Algunas Reflexiones Teóricas sobre la Imagen como Fuente para la

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Algunas reflexiones teóricas sobre la imagen como fuente
para la Historia
Antonio Pantoja Chaves
Universidad de Extremadura
Fotografía y Memoria
Todavía hoy somos más herederos de los textos que de las imágenes, de
lo que hemos leído, y continuamos leyendo, que de lo que contemplamos.
Pero en la actualidad la imagen está irrumpiendo en nuestra forma de
conocer el mundo, nuestra realidad tanto cercana como remota, que parece
que está imponiendo una dialéctica entre el texto y la imagen cuyo
resultado debe ser el sometimiento de uno sobre el otro. La lucha de la
escritura contra la imagen marca toda la historia, pero por esa misma razón
el diálogo de la imagen y del texto ha continuado perfeccionándose.
El análisis de estas contradicciones cruzadas, en el que tan sólo nos
hemos detenido de forma tangencial en estos últimos años de investigación,
abriría nuevas perspectivas en el estudio de cada manifestación. Pero si
durante siglos el hombre se ha formado en las letras, las ha contenido en
cientos de páginas, y ha registrado la realidad, su entorno y su pensamiento
en los distintos soportes de los que se ha servido el texto, en los últimos
siglos la imagen ha cobrado un valor y una importancia de la que había
carecido, pero de la que siempre se le había presumido en cuanto a su
utilidad y en sus distintas aplicaciones.
La evolución de la imagen ha permitido construir la memoria visual del
hombre, en todas y cada una de sus manifestaciones. La inconsistencia de
su discurso se descubre en que hasta hace relativamente poco todavía no se
habían
fabricado
los
soportes
adecuados
para
la
imagen,
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independientemente de la técnica y lo sofisticado de la tecnología. Los
nuevos soportes además de potenciar su función ilustradora, de ornamento
de los sucesos ajustándose a los parámetros estéticos, políticos y
epistemológicos del término ilustración, han dotado a la imagen de un
código que apunta hacia las primeras elaboraciones de un lenguaje propio y
autónomo.
La consistencia y fuerza de ese discurso visual arranca desde la
invención de la fotografía, sin descartar la herencia visual de siglos
anteriores evidentemente, que no sólo facilita la reproducción o
multiplicación mecánica de todas las cosas que nos rodean aventajando a
otras artes y otras ciencias, ya que nos ha acercado a todo aquello que antes
había sido imaginado, sino que además ha sustentado un sistema de
comunicación y de transmisión de información del que dependemos para
comprender nuestro mundo. Como viene a decirnos André Malraux, las
imágenes han inventado con la fotografía su imprenta, una categoría que
habían alcanzado las letras con su renacimiento, en su función de describir
y de traducir el pensamiento, el conocimiento y la narración en los textos,
que en estos días la imagen ha logrado con la fotografía.
Pero la fotografía no es sólo un soporte para la imagen, es además un
soporte de y para la memoria, ya que su fuerza y atractivo reside en su
capacidad técnica de suspender el tiempo y centrar el espacio en un
instante. Nos permite, por tanto, recordar constantemente todos aquellos
hechos que nos hemos esforzado en memorizar mediante la lectura.
Visualizar los recuerdos en la fotografía es una versión más de hacer
memoria, de no olvidar un pasado que se ha preservado en esas imágenes
que una y otra vez la fotografía nos devuelve ante nuestra atenta mirada.
Además se ha convertido en una referencia en la memoria de los otros
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soportes más recientes para la imagen, ya que, aparte de los aspectos
técnicos, el efecto pantalla, la concatenación de imágenes y la narración
visual mediante múltiples recursos, no sabríamos mirar o descodificar los
contenidos del cine, de la televisión o de la edición multimedia, sino es
gracias a las capacidades perceptivas y cognitivas que la fotografía apuntó
ya desde su concepción.
Como instrumento para la memoria, en cuanto objeto de análisis,
podemos considerar a la fotografía como una fuente sugerente y
privilegiada para la Historia, en las acepciones que el investigador
considere convenientes y válidas para su estudio:
· Podría ser un recurso novedoso que hay que incorporar a los espacios
de trabajo por la presumible modernidad que pueda aportar a la sociedad de
la imagen y su vinculación con las nuevas tecnologías de la información.
