Políticos de antaño De todas partes Los Monarcas lusitanos

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Año III.—Número 742.
lemiDéo 13 de Hofieibn de 1198
Madrid: Un mes, 1.50 pesetas—Provin-
Ananoioa espa&oles 7 extram'eros: Se !«•
ciben únioamente basta las ooatro de la tsr<
de en la A d m l n i s t r a c i é i i , T u d e s c o s
3 0 y aa.
Toda la correspondsBcia al Oinctor.—No
Be dernelven los originales.
La correspondencia administraÜTS n di<
rigir&al
lii,,.i ;• u .:•.•'•••••... f:c"ij"'."'--"i:i'<-, 10 J-ebOUiS.—
Poi-tugal: Trimeáire, ** pesetas.
Seaamiten snsci-ipniones para Madrid y
provincias en casa de los Srcs. Gallego y
C ^, Carrera de San Jerónimo núm. S, y en
la A^liuiuistración.
AOHIKKSTBADOR
DIRECTOR Y PROPIETARIO
EUGENIO GONZÁLEZ SANGRáDOR
MARIANO DUEÑAS GÓMEZ
Políticos de antaño
Eli CIEGO
AlffBALrZ
El día 14 de Agosto de 1808 entraron en Madrid las primeras tropas que iiabian conseguido
triunfos en las provincias contra los franceses.
Componíanse de valencianos, que, como en
otra parte dije, mandaba el General D. Pedro
González Llamas.
Juntábanse á estas tropas algunos cuerpos
veteranos, bien uniformados, conforme á la usanza del ejército español de aquellos días. Pero la
mayor parte de estas tropas victoriosas vestía
zaragüelles, con su manta al hombro; sus cabezas aparecían cubiertas de larga cabellera, que
caía por los lados y espalda en largos mechones
y mal peinados. Llevaban sombrero redondo,
con escarapela roja, cintas con lemas y muchas
estampitas conlimágenes de la Virgen y de-los
Santos.
E l aspecto de esta gente era singular y extraño, con algo de ridículo y mucno de feroz,
como lo acreditaron los hechos.
Tan pronto como entraron en Madrid, con el
natural desconcierto de gente indisciplinada,
sin obedecer á sus jefes inmediatos, se dispersuron por Madrid para mezclarse con la parte
peor de la plebe, á fin de alborotar j llenar de
inquietud al vecindario.
Numerosos grupos recorrían las calles de la
capital atronando los oídos de los madrileños
con cantos que entonaban al son de guitarras;
y de esta manera se encaminaban á los conventos de monjas, allanaban los templos y pedían
á gritos á estas santas reclusas oraciones y estampas para adornar sus sombreros. Hubo convento que tuvo necesidad de apurar todos sus
escapularios y reliquias para satisfacer los deseos de estos imprudentes peticionarios, que
salían de los conventos, recorrían nuevamente
las calles y plazas dando vivas acalorados á los
vencedores, pero interrumpiendo estas aclamaciones con mueras á los traidores, á los cuales
buscaban por todas partes.
***
Residía en Madrid un pobre ciego á quien
apellidaban el Andaluz, Tenía éste una hija que
apenas rayaría en los catorce años, muchacha
muy simpática que bailaba con primor las seguidillas manchegas á compás de las castañuelas y de la guitarra, que punteaba su padre.
Los soldados francesas formaban corro.'j y
agasajaban con frecuencia al pa'ire de la muchacha para que ésta luciese su donaire, mientras que el Andaluz eutonaba las seguidillas.
Esto se repetía; porque el ciego buscaba con
ftíáii el lucro que les proporcionaban lossoldados franceses, que nunca desdeñaban la invitación del pobre cieij;o.
Como puedo comprenderse, la^ conducta del
Andaluz se atrajo la animadversión de loa iiiadribiños, y la salida de los franceses de Madrid, la entrada de las huestes vencedora.-s espafu.'las, y los desórdenes de que ya he dado
cufcuta má.s arriba, fueron ocasión propicia para la pordií-ióíi del pobre ciej/o.
