Introspección, empatía y psicoanálisis

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REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 17-40
*Introspección, empatía y
psicoanálisis
Un examen de la relación entre el
modo de observación y la teoría
Heinz Kohut
El hombre y los animales investigan el entorno con la ayuda de sus órganos sensoriales; escuchan, huelen, observan y tocan; se forman impresiones cohesivas de sus mundos circundantes, recuerdan dichas impresiones,
las comparan y desarrollan expectativas a partir de impresiones pasadas.
Las investigaciones humanas se vuelven más consistentes y sistemáticas
ya que el alcance de los órganos sensoriales se incrementa por medio de
instrumentos como el telescopio o microscopio, los hechos observados se
integran en unidades más amplias (teorías) con la ayuda de pensamientos
conceptuales que funcionan como puentes (los que en sí mismos no pueden ser observados); y, por ende, gradualmente, por medio de pasos imperceptibles, devienen en una investigación científica del mundo externo.
El mundo interno no puede ser observado con la ayuda de nuestros órganos sensoriales. Nuestros pensamientos, deseos, sentimientos y fantasías no pueden ser vistos ni olidos, ni oídos, ni tocados. No tienen existencia en el espacio físico, y aun así son reales, podemos observarlos a
medida que ocurren a través del tiempo: por medio de la introspección en
nosotros mismos, y por medio de la empatía en los otros, esto es lo que
conocemos como introspección vicaria.
* Trabajo presentado por primera vez en Chicago, con motivo de la reunión por el 25º
aniversario del Instituto de Psicoanálisis de Chicago en noviembre de 1957. Publicado en
el Journal of the American Psychoanalytic Association (1959), 7, págs. 459-483. Una versión abreviada fue presentada en París en la reunión de la Asociación Psicoanalítica
Internacional en julio de 1957.
Traducido al español por la licenciada María Teresa Huttrer.
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Pero ¿es esta diferenciación precedente correcta? ¿Es cierto que los
pensamientos, deseos y fantasías realmente no tienen existencia física?
¿No existen procesos subyacentes que pudieran, por un lado, ser registrados por medios físicos altamente refinados y así, por otro lado, ser experimentados como pensamientos, sentimientos, fantasías o deseos? El
problema es de antigua data y muy familiar, y no puede ser resuelto en
la medida en que se lo plantea como una alternativa de mente-cuerpo ya
sea dual o unitaria. La única definición fructífera es operativa. Hablamos
de fenómenos físicos cuando el ingrediente esencial de nuestros métodos
observacionales incluye nuestros sentidos, hablamos de fenómenos psicológicos cuando el ingrediente esencial de nuestra observación es la introspección y la empatía.
Las definiciones precedentes no deben, por supuesto, ser entendidas
en un sentido estricto de una operación verdadera que está sucediendo
en un momento determinado, solamente pueden ser entendidas en el
más amplio de los sentidos a partir de una actitud total del observador
hacia los fenómenos investigados. Por ejemplo, la influencia de los planetas que aún no conocemos por observación directa, los astrónomos
pueden ponderar el curso, el tamaño, la magnitud (es decir el brillo) de
cuerpos celestes que todavía no han aparecido en sus telescopios; y continúan pensando en las propiedades físicas de los cometas que no van a
volver al campo observacional por muchos años. Consideraciones similares son aplicables al campo psicológico. En psicoanálisis, por ejemplo,
consideramos al preconsciente y el inconsciente como estructuras psicológicas no sólo porque nos acercamos a ellas con intención introspectiva, y no sólo porque podemos eventualmente alcanzarlas por medio de
la introspección, sino también porque las consideramos dentro del
marco de una experiencia introspectiva o potencialmente introspectiva.
A medida que nuestros datos observacionales se van organizando y
nuestras observaciones se vuelven científicamente sistemáticas, empezamos a manejarnos con una variedad de conceptos que están más distantes de los hechos observados. Algunos de estos conceptos constituyen
abstracciones o generalizaciones y aun así están más o menos directamente relacionados con fenómenos observables. El concepto zoológico
de “mamífero”, por ejemplo, deriva de una observación concreta de una
variedad de diferentes animales individuales; un mamífero per se no
puede, sin embargo, ser observado. De manera similar pasa en psicología. El concepto de pulsión en psicoanálisis es, por ejemplo, como será
demostrado más adelante, derivado de innumerables experiencias introspectivas; pero la pulsión como tal no puede ser observada. Otros conceptos, como el de aceleración en las ciencias físicas o el concepto de represión en psicoanálisis, no se refieren directamente a fenómenos observables. Dichos conceptos claramente pertenecen, no obstante, al
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marco total de sus respectivas ciencias porque designan las relaciones
existentes entre los datos observados. Observamos cuerpos físicos en el
espacio, notamos sus posiciones físicas en un eje temporal, y así llegamos al concepto de aceleración. Observamos pensamientos y fantasías
introspectivamente, observamos las condiciones de su desaparición y
emergencia y arribamos así al concepto de represión.
¿Será siempre cierto que la introspección y la empatía son constituyentes esenciales de cada observación psicológica? ¿No existirán hechos
psicológicos que podamos averiguar por medio de una observación no introspectiva del mundo externo? Consideremos un ejemplo simple. Vemos
una persona inusualmente alta. No se trata de discutir si el tamaño desmedido de la persona es un hecho importante para nuestra valoración psicológica, pero, sin la introspección y la empatía, su tamaño permanece
simplemente como un atributo físico. Solamente cuando nos pensamos en
ese lugar, mediante una introspección vicaria, comenzamos a sentir su tamaño inusual como si fuera propio y así revivimos las experiencias internas en las cuales habíamos sido inusuales o notables, sólo entonces comenzamos a apreciar el significado que el tamaño inusual pueda tener
para esta persona, y sólo entonces podemos decir que hemos observado un
hecho psicológico. Consideraciones similares pueden aplicarse respecto
del concepto psicológico de acción. Si observamos solamente los aspectos
físicos sin la introspección y la empatía, contemplamos, no el hecho psicológico de una acción, sino sólo el hecho físico de los movimientos.
Podemos medir el movimiento ascendente de la ceja durante una fracción
de segundo, pero sólo es a través de la introspección y la empatía que podemos entender los matices del significado del asombro y la desaprobación
que están contenidos en la elevación de la ceja. Pero ¿no podría una acción
ser entendida sin el recurso de la empatía, simplemente por una consideración de su curso visible y sus resultados visibles? Nuevamente la respuesta es negativa. El solo hecho de que veamos un modelo de movimientos conducentes a un fin específico, no define por sí mismo un acto psicológico. El hecho de una piedra suelta desde un techo que en su caída
mate a una persona no es una acción en sentido psicológico, ya que existe
la ausencia de una intención o motivo con la cual se pueda empatizar. Y, a
pesar de nuestro reconocimiento de que existen determinantes inconscientes de muchos sucesos accidentales, podemos distinguir correctamente entre las consecuencias accidentales de nuestras actividades o de las acciones realizadas con intención. Un hombre tira una piedra, la piedra cae
y mata a otro hombre. Si existe una intención consciente o inconsciente
con la que podamos empatizar, hablamos de un acto psicológico; si dicha
intención no está presente, pensamos en una cadena de sucesos físicos de
causa y efecto. Si, por otra parte, fuera posible describir en términos físicos y bioquímicos cómo las ondas sonoras de ciertas palabras pronuncia-
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das por A movilizan ciertos patrones electroquímicos en el cerebro de B,
esta descripción no contendría, de todos modos, el hecho psicológico que
se da por la afirmación pronunciada por A que enojara a B. Sólo un fenómeno que podemos intentar observar por medio de la introspección y la
empatía con la introspección de otro, puede ser llamado psicológico. Un
fenómeno es “somático”, “conductual” o “social” si nuestros métodos de
observación no incluyen predominantemente la introspección y la empatía.
