Denuncias y escándalos de manipulación ensombrecen los

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LA VANGUARDIA 31
C U L T U R A
MARTES, 9 ENERO 2007
Denuncias y escándalos de manipulación
ensombrecen los premios literarios franceses
n Una de las jurados del
Femina dice que se ha
convertido en una
mafia de Gallimard y el
diario La cocina de los
premios desvela
múltiples triquiñuelas
La petición de
Bernard Pivot
ÓSCAR CABALLERO
Ante la aparición del diario de
Jacques Brenner, el Papa de las
letras francesas, Bernard Pivot,
pidió en Le Journal du Dimanche:
Servicio especial
PARÍS. – Denuncias y escándalos
en los premios literarios franceses.
Escándalo en el premio Femina, a
raíz de las acusaciones de Madeleine Chapsal –expulsada del jurado
tras ellas– de haberse convertido en
una práctica mafiosa de la editorial
Gallimard. Y unas duras memorias
del difunto Jacques Brenner, uno
de los personajes de la vida editorial parisiense –La cuisine des prix
(La cocina de los premios)–, que
han dejado al descubierto las triquiñuelas de las grandes editoriales en
galardones que se presumían limpios. Galardones que son toda una
institución en Francia, donde hay
3.000 premios literarios y más de
un millón de franceses que compran los libros distinguidos por los
seis grandes jurados –Goncourt, Renaudot, Femina, Médicis, Académie Française e Interallié.
Para empezar, si nadie discute el
fenómeno Littell, el premio Goncourt 2006 por Les bienveillantes,
que llevaba vendidos más de
200.000 ejemplares, lo cierto es que
contradice el propósito de los fundadores: “Revelar un autor”. En cambio, una auténtica revelación, Flora
Vasseur (Une fille dans la ville), fue
desposeída del premio Café de Flore bajo el pretexto –dice Le Figaro–
de que su embarazo “habría complicado la entrega del premio”.
Es La cocina de los premios, según el diario del difunto Brenner:
“1989. Almuerzo con Berger. Su estrategia para darle el Goncourt a
Vautrin, autor de su editorial, Grasset. Gardel, del Seuil, le da su voto,
a condición de que los jurados de
i“Que ningún asalariado
de una editorial pueda ser
jurado; que ningún jurado
pueda convertirse en
asalariado de una editorial.
Es lo mínimo, y sin
embargo conseguirlo sería
una revolución”
JAUME MERCADER / ARCHIVO
FENÓMENO LITTELL. Nadie discute el premio a Jonathan Littell por Les bienveillantes,
pero ya había vendido 200.000 libros y el propósito del Goncourt es “revelar un autor”
Grasset voten a su autor, Philipe
Doumenc, para el Renaudot”. “Yo
confirmo las presiones y las influencias de las editoriales”, añade Jean
Marc Roberts, director de colección
en Seuil hasta 1993. “Los enemigos
de los jurados tienen razón cuando
hablan de triquiñuelas. Yo dimitiría del Renaudot –confiesa Brenner
en su diario– si no fuera porque retiro beneficios”. De hecho, muchas
de sus comidas con Berger le conciernen. El 30 de noviembre de
1989, “Berger me contrata un libro
sobre mis artículos de literatura extranjera con 50.000 francos de anticipo. Y me pregunta cuál de mis libros quisiera publicar en bolsillo.
También me asegura que Michel
Droit podría llegar a obtener para
Conflictos de intereses
En el 2004, el Servicio Central de Prevención de la Corrupción
(SCPC), que depende del Ministerio de Justicia francés, tituló
¿Letras o cifras? un informe en el que puntualizaba “conflictos de
intereses en los premios literarios”. Porque “no es fácil ver claro en la
relación de los miembros de cada jurado, generalmente autores, y las
editoriales que publican sus libros”: si el neologismo Galligrasseuil
anticipa el ganador del Goncourt es porque desde su creación el lauro recayó 34 veces en un libro Gallimard, 17 en un Grasset y cinco en
un Seuil. Pero si son conocidos los fallos de ciertos fallos (en 1932 Les
loups, de Guy Mazeline, fue preferido a Viaje al fin de la noche de
Céline por el Goncourt), también es verdad que si no son todos los
que están, casi todos los que están fueron. Patrick Besson, jurado del
Renaudot, niega que la función se traduzca en euros. “Lo único que
se puede reprochar a los jurados es mal gusto. Pero prensa y público
lo comparten: las críticas y la compra suelen acordarse con el fallo”.
