampa de aquel degollador, el
mazorquero Salomón, que llevaba al centro las comparsas de Rosas. Cipriano
Reyes ya es personaje del cuadro siniestro de esta nueva mazorca...””
El diario La Vanguardia del Partido Socialista es si cabe más
contundente en su estupor ante una fracción desconocida de la población, que
al no encajar en las categorías propias de su doctrina es demonizada como si
se tratara de resaca, de un desecho social:
El editorial de La Vanguardia del 23 de octubre de 1945 dice: “Durante
un tiempo pudimos haber pensado que el país en la renovada y cruenta lucha
de la civilización contra la barbarie había alcanzado un nivel suficiente de
estabilidad, convivencia pacífica y cultura social que lo excluía de hecho y
derecho de la lista de las republiquetas southamericanas (sic) con que a la
distancia calificaban los pueblos cultos de la tierra a las turbulentas sociedades
de centro y sud América. Ahora, avergonzados, disminuidos y entristecidos,
hemos descubierto que había un fondo de primitividad y miseria listo para ser
utilizado por caudillos militares con el fin de implantar un gobierno fuerte,
personal y dictatorial...” “...Así se fabricaron las desoladoras jornadas del
miércoles y jueves de la semana anterior, que fueron saturnales a la criolla, y
festividades de tipo rosista...” “La clase trabajadora organizada y esclarecida no
ha participado en aquella movilización entre lamentable y pintoresca que
acampó en la Plaza de Mayo...”
Las multitudes del 17 de octubre son denominadas “candombe blanco”,
“marcha de los candomberos”, “malón venido de extamuros...” “Los obreros
que desde hace años han sostenido y sostienen sus organizaciones gremiales
y sus luchas contra el capital, los que sienten la dignidad de sus funciones... no
estaban allí....una horda, una mascarada, una balumba que a veces
degeneraba en murga...¿Qué obrero argentino actúa en una manifestación en
demanda de sus derechos como lo haría en un desfile de carnaval?”
Como bien señala Maristella Svampa, la asimilación del peronismo al
rosismo en los años 40 corresponde antes a los opositores que a Perón: “El
estatuto orgánico del partido peronista en 1954 prohibía de manera explícita a
los asociados y dirigentes tomar partido en la polémica revisionismoantirevisionismo [lo cual] no impidió a sectores peronistas adoptar la lectura
revisionista para ver en Perón al representante de las masas históricamente
vencidas… Aun cuando Perón no introdujo el revisionismo histórico en su
discurso, hubo dos rasgos importantes en el mismo que facilitaron la activación
política de esta visión: en primera instancia, los ataques a la oligarquía como
enemigo mayor de la sociedad argentina. En segundo lugar, el carácter del
sujeto Pueblo…” (6)
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Diez años más tarde, la percepción de la izquierda argentina no había
hecho otra cosa que acentuarse dado el mutuo ensañamiento entre el gobierno
peronista y los partidos de izquierda que aparecieron aliados con las fuerzas
armadas, la Iglesia, el liberalismo y el conservadurismo en la voluntad golpista
de 1955.
La Vanguardia del 20 de octubre de 1955 reproduce la Declaración del
Partido Socialista del 24 de septiembre pasado, cuando esta publicación
todavía no había vuelto a salir: “...Los socialistas argentinos saludan
emocionados el gran esfuerzo de liberación de la tiranía que acaba de realizar
el pueblo argentino con la ayuda principal y decisiva de la aviación, de la
escuadra y el ejército, y confía en que la magna tarea de reordenamiento que
espera al gobierno militar será conducida hasta el fin con la misma decisión,
cordura y patriotismo con que ha sido llevada hasta aquí...” Es preciso recordar
que el golpe militar del 16 de septiembre de 1955 había sido precedido por un
intento fallido que incluyó el bombardeo de la casa de gobierno y la Plaza de
Mayo, con el resultado de alrededor de 400 muertos.