Podemos, por lo tanto, repetir la definición anterior de manera explícita: designamos fenómenos como mentales, psíquicos o psicológicos si
nuestro método de observación incluye la introspección y la empatía
como un elemento constituyente esencial. El término “esencial”, en este
contexto, expresa que la introspección o la empatía nunca pueden estar
ausentes en la observación psicológica, y que pueden estar presentes por
sí mismas. Consideraciones anteriores han demostrado la primera parte
de la afirmación precedente. Con el objetivo de demostrar la segunda
parte (que la introspección y la empatía pueden estar presentes solamente en la observación de material psicológico) podemos volcarnos al
psicoanálisis. Aquí debemos considerar, en primer término, las objeciones que pueden suscitarse cuando se afirma que la herramienta más importante de la observación psicoanalítica no es la introspección, sino el
escrutinio realizado por el analista acerca de ciertos tipos de comportamientos del paciente: la asociación libre. Un gran número de hechos clínicos han sido descubiertos, no obstante, a través del autoanálisis, y un
sistema de abstracciones teóricas se ha desarrollado a partir de estos hechos, por ejemplo, en La interpretación de los sueños de Freud. En la situación analítica habitual, el analista funciona como testigo de la autoobservación introspectiva del analizado. Es verdad que los insights psicológicos del analista con frecuencia preceden a la comprensión que el
analizado tiene de sí mismo. Estos insights psicológicos son, no obstante, el resultado de la tarea introspectiva para la cual el analista está entrenado y ha usado en la extensión de la introspección (introspección vicaria) llamada empatía.
Estas consideraciones no implican, por supuesto, que la introspección
y la empatía son los únicos ingredientes de la observación psicoanalítica. En psicoanálisis, como en toda observación psicológica, la introspección y la empatía, los elementos esenciales de observación, están frecuentemente vinculados y amalgamados con otros métodos de observación. El acto observacional final y decisivo, no obstante, es introspectivo
o empático. Y como podemos demostrar, además, en el caso de autoanálisis, la introspección está presente de manera aislada.
Puede ser fructífero, en este punto, examinar el uso de la empatía
fuera de la psicología científica. En la vida diaria, nuestras actitudes no
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están científicamente sistematizadas, y somos propensos a ver los fenómenos como más o menos psicológicos o mentales, dependiendo de nuestra mayor o menor capacidad de empatizar con el objeto de nuestra observación. Nuestra comprensión psicológica es alcanzada con mayor facilidad cuando observamos gente de nuestro mismo bagaje cultural. Sus
movimientos, su conducta verbal, sus deseos y su sensibilidad son similares a las nuestras y somos capaces de empatizar con ellos basados en
claves que podrían parecer insignificantes para la gente con antecedentes diferentes. Aun cuando observamos personas de diferentes bagajes,
cuyas experiencias son distintas de las nuestras, confiamos habitualmente en que seremos capaces de comprenderlos psicológicamente a
través del descubrimiento de experiencias en común con las que podamos
empatizar. De modo similar ocurre con los animales: cuando un perro saluda a su dueño después de una separación, sabemos que hay un denominador común entre nuestras experiencias y lo que el perro experimenta al final de la separación de un ser querido, y podemos comenzar a pensar en términos psicológicos aun si estamos inclinados a poner énfasis en
que las diferencias entre la experiencia humana y la animal deben ser importantes. Casi nadie hablaría, sin embargo, de la psicología vegetal, de
las plantas. Algún entusiasta observador de flores puede ver posiblemente en el girar de las plantas hacia el sol y hacia un lugar más cálido algo
con que empatizar, un esfuerzo interno, un anhelo, o deseo; pero esto es
más entendible en sentido alegórico o poético, porque no podemos concederle a las plantas (como lo hacemos con los animales, por ejemplo) la capacidad de tener una conciencia de sí, incluso rudimentaria. Existen, no
obstante, algunas gradaciones. Observamos agua corriendo a lo largo de
una colina, buscando el camino más corto, evitando obstáculos, y aun así,
describimos estos hechos en términos antropomórficos (como ser, correr,
buscar, evitar); aun así no hablamos de la psicología de los cuerpos inanimados, mucho menos de la psicología de las plantas.1
La introspección y la empatía desempeñan de este modo un rol en
toda comprensión psicológica; Breuer y Freud, no obstante, fueron pioneros por excelencia en el uso científico de la introspección y la empatía. El énfasis de los refinamientos específicos de la introspección
(asociación libre y análisis de las resistencias), el descubrimiento en esa
época de lo que hasta el momento era un tipo desconocido de experiencia interna que emerge sólo con la ayuda de estas técnicas específicas
de la introspección (esto es el descubrimiento del inconsciente), y el alcance de una nueva comprensión de fenómenos psicológicos normales y
anormales, han tendido a oscurecer el hecho de que el primer paso fue
1. Freud (1915, A. E., vol. XIV, págs. 165-166) expresaba pensamientos comparables.
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la introducción del uso consistente de la introspección y la empatía
como herramientas de observación de una nueva ciencia. La asociación
libre y el análisis de la resistencia, las técnicas principales del psicoanálisis, han liberado la observación introspectiva de distorsiones previamente no reconocidas (racionalizaciones). Es así incuestionable que
la introducción de la libre asociación y el análisis de la resistencia (con
el reconocimiento resultante de las influencias distorsionantes de un
inconsciente activo) determinan específicamente el valor de la observación psicoanalítica. El reconocimiento de este valor no contradice, sin
embargo, el reconocimiento de la libre asociación y el análisis de la resistencia, considerados instrumentos auxiliares, empleados al servicio
del método empático de observación.
Luego de este desarrollo introductorio estamos preparados para dar
un giro hacia el cuerpo principal del presente estudio. El examen que
sigue no se refiere, primariamente, a las múltiples experiencias psicológicas del analizado o del analista, tampoco es su meta la elucidación de
la introspección y la empatía desde los puntos de vista dinámicos y genéticos. Daremos por hecho, desde aquí en adelante, que la introspección
y la empatía son elementos esenciales y constitutivos del hecho psicoanalítico, e intentaremos demostrar cómo este método de observación define los contenidos y los límites del campo observado. Ya que los contenidos y los límites del campo en cuestión determinan las teorías de una
ciencia empírica, será también nuestra tarea en este estudio demostrar
la conexión entre la introspección y la teoría psicoanalítica, particularmente en aquellas áreas donde un descuido de esta conexión ha conducido a inexactitudes, omisiones o errores.
