La pasión que me cambió la vida Me llamo Cody, tengo quince años. Quiero contar mi vida, lo que siento, para no estar tan solo. Soy un chico solitario, no tengo muchos amigos, bueno la verdad, no tengo amigos… En cambio tengo una pasión: el baloncesto. El baloncesto es un deporte que hace que me sienta bien, una de las pocas cosas. Vivo con mi familia en Santiago de Compostela, en un barrio que dicen no ser popular. Es pequeño y solo está compuesto de unas ocho casas. Lo mejor de todo es que tiene un terreno de baloncesto en el que también se puede jugar al fútbol. Mi familia, pues, ¿qué decir? Tengo una hermana de 17 años, Lis, que me mira como si fuese un extraño, como si no me conociese. Dice que soy un rarito, que mi vida no sirve para nada. Yo siempre le pregunto qué es lo que le hace pensar así de mí. Me mira con una cara difícil de explicar y me contesta en tono burlón: -Dios mío, Cody. ¿Cómo puedes preguntarme eso? Te pasas la vida en el colegio, en tu habitación estudiando o escribiendo, según tú “un libro” o una especie de “relato”, y los fines de semana jugando al baloncesto. Pero lo peor no es eso, es que ni tienes equipo… Eres patético. Mis padres se encogen de hombros, me miran con cara de pena y me dicen que no le haga mucho caso. Hay que admitir que no me parezco nada a mi hermana. Ella nunca está en casa, siempre sale con sus amigos, tiene novio y todos la aprecian. Además saca notas bastante buenas, es guapa, divertida, en fin, una buena hija, una buena amiga y una buena novia, según la gente. Pero tiene un defecto, es una hermana más que detestable. Mis padres dicen que aunque de vez en cuando es un poco rebelde, es la hija que todos los padres habrían querido tener. Y yo, pues bueno, nunca salgo. Solo me dedico a los estudios y al baloncesto y como dice Lis, sin tener equipo. Pero yo me lo paso bien practicando este deporte, y eso es lo más importante. Mi sueño es poder algún día tener un equipo en el que mis compañeros me acepten tal como soy, en el que tengamos un entrenador de verdad, no a mí mismo. Mis padres están un poco preocupados porque dicen que no tengo vida social. Ellos son jóvenes y llevan una vida muy ajetreada, siempre tienen cenas con amigos, fiestas con gente del trabajo o salen a divertirse. Un día, uno de esos pocos días en los que estaban en casa para comer, me dijeron que yo había sido un accidente, lo que explica algunas cosas, pero añadieron que me querían igual. Mi hermana se reía. No le di importancia en el momento, pero admito que me dolió. 1 Voy al colegio Rosalía que dicen ser el mejor de la zona. He saltado una clase, lo que en un principio me pareció algo genial, así podría estar con los mayores y hacerme amigos. Pero me equivocaba, todo era peor. El primer día de curso, me acuerdo de que entré confiado, me senté en la primera fila justo delante del profesor y saqué mis cosas. Por primera vez, me sentía bien. Me giré para ver si mis nuevos compañeros estaban contentos de tener un alumno, por decirlo de alguna manera “inteligente”, en su clase. Pero de repente se desvaneció toda esa ilusión, las ganas de empezar una especie de nueva vida, con gente que no me ignorara, poder conversar con mayores, bueno, más mayores que yo. No fue así, vi como todos me miraban descaradamente y oí como se decían entre ellos, sin ninguna discreción que era un pringado, un empollón, que no tenía amigos. No me lo podía creer, yo pensaba que los mayores eran más listos, que no eran unos infantiles como los de mi clase anterior, pero me equivoqué. Eran peores. Me volví a girar, estaba sorprendido. Oí a alguien que me hablaba. Por un momento pensé que me había equivocado y que igual había alguien a quien le parecería