La Vanguardia pretende exceptuar a la denominada Revolución
Libertadora del carácter de golpe militar que la emparentaría con el golpe
militar de José Félix Uriburu contra Hipólito Irigoyen en 1930: “La Revolución
Libertadora de septiembre no es un motín militar semejante a las clásicas
revueltas de cuartel que no tenían más miras que derrocar un equipo
gobernante y poner en su lugar a otro de usufructuarios...se hizo para poner fin
a la era de los golpes militares y pone al país en posesión de sus instituciones
democráticas y republicanas...” (24-11-55). Esta publicación califica como
“bastarda” a la Constitución de 1949: “Declarada la nulidad de la reforma del 49
queda subsistente la de 1853... en cuanto no es obstáculo para el cumplimiento
de los fines de la Revolución...Los fines de la Revolución que limitan la
aplicabilidad de la Constitución del 53 han sido claramente enunciados: destruir
la dictadura personal, destruir la sociedad totalitaria, restituir las instituciones
democráticas y republicanas, restituir el imperio del derecho, reprimir los
abusos de poder y los enriquecimientos ilícitos de la clase gobernante...” El
Partido Socialista reafirma su adhesión al dictador Pedro Eugenio Aramburu en
ocasión de los fusilamientos del 9 de junio de 1956: “Los hechos de la noche
del sábado 9 y domingo 10...definen circunstancias y posiciones...Es dato
fundamental ...la absoluta determinación del gobierno de reprimir con energía
todo intento devolver al pasado. Se acabó la leche de la clemencia. Ahora
todos saben que nadie intentará con riesgo de vida alterar el orden porque es
impedir la vuelta a la democracia. Parece que en materia política los argentinos
necesitan aprender que la letra con sangre entra... El gangsterismo político
sufrió un rudo golpe...” (14-6-1956).
A diferencia de los socialistas, el Partido Comunista condenó en cambio
la intentona de junio de 1955. Sin embargo, una vez consumado el golpe del 16
de septiembre, Victorio Codovilla en el mensuario Nueva Era nº 5, Año VII,
octubre-noviembre 1955, se entrega a una sinuosa evaluación: “...Entre los
militares que actuaron en común para derrocar el gobierno de Perón existen
distintas opiniones respecto a la orientación política y económica, interna y
externa a dar al nuevo gobierno. Entre las varias corrientes en lucha por el
predominio en el poder para imprimir al gobierno una u otra orientación política
se destacan dos fundamentales: una la que encabeza el general Lonardi, que
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sufre una fuerte influencia clerical y proimperialista yanqui que lo empuja hacia
la derecha; otra, la que encabeza el contraalmirante Rojas, vicepresidente, que
se inclina hacia posiciones democráticas y de cierta resistencia al
imperialismo...” “El golpe de Estado militar-clerical de septiembre pasado si
bien se proponía y propone detener el ascenso de la combatividad obrera y el
pueblo...al desarticular el aparato de Estado corporativo fascista creado por
Perón ha abierto una brecha en el muro de contención de las masas levantado
por aquel...”
A Videla con cariño
Más directo es el apoyo expresado en publicaciones del Partido
Comunista al golpe de 1976 conducido por el general Jorge Videla: “La jefatura
de las Fuerzas Armadas no abandonó su criterio profesionalista, ya que la
destitución del gobierno anterior aparece como un paso ineludible en el marco
de la erradicación de la violencia subversiva...” (Tribuna popular, Año 1, nº 1, 84-76) “Cuando diversas organizaciones internacionales con asiento en Europa
han producido resoluciones condenando en bloque al gobierno argentino por
una supuesta violación generalizada de los derechos humanos, ignorando las
extralimitaciones de las bandas de ultraderecha y ultraizquierda...”