Estos grupos (¿ue r.-.coi rían cantando y dando mueras á los traidores por ias calles de Madrid, se encuminaron á una de las angostas calles que rodeaban el convento do San Francisco, y penetraron en la humilde TÍvienda en que
residía el ciego con su hija. Esta fué milagrusamente respetada, merced á la intervención de
otras mujeres que, compadecidas, la ampararon; pero el pobre ciego fué triste víctima de
aquellos furiosos invasores, que atando al Andaluz por los brazos, _ le sacaron á la calle, dándole golpes y después hiriéndole mortalmente.
Le ataron una cuerda al cuello, y le llevaron
arrastrando hasta la plazuela de la Cebada.
Llegó á noticia del General Llamas tan triste
suceso, y este venerable anciano montó á oaba*
lio inmediatamente y acudió al sitio del tumulto, donde procuró, con palabras ,unas veces
enérgicas y otras veces dulces y reflexivas,
contener á los revoltosos, recriminando el acto
bárbaro que cometían aquellos locos desenfrenados. Las palabras del General fueron acogidas con silbidos y con insultos y con frases tan
indecorosas contra el anciano, que no quiero
íipuntar aquí para no ofender los oídos de mis
iectoreg.
La escolta del General, compuesta de unos
seis Oficiales, desenvainó las espadas para defender al anciano militar, sobre el cual se apiñaban aquellos malhechores con objeto de asesínárlo; lo que hubiera ocurrido si los defensores de Llamas no se hubieran opuesto con energía á tan t(»Mble esCSudaío.
Envalentonados los bullangueros, aumentaron sus torpezas insultando á la gente honrada
y decente de Madrid, que reprobaba estas escandalosas locuras.
Ni el Ayuntamiento ni el Cüncejo encontraban medios para proceder á una laudable represión.
Los habitantes de Madrid, viéndose amenazadoa por estas turbas casi sediciosas, temían
que se reprodujesen en la corte las horribles
escenas do Valencia y otros puntos.
¿Víi'rtunadamente para los madrileños, el día
23 entraron en Madrid las tropas victoriosas
del Gener&l Castaños, á las cuales se l e s h i z o
tan recibimiento más entusiástico y superior al
que habían tenido las tropas de Valencia, porque el pueblo madrileño estimaba muy superiores sus glorias, como lo acreditaba la grandeza de los sucesos en que habían tomado
parte.
S s t a circunstancia contribuyó sobremanera
á qua los revoltosos aplacaran su furor, porque
las nuevas tropas fueron una especie de guarnición decidida á contener á los agresores.
Del ejército de Andalucía, los que más excitaban la curiosidad y más aplausos obtenían
eran los lanceros de Jerez, conocidos generalmente con el nombre de garrochistas.
Ceñían vestido andaluz, cubrían su caboisa
con sombrero calañés, y llevaban las garrochas
terciadas al hombre, á uso de picadores de
toros.
Con la hipérbole natural de la gente andaluza, contaban estos guerreros que con estas armas b a t í a n ensartado á los franceses, sin que
les sirvieran! de escudo sus armaduras de acero.
Estas alabanzas jactanciosas eran ¿«cuchadas
con benevolencia por los madrileños, á quien?^
producía gusto escuchar el lenguaje de los jerezanos, encomiando sus triunfos.
E s el caso que con el refuerzo de las tropas
de Bailón pudo restablecerse el sosiego en la
villa y corte de Madrid y pensarse con algún
detenimiento sobre la solemnidad que debía revestir la proclamación del R e y Fernando V I I ,
de lo cual me ocuparé con detenimiento más
adelante.
-, 'I L D E F O N S O ANTONIO- B B B M B J O .
(Prohibida la reproducción.)
De todas partes
E.as dos R e i n a s .
A la una, buscóla el amor en corte destérrala del
Trono, perseguida dentro y fuera de sus antiguos
reinos, enlutada en la tierra y ensombrecida para
siempre en la Histeria...
Q A la otra, buscóla la política en corte arraigada
de tal suerte y tan de antiguo en el Trono, que—siquiera haya -potarlo del cénit esplendoroso,— no se
vislumbra ^u ocaso en la noche trágica de ninguna
revolución...
Las ha juntado el destino en el corazón de Iberia,
y la una se viste de rojo y gualda, hablando al pueblo como le habla su bandera glo. iosa, y la otra se
viste con colores de irreprochable elegancia, pero mudwpara el pueblo, como una FOEMA más de su poliiica funesta.,.