simpático. Levanté mi cabeza y vi que mi nuevo profesor me miraba y me decía con tono consolador que no tenía que escuchar a esos adolescentes, que aunque parecían mayores y guays por fuera, en el fondo eran unos niños que no sabían qué hacer con su vida, aparte de tonterías y estupideces, y unos chulos. Le miré agradecido y él me devolvió una sonrisa. Algo es algo pensé, al menos el profesor es simpático. Eso no me reconfortaba mucho, porque no era algo nuevo. Todos los profesores me admiraban, decían que nunca habían tenido un alumno tan excelente. Volví a casa destrozado, pensando cómo pasarían mis días en una clase tan horrible. Solo de pensarlo me daban escalofríos. Así que entré en mi cuarto, tiré mi mochila a la cama y me fui a jugar al baloncesto. Volví para la hora de cenar, bastante mejor. Y me senté preparado a disimular que mi primer día había sido catastrófico. Mi madre había cocinado nuestro plato preferido, canelones. Nos preguntaron a los dos qué tal había pasado nuestro primer día de colegio. Lis empezó a contar sobre la gente nueva de su clase, sus nuevos amigos y amigas, los profesores tontos y los profesores divertidos con mucha emoción. Mis padres la miraron con asombro y le dijeron que era estupendo, que se alegraban muchísimo por ella. Luego me miraron a mí y entusiasmados me inquirieron: -¡Cody! Cuéntanos qué tal en tu nueva clase con todos los mayores. Me costó responder y al cabo de unos segundos dije todo lo que se me pasó por la cabeza: -¡No quiero volver a esa clase! Es horrible, no os lo podéis ni imaginar. Son unos infantiles, unos chulos, imbéciles que se ríen de mí. No paran de hacer el tonto en clase, no tienen respeto. Vi cómo mis padres se miraban asustados, así que me callé y empecé a cenar. Con cariño mi madre me susurró al oído que no me preocupara que todo saldría bien. Eso me reconfortó. Al menos alguien conseguía que me sintiera bien. 2 Ya han pasado tres meses desde el primer día de colegio. Se me ha hecho una eternidad, es difícil sentirse a gusto en esa clase. Es un alivio cuando suena el timbre para volver al aula. Pensaréis que estoy loco, a todos los adolescentes lo que más les gusta del colegio, más bien lo único, es el recreo. Pero yo odio el recreo, porque siempre estoy solo. Aunque por fin lo voy superando y dentro de un mes llegan las vacaciones. Bueno, y la Navidad, pero para mí eso no es algo apasionante. Ayer nos dijo mi madre que íbamos a pasar la Nochebuena y Nochevieja con toda la familia, las abuelas, el abuelo, las tías, los tíos, los primos, las primas… Dios mío, ¡vaya horror! Yo siempre he tenido un sueño, un sueño que puede parecer absurdo a mucha gente, pero a mí me parece un sueño perfecto. Me gustaría pasar la Nochevieja solo, en una montaña al lado de la playa y con una canasta. Cuando den las 12h de la noche tiraría un triple, y esa canasta entraría limpia. ¡Sería una sensación estupenda! Después me daría un chapuzón. Al salir del agua miraría los fuegos artificiales pensando que hay momentos en los que estar solo es algo fantástico, mágico. El tiempo va pasando y pasando, y siempre hago lo mismo. Me levanto, desayuno, voy al colegio, vuelvo a casa, juego al baloncesto, me ducho, ceno, hago los deberes y me voy a la cama. Al día siguiente, lo mismo y así sucesivamente. Hasta la semana pasada. Yo estaba en la cancha entrenándome en tirar en suspensiones. Resulta que se me pasó el tiempo y me quedé una media hora mas de lo habitual. Estaba cansado, me iba a ir, cuando se me acercaron unos chicos de mi edad altos y fuertes. No sabía qué hacer en esa situación. No sabía si me iban a echar, si me iban a pegar, si me iban a insultar. Así que les dije que ya me iba y me giré. Pero ellos añadieron