cuentos y moralejas

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CUENTOS Y MORALEJAS
(Recopilados unos y creados otros por LOBITO)
1.--RANAS EN EL HOYO. Un grupo de ranas
saltaban por el bosque cuando dos de ellas cayeron en un
pozo profundo. Las ranitas en el fondo del hueco saltaban
para salir. Entretanto, las demás ranas del grupo se
hicieron a la orilla de la zanja y gritaban diciéndoles: “No
sean estúpidas, para que gastan las energías saltando en
vano, lo mejor es que se resignen a morir en paz”.
Las ranitas, haciendo caso omiso de las palabras de sus
amigas, seguían saltando para salir del oscuro hoyo. Las ranas en la superficie seguían
gritando: “Todo lo que cae a ese hoyo muere. Es mejor que recen y se resignen a morir
en paz. Hay que aceptar las derrotas. No gasten sus energías en vano. Quédense
tranquilas para una muerte pacífica. No se agoten, no sufrirán más.” Pero de pronto una
de las ranitas dejó de saltar y se quedó quieta, patas arriba. Pensó que sus amigas tenían
razón y decidió resignarse a su cruel destino, fue así que pasado un tiempo se murió.
Pero la otra rana saltaba y saltaba y cada vez sus saltos eran más grandes hasta que...
¡plas!...salió a la superficie, completamente agotada de tanto esfuerzo. Las demás ranas,
asombradas por la hazaña de su compañera, le preguntaron: “Luego, ¿tú no escuchaste
lo que te gritábamos?” La ranita contestó: “No. Yo soy sorda y no escuchaba nada, pero
imaginé que ustedes me decían: ¡Salta ranita, tú puedes lograrlo¡ ¡No te rindas. Se
valiente! ¡No te dejes morir! ¡Vamos: salta más alto”!
LOBITO ¿Qué opinan del cuento, que enseñanza deja?
Stellamaris. Que uno debe confiar en sí mismo y no en lo que te digan los demás.
Urania. La palabra es un poder que nos puede ayudar o nos puede hundir.
Devi. Lo que los demás nos dicen no afecta para bien o para mal.
Isis. Hay que tener cuidado con lo que le decimos a los demás.
Osiris. Cuenta también la intencionalidad que hay detrás de las palabras.
2.-- ESCORPIÓN Y EL HOMBRE TONTO. Una
vez un hombre iba por un camino. Era una gran persona,
querida en el pueblo, pero tenía metido entre ceja y ceja que
uno podía modificar las cosas de la vida. Decía que se podía
evitar que las cosas sucedieran y que si algo malo iba a
pasar se podía evitar. Estaba en esas reflexiones cuando vio
un escorpión que trataba de atravesar el camino y se puso a
observarlo cuando, de pronto, en la distancia, apareció una
volqueta cargada de arena y pensó que el escorpión iba a ser aplastado. Queriendo
salvarle la vida, lo tomó en su mano y el animal, al momento, lo picó, el hombre gritó
¡Ay!... y lo soltó. Sin embargo, como el camión se acercaba velozmente, por segunda
vez hizo el intento de sacarlo del camino y otra vez el alacrán le clavó el aguijón. El
buen hombre decidió demostrarse a sí mismo que podía evitar que las cosas sucedieran
para mal y, una vez más tomó el arácnido en su mano y rápido pasó el camino. “Te he
salvado de una muerte segura”, le dijo, al tiempo que lo ponía sobre la rama de un
arbusto al otro lado del camino, cuando, ¡zas!, se descolgó de la rama más alta una
culebra y se tragó al escorpión. El hombre quedó atónito por el inesperado suceso. Se
sentó sobre una piedra y se quedó meditando. Fue cuando comprendió que el destino del
alacrán era morir ese día engullido por una serpiente y también entendió que él había
sido un instrumento de Dios para poner al escorpión en la rama, y de esa forma se
cumpliera el destino del arácnido. ¿Tienen preguntas sobre el cuento?
Isis. Es Dios quien sabe dónde, cuándo y de qué va uno a morir,
Osiris. Y eso que dice Yuvixa es cierto, no se puede cambiar el destino como lo quería
hacer el señor del cuento. Era un señor terco y tonto.
Devi. ¿Por qué el veneno que está dentro del escorpión o dentro de una culebra no le
hace daño, pero si lo inyecta a otro ser vivo lo mata?
LOBITO: Porque nuestra propia naturaleza no se hace daño a sí misma. El fuego no se
hace daño a sí mismo, el agua no se hace daño a sí misma.
Urania. Pero el hombre sí se hace daño a sí mismo cuando comete suicidio.
LOBITO: En cuanto al cuerpo sí, pero el alma es inafectada. Es como hacerle tiros al
agua para matarla, o quemar una caja queriendo dañar el espacio que está dentro de ella.
3.-- EL ERIZO Y LA DOCTORA. Una médica
manejaba por una carretera y al tomar una curva apareció
frente a ella un bulto grisáceo, entonces paró el automóvil,
se bajó y caminó a ver el extraño hallazgo. Quedó
sorprendida cuando vio que se trataba de un erizo salvaje.
El puerco espín estaba herido en una de sus patas y se veía
asustado, pero la doctora se acercó hasta él con cuidado.
En una de las patas delanteras tenía una herida producida
por un disparo, la médica quiso tomar al erizo, pero, instintivamente, el animal
reaccionó mordiéndola en la mano. La buena mujer fue al automóvil, sacó gasa y
alcohol y se vendó la herida de la mano, luego se puso unos guantes de cuero y volvió
para auxiliar al animal. Consiguió sujetarlo por la cabeza y por las patas traseras, lo
llevó al carro, lo aseguró a una de las sillas traseras con una correa y le puso una
inyección. El resto del viaje, por efecto de la droga tranquilizante, el erizo se durmió y
ella lo llevó a su casa. A partir de ese día lo cuidó con esmero y cariño. A diario, cuando
regresaba del trabajo, iba a la habitación y pasaba un tiempo curando la herida a
“Erizín”, como ella lo llamaba. Después de muchos días de amorosos cuidados médicos
y buena alimentación, Erizín sanó y podía correr alegremente por la casa. Sucedió luego
que llegó a su casa su sobrina de siete años y cuando la chiquilla vio al erizo quedó
maravillada. Desde ese instante le insistió a su tía para que se lo regalara de
cumpleaños. Ante las tiernas súplicas de su sobrina, la médica cedió y la niña se llevó al
erizo para su casa, que estaba en otro pueblo. Tan pronto la pequeña llegó a su vivienda
consiguió una caja de cartón y le hizo una cama, pero una vez el animal se vio libre,
corrió, se metió en un rincón de la buhardilla y no volvió a salir del lugar. La niña lo
llamaba con frases cariñosas, con silbidos y chasquidos, pero Erizín no daba señales de
abandonar su escondite. Esta situación se mantuvo por varios días hasta cuando la niña,
alarmada por la extraña conducta del animal, pidió ayuda a su padre, quien le explicó
que Erizín era un animal salvaje y debería estar en el bosque con los otros animales.
Además, le dijo el padre que el erizo había sido sacado de su hábitat natural y no estaba
acostumbrado a vivir en medio del cemento, los ladrillos y los tapetes en una casa. La
niña entendió las razones de su padre, y acordaron llevar el puerco espín al bosque y
dejarlo en libertad para que se reuniera con su familia.