En el teatro, donde se guarda, como en santuario
venerado, lo más grande del espíritu español, en los
ojos de la una, vestida con colores clares como nuestro cielo, fe pintaba, avidez de mirar, cual si mirando
quisiera oir y sentir mejor la peregrina armonía de
aquella musa incomparable; y en la boca de la otra,
vestida de colores frío» como el cielo que nos la envió, dibujábase sonrisa de contento también, pero no
alegría del corazón que se quema y se rinde, tino del
entendimiento que analiza y admira...
La una HA PEDIDO una corrida de toros, y ostentará orgullosa en su cabeza de mujer el tocado
cláiico. La otra I E Á á los toros, y cubrirá elegantísima sú cabeza de reina con la capota más linda que
hayan producido artistas extranjeros...
En la plaza, á la una se le crisparán los nervios y
volverá la cara con deliciosos aspavientos de asco; li
otra, impasible en su rígido temperame^do, sonreirá
desdeñosa...
Simpáticas las dos, por sus amores una, por sus
dolores otra; ésta mitntras sea Reina, tendrá SUBDITOS; aquélla, mientras sea mujer hermosa, tendrá
ESCLAVOS...
l.a una es Orleans, y si sube al Norte, no llega al
Bhin; la oira es Hapsburgo, y si baja al Mediodía,
no Vega al Meditenri^nio, porque se le opone la Italia irredimida...—G.
Soiseto.
Habló el soberbio, y dijo al humillado:
Ta dsstino es servir; miiniar, el mío;
Tu ley de vida sólo mi albedrio;
Tú eras esclavo vil; yo soy sagrado.
Extiéndese mi imperÍ9 dilatado
Dssde la ardiente zona ál Norte frío;
Alógranse los cielos si sonrío;
Tiembla mi ceño el hombre prosternado.
lieyes y pueblos convertí en despojos;
Derribé la ciudad que ináa so alzaba,
Y otras ciudades levanté en de.slerio.
A tales voces revolví los ojos
Por vur al semidiós que así clamaba,
Y de gusanos ya lo hallé cubierto.
Madrid.
N A E C I S O CAMPILLO.
A pesar de cuanto preocupa á todo el orbe católico el próximo Consistorio, nadie sabe aún en
concreto cuándo ha de celebrarse, si en Diciembre, en Enero, ó en Febrero.
Hay para ello graves dificultades, nacidas casi todas de las luchas que laboran al Sacro Colegio, respecto de la provisión de los 19 capelos
que hay vacantes.
Estos han de ser 70, de los cuales no4iay provistos más que 51, 29 italianos y 22 extranjeros.
Los extranjeros son siete franceses, un belga, tres españoles, dos portugueses, dos alemanes, tres austríacos, dos americanos y un australiano.
Parece que el pensamiento del Papa es que la
mayoría de los delegadas sea de extranjeros,
tanto porque hay naciones (Inglaterra) que no
tienen ninguno, y otras que tienen pocos (España y Austria), cuanto porque en Italia no hay
sedes vacantes y e ! tesoro del Vaticano no sería bastante á soportar una nueva carga.
A esto se opone el partida italiano, y de aquí
las dificultades.
M. de Cleviscol ha presentado á la Cámara
francesa, á la cual pertenece como Diputado,
una proposición para que los restos mortales
de muchos grandes hombres de Francia sean
trasladados al Panteón.
La ilustre descendiente de Lamartine, la
Condesa Valentina, no gusta de que revuehan
los huesos ó las cenizas do aquel iuiurirtal, y ha
dirigido al Diputado autor de Ja proposicioa de
referencia una carta, de la cual tomamos á titulo de curioíjidad el siguiente párrafo:
«Permítame usted que le ruegue que retire
de su proposición todo lo que se refiera á mi
tío el señor de Lamartine. Al dirigir á usted
esa súplica, no bago más que cumplir un de
ber, porque su voluntad, que mlichas veces me
expresó, era que jamás se tocase á la tumba
que desde muchos años antes de su muerte se
había él preparado.»
Aviso á los coleccionistas de sellos:
E l Gobierno francés, que antes tenia un sello
de correos común á todas Sus colonias, ha dispuesto que en lo sucesivo haya sellos diferentes para cada una de aquellas regiones, y dentro de ocho días serán puestos en circulación.
