Trabajo: Los evangelistas de Santo Domingo

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Los evangelistas de Santo Domingo
Por Elena Salamanca
Santo Domingo es una de las plazas más populares del centro histórico de la ciudad de
México, a solo unas calles de catedral. Pero hasta aquí no llegan, como al resto del centro
histórico, los turistas japoneses con sus cámaras, ni los ingleses con sus mapas y sus
diccionarios de español, sino los mexicanos más perdidos, los extraviados en el laberinto
de la burocracia, los que necesitan esc ribir una solicitud de trabajo o de crédito bancario,
una carta a un familiar o a una novia sin teléfono o sin correo electrónico. Quienes escriben
esos documentos son los evangelistas, ahora conocidos como mecanógrafos, y llevan más
de cien años apostados en el portal de Santo Domingo, en esa ciudad de 22 millones de
habitantes.
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Un evangelista es, en México, en esta plaza, alguien que escribe. Cartas, solicitudes,
recibos, facturas. Los evangelistas llevan ese nombre porque, al igual que los evangelistas
bíblicos, escriben lo que otro dicta. Son parte de la memoria histórica de la Ciudad de
México. En el siglo XIX, cuando escribían con pluma de ganso, eran personajes de la ciudad,
y hay incluso libros, como Los mexicanos pintados por sí mismos , (Casa de m. Murguía,
portal del Aguila de oro, 1855) que les dedican capítulos para explicar el oficio. Eran ellos
quienes entonces escribían y leían cartas para los analfabetos, quienes esc ribían cartas para
las mujeres cortejadas y enviaban sus respuestas, quienes levantaban documentos para la
aduana que desde el siglo XVIII se erige frente a la plaza de Santo Domingo. Con los años ,
dejaron la pluma de ganso y aprendieron mecanografía. En los 50 escribían en grandes
máquinas mecánicas, con cintas negras y rojas. Después, llenaron de conexiones eléctricas
el portal y llevaron sus máq uinas IBM, pudieron borrar errores sin dejar constancia y
comenzaron a llamarse a sí mismos mecanógrafos.México crecía y , con él, su
institucionalidad y, con la institucionalidad, la buroc racia y, con la buroc racia, las formas y
documentos necesarios para cualquiera que necesitara dinero o un trabajo, para cualquiera
que tuviera una deuda o una queja, para cualquiera que fuera mexicano.
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El suelo del Portal de Santo Domingo está lleno de papeles pisoteados: papeles para cartas,
para procesos, papeles que fueron blancos y ahora son grises, negros, húmedos. Por ese
suelo se mueven los zapatos cafés, tacón de cuña, punta redonda y hebillas de Lulú. Lulú es
María Lourdes Alba Balderas, de 72 años, hija de evangelista, esposa de tipógrafo, madre de
dos tipógrafos y de una ingeniera, abuela de una niña de tres años. Arrastra una mesa con
su máquina verde, enorme, hasta llegar al puesto número 10 del portal, heredado de su
padre.
La mesa de madera tiene tres gavetas. En cada gaveta hay cintas de máquina y papeles
tamaño carta y tamaño oficio, blancos y de colores para cartas coquetas (Hola, mi amor, mi
vida, mi rey, mi príncipe, ¿cómo estás, corazón?, mi muñeca, mi esposa, mamacita). Sobre
la mesa, reina la máquina Oly mpia verde menta de los años 60, desmedida, como un
transatlántico encallado durante medio siglo. Lulú llegó aquí hace 54 años como llega
ahora: puntual. Llegó de mañana, a las 10, como llega desde entonces. Pero aque l día iba a
acompañada de su padre, no tenía problemas en las piernas, como ahora, y caminaba
rápido, ansiosa por su primer día de trabajo.
- Muy mona, muy simpática, y muy nerviosa. Ese día fue espantoso. Vino un señor que
quería que le esc ribiera una tesis, y dictaba y dictaba y cuando terminó yo me di
cuenta de que no había escrito nada. De los puros nervios.
Todos los días, desde las 10 de la mañana hasta las cinco de la tarde, se sienta a esperar
clientes. Algunos piden cita. Hoy le han pedido cita pa ra las 12, y Lulú espera: sentada
frente a su Oly mpia, pantalón amarillo mostaza, blusa de colores –café, ocre- y un saquito
amarillo mostaza decorado con un prendedor de flores. Mientras espera, esc ribe en su
máquina lo que llama su pensamiento diario: “SEÑOR, TE DOY TODO MI AMOR POR TODAS
Y CADA UNA DE LAS BENDICIONES Y TU GRAN MISERICORDIA”. Tipea con sus dedos de uñas
largas, cuidadas, brillantes, pintadas de color uva. Una mujer le dice:
- Qué bonito color de uñas.