· Podría sumarse a la labor que vienen desarrollando algunos
investigadores de la fotografía que, sin llegar a convertirse en una corriente
historiográfica en su preciada y pionera aportación, han pretendido darle un
uso adecuado para la historia y han iniciado un estudio del cual la
fotografía había carecido.
· Por fin, podría situarse, y es la postura por la que nos decantamos en
nuestra investigación, ante el reto que supone profundizar en las distintas
aplicaciones de la fotografía en soporte digital, un empeño por diseñar
arquitecturas para la imagen en las que se integren las conquistas anteriores
pero, a su vez, incorporando las nuevas soluciones reflexionando sobre el
impacto y la presencia determinante de la imagen como fuente de
información. Todos ellos son argumentos que sirven de fundamento con los
que poder, finalmente, historiar con fotografías.
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Fotografía e Historia
A la hora de considerar a la fotografía como fuente para la historia o en
cualquier otra disciplina que se fundamente en la fotografía como
instrumento de trabajo, dos son básicamente los modelos que hemos optado
por destacar: la fotografía documental y la de prensa.
La fotografía documental debe ser apreciada como un documento
histórico. En este sentido la imagen fotográfica juega un importante papel
en la transmisión, conservación y visualización de las actividades políticas,
sociales, científicas o culturales de la humanidad, de tal manera que se
erige en verdadero documento social, como ya apuntó, Gisèle Freund en su
tesis central. Pero atendiendo sobre todo a la cualidad que atañe a toda
fotografía a diferencia de otros documentos, ésta suministra no un registro
del pasado sino una manera nueva de tratar con el presente.
Como aportación práctica, en cuanto al carácter documental de la
fotografía, hemos confeccionado una base de imágenes diseñada, en un
primer momento, para el uso y organización particular de los documentos
registrados, que nos van a servir para conformar los distintos recorridos
visuales sobre los procesos históricos del presente. Pero además, en un
segundo momento, y a partir de las sucesivas ampliaciones y correcciones,
serán ofrecidos para la consulta mayoritaria de todos aquellos que quieran
disponer de sus fondos.
Por su parte, la fotografía de prensa se nutre de la fotografía documental
y forma parte de ésta, pero siendo su consecuencia natural. A diferencia del
documentalismo social, se interesa por aquellas situaciones, hechos o
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personajes que constituyen o son noticia, materia fundamental de la prensa
gráfica en general.
A veces entendida como un género más dentro de la producción
fotográfica, la fotografía de prensa, sin duda, ha significado un umbral
desde el que hemos asistido a la propia evolución del acto fotográfico,
otorgándole una consideración informativa que hasta el momento estaba
reservada exclusivamente para el texto o la palabra.
Tan vital e importante ha sido para la fotografía su inserción en la
prensa, en cuanto a difusión y transmisión de noticias mediante recursos
periodísticos como el reportaje, que ha potenciado la profesionalización del
reportero gráfico con actividades tan atractivas como las desarrolladas por
el fotoperiodismo en los distintos frentes en los que se encontraba la
noticia. La trayectoria de estos nuevos viajeros arranca en la Europa de
entreguerras, en un momento en el que la creatividad, el ingenio y el buen
oficio dotaron a la fotografía la categoría de recurso visual de masas. Una
aventura que progresivamente fue perdiendo el halo de independencia que
habían marcado los años de máximo apogeo, a medida que iban creciendo
y consolidándose en el mercado de la imagen las grandes agencias de
prensa.
De entre todas las cualidades de la fotografía de prensa, de su naturaleza
documental o de su función testimonial, la cara más sugerente es su
relación con el medio en el que se proyecta. En este punto, nuestro trabajo
entra en contacto con las investigaciones sobre los medios de comunicación
que se vienen realizando en el Seminario de Historia del Tiempo Presente.