Pasaron muchos días desde que la niña abandonara al erizo en el bosque, cuando, en el
otro pueblo, la médica, como todas las tardes, llegó a su casa después de un duro día de
trabajo en el hospital y, ¡sorpresa!, Erizín estaba echado bajo el dintel de la puerta de la
casa. Cuando vio a la doctora brincó como resorte, corrió agitando la cola y saltó sobre
los brazos de la amorosa mujer, rodando con ella por el suelo. La mujer, emocionada
por el feliz encuentro, abrazó cariñosamente al animal dándole besos en la nariz y Erizín
no cesaba de lamerle la cara…… ¿Preguntas?
Devi. Es una historia muy tierna y me gustó mucho. Pienso que los animales tienen más
sentido de gratitud que los mismos humanos. Mi papá ayudó a muchas personas que
ahora ni lo saludan porque se volvieron importantes y pretenciosos. Siempre dice: “La
moneda de mayor circulación en el mundo es la ingratitud”.
Isis. Y la gratitud no la enseñan en los colegios. Creo que es una virtud en extinción.
4. —EL BURRO Y EL PERRO. En un pueblo había
un lavandero que se puso muy feliz porque le mandaron a
lavar un montón de ropa de una familia rica que organizaba
un matrimonio. El hombre echó sobre un burro varios
bultos de ropa y, acompañado de su fiel perro, se fue de
madrugada para el río. Una vez allí se puso a lavar la ropa,
y la extendía a lo largo de la orilla. Mientras esto sucedía, el
burro se dio a comer pasto fresco, tomar agua y descansar;
pero al perro le tocaba ir de un lado a otro de la orilla cuidando la ropa para que no se la
robaran. Así pasó el día hasta la tarde cuando regresaron a la casa del lavandero. Esa
noche el perro le dijo al burro que si llegaban los ladrones, él no iba a ladrar para dar
aviso porque el lavandero todo el día lo había puesto a trabajar y no le había dado de
comer, y como él no era un burro no iba a llenarse la barriga comiendo pasto. Fue así
como a la media noche llegaron los ladrones por el tejado, y el perro no quiso ladrar a
pesar de la insistencia del burro. Éste viendo que los ladrones metían la ropa en costales
se puso a rebuznar durísimo y a dar coces a la madera. El lavandero, furioso porque el
burro no lo dejaba dormir, vino con un palo y le dio una paliza. El perro se burlaba del
burro diciéndole que eso le pasaba por metiche. Bueno, hasta aquí el cuento. ¿Qué
opinan de esta situación? ¿Qué enseñanza nos deja este cuento?
Osiris. No está bien que lo pongan a uno a trabajar y no le den de comer. Yo estoy de
acuerdo con el perro. En cuanto al burro, pienso que no era su deber alertar al dueño
sobre los ladrones. Los burros están hechos para el trabajo y no para cuidar casas, no
son celadores.
Urania. ¿Puedo decir algo?
LOBITO. Por supuesto.
Urania. Yo conocí tres hermanos dueños de una empresa. Dos de ellos eran muy
trabajadores y el tercero un vago descarado: sólo aparecía por la empresa cuando era fin
de mes para llevarse las utilidades. Finalmente los dos hermanos se dieron cuenta de
que el hombre no cumplía con sus deberes y lo echaron del negocio. No está bien
asumir las responsabilidades y deberes de los otros.
Osiris. ¿Escuchó bien, lo que acaba de decir el abuelo? Cada cual debe cumplir con sus
deberes, por lo tanto a partir de ahora no te hago más tus tareas escolares, ¡friégate!
5. —EL MAGO Y EL SANTO. Dos amigos estudiaban
en el mismo colegio y salón. A uno de ellos le encantaba lo
mágico, siempre estaba leyendo libros y revistas sobre temas
fantásticos o viendo películas de magia; pero al otro chico le
gustaba lo espiritual, leía libros de vidas de santos y todo
tipo de literatura religiosa y mística. Sucedió luego que
cuando terminaron los estudios se separaron, se fueron para
diferentes países y dejaron de verse por muchos años.
Sucedió que un día ambos venían caminando en direcciones opuestas por un viejo
sendero polvoriento, y cuando se encontraron, explotaron de alegría y se dieron un
prolongado y afectuoso abrazo. Estaban felices de haberse reunido después de tanto
tiempo. Hablaron con tanta intensidad que las horas pasaron, y el sol ardiente les hizo
dar una sed espantosa. Llegaron a un viejo y abandonado pozo de agua y vieron que el
agua estaba como a cien metros de profundidad. Como no tenían forma de sacarla para
saciar la sed, el mago usó su poderosa magia y, al momento, se convirtió en un pájaro
que voló hasta el fondo del pozo y bebió el agua. Luego le dijo a su amigo que si quería,
él, con su poderosa magia, podía convertirlo en un pájaro para que bajara al fondo del
pozo y calmara la sed; pero el amigo le dijo que no había necesidad, entonces se paró al
borde del pozo, juntó sus manos en oración, y alzando los ojos al cielo dijo: “Señor,
tengo sed”. Al instante el agua subió desde el fondo del pozo hasta desbordar las orillas,
y el buen hombre bebió hasta saciarse. Los pájaros y otros animales también vinieron a
beber…..Bien. ¿Qué les gustaría ser, el mago o el santo?
Niños (al unísono). ¡El santo!
LOBITO. ¿Por qué?
Stellamaris. El cuento me gustó muchísimo. A mí me fascina la magia, pero en ese
cuento me gustaría ser como el santo, porque es chévere tener lo que uno necesita con
sólo pedirlo.
Isvara. Yo estoy de acuerdo con Carolina, sería chévere tener a Dios como amigo. Así
uno no tendría que preocuparse por nada. Además uno podría ayudar a mucha gente.
Devi Me gustaría escuchar un cuento sobre la felicidad, pues ya se me fue la vida y
nunca la encontré
Niños (en coro). Sí, sí… a nosotros también.
6. —LA FRAGANCIA MISTERIOSA. Cuando el sol
mañanero traza sus primeras pinceladas en el lienzo del
amanecer, en las tierras altas del Asia, un pequeño ciervo
macho de pelo áspero y corto, patas altas y finas, sin
cuernos, muy parecido a una cabra joven, inicia su recorrido
en busca de un olor fuerte y penetrante que lo enloquece y
lo hace vibrar. Es una fragancia misteriosa y exquisita que
lo transporta a dimensiones desconocidas. Es un perfume de
dioses, un olor nectarino que lo hace gravitar por encima del suelo. Desconcertado por
el misterioso perfume, inicia su búsqueda desde el mismo amanecer. No sabe de dónde
viene la exquisita fragancia, y por ello camina oliendo todo a su paso. Olfatea por
debajo de las piedras, por entre el musgo y los matorrales, por encima del pasto y los
arbustos. Trepa por las laderas olfateando cada guijarro, cada flor, cada mata, cada
bicho que se mueve. En su desesperada búsqueda sube montañas, atraviesa quebradas,
sube riscos y corre por praderas y llanuras que se pierden en el horizonte de montañas.
De esta manera pasan los minutos y las horas. Por la tarde, cuando los rayos solares
comienzan a tornarse anaranjados detrás de las montañas y las primeras sombras de la
noche salen de su escondite, el animal, sudoroso, fatigado y exhausto de tanto indagar
por la misteriosa fragancia, decide descansar a la sombra de un árbol frondoso. Se deja
caer sobre el pasto y reclina la cabeza sobre su vientre. La nariz queda cerca de su
ombligo y, ¡sorpresa!, al fin descubre el origen de la misteriosa fragancia. ¡Viene de su
propio ombligo! ¡Increíble! ¡Tanto deambular! ¡Tanto caminar! ¡Y el perfume está
dentro de él! De pronto, el ciervo almizclero alza los ojos al cielo y piensa: “Qué tonto
he sido al buscar afuera lo que estaba dentro de mí”.