(Coincidencia, Año1, nº1, diciembre de 1977) “Fiel a sus convicciones
personales, el general Videla prefiere hablar de objetivos y no de plazos. Y sus
objetivos que ha reiterado con saludable énfasis se cifran en una democracia
republicana, representativa y federalista... Sólo los ultrismos de derecha e
izquierda quedarán automarginados del proceso hacia el gran objetivo de esa
democracia sobre la que el presidente ha sabido insistir...” (Idem).
El Partido Socialista a través de La Vanguardia saluda al golpe militar del
24 de marzo de 1976 porque “pusieron fin a un clima de angustia, abatieron a
un gobierno corrupto y signaron el término de un Estado jurídica y
administrativamente muy singular..”· (7-4-76). Atribuye a la dictadura “la tarea
de esclarecer”, al peronismo la responsabilidad de todos los males: “El peor de
los males de que es responsable el populismo consiste en haber provocado la
acción militar, el derrumbe económico que en el oscilar del péndulo había de
generar una política de elevado costo social [se refiere al plan económico de
José Martínez de Hoz, cuyo “promisorio éxito” ante la banca norteamericana y
canadiense celebra en el número del 23-6-76]. Exalta el “estilo” de los
discursos del general Videla: “A la parrafada estridente habíale sucedido la
oración sobria y pausada; a la promesa vana el anuncio del sacrificio común; a
la creencia en las soluciones fáciles y repentinas la advertencia de que ‘ha
llegado la hora de la verdad’…” (21-4-76). “Sin banda y sin bastón, sin abrazos
y sin aplausos de comité, y otras efusiones ligeras en que había caído el ritual
republicano, la palabra presidencial trae un aire de sosegada grandeza…” (313-76). Al año de dictadura evalúa: “El 24 de marzo de 1976 marca el cierre de
un ciclo histórico en el que salvo breves periodos de orden y tranquilidad
pública el país soportó los desbordes de la demagogia y el totalitarismo
instaurados desde el advenimiento peronista…” (24-3-77).
De modo análogo al Partido Comunista, del que se desmarca sin
embargo insistentemente, atribuye los inocultables crímenes de la dictadura a
la acción de extremos descontrolados, y defiende al régimen de las denuncias
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de que es objeto desde el exterior, defensa en la que cumplió un rol importante
el socialista Américo Ghioldi como embajador argentino en Portugal durante la
dictadura: “Frente a la campaña mundial de descrédito contra nuestro país (…)
se impone correr el velo que hasta ahora ha venido ocultando la verdad sobre
el origen preciso del terrorismo y la guerrilla entre nosotros…” (7-8-76) “La
violencia y la guerrilla fueron acunadas por el justicialismo (…) Esa muerte
sucia la heredamos del justicialismo…” (11-8-76). Ignora por completo a las
corrientes de izquierda no peronistas y su rica evolución en el curso de los
años 60 y 70.
Esta izquierda no vaciló en hacerse policlasista en el año 45, en el 55 y
en el 76, cuando se trató de enfrentar al peronismo. Su bizarra alianza con la
oligarquía, las fuerzas armadas y el empresariado se envolvió en los ropajes de
la institucionalidad democrática. Así es como pudo aliarse con la Sociedad
Rural en el 45, con la Libertadora en el 55 y con la dictadura de Videla en 1976.
Si Europa no hubiera sido en su concepción la sede por excelencia de la
historia, hubiera sido más evidente la confrontación del peronismo no con el
fascismo y el franquismo europeos, sino con movimientos análogos de masas
en América Latina: el APRA peruano de Haya de la Torre, el varguismo
brasileño, la Revolución mexicana en su etapa cardenista, el MNR boliviano.
Una izquierda antipositivista
La confluencia de la resistencia peronista con el acceso a la política de
jóvenes radicalizados de muy diverso origen en el curso de los años 60 puso el
acento en la significación de la experiencia histórica de las masas peronistas,
tanto en su acceso a la participación política y a la integración social durante
los gobiernos peronistas como en su resistencia al despojo de las conquistas
sociales y a la clandestinización política perpetradas a partir del golpe militar de
1955.