Alberto Asor Rosa, ‘pope’ de la crítica
italiana, emprende una aventura narrativa
XAVI AYÉN
ROMA. – No es habitual emprender una carrera narrativa a los 70
años. Y menos si uno es el crítico literario en activo más reputado de
su país. Pero ese es exactamente el
caso de Alberto Asor Rosa (Roma,
1933), quien ha publicado recientemente dos novelas, El alba de un
“La literatura italiana se
está recuperando del muy
bajo nivel que ha sufrido
en los años noventa del
siglo XX”, opina el autor
mundo nuevo e Historias de animales y otras vidas, ambas en Barataria, y avaladas por lectores entusiastas como el propio Umberto Eco.
En su casa a dos pasos del Vaticano (“en este bar de al lado desayunaba Ratzinger”, nos cuenta), Asor
Rosa explica que El alba de un mundo nuevo se basa “en mis recuerdos
mí el premio de la Academia”.
Francotirador poderoso, el editor
Claude Durand ha publicado el polémico diario. “Lo programé en plena entrega de premios porque aún
me fastidia la sospechosa trama del
Goncourt negado hace dos años a
Houellebecq”. Y al mismo tiempo
editó Journal d'hier et aujourd'hui,
donde Madeleine Chapsal revela
los tejemanejes del Femina.
¿Nada nuevo bajo el sol? Christophe Bataille, director editorial de
Grasset, publica Quartier général
du bruit, biografía novelada del fundador, Bernard Grasset, “maquiavélico, corrupto y colaboracionista”, y
uno de los primeros manipuladores
de infancia, desde mis primeros pasos en 1933 hasta 1945, cuando asistí a la salida de Roma de las tropas
alemanas. Tenía la necesidad de recuperar mi niñez, de no darla por
perdida para siempre”.
La otra novela, Historias de animales y otras vidas, también presenta tintes autobiográficos pues es la
vida doméstica de un intelectual, y
está protagonizada por el gato de la
casa. “No existen muchos precedentes con protagonistas animales que
hablan –cuenta el autor–, sólo en
las fábulas para niños”. La idea surgió “justo después de que muriera
mi gato y cuando, casi en la misma
época, nacieron los cachorros de mi
perra Condesa. La coincidencia de
un episodio de muerte y un episodio de vida me empujó a inventar
una historia en la que los animales,
en vez de ser objetos de narración,
fueran sujetos. La idea, muy instintiva, fue la de invertir el punto de
vista y dar importancia y dignidad
intelectual a sujetos que habitualmente se consideran simplemente
como parasitarios y dependientes
del hombre”.
Sobre sus contemporáneos, opi-
na que “la literatura italiana atraviesa una temporada afanosa. Se intenta trabajar compulsiva e intensamente para superar un momento de
grave crisis, que ha caracterizado el
final del siglo pasado y algunos años
del nuevo milenio. Sobre todo los
años noventa han sido muy pobres,
con fenómenos pasajeros como el
de los jóvenes caníbales. Ahora se recupera terreno. Hay algunos escritores maduros que están destacando
sobre la media, que sigue siendo un
poco mediocre. Aprecio muchísimo
a Melania Mazzucco, es muy inteligente. Luego hay algunos escritores
muy buenos, como Daniele Del
Giudice, un post-calviniano, o Vincenzo Cerami, un post-pasoliniano,
que escribe los guiones de las películas de Roberto Benigni”.
Asor Rosa es autor de una monografía sobre su amigo Italo Calvino,
de premios. Director literario de
Grasset desde 1980 hasta su muerte, en el 2004, Yves Berger reconocía con cinismo que “en la primera
ronda cada jurado vota por los libros que le han gustado; de ahí en
adelante, según el interés de su editorial”. Los jurados, casi todos vitalicios, son juez y parte: directores de
colección o literarios, y como mínimo retribuidos por su editorial con
el encargo de prólogos o notas.
Bernard Pivot, benjamín de la
Academia Goncourt, ¿sería la excepción? Gran prescriptor televisual durante un cuarto de siglo,
siempre rechazó empleos editoriales y contratos. Este intocable defiende a su presidenta: “Hoy, el
Goncourt intenta situar la literatura por encima de la codicia de los
editores”. Y para disipar dudas propone “que ningún asalariado de
una editorial pueda ser jurado; que
ningún jurado pueda convertirse en
asalariado de una editorial. Es lo mínimo, pero conseguirlo sería una revolución”. Y si nada cambia, es porque los premios venden.c
de quien afirma que “en el extranjero se le ve como el mejor italiano de
los últimos decenios, sin embargo
en Italia esta valoración es más contestada, injustamente. Se le contrapone, por ejemplo, a Pasolini, para
decir que Calvino es un autor controlado, menos transgresivo. Calvino era tremendamente discreto y silencioso. Hablaba muy poco, tenía
problemas de locución, no le salían
las palabras. Su papelera se llenaba
enseguida cada día, antes de conseguir una frase satisfactoria gastaba
montones de papel”.c
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