Jorge. ¡Vaya paradoja! O sea que la felicidad es un estado de ser y no de poseer.
LOBITO. Ya lo hemos dicho varias veces en estas charlas, y lo seguiremos repitiendo
hasta que se comprenda en profundidad. ¡La felicidad es el contento! Cuando alguien
está contento ya es feliz, y no necesita ir a ninguna droguería a que le inyecten la
felicidad. Los niños pequeños siempre se ven felices, porque a todo momento andan
contentos. Repito, ¡la felicidad es el contento! Las riquezas sólo sirven para dar
comodidad al cuerpo, pero son una falsa promesa de felicidad y fuente de sufrimiento,
pues el rico sufre porque siempre teme perder su fortuna.
Adriana. Bien tonto es pensar que la felicidad nos la puede dar otra persona, ¿cierto,
Maestro?
LOBITO. Es el gran engaño en que anda la mayoría de la gente. Pasa lo del perro
callejero que encontró un hueso seco, poroso y viejo y se puso a morderlo, hasta que
una astilla le rajó la encía y comenzó a sangrar a borbotones; en su ignorancia, el animal
lamía y lamía la sangre fresca y calientita que empapó el hueso. El tonto animal estaba
convencido de que la felicidad y el placer por la sangre fresca se la daba el hueso.
Margarita Rosa (risas). Vaya perro “pa’ bobo”.
7. —EL MICO Y EL COCO. Una vez un mico venía
saltando por entre las ramas buscando comida, cuando de
pronto vio unos cocos en el suelo y rápido bajó del árbol
para averiguar si los podía comer. Pronto se dio cuenta de
que los cocos tenían dos pequeños agujeros y estaban
llenos de maní. El mico metió las manos con cuidado,
porque los agujeros eran angostos, y tomó un puñado de
maní, pero cuando quiso sacarlas no pudo pues los puños
no cabían por el hueco. Entonces apareció un cazador, lo
apresó y lo metió en una jaula para venderlo en el zoológico….. ¿Cuál creen ustedes fue
el problema del mico por el cual lo atraparon?
John Alexander (doce años). El problema del mico fue por no soltar el maní. Si
hubiera soltado el maní, habría podido sacar las manos del coco y quedar libre.
LOBITO ¡Correcto! Perdió su libertad por no soltar lo que tenía agarrado. Eso
exactamente le sucede a las personas que se agarran de todo: cosas materiales, riquezas,
personas, recuerdos, etc., y por no soltar pierden su libertad, pero al morir les toca soltar
todo a la brava.
Margarita Rosa. Los grandes son peores que los micos, pues los micos hacen eso por
la comida, en cambio los grandes por brutos. Son como las garrapatas en las vacas,
prefieren que las maten antes que soltar.
Ante la espontánea repuesta de la chiquilla, todos soltaron una estruendosa carcajada
y la alegre reunión se dio por terminada.
8. —ROSAÍGNEA. En el basurero municipal de la
gran urbe vivía Rosaígnea. Sus padres eran humildes
campesinos desplazados por la violencia paramilitar y
guerrillera; sobrevivían del reciclaje de la basura y habían
construido una casa con pedazos de madera, cartones,
láminas de zinc y otros desechos que se encontraban
diseminados por el lugar. Rosaígnea era una chiquilla
hermosa, de grandes ojos amarillos y redondos como un
girasol. Una trenza negra y larga le llegaba hasta la cintura. Su sonrisa, tierna como de
bebé, encantaba a todos. No había cumplido aún los seis años de edad y era muy feliz al
lado de sus padres. Como sus progenitores no tenían dinero para pagarle el estudio,
Rosaígnea pasaba los días ayudando en el trabajo de sus padres. Ella juntaba los
cartones en una bolsa y las latas en otra. En sus ratos libres se entretenía jugando con
los tarros vacíos, las botellas, los retazos de papel, los pedazos de vidrios de colores que
encontraba en el sitio y los juguetes rotos que los niños ricos echaban a la basura.
Sucedió entonces que una mañana, al comienzo de la primavera, un hallazgo alegró su
vida. En un pedacito de tierra descubierta, adonde todavía no había llegado la basura, la
niña encontró un solitario y tierno capullo de rosa meciéndose al vaivén del viento. La
infanta, rebosante de dicha, fue de inmediato por unos palos y construyó una cerca para
proteger a la indefensa flor de los animales que merodeaban por el lugar. A partir de ese
día, Rosaígnea se levantaba temprano a recoger las gotas de rocío en un frasquito de
vidrio; con esa agua alimentaba a su amiga silenciosa y le susurraba canciones
infantiles. Así pasó el tiempo y el solitario y frágil capullo, gracias a los cuidados y
mimos de la niña, creció libremente, el tallo se hizo fuerte y salieron las primeras hojas.
Una tarde, un acontecimiento inesperado la llenó de inmensa felicidad. El capullo abrió
sus delicados pétalos y dejó escapar el aroma que había guardado secretamente en su
interior. Cuando la chiquilla inhaló esa fragancia, sintió que había recibido el mejor
regalo de cumpleaños, ya que ese día, ella celebraba sus seis años de vida. Pero una
noche, cuando las estrellas titilaban en el cielo como farolitos de Navidad, Rosaígnea
escuchó el ruido ronco y carrasposo de un carro que penetraba en el lugar. Se levantó de
la cama y asomó su carita por una ventanilla que tenía la casa. Sus ojos se horrorizaron
cuando vieron que un camión lleno de desperdicios se disponía a dejar caer la fétida
carga sobre el tesoro que ella cuidaba con tanto esmero. Sin pensarlo un segundo más,
salió disparada hacia el sitio en donde se encontraba la flor. Llegó jadeante y se
arrodilló al pie de la planta y la protegió con su pecho. Por la mañana, cuando los padres
de la niña se levantaron y vieron que su hija no estaba en la cama, corrieron como locos
a buscarla por todo el basurero. Después de varias horas de infructuosos esfuerzos,
optaron por avisar a los vecinos, pues pensaban que Rosaígnea se la habían robado. A
los pocos minutos el sitio se llenó de gente. Se hicieron presentes los transeúntes, los
vecinos del sector, los estudiantes que iban para los colegios y los recicladores que
trabajaban siempre allí. Después de una búsqueda milimétrica, al mediodía encontraron
a la pequeña. El caso de la pequeña salió por los periódicos de la ciudad y por los
noticieros de la televisión. Días después, el inmenso basurero fue limpiado por las
personas que trabajaban en ese lugar y lo sembraron con rosas. Es el rosal más grande
del mundo y se llama Rosaígnea porque las rosas que crecen en ese lugar son rojas y
brillantes como carbones encendidos. De noche, las gotas de rocío duermen sobre los
pétalos de la rosa que Rosaígnea protegió con su tierno corazón y las estrellas titilan en
cada una de ellas.
LOBITO. ¿Qué nos enseña este cuento?
Urania. Que uno cuida lo que ama. Lo que uno no ama le importa un pepino. Así va
con todo
Isis Melina. Así es. Si ama a su mamá la cuida. Si uno ama al perrito lo cuida. Igual va
con la naturaleza. Si uno ama la naturaleza la cuida y no la daña.