Resistencias contra la introspección
Las resistencias contra la asociación libre son adecuadamente discutidas como una consecuencia de la función defensiva de la mente. El paciente se opone a la libre asociación por temor a los contenidos inconscientes y sus derivados, y el proceso de análisis es resistido porque toma
la significación de fantasías masturbatorias prohibidas, agresiones y
otras similares. Pareciera existir, no obstante, una resistencia más general contra el método psicoanalítico que se expresa de modos altamente racionalizados: una resistencia contra la introspección. Quizás
hemos descuidado examinar el uso científico de la introspección (y la
empatía), quizás hemos fallado en experimentar con él o refinarlo, debido a nuestro rechazo a aceptarlo completamente como nuestro modo
de observación. Parecería que nos avergonzamos de él y no queremos
mencionarlo directamente; y aun así, con todos sus defectos, nos ha
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abierto el camino a grandes descubrimientos. Dejando de lado las causas socioculturalmente determinadas de nuestras dudas en relación con
la introspección (ejemplificado en frases que acaparan la atención como
místico, yoga, oriental, no occidental), incluso así nos resta identificar
los motivos que subyacen al prejuicio contra la aceptación del método
observacional que nos ha dado dichos resultados. Quizás el temor que
causa el descuido defensivo del hecho de que la introspección es un factor tan importante en el encuentro de sucesos psicoanalíticos, es en
realidad el temor al desamparo a través del incremento de tensión.
Estamos acostumbrados al drenaje continuo de tensión por medio de la
acción, y estamos dispuestos a admitir el pensamiento sólo como un intermediario de la actividad, como una acción retrasada o una acción de
prueba o planificación. La introspección parece oponerse a la dirección
de lo actual por la cual alcanzamos aliviar la tensión y podemos así
agregar el temor generalizado de pasividad y el incremento de tensión
a temores más específicos que son creados cuando el contenido reprimido se descubre y está a la vista. Es cierto que la asociación libre en
psicoanálisis no se corresponde, en este sentido, con nuestros procesos
habituales de pensamiento. Hablando en términos generales, el pensar
“es en lo esencial una acción tentativa con desplazamiento de cantidades más pequeñas de investidura” (Freud, 1911, pág. 226). La terapia
psicoanalítica en su totalidad puede decirse que prepara para la (libertad de) acción; la asociación libre en sí misma, no obstante, no es preparatoria para la acción sino para un reacomodamiento estructural vía
aumento de tolerancia de la tensión.
Los temores acerca de la duración del análisis y la frecuencia de las sesiones son, a menudo, reclamos de los pacientes en las primeras etapas
de la terapia, justificados por el sacrificio de tiempo y dinero que el tratamiento demanda. Uno tiene la impresión, no obstante, que, por lo
menos en algunas instancias, estas quejas ocultan un temor más profundo de inactividad de cara al incremento de tensión; un temor, en otras palabras, de un manera prolongada de ver el flujo de energía por medio de
la introspección. Y es quizás una disconformidad similar por parte de los
analistas que nos han prevenido, en nuestros experimentos con el método analítico, de investigar los resultados de períodos prolongados de introspección, por ejemplo la efectividad de una cantidad importante de
horas analíticas.
La introspección puede también constituir, por supuesto, un escape
de la realidad. En sus formas más patológicas, como en algunas ensoñaciones diurnas autistas de esquizofrénicos, la introspección sucumbe al
principio de placer y se convierte en una aceptación pasiva de las fantasías. Más, bajo el dominio de la parte introspectiva del yo, aun bajo el
dominio del principio de placer, están las maneras racionalizadas de la
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introspección de los cultos místicos y la psicología mística seudocientífica. El hecho de que puede abusarse de la introspección, no obstante, no
debe engañarnos acerca de su valor como herramienta científica.
Después de todo, la búsqueda de las ciencias físicas no introspectivas
puede involucrarse igualmente al servicio de un principio de placer no
modificado si un científico utiliza la actividad científica para propósitos
patológicos. La introspección en psicoanálisis no es un escape pasivo de
la realidad pero, en el mejor de los casos, es activo, buscador y emprendedor. Ésta es animada tanto por el deseo de profundizar y expandir el
campo de nuestros conocimientos como el mejor de las ciencias físicas.
Organizaciones mentales tempranas
Estamos confrontados, no obstante, no sólo con resistencias irracionales
opuestas a la introspección, sino también con limitaciones realistas.
Escuchamos, por ejemplo, afirmaciones críticas en descripciones de algunos autores o teorías que son antropomórficas, adultomórficas, y similares. Afirmados en el lenguaje de las presentes consideraciones, estos
términos críticos implican que los procesos empáticos del observador no
han sido manejados con discreción –cautela– o bien que el autor en cuestión ha tenido fallas en la empatía. Puede existir poca duda acerca del
hecho de que la confiabilidad de la empatía declina cuanto más difiere
lo observado del observador. El psicoanálisis está genéticamente orientado y observa la experiencia humana como un continuo longitudinal de
organizaciones mentales de variada complejidad, de variada madurez,
entre otros aspectos. Las etapas tempranas del desarrollo mental son así
un particular desafío para la habilidad de empatizar con nosotros mismos, esto es, con nuestras organizaciones mentales pasadas. (Estas consideraciones se aplican, por supuesto, no sólo en un acercamiento longitudinal, sino también a un acercamiento transversal-seccional, por
ejemplo, cuando hablamos de profundidad psicológica y de regresiones
psicológicas durante el sueño, la neurosis, la fatiga, el estrés, y otras situaciones por el estilo.) ¿Qué clase de concepto debemos usar cuando estamos describiendo procesos primitivos, tempranos o profundos desde el
punto de vista psicológico? En el síndrome freudiano de las neurosis actuales por ejemplo, era operacionalmente decisivo que la introspección
persistente (aun en la forma de asociación libre, y el análisis de la resistencia) no podía descubrir ningún contenido psicológico detrás de la ansiedad y las neurosis de angustia o más allá de los dolores y la fatiga de
la neurastenia (Freud, 1898). Freud debe haber considerado aquellas
fantasías que ocasionalmente se construían secundariamente (como racionalizaciones) a estos síntomas. La ausencia de hallazgos psicológicos
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condujeron a Freud a la formulación de que las neurosis actuales son
una expresión directa de disturbios orgánicos, en otras palabras, de una
condición que promete una exploración más fructífera por medio de métodos no introspectivos de investigación, por ejemplo, de ser examinados
por medios bioquímicos. Consideraciones análogas pueden ser aplicadas
a estas entidades psicopatológicas como perturbaciones neuróticas,2
neurosis vegetativas (Alexander, 1943) o las órganoneurosis (Fenichel,
1945), y al dispositivo de diferenciar una fase funcional primaria del desarrollo mental (Glover, 1950). De manera similar, no deberíamos pretender una comprensión precisa del contenido psicológico de las fases
más tempranas del desarrollo mental, pero deberíamos, al discutir estas
fases tempranas, evitar términos que se refieren a fenómenos análogos
de experiencias más tardías. Debemos así sentirnos satisfechos con
aproximaciones empáticas leves y deberíamos hablar, por ejemplo, de
tensión en vez de deseo, o de disminución de tensión en vez de realización de deseo, y de condensaciones y de formaciones de compromiso en
vez de resolución de problemas. Más difícil que detectar estos errores
terminológicos son los cambios operativos que a veces se utilizan en la
discusión de estados psicológicos tempranos. En vez del intento por extender una forma rudimentaria de introspección empática hacia un estado mental temprano, se ofrece la descripción de una situación social,
por ejemplo: la descripción de la relación entre una madre y su hijo.