El surgimiento de la izquierda peronista en sus distintas vertientes en el
curso de la década de 1960 y comienzos del 70 y su significado histórico es
incomprensible fuera del tablero de fuerzas políticas donde jugó, y ese tablero
incluye a las fuerzas tradicionales de izquierda, a las fuerzas que en nombre
del parlamentarismo liberal justificaron distintas formas de dictadura y
proscripción, y la Doctrina de la Seguridad Nacional, elaborada en Estados
Unidos en el curso de los años 60. Ese surgimiento reconfiguró el mapa político
del país, agudizando las contradicciones del peronismo, e inaugurando una
confrontación social y política que anticipaba un nuevo realineamiento de
fuerzas.
La izquierda argentina debe a la izquierda peronista el único momento
de la historia nacional en que dejó de ser una fuerza minoritaria referida a algún
centro de poder con sede en el exterior para convertirse en un movimiento
tumultuoso, lo suficientemente audaz como para negarse a imitar a nadie,
cargado de atractivo para las jóvenes generaciones.
Los comienzos del siglo XXI enfrentan a los países latinoamericanos con
reacomodamientos de fuerzas que no en todos los casos se han plasmado
todavía en fuerzas políticas correspondientes. Tradiciones y estructuras
heredadas, que no representan adecuadamente los nuevos posicionamientos,
coexisten con innovaciones audaces y amenazadas. Esa reconfiguración de
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fuerzas y conflictos resulta propicia para que los países latinoamericanos,
Argentina entre ellos, recuperen, reelaborándolas, sus significativas pero
acalladas tradiciones de nacionalismo revolucionario.
Cuba tendría la
oportunidad de volver al carácter nacionalista y autónomo de su revolución,
previo a su alineamiento con la URSS, y la integración latinoamericana actuar
como salida a la tentación de caer en la huella del modelo chino.
En la medida en que el distanciamiento del neoliberalismo, favorecido
además por el estallido de la crisis financiera surgida en el corazón del
establishment financiero, se convierte en cauce común para los países de la
región, la generación militante masacrada en los 70 puede percibirse no sólo
como última representante de una modernidad prometeica, sino también como
precursora de una viabilidad para el desarrollo de América Latina. Sus
militantes no pudieron resistir la lógica de la guerra fría donde se enmarcó su
acción ni la ferocidad de las dictaduras de la doctrina de la seguridad nacional.
Pero representan la afirmación de una posible alternativa al orden impuesto
desde los países centrales, alternativa cuyo desarrollo requiere emanciparse de
opciones y procedimientos anacrónicos, tanto como de una interpretación de
elementos teóricos cuya rigidez se diría más propia de la lectura de textos
sagrados que de la búsqueda de una orientación para interpretar realidades
siempre esquivas en su complejidad y en su irreductible riqueza.
Notas al pie:
1 Karl Marx, Friedrich Engels, Materiales para la historia de América Latina,
Cuadernos de pasado y presente n. 30, Siglo XXI, México, 1972.
2 Enrique Dussel, El último Marx (1863-1882) y la liberación latinoamericana,
Siglo XXI, México, 1990.
3 José Carlos Mariátegui, Siete ensayos de interpretación de la realidad
peruana, Montevideo, Biblioteca de Marcha, 1970.
4 Dostoievski lee a Hegel en Siberia y rompe a llorar, Galaxia Gutenberg,
Barcelona, 2006.
5 Darcy Ribeiro, Las Américas y la civilización, Centro Editor de América
Latina, Buenos Aires, 1972.
6 Véase Mariano Moreno, Plan de Operaciones, Buenos Aires, Biblioteca
Nacional, 2007. Edición del controvertido documento que incluye el registro de
las interpretaciones y polémicas a que dio lugar.
7 En El dilema argentino, civilización o barbarie, Buenos Aires, Taurus, 2006.
Marta Vassallo
Buenos Aires, 2008
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