9. —CARTA A JESÚS. Había un niño muy pobre que
sólo podía alimentarse una vez al día. Su madre, mujer
trabajadora y honrada, se había quedado sin trabajo. Ella
ganaba dinero lavando ropa en el río, pero con el invento
de las lavadoras automáticas, la gente ya no mandaba a
lavar ropa. Así que un día decidió hablar con su pequeño
hijo y le dijo: Mira, Carlitos, tú sabes muy bien cuanto te
quiero. Desde que murió tu papá siempre he tratado de
darte lo mejor. Pero los ahorros que nos dejó tu padre se acabaron. A mí por la edad que
tengo, nadie me da empleo.
--Entonces, ¿qué vamos a hacer, mami? --dijo el pequeño con voz melancólica.
--Me toca retirarte del colegio, pues no tengo un centavo para libros, cuadernos, onces,
transporte escolar, etc. En fin, no hay dinero ni para comprar comida.
Al escuchar la decisión de la mamá, el niño se puso a llorar y se agarró de la falda de su
progenitora suplicándole que no lo sacara de la escuela. El niño prometió que trabajaría
en cualquier oficio.
--Mi amor, a mí me duele más que a ti esta determinación, pero no tengo otra salida.
El niño salió corriendo y se encerró en su cuarto a llorar. Allí permaneció por cerca de
una hora, hasta que salió de la habitación y fue a la cocina, en donde su madre cocinaba
por quinta vez el mismo hueso.
--Mami: ¿Y no hay nadie en el mundo que nos pueda ayudar? --indagó el pequeño, aún
con lágrimas en los ojos.
--Mi amor, hay mucha gente buena que quiere ayudarnos, pero no lo hace porque no
tiene dinero. Están en la misma situación que nosotros. Muchas personas no sólo no
tienen para comer sino que además están enfermos, no pueden pagar un médico y
menos comprar medicinas.
--¿Pero no hay nadie, nadie, qué nos ayude con algo? --Esto último lo dijo el niño
señalando una imagen de Jesús que estaba colgada en la pared.
--Bueno, mi amor, Jesús ayuda a todos sin esperar nada a cambio.
La madre sentó en sus piernas al niño y le contó, paso a paso, la vida y los milagros que
Jesús había realizado. El chiquillo quedó impresionado por el relato. Besó a la mamá y
fue a su habitación, arrancó una hoja de un cuaderno y se sentó a escribirle una carta a
Jesús. En el sobre escribió: “Señor Jesús, Belén, El Cielo.” Metió el sobre en su maletín
escolar y corrió a la oficina de correo. Una vez allí, buscó el buzón para enviar el
mensaje, pero como el cajón estaba en una parte alta, el niño no alcanzaba a depositar la
carta. El chiquillo optó por colocar el morral escolar en el piso y se trepó sobre él
tratando de darse altura, pero tampoco alcanzaba la caja. Salió a la calle, consiguió una
vara, y con esa nueva ayuda intentó introducir la carta en el buzón. Estaba en esas
peripecias cuando ingresó a la oficina de correos un que vestía ropas finas, olía a
perfume y traía los zapatos bien lustrados. Parecía ser una persona muy importante. Tan
pronto vio al niño que se esforzaba por meter el sobre en el buzón se ofreció para
ayudarlo. El niño le entregó la carta al señor. Cuando éste la recibió, sonrió al ver que la
misiva no tenía estampilla y que además iba dirigida a Jesús.
--¿Le escribes una carta a Jesús? --inquirió el extraño-- ¿Me dejas leerla?
El niño dijo que sí. El hombre sacó unas gafas y se puso a leer el manuscrito. El niño le
describía a Jesús la difícil situación de su casa, la pobreza en que vivían, la falta de
trabajo para su mamá y lo doloroso que era para él dejar la escuela. La carta finalizaba
diciendo: “Jesús: moriste por ayudar a los pobres y fuiste bueno con todos. Curaste a
muchos enfermos porque tienes un corazón repleto de amor por los pobres... ¡Por
favor, ayuda a mi mamá a conseguir un empleo para que no me saque del colegio! Te
prometo, ser un niño bueno y obediente y que nunca tendré vicios. Te quiero mucho,
Jaime francisco.” El hombre metió de nuevo la carta dentro del sobre y, con disimulo,
con el dorso de su mano limpió una solitaria lágrima que quería rodar por su mejilla.
--Mira, pequeño. Toma esta tarjeta y llévala a tu mamá. Dile que mañana la espero
contigo en esa dirección. (El chiquillo dio las gracias al misterioso personaje, giró sobre
sus talones y salió como una bala en dirección a su casa)
Al día siguiente, la madre y el niño ingresaron a las oficinas del amable señor.
--Apreciada señora, tiene usted un hijo maravilloso. --dijo el hombre, y acto seguido le
devolvió la carta que el chico había escrito a Jesús. La mamá, que desconocía el hecho,
leyó el escrito y quedó sorprendida.
--Anoche, a la hora de la cena, leí la carta a mis hijos --continuó diciendo el señor-- y
todos quedaron impresionados. Así que resolvimos que no sólo le vamos a pagar la
escuela al niño sino que, además, le voy a dar trabajo a usted en mi fábrica de lavadoras
automáticas. Yo soy quien las fabrico.
10. —ZAPATEROS REMENDONES. Hace mucho
tiempo, en India, vivió un rey noble y sabio que se llamaba
Janaka. Era un gobernante excepcional que amaba las artes,
la vida espiritual y la sabiduría divina. Pasaba mucho tiempo
meditando y leyendo textos sagrados. Además, le encantaba
reunirse y charlar con las personas estudiosas de los temas
trascendentales. El rey decía que una de las formas de
acercarse a Dios era estar en compañía de gente santa y
buena. Una vez al año, el rey Janaka acostumbraba celebrar un festival sobre temas
trascendentales adonde asistían muchas personas doctas en textos sagrados. En esta
ocasión, como todos los años, llegaron al palacio los ilustres invitados en vistosas
carrozas tiradas por briosos corceles. Entre ellos había príncipes, yoguis, sacerdotes,
eruditos y una gran variedad de personas importantes. Sucedió que quiso ingresar al
salón real un hombre vestido pobremente con una túnica de tela y sandalias de cuero.
Era el sabio Ashtavakra, el cual no había sido favorecido por Dios en su presencia
física, ya que era de baja estatura, encorvado y de cuerpo esquelético. Algo así como el
jorobado de Notre-Damme. Tan pronto el hombre hizo presencia en el reluciente salón
en donde estaban los distinguidos invitados, éstos comenzaron a reírse de la escuálida
presencia de Ashtavakra. El rey Janaka se percató del suceso y ordenó a todos que se
callaran. A la orden del monarca, el auditorio quedó en total silencio. Ashtavakra
caminó pausadamente, apoyado en su bastón de madera y, bajo la mirada escudriñadora
de los invitados, se paró en la mitad del elegante recinto. Con mirada circular revisó uno
por uno a los que estaban sentados. De pronto soltó una estruendosa carcajada que
retumbó como trueno por toda la sala. Así lo hizo por tres veces. El rey Janaka,
extrañado por el inusual comportamiento del ermitaño, le preguntó:
--¿Por qué te ríes de esa manera? ¿Podrías explicarme que te causa tanta gracia?
Ashtavakra hizo la venia real para saludar al monarca y respondió:
--Excelencia, cuando me invitaste a esta magna reunión me aseguraste que a ella
vendrían hombres sabios y eruditos en las sagradas escrituras, pero lo que mis ojos ven
es a un montón de ignorantes con visión de zapateros remendones
Al escuchar el insulto, los asistentes se pusieron de pie y comenzaron a vociferar
improperios contra Ashtavakra. El rey Janaka ordenó que se hiciera silencio e hizo que
todos regresaran a sus asientos.