La investigación y la descripción de las interacciones tempranas entre
madre e hijo son, por supuesto, indispensables, pero no debería olvidarse
que estamos lidiando con una forma de psicología social y que nos movemos, por ende, hacia un marco de referencia que debe ser comparado
pero no igualado con los resultados de la psicología introspectiva.
Debemos también tener cuidado de no confundir ni mezclar teorías
basadas en observaciones llevadas a cabo con la ayuda del método introspectivo con teorías basadas en el método observacional, por ejemplo,
la psicología social o la manera de ver de un biólogo. El arroyo que corre
río abajo y, evitando rocas en su trayecto, encuentra el camino más corto
hasta el río, resuelve así un problema de adaptación entre el agua y el
medio ambiente. Una mujer casada, con un conflicto vinculado con la
tentación hacia la infidelidad, desarrolla una ceguera histérica y nuevamente el problema de adaptación se puede decir que ha sido resuelto.
Otra mujer en situaciones similares decide que no quiere seguir sintiéndose tentada; y tampoco quiere ver al hombre que la tienta y rápida-
2. Freud (1910) comparaba perturbaciones neuróticas con disturbios psicogénicos, lo
que significa, de algún modo, con síntomas psiconeuróticos.
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mente decide volver al hogar y, una vez más, un problema de adaptación
es resuelto. El psicólogo social puede intentar diferenciar estos procesos
de adaptación comparando las variadas complejidades de la tarea, el biólogo comparando las complejidades variables de los medios empleados
en resolverla, no como una diferenciación simple en vista de las máquinas electrónicas o los cerebros de computación de nuestra era. Sea cual
fuere la solución del psicólogo social o del biólogo, es clara la variación
con la que tiene el psicoanalista, quien, empleando la introspección y la
empatía, diferencia los mecanismos no por su efectividad o ineficiencia
ni por su complejidad o simpleza, sino que lo hace vía empatía con las
experiencias de otra persona, estimando la distancia relativa de varias
actividades mentales del self introspectivo. Algunos procesos psicológicos como tensión, alivio de tensión del recién nacido, están siempre más
allá de la empatía y las adaptaciones que ocurren, podemos decir que
están más cerca del movimiento del agua interactuando con las rocas y
la gravedad. Otros procesos, más cercanos al observador empático que el
anterior, aún distan mucho de un yo autoobservador: las formaciones de
compromiso, condensaciones, desplazamientos y sobredeterminación
que solemos llamar procesos primarios (por ejemplo, en la formación de
síntomas psiconeuróticos). Y finalmente, encontramos aquellos procesos
psicológicos que yacen muy cerca de nuestra introspección y empatía:
los procesos secundarios del pensamiento lógico, de la solución de problemas y acción deliberada –la facultad de elección y toma de decisión–.
Conflicto endopsíquico e interpersonal
Examinaremos a continuación la posición de los conceptos de conflicto
endopsíquico e interpersonal dentro del marco de la teoría psicoanalítica, considerando en especial las convicciones frecuentemente expresadas de que el psicoanálisis no es lo “suficientemente interpersonal” o
que utiliza sólo un marco de referencia demasiado unipersonal en vez de
una matriz social. Dichos puntos de vista se equivocan teniendo en
cuenta que el constituyente esencial de la observación psicoanalítica es
la introspección. Por ende, debemos definir el significado psicoanalítico
del término “interpersonal” como connotando una experiencia interpersonal abierta a la autoobservación introspectiva; difiere así del significado de los términos “relación interpersonal”, “interacción”, “transacción”, etc., que son utilizados por psicólogos sociales y otros.
La investigación temprana de Freud estuvo dirigida hacia la investigación introspectiva y empática de las psiconeurosis. Sus esfuerzos fueron compensados por dos grandes descubrimientos: el inconsciente y el
fenómeno de la transferencia, esto es, la particular influencia ejercida
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por el inconsciente sobre la parte de la psiquis más accesible a la introspección. Una introspección persistente conduce, en las neurosis de
transferencia, al reconocimiento de una lucha interna entre tendencias
infantiles y fuerzas internas contrarias que se les oponen: el conflicto estructural. El analista, en la medida en que es una figura transferencial,
no es experimentado en el marco de una relación interpersonal pero es
el que lleva las estructuras endopsíquicas inconscientes del analizado
(sus memorias inconscientes).3 Un paciente, por ejemplo, cuenta ligeramente que ha evadido pagar el boleto del autobús camino a su sesión. Se
“da cuenta” que la cara del analista se encuentra inusualmente rígida
cuando lo saluda. El analista como figura transferencial es (se revela
como introspección persistente con el análisis de la resistencia) una expresión inconsciente de fuerzas superyoicas (la imago inconsciente del
padre) del analizando.
Gradualmente, no obstante, el rango de la manera psicoanalítica de
investigar se incrementó y pronto comenzó a incluir las psicosis. Una
nueva tarea se estableció así para el analista: tuvo que empatizar con las
experiencias de organizaciones mentales primitivas, con las experiencias
del psiquismo preestructural. Los dos grandes descubrimientos tempranos en el tema de las psicosis fueron la comprensión de Freud acerca del
significado de la hipocondría psicótica (1914), y el reconocimiento empático o introspectivo de Tausk (1919) que el delirio esquizofrénico de ser
influido por una máquina era la manera de revivir una forma temprana
del self, una regresión a experiencias corporales dolorosas y de ansiedad,
después que el contacto con la experiencia del “tú” se perdió. La introspección persistente en los desórdenes narcisistas y en los estados borderline conduce, así, al reconocimiento de una psiquis no estructurada
luchando por mantener el contacto con un objeto arcaico o para sostener una tenue separación del mismo.4 Aquí, el analista no es una pantalla para la proyección de estructuras internas, es decir, transferencia,
3. Para aceptación de huella mnémica como concepto estructural, véase Glover
(1947).
4. La experiencia introspectiva de las luchas con el objeto marginal en las psicosis y
estados fronterizos no es la misma que la observación de relaciones interpersonales. Es
instructivo estudiar las consecuencias de una combinación de estas dos aproximaciones
teóricas, logradas, por ejemplo, por el uso de un concepto puente como el de “observador
participante”, donde la distinción fructífera entre el concepto estructural de un objeto
transferencial en las neurosis y el objeto interpersonal arcaico en los trastornos narcisistas desaparece. El resultado que emerge es una concepción lógica e interiormente consistente de la psicopatología en la cual, no obstante, los fenómenos clínicos más diversos
pueden ser observados como variaciones o grados de esquizofrenia (Sullivan, 1940).