que me quedase. Sorprendido y asustado allí me quedé plantado delante de ellos sin decir nada. Me sonrieron y preguntaron que cuántos años tenía, cómo me llamaba y todo ese tipo de cosas. Me presenté, y a continuación todos se presentaron muy amablemente. Uno, que parecía ser el jefe del grupo, me preguntó a ver si jugaba en algún equipo. Vacilé un rato y respondí que no con la cabeza. Me miraron asombrados y me dijeron que jugaba muy bien. Me quedé sin palabras. Y de repente apareció una sonrisa deslumbrante en mi cara. Me di cuenta de que era tarde y les dije que me tenía que ir. El más bajito del equipo me sugirió quedarme un rato para entrenarme con ellos, pero al ver que le hacía un gesto de que me tenía que ir a casa, me propuso entrenar al día siguiente. Le respondí que era una idea estupenda y me marché. Volví a casa bastante más tarde de lo normal. Mis padres me preguntaron qué es lo que había hecho tanto tiempo fuera. Yo les miré contento, me reí y me fui a la ducha. Esperaba con impaciencia que llegara el día siguiente para poder entrenarme con esos chicos. Tenía el presentimiento de que por primera vez en mi vida iba a tener verdaderos amigos que a la vez estaban asombrados por mi talento en el baloncesto. Al día siguiente me sentía contento, diferente. Veía cómo mis compañeros me miraban raro, pero por primera vez sin decir nada. Era una sensación estupenda. Pensar que al salir de casa me iría con mis nuevos amigos, Dios mío, ¡amigos! 3 Cuando volví a casa, me vestí rápidamente. Iba a abrir la puerta cuando me preguntó mi hermana: - Pero, ¿qué haces Cody? ¿Por qué tienes tanta prisa?” La miré confiado y le dije: -Voy a ver a unos amigos. No me esperéis para cenar esta noche, volveré más tarde. Allí se quedó alucinada, no sabía qué decir. Le sonreí y me fui. Cuando llegué a la cancha, allí estaban todos los del día anterior. Habían venido antes expresamente por mí. No me lo podía creer. Fui corriendo a decirles hola. Cuando me vieron, acudieron todos a saludarme. Hicimos equipos de cuatro y empezamos a jugar. Alucinante, fue absolutamente alucinante. Nunca había tenido la oportunidad de poder jugar de verdad, contra otra gente. Nos pasamos más de media hora compitiendo cuatro contra cuatro. Al final ganamos nosotros. Nos sentamos a beber un poco y empezamos a hablar. El tiempo se pasó volando. Me dijeron a ver si me parecía una buena idea que le preguntasen a su entrenador si podía empezar a jugar con ellos. Me avisaron de que si entraba en su equipo tenía que quererlo de verdad, que tenía que ir a todos los partidos en cualquier circunstancia, que su equipo era un equipo muy importante y que estaban en una clasificación muy alta. Antes de poder responder, me aseguraron que no dudaban de mí, que no podían creer que nunca hubiese estado en un equipo. Después se me quedaron todos mirando. Sin pensarlo les dije que eso era genial, que me alegraría un montón poder entrenarme con ellos. Se miraron todos y empezaron a reír, dijeron que era un tipo muy majo, se alegraban mucho de ser ocho en su equipo. Es verdad que es muy duro jugar a siete los partidos, pero allí estaría yo en los próximos para ayudarles. El tiempo pasaba y pasaba sin que me diese cuenta. Ya habían transcurrido seis meses desde mi integración en el nuevo equipo del Rosalía. Desde entonces todo ha cambiado, en el colegio ya no me ven como el empollón sin amigos, sino que ahora soy un chico normal, con amigos y respetado. Pero eso no lo es todo, mis padres, mi hermana, sus amigos, vienen a verme jugar. Todo ha cambiado tanto…, ya nada es como antes, me llevo bien con mi hermana, y lo mejor, hemos llegado a la final. Todo el colegio estará allí para apoyarme a mí y a mi equipo. 4