--Ashtavakra, ¿podrías explicarme por qué ofendes a mis invitados llamándolos
“ignorantes con visión de zapateros remendones”?
--Te complaceré con mucho gusto, honorable rey --contestó el hombre encorvado, y
señalando con su dedo índice a los asistentes dijo:
--Tú sabes que los zapateros evalúan la calidad y el precio de los zapatos por el cuero
del que están hechos. Ellos sólo tienen “visión de lo exterior”. Tus invitados, que se
vanaglorian de ser sabios y eruditos, me han juzgado y valorado por mi cuero; es decir,
por mi aspecto físico externo, desconociendo por completo mi interioridad. No saben de
mi desarrollo espiritual. No captan la evolución de mi alma. Desconocen mi esencia
divina y la paz de mi mente. Ignoran mis experiencias místicas y mis investigaciones
metafísicas. No tienen idea de cuánto me he acercado a Dios en todos los años que llevo
en la disciplina espiritual. Hombres así jamás serán sabios. Sólo son bolsas de cuero
repletas de egos.
Después de estas palabras, los asistentes, avergonzados, inclinaron la cabeza.
LOBITO. ¿Qué opinan de este cuento?
Adriana. Que miramos sólo el aspecto físico de las personas y las juzgamos por ello. Y
en esta sociedad de pasarelas, modelos, reinas de bellezas y hombres bonitos, sólo
tenemos ojos para ver la belleza física de las personas.
Alexander (estudiante universitario). Estoy de acuerdo con Adriana. Vivimos en una
sociedad de culto al cuerpo. Preocupados por lucir físicamente bien así en lo interior
esté vacío de desarrollo espiritual.
María Helena. Si vamos a juzgar por lo físico a las personas, entonces la Madre Teresa,
Gandhi y Mandela serían seres feos.
LOBITO. De acuerdo. Y como dice el libro de El principito, lo esencial sólo se puede
ver con el corazón.
11. —EL BUDA Y EL NOTABLE. Una vez el Buda
iba camino a una población. En ese lugar vivía un señor
muy distinguido, a quienes todos en el pueblo respetaban y
obedecían. Era algo así como un líder político, “El Notable”
del pueblo. Es más o menos lo que hoy llaman un gamonal.
El caso es que el hombre era muy influyente, hacía muchos
favores a los lugareños y éstos le obedecían. Habiéndose
enterado de que el Buda estaba por llegar, reunió a la gente
en la plaza y la arengó diciendo que el Buda era un vago, un
mendicante, un errabundo que no trabajaba y andaba con un tropel de fanáticos que
seguían sus tontas ideas. Advirtió a todos para que cerraran las puertas de sus casas y no
le dieran comida. Cuando terminó de hablar, todos fueron y se encerraron en sus
viviendas, pero sin dejar de mirar por las ventanas. El Buda era un ser de luz, un
iluminado y podía leer la mente de las personas. Así que no tuvo necesidad de indagar
nada de lo que pasaba en el pueblo, pues a través de su videncia sabía lo que “El
Notable” había dicho a los pobladores. Una vez entró al pueblo, se dirigió a la casa del
distinguido señor y tocó la puerta. Detrás de las ventanas, centenares de ojos y oídos
estaban atentos a cada movimiento que hacía y a cada palabra que profería el iluminado.
Con cara de pocos amigos, el hombre abrió la puerta, se paró bajo el dintel y exclamó:
--¿Qué deseas, vago? ¿Por qué no trabajas como lo hace todo el mundo? ¿Por qué
mendigas la comida si eres un hombre joven y sano que puede trabajar y ganar el pan?
Eres un mal ejemplo para todos. Con tu conducta propicias la vagabundería y el ocio.
Deberían meterte en una cárcel para que no andes por ahí como perro callejero...
Mientras el hombre dejaba escapar de su bocaza decenas de insultos e improperios
contra el santo, éste, en silencio, y con una sonrisa infantil en sus labios, lo escuchaba
sin alterarse. El Buda había juntado las palmas de las manos, como lo hacen los
hindúes, y de su rostro salía una expresión de bondad que sólo se ve en las personas con
un gran desarrollo espiritual. Cuando el furibundo gamonal terminó con los insultos, el
Buda, en tono amoroso le dijo:
--Querido hermano: ¿Me dejas hacerte una pregunta? Te prometo que me iré del pueblo
tan pronto la contestes.
Al hombre le agradó la propuesta del iluminado y contestó:
--Está bien, ¿qué deseas saber?
--Si tú das un regalo y no te lo reciben, ¿quién se queda con él ?
--Por supuesto que si no me reciben el regalo yo me quedo con él.
--Bueno, querido hermano. Tú me has querido obsequiar una guirnalda de improperios.
No te la recibo. Te puedes quedar con ella.
Detrás de las ventanas, los lugareños se llevaron las manos a la boca para aguantar las
risas al ver el gesto de asombro que hizo el Notable ante la audaz respuesta del
iluminado.
12. —EL NIÑO Y EL ÁNGEL. Era un niño de
sonrisa luminosa que vivía en una casa pequeña que sólo
tenía una alcoba, la salita y la cocina. A pesar de la falta de
espacio, el chiquillo era feliz al lado de sus padres y sus tres
hermanos. Pero papá y mamá tenían un problema con este
niño: era extremadamente bondadoso con los desamparados.
Tenía la costumbre de ayudar a toda persona que veía en
malas condiciones. Una vez llegó a la casa sin zapatos,
porque se los había regalado a un niño pobre que iba
descalzo a la escuela. Otras veces llegaba a la casa sin los útiles escolares porque en el
colegio donde estudiaba había muchos pequeños que no tenían con que escribir. En una
ocasión regaló la mejor camisa a un anciano que tiritaba de frío en una calle del pueblo.
Los mendicantes conocían el corazón compasivo del chiquillo e iban a su casa a pedir
limosna. El niño de la sonrisa luminosa les obsequiaba su propia comida y hasta se
acostaba sin comer. Papá y mamá lo reprendían por este tipo de acciones. El niño
siempre respondía con la misma frase. “Lo más importante en la vida es ayudar los
necesitados”. A los compañeros de clase los ayudaba con las tareas, pues él era el
mejor estudiante de la escuela. Una vez, la mamá, cansada de la actitud del pequeño,
optó por encerrarlo un domingo en la casa, mientras la familia se iba de paseo al campo
a disfrutar de un baño en el río. Sucedió luego que el pequeño fue a la cocina a buscar
algo de comer y quedó sorprendido al ver un hermosísimo ángel blanco, como copo de
nieve, que emitía una luz brillante. Atraído por la magnificencia del espíritu celeste, el
niño se acercó y le preguntó:
--¿Qué haces en mi casa? ¿Qué escribes en ese papel?
El espíritu de luz, desplegando sus alas y con una sonrisa cautivadora, contestó:
--Hago la lista de las personas de este pueblo que aman a Dios.
El ángel dio el papel al niño para que lo leyera. Tenía muchos nombres, pero allí no
aparecía el suyo. El niño quiso regresar el papel, pero el ángel había desaparecido.
Ocho días después, el niño fue castigado de nuevo porque continuaba regalando todo lo
suyo a los pobres. Esta vez el niño entró a la cocina por un vaso de agua y de nuevo vio
al hermoso ángel escribiendo.