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sino la continuación directa de la realidad temprana que ha sido demasiado distante, demasiado desagradable, o demasiado poco confiable
como para ser transformada en una sólida estructura psicológica. El
analista, por ende, es experimentado introspectivamente dentro del
marco de una relación interpersonal arcaica. Él es aquel objeto arcaico
con el cual el analizando trata de mantenerse en contacto, del cual trata
de separarse como para adquirir su propia identidad o de quien intenta
derivar una modalidad de estructura interna. Un paciente esquizofrénico llega a la sesión analítica en un estado frío y distante. La noche anterior soñó que estaba en un lugar cubierto de nieve, árido; una mujer
ofrece su pecho, pero él descubre que este pecho es de goma. La frialdad
emocional del paciente y su sueño son una reacción a un aparente instante, pero en realidad significativo del rechazo que el paciente percibió
por parte del analista. Las reacciones a estos rechazos realistas por parte
del analista también ocurren, por supuesto, en el análisis de las neurosis de transferencia, y su reconocimiento y aceptación son de importancia táctica.
En el análisis de las psicosis y de los estados borderline, no obstante,
los conflictos interpersonales arcaicos ocupan una posición central de
importancia estratégica que corresponden al lugar del conflicto estructural en las psiconeurosis. Las mismas consideraciones son aplicables
también mutatis mutandis a los conflictos estructurales que encontramos en las psicosis.
No podemos dejar el tema de los conflictos endopsíquicos e interpersonales sin algunos breves comentarios sobre la transferencia. La definición básica de transferencia de Freud (1900) fue el resultado de la formación de un concepto no ambiguo: la transferencia es la influencia del
inconsciente sobre el preconsciente a partir de la existencia de barreras
de represión (aunque frecuentemente debilitadas). Los sueños, síntomas
y aspectos de la percepción del analista por parte del analizando son las
formas más importantes en las que la transferencia se manifiesta. La
utilización confusa de los términos “transferencia” y “contratransferencia” (frecuentemente denotando relaciones interpersonales específicas
en el sentido de la psicología social) proviene de una cierta inconsistencia concerniente al modo operacional sobre el cual el marco teórico debe
estar basado. Podemos aprovechar la gran ventaja de la consistencia
operacional sin quedar paralizados por el crudo modelo de la mente
sobre el cual Freud estaba trabajando alrededor de 1900 y tratamos de
ubicar el concepto temprano de transferencia en su diagrama estructural de 1923, y definirlo en relación con el de autonomía del yo de
Hartmann de 1939. La experiencia transferencial del objeto en la situación terapéutica podría conservar su significado original como una amalgama de luchas reprimidas de objetos infantiles insignificantes en la reaREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 17-40
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lidad presente, aspectos que vuelca sobre la figura del analista. Ella
podría estar claramente delimitada a partir de otras dos experiencias: la
de las tendencias hacia objetos que, si bien emergen desde lo profundo,
no cruzan la barrera de la represión (el diagrama de Freud del yo y el
ello: la barrera de la represión separa sólo una pequeña parte del yo de
aquella del ello); y la de los objetos del yo que, si bien originalmente son
transferenciales, han roto los lazos con aquellos reprimidos y se han
vuelto elecciones de objetos autónomos del yo. Es importante reconocer
que en ambas instancias la elección de objeto se origina en parte en el
pasado, esto es, que elecciones objetales más tardías son tomadas como
modelos a partir de aquellos de la infancia. Pero si bien es cierto que
todas las transferencias son repeticiones, no todas las repeticiones son
transferencias.
No es posible diferenciar, por una aproximación histórica no introspectiva, las influencias del pasado que afectaron el crecimiento del aparato mental de la influencia del presente de un remanente del pasado
que aún tiene existencia actual, esto es, el inconsciente reprimido. A
través de la introspección científica persistente, no obstante, somos capaces de diferenciar las elecciones de objeto no transferenciales que tomaron como patrón modelos infantiles (por ejemplo, parte de los cuales
habitualmente son erróneamente llamados “transferencia positiva”) de
una transferencia verdadera. Las últimas pueden ser disueltas mediante una introspección persistente; las primeras, sin embargo, residen
fuera de la esfera del conflicto estructural y no están directamente afectadas por la introspección psicoanalítica.
Dependencia
Algunos conceptos utilizados por el psicoanálisis no son abstracciones
fundadas en una observación introspectiva o una introspección empática, sino derivados de datos obtenidos a partir de otros métodos de observación. Dichos conceptos pueden ser comparados con abstracciones
teóricas basadas en observaciones psicoanalíticas; no obstante, no son
idénticas a ellas.
Consideremos, por ejemplo, la hipótesis de que la importancia de la
sexualidad infantil en general y el complejo de Edipo en particular se relaciona con, o en parte, una prolongada necesidad de dependencia biológica del infante humano. ¿Es ésta una hipótesis psicoanalítica? En un
sentido general, la respuesta es, por supuesto, afirmativa porque sabemos que la hipótesis en cuestión no podría haber sido formulada previamente al descubrimiento introspectivo de la experiencia fálica, anal y
oral-erótica, y la recuperación de las pasiones edípicas de la transferen-
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cia. Consideraciones más precisas, no obstante, demostrarán que no
todos los conceptos utilizados en la hipótesis pueden, sin ser modificados, tratarse como si hubieran sido derivados de observaciones introspectivas y empáticas. El problema de las pulsiones y el de la sexualidad
serán considerados más tarde. El concepto de dependencia es el que
vamos a examinar ahora.
El término “dependencia” puede ser utilizado para transmitir dos
significados distinguibles, que se confunden habitualmente pero que no
siempre están relacionados el uno con el otro. El primer significado se
refiere a la relación entre dos organismos biológicos o dos unidades sociales (sociología). El observador biológico puede afirmar que varios
mamíferos neonatos dependen para su supervivencia del cuidado que reciben de los adultos que funcionan como madres. Juicios similares en relación con la dependencia también pueden ser realizados acerca de las
relaciones entre adultos humanos. En nuestra civilización compleja y altamente especializada, cada miembro de la sociedad desarrolla solamente cierta cantidad de habilidades y, por ende, depende del total de la sociedad (la suma total de las capacidades de los otros) para su existencia,
de lo cual es consciente, y también para su supervivencia biológica.
Aparte del significado sociológico y biológico del término “dependencia”,
nos encontramos con un concepto psicológico que, con el mismo nombre,
es utilizado ampliamente en nuestras formulaciones psicodinámicas.
Decimos que algunos pacientes tienen o problemas de dependencia o que
los desarrollan en el curso del psicoanálisis. O hablamos de personalidades oral-dependientes y concluimos que su dependencia oral puede contribuir decisivamente a su deseo de perpetuar la relación con el analista. Como nos estamos manejando con el concepto psicoanalítico de dependencia, debemos asumir que éste deriva de observaciones psicoanalíticas de nuestros pacientes y que el término constituye alguna generalización o abstracción referente al estado mental del analizando. Y, en
efecto, éste es frecuentemente el caso, por ejemplo, cuando decimos que
un paciente está en conflicto con sus tendencias de dependencia, o en
una formulación estructural, que las ha reprimido. Dicha formulación
parece inobjetable porque simplemente estamos aplicando un concepto
probado de regresión. Sumado a esto, no obstante, tácitamente hemos
realizado una presunción que debemos aislar antes de examinar la confiabilidad de la formulación precedente. La regresión, como término psicoanalítico, denota el retorno a un estado psicológico anterior. Nuestro
problema, por ende, no está referido al hecho indiscutible de que un niño
es dependiente de su madre (en un sentido biológico o sociológico), sino
más bien a la enigmática cuestión de si el estado mental del niño corresponde toscamente a lo que encontramos cuando descubrimos tendencias de dependencia reprimidas de un analizando adulto. Para deREV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 17-40
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mostrar lo poco confiable de dichos esfuerzos, podemos encontrar la
hipótesis opuesta de buscar una conciencia de sí rudimentaria de un
niño sano tomando el pecho, que más bien puede ser comparado con el
estado emocional de un adulto que está totalmente absorbido por una
actividad que le resulta altamente significativa y placentera, como, por
ejemplo, una persona que está ganando una carrera, un virtuoso que
está tocando algún instrumento musical o un amante en el clímax de
una unión sexual. Asumir que los estados de dependencia en el adulto
son el reverso de una gestalt psicológica primaria no puede ser reducido
por el análisis, ya que es lo opuesto a nuestra comprensión empática de
los niños sanos.