Lulú sonríe, muestra las uñas, termina la última frase: “BENDÍCENOS PADRE MÍO”.
Se hacen las doce del mediodía, y después las dos de la tarde, pero el cliente que le ha
pedido cita no llega.
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Este portal de piedra gris fue construido en el siglo XIX y una placa señala la efeméride:
Portal de los evangelistas 1869-1928. Se tiene noticia de los escribanos de la plaza desde el
XIX, pero no se descarta que el oficio sea más antiguo, del siglo XVI o XVII. En ese espacio
se apostaron siempre los esc ribanos de la ciudad de México que, así como le vantaban
documentos aduanales, escribían cartas familiares y personales. En 1926, trasladaron al
portal a los tipógrafos que se asentaban en el Zócalo. En el portal hay 25 puestos de
escribanos y 30 de tipógrafos que , de trabajar con los tipos gráficos, ha n pasado a hacer
tarjetas de graduación, quince años y recuerdos para fiestas en la computadora. En los
kiosquitos de metal de los tipógrafos hay brillantina, listones, papel, cartón, dibujos de
flores y de mariposas, listones. Comparados con las mesas aus teras de los evangelistas, son
espacios casi escandalosos.
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Se hacen las tres de la tarde y unos clientes de Lulú, que necesitan declarar impuestos, no
llegan.
- Ahora hay que actualizarse, con la firma electrónica, y guiarlos- dice Lulú.
Entonces aparece un hombre con un formulario que debe ser llenado en letras mayúsculas.
Lulú lo revisa y le dice:
- Las letras de mi máquina son muy grandes, esto tiene que ser con máquina eléctrica.
Hay que buscar la letra que quede mejor en el documento, venga.
Lo conduce por el pasillo para recorrer diez puestos más, hasta llegar al de “el secretario”,
Miguel Ordoñez, de 64 años. Miguel Ordóñez no es sec retario, sino el presidente de la
Asociación de Mecanógrafos y Tipógrafos de México, y escribe en una máquina eléctrica
IBM. Es blanco y canoso, usa una gorra negra, habla flemáticamente y cita poemas cada vez
que intenta explicar algo. Llegó hace 35 años al portal porq ue leyó un anuncio en el
periódico y aplicó al trabajo. Desde entonces ha esc rito de tod o: tesis universitarias, tareas
escolares, poemas, novelas, cartas, libros de cuentas, recibos, facturas, oficios legales,
currículums, solicitudes de trabajo, solicitudes de prestamos.
- La gente cree que este es un oficio romántico, que uno escribe cartas de amor. Ya no
hay de eso, los jóvenes son más breves, dicen todo en dos palabras: ‘Te amo’, y a lo
que te cruje, Chencha. Pero aquí uno oye de todo, lo más duro de la vida, la realidad.
Todos los días oímos cosas terribles.
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Si en el siglo XIX se acercaban las mujeres que querían responder una carta de amor –carta
en una mano, abanico o sombrilla en la otra como aparecen en las ilustraciones de la época , ahora se acercan los desempleados, los contribuyentes, los perjudicados por el sistema
judicial o los están recién dados de alta por el sistema de salud. Unas cuadras antes de
llegar a Santo Domingo, los comisionistas, que trabajan buscando clientes para evangelistas
y tipógrafos, se acercan a los caminantes:
- ¿Qué buscas?
- ¿Facturas?
- ¿Impresiones?
- ¿Una credencial falsa?
- ¿Un pasaporte falso?
- ¿Qué buscas?
En el puesto de Marcial Juárez, el número 22 de los 25 puestos de mecanógrafos del portal,
se sienta una mujer de unos 40 años, pantalón y saco de color rosa viejo y pelo pintado de
caoba agarrado con una pinza. Se sienta en una maleta vieja y saca de un fólder sucio unos
sellados. Quiere sacar de la cárcel a su marido y habla despacio, mirando hacia los lados.
Marcial Juárez, de 40 años, hijo de evangelista y con ocho años de trabajo en el portal, llena
los papeles que la mujer pide en su máquina eléctrica IBM crema, el color de los equipos
electrónicos antiguos. La mujer permanece allí una hora, entre las seis y las siete de la
tarde, primero con amenaza de lluvia y luego con lluvia declarada, mientras la mayor parte
de los evangelistas levantan sus mesas y máquinas y las llevan a un patio central que
funciona como bodega. El pasillo de los mecanógrafos queda cada vez más vacío, el piso
tapizado de restos de papeles, comida, bolsas y botellas de plástico . Al cabo de una hora,
Marcial cobra 300 pesos, unos 22 dólares, y la mujer se levanta y se va bajo la lluvia,
aferrando el fólder sucio con los formularios. Casi todos los mecanógrafos dejan el portal
entre las cinco y las seis pero Marcial Juárez, que es el más joven, se queda siempre hasta
las siete, cuando los puestos de los tipógrafos ya han cerrado. Hoy, a las siete de la noche,
llega un hombre con una factura de servicios públicos. La factura tiene fecha del año 2009,
y el hombre pide a Marcial que la cambie a 2011. Marcial observa el papel, la fecha, la
tipografía. Saca una hoja de papel con números, letras mayúsculas y minúsculas, signos de
puntuación.