Conque vayan ustedes, señores coleccionistas, tomando nota. La nueva disposición ministerial francesa les proporcionará algunos cuantos ejemplares más para sus albums.
¿Saben ustedes quién ha sido la mujer de más
fuerza de este mundo?
Una actriz francesa, la señorita Gautieri qne,
allá por los años de 1716, hacía las delicias del
público parisiense.
A su lado, todos esos hércules que recorren
los más renombrados circos ecuestres del mundo, se quedan en mantillas.
Según cuenta la Historia de la Comedia FranceiS, había muy pocos hombres que pudiesen con
la señorita (^antier.
Un día retó a l Mariscal de Sajonia, uno de 1«8
hombres más vigorosos de su tiempo, á que midiese sus fuerzas echando el pulso con ella. El
Mariscal la venció;'pero declaró luego que, de
cuantos habían intentado probar sus fuerzas
con él, ninguno le había resj^^fido tanto tiempo
como íft joven comedianta.
Una de las habilidades de la señorita Gauüer
era coger una bandeja d« plata y arrollarla
como Bi í a e r a una seryilleta.
Otro día, la contrarió, no dinon las crinicas
ena qué, una compañera suya
suj de la Comidia y
ía Gaut'er, la cogió en peso y la tiró por el balba]
cón á la calle.
Aquella mujer extravaganta murió siendo
monja en un conventJ de Carmelitas.
Según datos estadísticos, desde el comienzo
de la epidemia hasta el 1 de Octubre han muerto del cólera en Rusia ¡220.122 personas!
Los Monarcas lusitanos
El R e y D. Carlos, acompañado del señor
Marqués de Ayerbe, grande de España, que
está a su servicio, y de su Ayudante del cuarto
militar de S. M. la Reina Regente, al servicio
también del Rey de Portugal, recorrió ayer varias calles de la capital, entrando en algunos
eomercios, donde efectuó algunas compras.
lia Reina Amelia.
Conversando ayer 8. M. \A Reina Amelia en
Palacio sobre las corridas de toros, y las que
estos d í a ^ divididas en secciones y representando diferentes épocas del toreo se verificaban en la Plaza de Madrid, sigaifieó su deseo
de asistir á una corrida, no á la usanza de tiempos antiguos, sino como se celebran ordinariamente en España.
L a Reina Anaelia añadió que si esto" hubiera
sucedido, habría hecho la tentativa de engalanarse con la mantilla blanca, atavío al que concede mérito y gracia que, á su entender, sólo
saben realzar las mujeres españolas.
Los que escucharon á la Reina Amelia se
apresuraron á transmitir á regiones más altas
los deseos de la Soberana portuguesa, y de ellas
partieron un poco después órdenes para organizar, si era posible, una corrida de toros que
se verificase, lo más tarde, el miércoles próximo.
Acto continuo se habló con el empresario de
la Plaza, se transmitieron telegramas á Rafael
Molina y á Guerra, se conferenció con el Duque de Veragua, y al contestar aquellos matadores y el ilustre ganadero, los unos que estaban dispuestos á torear y el otro que se contase con las reses necesarias, quedó definitivamente fijada la corrida extraordinaria y de regia inspiración para I», tarde d»l miércoles.
Y quedó coavetiido ta;nbióii, según todas las
probabilidades, que la Reina Amelia asista á la
corrida entre la Regente y la lufauta Isabel
llevando por tocado la blanca mantilla do encaje española.
En e l E s p a a » ! .
La función do ga'a que en honor do loa Rayes de Portugal y Roma Regonte se dio anoche en el clásico teatro do la pluza de Santa
Ana, estuvo brillantísima.
La iluminación del edificio en el exterior era
do gran efecto, y el decorado interior muy artístico.
Las guirnaldas de flores y lazos combinando
los colores portugueses y españoles, adornaban
los antepechos de pp^oos y galsivías.
. I
Lü escalera que «onducia al palco regio,
a'loniada de riquísimos tapiaos, ofrecía maliida
a'íoílibra (1?. llores.
La sala estaba ihimiiiada e-f-éndidamerite, á
que daba extraordinario realce las hermoáan y
elegantísimas damas que ocupaban las localidades.
La empresa obsequió á las señoras con preciosos bouquets, que daban al salón un aspecto
deslumbrador.