Puede, por supuesto, a veces, ser útil para el psicólogo tomar estas
pistas de descubrimientos biológicos o principios de manera de orientar
su búsqueda acerca de lo que está observando. La prueba final, no obstante, es la observación psicológica en sí misma; y es erróneo extrapolar
principios biológicos a la interpretación de un estado mental específico,
especialmente si contradicen nuestros descubrimientos psicológicos.
Parecería que una manera obstinada de apegarse, de no poder desprenderse de la resistencia que encontramos en algunos pacientes adultos no
es una repetición de una fase normal del desarrollo psicológico, esto es,
no es una regresión a un estado mental de un niño razonablemente normal con padres razonablemente sanos. Las reacciones de una dependencia muy fuerte en los adultos, si son regresiones a situaciones infantiles, no se refieren a un retorno a una fase normal del desarrollo oral
sino a una patología infantil, con frecuencia, de fases más tardías de la
infancia. Son, por ejemplo, reacciones a experiencias específicas de rechazo, esto es, de mezclas intrincadas de ira y temores retaliativos. O
protegen al paciente (por ejemplo, contra la emergencia de culpa o ansiedad asociada con conflictos estructurales ocultos), por medio de esta
adhesión al terapeuta, quien se ha vuelto el portador omnipotentemente benigno de fantasías narcisistas proyectadas.
Podemos también objetar la tendencia por adscribir una dependencia
psicológica casi exclusiva a la oralidad. Dicha asociación, sin duda, existe
en algunas instancias. La observación empática que permanece destrabada por expectativas biológicas puede, no obstante, estar abierta al reconocimiento de que una gran variedad de tendencias, particularmente
si se trata de un estado de las casi frustradas (abstinencia psicoanalítica
incompleta, y ¿cuándo es completa?), puede contribuir a un estado de
cautiverio, de ligazón en orden al sometimiento al terapeuta. Y es, por
ende, una manera de aferrarse muy insistente que caracteriza el estado
psicológico en cuestión, y no la asociación con una pulsión particular.
Quizás el principio psicológico más general que uno podría evocar
para explicar alguno de estos estados es la resistencia a cambiar (la vis-
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cosidad de la libido), pero uno probablemente debería volcarse a una explicación más general sólo después de haber visto otras posibilidades o
si existe una evidencia psicológica directa para este factor en un caso especial. El episodio que sigue, que me fue contado recientemente por un
señor de 35 años, pueda quizá ser explicado en estos términos. Él había
sido uno de los treinta sobrevivientes en un campo de concentración
donde en el curso de los años de su detención alrededor de cien mil personas habían sido asesinadas. Cuando el avance de los rusos se volvió
amenazante, los guardias nazis abandonaron el campo y los treinta cautivos fueron liberados. A pesar del hecho de que mantenían cierta condición física, no pudieron abandonar el campo por unos largos cuatro
días.
El fenómeno de dependencia debe ser visto de una manera diferente
en analizandos con una estructura psicológica insuficiente. Algunos
adictos, por ejemplo, no han adquirido la capacidad de autocalmarse o
irse a dormir; no han sido capaces de transformar experiencias tempranas de haber sido calmados o de haber sido acunados y convertir esto en
una capacidad endopsíquica, es decir, una estructura. Estos adictos, por
ende, tienen que depender de drogas, no como sustituto de relaciones de
objeto, sino como sustituto de estructuras psicológicas. Si estos pacientes están en psicoterapia, se podría decir que se vuelven adictos al terapeuta o al procedimiento psicoterapéutico. Su adicción no debe ser, no
obstante, confundida con la transferencia: el terapeuta no es una pantalla para la proyección de estructuras psicológicas existentes, sino solamente un sustituto de las mismas. Tanto más cuanto la estructura psicológica es necesaria, el paciente realmente ahora necesita la contención, digamos el ser calmado por el terapeuta. Su dependencia no puede
ser analizada o reducida a un insight; tiene que ser reconocida y admitida. De hecho, es una experiencia clínica cuya tarea psicoanalítica más
importante en estas instancias es el análisis de la negación de la necesidad real. El paciente debe primero aprender a reemplazar una cantidad
de fantasías de grandiosidad que se mantienen con la ayuda de un aislamiento social para poder tolerar una dolorosa aceptación de la realidad
de ser dependiente.
Sexualidad, agresión, pulsiones
El concepto psicoanalítico de sexualidad ha conducido a mucha confusión y numerosas discusiones. La cualidad sexual de una experiencia no
es adecuadamente definida ni por el contenido de una experiencia ni por
la zona erógena en cuestión. Un adolescente que mira ilustraciones médicas puede tener una experiencia sexual; un estudiante de medicina no
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la tiene. No podemos definir adecuadamente el concepto psicológico de
sexualidad haciendo referencia a sustancias bioquímicas específicas (por
ejemplo hormonas). Si el bioquímico pudiera demostrar, por ejemplo,
que la sobreproducción de algunas hormonas sexuales contribuye al crecimiento de ciertos tumores malignos, no sería necesario concluir que
esos tumores son el resultado de deseos sexuales preconscientes o inconscientes de la persona afligida. El psicólogo puede, no obstante,
tomar las pistas de estos descubrimientos bioquímicos. Si, por ejemplo,
las hormonas que habitualmente están involucradas en el embarazo deberían ser descubiertas en la etiología del cáncer, nuestra investigación
psicológica podría volverse hacia la personalidad precancerosa preguntándonos si dichas personas tienen anhelos de maternidad insatisfechos. La prueba psicológica final de la existencia fáctica de dichos anhelos debería, no obstante, ser un descubrimiento introspectivo empático.
Consideraciones similares pueden aplicarse, por supuesto, mutatis mutandis, a pistas que el bioquímico puede extrapolar de la psicología profunda.