En este sentido, podemos atender a cuestiones como su alto valor
comunicativo en la construcción del lenguaje y un significado visual, las
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estrategias comunicativas y persuasivas, la utilización y manipulación de la
imagen, o la relación perceptiva entre la fotografía y el lector. Es necesario,
en este sentido, que la fotografía de prensa no sea entendida solamente
como un documento informativo sino como una fuente de investigación
para la disciplina histórica.
Fotografía y Comunicación
De entre todas las memorias posibles, la memoria visual es la que
convoca con mayor fuerza los recuerdos de las sociedades actuales. En la
actualidad, es a la que se recurre con mayor frecuencia para adquirir
conocimientos de la realidad y de los distintos tiempos y espacios, y en la
que se han instalado y consolidado nuevas formas de comunicación
fundamentadas en la imagen. En todo este juego de relaciones que
configura la memoria visual, la fotografía actúa como una presencia directa
y activa de esa memoria. Es en este sentido en el que la fotografía
desarrolla su función de memoria. Pero a diferencia de las potencialidades
que hemos apuntado anteriormente, la memoria visual reside y está
alimentada hoy con los contenidos que los medios de comunicación
aportan, se ha reinventado en estos nuevos hacedores de memoria en los
que hemos confiado esta función por seguridad y competencia.
Los nuevos medios de la memoria colectiva nos exponen a ciertos
peligros como la sobreinformación visual y nos instruyen en la
desmemoria. Esto se debe a nos encontramos en la llamada sociedad de la
imagen, en la que los medios proyectan una imagen caleidoscópica, fugaz,
dirigida y sin criterios de memoria, que genera comportamientos que se nos
presentan como superficiales y alarmantes por los usos que el poder hace
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de ella, pero a los que debemos hacer frente desde nuestra condición de
historiadores. Ante tales comportamientos, es necesario que abordemos
estos fenómenos con criterio, decisión y nuevos planteamientos de
investigación que pasen por recuperar y recoger la memoria visual para
afrontar las exigencias del presente.
Esta ha sido hasta el momento la preocupación de los teóricos de la
imagen, una disciplina tan diversificada y tecnificada cuyos resultados se
han integrado y repartido en el campo de la comunicación (audio) visual.
Pero la teoría de la imagen no es únicamente un lugar de reflexión en torno
a la problemática de la significación icónica, a las investigaciones exitosas
de la neurociencia cognitiva y sus relaciones con la actividad perceptiva, o
en la producción mediática de la imagen y la educación en una sociedad
saturada por la hipervisualidad, sino que hay que plantearla como un
estímulo para la investigación, en el que hay que considerar a la imagen
como recurso o elemento de análisis y comprensión de la realidad histórica,
de la memoria visual colectiva. Una iniciativa que en su presentación puede
parecer prescindible y carente de interés para los teóricos de la imagen y
los especialistas de la comunicación visual, pero que para el historiador se
hace necesaria en el papel que debe asumir ante los medios de
comunicación visuales.
El nuevo humanismo, entendido no como el planteamiento de una nueva
disciplina sino como el intento por recuperar un perfil y una actitud que
siempre se ha supuesto a este campo del conocimiento, pasa por la
incidencia creciente de la ciencia, la tecnología y, más concretamente, de la
imagen en los medios de comunicación y por su protagonismo en la
definición y caracterización de la cultura visual. Ello nos obliga a retomar
la memoria, la historia visual y, en particular, la de los medios. Ahora nos
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toca vivir un tiempo en el que las nuevas tecnologías han abierto
perspectivas
insospechadas
en
numerosos
campos
y
la
intensa
transformación producida por esas tecnologías exige una respuesta por
parte de los humanistas, pues en ese proceso de cambio se abren muchas
posibilidades de creación y de afirmación de nuestra disciplina.
En cuanto a la imagen, consideramos una propuesta interesante y
apasionante para los próximos años en los trabajos de historia, incorporar la
fotografía como tecnología tradicional para la imagen pero en el soporte
digital. El flujo de cambios y continuidades que todo proceso requiere para
que el pasado se proyecte en el presente en nuestra función de hacedores de
memoria, se manifiesta de forma creativa en la fusión de la fotografía y el
soporte digital. Y en esa asunción de lo viejo en lo nuevo, se constata cómo
este nuevo espacio altera y transforma las características y la lectura de la
fotografía, pudiendo conformar así un nuevo discurso, nuevas formas de
escritura que, con el tiempo necesario para la investigación, podrán
equipararse a otras formas o modelos de discurso que ya conocemos y
dominamos. Ahora se nos plantea con la imagen el reto de hacer posible la
memoria en los soportes digitales.