--¿Ahora qué haces? ¿Por qué has vuelto? --preguntó el infante.
--El señor me pidió hacer la lista más importante de todas --dijo
--¿Y qué lista es ésa? --quiso saber el niño.
El ángel se paró y le hizo entrega del papel en el que escribía, diciéndole:
--Esta es la lista de las personas a quien Dios ama.
El pequeño tomó el papel y leyó. En la lista aparecía sólo un nombre: ¡El del niño!
13. —LA ESTATUA Y EL INCIENSO. Erase un
hombre que tenía muchos problemas y estaba deprimido,
entonces decidió hablar con su mejor amigo a quien le contó
todas sus tragedias. Éste, luego de escuchar atentamente los
infortunios de su compañero, le dijo:
--Mira, José Antonio, en la vida hay que tener fe en algo, así
sea en uno mismo o en una piedra, de lo contrario la vida se
vuelva una carga muy pesada de llevar. Mi consejo es que te
apoyes en Dios, no importa la forma que escojas para adorarlo. Si haces esto, te aseguro
que una nueva energía te impulsará a buscar soluciones inteligentes a tus problemas.
A José Antonio le pareció razonable el consejo de su amigo, de modo que resolvió
ponerlo en práctica. Fue a un almacén de artesanías y se compró una bella estatua de
Jesús, labrada en madera de cedro. Llegó a su casa entusiasmado y colocó la imagen
sobre una mesa. Allí elaboró un altar con flores, espermas e incienso. Durante un mes, e
se dedicó a rezarle a Jesús, pidiéndole solución a los problemas que lo martirizaban,
pero el tiempo pasaba y la situación continuaba igual. Entonces comenzó a dudar. Llegó
a pensar que Jesús no lo escuchaba y de nuevo se deprimió. Optó por volver a hablar
con su amigo.
--Escucha, José Antonio --le dijo el amigo-- La fe hay que construirla poco a poco. Es
como levantar un edificio. Nadie hace un rascacielos en solo día. Es un proceso lento de
ladrillo sobre ladrillo, piso por piso, pared por pared, hasta que la edificación se termina.
La fe se construye con ayuda de la razón. Además de rezar debes leer textos sagrados
que te llenen de devoción. Debes, también, rodearte de gente buena y santa. Todo eso es
el alimento del espíritu divino que vive dentro de ti.
--Tú a que santo o qué Dios le rezas --le preguntó José Antonio a su amigo.
--Yo tengo mi fe puesta en el Buda --contestó él con sinceridad.
José Antonio se despidió de su compañero, pero mientras caminaba para su casa un
extraño pensamiento salió a flote: Buda debería ser un Dios más poderoso que Jesús,
pues su amigo no tenía problemas y siempre se veía alegre. Así que fue al almacén y se
compró una estatua del Buda. Llegó feliz a su habitación dispuesto a cambiar de fe.
Tomó la estatua de Jesús y la metió en el guardarropa. En su lugar colocó la imagen del
Buda. Trajo unas barras de incienso y las prendió poniéndolas a los pies del iluminado.
El agradable olor se esparció por todo el cuarto. De pronto notó que el viento llevaba la
columna de humo hasta el ropero y se incrustaba en él por una rendija. Abrió el closet y
comprobó que la fragancia refrescaba el rostro de Jesús. Cosa que no le gustó. Tomó un
pedazo de tela y le tapó la nariz al Nazareno para que no oliera el delicioso perfume.
Cerró el guardarropa y volvió a su postura de meditación frente a la imagen del Buda.
Al rato escuchó un ruido en el ropero, como si alguien estuviera encerrado en él. Dejó
de rezar y fue a buscar el origen del extraño sonido. Abrió la puerta del guardarropas y...
¡Sorpresa!.. Jesús, esbozando una angelical sonrisa, lo miró con ternura y extendió su
mano para devolverle el pañuelo. Antes de que José Antonio se desplomara sobre el
piso, Jesús le dijo:
--Durante un mes me trataste como pedazo de madera sin vida, pero cuando me pusiste
el pañuelo en la nariz, me diste la vida que me negaste como estatua.
14. —DILIGENTE, HORMIGA INTELIGENTE.
Diligente, la hormiga inteligente, trepó a un árbol en busca
de comida. Estaba en lo más alto del vegetal cuando un
fuerte viento pasó por entre las ramas haciendo caer las
hojas secas. En una de esas hojas, Diligente comenzó a
planear como si fuera una cometa sin cola. La brisa llevó a
la hoja con la hormiga por los aires y más adelante cayó en
el río. Ahora, convertida en balsa, la hormiguita se asustó
mucho cuando, en la distancia, oyó el estruendo de las cataratas que amenazaban con
tragarse todo lo que cayera en ellas. Diligente se arrodilló en la hoja, juntó las manos y
alzando la vista al cielo oró, con devoción al dios de las hormigas, pidiéndole que la
salvara de la muerte. El Dios de las hormigas, conmovido por la fe con que la
hormiguita se dirigía a él, decidió ayudarla. Fue así que en el momento en que la hoja
llegaba al borde de las cataratas, apareció un milano, que tenía una pluma blanca en la
cabeza, y confundiendo la hoja seca con un pez la tomó en su pico y la llevó a tierra
firme en donde la soltó sobre el suelo. Diligente, la hormiga inteligente, intuyó que la
aparición del pájaro en el momento exacto en que caía al vacío no era otra cosa que la
mano invisible de dios que había acudido a su rescate. Un tiempo después de este
incidente, Diligente venía por un camino cargando un cucarrón muerto, cuando vio un
cazador escondido entre unos matorrales quien, con mucho sigilo, apuntaba su arma
para matar un pájaro que acababa de posarse sobre una rama. La hormiga dejó la presa
en el suelo y corrió veloz hasta donde estaba el hombre malo. Trepó a una de sus botas
y por el pantalón subió rápido hasta alcanzar la nuca. Una vez instalada allí, con sus
poderosas pinzas, picó al malvado hombre en el preciso instante en que apretaba el
gatillo para ultimar el ave. El chuzón hizo que el perdiguero errara el tiro, el cual pasó
zumbando por encima del pájaro que tenía una pluma blanca en la cabeza. Y aunque el
milano nunca se enteró de que la hormiga le había salvado la vida, sin embargo, alzó los
ojos al cielo y, en silencio, dio las gracias al Dios de las aves, que es el mismo dios de
las hormigas, de las aves y de todos los seres vivos.
15. —EL CIEGO Y LOS SOLDADOS. En un
pueblo, cerca de la gran ciudad donde el rey tenía su
palacio, vivía un hombre ciego que era conocido por
todos. La fama del invidente se debía a que era capaz de
distinguir el ruido de las pisadas de una vaca a las de un
toro. A falta del sentido de la vista, el hombre había
agudizado el oído al punto de describir el carácter, la
personalidad y el aspecto físico de quienes le hablaban.
Una vez estaba sentado sobre una piedra, a la orilla de un camino, cuando oyó una voz
que le preguntó:
--¡Hey, tú, pelmazo! ¿Has estado sentado aquí toda la mañana?
--Así es, señor --respondió lacónicamente.
--¿No oíste a un escuadrón de soldados trotar por este camino?
--No señor, no escuché nada.
Luego de este corto diálogo se presentó un segundo hombre quien lo indagó:
--¡Ciego, idiota, dime! ¿Escuchaste ruido de soldados marchar por este camino?
-- No señor, no escuché nada. Sólo el trino de pájaros.