Los analistas no han enfatizado suficientemente que la cualidad sexual de una experiencia no puede ser totalmente definida. Es cierto, los
analistas comprenden que por “sexual” entendemos algo mucho más extenso que la sexualidad genital, y que las experiencias sexuales pregenitales incluyen pensamientos sexuales, procesos sexuales, etc. De todas
maneras, es instructivo ponderar lo que Freud ha dicho (1916-1917),
mitad en chiste, mitad en serio, acerca de que “sexual es lo impropio”; y
en chiste dice: “en total cuando llegamos a pensar en ello, no estamos
perdidos en relación con lo que la gente llama sexual” (Freud, 19161917, págs. 277-278). La experiencia sexual pregenital de la infancia y la
experiencia sexual adulta (sea en un juego preliminar, en perversiones,
o en una relación sexual) tienen una cualidad sexual que no puede ser
definida más allá de lo que sabemos o conocemos como sexual, ya sea por
experiencia directa o después de una introspección persistente y prolongada y la desaparición de obstáculos internos para la introspección (análisis de la resistencia).
Podemos decir, por ende, que para el infante y el niño una cierta cantidad de experiencias tienen la cualidad que a los adultos les resulta muy
familiar en su vida sexual; nuestra vida sexual nos provee de un remanente de la experiencia que fue tempranamente, en nuestro desarrollo
psicológico, mucho más amplia. El término, de acuerdo con Freud (1921,
pág. 87), fue elegido “a potiori”, esto es la mejor conocida de estas experiencias, un nombre, en otras palabras, que indiscutiblemente nos va a
evocar el real significado que tiene para nosotros. Habría menos razones
para insistir en el término “sexual” si su significado fuera biológico. El
desacuerdo de Freud para no abandonar la búsqueda fue la única ma-
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nera de salvaguardar la esencia de su significado psicológico. Estos términos como “fuerza vital” y “energía mental” no conducen a un reconocimiento igualmente inequívoco de un modo de experiencia primariamente rechazado.5
Similarmente, puede lograrse mucha mayor claridad si admitimos
que el término psicoanalítico “drive” –tendencia– es derivado de la investigación introspectiva de una experiencia interna. Las experiencias
pueden tener la cualidad de querer, desear, anhelar en distintos grados.
Una pulsión es entonces una abstracción de innumerables experiencias
internas, implica una cualidad psicológica que no puede ser analizada
más que por la introspección; es el común denominador de las tendencias sexuales y agresivas.
Las hipótesis de Freud sobre narcisismo primario y masoquismo primario también yacen dentro del marco teórico de la psicología introspectiva. Él observaba hechos clínicos de narcisismo y masoquismo y postulaba que eran el revivir de formas tempranas (teóricamente) de experiencias sexuales y agresivas (potenciales) acerca de las cuales las formas tardías (narcisismo clínico, masoquismo clínico) habían vuelto en
respuesta al estrés del entorno. El asumir, no obstante, la existencia de
los instintos de vida y muerte haciendo un paralelo con la teoría del narcisismo primario y masoquismo primario, constituye un tipo enteramente diferente de formación teórica. Los conceptos de Eros y Tánatos
no pertenecen a una teoría psicológica fundada en métodos observacionales de introspección y empatía, sino a una teoría biológica que debe
estar basada en diversos métodos de observación. El biólogo tiene por
supuesto la libertad de tomar cualquier pista útil que pueda encontrar
en psicología; sus teorías, no obstante, deben estar basadas en observaciones y evidencias biológicas (Hartmann y otros, 1949). La aplicación,
por otro lado, de los métodos de psicología introspectiva de toda materia
animada como, por ejemplo, en algunas formas de biología teleológica,6
no es científica.
Así, mientras podemos admirar la audacia de la especulación biológica de Freud, debemos reconocer que los conceptos de Eros y Tánatos
están fuera del marco de la psicología psicoanalítica.
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Freud, habitualmente, se resistía a dejarse llevar por especulaciones
biológicas, por más aparentes que fueran, cuando no podía confirmarlas
por medio de los descubrimientos de la observación psicoanalítica introspectiva. Un ejemplo de este empirismo está contenido en sus escritos sobre sexualidad femenina. Mucho ha sido dicho sobre el supuesto
sesgo antifemenino de Freud, como lo evidencia su insistencia en darle
mayor importancia a las tendencias fálicas en el desarrollo de la sexualidad femenina. La obvia verdad biológica parece ser que la mujer debería tener tendencias femeninas primarias, y que la feminidad no
puede ser explicada –de ningún modo– como un retraimiento de una
masculinidad frustrada. Es poco probable que la opinión de Freud se debiera a algún punto ciego que limitara sus poderes de observación. Su
rechazo a modificar sus puntos de vista sobre la sexualidad femenina,
más bien se debía a su confianza en evidencias clínicas, que en ese momento estaban a su alcance, por medio de la observación psicoanalítica,
y por ello se rehusó a aceptar una especulación biológica aparente como
un hecho psicológico. Profundizando más allá de actitudes y sentimientos femeninos de sus pacientes, habitualmente encontró un conflicto
entre tendencias fálicas, y, mientras aceptaba una bisexualidad biológica, rechazaba el postulado de una fase de feminidad psicológica precedente sin tener una evidencia psicológica de la misma.
La actitud de Freud concerniente al desarrollo de la sexualidad femenina es sólo uno de los tantos ejemplos de su fiel adhesión al método
introspectivo y empático de observación. Es importante admitir, no obstante, que a pesar de su habitual lealtad a su observación psicoanalítica,
Freud prefirió permanecer no comprometido respecto de alguno de sus
conceptos y guardarlos en una especie de tierra de nadie entre la biología y la psicología. Dicho lugar límite, no obstante, deja de existir una
vez que la posición operacional es tomada. Visto desde este ángulo, es
tan poco justificable considerar el concepto de pulsión desde un punto de
vista dinámico, como algo hormonal o bioquímico, es decir biológico en
sentido operativo, como pensar el concepto de superyó como anatómico
desde un punto vista estructural.
Libre albedrío y los límites de la introspección
5. Consideraciones paralelas de las elaboradas para la sexualidad también pueden ser
aplicadas en relación con el otro continuum de una experiencia introspectiva, i.e., hostilidad-agresión.
6. Thalassa, de Ferenczi (1924), es el ejemplo sobresaliente de extender por demás el
método introspectivo y empático.
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La psicología y especialmente el psicoanálisis (Knight, 1946; Lipton,
1955) han sido confrontados últimamente con una nueva edición de la
paradoja que ha tenido varias formas a lo largo de una teología, filosofía
y jurisprudencia: ¿cómo nuestra facultad de elegir o de llegar a una decisión es compatible con la ley del determinismo psíquico? El psicoaná-
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HEINZ KOHUT
lisis pareciera, a primera vista, darle peso al argumento en contra de la
existencia del libre albedrío, mostrando, primero, cómo estamos llevados
por fuerzas irracionales que sólo somos capaces de racionalizar, y, segundo, que tendemos a sobrevaloraciones narcisísticas de nuestras funciones psíquicas, teniendo así un sentimiento megalomaníaco delirante
de libertad respecto de nuestras actividades mentales superiores altamente valoradas. Un escrutinio más agudo, no obstante, muestra que la
actitud psicoanalítica pertinente acerca de la existencia de una elección
y decisión no es simple y tiene muchas discrepancias. La posición contradictoria del mismo Freud es la que mejor lo describe afirmando, entre
líneas y como una opinión personal, que suscribía a la convicción de un
área de libertad, elección y de decisión en psicología humana, pero que,
por otro lado, estuvo por un largo tiempo extremadamente reacio a incorporar esta convicción de lleno al marco teórico de su ciencia. Es característico de su irresolución que su famosa, frecuentemente citada
afirmación en relación con la meta de la terapia psicoanalítica es relegada al pie de página. Freud (1923, pág. 51) dice en El yo y el ello que “el
psicoanálisis trata de darle al yo del paciente libertad para elegir de una
manera u otra” (las itálicas son de Freud). Las formulaciones teóricas
más tempranas de Freud se orientaron hacia un determinismo psíquico
absoluto y había poco espacio en su sistema teórico temprano para
ningún tipo de “libertad del yo… para decidir”. El concepto de
“Ichtriebe” (ego instincts), las afirmaciones de que el yo desarrolla a partir del ello, o que el principio de realidad es un principio de placer modificado, sirven como ilustración a este punto de vista. Las formulaciones
teóricas posteriores de Freud, no obstante, comenzaron a incorporar
sólo implícitamente, en su mayor parte, algo del espíritu de sus convicciones más tempranas respecto de algún tipo de libertad y de independencia del yo. El énfasis sobre el yo como una estructura psíquica y, en
adición a la afirmación de El yo y el ello, algunas observaciones sobre la
génesis de independencia del yo en “Análisis terminable e interminable”
(Freud, 1937) son ejemplos del cambio sutil en su mirada teórica, anticipando quizá lo que ahora, con Hartmann (1939), usualmente designamos como yo autónomo.