Fotografía y Soporte Digital
La tecnología, a medida que ha ido evolucionando, ha contribuido cada
vez más a cambiar la cultura. Desde el arte de los metales de los antiguos o
los métodos de cultivo mejorados poco a poco a lo largo de los siglos, hasta
las comunicaciones de hoy, pasando por el uso de la electricidad, la génesis
de la energía atómica, los plásticos, los medios de transporte, terrestres y
espaciales, y tantas otras aplicaciones, su influencia aumenta en extensión e
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intensidad de modo exponencial, hasta tal punto que cada vez es más
importante su papel de creadora de cultura.
Pero todos esos avances tecnológicos, a pesar de sus éxitos y
adaptaciones, han provocado una verdadera transformación en nuestras
convicciones más asentadas, especialmente en el campo de las
humanidades. La presencia de nuevas tecnologías en nuestro entorno de
trabajo ha venido a ahondar mucho más en la separación que siempre se ha
marcado entre las disciplinas científicas y las humanidades, llegando,
incluso, a lo que se llama “la guerra de las ciencias” (que enfrenta a las
sociales con las científicas), y que ha llevado a extender la idea, ya clásica
y caduca, de que estos dos mundos deben permanecer ajenos y aislados
entre sí.
Estamos inmersos en una de las mayores encrucijadas ante la que todavía
no se han planteado las primeras soluciones. Ante este reto, dos son las
actitudes que despierta la evolución tecnológica en el seno de las
disciplinas humanísticas. Por un lado fija una dependencia extrema que
constatamos por el uso excesivo de determinados especialistas, los que
apuestan ciegamente por la incorporación de las nuevas tecnologías los
integrados, pero al mismo tiempo desata una cautelosa prevención en los
que no quieren sentirse invadidos por un sistema que no le corresponde y se
les antoja extraño los apocalípticos. En ese cruce de posturas se
produce el desplazamiento, la desorientación y la duda ante el vertiginoso
avance tecnológico y el desarrollo cultural que se está potenciando desde
estos mismos medios.
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Pero al igual que sucedió en el pasado, si bien aceptamos determinadas
conquistas nos resistimos a integrar otras por la auténtica revolución que
suponen para nuestras vidas. En la actualidad, mostramos un gran recelo
por las nuevas tecnologías y por todo el entorno que presupone la
supremacía de la máquina. En parte por la pérdida de confianza que
tenemos sobre el progreso, en todo ese escenario futurible, una auténtica
metrópolis tecnificada y robotizada que ya recrearon los antiguos cuentos
de ciencia ficción, y que deja entrever un horizonte artificial que supera al
natural en el que hombre estará mimado por la tecnología. Pero sobre todo,
porque constatamos diariamente la incomodidad de ese nuevo espacio en el
que todavía no hemos sabido ubicarnos con naturalidad y que revela
muchas carencias a la hora de adecuar sus funciones a nuestras exigencias.
En este sentido, si verdaderamente queremos reflexionar sobre este
fenómeno desde las humanidades, no podemos sustraernos al cambio
tecnológico que atravesamos, pero tampoco podemos olvidar la
determinación que en nuestra cultura han supuesto otros procesos culturales
previos en el presente. Es decir, tenemos la obligación de equilibrar, de
relacionar ambas dimensiones pues las dos son plenamente humanísticas
(tanto la tecnológica como la cultural), porque en el equilibrio se estimula
la creatividad y en su integración se encuentra la clave para la innovación
en las disciplinas humanísticas.
Es este punto en el que toma cuerpo la aspiración que hemos venido
defendiendo de incorporar todo el bagaje cultural en las nuevas tecnologías
digitales, que nos permitirá inclinarnos por la innovación antes que por el
rechazo. Una resistencia que ha estado presente siempre en la propia
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evolución de la humanidad, aunque finalmente siempre se ha acabado por
aprovechar y adecuar las ventajas de los avances tecnológicos.