Un rato después, el ciego escuchó una tercera voz que le preguntó:
--Señor: ¿Escuchó usted a unos soldados marchar por este camino?
--Así es, señor. Hace media hora que pasaron.
Finalmente, otro desconocido se paró frente a él y, colocando una de sus manos sobre el
hombro, le dijo en tono cortés:
--Mi estimado hombre, por favor, agradecería muchísimo me informara si escuchó
hombres marchando a lo largo de este camino.
El ciego tomó la mano del amable caballero y contestó:
--Así es, apreciado rey. Antes de usted, esa misma pregunta me la hizo un soldado,
luego la repitió un capitán y, por último, uno de sus ministros.
El monarca quedó maravillado de la habilidad del ciego para distinguir las personas.
Indagó al hombre a que le enseñara el secreto.
--Respetadísimo re, el habla es la prueba de la verdadera crianza. La lengua es un fiel
reflejo de la personalidad.
El rey se despidió del ciego al cual premió con una bolsa de monedas de oro.
16. —LAS APARIENCIAS ENGAÑAN.
El
hombre robusto, cada tanto halaba la brida para inducir al
caballo a apurar el paso. El bruto, cada vez que veía hierba
fresca, intentaba detenerse, pero el jinete se lo impedía.
Era un camino destapado, polvoriento, de esos que llaman
“camino de herradura”. Por allí transitaban los campesinos
con las recuas de mulas cargadas de hortalizas. Detrás del
hombre a caballo, a poca distancia, un jornalero traía sobre
sus espaldas una cama de hierro y alambre que parecía un catre, de esas que se doblan
por la mitad como si fuera una maleta. A la vista de todos, la escena era inusual:
Adelante, sobre el brioso animal, el hombre fortachón, gordo y colorado. Detrás de él, el
sudoroso labriego llevando el armatoste sobre sus cansadas espaldas. A medida que
avanzaban por la carretera la gente murmuraba: “Qué injusta es la vida con los pobres.
Miren al patrón, bien cómodo, con su buen sombrero para protegerse del sol, sobre el
caballo; y detrás el infeliz jornalero cargándole la cama. ¿Habrase visto tanta
inmisericordia? El caballo debería llevar la cama. ¡Qué falta de consideración!”
Sucedió luego que los dos hombres llegaron a una posada y, como era medio día y el
sol canicular ardía sobre la piel, decidieron descansar. El jinete se bajó del caballo, llevó
al animal al abrevadero, sacó del talego un enorme cepillo, llenó el balde con agua y
comenzó a cepillar el lomo sudoroso del animal. Mientras el jinete hacía esta labor, el
otro señor armó la cama debajo de un árbol frondoso, acomodó el colchón, cuadró la
almohada y se echó a descansar. La gente que llegaba a la pensión murmuraba: “Qué
injusta es la vida con los pobres. Miren al pobre jornalero refrescándole el caballo al
patrón mientras éste ronca como un cerdo en la cama. ¡Qué falta de consideración!
Pasaron dos horas y el sol comenzó a inclinarse sobre el horizonte. El sofoco disminuyó
y una brisa suave sopló de este a oeste. El hombre del caballo colocó de nuevo los
aperos sobre el animal, montó sobre él y echó a andar con dirección al norte. Acto
seguido, el hombre del catre despertó de la reconfortante siesta, recogió el colchón y la
almohada, dobló la cama, se la echó sobre las espaldas y se fue caminando con
dirección al sur.
LOBITO: ¿Qué opinan de este cuento?
Lorena: Bueno, como dice el título, las apariencias engañan. A simple vista uno no
puede andar juzgando a los demás.
Manuel. Estoy de acuerdo con Lorena, a veces lo que uno ve es injusto, pero uno no
sabe a fondo lo que realmente está sucediendo.
Sarai. Lo mejor es no juzgar sin antes saber qué es lo que pasa.
17. —El ERUDITO Y LA ARAÑA. En un pueblo
vivía un hombre que tenía fama de sabio, Pero la sabiduría
que este señor había adquirido era producto de los
muchísimos libros que había leído. Es decir, era una
sabiduría académica. De todas formas, el hombre gozaba
de un gran prestigio dentro de esa comunidad y era
respetado y admirado por todos. Como consecuencia de
esta situación el erudito había desarrollado un gran ego
que lo hacía sentir como una persona importante y única. Un día iba por un camino
cuando vio que una araña que corría afanada, atravesó el sendero y se trepó a un
arbusto. Desde allí el agitado arácnido miraba atentamente hacia la distancia. Al sabio le
llamó la atención este incidente y acercándose a la araña le preguntó:
--¿De qué huyes? ¿A qué tanta prisa? ¿Te persigue alguna lagartija para comerte?
-- No señor --respondió la araña-- Es que no demora en pasar la carreta con los bueyes
que lleva la leche. Si no atravieso rápido el camino me puede sorprender en la mitad del
recorrido y me mata.
El sabio rió para sus adentros y le dijo a la araña.
--Bueno, si la carreta te aplasta no va a pasar nada. No eres mayor pérdida para el
mundo. La vida continuará su ritmo contigo o sin ti. Así que no seas tan exagerada.
--¡Qué dices! Eres un sabio estúpido y engreído! --exclamó la araña con rabia-- ¿Te
crees muy importante? Piensas que si tú mueres, ¿eso sí sería una gran pérdida para
todos? Pero si a mí me aplasta la carreta no hay pérdida. Pues para que sepas, yo, igual
que tú, tengo igual derecho a la vida. El principio divino que hay en ti y que te permite
caminar, moverte y respirar, también está dentro de mí. Yo, igual que tú, tengo
hermanos, hijos, esposa, amigos y padres. Todos ellos me necesitan y les hago falta.
Ahora mismo me están esperando en mi casa y si no llego, sufren pensando que algo
malo me ha sucedido. ¡Yo soy importante para ellos! Yo cuido de mis hijos pequeños,
de mi compañera y de mis padres viejos. ¡Qué va! Tú no eres un sabio de verdad, sólo
eres un come libros. Alguien que verdaderamente sabio que hubiera comprendido un
solo renglón de las enseñanzas de los textos sagrados no se comportaría de manera tan
despectiva como lo has hecho tú conmigo. Lo mínimo que has debido aprender en todas
esas lecturas es que sólo Dios tiene derecho a determinar el nacimiento y la muerte de
todos los seres. Él fue quien me creó y él también me dio inteligencia para que me
cuidara del peligro. ¡Bah, sabio engreído!...Dicho esto la arañita se bajó del arbusto y
continuó su camino. En la distancia varias arañas, de diferentes tamaños, salieron a su
encuentro. El erudito sintió vergüenza de su estupidez y se prometió, así mismo, a partir
de ese instante, respetar todas las formas de vida que habitaban el planeta.
LOBITO. ¿Les gustó este cuento?
Marcela. Sí, cheverísimo. Pienso que el sabio era la araña y no el come libros.
Alejandro. Todos tenemos el mismo derecho a vivir. La vida que hay en una hormiga
es la misma que hay en una ballena. Nadie tiene porque matarlos.
18. — LA TORTUGA Y EL ESCORPIÓN. A la
orilla de un río una tortuga dialogaba con una iguana, de
pronto la charla fue interrumpida por la presencia de un
escorpión negro quien luego de un saludo formal dijo a la
tortuga: “¿me puedes ayudar? Necesito con atravesar el
río, pero como no sé nadar, te ruego me lleves sobre tu
caparazón, ya que eres muy buena nadadora”. La iguana,
con disimulo le hizo señas a su amiga para que no aceptara
la peligrosa oferta.