El público no podía ser más selecto: la aristocracia, la política, las armas, las letras, lo más
caracterizado de la banca y del comercio tuvo
anoche brillante representación en la función
del Español.
E n el palco regio ocupaba el sitio de preferencia la Reina Amelia, que vestía un elegante
traje rosa pálido; á su derecha la Regente, á su
lad» el Rey de Portugal, y á continuación la
Infanta Isabel.
A la entrada y á la salida de la Corte el sexteto ejecutó el Himno de la Carta, escuchado en
pie por todo el concurso.
Se representó la preciosa comedia de Calderén Casa con dos puertas, que ejecutó Antonio
Vico de una manera magistral, secundado por
los actores que tomaron parte en la ejecución
de la obra.
El Omto á Colón, poema brillante de Eduardo
Guijarro, recitado por Vico, fué escuchado con
religiosa atención.
La función resultó yerdaderamente notable,
digna de las egregias personas en cuyo honor
se daba,
***
Como ayer indicamos, los Reyes de Portugal,
al llegan al anochecido á Palacio, de vuelta de
la Exposición de Bellas xirtes, recibieron en
sus habitaciones á loa Grandes de España, con
BUS señoras é hijas. Damas de S. M., Gentileshombres y Mayordomos de semana.
Entre las personas distinguidas que concurrieron á esta recepción,^ podemos citar á las
Duquesas de Bailón, Medina do Itioseoo y Ahumada, Marquesas de los Volex, A£cuil:ir de Campóo, Santa Cristina, GomiUdH: -Wiraílores, Mondéjar. Perales. Pozo Rubio, la CcnOesa da Oumhros Altas y la señora de 0()»-a:.,,-ój.
Los Duques do Bailen, G'-'f AUaüía^iü, Medina de Rioseco, Unión de Cuba y Tamames;
Marqueses de Agailar de Campóo, Vega de Armijo. Comillas, Miraflores, Mondójar, Perales y
Malpica; Condes de Superunda, Cumbres Altas
y Santa Ooloma.
.
Además asistieron los Capitanes generales
Pavía y Martínez Campos, y los directores de
las armas y do los departamentos ministeriales.
^\ ,
E s t a noche se verificará en Palacio la gran
recepción, para la que se han repartido más de
cuatro mil invitaciones.
En la Zarzuela
Con brillantez se verificó anoche la función
en obsequio de los Reyes de Portugal y Delegados americanos en las fiestas del Centenario
de Colón.
E l espectáculo de la .sala no pudo ser más
deslumbrador y simpático.
Abundaban las mujeres elegantes y los seductores palmitos. Los Lovelaces estaban de
enhorabuena; y un joven moreno, lánguido, con
una caída de ojos como la del farmacéutico de
Las Campanadas, una especie do moro triste
que anda por ahí, no hizo más que destrozar
corazones y poner espanto en el ánimo de los
maridos. Estaba irresistible.
¡Qué miradas, qué aotitudQs y cuántos dengues!
¡Vaya con el moro triste de mis culpas!
Llegué al teatro tarde, después de silbar en
el clásico coliseo al tenor Avedano,
Quería—y lo logró—asistir al estreno de JFraternidad, obra escrita por mi amigo muy querido y .compañero en la prensa, Federico Jacques, y encaminada á satisfacer los gustos de
los partidarios'de la í;nió|i ifofroamengana.
La prodiuciSn está hecha con talento. Es
una zarzuela de fiao corte, que se oye con gusto y con gusto se aplaude, porque está bien escrita y tiene escenas pensadas con juicio y desarrolliídas con aoierto.
Todo lo cual no m^ extraña, porque Jcaques
es laborioso, discreto, y podrá equivocarsa como cualquier inorfca'; psro no es abastecedor de
la escena, ni currinche de esos que hilvanan
pronto, pero mal, cuatro paparruchas para aumentar el trimestre ó dar por tres pesetas la
obrilla aplaudida.
Mi amigo es hombre bien aconsejado, que sabe lo que se hace, y á quien jamás dominan infantiles y perjudiciales impaciencias.
Fué muy celebrado anoche, y lo mereció.
Digo lo mismo del maestro Marqués, que, como siempre, ganó la batalla, apenas empezada,
con el preludio, que le hicieron repetir.