- ¿Puede? –pregunta el hombre.
- Son 80 pesos.
El hombre saca de su billetera 80 pesos, y Marcial introduce el recibo en la máquina, coloca
sobre ella el papel con los números, las may úsculas y los signos, y escribe, sobre el 09, un
11. Una nueva fecha, una deuda menos.
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El oficio de evangelista es exclusivo de la Ciudad de México. En 1926, evangelistas y
tipógrafos fundaron la Asociación de Mecanógrafos y Tipógrafos de México, y hoy hay 100
mecanógrafos afiliados, entre hombres y mujeres, afiliados, aunque apenas 25 están
activos, según asegura Miguel Ordoñez.
En los años 70, la figura del evangelista se coló hasta el cine: en 1972, Ignacio López Tarso
se convirtió en El profeta Mimí, donde era un evangelista en la mañana y un asesino en serie
por las noches. Tres años después, Cantinflas se sentó en una silla frente a una mesa
celeste con una máquina de escribir grande, mecánica, negra. Una fila de mujeres le dictaba
cartas en El Ministro y yo, donde Cantinflas se convertía en ministro por error al esc ribir una
carta que le era dictada en el portal.
El Portal de Santo Domingo es visitado frecuentemente por universitarios o escolares que
deben escribi r sobre este peculiar oficio, y por documentalistas que c reen que allí aún se
escriben cartas de amor.
En un documental filmado en 2009 por los brasileños Tatiana Carvalho Acosta y Fernando
Resende aparece Salvador Palacios, nacido en 1922. Ahí, a los 87 años, tipea en su máquina
eléctrica. Salvador Palacios murió a finales de 2011. Era el más antiguo del portal, el más
antiguo en la profesión, y había visto el cambio de las enormes máquinas mecánicas a las
más pequeñas, de esas a las máquinas eléctricas y luego a las computadoras de los
despachos que ahora abundan en las notarías o centros gubernamentales y que acortan el
camino buroc rático de los defeños. Salvador Palacios decía a los documentalistas: “De todo
lo que se quieren enterar ya no existe nada”. Porque los documentalistas querían saber
sobre las cartas de amor. Sin embargo, a principios de abril, Marcial Juárez escribió,
después de mucho tiempo, una carta de amor.
-Vino un muc hacho ciego y me pidió que le escribiera una carta. Era para una muc hacha de
Oaxaca que él pretendía. Él iba a enviar la carta con una persona y esta persona iba a
traerle la respuesta. Quién sabe qué le habrá contestad o la muchacha.
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Ya en el siglo XIX, la figura del evangelista estaba tan vinculada al DF y a los principales
oficios de los mexicanos que los cronistas de la época lo describían como “Secretario
particular del público, una máquina para la correspondenc ia confidencial, un archivo
viviente”. En verdad, eran seres muy míseros que, gracias a saber leer y escribir, estaban un
peldaño por encima de los que, además de pobres, eran analfabetos: “Un empleado sin
ascenso y sin monte pío (…) U n hombre pobre que esc ribe, duerme y come, y que come
solamente cuando escribe”, reseña Los mexicanos pintados por sí mismos .
Las cosas no han cambiado tanto en términos de asistencia pública. Aunque saben de
memoria todos los documentos y trámites de la burocracia mexicana, los mecanógrafos no
tienen seguro social ni prestaciones, de modo que no pueden jubilarse y trabajan hasta la
muerte. Lulú tiene muy viva la imagen de Chavita, como llamaban a Salvador Palacios:
- Chavita, que en paz descanse, era muy rápido. Él no sabía mecanografía, esc ribía con
sus dos dedos anulares y sus dedos gordos –muestra sus manos formando una L con
ambos dedos-, pero era tan eficiente, tan veloz.
Con sus 87 años, arrastraba la mano temblorosa por el teclado y escribía. Un día,
simplemente, no volvió.
- Después nos dimos cuenta de que había muerto –dice Miguel Ordoñez.