--Estimado escorpión: no puedo hacerte el favor estoy ocupada con mi amiga, tratando
un problema familiar --contestó con amabilidad la tortuga.
El escorpión insistió en su propósito con un sólido argumento:
--Vamos tortuguita no seas negada. Acuérdate del sabio refrán que dice: “Hoy por mi
mañana por ti”. Si no sirves al prójimo, ¿cómo quieres luego que los demás te sirvan?
La ingenua tortuga, al escuchar los hábiles argumentos que el escorpión esgrimía, entró
en una terrible indecisión y dijo:
--Lo que sucede es que me da temor llevarte sobre mis espaldas, no vaya ser que me
piques cuando estemos atravesando el río.
--Entiendo tu temor, tortuguita, sé que soy feo y de aspecto temible, pero no soy
estúpido. Sería el más bruto de todos los animales si te clavara el aguijón en medio de
las aguas y nos ahogamos los dos. Deja ese miedo infundado y llévame al otro lado del
río. Siempre viviré agradecido por este favor.
La iguana, desde la rama, le hacía señas para no aceptara la peligrosa aventura.
--Además, tortuguita linda --continuó alabando el escorpión-- tu buena acción va a tener
eco aquí en la selva. Todos se enteraran y serás respetada hasta por los cuervos.
De esta manera el arácnido arengó al quelonio y llegó un momento en que pudo más la
lógica que el miedo y la tortuga decidió ayudar a su amigo. Y... ¡zápate!.. Preciso,
cuando iban en la mitad del río el alacrán clavó su ponzoña en la cabeza de la tortuga.
--¡Animal estúpido! --exclamó la tortuga—cómo me chuzas aquí en la mitad de la
corriente. ¿No te das cuenta que ahora nos vamos a ahogar?...La tortuga sintió que la
vista se le nublaba y que sus piernas se le volvían como de gelatina. Perdió sus fuerzas y
el agua la arrastró río abajo.
El escorpión, antes de ahogarse, sacó la cabeza y exclamó:
--¡Perdóname, tortuguita, no hay mala intención! Es mi naturaleza el picar y cuando se
me viene la compulsión no puedo contenerme...glub...glub...glub...
La iguana saltó desde la rama, nadó y agarró a la tortuga por el caparazón y la salvó de
las aguas. Una vez en tierra firme le dijo:
--Mira, tortuga tonta, aprende a no ser tan ingenua y déjate de estar creyendo todo lo
que te dicen los demás. Ten siempre presente que el instinto es más fuerte que la razón.
LOBITO. ¿Qué enseñanza o moraleja les deja este cuento?
Lakshmi. Pienso que uno no puede cambiar la naturaleza de los animales y de las
personas. Cada quien es como es.
Isvara. Lo que dice Andrea es cierto. Las culebras y los escorpiones están hachos para
picar, y esa es su naturaleza y no pueden ir contra ella.
Urania. Definitivamente uno tiene que entender como es cada quien y no comerle
carreta. La gente promete que va a cambiar”, pero eso no es cierto porque cada cual
tiene su forma de ser.
Isis Melina. Es cierto, nadie puede ir contra su propia naturaleza. Un asesino o
psicópata no puede con su forma de ser y por eso mata, igual que el escorpión.
19. —EL BURRO Y EL CAMPESINO. Una vez iba
un campesino por el bosque con un burro cuando…
¡zápate!, el animal cayó en un hueco como de diez metros
de profundidad. El campesino no tenía conque sacarlo de
allí, y además estaba solo en ese lugar. El burro desde el
hueco rebuznaba para que lo sacaran. Afortunadamente no
se había herido. El hombre se paró al pie del hoyo y miraba
al burro con pesar. Se sentó en el suelo y se puso a pensar
que hacer para salvar al burro. Entonces, la mente que es loca y muy mala consejera, le
dijo: “Mira, ese burro ya está viejo, sin fuerzas y no demora en morir, lo mejor es que
lo entierres de una vez. Ya está en el hoyo y sólo tienes que echarle tierra. Luego te
comprar un burro joven y fuerte.” Al labriego le pareció razonable lo que su mente le
decía y decidió seguir el malévolo consejo. Fue así que hizo una pala con unos maderos
que encontró y se dio a echarla tierra al pobre animal. Le lanzó la primera palada de
tierra sobre la espalda del bruto, pero el burro se sacudió la tierra, como lo hacen los
perros para secarse cuando están mojados. El campesino echó la segunda palada y el
burro volvió y se sacudió. De esta manera el hombre tiraba palada tras palada y el
animal se las sacudía. Así la tierra fue subiendo y el burro se paraba sobre ella. Para
sorpresa del labrador el burro salió del hoyo rebuznando de la alegría y fue a lamer la
mano de su dueño pensando que lo de la tierra había sido una táctica para sacarlo del
hueco.
LOBITO. ¿Este cuento les deja alguna enseñanza o guía para el día a día?
Stellamaris. Cheverísimo el cuento. Me llama la atención lo de la mente, que le dice a
uno cosas y uno de bobo se las cree. La mente es muy mala consejera.
Osiris. Me pareció increíble lo que hizo el burro al no dejarse enterrar. Pienso que uno
debe hacer lo mismo con los problemas… ¡sacudírselos! Y no dejarse enterrar de ellos.
(Aplausos de la clase)
Devi. Otro aspecto del cuento es la interpretación que el burro hace de la acción del
dueño, pues él piensa que lo querían salvar. A veces uno es así de ingenuo al creer en la
buena intención del otro cuando en realidad le quieren hacer daño. Ahora comprendo el
refrán que dice: “No hay mal que por bien no venga”. (Aplausos de la clase).
20. —JESÚS Y LA CARROÑA. Iba Jesús de
Nazaret por un camino de Galilea charlando con sus
discípulos. El tema de la agradable conversación entre el
maestro y los apóstoles versaba en saber distinguir lo bueno
de lo malo. Jesús les enseñaba que tenían que adiestrar los
sentidos de la percepción, como la vista y el oído, para
saber apreciar lo malo de lo bueno y lo bueno que hay en lo
malo. El maestro hacía hincapié en lo importante que era para el desarrollo espiritual,
saber extractar lo bueno que puede haber en lo malo y lo malo que puede haber oculto
en lo bueno. Jesús les predicaba sobre cosas que aparentemente se veían malas o
dañinas pero en las que, generalmente, había algo de bueno. Enseñaba que en la
naturaleza no existía ciento por ciento malo ni ciento por ciento bueno. Ambos aspectos
siempre se mezclaban en proporciones diferentes. Aconsejaba que a medida que se
avanzaba en el sendero espiritual nuestra visión de lo bueno y lo malo se aclaraba. Esto
decía Jesús a sus discípulos cuando notaron que las personas que transitaban ese camino
comenzaban a desviarse para tomar un atajo. Más adelante había un perro muerto y los
buitres habían comido sus vísceras. El animal exhalaba un olor nauseabundo que se
esparcía por los alrededores. Jesús, sin prestar atención a la situación, continuó por el
sendero. Los apóstoles, tomando la parte inferior de la túnica entre las manos, se
taparon la nariz e intentaron salirse del camino para tomar el atajo. Jesús, sin embargo,
caminó derecho y se paró frente a la carroña. Los discípulos del divino maestro, con las
manos tapándose la nariz, rodearon a Jesús.
Por un instante el Nazareno miró el cadáver del perro y dirigiéndose a sus apóstoles le
dijo: “Ni las perlas del mar tienen la blancura de sus dientes.”
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