También pisaron la escena Bnssato y Amalio
Fernández; dos pintores escenógrafos que no
tienen rivales.
Las decoraciones por estos señores presentadas son rica» en color y en luz; son verdader a s joyas de imaginación y buen gusto.
De ía que oí hacer grandes elogios fué de la
banda mejicana.
Todo el mundo celebra con entusiasmo á los
artistas que la componen.
¡Hasta yo, que no he tenido el gusto de oiría!
Pero consiste esto en que voto siempre con la
mayoría.
***
Mis plácemes para Jacques y Marqués.
Y para el «loro triste, que anoche debe de haber hecho grandes conquistae.
La verdad es que con aquella tez morena, la
barba negra y la caída de ojos, el chico á que
aludo va á hacer su suerte.
¡Y que no sabe él utilizar sus armas[
Sobre todo—y como el mancebo de botica de
JMS campanadas,—\la, caída de ojos!
A. P,
Iluminación apagada
Cuantos intervienen en esto de las fiestas del
Centenario y en honor de SS. MM. los Reyes
de Portugal, parece que están dejados de la
mano de Dios.
Hasta en lo más sencillo y corriente se estrellan de una manera lastimosa, dando margen á
disgustos y conflictos que no tienen explicación
alguna.
Sabíase que SS. MM. concurrirían anoche á
la función de gala del teatro BJspañol, y con este motivo la calle del Príncipe estaba llena de
gente, y ansiosa de contemplar de cerca y á favor de ía espléndida iluminación que los vecinos habían dispuesto en demostración de respeto y simpatía, á los Reyes de Portugal.
Los balcones de la calle del Príncipe estaban
adornados con vistosas colgaduras; hasta el
Círculo republicano ostentaba las suyas y el
comercio ostentaba iluminacioíics esplendentes.
El piiblico aguardaba impaciento el paso de
la comitiva, cuando entre nueve y media y diez
los grupos más inmediatos á ía plñza, de Santa
Ana avanzaron rápidavoente bacia el ter^tro clásicip, viniéüdose á poco en concdmiento que los
Reyíse h a b í a n subirlo poi- la f.p.ile do Rsfioz y
Mina, recdficando e! itinerario que estaba anunciado.
No sabemos quién lo dispuso así; pero ordenáralo el Gobernador de Madrid, ó algún alto
empleado de Palacio, lo cisrto es que ocasionó
un disgusto á los vecinos de la calle del Príncipe.
Por fortuna, la cultura del pueblo de Madrid
y los respetos que le merecen nuestros regios
huéspedes, evitpron que demostrara el descontento que había producido en el ánimo del público tan inopinada decepción, con protestas,
por justas que sean, reñidas siempre con_ su
tradicional galantería; aunque esto no impidió
el que algunos vecinos manifestaran su contrariedad apagando las iluminaciones y quitando
las colgaduras.
11 baile de anoche
Digno coronamiento de las fiestas llevadas ¿
cabo por el Círculo de la Unión Mercantil, fué
el baile celebrado anoche en sus amplios y numerosos salones.
Los Sres. Alonso Martínez, Rfta, Alesamo,
Shaw y Caro, han correspondido admirablemente á la confianza que en ellos depositó el
Circulo, encargándoles la organización del baile. Merecen felicitaciones los señores mencionados, como tambián la J u n t a directiva, y especialmente su atento Presidente Sr. Muniesa,
y el activo y muy simpático Secretario general, Eduardo González.
Los que por la labor del tiempo vamos sintiendo ya fríos escópticos en el corazón, al eacontrarnos entre la muchedumbre de muchachachas bonitas, elegantes y alegres que anoche poblaba el Círculo Mercantil, creíamos volver al punto de partida después de fatigoso
TÍaje en este árido camino do la existoncia.
Parccíaiioa que uo habían pasado año3 por
nosotros, y los ojos, y aun el pensamiento se
nos iban detrás de las gentiles bellezas femeninas.
Olvidamos momentáneamente la casi incorregible pesadez de nuestros músculos, y bailamos alguno que otro vals, no con la agilidad de
los veinte años; pero sí con el mismo entusiasmo de aquella edad, tanto más inolvidable
cuanto más lejana. Juventud, hermosura, esplendores y svlegría, ¿á quien no halagan?