En el desarrollo tecnológico más reciente se impone la cultura
audiovisual, la revolución técnica que potencia la producción y el consumo
masivo de información verbo-icónica como un aspecto central de nuestro
tiempo que, partiendo de la fotografía, atraviesa hasta hoy variadas y
potentes manifestaciones visuales. De entre todas las posibles, la fotografía,
a pesar de los años o quizá precisamente por eso, ocupa un lugar
predominante en las nuevas tecnologías para la imagen, que se sirven del
soporte digital para formar parte de un nuevo discurso visual diferente al
que se proyecta en otros medios.
Ante la inevitable sobreinformación visual y carácter pasivo que
imponen determinados medios audiovisuales, entre los que destaca la
televisión como ejemplo más evidente, surgen los soportes digitales y sus
manifestaciones más conocidas Internet, los entornos multimedia y la
ediciones audiovisuales, como un cambio trascendental, pues posibilitan
la incorporación de la fotografía como parte fundamental de la estructura
discursiva y, sobre todo, porque potencia la interactividad y la lectura
reflexiva de la imagen.
Pero es más importante el hecho de que las mismas tecnologías nos
abren infinitas posibilidades para desarrollar la función esencial que los
historiadores hemos ejercido a través del tiempo: hacer memoria. En primer
lugar, la fotografía, como tecnología clásica para la imagen, dispone de
unas propiedades exclusivas que se asemejan a las formas que la memoria
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tiene para filtrar información, mediante el instante fotográfico, y conectar
esos instantes en un proceso, mediante una estructura discursiva coherente.
Y en segundo lugar, el soporte digital, como la tecnología más
transformadora, que reproduce como hasta ahora no habían logrado otros
soportes las funciones de la memoria. Lo viejo y lo nuevo se unen así para
procurar algo distinto, pero participando de la naturaleza de las dos
manifestaciones.
Para los historiadores la fotografía es, como hemos constatado en varios
trabajos, una excelente y útil fuente para hacer memoria, todo un legado
visual que ofrece nuevos planteamientos para abordar los más diversos
procesos históricos de nuestro tiempo. De ahí que mediante este trabajo de
investigación hayamos pretendido no sólo atender a la evolución y el
tratamiento que ha experimentado la fotografía en los diversos medios que
la han definido, rescatando de manera particular a la fotografía documental
y la de prensa, sino cómo además ha revalorizado sus funciones en los
actuales soportes para la imagen, destacando en este apartado a la
fotografía digital.
Con la imagen fotográfica como hilo conductor hemos pretendido
articular diferentes aspectos con los que mantiene una estrecha relación:
como su identificación con determinadas características de la memoria, su
participación en la disciplina histórica como elemento conformador de esa
memoria y su inclusión en los medios de comunicación visual (prensa,
publicidad y centros de poder) como partes del sistema de información
icónico actual.
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En cuanto a su unión con el soporte digital, la fotografía ha pasado de
estar aislada, y en algunos casos limitada, en los medios precedentes a estar
asistida con las funciones propias que contemplan los nuevos soportes. En
primer lugar, porque disponen de nuevas fórmulas para sistematizar la
información visual y relacionarla a través de potentes bancos de imágenes
que abren la posibilidad de un registro inusitado (una relación de fichas que
dan como resultado la elaboración de una Fototeca digital). Y además,
porque desarrollan funciones tan importantes como la capacidad de acceso
inmediato y preciso de los datos, y la facilidad para actualizar
constantemente cada parte sin desvirtuar y perder el sentido del conjunto de
fotografías registrado.
Para los próximos años a los historiadores se nos plantea el reto
irrenunciable de seguir desarrollando nuestro trabajo desde unas
tecnologías que están conformando el mundo y el esfuerzo por asumir
nuevas fuentes para hacer memoria, ya que sólo así seremos capaces de
captar el mensaje de los desafíos culturales y tecnológicos y de afrontar los
cambios profundos que se anuncian antes de que sintamos su choque
transformador.
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