Algunas de las confusiones pueden reducirse si abordamos el problema definiendo el método de observación por el cual vamos a obtener la
materia prima para nuestras abstracciones teóricas. Para una ciencia
que obtiene su material de observación por medio de la introspección y
la empatía, la pregunta puede ser formulada de la siguiente manera: podemos observar en nosotros mismos la habilidad de elegir y decidir,
¿puede la introspección posterior (análisis de la resistencia) resolver esta
habilidad de componentes que subyacen? Las configuraciones psicológicas opuestas, es decir, la experiencia de estar obligados y la experiencia
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(por ejemplo, obsesiva) de indecisión y duda, puede usualmente venirse
abajo por medio de la introspección. Como tenemos éxito en reducir estos
fenómenos psicoanalíticamente, estableciendo sus motivos, nos movemos simultáneamente hacia un reestablecimiento del libre albedrío y decisión. ¿Podemos hacer lo mismo con la capacidad introspectivamente
observada de elección? ¿Podemos, por medio de la introspección, resolver
la experiencia de elegir entre los componentes de compulsión y narcisismo? La respuesta a esta pregunta es no, a pesar del énfasis puesto por el
psicoanálisis en la motivación inconsciente y la racionalización; por todo
ello la persistente recuperación de las motivaciones inconscientes y de
las racionalizaciones conducen, en condiciones favorables, a una experiencia de libertad más amplia y más vívida.
Cada rama de la ciencia tiene sus límites naturales, determinados
aproximadamente por los límites de su herramienta básica de observación. El científico físico admite que toda teoría tiene que comenzar con
algunos hechos inexplicables que yacen debajo de la ley de causalidad,
por ejemplo, la existencia de la energía en el universo. Estas variables
inexplicables (los elementos, el calor, la electricidad, y otras similares)
pueden ser reemplazadas o su número puede ser reducido a medida que
las ciencias físicas avanzan o cambian. Ninguna reducción a cero de
estos elementos primarios es, no obstante, pensable ni puede una reducción a un elemento único parecer útil para una ciencia que tiene que
explicar y dar cuenta de la variedad de los fenómenos naturales. Cada
ciencia llega, así, a un pequeño número de conceptos básicos. Los límites del psicoanálisis están dados por los límites de la introspección potencial y la empatía. Dentro del campo observado reina la ley del determinismo psíquico, que comprende la presunción de que la introspección,
en la forma de asociación libre y el análisis de la resistencia, es potencialmente capaz de revelar las motivaciones de nuestros deseos, decisiones, elecciones y actos. La ciencia introspectiva debe, sin embargo, admitir sus límites, más allá de los cuales su herramienta de observación
no alcanza y debe aceptar el hecho de que ciertas experiencias no pueden ser resueltas en el presente con el método del que dispone. Podemos
reconocer deseos u otras fuerzas interiores que pueden expresar el
hecho introspectivamente irreductible de la observación por el término
“drive” o como pulsiones sexuales y agresivas. Y podemos observar, por
otro lado, la experiencia de un “yo” activo: tanto disociado de las tendencias en la autoobservación o sumergido con una pulsión no descargada como experiencia de un deseo o fusionado con un modelo de descarga motora como acción. Lo que experimentamos como libertad de
elección, como decisión y similares, es una expresión del hecho de que la
experiencia del yo y el núcleo de actividades que de él emanan, no pueden ahora ser divididas en más componentes por medio del método in-
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trospectivo. Están, por ende, más allá de la ley de motivación, esto es,
más allá de la ley del determinismo psíquico.
Resumen
El estudio precedente intentó demostrar que la introspección y la empatía son
ingredientes esenciales de la observación psicoanalítica y que los límites del psicoanálisis están, por ende, definidos por los límites potenciales de la introspección y la empatía. Se discutieron varias inexactitudes, omisiones y errores en la
utilización de los conceptos psicoanalíticos. Se pudo mostrar que estos defectos
se debían a la negligencia del hecho de que la teoría psicoanalítica –la teoría de
una ciencia empírica– es un derivado del campo de las experiencias internas observadas por medio de la introspección y la empatía.
DESCRIPTORES: INTROSPECCIÓN / EMPATÍA / MÉTODO / INVESTIGACIÓN / PSICOANÁLISIS
Summary
INTROSPECTION, EMPATHY, AND PSYCHOANALYSIS.
An Examination of the Relationship Between Mode of Observation and Theory
The preceding examination attempted to demonstrate that introspection and
empathy are essential ingredients of psychoanalytic observation and that the
limits of psychoanalysis are, therefore, defined by the potential limits of introspection and empathy. Several specific inaccuracies, omissions, and errors in
the use of psychoanalytic concepts were discussed. It was shown that these defects were due to the neglect of the fact that psychoanalytic theory –the theory
of an empirical science– is derived from the field of inner experiences observed
through introspection and empathy.
KEYWORDS: INTROSPECTION / EMPATHY / METHOD / INVESTIGATION / PSYCHOANALYSIS
Resumo
INTROSPECÇÃO, EMPATIA E PSICANÁLISE.
Uma análise da relação entre o modo de observação e a teoria
O estudo precedente tentou demonstrar que a introspecção e a empatia são
itens essenciais da observação psicanalítica e que os limites da psicanálise, por
conseguinte, são definidos pelos limites potenciais da introspecção e da empatia. Discutiu-se sobre várias inexatidões, omissões e erros na utilização dos conceitos psicanalíticos. Conseguiu-se demonstrar que estes defeitos se deviam à
negligência do fato que a teoria psicanalítica –a teoria de uma ciência empírica–
é um derivado do campo das experiências internas observadas através da introspecção e da empatia.
PALAVRAS-CHAVE: INTROSPECÇÃO / EMPATIA / MÉTODO / INVESTIGAÇÃO / PSICANÁLISE
REV. DE PSICOANÁLISIS, LXVI, 1, 2009, págs. 17-40
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