¿Qué de recuerdos no vendrían á la memoria
del formalote Sr. Cánovas dll Castillo, del venerable Concha Castañeda, del veterano don
Manuel Becerra, de ViUaverde, de Cárdenas,
del Marqués de Cubas y de todos los demás
personajes que concurrieron, si bien pocos momentos, al baile de anoche?...
¡Tendría que oir si sinceramente dijesen lo
que anoche pensaron y sintieron.
Estos señores, y otros invitados, fueron obsequiados por la J u n t a directiva con un espiónnido btiffet, servido por Fournier. Al resto del
público se han servido helados, pastas y dulces
con verdadera profusión.
Falta hacían los helados para'refresear un
poco el ardimiento juvenil de muchas parejas
atortoladas, contempladas con ciertos dejos de
mal disimulada envidia.
La casa Yilohes adornó la escalera principal
con mucho gusto. La convirtió en enverjado de
flores, que dejaba descubiertos grandes espejos
y hermosos tapices.
Las dependencias del teatro Romea fueron
convertidas en guardarropa, medida c^ue ifle^rece plácemes, porque íaoilító mucho el buéii orden del baile.
;
A las seis d é l a mañana to(JpivIa quedaban en
los salones muchísimas dámak y Qt^op tantos
galanes... Vieron amanecer un día Jítra ellos íeEz, después de una noche que tembiéQ Tosm
ellas ha de ser iaolvidablein
ACTUALIDAD
La Reina Isabel, enferma
UNA NOTICIA DK «EL P Í Q A B O » . — E L SILENCIO
DE LA «GACETA».—LA R E I N A D E LOS T R I S TES DESTINOS.—UN CORAZÓN ESPAÑOL.
- ¿QUÉ ES EL DESTIERRO?—Sü CAÍD A . — S ü OLVIDO.
Más de ocho días ha estado enferma en P a r í a
la antigua Soberana de España.
Así lo dice la prensa francesa, y, aunque n o
entra en detalles de la enfermedad, es verdade*
ramente extraño que la Gaceta de Madrid no
haya dedicado dos lineas á la salud de la augus*
ta abuela del Rey.
Si la Reina Isabel pudo en algún tiempo expiar los errores de sus Ctmsejeros, nunca, en
cambio, dejó de ser un corazón hermoso y a n a
figura popalarisima y amada de las muche^
dumbres.
Pudo su política personal, la misma generosi«
dad de su carácter, hacerle perder la (»>rona: et
cariño del pueblo español, que g a s t a d e l a s
grandes fastuosidades combinadas con las franquezas de un espíritu abierto á todas las impresiones, no lo perdió nunca.
Con terrible oportunidad, y recordando &
Shakespeare, llamóla un día Aparisi Guijarro
«Reina de los tristes destinos». Cumplióse l a
profecía, y tuvo siniestra realidad el nombre.
Pocos años después doña Isabel I I atravesaba
el Bidasoa, casi sola, llevando junto á sí un niño que de vez en cuando la preguntaba:
—Mamá, ¿qué es el destierro?
Todo había caído en Cádiz; todo había sido sepultado en Alcolea. Al estrépito de aquella catástrofe cantó el gallo bíblico machas veces, y
no fué por nadie escuchado. El Sr. Cánovas del
Castillo no mostró en la frente el signo material
de su contrición.
La corte de la Reina destronada no llegó i,
componerse de más de media docena de leales.
Cuando el Pi-íncipe de Asturias llegó á la
adolescencia, pudo decirse sin que nadie se lo
enseñara:
—El destierro es el abandono.
Aquella larga estancia en Paría fué para la
Reina Isabel una revelación sangriente de 1«,
realidad. Como una madre cualquiera, tuvo
que teuder la mano para que el hijo que e r *
cifra de sus esperanzas pudiera asistir á laS
cátedras del Colegio teresiano.
Sus antiguos Ministros habían borrado d e
los dorados botones de sus historiadas casacas
las lisos, prescritas por la Revolución. El trébel simbólico fué sustituido por la cruz de Saboya.
Loa antiguos Embajadores de doña Isabel volvían á París; pero pasaban de largo ante e l
Palacio de Castilla.
La historia de aquellos días fué un ensañamiento de la fortu;ia.
