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Domingo 13.10.13
EL NORTE DE CASTILLA
CULTURAS
65
Devoción por
el dulzainero de
Renedo, su maestro
:: V. M. N.
>
ciones, la misma que contesta en una entrevista a los requerimientos del periodista Carlos
Blanco en 1974.
Los textos que acompañan al tesoro fonológico conforman una visión poliédrica de Marazuela, que
quiere arrojar luz sobre el músico y
el estudioso. «Fue un hombre brillante, precoz y de formación autodidacta», dice la musicóloga Inés
Mogollón, quien lamenta que «no
sepamos mucho de él. Pasó 40 años
en la sombra. Ni siquiera están localizados los papeles en los que apuntaba las canciones que le cantaban
en los pueblos. Hay algo en el Archivo de Menéndez Pidal, pero deben
existir miles en alguna parte». Se refiere a los temas que recopiló en el
‘Cancionero de Castilla la Vieja’, «un
trabajo riguroso, metódico y patrimonialmente invalorable», en palabras de Mogollón. Ese libro le valió el Premio Nacional de Folclore
de España en 1932 pero no fue publicado hasta 1964, cuando la autoridad competente lo rebautizó como
‘Cancionero segoviano’.
Marazuela celebró la publicación
aunque apostillaba salomónico que
la mayor parte de lo que allí había
eran canciones que igual se cantaban «en Ávila, que en Valladolid,
que en Segovia» porque como dice
en otra ocasión «en esta meseta
nuestra tenemos un temperamento muy parecido».
Agapito se dolía de que «desde principios de siglo (XX) se ha
empezado a perder el folclore,
con la aparición de la música mecánica primero con los manubrios,
los gramófonos, luego las chicas
iban a servir y venían cantando
canciones exóticas, en las fiestas...». La importancia de la dulzaina –protagonista de fiestas, bailes y procesiones, la que había conseguido llenar de música «cualquier
espacio libre»– se encogía. «Creían
que lo suyo era muy viejo», reprochaba Agapito a los jóvenes. Y en su
defensa del folclore, para subrayar
una importancia que trascendía la
pasión por el terruño, aludía al ruso
Glinka, quien había alabado la riqueza folclórica española. Mogollón
pone en evidencia la diferencia de
los legados en Rusia y en España.
«Glinka escribía todo en cartas que
enviaba a Moscú y está perfectamente documentado y estudiado,
sin embargo sobre Marazuela está
todo por hacer».
Autoridad de la tradición
Fue la autoridad de música tradicional de su momento, la referencia para compositores como Chapí, quien acudía a Marazuela para
escribir los paréntesis populares de
sus zarzuelas. También fue el elegido por las Juventudes Socialistas
para organizar los grupos de folclore que debían amenizar la Olimpiada Popular de Barcelona, truncada
luego por la guerra, o en 1937, quien
encabezó el Grupo Castellano en
la Exposición Internacional de París. Pisó la sala Pleyel para home-
VALLADOLID. Marazuela fue
tajante con su padre: «Si no me
lleva usted a alguien que toque
bien yo no toco la dulzaina más».
Y su padre le prometió el mejor,
por eso se muda el segoviano a
Valladolid en 1920 para estudiar
con Ángel Velasco. El dulzainero de Renedo completó con llaves el instrumento heredado del
XVIII, «que era más corto, más
agudo, limitado a la escala diatónica», y «crea un nuevo estilo, le
da más amplitud, se le pone una
tercera más baja y la hace cromática, y se pueden tocar cosas que
antes no se podía tocar». Agapito reverencia a su maestro. Su
primera gran ovación la recibió
en la Plaza Mayor de esta ciudad,
en el concurso de dulzaineros de
las fiesta de septiembre de 1921.
A pesar de los aplausos, quedó segundo. El primer premio fue para
alguien que «tenía influencias,
entonces no jugaba la cosa política». A Velasco «le dio una embolia cuando vio que no me habían dado el primer premio» y tuvieron que llevárselo.
lorase sus aptitudes
musicales.
Agapito descubrió el músico por hacer que palpitaba en
las manos de aquel niño de ocho
años. «Mi padre quería que me enseñase dulzaina pero el maestro le
dijo que era muy pronto, que no tenía la caja torácica desarrollada. Así
que comenzamos con la guitarra.
Estudiaba con él y me examinaba
por libre en el Conservatorio de Valladolid. Con trece años, empecé a
tocar la dulzaina», explica Joaquín
González-Herrero.
Todo sencillo
Dos imágenes de juventud de
Agapito Marazuela, tocando la
dulzaina y –abajo– escuchando
cómo la tocaba un aldeano.
:: IGNACIO CARRAL / EL NORTE
Pidió el retraso de una
salida de la cárcel para
dar el recital prometido
a sus compañeros
najear a Lorca con su guitarra. Estas colaboraciones con el Gobierno
de la República le empujaron a la
comisaría, tras el triunfo de los golpistas.
De concertista aclamado a anónimo profesor, la posguerra condenó a este músico al silencio. Su amigo Manuel González se convirtió en
su mentor. A mediados de los sesenta el autor de ‘Agapito Marazuela o
el despertar del alma castellana’ le
llevó a su hijo Joaquín para que va-
«La relación con un adulto entonces –daba igual que fuera tu padre,
el tío de un amigo o el profesor–
era reverencial. Sin embargo Agapito lo hacía todo sencillo, fácil,
muy pedagógico». Fue su alumno
y su compañero en el escenario.
La ‘otra primavera’ del dulzainero de la que escribe este hombre
de leyes en el libro transcurre en
los años setenta. Conciertos, el programa de TVE ‘Estudio abierto’, grabaciones con Columbia –que le había engañado con un contrato en
exclusiva que truncó otros discos–
popularizan a Agapito a una escala
que no podía soñar. Marazuela cosecha entonces la pasión de los jóvenes que hacían folk –Víctor Manuel, Rosa León, Amancio Prada,
María del Mar Bonet, Enrique Morente, etc...–.
«Le acompañé con el tambor en
alguna ocasión. Era un recopilador
e intérprete del folclore, transmi-
tirlo al futuro pasaba por mostrarlo
y en esa cadena estábamos sus discípulos, para proclamar la continuidad». El concierto de la Iglesia de
San Justo de Segovia reunió el 22 de
agosto de 1975 a los muchos músicos que querían escuchar a Agapito,
con su dulzaina acompañado por
Joaquín al tambor. Sin embargo un
homenaje en Madrid en 1978 se
truncó en el último momento al denegar la autoridad gubernativa el
permiso por razones políticas.
Joaquín también le sucedió en
1982 al frente de la Escuela de Dulzaina, la continuación de la Cátedra
de Folclore Segoviano creada en
1967. «Agapito continúa a través de
nosotros y de nuestros discípulos.
Mi tarea es defender su legado y contribuir a la continuidad de la cultura castellana, a través de mis alumnos, de los discos o de trabajos como
este».
A los citados autores hay que añadir el trabajo de Carlos Rorro sobre
las grabaciones en Barcelona para la
compañía alemana Parlophon, la
aproximación biográfica de Jesús
Fuentetaja y todos ellos prologados
por Joaquín Díaz, que reconoce la
deuda pendiente con el homenajeado. La presentación oficial del disco-libro será el día 24 en la Diputación de Segovia, a las 19:30 h. María Salgado acompañará a los autores y cantará algunas canciones.
Compositores como
Chapí acudían a él para
los paréntesis populares
de sus zarzuelas
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