La vida de Lulú cabe con exactitud en el portal. Ahí, de niña, miraba el trabajo de su padre,
y cuando de joven estudió mecanografía sabía que iba a trabajar como él:
-A mí siempre me ha gustado la redacción, de chiquilla hasta esc ribía cuentos y ganaba
concursos.
Ahí, cuando era una jovencita, conoció a Isaías, un tipógrafo que trabajaba junto a su
puesto y que aprovechaba la hora del almuerzo para sentarse junto a ella y hablar de lo
único que sabía: tipos de letras. Le hacía bromas, y así la enamoró. Después, tuvieron y
criaron a tres hijos. Hoy, su esposo trabaja en el kiosco de tipógrafos número 7, Lulú está
en el número 10, y su hija, Fabiola, en el 19.
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El portal es un pasillo, pero puede ser también un túnel. Un sitio donde tanto se esc ribe una
carta para solicitar un empleo que una amenaza de muerte, un anónimo o un trabajo de
brujería.
- Una vez, comencé a escribir y lo que me dictaban y después me di cuenta de que era
una amenaza –dice Lulú-. Era por una deuda, no era una amenaza de muerte, podía
ser otra cosa, una golpiza. Decía pocas cosas, algo así como ‘Si no me pagas, vas a
ver’. Hasta en eso era diferente la gente antes. Ahora no te avisan, solo llegan –amaga
una pistola con la mano, señala- y ¡pum!
Hace años, cuando Marcial Juárez comenzaba en el oficio, escribió un embrujo. Un
“trabajo”, dice.
- Llegó un señor y comenzó a dictarme una carta para una persona que quería hacerle
un mal a un hombre. Decía: ‘Le tienes que hacer así, le tienes que hacer asá, para que
funcione’. Y yo me asusté pero seguí escribiendo porque es mi trabajo y es el trabajo
de él. Es trabajo, ¿no?
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La historia contemporánea de México, llena de trámites y necesidades buroc ráticas, se ha
escrito en este portal. Para existir, para ser mexicano, hay que tener una partida de
nacimiento, un acta de matrimonio o una de divorcio, reclamar impuestos, pagar recibos,
tener deudas, solicitar préstamos. A la Plaza de Santo Domingo llegan los mexicanos más
extraviados, los que no saben lidiar solos con esa catarata de trámites, los ana lfabetos
tecnológicos, los viejos con Parkinson, las mujeres de migrantes desaparecidos, los ciegos.
Aunque una hora de internet en un cibercafé c ueste un promedio de 10 pesos, y en el portal
se paguen 30 por una carta o 160 por un contrato, hay mucha gente que no sabe usar una
computadora o acceder al correo electrónico.
- La gente viene porque no sabe usar una computadora o una máquina de escribir. O
sabe pero no sabe cómo esc ribir claramente sus ideas. Nosotros los ayudamos, ya
sabemos de la redacción, de la ortografía, de la gramática, y los ayudamos. A veces
no saben pronunciar bien las palabras, a veces les cuesta decir lo que quieren decir. Y
si el que lo recibe no tiene paciencia, si no está acostumbrado a oír a gente que habla
bajito, que habla con miedo, se va a desesperar y no lo va a ayudar a nada –dice
Miguel Ordoñez.
Sentado frente a su mesa, Miguel Ordoñez comienza a buscar un libro . Abre gavetas, busca
entre los papeles.
- Yo tengo dos clientes esc ritores, José Edith González y Mario Garnica, tienen entre 70
y 80 años, no son esc ritores jóvenes. Escriben a mano, en sus c uadernos, y vienen a
que les transc riba sus libros. Ellos ya no saben cómo llevar el lápiz sobre el papel, y
yo leo y reescribo sus garabatos.
Varias veces, dice, ha tenido que escribir cartas tristes, como las cartas para los
inmigrantes.
- Son gentes que se han ido mojados hace años y por sus problemas legales, no tienen
papeles, no pueden volver. Entonces vienen las señoras y les mandan cartas. Son
cosas muy tristes: “Juanito se quedó así y ahora está asá, tenía siete años y ya tiene
quince”. A veces mandan muc has cartas y no les contestan. Yo veo que vienen y
vuelven a mandar la misma carta. Pueden haber cambiado de dirección y ya no les
llegan las cartas o puede que hayan conocido otra mujer y formado otro hogar.
Vienen muc has señoras con maridos que se han casado allá, y le dicen y les piden que
les expliquen, que tienen dos esposas, que si las han dejado de querer, que por qué
no mandan nada para la familia, que dónde están. Te lo digo: este no es un oficio
romántico. La gente c ree que uno esc ribe cartas de amor. Pero al llegar a la casa me
desconecto de todo lo que oí en el día, me olvido. Tengo 35 años aquí, y todo lo que
he oído... Si recordara todo, ¿dónde estaría yo?
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