X
¿Era entonces odiada la Reina? No se pensaba en ella para el Trono; pero el pueblo no_ olvidaba la gracia seductora, el rumbo, la majestad nativo. ct.j ii vií>.fj,-ViMinbra Castellana.
No se la recordaba ciñendo su frente espíen*
dida diadema. Pero cuando en fiesta popular
flotaban al aire las clásicas mantillas, apresurábase la gente á decir con cierta melancolía:
—¡Cómo llevaba la mantiUa la pobre Reina!
Y se enumeraban sus rasgos dispendiosos,
y se hablaba de aquellas gentiles manos verdaderamente rotas para derramar oro, CWTO
valor sólo conocía de memoria doña Isabel H .
¡Cuántas bodas celebradas por la oportuna
llegada de un dote regio! ¡Cuántos hombres políticos salvados de la miseria 6 de la deshonra
por unos cuantas talegas de Palacio! iQué asombro el despertado por aquella corte en sus lar*
gos y populares viajes á través de toda E s paña!
Un enternecimiento profunde prpvocaba e a
todos los corazones el destierro de aquella mtl"
jer que «tenía un corazón como una casa».
X
Con la Restauración terminó por completo p ,
caída. El Sr. Cánovas excluyóla en absoluto d e
la sucesión á la Cereña. No bastándole esto,
apartó, por medio de un precepto constitucional,
hasta la posibilidad de que en caso alguno fuer a llamada á la Regencia.
E l destierro fué definitivo. Sin_embargo, de
vez en cuando aparecía por su antigua corté, y
se la veía en paseos y teatros.
A su paso, las gentes, sobre todo las mujeres,
deteníanse enternecidas.
Era la misma, la misma Reina de antes,_con
con su suntuosidad y su rumbo característicos,
y más interesante aún porque en sus sonrisas
y en sus saludos había como cierta tristeza que
denunciaba lo irremediable de la caída, la amargura melancólica de un definitivo infortunio.
X
Una noche, la Reina asistió al palco regio del
teatro Español. Manuel Catalina^ el actor de
«moda» en los mejores días del remado desaparecido, hizo un programa da recuerdos: un drama de Eguílaz, y él, Manuel Catalina, desempeiiando el prinoip-al papel... Las miradas del público iban más al palco regio que á la escena».
Allí, en el teatro, sólo la Reina y el actor nodían comprenderse. Todo lo demás eraexteaAíK
Muchas veces vióse á doña Isabel llevarse l a
sutil batista á los ojos. ¿Era emoción artística?
¿Era el contraste sorprendido por aquel coriif»
zón acostumbrado al sentimiento?
Egnílaz, Catalina... Todo aquello había pasado. Del escritor quedaban los ripios; del a c b »
u n poco de colorete... De ella sólo la sombra».
A su lado el Rey eníeriao, con la señal de la
muerte en el amarillento rostro, acababa ooj^
las últimas esperanzas.
X
Alguna que otra vez la prensa exAran'era ^ ce lacónicamente: «La Reina d i ú a f s a b e i U h a
salido para estos ó aquellos'oaños.» Y nadie habla más. Diriase que á, tan grande desventura
sólo faltan los funerales. Un inmenso olvíS'^
reina sobre esa ma|eatad caída. E l pueblo nna
por ella luchara siete sangrientos aarji ^ a
sabe que «está "allá, muy lejos, y que i o tmím »
La primera noticia de su última enfermedad
será conooida por estas lin.íias de E L H E R A L Í T O .
Ayer, sus enfermedades eran una preocuDaClon para España y para Europa. Hoy no w * .
ocupan siquiera á, sus íntimos, acaso no diviertan de las fiestas oficiales á su familia augus*»
Ayer, su muerte hubiera trastornado *•>
*!'
librio europeo, jr la página treme»*-' ¿, ""Q®!?^"
s e h u h i e r a escrito t r e s a f l " - . „ . ^ " ^ f v ^ f ^ ^
ria de la MoTiaMUÍ» T7
antes en la histotornarla n ^ ^
- r " - ^ 7 \ ^ muerte no trastornaria m» que las costumbres de los joyeroa
del Palais-Boyal, i e c h o s á verla, ü b e r a l y Í M neropa, todw las semanas.
jHo! La humanidad a o cambia; y el infortU'
pío sifue sia f ü m t t a r cortesanos.
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